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Arquitectos del continente condenan Parque Bicentenario de Bogotá

Bogotá, septiembre 30 de 2013

Los abajo firmantes, arquitectos de América Latina reunidos en la décimo quinta versión del Seminario de Arquitectura Latinoamericana, SAL 15, un encuentro bianual que convoca a los profesionales de la arquitectura y la ciudad del continente a fin de compartir experiencias, confrontar iniciativas en relación a desarrollos disciplinares de toda índole y analizar los aconteceres urbanos que afectan de manera significativa el devenir de nuestras ciudades, hemos considerado un imperativo ético emitir un pronunciamiento público en relación al proyecto denominado “Parque Bicentenario”, el cual se construye actualmente en el costado oriental de la emblemática Calle 26 del centro de Bogotá.

La circunstancia de constituirse el área en mención como un espacio urbano que reúne una singular densidad de valores culturales, paisajísticos y arquitectónicos, entre ellos la sede del Museo de Arte Moderno de Bogotá del arquitecto Rogelio Salmona, el edificio Embajador de Guillermo Bermúdez Umaña, La Biblioteca Nacional y el Quiosco de la Luz, bienes todos de interés cultural de la nación, además del Parque de la Independencia que junto a las Torres del Parque constituyen un conjunto patrimonial y paisajístico de excelsos valores tanto para el vecindario y la misma ciudad capital, como para el país y el continente en su conjunto, constituyen evidencias que nos obligan a formular el presente comunicado dirigido a las autoridades de la ciudad, a los medios de comunicación, universidades, organizaciones gremiales y ciudadanía en general.

Creemos unánimemente y sin lugar a duda alguna que el proyecto llamado Parque Bicentenario constituye una obra pública depredadora de su entorno, dilapidadora de recursos públicos e innecesaria como operación urbanística.

A la notable desproporción de la intervención desplegada sobre un frágil lugar urbano que se distinguía por haber sedimentado en el tiempo un conjunto testimonial de especial valor cultural y belleza ambiental, se suma su condición invasiva y la desproporción de su escala, la inexistente atención al lugar que se traduce en los reiterados espacios residuales que genera, adversidades todas que se suman al hecho de no derivarse de un concurso público como demanda la ley, ni haberse socializado oportunamente con la ciudadanía y con la comunidad afectada, la cual ha sostenido a lo largo de muchos meses una ejemplar resistencia activa al proyecto, sin que las instancias jurídicas ni las mismas autoridades de la ciudad hayan resultado sensibles al enorme estropicio urbano que representa la conclusión de las obras relacionadas con el presunto Parque.

Es para nosotros claro que conjunto de valores que reúne de manera tan emblemática el área urbana inmediata al proyecto, demanda de la ciudad unas operaciones urgentes y profundas, preferiblemente a través de convocatorias abiertas, que reconozcan y pongan de relieve los peculiares atributos del sector como un excepcional conjunto ambiental, urbanístico y arquitectónico.

Nos preocupa por último que la reciente campaña de las autoridades de la ciudad y de los medios de comunicación en dirección a pretender justificar la conclusión del Parque Bicentenario, ignora las enormes dudas que en vastos sectores del medio académico y profesional se han formulado reiteradamente en relación a este caso y al manejo del espacio público de nuestras ciudades en general, libres ojalá de innecesarios protagonismos de autor además de poco éticos ocultamientos de la realidad, tal como acontece en este caso cuando a través de cuestionables medios gráficos, se presenta ante la ciudadanía imágenes ficticias de un proyecto que en nada se corresponden con su previsible realidad.

Firmado en la sesión final del SAL 15, ciudad de Bogotá, Septiembre 29 de 2013.

Siguen firmas, nombres y país de origen:

