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John Berger

Le Corbusier

Texto de John Berger (1965) [1]

Era día de mercado en la ciudad vecina, cuando leí los titulares anunciando la muerte de Le Corbusier. En esa ciudad francesa, polvorienta, provinciana y completamente comercial (fruit and vegetables), no había ningún edificio que señalase la influencia de su obra, pero me parecía que la ciudad era consciente de su muerte. Quizás sólo porque, para mí, esa ciudad era la extensión de mi propio corazón. Pero los impulsos de mi corazón podían no estar solos; había los de otra gente, leyendo el periódico local en la mesa del café, quienes, con la ayuda de Le Corbusier, también habían entrevisto el ideal de una ciudad construida a la medida del hombre.

Le Corbusier ha muerto. Una buena muerte, dijeron mis acompañantes, un buen modo de morir: tranquilamente, en el mar, mientras nadaba, a la edad de setenta y ocho años. Su muerte parece reducir las posibilidades al alcance incluso de la ciudad más pequeña. Mientras vivió, siempre parecía haber una esperanza para que cualquier ciudad pudiera ser transformada a mejor. Paradójicamente, esa esperanza surgía de su máxima improbabilidad. Le Corbusier, que fue el arquitecto más práctico, democrático y visionario de nuestro tiempo, había tenido escasas oportunidades de construir en Europa. Los pocos edificios que puso en pie fueron todos ellos prototipos de series que nunca serían construidas. Él fue la alternativa para toda la arquitectura que hay a nuestro alrededor. La alternativa sigue, claro está. Pero parece menos apremiante. Su insistencia ha muerto.

Hicimos tres viajes para entregarle nuestro propio último respeto. Primero fuimos a mirar otra vez la Unité d’Habitation en Marsella. ¿Cómo se conserva?, preguntaron. Se conserva como un buen ejemplo que no ha sido seguido. Pero los niños siguen bañándose en la piscina de su cubierta, a seguro, a su aire, entre el panorama del mar y el de las montañas, en un ambiente que, hasta este siglo, sólo pudo llegar a ser imaginado como fondo extravagante para querubines en los techos pintados barrocos. Los grandes ascensores para coches de bebé y bicicletas suben ligeros. Las verduras en la calle comercial del tercer piso son tan baratas como las de la ciudad.

De todo el edificio, lo más importante es tan simple que puede fácilmente darse por supuesto –y ese era el propósito de Le Corbusier–. Si lo deseas, puedes condescender hasta este edificio que, pese a su tamaño y originalidad, no sugiere nada que sea mayor que uno mismo –ninguna gloria, ningún prestigio, ninguna demagogia, ninguna propiedad, moralidad–. No ofrece excusas para vivir de modo tal que seamos menos que nosotros mismos. Y esto, aunque empiece siendo una cuestión de espíritu, sólo era posible en la práctica como una cuestión de proporción.

Al día siguiente fuimos a la abadía cisterciense de Le Thoronet, del siglo XI. Yo tenía la idea de que Le Corbusier había escrito sobre ella, y cualquiera que quiera realmente entender su teoría del funcionalismo –una teoría que ha sido mal entendida y peor deformada– sin duda debe visitarla. El contenido de la abadía, por opuesta que sea en su forma o en los fines inmediatos para los que fue proyectada, es muy similar al de la Unité d’Habitation. Es muy difícil, de hecho, advertir los nueve siglos que las separan.

No sé cómo describir, sin recurrir al dibujo, la compleja simplicidad de la abadía. Es como el cuerpo humano. Durante la Revolución Francesa fue saqueada, y nunca ha sido vuelta a equipar: su desnudez no es más que una conclusión lógica de la regla cisterciense, que condena la decoración. Había niños jugando en el claustro, como en la piscina de la cubierta, y corriendo a lo largo de la nave. No quedaban nunca empequeñecidos por la estructura. Los edificios de la abadía son funcionales porque su propósito era proporcionar los medios, en vez de sugerir los fines. Los fines dependen de quienes los habiten. Los contenidos les permiten comprender por sí mismos, y así descubrir sus propios objetivos. Esto les parece tan verdad a los niños de hoy como a los monjes de entonces. Una arquitectura así sólo ofrece tranquilidad y proporción humana. En lo que a mí respecta, encuentro en su discreción todo lo que puedo reconocer como espiritual. El poder del funcionalismo no reside en su utilidad sino en su ejemplo moral: un ejemplo de veracidad, el rechazo a la exhortación.

Nuestra tercera visita fue a la cala donde murió. Si se sigue un sendero entre matorrales a lo largo de la vía férrea, al este de la estación de Roquebrune, llegas a un café y hotel construido de madera y techo ondulado. En muchos aspectos es una barraca, como cientos de otros edificios a lo largo de las playas de la Côte d’Azur –un cruce entre casa de botes y escenario de pacotilla–. Pero este fue construido de acuerdo con los consejos de Le Corbusier, porque el patrón era viejo amigo. Algunas de las proporciones y el esquema de colores son manifiestamente suyos. Y en el muro de madera del exterior, frente al mar, pintó su emblema del hombre de seis pies de alto, que hace de módulo y mide toda su arquitectura. Nos sentamos en la terraza, de suelo de tablas de madera, y tomamos café. Mirando al mar, abajo, me pareció por un momento que las olas, apenas visibles, que semejaban temblores rizados, eran el último signo del cuerpo que se había hundido ahí, una semana antes. Me pareció por un momento como si el mar pudiera darle mejor reconocimiento que la arquitectura de diques y rompeolas. Una patética ilusión.

Al otro lado del mar se puede ver Monte Carlo. Si la luz es difusa, la silueta de las montañas llegando hasta el mar puede parecer como de Claude Lorrain. Si la luz es fuerte, se ve el comercio de la arquitectura en esas montañas. Particularmente visible es un hotel de cuatro estrellas, construido al borde mismo de un acantilado. Vulgar y estridente como es, nunca hubiera podido construirse sin el ejemplo inicial de Le Corbusier. Y lo mismo se aplica a un despliegue de otros edificios a lo largo de la costa. Todos ellos exhortan a la riqueza.

Entonces advertí, cerca del hombre modular, la huella de una mano. Una huella voluntaria, que formaba parte de la decoración. Estaba a pocos pies de un anuncio de Coca-Cola: a varios cientos de pies sobre el mar, y se enfrentaba a los edificios que exhortaban a la riqueza. Probablemente era la mano de Le Corbusier. Pero podría ser para su monumento, si fuera la mano de cualquiera.

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[1] John Berger, “Le Corbusier”, Selected Essays, editado por Geoff Dyer, Londres, 2001, p. 178.

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10 francos suizos

¿Cuánto vale Le Corbusier?

Creí que me había partido el peroné, pero no.

Creí que el tema de Le Corbusier ya estaba agotado, pero no. Faltaba avaluarlo.

El valor de un arquitecto está en su obra, y quien no construyó, no es arquitecto. Pero hay quienes se interesan más en el personaje que en su legado edificado, y quieren saber cuánto dinero vale –como cualquier futbolista– o qué posición ocupa en el ranking –como cualquier tenista–. ¿Cuánto vale entonces Le Corbusier?

El valor de un personaje depende de cuatro factores:

  • Quién lo avalúa.
  • Sobre qué disciplina lo avalúa.
  • La información que se tiene sobre la persona y la disciplina.
  • Contra quiénes se compara.

Comencemos con sus coterráneos. Ellos le hicieron un bonito homenaje al poner su cara en los billetes de diez francos suizos. Es decir que le dieron el valor de todos los billetes de esa denominación.

