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CARTA ABIERTA – Parque de la Independencia – Parque Bicentenario

Septiembre 14 – 2011

Como Presidente de la Fundación Rogelio Salmona, socia de Rogelio Salmona S.A durante 25 años y en nombre de la Fundación Rogelio Salmona, me permito dar a conocer nuestra opinión respecto al proyecto del Parque Bicentenario, del que tanto se ha escrito, comentado  y cuestionado. Lo hacemos porque consideramos que hay aspectos muy importantes que no se han tenido en cuenta en la realización de ese proyecto, en los que vale la pena  hacer énfasis y, de paso, dar a conocer nuestra visión frente a lo que está sucediendo.

Debemos  recordar que  a Rogelio Salmona se le debe el rescate de un  Parque que se había convertido en maloliente botadero e incineradero de basuras. Tuve la oportunidad de participar en una de las últimas etapas de remodelación del mismo. Como socia de Rogelio Salmona S.A., pude seguir de cerca la propuesta del Plan Maestro  del Parque de la Independencia y su intención de unir  los costados norte y sur  de la Avenida 26, pretendiendo cerrar esa «gran herida» -como la llamaba Rogelio-, que se le había infligido a la ciudad con la apertura de los que en su tiempo se llamaron «los huecos de la 26».

Salmona trabajó insistentemente, a lo largo de muchos años, proponiendo proyectos con los cuales buscaba recuperar lo perdido con ese corte artero que partió en dos esa importante zona de la ciudad, de gran valor histórico. Pensó que, con la propuesta del Plan Maestro para el Parque de la Independencia, lograría finalmente su cometido: unir sutilmente  ese trozo de Bogotá, y permitir así que se volviera a integrar el Parque de la Independencia al centro de la ciudad, como lo había sido históricamente desde 1910.

El llamado proyecto Parque Bicentenario, diseñado por Giancarlo Mazzanti, pretende intervenir un entorno emblemático de la ciudad que es el resultado de muy diversas confluencias históricas, lo cual de partida constituye una intervención urbana de gran trascendencia. Su punto de partida incuestionable, debería comprometer el respeto por ese entorno privilegiado que constituye un fragmento prodigioso de nuestros cerros tutelares, pero también del respeto a edificios emblemáticos que lo enriquecen, tales como el kiosco de la Luz, la Biblioteca Nacional, el edificio de apartamentos de Vicente  Nasi, el Museo de Arte Moderno, el edificio Embajador y las Torres del Parque. Pero, sobre todo, del respeto por el Parque de la Independencia que junto a todos ellos, es testimonio de  diferentes episodios de la historia de la ciudad y como tal, uno de los patrimonios públicos más valiosos.

Ese es el reto mayor de un proyecto urbano: aparte de mejorar su entorno, hacerlo reconociendo y respetando su historia y la escala de las edificaciones existentes, además de propiciar relaciones donde los elementos naturales y urbanos establezcan una relación muy delicada y sutil con la geografía. Sólo así se logra una integración sabia y respetuosa del proyecto con el lugar. De otra manera, lo nuevo o novedoso termina volviéndose arbitrario y ajeno, un agente que lejos de unir y articular, termina detonando ruptura, induciendo disgregación.

Eso, a nuestra manera de ver, es lo que está sucediendo con el actual proyecto del Parque Bicentenario: lejos de colmar una ilusión colectiva, un anhelo ciudadano por recomponer las fracturas, se convierte en un tremendo desacierto. Ello sucede porque se arroga el derecho de desatender los sedimentos que laten en el lugar. Un proyecto que desconoce la sutileza y se impone de manera irrespetuosa, que se concibe como un hecho aislado que desconoce los valores del entorno, apropiándose de un área importante del Parque de la Independencia y con ese gesto, desoye a la ciudadanía y se irrespeta la historia y la tradición.

Es así como esa posibilidad de construir con lo público, e integrar ese importante sector de la ciudad, terminará convirtiéndose en un referente de «lo que nunca ha debido ser» porque, como diría Rogelio Salmona:

En arquitectura la libertad necesita coherencia, y en todo proyecto de creación y de recuperación del espacio público es imprescindible  poner en evidencia  elementos  autónomos que desde su autonomía, han de relacionarse unos con otros  para llegar a una espacialidad deseada.