Arq. María Dolores Muñoz – Chile

Arq. Juvenal Baracco- Perú

Arq. Gustavo Medeiros- Bolivia

Arq. Mariano Arana- Uruguay

Arq. Margareth Silva Pereira- Brasil

Lic. Louise Noelle Gras- México

Arq. Eduardo Tejeira Devis- Panamá

Arq. Omar Rancier- República Dominicana

Arq. Gustavo Luis Moiré- República Dominicana

Arq. Jorge Hampton- Argentina

Arq. Lorenzo Fonseca Martínez- Colombia

Arq. Leonel Pérez Bustamente- Chile

Arq. Patricia Méndez- Argentina

Arq. Pablo Fuentes Hernández- Chile

Arq. Hernán Ascui F. – Chile

Arq. Ana Esteban- España

Arq. Hugo Segawa- Brasil

Arq. Alejandro Ochoa Vega- México

Arq. William García Ramírez- Colombia

Arq. Claudia Burgos- Colombia

Arq. Nelson Inda- Uruguay

Arq. Carolina Salazar Marulanda- Colombia

Arq. Jorge Ramos de Dios- Argentina

Arq. Sandra Reina Mendoza- Colombia

Arq. Mario Sabugo- Argentina

Arq. Benjamín Barney- Colombia

Arq. Rodolfo Santa María- México

Arq. Pedro Belaúnde- Perú

Arq. Beatriz García Moreno- Colombia

Arq. Sergio Trujillo Jaramillo- Colombia

Arq. Silvia Arango Cardinal- Colombia

Arq. María Elvira Madriñán- Colombia

Arq. María José de Azevedo- Brasil

Arq. Ramón Gutiérrez- Argentina

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Coser la ciudad o herirla al intentar coserla

Septiembre 20 – 2013

El Parque de la Independencia surgió en Bogotá en 1910 con motivo de la celebración del Centenario de la Independencia, cuando ya la ciudad desbordaba su núcleo original y sus habitantes requerían de un espacio verde para la recreación y el contacto con la naturaleza. Allí se organizó la Exposición Industrial con varios pabellones, entre los que estaba el Kiosco de la Luz –construido por los hermanos Samper para mostrar las bondades y posibilidades del cemento–. Los pabellones fueron demolidos después, pero quedó el Kiosco como testimonio de esos eventos e ilusiones.

En los años 30 del siglo pasado, se levantó la Biblioteca Nacional frente al parque, y la integración que existió fue violentamente cortada por el paso de los viaductos de la calle 26, abiertos para unir el nuevo aeropuerto de El Dorado con el Centro Internacional y continuar hacia la estación del funicular de Monserrate. En los años 70, frente al parque se construyeron las Torres del Parque, uno de los proyectos de vivienda más significativos de la ciudad que, junto con las obras de complementación de caminos y escaleras de todo el parque, convirtieron el lugar en un sitio de gran valor ambiental y patrimonial, como fue luego reconocido por las autoridades.

El autor de las Torres, Rogelio Salmona, propuso reintegrar la zona del sur del barrio de Las Nieves con el Parque de la Independencia para reforzar el complejo cultural de la Biblioteca y el Museo de Arte Moderno y sus ampliaciones, además de realzar el edificio Embajador –otra obra emblemática de nuestra arquitectura moderna–. Salmona planteó una plataforma-puente que uniera las dos partes, idea que luego desarrolló el arquitecto Santamaría. Finalmente, Giancarlo Mazzanti diseñó un complejo de terrazas-puentes escalonados desde la carrera Quinta hasta la carrera Séptima, con algunas jardineras adicionales que propiciarían escondrijos, suciedad y posibles atracos, como también unas rampas que bajan de frente al parque y lo invaden de manera inaceptable.

Como el sistema Transmilenio requiere pendientes suaves y parejas, esto determinó la línea rasante de la vía que une los bajos de la Séptima con la parte alta y la llegada a Las Aguas, a la vez que los buses exigen una altura libre mínima de 5 metros, lo que elevó mucho esas terrazas-puente. Para los nuevos carriles del Solobus fue necesario ampliar la vía entre 8 y 10 metros, una franja que se cortó al parque y causó la tala de muchos árboles que han generado, con razón, mucho malestar en la comunidad.

Ver las terrazas hoy es encontrar una situación deplorable que exige pronta solución. Enumeremos las 5 terrazas-puente construidas y que permanecen en obra negra: la número 1 sería la del extremo oriental, frente al estacionamiento que está arriba del Museo de Arte Moderno; las terrazas 2 y 3 frente al Museo; y las terrazas 4 y 5 frente al lote para la ampliación del Museo y arriba del edificio Embajador. Falta construir la terraza 6 contra la carrera Séptima. Las terrazas 1 y 2 dejaron unos muros de alturas de 8 y 6 metros sobre el andén de la Biblioteca y el Museo, en tanto que desde el parque y desde el Kiosco de la Luz ya no se ve el Museo de Arte Moderno. ¡Una barbaridad!