Lo que pasó en Torre de Babel dista mucho de lo que sucedió en Suiza. Una opinión sobre el Plan Director para Bogotá derivó en una valoración no pedida sobre L.C. como urbanista. Se recibieron conceptos desde tímidos hasta fanáticos, en contra y a favor, que nos han dejado hasta ahora tres lecciones aprendidas:

  • Si se busca generar discusión sobre un tema, hay que ser radical.
  • No discutir con los que saben, y
  • De todas maneras cuando toca… toca aunque nos regañen.

Aplicando los criterios de evaluación ya comentados, con base en la información que tengo y comparándolo con sus pares contemporáneos, yo evaluaría a L.C. como uno de los cinco arquitectos más influyentes del siglo XX.

Esta opinión parece coincidir con la de Francia, su país de adopción, que al no poder estar ausente de los homenajes –con motivo de los cincuenta años de su muerte– que inundaron el mundo de la arquitectura, organizó en el Centro Cultural Georges Pompidou la exposición “Le Corbusier, medidas del hombre”, la primera sobre este tema según sus organizadores. La muestra incluyó sus proyectos de viviendas unifamiliares y unidades de habitación (Marsella y Berlín), Ronchamp, el pabellón Philips en Bruselas, Chandigarh, su cabaña de 15 metros cuadrados, sus muebles, sus pinturas y lógicamente su propuesta de escala humana, el Modulor.

expo Pompidou

De acuerdo con la lección aprendida número dos, dejo en manos de los expertos establecer el valor de L.C. como pintor y diseñador de muebles. Pero con relación al Modulor, no me queda más remedio que aplicar la lección aprendida número tres y, cuando toca… toca. Yo creo que el Maestro se equivocó dos veces con esta propuesta: la primera al pensar que se puede establecer una escala de medidas universal que se pueda aplicar desde los pigmeos y los bosquimanos hasta los Watusi y los Pombo; y la segunda al estimar en 1.83 metros la medida promedio de un ser humano (hombre y mujer), altura que solamente la alcanzan Frankenstein, los jugadores de baloncesto de la NBA y unos cuantos suecos.

Modulor

Básicamente lo más representativo de la obra de L.C. está presente en los proyectos aparecidos en la muestra. Es el trabajo de un gran arquitecto que, como parece indicarlo la última foto de la exposición, no tiene nada que ocultar. Pero que se puede equivocar…

LC desnudo

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Del buldócer y otros mal-entendidos con el Centro Cívico para Bogotá

Al reclamar el uso inapropiado de las ideas de Le Corbusier, pregunta José Miguel Mantilla que si “¿Acaso no es una aberración que para determinar el fracaso de un proyecto se presenten como evidencia únicamente los traspiés de los primeros ensayos?”. Por supuesto que es injusto juzgar a alguien por sus ideas en borrador, cuando las finales están a disposición. No obstante, tratándose del Plan Piloto para Bogotá, es igualmente injusto atribuirle a Le Corbusier ideas que no tuvo, como que el Centro Cívico es un teselado regular de pequeñas ciudades tradicionales.

El Plan Piloto de Le Corbusier para Bogotá nada tiene de “pequeña ciudad tradicional”; ni en los sectores de vivienda ni el sector del Centro Cívico. Es positivo que el Plan partiera de consideraciones relacionadas con la estructura hidrológica y los cerros de la Sabana, y que incorporara el Capitolio, la Catedral y la iglesia de Santa Clara a la nueva plaza de Bolívar. También habrían sido hechos positivos la nueva carrera séptima, las 5Vs, las zonas verdes abiertas y las manzanas y edificios arqueológicos. Con este Plan seguramente nos hubiera ido mejor que con el urbanismo tipo avestruz que nos rige desde entonces y del cual surgió la necesidad de un Plan y su puesta en práctica, además, nos hubiera liberado del arribismo de los rascacielos neoyorkinos que Le Corbusier tanto detestaba. Pero que el Centro Cívico del Plan Piloto carece de un “teselado regular” relacionado con “la pequeña ciudad tradicional” y que el plan general para Bogotá parte de la idea de la tábula semirasa, no requiere grandes análisis. Está a la vista sobre los planos, como un caso más a través del cual Le Corbusier vio la oportunidad para reemplazar lo que representaba un pasado pintoresco pero disfuncional –sucio, incómodo, oscuro, congestionado e insalubre– para dar paso a lo que hoy llamamos una utopía.

Si nos atenemos al Plan Piloto, también este es un borrador y también sería falaz juzgarlo como proyecto final. Se suponía que José L. Sert y Paul L. Wiener, a través de su firma Town Planning Associates (TPA), desarrollarían el Plan Directeur, o Plan Piloto, para convertirlo en Plan Regulateur, o Plan Regulador. El Piloto daría unos lineamientos y el Regulador les daría viabilidad; ese era el contrato. El producto de TPA, en cambio, fue un nuevo proyecto que reclamaba responder a dos grandes objeciones: una, la de los promotores respecto a las áreas de expansión, y otra, la de los gobernantes respecto a la dificultad de comprar los predios necesarios para convertir la vieja Bogotá en el Centro Cívico de la nueva Bogotá.

Plan Piloto Bogotá

Al revisar la correspondencia entre Le Corbusier y TPA, el cambio del Plan Piloto al Plan Regulador resulta un fracaso anunciado. El ir y venir de cartas entre Nueva York y París muestra que antes de la entrega, TPA intentó persuadir a Le Corbusier para “no dibujar” los edificios para vivienda del Centro Cívico, sugiriendo que se limitara a indicar los usos. Muestra también el interés de Le Corbusier por hacerse cargo del Centro Cívico y esperaba que TPA se encargara de apalancar el contrato. Como se sabe, las cosas no salieron bien y lo que debió ser un paso inicial tenemos que verlo por lo que quedó, como un proyecto de diseño urbano con dos niveles de desarrollo: uno para las áreas a incorporar con un bajo compromiso formal y otro para el área a reemplazar con un alto compromiso formal.

En el Centro Cívico hay un claro dominio visual por parte de tres tipos de «barra»: unas tipo unidad de habitación (Unité d´habitation); otras tipo edificio en rediente (á redent), quebradas, en ángulo recto y también para vivienda ; y otras de mayor altura, también aisladas, para los edificios gubernamentales de la Plaza de Bolívar. Estos tres tipos de edificio son tan esenciales para la propuesta espacial del nuevo centro, que Le Corbusier no podía sino desatender el llamado a «no dibujar» los edificios. Tenía la oportunidad de aplicar su síntesis urbanístico-arquitectónica de los últimos treinta años, y eso hizo, a través de los tipos de edificio mediante los cuales había encontrado cómo superar la manzana tradicional y el espacio urbano que consideraba inapropiado para los nuevos tiempos: la calle corredor.

Es probable que Le Corbusier no prestara atención a sus consultores porque esperaba que estos lo respaldaran en su intención de realizar el Centro Cívico. También es probable que Wiener y Sert se hayan sentido presionados por las circunstancias y ello los llevara a abandonar su compromiso. El hecho es que el Plan Regulador no fue un desarrollo del Plan Piloto y que, más allá del “ajuste a las circunstancias locales” reclamado por TPA, la sustitución tipológica de unidades de habitación (Unités) y viviendas en rediente por manzanas de patio y unidades vecinales (Neighborhood Units) es una operación que sustituye unos tipos arquitectónicos por otros de signo contrario. Unos y otros –barras y manzana-patio– son edificios tan opuestos que el plan de TPA constituye un puntillazo ante el cual es de suponer que Le Corbusier sintió una gran decepción y una profunda rabia. En últimas, como ya es casi ley, la plata de esos “estudios” también se perdió. No obstante, tenemos un registro de las ideas que nos permite, por lo menos, el intento de evacuar algunos malentendidos relacionados con las concepciones e intenciones de Le Corbusier.