Solo así un proyecto público terminaría siendo un aporte a la ciudad, aceptado por la comunidad y apropiado por ella.

 

María Elvira Madriñán

Presidente

Fundación Rogelio Salmona

 

 

 

 

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Lonchera, clóset y bicentenario

Agosto 29 – 2011

Había resuelto olvidarme del Parque de la Independencia y esperar los fallos de la justicia, pero me encontré un amigo con ganas de husmear en el tema, y dada su «confesión» de último momento, me pareció oportuno darle un último más de lo mismo, a modo de aclaración, dirigido a los no-arquitectos que se asoman a este portal y que ven con incredulidad cómo la mayoría de arquitectos pasa de agache por cuanto obstáculo público se les atraviesa.

Me preguntó este colega -que como buen arquitecto prefiere mantenerse anónimo- que si yo sabía por qué otro amigo común -también arquitecto, reconocido experto en patrimonio, prolífico escritor y también autoexiliado del mundo de la opinión- no había dicho una palabra en defensa del Parque de la Independencia. O contra el proyecto Parque del Bicentenario, que es lo mismo.

Tampoco lo hizo con Eldorado, le respondí, y seguí derecho. Sin temor a equivocarme, le aseguro que se debe al fenómeno conocido como patear la lonchera. O no patearla, que es en realidad de lo que se trata, pues nuestro colega recibe fondos públicos, o privados pero con mediación de alguna institución pública, y no se puede poner a cuestionar al Ministerio de Cultura, o al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, o a la Sociedad Colombiana de Arquitectos, o a cualquiera que pueda mediar para que le quiten estos preciados recursos.

A propósito -continué aprovechando la atención inesperada de mi colega- la SCA está obligada a vivir con una estopa en la boca y dejar que entre Camacol, los promotores inmobiliarios y las curadurías urbanas, hagan de la ciudad su propio mercado persa. Pues como lo hemos oído hasta el cansancio, cualquier murmullo que se le escape a la SCA que incomode al establecimiento, será utilizado en su contra para negarle un concurso.

¿Está seguro? me dijo con cara de monja. ¿No será que la SCA y nuestro abanderado del patrimonio no han dicho nada en defensa del Independencia, o contra el Bicentenario, porque el nuevo parque les parece, genuina y honestamente, lo que la ciudad se merece? Por qué asume -me reclamó esta vez con cara de cura- que a todo el mundo le tiene que parecer tan malo como a usted?

Después de un suspiro le respondí que no conozco al primero que haya respondido, verbalmente o por escrito, qué es lo bueno que tiene el Parque Bicentenario propuesto por Giancarlo Mazzanti. Mucho menos he oído o leído que alguien considere válida la necesidad de adueñarse de una parte del parque actual; y mucho menos he recibido un argumento que me explique por qué es legítimo talar más de cien árboles de un sitio que a pesar de la incompetencia de las autoridades nacionales y distritales para denominarlo oficialmente un «patrimonio», es, por sí mismo, un espacio de enorme valor patrimonial.

Pues a pesar de la ignorancia de la Ministra de Cultura, el estatus de patrimonio cultural le viene de la historia y no de una oficina ocupada del folclor y del patrimonio inmaterial que está de moda…pero me huele que usted también es de esos que opinan que a quienes nos ofende el proyecto Parque Bicentenario es por envidia y por hacerle daño al pobre arquitecto ¿O es que tiene alguna duda respecto a la equivocación histórico-cultural-patrimonial del planteamiento?

No, eso no es cierto, dijo. Estoy de acuerdo que al proyecto se le va la mano, pero prefiero pensar que se podría mejorar.

…eso también lo he dicho yo, me apresuré a responder. Pero mejorar, en el sentido de replantear por completo la propuesta, que es lo que se necesita, no se les ha pasado por la frente. Lo único que han hecho es darle vueltas a lo mismo para ganar tiempo, y de paso, ver si logran aprobar tardíamente el proyecto, con una exculpación acá y otra allá, pero esencialmente el mismo parque, más del doble de grande de lo necesario.