Emumeración de las terrazas-puente

Enumeración de las terrazas-puente del proyecto en construcción
–foto aérea de la Revista Semana–

Las terrazas-puente

Vista de la terraza 1 hacia el Parque de la Independencia

Las terrazas-puente

Vista de las terrazas 1, 2 y 3 hacia el Parque de la Independencia

Ante esta situación, nos reunimos algunos arquitectos para buscar una salida: proponemos demoler las terrazas 1 y 2, las más elevadas, lo mismo que la número 5, la que está más cerca de la carrera Séptima, y mantener la 3 y la 4; o solo la 4. De esta manera, se tendría un puente ancho que integraría las dos mitades urbanas. Y como en ellas la altura sobre el andén es mucho menor –de 1.80 metros a 2.00 metros–, bajar al andén sur o al Parque de la Independencia es más fácil y se podría diseñar todo de manera sencilla y sensata. Aparte de las investigaciones jurídicas que se llevan a cabo y que deben continuar hasta llegar a las debidas sentencias de los jueces, se concluiría el proyecto para que la ciudad supere este impasse, para bien de los vecinos inmediatos que han luchado contra las agresiones al parque y para evitar que ese adefesio actual perdure no sabemos hasta cuándo.

 

Carlos NIÑO MURCIA, Arquitecto

Bajando a la playa

Modo urbano de bajar a la playa

 

Bajando a la playa

Modo vanguardístico de bajar a la playa

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Relájese y disfrute, el Parque Bicentenario

El parque violado

Invasión norte. Parque Confase-Colpatria

Septiembre 19 – 2013

El reportaje de El Espectador «Para nada tocamos patrimonio ni árboles« continúa siendo selectivamente desinformativo, como todo lo que han hecho los involucrados en la defensa del proyecto Parque Bicentenario, desde el 20 de julio del 2010. A diferencia de la publicación de El Tiempo según la cual Los vecinos que se sienten afectados pueden protestar todo lo que quieran, o de ADN insistiendo que «la obra no impacta bienes de la zona«, en El Espectador la voz cantante la lleva el diseñador del “nuevo” proyecto, a través de una entrevista en la que se hace el santo, el salvador y la víctima, todo en uno. Entre tanto, la “opinión pública”, suma una «noticia» tras otra y se convence cada vez más de que al pobre arquitecto, al pobre Ministerio y al pobre contratista no los dejan trabajar, por cuenta pequeño grupo de vecinos elitistas liderados por unas señoras preocupadas porque los gamines del sur se les metan en su parque.

La historia hace muy difícil llegar a las «conclusiones» con las que nos vienen bombardeando últimamente. El proyecto inicial se concibió de manera autista porque no se consideró como una oportunidad para la integración urbanística entre la calle 24, el Parque de la Independencia y eventualmente el Museo Nacional, y porque no consideró que los edificios y lotes existentes al sur de la 26 –Biblioteca Nacional, Museo de Arte Moderno, edificio Embajador, lote “las pulgas” y lote “Inravisión”– deberían ser parte del proyecto. La desconsideración llevó a generar un socavón, cuyo clímax se da frente al MAMBo. Entre tanto, hacia el lado que no se necesitaba crecer porque ahí estaba nada menos que el Parque de la Independencia, hacia este lado sí corrieron la cerca, multiplicando el lote por dos y el costo por cinco.

El supuesto nuevo proyecto mantiene los mismos errores, agravados por la grieta que sumerge al MAMBo. Quien tenga dudas, basta que se pare en la 7 con 26 y mire hacia los cerros. Si le sorprende con lo exagerado de la hendidura actual, podrá cogerse la cabeza al prever lo que va a quedar. Todo lo que necesita saber es que cuando las plataformas estén terminadas, serán un par de metros más altas, acentuando el encajonamiento. Lo que sí es una novedad son los nuevos renders que incluyen la ocupación del lote donde los domingos funciona el mercado de las pulgas. La ilustre novedad es una propuesta que al parecer es una herencia de Salmona para el Bicentenario. De ser así, debió haberse incluido desde el inicio o por lo menos debió modificar en algo el nuevo proyecto. No se hizo porque «el maestro» antes era un estorbo pero ahora resulta útil para dignificar la nueva propuesta, esconder omisiones, desviar la atención y sensibilizar la opinión pública.