En Bogotá, el primero de estos eventuales malentendidos surge al valorar el uso del buldócer y cómo este se utiliza de una u otra forma: positivamente para conservar unas cuantas piezas selectas que enriquecen el nuevo Centro Cívico y negativamente para destruir la mayor parte del Centro Histórico. Visto con generosidad, la conservación de las manzanas y edificios singulares –iglesias en su mayoría– aparece como una muestra de respeto por el pasado y una refutación al principio de la tábula rasa. Para los que vemos el camino arqueológico como la sustitución de un espacio urbano por otro, guardando algunos recuerdos, es un intento por negar la fidelidad de Le Corbusier a un espíritu de la época según el cual “la metrópoli moderna” se montaba sobre un terreno baldío o sobre los escombros de la ciudad anterior, con los predios debidamente comprados o expropiados por parte de las autoridades. Si bien esta fidelidad ante lo moderno no convierte a Le Corbusier en un Calígula, un Haussmann o un Robert Moses bogotano, tampoco permite equipararlo con un conservacionista italiano de los años 1960. Conservar fragmentos arqueológicos puede hacer parte de la génesis de la conservación de centros históricos, pero entre uno y otro hay varios años de reflexión y mucho buldócer de por medio.

Como sucede con frecuencia, los malentendidos también alimentan las creencias o ideas que damos por indebatibles. Con Le Corbusier, hay varias que generan confusiones similares a las de la tábula rasa o no rasa. Una de las más “citadas” la generó él mismo a través de la Carta de Atenas como producto del CIAM 4, de 1933. La relación Carta-Congreso circula como un versículo, a pesar de que el documento original del CIAM de Atenas es un breve texto de cuatro páginas con unas declaraciones generales –»La carta de la planeación» (Constatations en francés)– que Le Corbusier amplía, comenta y publica en 1943, diez años después del evento. Con independencia de la eventual fidelidad del texto de Le Corbusier al contenido del documento original, la publicación que él titula La Charte d´Athenes no aclara en ningún momento que el texto es extraoficial y extemporáneo. Tampoco reconoce que un año antes, en 1942, Sert había publicado «¿Sobrevivirán nuestras ciudades?» (Can our Cities Survive?), efectuando la operación análoga de ampliar y comentar la Charter of Urbanism de 1933. A diferencia de Le Corbusier, Sert sí aclara la situación y sí publica el texto original, en un apéndice. Es difícil saber si hubo, o no, una “estrategia” por parte de Le Corbusier para hacer que su texto pareciera la versión oficial del CIAM. La confusión, sin embargo, continúa haciendo carrera.

Plan Piloto Bogotá

Otra creencia ampliamente difundida es que los cinco puntos de Hacia una arquitectura «sintetizan la arquitectura moderna”. La imprecisión aparece por lo general en el primer año de la carrera de arquitectura y, aunque debería desaparecer en el segundo, también acompaña el credo de algunos para toda la vida. Como principios, los cinco puntos se fueron desvaneciendo en la medida en que aparecieron variables como el clima, la orientación, los materiales, las tradiciones culturales y, por supuesto, otras arquitecturas. Como parte de la historia, los cinco puntos serían un buen ejemplo de “traspiés de los primeros ensayos”, o de unas ideas de juventud que explicaban la estética de unas casas experimentales de los años 1920. No obstante, aun si algún purista retorciera cada punto hasta el límite para establecer una continuidad de principios a lo largo de la carrera de Le Corbusier, sería imposible ampliar el intento a la arquitectura moderna en general, sin evaporar por inconsecuente la mayoría de la arquitectura moderna.
Puntos arquitectura moderna

Junto a las creencias sobre los cinco puntos y la Carta de Atenas, hay una que sobrepasa el malentendido y queda mejor, junto al buldócer, dentro de lo mal entendido: las viviendas cruciformes “lecorbusianas”.

El parecido formal de la planta en cruz hace olvidar que los rascacielos cruciformes de la Ciudad Contemporánea (1922) son para oficinas, que tienen 60 pisos y rondan los 200 metros de altura, y que el único modo de residencia que incluyen es el hotel.

Aun si las torres cruciformes del Plan Voisin (1925) fueron para vivienda, sú único uso en la Ciudad contemporánea es “trabajar”. Diez años después del Plan Voisin, todavía persisten en la Ciudad Radiante, en 1935, pero ahí mueren, tipológicamente hablando. A partir de este momento, todos los edificios corbusianos, incluidos los rascacielos para oficinas en la Plaza de Bolívar de Bogotá, son barras. De manera que si las viviendas son corbusianas, sus tipologías deberían ser: vivienda en rediente, inmueble villa o unidad de habitación; no torres cruciformes y menos manzanas-patio como las de TPA para Bogotá.

La versión achaparrada de torres cruciformes que apareció en Europa y Estados Unidos bajo la identificación de torres en el parque, no es atribuible a Le Corbusier; al menos si se considera que su edificio síntesis para vivienda –y que es el modelo para Bogotá– fueron los 18 pisos y 56 metros de altura de la Unité de Marsella.

Torres y viviendas cruciformes

En repetidas ocasiones he oído y leído a Germán Téllez identificando el mal-entendido con el Centro Cívico como una confusión entre “un bello exercise de style y un plan urbanístico”. Esto implica que el Centro Cívico del Plan Piloto para Bogotá puede ser una obra de arte y estar fundado en principios urbanísticos excepcionales, pero aun así no es un Plan para la re-urbanización del centro de la ciudad. Es probable que Wiener y Sert malentendieran su labor como perfeccionadores de los instrumentos urbanísticos que harían posible el diseño urbano del Centro Cívico. No obstante, el diseño urbano propuesto por TPA para el Centro Cívico de Bogotá es tan carente de mecanismos para hacerlo posible como el diseño urbano de Le Corbusier. Al parecer, todos se fiaron de que La Autoridad se encargaría de comprar o expropiar los miles de predios necesarios para el proyecto, apoyados en el principio urbanístico –tan inoperante como autoritario– según el cual el bien común prima sobre el bien particular.

Plan Piloto Bogotá

Un motivo por el que todo salió tan mal es porque los gobiernos conservadores de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez fueron sustituidos por el de Gustavo Rojas Pinilla y la creación del Distrito Especial de Bogotá, lo cual dejó sin bases el perímetro urbano de la ciudad planeada por Le Corbusier. Otro motivo pudo haber sido que los contrataron para planear el desarrollo urbano de una ciudad y propusieron diseñarla.

Sert parece haber entendido a posteriori la diferencia entre diseñar una ciudad y planearla poco después, en 1956, como gestor de la primera conferencia Urban Design de la Escuela de Diseño de la Universidad de Harvard (GSD). En su discurso de apertura definió el diseño urbano como “la parte de la planeación urbana que se ocupa de la forma física de la ciudad”. La intención de Sert no era fundar una disciplina nueva y autónoma, sino abrir un nuevo espacio al interior de una disciplina existente. La definición implica que el diseño urbano debería ser un momento de la planeación y no necesariamente una disciplina autónoma. También lleva implícita una crítica, según la cual una actuación como la del Plan Piloto para Bogotá, perpetúa la confusión entre planear una ciudad y diseñarla.

Le Corbusier, por su parte, siempre tuvo una concepción del urbanismo ligada al diseño urbano. Lo reiteró en una de las dos conferencias que dio en Bogotá, en 1947, al definir el urbanismo como “la puesta en escena de volúmenes en el espacio […] que superaba la práctica de un realismo de dos dimensiones que se basaba en la operación de extensión de calles, hacia una de tres dimensiones que permite incorporar como nuevo factor la altura y pensar en términos volumétricos”.

En principio, la parte esencial de la definición de urbanismo como la puesta en escena de volúmenes en el espacio parecería coincidir con la de Sert para diseño urbano como la parte de la planeación urbana que se ocupa de la forma física de la ciudad. Entre una y otra, a pesar de la apariencia, hay un abismo. Y para meternos por la grieta, retrocedamos a 1867, a la Teoría general de la urbanización de Cerdá.