Dejemos claro, continué, -aprovechando que para este momento mi juez de turno ya tenía las dos cejas apretadas- que a quien se le va la mano en estos casos es al arquitecto que propone el proyecto, no al proyecto «en sí»; como tampoco son las instituciones «en sí» las que yerran, sino sus directivos. Se lo reitero a usted y a los aparentes amigos -no sé si del proyecto, del arquitecto o de los dos- a ver si alguno sale del closet: el proyecto propuesto, además de ilegal, es invasivo, irrespetuoso y arrogante. Esto es lo que he dicho y argumentado ya varias veces. Además, he afirmado que mientras el nuevo parque no invada el Parque Independencia y abandone su afán arboricida, limitándose a ocupar la cubierta del túnel de la 26, que ojalá sea una maravilla. Pues yo, no solo soy bogotano sino que paso por ahí por lo menos día de por medio, y lo último que esperaría es un nuevo espacio urbano por debajo de la excelencia.

Como lo vi arrugando la cara en busca de qué decir, aproveché para otra reiteración: por favor no se confunda con los disuasorios y eufemismos de rigor como la envidia y el ataque personal. O como dijo otro amigo común, Hugo Mondragón -que al menos salió del closet por un ratico- con la «imposibilidad» de criticar por falta de «información suficiente»…Considere más bien la anomalía, por decirlo caritativamente, de que a un año de haber presentado el proyecto, todavía no hay información al respecto !Ni licencia!

…bueno, mejor dejemos ahí, dijo mi incrédulo colega, levantando una ceja.

…veo que prefiere el closet, repiqué en un último esfuerzo por oír un argumento en favor del Parque Bicentenario.

No. También tengo problemas con la lonchera ¿Entiende? Además, me aconsejó cuidar mis palabras porque «se va a meter en problemas».

No hombre, tranquilo, le dije yo. Cuando uno «acusa» a alguien mediante un texto como éste y el implicado sabe que quien lo está «injuriando» no sabe de qué habla, simplemente produce un argumento, demuestra el error y se acabó la discusión. O como en esta ocasión, si el injuriador soy yo, la discusión se acaba después de pedir las disculpas del caso. En cambio, cuando el acusado tiene rabo de paja, amenaza por lo general con demandar por injuria y calumnia, a ver si uno se asusta.

 

Juan Luis Rodríguez

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El estilo como enemigo de la comunidad

 

El proyecto del recuperación de Parque de la Independencia parte de una muy buena idea: restablecer el espacio original que el parque ocupaba antes que la construcción de Avenida 26 le sustrajera parte de su extensión. El proyecto que Salmona dejó contemplaba la recuperación de este espacio por medio de la construcción una plataforma en concreto, cubierta casi absolutamente con una zona verde. Su idea siempre fue “ampliar” el Parque de la Independencia, aunque por motivos circunstanciales, las  autoridades hubieran decidido que se trataba de un segundo parque, el Parque Bicentenario.

 

Ante la muerte de Salmona, Juan Camilo Santamaría fue contratado para continuar el diseño. Cuando le dieron el contrato a Odinsa, éste desconoció el diseño de Santamaría y contrató a Giancarlo Mazzanti quien decidió cambiar el concepto para hacer un parque completamente diferente, empezando por duplicar el área de intervención, tomándose para ello el parque existente.

 

La forma del proyecto ha producido la reacción organizada de los vecinos del parque, el cual ostenta decreto de Bien de Interés Cultural del ámbito nacional, es decir la máxima que existe.

La comunidad se ha opuesto al proyecto porque “usurpa” una gran zona del parque actual para “imponer” un diseño que implica que se talen los árboles del parque para sobreponer unas jardineras y graderías, con las cuales se modifica por completo el ambiente del Quiosco de la Luz, único remanente de los edificios construidos en el parque para la celebración del Centenario. Además, porque se pierden zonas de prados y se multiplican las zonas duras.

 

Vale la pena hacer un análisis de los factores que están intervienen  para  encontrar una posible solución.

