No hay muerto malo ni novia fea
Refrán popular
Es muy mal visto en nuestra cultura hablar mal del difunto o de la belleza de la novia. También es políticamente incorrecto denigrar de un personaje prestigioso o de su obra, especialmente si está muerto. Pero a veces toca…
Cuando el arquitecto suizo Le Corbusier visitó por primera vez Bogotá en 1947 ya era conocido mundialmente. Por eso, cuando a raíz del “bogotazo” del 9 de abril de 1948 el centro de la capital quedó semi destruido, las autoridades se acordaron del señor de corbatín, gafas redondas con montura gruesa y negra y vestido del mismo color, y lo contrataron para que diseñara un Plan Director que los urbanistas Josep Lluís Sert y Paul Lester Wiener convertirían en el Plan Regulador de Bogotá.
Entonces Corbu –como le decían quienes le tenían algo de confianza y mucho de envidia– empacó en una maleta de cuero, junto con su corbatín y su vestido negro, las teorías del momento sobre la arquitectura y la ciudad y viajó a Bogotá. Al llegar desempacó sus ideas sobre la Ciudad Radiante y los postulados del CIAM –Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna– y, todavía frescos, los puso sobre el papel y los aplicó ante la mirada respetuosa y complaciente de los arquitectos locales.
Su propuesta fue arrasar con las viviendas actuales y remplazarlas por cajetillas de cigarrillos de 15 o más pisos alineadas en riguroso orden militar, y separar funciones como lo exigía el CIAM: habitar, trabajar, cultivar el cuerpo y el espíritu, y circular. Desaparecía la calle –espacio público por excelencia– con su mezcla de funciones y actividad permanente, y –como lo demostraría posteriormente Jane Jacobs– generadora de relaciones humanas. La plaza, reconocido sitio de encuentro y socialización, rodeada de cafés que se rebelan y se salen del local para recibir al transeúnte que quiere ver y que lo vean, sería remplazada por desoladas extensiones de prado separadas por vías que aíslan una actividad de otra. La vivienda en altura se proponía en términos de salud y no como generadora de relaciones sociales.
El Centro Cívico propuesto implicaba demoler gran parte del centro actual, para hacer –al occidente de la Plaza de Bolívar– una explanada de 600 metros de larga y 200 de ancho –donde cabrían 12 plazas de Bolívar–, posiblemente un rezago de las ideas fascistas que le atribuyeron durante la guerra. Alrededor se ubicarían los edificios gubernamentales.
Hace medio siglo murió Le Corbusier, oportunidad que ha sido aprovechada para hacerle numerosos homenajes, elogiosos artículos y comentarios agradecidos ensalzando al Maestro. Lo que nadie se ha atrevido a decir es que la pobreza y la falta de voluntad política no permitieron desarrollar el ambicioso plan, y nos salvaron de una verdadera catástrofe que nos habría convertido en el ejemplo de la no-ciudad, producto de una planeación tan utópica como absurda.
Yo sé que es políticamente incorrecto denigrar de un personaje prestigioso o de su obra, especialmente si está muerto. Pero a veces toca…
* Imagen de Le Corbusier en Bogotá. Fondation Le Corbusier © FLC-ADAGP