Enero 28 de 2014
Las ciudades y sus problemas también se globalizan. Entre corrientes filosóficas, platos típicos destruidos y arquitectura de autor, parece que no hay un oceáno entre esta historia de Vicente Blasco para El País de España y lo que sucede, hoy, en Colombia.
Publicado el 21 de Enero de 2014 en El País – Comunidad Valenciana
Autor: Vicente Blasco García
Puestos a experimentar en el Palau de les Arts de Valencia, lo próximo va a ser degustar un suculento mosaico deconstruido a cambio del trencadís de toda la vida.
Antes de ponerse de moda la cocina de autor, en cualquier lugar de comidas tenían lo de siempre, huevos fritos con patatas, judías con chorizo o potaje de garbanzos. Ahora, hasta en la más simple tasca que se las quiera dar de postín utilizan términos raros y confusos para denominar una ensalada común de lechuga, tomate rancio y atún. Cuando se quiere dar aires de elegancia a algo que de otra manera parecería vulgar, se utilizan palabras que suenen a algo más. O que nadie las entienda, así cuela mejor. Siempre hay vocablos que generan confusión, pero si además coinciden con conceptos filosóficos o estéticos, ya no quiero ni contarles. Uno de ellos es deconstrucción.
En cierta ocasión, en uno de estos sitios que quieren aparentar, la carta ofrecía un menú de esos inspirados, estilo master chef. Entre las delicatessen, había una muy curiosa: “paella deconstruida”. Al preguntar en qué consistía aquello, la respuesta no aclaraba mucho pero sonaba a excelso. Se trataba de un platillo formado por arroz inflado con hojuelas de katsuobushi, bañado con caldo de pollo y coronado con una espuma de pimiento rojo. Qué cosas. Yo pensaba que la paella era lo que todo el mundo entiende que es. Pero claro, ésta tenía su aquél, estaba deconstruida. Es decir, destruida. Pero esto suena mal. Lo otro es palabra mayor.
Según su definición, deconstruir consiste en deshacer y descomponer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual para observar y comprender sus partes, y después volverla a recomponer. Un lío, como pueden suponer. No en vano hay toda una corriente filosófica al respecto que, impulsada por Jacques Derrida en los pasados años 60 en Francia, tuvo su apogeo en la década de los ochenta.
En arquitectura estuvo bastante de moda tras el período postmodernista. Como sus seguidores ya no sabían qué hacer para innovar, pusieron su empeño, entre otros asuntos, en la impredecibilidad y el supuesto caos controlado de la apariencia visual de los edificios, alterando intencionadamente la lógica constructiva tradicional y desmontando cualquier postulado formal establecido con anterioridad. Para entendernos, construyendo a lo loco. Sin ton ni son, como quien dice. En vez de “la forma sigue a la función”, “la pureza de la forma” o “la verdad de los materiales”, el nuevo aforismo era “la forma sigue a la fantasía”. Como se imaginarán, de todo menos barato. Todo un despilfarro, vaya.
Que un arquitecto se dedique a hacer el ganso con su dinero o con el de cualquier particular que lo avale no tiene nada de reprochable. Siempre hay manirrotos y mecenas que no saben qué hacer con sus ganancias apuntándose a lo que sea con tal de deslumbrar. Hacer lo mismo con dinero público ya no me parece tan decente. Cuando se manejan presupuestos que afectan a todos los que los pagamos, hacer ciertos experimentos ya es más cuestionable, máxime si de antemano ya se sabe que el resultado va a ser nefasto.
Cuando hace un año comenzaron a denunciarse las famosas arrugas del buque insignia de la Valencia de ciencia ficción, todos sabíamos ya desde antes lo que pasaba y lo que iba a suceder con los cerca de ocho mil metros cuadrados de revestimiento de su superficie. Sin embargo, y por lo visto, los responsables de tamaño desaguisado no lo querían reconocer. En su afán por enmascarar el error llegaron a decir que esas arrugas eran simples impresiones ópticas de los cordones de soldadura del soporte del trencadís. La broma nos está saliendo bastante cara. Y eso que, e insisto en ello, el problema más preocupante de este edificio no es éste sino el de su latente inundabilidad. Pero esto es otro asunto.
Con el mosaico roto y por los suelos, ahora parece sugerirse su sustitución por placas de aluminio que lo simulen. Puede ser una solución. Más cara todavía, pero remedio al fin y al cabo. No creo que fuera intención del arquitecto sumarse a la moda deconstructivista, pero con tanto construir haciendo y rehaciendo, gastando y volviendo a gastar hasta dar con algo fiable y duradero, acabará por sorprendernos con alguna cosa rara como esos chefs que elaboran incomestibles paellas vanguardistas. Puestos a experimentar en el Palau de les Arts de Valencia, lo próximo va a ser degustar un suculento mosaico deconstruido a cambio del trencadís de toda la vida. ¿No te gustaba la sopa?. Pues toma, dos platos.