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Palabra de arquitecto

Este es el título de la traducción al español del libro The architect says de la arquitecta Laura S. Dushkes (editorial Gustavo Gili) donde compila “citas, ocurrencias y píldoras de sabiduría” de arquitectos famosos, y otros no tan famosos.

Estamos acostumbrados a juzgar a nuestros colegas por sus obras; pero pocas veces sabemos cómo y por qué se llegó a ese diseño y qué piensa su autor sobre tantas inquietudes y actitudes relacionadas con la arquitectura. Laura aprovechó su oficio de bibliotecaria de una firma de arquitectos de Seattle para recopilar durante años frases, opiniones y conceptos aparecidos en los libros que pasaron por sus manos, y finalmente publicarlos. Voy a citar unos pocos.

Cada página encierra un pensamiento que a veces coincide y a veces discrepa con el de la página de al lado. Es el caso de la utilidad de lo diseñado: Augustus W. N. Pugin (1812 – 1852) dice: En una arquitectura pura, el más nimio detalle debe tener un sentido o servir a algún propósito; a lo que responde John Ruskin (1819 – 1900): Recuerda que las cosas más bellas del mundo son las más inútiles, como, por ejemplo, los pavos reales y los lirios.

Cuando se está en frente de un edificio, el observador se pregunta cómo enfrentó el autor el problema del diseño. Pocos arquitectos hablan sobre esto y desnudan su proceso creativo. Uno de ellos, Frank O. Gehry (1929) se confiesa: Para mí, cada día es algo nuevo. Me enfrento a cada proyecto con una renovada inseguridad, casi como si fuera el primero, y sudo tinta. Cuando me pongo a ello y empiezo a trabajar, nunca estoy seguro de hacia dónde voy; y si lo supiera, simplemente no lo haría. Eduardo Souto de Moura (1952) confiesa el terror ante la hoja en blanco: Al hacer un proyecto me entra el pánico; eso es bueno, puede ser un método. Primero, el pánico. Segundo, conquistar el pánico con trabajo. Tercero, encontrar formas de resolver tus dudas. Hay quien estrenaba pensamiento para cada nuevo encargo: Arthur Erickson (1924 – 2009): Nunca reutilizo ideas. Una vez he usado una, se acabó. Jan Kaplicky (1937 – 2009) era más económico con su trabajo intelectual: Tener 65 ideas para solucionar un problema no es una muestra de creatividad. Es un desperdicio de energía. Oscar Niemeyer (1807 – 2012) veía el problema más sencillo y no sudaba tinta como Gehry, entre otras cosas porque usaba lápiz: Cojo el lápiz. El trazo fluye. Aparece un edificio. Ahí está. No hay nada más que decir.

Además de Niemeyer, todavía quedaban muchos románticos que, a pesar de la llegada para quedarse de los computadores, creían en el dibujo a mano. Oigamos a Eero Saarinen (1910 – 1961): Para mí, el lenguaje del dibujo es extremadamente revelador: bastan unos pocos trazos para saber si alguien es un arquitecto de verdad. O a Cecil Balmond (1943): Amo el papel. Bastan un buen montón de hojas y un lápiz para hacerme feliz. Le Corbusier (1887 – 1965) fue muy claro sobre la importancia del dibujo: Prefiero dibujar a hablar. Dibujar es más rápido y deja menos espacio a las mentiras. Jorn Utzon (1918 – 2008) se defiende de quienes critican su dibujo diciendo: Corre el rumor de que no sé dibujar y de que nunca he sabido. La razón, probablemente, es que trabajo mucho con maquetas. Las maquetas son unas de las herramientas del diseño más bellas, pero aún así dibujo con la mayor finura que puedas imaginar. Otro que prefiere el trazo impreciso del lápiz a la exactitud del computador es Thom Mayne (1944): Prefiero trabajar con la holgura del lápiz que con la precisión de la tinta o el ordenador. Finalmente, está la posición de Eduardo Souto de Moura (1952): El dibujo en arquitectura es un acto “esquizoide”: implica reducir el mundo a un pedazo de papel.

Recordemos la famosa frase de Louis H. Sullivan (1856 – 1924) con la cual nos formaron a muchas generaciones de arquitectos: La forma siempre sigue a la función”. Philip Johnson (1906 – 2005) lo contradice en forma rotunda: La forma sigue a la forma, no a la función. Entonces James Timberlake (1952) trata de explicar la evolución del concepto de Sullivan: En el momento en que se acuñó la máxima “La forma sigue a la función” se volvió programático cómo un edificio era tridimensional. Sin embargo, hoy intervienen muchos otros factores: el medioambiente, los costes, el tiempo o los aspectos cualitativos de la materialidad del edificio. Esto implica una alquimia muy diferente a la de “la forma sigue a la función”. Finalmente Richard Rogers (1933) pone el dedo en la llaga cuando asegura: “La forma sigue al beneficio” es el principio estético de nuestros tiempos.

Mucho se ha hablado, se sigue y se seguirá hablando del ornato en la arquitectura, empezando –como era de esperarse– por Antoni Gaudí (1852 – 1926): La ornamentación ha sido, es y será coloreada, la naturaleza no nos presenta ningún objeto monótonamente uniforme. Todo en la vegetación, en la geología, en el reino animal, siempre el contraste de color es más o menos vivo, y de aquí que obligadamente debamos colorear en parte o en todo un miembro arquitectónico. Esta posición es compartida por Cecil Balmond (1943), quien dice: No quiero desnudar la arquitectura. Quiero enriquecerla y añadirle capas. Básicamente, como sucede en una catedral gótica, donde el ornamento y la estructura forman una alianza. Maya Lin (1959) opina lo contrario: Mi objetivo es desvestir las cosas, no tanto para que se vuelvan inhumanas como para que se precisen tan solo las palabras o formas necesarias para transmitir lo que necesitas transmitir. Me gusta editar.

Finalmente, llegamos a la frase de Ludwig Mies van der Rohe (1886 – 1969) –que algunos le atribuyen a Flaubert– más famosa o al menos la más publicitada de la historia de la arquitectura moderna: Less is more (Menos es más). Pero como sucede siempre, apareció un aguafiestas –en este caso Robert Venturi (1925)– que lanzó la suya: Less is bore (Menos es aburrido) y con esto dividió el gremio de los arquitectos en dos: los Miesianicos, que desarrollan proyectos sobrios mientras llega un nuevo Miesias, y los AVenturieros que consideran que cada encargo es una oportunidad para ensayar nuevas formas y nuevos ornatos.

La originalidad de nuestros diseños es algo que siempre levanta ampolla; Glenn Murcutt (1936), con su claridad de siempre, dice: Nosotros no creamos obras. Creo que, de hecho, somos descubridores. Ya Adolf Loos (1870 – 1923) se había declarado abiertamente permisivo: La mejor de las formas ya está lista y nadie debería tener miedo de utilizarla, incluso si su idea básica procede de algún otro. Basta de genios y de originalidad. Hay proyectos imposibles de emular. Al menos es lo que quiere decir Richard Buckminster Fuller (1895 – 1983) cuando reconoce: Me impresiona profundamente el diseñador del universo. Estoy convencido de que yo nunca hubiera logrado hacer algo así, ni de lejos.

 

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