 

La morfología del proyecto es lo que en primera instancia genera reacción. Al analizar el procedimiento utilizado para proyectar se encuentra la causa; evito aquí calificar la estética del proyecto, para centrarme en las acciones.

 

Mazzanti utiliza en sus proyectos un estilema proveniente de las conocidas franjas programáticas que Rem Koolhaas utilizó en el concurso del Parque de la Villete en Paris en 1982. Este recurso formal, plano en Koolhaas, adquiere el carácter ondulante en la geometría de Enric Miralles, y ha sido adoptado con mayor o menor éxito por muchos arquitectos en todo el mundo. Mazzanti lo ha utilizado en varios proyectos: en los puentes de Transmilenio en Bogota, en los coliseos para los Juegos Panamericanos en Medellín,  en el concurso del Centro Cultural de España, en los refugios del Nevado del Ruiz, y ahora para el Parque Bicentenario.

Mazzanti hace arquitectura icónica, la cual opera básicamente por un procedimiento de  contraste sobre el entorno próximo, contraste que implica la mayoría de la veces imposición. Dentro de esta forma de operar, Mazzanti no parte de la morfología existente para generar un diseño que dialogue con ella, sencillamente por que no le interesa y porque no es su procedimiento proyectual. Lo que le interesa es la imposición de un estilema sobre el lugar, sin tener en consideración la vegetación ni la arquitectura existente. Para mayor gravedad, en un caso como el Parque de la Independencia, no solo se trata de un entorno  patrimonial sino de una memoria comunal de los ciudadanos. Eso no tiene importancia para él, porque lo importante para es dejar su impronta, su sello, su estilo. Sabe bien que  lo que vende es la arquitectura de autor, el que la gente disfrute del espacio es lo de menos, lo importante aquí es que se diga que “esto lo hizo Mazzanti¨.Como el diseño no se ajusta al parque, porque es cosa traída de su estilo, lo que pretende Mazanti, con arrogancia, es que el parque se ajuste a su diseño, y con este fin crea una zona de transición para poder acomodar su diseño, así termina apropiándose un buen porcentaje del parque, modificando el entorno del Quiosco de la Luz, talando árboles y sobreponiendo zonas duras al prado existente.

 

En el terreno de lo político, Mazzanti se ha otorgado a sí mismo el  titulo de arquitecto social, en razón a que ha diseñado equipamiento comunal para comunidades pobres, y también porque toma prestado de la charlatanería seudofilosófica del  termino “ecosocial” para calificar su arquitectura, Es así como en el caso especifico de Medellín, al  hablar de la “arquitectura ecosocial” que produce, alega que su arquitectura icónica insertada en vecindarios deprimidos, es factor primordial en la disminución de  la violencia en la ciudad, por el orgullo que despierta en la comunidad  la pertenencia de un ícono arquitectónico de su factura. El reclamo es falso, pero ha hecho carrera, sobre todo internacionalmente.

 

Lamentablemente la violencia en Medellín ha  aumentado vertiginosamente y relacionar la iconicidad de un edificio a la pacificación de una ciudad es de un infantilismo que da vergüenza. Sin embargo, en esta trampa publicitaria han caído redondas cientos de revistas de arquitectura. El crédito del interés social, el de construir bibliotecas y escuelas en lugares de pobreza extrema y violencia, hay que dárselo a los promotores de estos edificios, los alcaldes de Medellín y Bogota y no a los contratistas de diseño.

 

La realidad es que Mazzanti el arquitecto social, no existe, lo que existe es un arquitecto ganador de concursos, esta actividad es su “core business”  ya que más del 80% de su ejercicio profesional proviene de concursos.

 

Es importante entender aquí que los concursos en Colombia casi en su totalidad están centrados en el diseño de equipamiento comunal de clases desprotegidas y el diseño de edificios institucionales de carácter social, es decir, Mazzanti hace edificios con carácter social, porque eso es lo que se mueve en el mercado de los concursos. Nunca ha sido gestor de algún proyecto social, ni ha participado de forma activa con las comunidades en que sus diseños han sido implantados, como es el caso de Alejandro Aravena en Chile o como Simon Hosie en Colombia, quien organizó una comunidad bajo la modalidad ancestral indígena de la “minga” para construir una biblioteca en Guanacas, cuya estética tampoco me atrevo a calificar.