Durante más de tres años, todas las entidades involucradas se mantuvieron en que el parque era así, como lo había diseñado el nuevo maestro, jugando de vez en cuando a escuchar las inquietudes de la comunidad en mesas democráticas. Pero las reuniones siempre fueron para conseguir un acuerdo comunitario sobre lo que estaba diseñado, y punto. Ahora, el proyecto se supone que cambió pero es el mismo, adornado con exuberante vegetación, al modo de los renders del Nuevo Eldorado, en los que el edificio parece estar en medio de la jungla, cuando en realidad lo que hay es un único árbol a la entrada del parqueadero, que probablemente se salvó de la tala por ahorrar plata.

Habría algo parecido a otro Parque Bicentenario si se estuviera al menos considerando la posibilidad de vincular al parque la calle 24 y los edificios existentes. Pero sólo se trata de darle glamur al hecho de haber invadido un área protegida como área de influencia de las Torres del Parque, y de haber generado un güeco urbano cuyo único remedio es la demolición de una buena parte de lo que está construido. Además, con tal de que no se note el vestido de seda, están acudiendo a pomposidades de cajón como que «Bogotá tendrá ahora parques sobre autopistas. Apuesta del maestro Salmona y el arquitecto Mazzanti«.

Pasada la época intransigente del Ministerio, entramos en la era de las modificaciones promovidas como lo último en diseño y sociología. Maravillas que para desgracia de la ciudad no se pueden realizar porque en las Torres del Parque hay todavía un grupito de vengadores que se opone al progreso. El grupo claro que lo hay pero a lo que se opone es a un festival de irregularidades.

Asumiendo, en aras de la discusión, que el nuevo proyecto fuera en realidad respetuoso, ello no borra el desprecio inicial con el que fue proyectado, esencialmente porque los niveles de terminación para las plataformas son incorregibles -a menos que se demuelan- y no se pueden cambiar a punta de retórica, perspectivas engañosas y manejo de medios. Tampoco se puede tapar el desparpajo con el que fue indebidamente autorizado, y legalizado a posteriori por el Ministerio de Cultura. Y tampoco se borra el haber empezado la construcción sin estar aprobado -que es diferente a autorizado. Y todo a un costo de Emirato árabe. Recalco con doble signo de exclamación esta última parte, la del costo, porque con dos colegas hicimos un estudio de para saber por qué el diseño costó más de mil millones de pesos adicionales, a lo que costaría en Colombia un parque con características similares y con especificaciones de primera calidad. Cuando se trata de plata, en el proyecto bicentenario se oye silbar el viento, asumo que porque hace parte del carrusel abandonado de la 26. Asumo también que cuando se trata de este tipo de asuntos, el público no se deja enredar con que sean tonterías de desocupados y que por eso la estrategia a seguir ha sido la del viento.

Sumando y restando, mis Cuentas bicentenarias dan que Confase le debe al Distrito más de mil millones de pesos, sólo en el ítem de diseño. Entiendo que un juicio condenatorio por la eventual malversación de este dinero sólo puede emitirlo una entidad competente. Pero dada la campaña publicitaria a la que nos están sometiendo últimamente, no sobra recordar que pedir cuentas claras antes de seguir adelante es algo con lo que creo que «la opinión pública» estaría de acuerdo. Tratándose de millones públicos y de contratos de la época de la alcaldía de Samuel Moreno, no parece mucho pedir. Tampoco se requiere mayor clarividencia para sospechar que si el carrusel de la 26 comienza en Eldorado, es probable que no termine en el Cementerio central sino unas cuadras más arriba.

Inoculada con inusitada pasión por El Tiempo y reforzada con una entrevista como la de El Espectador y la nota de ADN, es claro que la idea ha ido calando y que el Clamor Bicentenario por terminar ya casi deja de ser opinión pública y se convierte en resignación pública. La nueva verdad, en español bogotano, sería más o menos la siguiente: aquí no ha pasado nada, lo mejor es “dejar así”, “no sobar más” y “echar pa´lante” porque en Bogotá ya tenemos suficientes problemas y todos “estamos jartos” de no poder pasar por la 26. Mi interpretación, en español de la Picota, sería que como la violación es inevitable, no hay mejor remedio que relajarse y disfrutar.