Para Cerdá, urbanismo es un “Conjunto de conocimientos, principios, doctrinas y reglas, encaminadas a enseñar de qué manera debe estar ordenado todo agrupamiento de edificios”. En consecuencia, una buena idea urbanística pertenece al conjunto de “conocimientos, principios y doctrinas”. Su realización depende de algo que pertenece a otro conjunto: el de los “medios y reglas” para su ejecución.

En este sentido, el diseño urbano sintetiza lo que reclama la primera parte de la definición-Cerdá –conocimientos, principios y doctrinas– mientras la planeación urbana se ocuparía de la segunda -los medios y reglas- todo eso que con frecuencia resulta despreciable para algunos diseñadores, representado en los aspectos económicos, legales, operativos y políticos, tan caros al urbanismo, y sin los cuales una buena idea urbanística tiende a fracasar.

De vuelta al comienzo de este artículo: “es injusto atribuirle a cualquiera ideas que no tuvo”. De manera que si se trata de juzgar a Le Corbusier por ocuparse de las tres dimensiones de la forma física de la ciudad y por su forma de poner en escena unos volúmenes en el espacio bogotano, un aplauso. Si lo juzgamos por la planeación urbana, o por el urbanismo para el Centro Cívico de Bogotá, un lamento.

Centro_Internacional

Toc, toc

Es evidente que el Plan de Le Corbusier para Bogotá no consideraba la propiedad privada del suelo urbano, lo que precisamente haría imposible su implementación. Ni el impacto que tendría en los habitantes de la capital la transformación total de la imagen del centro histórico de su ciudad. Ni las implicaciones culturales de la desaparición de parte de su patrimonio construido, ni la alteración radical del contexto del que quedaba en pie. Como si sólo interesara dibujar una utopía urbana de actividades zonificadas tajantemente, grandes zonas verdes, edificios aislados en ellas, centros culturales, comerciales y de gestión cada cual por su lado, unidos por autopistas urbanas.

Y lo que difícilmente se podía prever fue su “realización” a retazos y malinterpretado en varias ciudades del país, cuyo caso extremo fue Cali. Con la disculpa de los VI Juegos Panamericanos de 1971, se sacaron del centro de la ciudad todas las actividades gubernamentales. Se demolieron muchos edificios moderno historicistas, mal llamados republicanos, y las últimas casas coloniales que habían quedado y sólo se salvaron unas pocas del siglo XIX que ya son de tradición colonial. Se construyeron edificios codiciosamente altos que llenaron el centro de culata y taparon los dos cerros tutelares de Cali y la cordillera atrás con sus magníficos farallones que ya nadie ve. Y se realizó, incompleto, un plan vial que cercenó el centro histórico de los barrios tradicionales que lo rodeaban.

Vale la pena imaginar qué hubiera pasado si el Plan de Le Corbusier se hubiera podido llevar a cabo. Basta con vivir dos de los poquísimos intentos de urbanismo moderno realizados junto con su arquitectura ídem: el Centro Internacional de Bogotá y Brasilia. El primero pone en claro la bondad de ser peatonal y desaparecer los carros, justo al contrario de Brasilia en donde no se puede vivir sin ellos. Los dos dieron patente de corso a ese despropósito de poner apartamentos idénticos uno encima del otro desde el segundo o tercer piso hasta el último. Y ambos ejemplos, donde todo es nuevo, presentan ese total aburrimiento que significa en una ciudad esa especie de cirugía plástica que elimina sus viejos rasgos, el patrimonio construido desde siglos antes, sin tener al lado al menos una bella iglesia colonial, como en el caso de Bogotá o toda una ciudad en el de Cartagena.

Como dice María Cecilia O’Byrne: “A veces toca… ¡volver a estudiar el Plan Director de Le Corbusier para Bogotá!” y precisamente a eso es a lo que nos ha llevado el artículo de Willy Drews en Torre de Babel. Pero comenzando porque las ciudades surgen por el comercio, la industria, la guerra, la religión y el tráfico de conocimientos (Pirenne, 1939). Que son para satisfacer las necesidades de unos ciudadanos pero su finalidad es que vivan bien (Aristóteles, s. IV a.EC.). Que transforman al campesino en ciudadano, y sus deseos y necesidades convierten un sitio natural en un lugar construido (La Blache, 1922), aislando un espacio en la naturaleza para vivir en él civilizadamente (Ortega y Gasset, 1930). Que concentran el poder de una sociedad, son escenario y símbolo de su cultura y, con la lengua, la mayor creación humana (Mumford, 1938). En fin, un arte colectivo (Schneider, 1960) y específico, con teoría y práctica propias (Rykwert, 1963; Sitte, 1889; Moholy–Nagy, 1968).

* Imagen (CC) Pedro Felipe, via Wikimedia Commons.

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A veces toca… ¡volver a estudiar el Plan Director de Le Corbusier para Bogotá!

Todo parece indicar que llegué tarde a la fiesta. Pero no por eso puedo dejar de participar en una controversia tan importante pues me siento parte de ella. De hecho, tengo que decir que llevo cinco años esperándola. Es bien sabido que hace cinco años, en compañía de muchos otros docentes, asistentes, estudiantes y profesionales de diferentes universidades, logramos hacer al mismo tiempo dos exposiciones, dos libros y un seminario internacional que, precisamente, buscaba discutir el proyecto del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá.[1] En lo personal, era una deuda que tenía con todos aquellos arquitectos locales que, como yo, habían sido educados con la famosa frase que decía que “Le Corbusier vino a Bogotá e hizo un plan que afortunadamente no se hizo, porque tumbaba la ciudad”. Yo no conocía mucho el plan en ese momento. Debo agradecer a todos aquellos que me permitieron tener el tiempo necesario para dedicarme por casi dos años al estudio del proyecto y a organizar los diferentes eventos, entre ellos, al propio Willy Drews quien era entonces decano en Los Andes, donde soy docente desde hace mucho. Desde entonces no he parado de estudiarlo. Muchos artículos se han publicado y muchos, seguramente, seguiré publicando sobre el proyecto de Le Corbusier para Bogotá.[2] Lamentablemente, la discusión no fue posible darla hace cinco años. Nos enredamos en banalidades y olvidamos que la docencia está para permitir que las ideas, que son universales y sin propietario, se discutan, circulen y se estudien para poder aprehender y así poder tomar lo que mejor nos sirva para ayudar a construir el presente, que será el futuro de tantos.

Cientos de personas recorrieron la exposición doble que se presentó en el museo Casa de Moneda y en el Museo de Bogotá entre abril y junio de 2010[3] y luego, unos meses después, en el Museo de Arte Moderno de Medellín, mostrando una avidez por este tipo de producciones de la cual no éramos conscientes al iniciar el proyecto. Pero la experiencia hizo evidente que no siempre mostrar significa que los visitantes vean. En una conversación con un colega que visitó la exposición, tuvimos la siguiente discrepancia de posturas:

MCO: ¿Qué tal le pareció la exposición?
Colega: Muy bonita. ¡Impresionante!
MCO: Bueno, y sobre el proyecto, ¿qué piensa ahora?
Colega: ¡Ah! pues nada… ya sabemos que el plan para Bogotá de Le Corbusier no sirve para nada… ¡Fue un fracaso!
MCO: Bueno, pero tampoco es mejor la ciudad que hemos hecho hasta ahora, ¿no?
Colega: ¡No sea tan exagerada! ¡Usted es muy crítica! Hay lugares maravillosos en Bogotá… de hecho, ¡mire solo las torres del Parque de Salmona!
MCO: Discúlpeme, pero si hay algo en Bogotá que fue hecho a la manera en la que Le Corbusier pensó Bogotá, ¡es precisamente el proyecto que menciona! ¿No?