 

En el Parque de la Independencia, el verdadero Mazzanti se ha develado, esquivando el diálogo con la comunidad al declararse impedido para dialogar, alegando tener un acuerdo de confidencialidad, anomalía que no existe en la contratación pública.

 

Ha querido imponer su diseño sin tener ninguna receptividad por una comunidad, cuando tenía la oportunidad de mostrar lo que reclama como arquitecto social. La oportunidad, al menos hasta el momento, la ha desaprovechado.

 

Irónicamente, su descuido por entrar en contacto con la comunidad, ha hecho que esta se haya organizado en un colectivo que intenta proteger el Parque, que se llama “Habitando el Territorio” y que ha logrado  por lo menos que los vecinos se conozcan y construyan vínculos.

 

En el campo de lo ético, el Instituto de Desarrollo Urbano, que es el organismo de la ciudad de Bogotá que está a cargo de las obras públicas, ha desarrollado una modalidad de contratación que es una puerta abierta a la corrupción, la cual se conoce como “contrato de diseño y construcción”, en la cual el contratista ejecuta ambos, lo contrario a lo que se estila en el mundo civilizado, donde primero se elaboran unos diseños arquitectónicos y de ingeniería completos y luego salen a licitación publica, lo cual no da pié a que se altere el valor del contrato. Con esta modalidad del IDU, el contratista, al ser quien elabora el diseño, está capacitado para  ampliar el valor de su contrato, al ampliar los diseños. En este caso, esta es la modalidad vigente, y al contratista le conviene que el diseño del arquitecto sobrepase la zona de ampliación y se amplíe sobre el parque existente, y que también esta zona que Mazzanti ha calificado de “transición” no sea una simple área verde sino que tenga, como en este caso, áreas duras, materas en material de construcción, en fin, una intervención tan innecesaria como costosa, con la que el constructor aumenta el valor de su contrato y por ende, sus ganancias.

 

Aquí es donde la pregunta de lo ético irrumpe, ¿que tan válido actuar en contra del sentir de una comunidad cuyo malestar constituye el bienestar de un contratista?

Como Luz Helena Sánchez ha señalado: “implícito está el señalamiento a una forma de hacer política pública en la ciudad de Bogotá”, es esta la oportunidad para debatir sobre la contratación estatal y su relación de las comunidades que el diseño publico afecta.

 

Mazzanti, si quisiera, podría solucionar todo esto de una manera simple: hacer un nuevo diseño que parta del parque existente, no de su propio estilema, lo cual eliminaría la necesidad de la ”zona de amortiguación”; haciendo que el Quiosco de la Luz aparezca nuevamente, que no sea  necesario talar los árboles. Solo con estos le ahorraría a la ciudad los pesos extra que el constructor se quiere ganar con este diseño invasivo.

Queda así en manos de Mazzanti la posibilidad de un desenlace feliz y que se genere un precedente de interacción entre el diseñador y la comunidad en el campo del diseño urbano en Bogotá.

 

Guillermo Fischer

 

Articulo relacionado:  La madre de la corrupción-El Espectador

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«Todo el perímetro» ¿Alguna duda?

Mayo 31 – 2011

El decreto número 1905, del 2 de noviembre de 1995, declara el «Conjunto Residencial El Parque» como «Monumento Nacional».

Dicen los artículos 3 y 4:

ARTÍCULO 3. “Cualquier proyecto de intervención que afecte la volumetría, las fachadas y/o los espacios públicos del Conjunto de que trata el presente Decreto deberá contar con la autorización previa del Consejo de Monumentos Nacionales, según…”

ARTÍCULO 4. “Se delimita como área de influencia del Conjunto Residencial El Parque, todo el perímetro que comprende el Parque de la Independencia”.

Aunque la denominación Monumento Nacional cambió por la de Bien de Interés Cultural del ámbito Nacional, el decreto 1905 del 95 sigue vigente. Esto significa, en síntesis, que el Parque de la Independencia está siendo intervenido sin la debida autorización.