Juan Luis Rodríguez

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El proyecto terminado se elevará aproximadamente 2 mts. por encima de este nivel. Al fondo, el Quiosco de la luz

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El proyecto terminado se elevará aproximadamente  3 mts. por encima de este nivel. Al fondo, el MAMBo

Vista desde el edificio Embajador

Costado sur. Vista desde el edificio Embajador

Costado Sur, MAMBo

Costado Sur, MAMBo

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Espectáculo y arquitectura

Abril 9 – 2013

En LECTURAS (EL TIEMPO) de Abril, hay una crónica con un enorme título “¿Hay Arquitectura Espectáculo en Colombia?. La obvia respuesta a esto es : Desde mediados del período colonial (s. XVII aprox.) la arquitectura-espectáculo, vale decir, las edificaciones de “ir a ver”, ha estado presente en ciudades y pueblos neogranadinos primero y colombianos luego, por lo que cabría concluír que la pregunta es ante todo sensacionalista. La iglesia parroquial era la edificación vistosa o de mostrar en medio de la pobre aldea, como la catedral lo fue en las ciudades de mayor tamaño. Aunque inútil como protección militar y obsoleto al ser terminado, el fuerte de San Felipe de Barajas en Cartagena fue y sigue siendo un fabuloso espectáculo de escultura a escala gigantesca. En Medellín, desde la catedral de Villanueva hasta la torre Coltejer, nunca ha faltado el espectáculo arquitectónico. Esto lo dice en el artículo citado el arquitecto Guillermo Fischer : Desde la antigüedad, los políticos han  usado a(sic) la arquitectura y viceversa…Pero, más adelante el artículo citado dice lo contrario : En el mundo (¡Ojo a la afirmación globalista!) la arquitectura espectáculo comenzó hace 20 años (?). Esto es pura desinformación publicitaria. Lo que siempre ha estado ahí no puede haber comenzado hace 20 ni 200 años. Quizás el texto citado se refería, no a la arquitectura en sí sino a la maquinaria socioeconómica y política creada para publicitar e imponer de todo, a nivel mundial: arquitectura, automóviles, celulares o desodorantes (no necesariamente en ese orden). En esta empresa propagandística participan hoy desde millonarios deseosos de invertir en algo que les dé “nombre” hasta la propia UNESCO, con su discutible invento del patrimonio mundial, incluyendo políticos con su reiterativa cantaleta de “lo social”, que no se sabe bien qué es pero suena persuasivo en el mundo de los slogans.

No es importante que en esa supuesta pero banal competencia pseudo-deportiva entre la capital colombiana y la antioqueña  haya una ficticia ventaja a favor de uno u otro competidor. Una mirada a las comunas o al inmediato pasado de Medellín, o bien a los infortunios viales y sectoriales de Bogotá bastaría para desanimar a cualquiera, excepto a un  creador mediático de famas instantáneas o a los denominados arquiestrellas. Estamos hablando, no de la historia de la arquitectura sino la del arribismo mundial que pide y recibe el espectáculo circense de la superarquitectura, vale decir “los nuevos símbolos”.

La recopilación de conceptos  contenida en el artículo citado, se refiere en parte al fenómeno de los “egotectos” y en el caso colombiano en especial, incluye apartes de una insólita  entrevista concedida por el ahora gobernador, Sergio Fajardo, al arquitecto Mazzanti, autor de la cuestionada Biblioteca España, en Medellín. Que Fajardo sea uno de los patrocinadores de tan discutida obra (acusada de plagio internacional) y Mazzanti el caso más protuberante en el país de fama mediática le añade humor involuntario pero le resta credibilidad a tan interesante hallazgo periodístico. Semejante entrevista, irónicamente publicada en una revista llamada Bomb (¡!) es análoga a que Benito Mussolini hubiera entrevistado a Adolfo Hitler sobre el tema de la expansión territorial forzosa en Europa. La extrema pretensión del entrevistado – y del entrevistador)  no faltó en ello : Lo que nosotros hemos hecho es entonces construir los nuevos símbolos… dixit Sergio Fajardo. Esa increíble apropiación de la simbología urbana es la verdadera cara de la llamada egotectura sumada a la egopolítica. Se suponía que la aparición de símbolos urbanos era producto de un largo y complejo proceso social y cultural, pero he aquí que en Medellín los símbolos son creaciones instantáneas – como el café liofilizado – del gobernador Fajardo y los arquitectos a su servicio.

