A propósito del artículo «¿Medellín o Disneylandia?« de Juan Luis Rodríguez publicado en este portal, me gustaría hacer una serie de anotaciones que amplíen el espectro de la discusión de transformación de ciudad que nos viene ocupando en los últimos años debido al boom de intervenciones urbanas representativas dentro de la misma.
Si bien es cierto que en el artículo se recopila una apreciable cantidad de opiniones sobre el fenómeno de la supuesta transformación social en Medellín a través de las múltiples intervenciones urbano-arquitectónicas, la reflexión principal de que no son los edificios como tales los agentes reductores de violencia queda un poco difusa y entre líneas, y bien merece la pena ampliar más esta discusión, porque el cacareado discurso político-mediático – que pone en el curubito a la arquitectura como la gran salvadora y mayor contribuyente a la reducción de los índices de violencia en la ciudad – de tanto repetirse, ha ido haciendo carrera y calando con rápida efectividad en la memoria colectiva de todos los actores de la ciudad, al punto en que se ha ido asumiendo como una certeza sin discusión.
Para nadie es un secreto que las cifras de violencia en Medellín son aun dramáticas. Basta solo echar un vistazo a los informes de medicina legal de los años 2009 y 2010 para constatar una realidad que no queremos ver y que hemos venido orgullosamente vistiendo con el traje del progreso de la infraestructura en nuestras calles, como si no nos estuviésemos matando en ellas mismas.
Sin entrar a sesgar ni polarizar esta discusión, sobra decir que las intervenciones urbanas en sectores socialmente violentos, además de ser un derecho ciudadano, son también una gran contribución como capital semilla para que nuevas generaciones crezcan ahora con alternativas diferentes a la violencia. El error está en que consideremos tácitamente dichos edificios, parques u estaciones de metro cable como grandes transformadores sociales en sí mismos, cuando son simplemente una pieza de todo el engranaje – como cuando los arquitectos del CIAM1 de 1933 redactaron La Carta de Atenas aun creyendo que la ausencia de luz en los edificios generaba enfermedades o que determinada distribución espacial propiciaba la promiscuidad –; o lo que es peor, que nuestro gremio ande pavoneándose con este discurso social, cuando lo que realmente nos ocupa en nuestros despachos es la mera solución técnica y espacial de un programa funcional predeterminado, pero eso sí, esperando siempre que dicho ejercicio tenga la suficiente capacidad mediática de figurar y catapultar así los despachos como grandes figuras de la arquitectura.
Un edificio, por muy bien resuelto que se haga, no garantiza una solución definitiva a la profunda problemática social, pero si contribuye a que la ciudadanía vuelque tanto la mirada como nuevas actuaciones sobre lo que antes era solo visible en las páginas judiciales de los periódicos. Y he ahí su verdadero valor agregado como nuevo jugador de ciudad, eso sí, sin profundizar en las bondades o defectos que son solo inherentes a la problemática arquitectónica.
La discusión va por dos vertientes que no están contribuyendo a la mejora sustancial de los nuevos desarrollos de ciudad, y por el contrario, si se detienen en la vaguedad de opiniones que no llevan más que a conclusiones y críticas superficiales.
Una de estas vertientes es la de ir por todos los medios y auditorios enarbolando la bandera de lo social y del «edificio pacificador» con el único objetivo real de figurar más que de resolver bien los proyectos – propaganda política –. No se puede negar que la capacidad de autogenerarse trabajo además de imprescindible, sea también una condición natural de nuestro gremio, pero el precio que se está pagando por ello es bastante alto, pues hoy vemos edificios como algunas de los renombrados Parques Biblioteca, que con apenas cinco años de funcionamiento, ya presentan altos niveles de deterioro por física ausencia de buenas soluciones técnicas y sostenibles que fueron pasadas por alto desde sus inicios. Pero la búsqueda proyectual hoy en día – una vez ya se ha cautivado al cliente – está más inclinada a resolver edificios rápidamente y que tengan cierta estética vendedora basada en parámetros estilísticos previamente acordados y que garanticen la publicación en revista, o mejor aun, que adquieran el remoquete de proyecto «digno de Bienal».
La otra vertiente, es la de gastar el espacio del aula, el de las siempre importantes conversaciones de pasillo y el de algunos otros más informales, en discutir sobre la conveniencia de tal o cual solución plástica, estética y volumétrica a una determinada clase social, e incluso llevarlo al espacio de la crítica – como escuché en un par de tertulias durante el marco de la última Bienal Iberoamericana en Medellín luego de la ponencia de Proyectos Estratégicos para la misma – cuando ni el mismo ciudadano de a pie está comprendiendo de que se le está hablando ,y muy por el contrario, si se siente muy orgulloso de el nuevo edificio en su sector. Era notable, que la preocupación de muchos de los arquitectos estaba centrada en si el edificio era «bonito» o «feo» y si ello era digno de haber sido implementado en sectores deprimidos de la ciudad. Cuando la verdadera discusión de fondo, para ambos casos, debería estar centrada en que comprendamos que lo verdaderamente pacificador es la inclusión de inversiones del recurso público en sectores que siempre estuvieron carentes de ellos, aun sabiendo que ello es un derecho social. Y así mismo, entender que antes de que un proyecto de arquitectura se dé como una realidad, hay un arduo trabajo previo que está determinando el programa, el tipo de actuación, consiguiendo recursos y trabajando con las comunidades para sensibilizar el proceso de la intervención.
Nuestra labor necesita más concentración en resolver edificios eficientes, y que garanticen su sostenibilidad en tiempo más que satisfacer nuestras vanidades proyectuales, sin que esto signifique el sacrificio de soluciones y búsquedas plásticas particulares. Y tener absoluta conciencia de la buena implementación del recurso público, porque al final, bien sea por concurso público o por encargo particular, los edificios serán una realidad independiente de quien sea la firma que los piense.
1. CIAM: Congreso Internacional de Arquitectura Moderna.
Luis Roberto Durán D.