Mañana miércoles, primero de junio, a las 3 p.m, en el Planetario de Bogotá, está anunciada le presentación del proyecto «actualizado».

Tal vez, además de actualizarlo hayan logrado la autorización. Si lo lograron, probablemente no habrá nada que hacer y a los que nos parece que el proyecto en curso invade e irrespeta un patrimonio, tendremos que vivir con ello. La ley es la ley.

Por lo pronto, y así hayan logrado tramitar la autorización de manera extemporánea, el proyecto en construcción lleva más de un año indocumentado.

Juan Luis Rodríguez

Para ver el decreto, haga clic aqui: Decreto 1905 de 1995

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¿Algún interesado en hablar de arquitectura?

Mayo 29-2011

Le propuse a mi amigo Hugo Mondragón hablar del proyecto para el parque del Bicentenario y su respuesta es que no puede hablar de algo que no tiene planos completos y definitivos. De paso, aprovecha para pasarla de mesurado, objetivo y sobrio por cuenta mía: “Me parece que en este caso la ansiedad le ha jugado en contra a Juan Luís. Mi opinión es que para que la crítica sea efectiva -y eso quiere decir, para que logre incidir en la realidad- el crítico tiene que proceder cuidadosamente, lentamente y con menos prejuicios por delante.”

En toda su pretendida mesura, dice Hugo que así uno “se muera de ganas de dar un juicio sobre el proyecto, tengo que reconocer que el material disponible es claramente insuficiente”.

Puestos en esto, le recuerdo que debería tener la cautela de aclarar que si la información es insuficiente se debe a que los involucrados en el proyecto, empezando por el arquitecto, se han encargado de ello. Si algo está pasando y yo he tenido acceso a alguna información es porque los vecinos del parque se han movilizado, y a los empellones, han logrado que les den una que otra migaja informativa. Información llamada irresponsablemente “confidencial”.

Hace un mes, en respuesta a un Derecho de petición interpuesto por Adelaida Callejas, el IDU nos invitó «amablemente» a ver la información «actualizada», el miércoles 1 de junio, a las 3 pm, en el Planetario Distrital. Hoy domingo 29 de mayo, sin embargo, vía El Tiempo, nos dieron un anticipo. Se trata de un esquema general, en el cual el área invadida o «Franja de Gaza» se llama ahora «Zona de integración».

El esquema de hoy en en El Tiempo, «cortesía de Mazzanti arquitectos» tiene algunas cosas buenas.

– Aparecen árboles. Es decir, muestra una preocupación por haber propuesto talarlos.

– Ya no se pasa del camino curvo por el lado norte. Es decir, invade un poco menos.

– La tribuna del Quiosco de la Luz «parece» haber perdido altura (y arrogancia), con lo cual también se acepta que en ese punto hubo una respuesta a las «inquietudes» de los vecinos.

– La peatonal del costado sur también «parece» estar trabajada y mejorada.

En efecto, se ve que hay mejoras, como se ve también que hay una insistencia en mantener el planteamiento inicial de multiplicar al máximo el área de intervención que se requiere, camuflada como «Zona de integración». El miércoles en el Planetario veremos que otras novedades nos traen.

La Zona de invasión se llamará ahora Zona de integración. !Buen eufemismo!

La estrategia no es mala. Se trata de una carta de negociación con la que esperan apaciguar los reclamos.

Esta carta, sin embargo, no se puede aceptar porque no hay nada que negociar, como no había que negociar en la reciente polémica del Páramo de Santurbán. Bastó que quienes responden por la protección de ecosistemas hicieran su trabajo, y los «negociadores» se dieron cuenta que mejor se iban a buscar incautos a otra parte.

De vuelta a la invasión del Parque de la Independencia, equivaldría a decir: me metí a su casa, si tanto le molesta, pues le devuelevo un pedacito, y agradezca.

Es al revés. Lo que no quieren aceptar los involucrados en este proyecto es que para invadir el lote vecino, están confundiendo entre resolver un encargo e inventarse un encargo. Contratista, IDU, IDPC y arquitecto se están comportando como los dueños de un parque que no es de ellos. Se están metiendo en propiedad ajena. Si la tal zona de transición fuera parte del lote asignado para el nuevo parque, bienvenida. Pero no lo es.