Cuando nos embarcamos en el estudio del plan, desde el grupo de investigación que dirijo en Los Andes (Proyecto, Arquitectura y Ciudad, PAC), el trabajo realizado tuvo dos objetivos: dar a conocer el material inédito del proyecto y llevar a medios digitales la información que se consideró más relevante del plan. Con uno y otro, se propuso llegar a todos los públicos con un material, presentado de diferentes formatos (videos, animaciones, maquetas digitales, etc.), que diera nuevos elementos para la discusión, análisis y conocimiento del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá. Todos estábamos de acuerdo con la importancia de volver a dar visibilidad a un proyecto del cual se ha escrito también mucho, pero del cual, nos dimos cuenta, se desconoce casi todo.[4] Y, por lo que se ha escrito en esta polémica desatada por Willy Drews en Torre de Babel, todo parecer indicar que poco ha cambiado desde 2010.

Mi aporte en esta discusión lo centraré en recalcar algunos de los asuntos del plan que, una vez conocidos y entendidos, dejan sin mucho peso la famosa sentencia que dice que afortunadamente el plan no se construyó. Pero, más aún, nos permite, espero, reflexionar sobre la situación actual de Bogotá. Para esto, de cada una de las escalas trabajadas en el plan, tomaré uno o dos ejemplos de lo propuesto y su vigencia en la ciudad actual, es decir, que son temas que todavía no hemos resuelto y que mirar de nuevo el plan nos podría ayudar a imaginar escenarios alternativos a la crisis de la ciudad que vivimos cada día.[5]

Empecemos por la región. Para Le Corbusier, lo mejor y más importante que tenía Bogotá era su magnífica geografía. Para la Sabana de Bogotá, propuso un sistema de parques a diferentes escalas, siendo el de escala regional el que acompaña la ronda del río Bogotá, donde soñó la posibilidad de tener centros de encuentro dominicales para recrear el cuerpo y el espíritu de los bogotanos. Me dirán que eso es hoy imposible. Recuerdo que a finales de los años 1970, en Londres, la noticia que salía en los periódicos era terrible: ¡el río Támesis estaba muerto! Hoy en día, tras casi cuarenta años de la noticia, se puede pescar en el Támesis. ¿Por qué no puede ser igual para el caso bogotano? ¿Alguien puede estar en desacuerdo que es una tarea ineludible el recuperar el río que baña toda la Sabana y que en ese proceso sería formidable que se convirtiera en el gran parque lineal que atraviesa la ciudad de norte a sur, sirviendo además de límite para el desarrollo enloquecido de la Sabana de hoy?[6] Las licencias para construcción de vivienda que se dan hoy a lado y lado del río, eliminando humedales y zonas de inundación, deberían ser tema de debate constante. ¿Por qué se sigue haciendo algo que todos sabemos que va en contra de todos?

En la región, Le Corbusier también planteaba, en el apartado de circulación, la necesidad de hacer unos cambios al sistema de trenes que ya tenía la Sabana y los dejaba como una de las tres rutas que deben organizar la forma en que se relacionan los pueblos y la gran ciudad. Las vías siguen hoy silenciadas. Las carreteras y vías están congestionadas casi al nivel del colapso. Hay quienes insisten en que el metro se debe hacer por el lugar más congestionado y servido de la ciudad. Nadie mira las vías que están ahí para dar forma a nuevos polos de desarrollo, descentralizando el centro expandido que, ya veremos, tampoco da para más. Trenes de cercanía unidos a los trenes que circulan llegando a las zonas más congestionadas de la ciudad, pareciera que no es tan buen negocio para los inversionistas como hacer un metro hundido en la carrera 13. Los usuarios de todos los trenes, provenientes de todos los rincones de la Sabana, ya fueran estudiantes, trabajadores, amas de casa y jubilados, tendrían más calidad de vida sin tener que perder largas horas en trancones infinitos por todas las entradas a la ciudad. ¿Si se hubiese hecho hace 60 años, estaríamos peor o mejor que ahora? Si se hace hoy, ¡seguro que no es tarde!

Del plano metropolitano hay un asunto que crea confusión. El principal uso de la ciudad es la vivienda. Bogotá aparece como una gran mancha amarilla con tres zonas (norte, centro y sur). Una mancha que está atravesada por una menor, oriente-occidente donde se localiza el trabajo. Los detractores del urbanismo de Le Corbusier en particular y de los CIAM en general discuten el horror que significó para la ciudad la segregación en actividades, estancas, separadas. Solo invito a los lectores de este texto a volver a recorrer los diferentes planos del plan y el informe que los acompaña, para darse cuenta cuan mal hemos leído y entendido hasta ahora la teoría del zoning. A quienes les de pereza leer y tengan los medios para viajar, los invito a que visiten Chandigarh, en la India. La única ciudad que en efecto construyó Le Corbusier, junto a Maxwell Fry, Jane Drew y Pierre Jeanneret, entre otros muchos que formaron un equipo de más de un centenar de personas. Los habitantes de esta ciudad agradecen, entre otras muchas ventajas que da el vivir en ella, el que tienen todo a mano. Porque los barrios de vivienda, la mancha amarilla, tienen, al igual que en Bogotá, la V4 o vía de barrio con los núcleos donde el comercio pequeño da vida a los sectores que, además, tienen jardines, colegios, zonas deportivas y todo tipo de equipamientos que hacen que la vivienda nunca haya sido pensada, como sí la construimos aquí, sin todo lo que es necesario para la vida de sus habitantes.

Esta mancha está atravesada por una red de vías jerarquizadas, formando lo que Le Corbusier denominará la teoría del Sector: un sector de 800 metros de ancho por 1200 de largo, donde se da cabida a dos barrios con la vivienda y sus actividades complementarias. En esta escala: las V1, 2 y 3, es decir, las vías dedicadas especialmente al auto. Y viene la otra crítica: la ciudad de Le Corbusier es una ciudad para los carros. Pero los que dicen eso olvidan pasar al plano urbano, donde aparecen las V4 y 5 y los parques lineales que acompañan las diferentes quebradas y ríos que bajan desde los cerros a la Sabana (ver plano urbano. Img. 01). En esta escala, el espacio del peatón. Volver a revisar este apartado, seguro nos podría dar luces respecto a cómo resolver parte del caos que vivimos a diario los habitantes de Bogotá. En una y otra escala, también hay siempre una solución implícita de cómo resolver el transporte público de autobuses con paraderos cada 400 metros (ver plano de paraderos de autobuses a escala urbana. Img. 02). Han pasado más de 60 años desde la propuesta y hasta hoy hay un incipiente sistema que busca ordenar lo que no se ha hecho solo por desidia y abandono… y por negocio, seguramente. Aunque nunca he podido entender por qué el negocio no puede ir de la mano de soluciones que hagan al ciudadano de a pie, y en este caso también al que va en carro, la vida más cómoda. ¡Debe ser un negociazo tener a los usuarios felices!

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Imagen 01. Le Corbusier, Plan Director para Bogotá (1950): plan Urbano. Superposición, a manera de collage de varias propuestas parciales de Le Corbusier para Bogotá. © Grupo de investigación Proyecto, Arquitectura y Ciudad, Uniandes, 2010.

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Imagen 02. Le Corbusier, Plan Director para Bogotá (1950): plan Urbano. Montaje digital con la propuesta vial con cinco vías y paraderos de autobuses cada 400 metros. © GI-PAC, Uniandes, 2010.