En la dura realidad urbana no es fácilmente perceptible la mescolanza notable en el artículo citado  entre arquitectura-espectáculo y las “propuestas de ciudad”, que son posiblemente las que llamaron la atención de quienes, suponiendo que existe una especie de campeonato de “innovación” entre ciudades, decidieron darle un título mundial a Medellín. En lo de “propuestas de ciudad” todos parecen ser “innovadores” o al menos “renovadores”. La “Innovación” o vanguardismo patológico arquitectónico abundan en ciudades y pueblos del país, aparte de Medellín. El mal ejemplo cunde, dice la sabiduría popular. Es a unos vastos planes de  cambio urbanístico que alude lo de la “ciudad innovadora” y no a la alharaca formalista de unas cuantas obras de autores en búsqueda de fama rápida. Por otra parte,  es un  facilismo cómodo lo de ligar a “lo social” cuanto se le venga a la cabeza a políticos y arquitectos. Con lo social de por medio, todo vale y todo está bien. El público, en fín de cuentas, no tiene más remedio que aceptar la arquitectura que le impongan y es libre de ir a ver – o no – el espectáculo que le venden mediáticamente. Quien necesita íconos, especialmente arquitectónicos, no lleva mucha luz dentro de sí.

Germán Téllez

Arquitecto HFAIA – SCA

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Gloria Zea tiene razón

Marzo 12 – 2013

Como lo aclara el artículo de Lucas Ospina en La Silla Vacía, a la sala de cine Los Acevedo siempre se ha podido entrar desde el interior del MAMBo. De modo que responsabilizar a la obra del llamado Parque Bicentenario por la falta de películas en el Museo, no funciona.

Aún si la obra tuviera la culpa, lo grave para el Museo no es haber tenido que cerrar “temporalmente” sus puertas sobre la 26, sino que cuando el Parque esté terminado, estas puertas quedarán peor de lo que estaban. Antes al menos se veían desde allí el Quiosco de la Luz y los árboles del otro lado.

Un proyecto bien concebido se hubiera planteado cómo hacer para que el Museo, la Biblioteca Nacional y el edificio Embajador hubieran quedado como límites del Parque de la Independencia, y para que a éstos se entrara “desde” el Parque.

Un proyecto mejor concebido se hubiera planteado cómo hacer para que estos edificios quedaran «metidos» en el parque, haciendo lo que yo recuerdo haber oído –y visto en docenas de tesis universitarias– desde que empecé a estudiar arquitectura: que el Parque debería comenzar en la 24.

Lo que están a punto de dejarnos –con la colaboración inicial de la Directora del Museo, quien ahora parece que no duerme debido al remordimiento– es un callejón como el que se ve en las fotos del artículo de Ospina. Para quienes se interesen en opinar con conocimiento de causa, es indispensable verlo in situ. Lo que no se puede ver todavía con la misma claridad es la invasión del lado norte del Parque. Sin embargo, si lo que hay ahora parece un elefante, cuando esté terminado será una ballena azul.

Las obras hay que terminarlas y a veces resultan mejores de lo que uno se imagina. Pero para que esto pase, el proyecto debe tener una concepción y un diseño que éste no tiene. Nació autista y autista se quedará.

Aunque a posteriori y sin ningún mérito propio, la Directora del Museo tiene razón: ya que la entrada a cine no se pudo mejorar, demoler el pedacito de carrusel que ve desde su oficina, es la mejor solución.

Lastimosamente, el IDU, Confase y el Ministerio de Cultura tienen mucho de qué preocuparse y no están para pensar en la entrada a una maltrecha sala de cine. Menos ahora que consiguieron el apoyo de Colpatria y su prometida gran Plaza de eventos: un espacio que seguramente tiene un gran contenido social y ecológico, equivalente al contenido artístico-simbólico de la iluminación.

Juan Luis Rodríguez

Estado actual MAMBo (imagen: La Silla Vacía)

Estado actual MAMBo (imagen: La Silla Vacía)

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Sobre la XXIII Bienal Colombiana de Arquitectura 2012

Enero 22-2013

 

Quien le pegue una mirada a los catálogos de las veintitrés Bienales colombianas de Arquitectura encontrara un valioso testimonio del devenir de la arquitectura colombiana en los últimos cincuenta años. Los diferentes organizadores de la Bienal a lo largo de estos años se han preocupado por recoger, bianualmente, lo más significativo de la producción arquitectónica colombiana, componiendo un panorama de las diferentes formas de hacer y pensar arquitectura en Colombia. Me refiero a corrientes teóricas, a influencias locales y foráneas, a la función social, y por qué no, también, a la moda.