Para no seguir botando tiempo y letra en un falso debate, lo que propongo ahora es otra cosa.

Qué Hugo continúe con sus elaboraciones sobre lo que la crítica debería ser y no ser, con todo y el estribillo de que lo que a mí me interesa es camorrear contra Giancarlo Mazzanti.

Yo, por otro lado, me ocuparé de lo que me interesa que es tratar de evitar que se ejecute el proyecto camorrero de Mazzanti para el Parque del Bicentenario. Proyecto que dadas las circunstancias, seguiré interpretando a partir de la información disponible.

A alguien del público diferente a Hugo, lo invito a mostrarnos las eventuales virtudes arquitectónicas del nuevo parque.

Y a los responsables del proyecto los invito a ocuparse del parque que se necesita, es decir del parque sobre el túnel de la 26. El resto déjenlo quieto, que así está bien.

Es un patrimonio que se debe respetar. No está sujeto a transacciones.

Desocupen, no más, tranquila y pacíficamente.

Juan Luis Rodríguez

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Y la Crítica… ¿para qué?

A mi me interesa la dimensión operativa de la crítica, es decir, me interesa la crítica como instrumento para transformar la realidad. NO me interesa la crítica como una suerte de «valor agregado» para posar socialmente de bastión de la ética social -y por què no, para hacer más agradable y acalorada una conversación, regada con vino o con cerveza, explicándole a otros cómo se puede convertir uno en una piedra en el zapato de «los poderosos» y recibir palmaditas de aprobación en la espalda por eso.

El problema es que en eso se convierte la crítica cuando no está sólidamente construída y claramente orientada.

Que la ciudad la construyen los especuladores inmobiliarios; que tenemos algunos funcionarios pùblicos inescrupulosos; que los árboles no le importan a casi nadie; que los espacios públicos son invadidos una y otra vez; que moverse a través de la ciudad es un infierno; que tenemos una malla vial de quinta categoría; que las normas urbanas son sistemàticamente burladas; que ante el vil metal los especuladores podrían vender hasta a sus propias madres y porque no, demoler «a la mala» cualquier edificio patrimonial…

¿Cuántas veces hemos leìdo y oìdo esta canciòn?
Yo les pregunto:
¿Ustedes creen sinceramente que esta discusión, en el tono en que se está desarrollando le va a quitar el sueño a un funcionario corrupto, a un especulador abusivo, a un invasor del espacio público, etc?
Yo por mi parte soy bastante esceptico.
De partida porque como lo confirma Luz Helena Sanchez, lo que se lee es una «… camorra con el señor Mazzanti», y esto es lo que menos importa.

Refraseo mi preocupación con el argumento crítico que nos propuso Juan Luís: Dice más de lo que se puede decir con el material que tiene a su disposición o que pone a disposición de sus lectores.

Me parece que en este caso la ansiedad le ha jugado en contra a Juan Luís. Mi opinión es que para que la crítica sea efectiva -y eso quiere decir, para que logre incidir en la realidad- el crítico tiene que proceder cuidadosamente, lentamente y con menos prejuicios por delante.

Primero se debió haber mostrado la opacidad con la que se estaban haciendo las cosas y exigir mayor transparencia. Si esa transparencia no aparece, el crítico tendrá que seguir insistiendo sobre su necesidad y sobre lo dañino de la opacidad para las sociedades democráticas. Y si a lo largo del proceso la transparencia nunca llega, la crítica sólo podría desarrollarse en torno a los múltiples vicios y perjuicios que conlleva la opacidad de los proyectos de interés público y en cambio sobre la necesidad y las virtudes de la transparencia.

Esto no es poco y hay que hacerlo.

Pero si se logra un poco de transparencia y aparecen documentos, la crítica puede hacer otro movimiento. El crítico no puede dejarse llevar por ese «canto de sirena» que dice: «todos sabemos…» o «para nadie es un secreto que…» este tipo de argumentación NO debe existir en el ejercicio del crítico.

En otra palabras, sospechar que hay un negociado no es suficiente. Y escribir sobre esta sospecha sólo servirá para posar socialmente. Si se quiere incidir en la realidad hay que demostrarlo.