Del plano urbano debo rescatar además, entre todos los temas que me gustaría mencionar, el de el número de habitantes que se propuso en el plan. Otro talón de Aquiles para muchos. En una parte del plan, aparece la cifra dada por la Oficina del Plan Regulador: la ciudad crecería de los 600.000 habitantes de 1950 a 1’000.000 en el año 2000. Le Corbusier propone un número mayor: en los límites de su propuesta se da cobijo a 1’610.000 habitantes, con densidades diferentes según la localización.[7] Entre la Carrera 30 y la línea del ferrocarril (hoy carrera 50 aprox.), deja una zona de reserva (que hoy llamamos “bancos de tierra”). Debajo de la línea de ferrocarril y hasta el río Bogotá, no lo nombra. ¿Seríamos más condescendientes si Le Corbusier hubiese dibujado todo el territorio que hoy ocupa la ciudad con sectores? ¿Por qué no lo hizo? Ricardo Daza en su respuesta a Willy Drews cita un apartado del texto con el que Le Corbusier comenta, en la primera edición de la Obra completa 1957-65, el fracaso del plan de Bogotá, haciendo responsables a los propietarios de suelo que se apresuraron a edificar cuando corrió la voz de las vías del plan. Y, aunque a Téllez no le guste la traducción de Quetglas, nadie puede negar que quienes han definido y dado forma a la ciudad actual no son ni Le Corbusier ni Wienner y Sert ni los planes posteriores… La historia de planeación de Bogotá se podría titular algo así como: “La historia de una ciudad que hace fracasar los planes”. Son los dueños de la tierra y los políticos de turno los que nos han dejado como herencia la ciudad de hoy. Pero, volvamos a la población propuesta en el plan: la estrategia del sector era suficiente para que, una vez trabajada y adecuada a las necesidades y realidades locales, sirviera de base para ordenar el crecimiento de todo lo que en ese entonces era baldío y que hoy es caos. Alguien me dirá: pero, ¿quién quiere tanto orden? Y yo le diría: vaya nuevamente a Chandigarh y mire, estudie, entienda y luego hablamos. Una pauta de orden no significa la repetición incansable y monótona de un mismo edificio, de una misma casa, donde no hay identidad ni reconocimiento de lo individual. ¡Todo lo contrario!

Y pasamos al punto más álgido: el Centro Cívico. ¡Le Corbusier tumbaba Bogotá! ¡Un desalmado, un insensible frente a la belleza de un lugar con todas las calidades que tenía la ciudad histórica! ¿Seguro que Le Corbusier la vio así? Sabemos de memoria que Le Corbusier fue llamado a ser parte del plan porque, entre otros muchos asuntos, estaba la necesidad de reconstruir el centro tras la destrucción que se sucedió en la asonada del 9 de abril de 1948. Pero, además, como ya lo dijo Daza, ¡el plan no se hizo! Así que, ¿de qué nos quejamos? Para las maquetas de la exposición, una tarea que fue maravillosa fue la de revisar qué, en efecto, se ha tumbado del centro de Bogotá desde 1950 hasta 2010. El resultado fue elocuente: hemos tumbado un área similar a la propuesta por Le Corbusier. Pero lo hemos hecho sin tener una idea de ciudad detrás de las diferentes actuaciones que incluyen a los privados y al estado por igual (ver levantamiento de edificios y áreas demolidas en Bogotá entre 1950 y 2010. Img. 03). En la propuesta de Le Corbusier, sin duda, hay una apuesta porque prime el bien común sobre el bien individual. En la construida, lo contrario. Las dos soluciones, en las antípodas la una de la otra. Podemos decir, incluso, que no se podría tomar partido por ninguna de las dos. La lecorbuseriana por tener exceso de vacío; la realizada, por defecto de vacío (ver 3D de la ciudad actual comparada con la propuesta de Le Corbusier. Img. 04). Pero estamos lejos de poder encontrar un punto medio. Menos, como lo muestra el mismo Drews en su último artículo en Torre de Babel, cuando la manera de resolver la crisis de la ciudad en la administración actual es con un programa de densificación que deja como única alternativa, para el futuro de la ciudad, lo que alguna vez me contaron que decía un conferencista en la Alzate Avendaño: “la única solución que tiene hoy Bogotá ¡es que la evacuemos!”.

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Imagen 03. Levantamiento de los edificios, predios y vías trasformadas desde 1950 a 2010 sobre el plano del centro de Bogotá sobre el cual trabaja Le Corbusier la propuesta para el Centro Cívico, identificando edificios destruidos tras el 9 de abril de 1948, intervenciones estatales (edificios, vías y espacio público) y privadas. © GI-PAC, Uniandes, 2013.

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Imagen 04. Comparación en imágenes 3D entre el centro de Bogotá actual (2009) y la propuesta para Centro Cívico de Le Corbusier de 1950-1951 © Planos realizados Grupo de Investigación PAC, Uniandes y animación en 3D realizada por el laboratorio Imagine: I+D en Computación Visual y COLIVRI: Laboratorio de Visualización, Interacción y Robótica, de la Universidad de Los Andes, 2010.

Continuando con uno de los muchos temas a discutir del plan para el centro cívico, solo subrayo el asunto que también se ha criticado de la falta de sensibilidad de Corbu para con la ciudad existente y de cómo arrasó con ella sin ton ni son. En este caso, solo hago la invitación a ver con cuidado nuevamente: las nueve manzanas arqueológicas, más la plaza de Bolívar con Capitolio y Observatorio incluidos, más todas las iglesias de la Colonia y la República, más la calle Real o Carrera 7ª, con los edificios que se construyen alrededor de la Jiménez durante los años 1930 y 1940, más la biblioteca Nacional, el Panóptico y la plaza de Toros: ¿es la selección desprevenida de alguien que no está interesado en el pasado de la ciudad y que quiere arrasar con la memoria de un pueblo? ¿Será que esta selección tan cuidadosa sirvió para que años más tarde Arbeláez Camacho direccionara su carrera en pro del cuidado y salvaguarda del patrimonio construido? Pero hay más. Volvamos a mirar con cuidado la propuesta de cómo se circula en el centro: la trama de vías peatonales que acompaña la propuesta no es más que, en su mayoría, las mismas calles estrechas de la ciudad tradicional que se convierten en los caminos que están ahora acompañados de grandes parques. Y es entonces cuando hay quienes dicen, como Barney, que prefieren pasear por las Torres del Parque de Salmona que por el CUAN, del ministerio de Obras Públicas. Y es entonces cuando hay que decir que ¡entre gustos no hay disgustos! Pero que entre una y otra versión de la ciudad jardín vertical lo único que hay son sensibilidades diferentes. ¡Yo me quedo con las dos![8] La mayor diferencia entre una y otra es que las Torres del Parque lograron quedar abiertas al público, mientras el CUAN fue cerrado con rejas en la década de los 1980. El día que el CUAN se pueda volver a abrir ¡será un día de júbilo para todos los bogotanos!

Para presentar la teoría del sector en el informe técnico, Le Corbusier presenta primero la información del modelo teórico y luego su aplicación a Bogotá. En el modelo de “Una casa, un árbol”, que va a tener varias alternativas para Bogotá, se puede encontrar la manera en que se resuelve vivienda baja y media con densidades diferentes, resueltas en una trama de calles convencionales, peatonales o vehiculares, con anchos apropiados a cada caso que se suman a plazas, plazoletas, parques y jardines. No hay que ser muy conocedor de la ciudad tradicional para darse cuenta que es la semilla de donde germina esta nueva flor. Una casa que tiene un disponible para que los habitantes puedan desarrollar ahí un comercio, un local, un apartamento… ¿es de donde se inspiró Samper para promover el primer barrio con vivienda productiva en el país? Pero el barrio de Corbu tiene, además, parques con escuelas y deporte, tiene núcleos de barrio con cine, mercado, sitios para reunión y locales varios, sobre una V4 que, como dice Mantilla, es la más tradicional de todas las vías.

