La Biennale di Venezia ha tenido, desde su inicio, momentos memorables y, sin duda, el de mayor trascendencia fue en 1980, cuando en su primera versión internacional, bajo la dirección de Paolo Portoghesi, se exhibió la Strada Novíssima, donde los paladines del posmodernismo historicista presentaron una obra que ilustraba muy bien su propuesta estilística y que dejaba ver, de manera implícita, su refrescante planteamiento urbano. Esta visión tuvo amplia repercusión en el medio arquitectónico, prestándose para ser fértil campo de discusión de los planteamientos del posmodernismo historicista.
Posiblemente el protagonismo que lograron los participantes de esta bienal, sea la causa de la venida a menos del evento: La Biennale dejó de ser un lugar para la discusión de ideas para convertirse en sala de exposición de egos, y de estos, en su variedad talla XXL: las arquiestrellas.
Rem Koolhaas, como curador de la decimocuarta Biennale di Venezia, ha dado el paso que se veía venir, ante los excesos de las arquiestrellas y su ineludible decadencia nacida del agotamiento natural que hace parte de cualquier proceso de consumismo: en este caso, el de de imágenes arquitectónicas. Ahora Koolhaas nos anuncia el fin del arquiestrellato. ¿Y esto cómo? ¡Si Koolhaas posiblemente sea su más notorio progenitor!
Koolhaas ha definido esta bienal “como instrumento de investigación, más que como exposición” y la la organizado en tres partes:
Absorbing Modernity: una muestra de sesenta países, a los cuales se invitó a enfocarse en mostrar elementos relevantes de la absorción de la modernidad en su entorno local.
Monditalia: “un smorgasbord de danza, cine y arquitectura en Italia”, con esta descripción de Charles Jencks no hace falta imaginarse su contenido.
Fundamentals: su propia y central exhibición-instalación, considerada la más trascendental; delegada a diversos equipos de arquitectos de variado origen, en esta exhibición se descompone y clasifica –de manera anatómica– 15 partes que forman los edificios. Y digo edificios, en vez de decir arquitectura, porque la arquitectura se comprende de muchísimas más cosas que lo que pretende esta catalogación de elementos técnicos y, sin duda, este reduccionismo provocador es claramente intencionado, al que algunas voces la han calificado de banal.
Esto es fácil de concluir, si uno contempla su pieza más importante y argumento central: el cielo raso lleno de instalaciones técnicas colgado debajo de la bella bóveda del pabellón central, bajo el slogan de “beauty versus reality”: un argumento visual sobreactuado, una dramatización con instalaciones falsas y un cielo raso colocado deliberadamente lo más bajo posible, una argumentación banal, carente de metodología académica, que muestra el patrón de comportamiento usual en Koolhaas, como lo anota Charles Jencks en su entrevista a Koolhaas: “Si me lo permites decir, a veces los investigadores, historiadores y académicos piensan que eres más un periodista que un pensador serio. Así que parte de tu trabajo es descalificado por ser superficial, porque dices estas cosas increíblemente retadoras que son simplemente falsas pero hechas para marcar un punto que sea probablemente cierto”.
Koolhaas pretende, provocador insigne, construir un contemporáneo y nuevo código de arquitectura, a lo Vitruvio, a lo Alberti; sin embargo, esta exhibición, un reduccionismo centrado exclusivamente en lo técnico, carente de los supra órdenes comprendidos en los códices clásicos, realmente termina siendo algo más parecido a una feria industrial, a una exhibición de productos de construcción.
Peter Eisenman, en entrevista de Dezeen declara: “Él es la arquiestrella y ahora es el curador-estrella. Ha matado a todos los arquiestrellas y ahora él va a ser el único curador estrella”. Inmediatamente se nos viene a la mente la imagen de la pintura de Goya Saturno devorando a su hijo; los arquiestrellas han sido despojados de su deidad y han sido replegados a diseñar picaportes en una puerta intrascendente en la bienal.
Y si bien Saturno-Koolhaas anuncia su propio fin, quien le creyera, lo que realmente anuncia es el fin de su rol de arquiestrella ya que, para poder existir como deidad única, es necesario que el Parnaso de los arquiestrellas, su creación, sea cosa del pasado. Koolhas presenta esta bienal como “El fin de mi carrera, el fin de mi hegemonía, el fin de mi mitología, el fin de todo, el fin de la arquitectura” y ”porque no tenemos arquitectos (en la Biennale) y tenemos performance, tenemos cine, tenemos video, tenemos de todo menos arquitectura”. Claramente, los expositores de la Biennale de Venezia de arquitectura han hecho esto: de todo, menos arquitectura.
Lo realmente importante para registrar en esta bienal es la formalización de algo que ya venía sucediendo en los últimos años: la apropiación de técnicas provenientes de la plástica y del cine: resulta evidente cómo los arquitectos se han dado cuenta de la rentabilidad y la figuración mediática que deviene de la utilización de las formas de producción del arte contemporáneo; consecuentemente, se las han apropiado y esta bienal, tal vez, sea uno de los mejores ejemplos de este proceso.
De este transvaso de estrategias, resultan ser las de mayor acogida, las del arte político, inmensamente provechoso en últimas décadas, cuyo mecanismo simple consiste en hacer rentable para el artista la denuncia social, mientras quienes son utilizados en el montaje “artístico” no perciben ninguna clase de beneficio, y suelen continuar en su miseria. Y para entender este proceso, simplemente hay que recordar a los ganadores del León de Oro al mejor proyecto de la pasada bienal: Urban-Think Tank con la Torre de David (quienes aparentemente militan en la arquitectura política) y ver cómo es de rentable, no solo en lo económico sino en lo académico, el hacernos “reflexionar”, mediante estrategias traídas del arte, sobre la miseria humana.
Este año vale la pena ver la foto del ganador del León de Plata en la categoría de investigación en Monditalia: Andrés Jaque, quien por su gesto de celebración con trofeo, me recuerda a un ciclista ganador de etapa de Tour o a piloto de la F1; mostrando no solo la importancia de ego en las premiaciones de arquitectura, sino también el circo en que las exhibiciones de arquitectura se han convertido.
Andrés Jaque ha dado un significativo paso adelante, ya que después de una escasa y cuestionable práctica arquitectónica y tener un coqueteo con la teoría de la arquitectura política, vía Guy Debord y Guatari-Deleuze, se ha convertido en el epítome de un nuevo género: el arquitecto-artista político diletante.