¿Difícil?
Si, pero indispensable.

Otro ejemplo
Juan Luís me emplaza a que me pronuncie sobre el proyecto de Mazzanti para el Parque. Pero: ¿Cómo podría yo hacer una crítica arquitectónica responsable a partir de un único plano de cuál desconozco todo? ¿Es la primera versión? ¿es una versión intermedia? ¿es una versión definitiva?

A esto me refiero con proceder lenta y cuidadosamente. Aunque como crítico uno se muera de ganas de dar un juicio sobre el proyecto, tengo que reconocer que el material disponible es claramente insuficiente.

Ante esta imposibilidad habría que preguntarse:
¿Porqué no hay más información sobre el proyecto y quién es el responsable de entregarla (u ocultarla)? El IDU?, IDPC?, CONFASE?, el arquitecto? Saber esto es fundamental para no equivocarnos cuando apuntemos con nuestro dedo.

¿Hay efectivamente un acuerdo de confidencialidad entre las partes? Y si la legislación colombiana no permite este tipo de acuerdos (¿estamos seguros que no lo permite?) ¿Por qué Mazzanti aparentemente habría asegurado que firmó uno?, ¿Acaso forzaron al arquitecto a firmar un acuerdo que es claramente irregular?
De nuevo, a esto me refiero con proceder lenta y cuidadosamente.

Finalmente, me parece que en todo este asunto los problemas de la disciplina son por el momento claramente secundarios. Insisto en que por lo pronto es más necesario iniciar un debate  sobre la legislación que rige la contratación de los proyectos públicos en Colombia, y escuchar lo que tienen que decir al respecto, por ejemplo, las silenciosas directivas de la Sociedad Colombiana de Arquitectos.
No estoy ni a favor ni en contra del diseño de parque del arquitecto Mazzanti. Si creo que con la información aparentemente disponible no se puede construir un juicio arquitectónico responsable.

En cambio creo que el caso puede servir de excusa para exigir mayor transparencia de los procesos de contratación de los trabajos urbanos que son de interés para los habitantes de las ciudades colombianas. Puede servir de excusa para exigir una posición al respecto de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y de las Escuelas de Arquitectura, Puede servir para escuchar lo que tienen que decir el Ministro de Obras Públicas, el director del IDU o del IDPC, y finalmente pero no menos importante, para que los consumidores puedan saber cuáles son los empresarios inmobiliarios que tienen una posición socialmente responsable frente a la construcción de las ciudades colombianas.
Hugo Mondragón L.

Apendice sobre la racionalidad.
Me parece que es necesario mantener la discusión dentro de los límites de la racionalidad.
En medio del debate me llegó hace un par de días un correo en el que se acusaba al señor Mazzanti de haber recibido el proyecto del parque «a dedo». Paso seguido en ese mismo correo se decía que Mazzanti no había respetado el diseño propuesto para el parque por el maestro Rogelio Salmona.

Yo me pregunto:
¿Acaso Salmona se adjudicó el diseño del parque a través de un concurso?

Datos concretos:
1. Si hay un arquitecto en Colombia que ha hecho su carrera a partir de ganarse concursos de arquitectura, ese ha sido Giancarlo Mazzanti.
2. Es un hecho conocido que Rogelio Salmona recibió a lo largo de su carrera muchos encargos públicos adjudicados «a dedo».
Otro ejemplo:

Alejandro Alvarez me acusa en su comentario de querer desviar la atención al sostener que las Palmas de Cera son también peligrosas. Alejandro, si lee bien, yo nunca hablé de Palmas de Cera, pero lo más importante, el argumento sobre la peligrosidad de los árboles no es mio sino de Juan Luís Rodríguez -a quien usted «agradece inmensamente»-  quien en su artículo afirmó: «una especie de lamento nostálgico, abandonado en medio de un frío ambiente boscoso, saturado de árboles viejos, muchos a punto de caerse y cobrar la vida de algún niño o niña bogotanos».

Yo digo:
Menos pasión y más cerebro!

Hugo Mondragón

Tomado de esferapublica

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