*Este texto salió publicado por primera vez en la edición 13 revista digital de diseño MasD de la facultad de Diseño, Imagen y Comunicación de la universidad El Bosque.
Hacer una comparación entre el espacio público de una ciudad europea con una latinoamericana resulta un poco caricaturesco, casi extravagante, pero puede llegar a ser interesante el examinar elementos de esos espacios en la búsqueda de beneficios para cada una: si en alguna de ellas algo ha funcionado, ¿sería replicable en la otra ciudad?
Por un lado, Barcelona está en el Mediterráneo, viven 1.600.000 personas y es la segunda ciudad de España; por otro, Bogotá́ está en los Andes, es la capital de Colombia y su población es de unas 7.500.000 personas. De entrada, es bastante cuestionable el traspaso de experiencias entre ciudades que no soportan el mismo peso dentro del país ni en sí mismas. A pesar de esto y hoy en día, tras el paso descuidado de los tres últimos alcaldes bogotanos por la ciudad, el espacio público es más público en Bogotá́ que en Barcelona: puede ser usado por todos y de la manera que cada cual quiera.
En Barcelona, las autoridades no dan permiso para ocupar andenes o plazas para montar un puesto de ventas; hay quioscos y módulos diseñados especial y exclusivamente para esas actividades ambulantes. En Barcelona, si alguien orina en la calle o va sin camiseta, puede ser multado. Tampoco se puede tomar alcohol ni ir en bicicleta por el andén; si alguien lo hace, las multas pueden llegar a los 300€ (unos COP$750.000). La ciudad está limpia: todas las noches, pequeños carros cisterna llenos de aguas freáticas limpian las calles del centro de la ciudad mediterránea. Ningún bus puede parar para recoger o dejar pasajeros en el lugar que se le antoje al conductor o al usuario: deben parar en las pequeñas estaciones creadas para esto; y se llega a ellas fácilmente, cruzando la calle y subiendo al andén, sin necesidad de subir a una descomunal maraña aérea. Y esos buses públicos tienen un carril exclusivo para circular, que conductores de buses y carros particulares respetan, y que sólo está marcado en el piso con una línea más gruesa. En Barcelona, un alcalde parece querer hacer más que el anterior y, al menos una vez al año, pinta pasos de cebra y líneas que separan los carriles en las calles. Además, carros particulares y buses paran si algún peatón está cruzando la calle: porque los carros no tienen prioridad.
Aunque en Bogotá́ vivan más personas, que significa que se debe recaudar más dinero de impuestos, son incomparables los presupuestos que maneja cada ciudad. Y tanto Barcelona como Bogotá́ se manejan con los impuestos de sus ciudadanos. ¿Por dónde gotea el bogotano?
La vida diaria de Barcelona y de Bogotá́ no se parecen ni se pueden comparar. Y no es tanto por la calidad del espacio público como por el uso que todos los ciudadanos hacen de él. Parece que el espacio público bogotano es más público al estar menos controlado; y, aunque el control barcelonés puede llegar al absurdo, el espacio público en Barcelona es más confortable, vivo y seguro. En Bogotá́ parece que prevalece el bien individual sobre el común y cada uno se lanza a la vida sin mirar a los lados porque el que viene tendrá́ que parar.
¿Qué se puede transferir entre ciudades? Un mejor manejo de los recursos públicos, definitivamente. No es cuestión de copiar sistemas de transporte, baldosas de andenes, canecas de parques o leyes de ordenación territorial; el tema es, también, hacer normas y decretos que los ciudadanos comprendan y que sean fáciles de acatar. Sentido común. Parece simple pero cuesta, mucho, no repetir errores y usar la cabeza. En Barcelona, la participación de los habitantes en la construcción de la ciudad es constante y latente; todos, ciudadanos y gobernantes, son conscientes de la responsabilidad que tienen para con ellos y con el futuro. Llevan años, más de 150, construyendo entre todos una ciudad habitable y agradable (y no sólo para los millones de turistas que la pisan cada día). ¿Qué hace falta para que en Bogotá́ predomine la cultura ciudadana y no la construcción de sistemas costosos y deformes para que las personas cojan un bus, ni la imposición de leyes contra el libre mercado en un país con hambre? Mi apuesta es por la creencia y el compromiso, de todos, de pertenecer a una comunidad, de buscar el bien colectivo y de respetar al vecino. Creería, aunque no me guste, que es tiempo de recuperar a los mimos en las calles.
Imagen tomada de Radio Santa Fe.