Termino con los perfiles viales. Cuando llegó Le Corbusier a Bogotá estaban ya adelantándose las obras de la Carrera 10 y de la Caracas. Al conocer los proyectos sentenció que eran muy pequeñas. Las creció, mucho. La 10ª más que la Caracas. ¿Cómo habría sido la “carrera de la modernidad” si le hubiésemos hecho caso? Con un amplio separador arbolado para atenuar el ruido de los carriles rápidos a la zona occidental donde había vivienda, a la cual se llegaba, como a la zona de trabajo, por carriles con paraderos de autobuses y aceras adecuadas con vegetación y cubiertas para que los peatones entraran a sus trabajos o vivienda por vías de servicio que llevaban a zonas de parqueo adecuadas. Los peatones bajaban en las paradas de bus y caminaban sin temor a ser atropellados, por medio de parques y no acompañados del humo y pitos de las busetas que en las estrechas calles del centro hacen casi imposible salir de él sin haber dañado los pulmones dramáticamente. Me pregunto cuantas veces al año los nostálgicos recorren estas calles que a diario sufren cientos de estudiantes y trabajadores. Uno de ellos, que salía cada noche alrededor de las 8 de su oficina, me decía que era aterrador recorrer estas calles que a esa hora se parecían más al video de Thriller de Michael Jackson. Unas calles que ahora deben acoger los rascacielos que buscan densificar la ciudad sin que se haya realizado ninguna medida para mejorar la movilidad, la infraestructura de servicios y los equipamientos en general. Si, al parecer, ¡tendremos que evacuar!

Para terminar, debo agregar solo un asunto: crecí en una comunidad académica que me enseñó a detestar a Le Corbusier, principalmente como urbanista. Hice mis estudios de posgrado en medio de una comunidad académica que me mostró la otra cara de la moneda. Las dos posturas coexisten hoy en día en las academias del país. Mucho más sano que tener una sola. Pero siguen siendo posturas antagónicas, que no dialogan. En el último artículo publicado en la revista Dearq 15,[9] presento dichas posturas como un rezago de “La guerra fría en arquitectura: racionalismo vs. organicismo”. El debate abierto por Drews me confirma que no hemos superado esta guerra. En tiempos de paz, pareciera interesante poder discutir sin intentar matar al enemigo. Ya sabemos, tras tantos años de conflicto, que en la guerra no hay ganador. Todos pierden. En este caso, el que pierde no es Le Corbusier, somos todos nosotros.

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[1] Toda la información sobre las exposiciones y la posibilidad de bajar en línea los libros que muy pronto se agotaron al haber sido publicados para repartir de forma gratuita entre bibliotecas e investigadores interesados en el tema, se encuentra en: www.lecorbusierenbogota.com. Asimismo, se pueden ver los videos que fueron colocados en las exposiciones, la entrevista con Germán Samper y once videos que presentan la versión que sobre el Plan creí que era necesaria hacer, pues ninguno de los autores invitados había logrado, a mi modo de ver, explicar la totalidad y complejidad de la propuesta. Tienen acceso público para que cualquiera los pueda estudiar, discutir, utilizar, criticar. Lo que se quiera.

[2] “París y Germán Samper: una historia por contar” en: Casa+casa+casa=¿ciudad? Germán Samper. Una investigación en vivienda (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2012), pp. 24-41; «35 rue de Sèvres» en: Germán Samper (Bogotá, Diego Samper Editores, 2011), pp. 16-33; «Siete miradas en cinco tiempos – Le Corbusier en Bogotá», en: DPA 24 Bogotá Moderna (Barcelona, Departamento de Proyectos, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, 2008), pp. 104-106; «Apuntes sobre el Centro Cívico del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá», en: En Blanco Revista de Arquitectura 12. Arquitectura colombiana. (Valencia, 2013); «Bogotá en Chandigarh: el sector y la cuadra española», en: Cuadernos de Vivienda y Urbanismo 5 (10). (Bogotá: Instituto Javeriano de Vivienda y Urbanismo – Injaviu, 2012), pp. 308-329; «Le Corbusier en Bogotá: la ciudad y el plan», en: Habitar: Revista de Arquitectura y Diseño 77, (San José de Costa Rica: Colegio de Arquitectos de Costa Rica 2012), pp. 84-93; «El 60 aniversario del Plan Piloto de Le Corbusier para Bogotá » en: ARQCO no. 9, marzo-abril 2009, Sociedad Colombiana de Arquitectos, Bogotá , pp.88-93.

[3] El día de la inauguración asistieron más de mil personas y, según los cálculos del museo Casa de Moneda, en los tres meses que duró la exposición, fueron más de 10000 las personas que visitaron la muestra.

[4] Exposición y libro fueron también la manera de conmemorar, en 1987, el centenario del nacimiento de Le Corbusier a nivel local, en un trabajo liderado por Rodrigo Cortés –la exposición– y Hernando Vargas Caicedo –el libro– titulado Le Corbusier en Colombia (Bogotá, Cementos Boyacá 1987).

[5] Esto no significa que de cada una de las escalas no tenga más asuntos que proponer a discusión. Pero no creo que este sea el lugar para incluirlos todos. Solo los más trascendentales o los que primero vienen a mi mente. No se hace todo el trabajo que se ha realizado en los últimos cinco años como mera nostalgia de lo que fue y no pudo ser. Se hace porque puede dar pautas para lo que todavía puede llegar a ser. Y tampoco para tomar literalmente las propuestas de Le Corbusier. La ciudad es otra, tras más de 60 años. Pero hacer lo que hacen constantemente algunos urbanistas locales de negar la importancia de algunas de estas ideas es, como mínimo, miope.

[6] En la Bienal Colombiana de Arquitectura del 2000, se premió en la categoría de “Proyecto Urbano” al programa de parques de Bogotá. En el acta, el jurado establece que uno de los aportes del programa fue: “Es la obra de sucesivas administraciones y múltiples proyectistas, que adquiere un valor de aporte colectivo, originado a partir del proyecto de Le Corbusier de 1950”. En: Cien años de arquitectura en Colombia. XVII Bienal de Arquitectura 2000. (Bogotá, SCA 2000), p. 139.

[7] Marta D’Alessandro, “Plan director de Bogotá: estudio y propuesta de densidades”, en: Dearq 15 (Bogotá, Universidad de los Andes, Dic. 2014), pp. 250-259.

[8] La de Rogelio Salmona no se pone en duda. Pero la calidad espacial del CUAN, de sus jardines y apartamentos, con la austeridad del manejo de recursos, es una respuesta que fue más adecuada a la realidad económica del promotor. Recordemos que, por lo menos en tres ocasiones la solvencia del BCH quedó bastante frágil, tras llevar a cabo proyectos de vivienda de Salmona.

[9] Ver gratis en línea en: http://dearq.uniandes.edu.co/

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La metrópoli moderna: un teselado regular de pequeñas ciudades tradicionales

Fig 1. El modelo urbano de la Regla de las 7V de Le Corbusier (1948)
Fig 2. El modelo urbano de la Metrópoli como ciudad jardín de Ludwig Hilberseimer (ca.1940)

Por motivo de la conmemoración del 50 aniversario del fallecimiento de Le Corbusier, este año se han programado numerosas actividades en su honor alrededor del mundo. Como no podía faltar, también sus detractores le han agasajado a su modo, con algún tipo de crítica, especialmente con el resurgimiento del consabido pero falso refrán que reza “Le Corbusier fue un buen arquitecto pero un mal urbanista”.

Es más que discutible que el urbanismo de Le Corbusier fuera “sordo a toda idea de armonía de respeto con el pasado” como ha afirmado hace poco Giancarlo Puppo. Tampoco es cierto que en su Plan Piloto para Bogotá, basado en la Regla de las 7V, “desapareciera la calle con su mezcla de funciones y actividad permanente”[1], o que la propuesta los “habría convertido en el ejemplo de la no-ciudad, producto de una planeación tan utópica como absurda”, como ha manifestado hace unos días el arquitecto Willy Drews.