Constituye de esta manera una documentación invaluable para la investigación académica en arquitectura, así mismo, conforma un testimonio comprensible a la gente del común, que les permite entender cómo fueron formadas nuestras urbes y construidas nuestras identidades arquitectónicas. Esta Bienal XXIII recoge nuevamente un espectro amplio del quehacer arquitectónico de los dos últimos años, y es meritorio que esta tradición testimonial se haya mantenido.

Sin embargo, en esta Bienal, como en la anterior, se ha consolidado el concepto -muy equivocado- de que una Bienal es un concurso, tal como escuetamente ha quedado escrito en las bases: «tipo concurso»,  sin bases que permitan debatir la calificación, lo cual genera una tautología: es el mejor, porque es el mejor.

A la Bienal le ha ido como a los concursos de belleza, que en Colombia hace años conmocionaban el país  y ocupaban la prensa de farándula varios meses antes de su ocurrencia; ahora escasamente ocupan media revista Cromos. Esta última Bienal, como la anterior, ha pasado desapercibida. El carácter frívolo que sus organizadores le otorgaron la convirtió en un reinado, y lo que lograron no es más que la banalización extrema de un evento que como en los países desarrollados debería tener un carácter y servir como un espacio para la reflexión y la discusión sobre la situación actual de la arquitectura. A lo que hemos llegado empieza a parecerse bastante a una premiación de Hollywood, donde todo gira alrededor de las celebridades y los egos. Paralelamente, se ha incrementado la cantidad de premios; y premios hay a tutiplén; mientras que en las Bienales reconocidas por su carácter académico, las premiaciones son prácticamente inexistentes, pues se considera que el hecho de participar en la selección de una Bienal ya es reconocimiento suficiente. La premiación individual entra en contradicción con este carácter de gran muestra de trabajo colectivo supuestamente constituye una Bienal.

Un ejemplo que vale la pena aplaudir es el de la BIAU, que después de las controversias suscitadas en su penúltima edición, eliminó los premios, reconociendo de esta manera, la importancia ser una muestra colectiva del ejercicio iberoamericano, y no la de un individuo.

Es aquí se encuentra el aspecto más chocante de este asunto de la premiación: la configuración, sin ninguna vergüenza, de un jurado proclive a quien termina por llevarse la mayoría de los premios. Si uno examina detenidamente la composición del jurado de la Bienal XXIII, encontrará que casi la totalidad de ellos, son amigos próximos o han estado involucrados en alguna actividad de promoción o exhibición de trabajos del arquitecto de los premios. La escogencia de un jurado claramente tendencioso, no solamente constituye una burla a los otros arquitectos participantes, sino que da un pésimo mensaje a los posibles participantes de futuras Bienales, pero sobretodo, al publico en general. Aquí no esta en tela de juicio la calidad de la arquitectura ganadora ni la libertad del jurado de premiar el proyecto que le parezca, sino la responsabilidad en este asunto de quienes han estado detrás de las Bienales y Congresos de la SCA: Jorge Pérez y Francisco Ramírez.

 

El acta presenta una lastimosa redacción que parafrasea el lenguaje críptico de la memoria del proyecto premiado, empero, la principal y más grave falacia consiste en adjudicarle el mérito a los arquitectos de algo que no es de su resorte: el objetivo social de los proyectos, el cual les corresponde a los gobernantes que planificaron y ordenaron el diseño y ejecución estos proyectos. Los arquitectos simple y llanamente tenían la obligación de hacer que estos proyectos cumplieran de manera satisfactoria con los objetivos sociales planteados por el Estado. Es esta la gran falacia que nos ha acompañado en los últimos años: hacernos creer que tenemos una nueva generación de arquitectos preocupados por lo social, cuando en realidad han sido ávidos contratistas del Estado, ya que casi todos los proyectos construidos y premiados en esta Bienal y en las últimas, han sido iniciativa de los gobernantes.

Si existiera algún mínimo de coherencia en la justificación de la premiación, simplemente quienes deberían ser premiados tendrían que ser los gobernantes. Tal como pasó en la Bienal del 2000, cuando se premió el Programa de Parques de Bogotá del alcalde Peñalosa.

 

Guillermo Fischer

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