Abril 7 de 2013
“El Gobierno valenciano responsabiliza al arquitecto Santiago Calatrava y a la empresa constructora de los defectos registrados en la fachada del edificio del Palau de les Arts en Valencia. Esta es la conclusión del informe técnico encargado por el Consell, que esta misma semana se completará con un informe jurídico antes de emprender las acciones necesarias para reparar los desperfectos en el trencadís de azulejo blanco que recubre la gran fachada del teatro de la ópera.” (El País, Madrid, 22/03/ 2013 – 21:06 CET). Aunque el informe técnico “no dice que la culpa sea del arquitecto exclusivamente, sino de todos los sujetos intervinientes en el proceso constructivo” lo cierto es que el Gobierno confía en obtener “una respuesta favorable por parte de la empresa constructora y de los técnicos que intervienen en el proceso de dirección de las obras y de redacción del proyecto [y] si no se logra un acuerdo amistoso para que los responsables realicen las reparaciones adecuadas, el Consell recurrirá a los tribunales.”
Es otra mas de las demandas que persiguen a Calatrava, pero lo que nos debería de interesar en Colombia es el hecho de que al contrario de la arquitectura premoderna, en la que las formas resultaban de solucionar problemas de emplazamiento, función, construcción y, por supuesto, las formas mismas, la “arquitectura” de las últimas décadas aquí copia formas de moda recurrentes en la arquitectura espectáculo, ya muy criticada en Europa, que generan problemas al ignorar nuestras diferentes circunstancias de climas, paisajes y tradiciones. Y que son las que lamentablemente hipnotizan a nuestros estudiantes de la mano de las revistas internacionales de moda arquitectónica, que no de arquitectura, y las que aquí las imitan. Llegando al extremo de que algunas se subtitulan: Moda, Decoración y Arquitectura. A este extremo hemos llegado, al punto de que premiamos, aplaudimos y publicamos obras que por lo contrario se deberían criticar…y demandar. Porque una cosa es incurrir en errores y otra muy distinta hacer de los errores una estética pérfida, pues mientras la moda pasa, es su esencia, los edificios quedan dañando las ciudades en las que vivimos.
El caso mas notorio, por su importancia, consecuencia y trascendencia, es sin duda el oprobio que se insiste en construir el la Calle 26 de Bogotá, entre el Museo de Arte Moderno y el Parque de la Independencia y las Torres de Salmona y la sede, nada menos, que de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, capítulo de Bogotá y Cundinamarca. Nada ha valido aun pese a la decidida oposición organizada de los vecinos y a la critica pública de no pocos arquitectos no solo de la Capital sino de otras partes del país, preocupados por que ese adefesio haga metástasis en otras ciudades como ya ocurrió en Cali. Incluyendo además edificios que ni siquiera son hechos por arquitectos: son firmados por otros, o firmados por estudiantes recién graduados que trabajan para otros que prefieren ocultar la mano, sin que el Consejo Profesional de Arquitectura se haga cargo de la evidente falta de ética profesional. Ni, peor aun, sin que el gremio tome cartas en el asunto. ¿Cuándo enteremos que en el ejercicio de la profesión es mas importante la ética que la estética? Y que aquella está determinada no apenas por la moral sino también por la Ley.
Benjamin Barney Caldas