Basta examinar brevemente el modelo de la Regla de las 7V para hallar la profunda identidad que mantiene con respecto a la ciudad tradicional; es más, y esto hay que subrayarlo: la estructura formal de la ciudad tradicional es la unidad modular básica con la que se construye el modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

Tomemos como ejemplo de ciudad tradicional al París del reinado de Philippe Auguste. Tenemos una ciudad medieval característica: una franja natural alargada (el río Sena); una antigua calle que cruzaba perpendicularmente el río (la Rue Saint-Denis o Grand Rue); una muralla –la muralla de Philippe Auguste– que delimitaba la ciudad y que estaba abierta a lo largo del río y de la calle principal; y una serie de calles secundarias y áreas residenciales que se encontraban en los cuatro cuadrantes que resultaban del cruce entre el río y la calle principal.

Ahora fijémonos en el esquema del sector del modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

V7: franja natural alargada, generalmente un parque lineal o un río como en las propuestas de Chandigarh, Meaux y Bogotá;
V4: calle colectora comercial que atraviesa el sector en el sentido perpendicular a la franja verde;
V3 y V2: entramado de vías arteriales y semiexpresas que, debido a la circulación de vehículos a velocidades considerables, delimitan el sector (V3 y V2 equivalen a las murallas de la ciudad tradicional);
V5 y V6: una serie de calles secundarias y áreas residenciales que se encuentran en los cuatro cuadrantes que resultan del cruce del parque lineal -V7- y la calle principal -V4.

Correspondencias entre París del siglo XIII y la regla de las 7V

esquema Paris

 

 

 

 

 

 

Fig 3. Esquema de París en el siglo XIII y del sector de la Regla de las 7V
Fuente: Elaboración propia

Elemento urbano París S. XIII Regla de las 7V
Eje verde longitudinal El río Sena. El río discurre longitudinalmente por la ciudad y se extiende más allá de sus límites hacia el territorio. V7. Franja verde que alimenta en toda su longitud al sector y se extiende más allá de sus límites hacia los sectores vecinos.
Calle principal comercial La Grand Rue / Rue Saint Denis. La más antigua de París. Es la única calle que atraviesa la ciudad y cruza el río Sena. V4. Calle comercial del sector. La “calle viva por excelencia”. Se extiende, perpendicular a la V7, hacia los sectores colindantes.
Límites del sector urbano Murallas de Philippe Auguste. Son los límites de la ciudad. Es posible traspasarlas a lo largo del Sena o de la Grand Rue. V3. Vías arteriales y expresas que delimitan el sector. Únicamente es posible atravesarlas a lo largo de la V7 o la V4.

El sector de la Regla de las 7V es análogo al plano de París en el siglo XIII, pero “mejorado”. La distancia del centro de la ciudad (la Île de la Cité) a las puertas de las murallas, a lo largo de la Rue Saint Denis, era de aproximadamente 1 kilómetro en la ciudad medieval. En su esquema, Le Corbusier reduce la distancia del centro al borde del sector, a lo largo de la V4, a 400 metros, equivalente a la distancia máxima de recorrido peatonal. Las “murallas” del sector, las V3, donde los vehículos circulan a una velocidad considerable, toman la forma de un rectángulo áureo (800 x 1200 metros). Los sectores forman una retícula ortogonal de vías que permiten el desarrollo sucesivo de la ciudad en etapas. En su interior se desarrolla un conglomerado urbano completo, con variedad de formas de uso y de ocupación, con suficientes áreas verdes y equipamientos, donde “el peatón es el amo” y los niños pueden ir a la escuela por vías alejadas de la presencia de los vehículos motorizados.

Construir la metrópoli moderna a partir del teselado regular de pequeñas “ciudades tradicionales” fue otra idea apreciable del maestro de la arquitectura moderna. Y no, en ella no hay nada que temer con respecto a la destrucción de la ciudad, la aniquilación de la calle o la deshumanización del hábitat. ¿Por qué cuesta tanto reconocer que Le Corbusier hizo una gran contribución a la arquitectura y al urbanismo?

Ocurre con frecuencia que se juzga el aporte al urbanismo de Le Corbusier o de Ludwig Hilberseimer –los dos planificadores más importantes del Movimiento Moderno– con base en sus primeros planteamientos y nunca en consideración de sus modelos teóricos definitivos. Quienes sentenciaron y sentencian aún hoy en día el fracaso del proyecto de la ciudad moderna: Jane Jacobs, Lewis Mumford, James Howard Kunstler, entre otros, cometen lo que en psicología cognitiva se conoce como falacia de hechos aislados[2] debido a que sus evidencias se reducen siempre al Plan Voisin, a la Carta de Atenas, al modelo de la Ville Contemporaine, al modelo de la Ville Radieuse, a las imágenes de la Ciudad Vertical o a cualquier otro asunto relacionado con los primeros postulados urbanísticos de la modernidad –aquellos de las décadas de 1920 y 1930– y no consideran nunca las propuestas teóricas posteriores, desarrolladas entre 1940 y finales de la década de 1950. ¿Acaso no es una aberración que para determinar el fracaso de un proyecto se presenten como evidencia únicamente los traspiés de los primeros ensayos?

Todo gran emprendimiento, especialmente uno de la importancia y complejidad que tuvo el imaginar la manera de hacer mejor nuestras ciudades, exige un gran esfuerzo y se debe esperar mucho tiempo antes de comenzar a ver los primeros resultados concluyentes. Es posible que durante el proceso se obtengan productos parciales en forma de teorías, modelos y planes, incluso de realizaciones a manera de experimentos (Brasilia por ejemplo), sin embargo no se debe confundir estos ensayos con la consumación definitiva del proyecto, peor aun con la posibilidad de su fracaso. Un juicio justo sobre el éxito o el fracaso del proyecto debería incluir el análisis de las únicas realizaciones basadas en los modelo definitivos de la ciudad moderna: Lafayette Park, producto del modelo de la Metrópoli como ciudad jardín de Ludwig Hilberseimer y realizado junto a Mies van der Rohe y Alfred Caldwell; y la ciudad de Chandigarh, producto de la aplicación del modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

Que este año se festeje la memoria de Le Corbusier por todos sus aportes: el ingenio detrás del Modulor y del Plan Libre, sus obras maestras como la Capilla de Ronchamp o el Palacio de la Asamblea; y por supuesto, también por sus importantes aunque desestimadas contribuciones al urbanismo.

“¡Arrêtons de diffamer Le Corbusier, icône audacieuse qui mérite notre salut!”

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[1] Le Corbusier no rechaza, no olvida, ni “hace desaparecer” la calle tradicional. Al contrario, él mismo define la V4 de su modelo teórico como la calle donde “tiene lugar la vida familiar y de las personas; aquí la calle viva por excelencia, la calle, la Calle Mayor de las tradiciones (…) Éstas han penetrado casi siempre en el interior de las ciudades. Se las llama ‘Main Street’ o ‘Broadway’ o ‘Grand Rue’ (…) Es su recorrido donde están los servicios de la vida cotidiana: los alimentos (el mercado, el tendero, el carnicero, el panadero, etc.); el entretenimiento (…); las distracciones (el cine, las bibliotecas, las salas de conferencia, los cafés, etcétera”. Le Corbusier. Œuvre complète 1946-1952, p. 92.

[2] La falacia de hechos aislados es un sesgo cognitivo que afecta la formación de creencias y la objetividad de la investigación científica. Un sesgo o prejuicio cognitivo es una alteración del pensamiento difícil de eliminar y que lleva a un juicio impreciso o a una interpretación ilógica del objeto de estudio.

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