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La Séptima

Febrero 19 – 2012

Esta tradicional y larga calle de Bogotá es la más importante del país. Pero quitarle todo el tráfico vehicular comprometería su animación y seguridad, su función de parada de taxis y entrega de suministros, que aun cuando se hagan de madrugada necesitan por donde circular, como la policía, ambulancias y bomberos. Basta con ampliar los andenes y poner árboles alineados y cercanos para que no sean invadidos por los carros y apenas los bolardos estrictamente indispensables, dejando solo dos carriles para los carros, el de la derecha más ancho para que cuando paren no tranquen a los de atrás.

En París se han ampliado los andenes de los Campos Elíseos varias veces, en Quito se crecieron mucho de una vez los de la Avenida Amazonas, en México D.F. está el Paseo de la Reforma desde el siglo XIX y en Caracas se ampliaron los andenes de varias avenidas cuando se sacaron de ellas los buses con la construcción de su Metro hace años. La Calle Central en Panamá o el Paseo Bolívar en Cali, funcionan sin ningún tráfico pues son trayectos bastante más cortos y con muchos peatones, los que no tiene Brasilia, por ejemplo, por su baja densidad, por lo que allí es imposible una vía peatonal.

En Manizales funciona muy bien su principal vía central con un solo carril, y en Palmira quedó demostrado hace años que reducir las calzadas para aumentar los andenes mejora la calidad de vida de los ciudadanos. La medida fue puesta en práctica para el mes de diciembre en todo el centro con un comprobado éxito, usando bolardos provisionales, pero fue abandonada por el siguiente alcalde. Falta de continuidad que se ha constituido en la maldición de las ciudades colombianas.

¿Cuándo entenderemos lo conveniente que sería reducir las calzadas de las calles de los centros tradicionales de nuestras ciudades a solo dos carriles y dar toda el área sobrante a los andenes? Dos son suficientes casi siempre: uno para circular y otro para parar, e incluso uno como en Cartagena. Además los carriles continuos, aunque apenas sean dos, organizan el tráfico automotor haciéndolo mas ágil. Y ¿cuándo entenderemos que el transporte colectivo, ya sea en buses o trenes, se inicia y termina es en los andenes?

Los andenes amplios, llanos, continuos, sin barreras y sencillos, como en la Gran Vía en Madrid o el Paseo de Gracia en Barcelona o el Paseo de Colón en Sevilla o la Avenida del Márquez de Pombal en Lisboa, para mencionar apenas otras ciudades que tienen que ver con las nuestras, y por supuesto Manhattan, permiten que el caminar por la ciudad sea seguro y agradable, pues se pueden ver edificios y apreciar vitrinas, lo que favorece el comercio, amén de que en ellos se pueden mirar discretamente los demás. Hacen posible vivir la calle.

Las calles son consustanciales de las ciudades, tanto o más que los edificios, y base de la vida urbana, pero los coches de caballos y últimamente los automotores, hicieron necesaria su diferenciación en calzadas y andenes, mas nunca han perdido su carácter eminentemente peatonal. Son el espacio público más importante de cualquier ciudad pero las autoridades aquí poco se ocupan de ellas, obsesionadas con los carros, las vías, los puentes, los cobros por valorización, el clientelismo, la contratación y los serruchos.

Benjamín Barney Caldas

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El cliente

Como lo dijo el gran arquitecto norteamericano del  XIX, Henry Hobson Richardson, el primer principio de la arquitectura (trabajo o deber, hay varias versiones) es conseguir el encargo, en lo que insistió, décadas después, el húngaro Marcel Breuer: “Un pintor hace algo y entonces lo vende; un arquitecto lo vende primero y después lo hace” (Sargent, Profile of Marcel Breuer, c.1971). Los negociantes de propiedad raíz se dicen promotores para disimular, las escuelas de arquitectura se quedan si mucho en los usuarios, y los historiadores del arte los llaman mecenas. Pero poco se habla de los clientes pese a que reúnen en una sola persona (y sus familiares y amigos y asesores ad hoc) al promotor y el usuario, y a que el éxito de un arquitecto es convertirlos en mecenas que utilizaran asiduamente sus servicios.

Las Pirámides no existirían sin el faraón Zoser ni el templo de Hatshepsut sin la Reina. Ni el Partenón sin Pericles ni el Panteón sin Adriano. Ni Santa Sofia sin Justiniano ni Sainte Dennis sin el abate Suger ni San Pedro sin varios Papas. La Alhambra sin los reyes Nazaríes ni El Escorial sin Felipe II ni Versalles sin Luis XIV ni Brasilia sin Juscelino Kubitschek. Ni el centro Pompidou sin Pompidou. Y fueron las Capuchinas Sacramentarias del Sagrado Corazón de Jesús las que permitieron que Luis Barragán realizara su estupenda capilla de Tlalpan en Ciudad de México. Como dice Raúl Ferrera, su colaborador, en su libro sobre la misma, la presencia del cliente en el éxito de una obra arquitectónica es fundamental “para que se realice la belleza y la conjunción natural de todos los materiales que la producen”.

Son muchas las conjunciones de cliente y arquitecto que han dejado hitos de la arquitectura.  Eusebi Güell y Antoni Gaudi. El doctor Dalsace y Pierre Chareau. El padre Couturier, el doctor Curutchet y Pierre y Eugenia Savoie con Le Corbusier. Edith Farnsworth y Ludwing Mies van der Rohe (pese al pleito). Harry Gullichsen y Alvar Aalto. Jonas Salk y Louis Kahn. Frank Lloyd Wrigth y Edgar Kaufmann, quien auspició por insinuación de su hijo esa obra maestra que es la Casa de la cascada. O cuando el arquitecto es su propio cliente como en los Taliesin de Wright, la casa en Muuratsalo de Aalto, la de cristal de Philip Johnson, la de Barragán o la de Óscar Niemeyer o la de Rogelio Salmona, que si que supo cultivar sus clientes, o cuando otros arquitectos son los intermediarios como en algunas de sus obras maestras.

Es imprescindible en los clientes un mínimo de cultura y sobre todo sensibilidad a ambientes, espacios y volúmenes. Que sepan comunicar sus deseos y necesidades, sueños, expectativas y posibilidades, buscando del arquitecto una obra memorable. Como se ha dicho, que digan el “qué” e incluso que insinúen (respetuosamente) soluciones pero que dejen al arquitecto el “cómo”. Deben tener paciencia con él, y confianza en su idoneidad y experiencia. Por eso se dice que no se escoge un proyecto sino un arquitecto. Lo que les llevará a respetar sus ideas que les explicará con textos, dibujos y maquetas o animaciones enseñándoles arquitectura . Sin clientes no hay edificios, y aunque buenos arquitectos siempre hay, sin buenos clientes no hay buena arquitectura ni construir es placentero.

Benjamin Barney

publicado en El País, Cali 05/08/2010

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Bienales

Debería ser del interés de los ciudadanos que la Bienal Colombiana de Arquitectura «tiene por objeto presentar para conocimiento público y general, en Colombia y el exterior, una selección de las obras y trabajos más significativos en los diferentes campos de la Arquitectura». Pero tiene razón Maarten Goossens en su respuesta a la solicitud de la SCA de observaciones sobre la misma, en que debe incluir espacios de opinión, debate y reflexión, y que el público pueda sugerir temas y conferencistas, en un programa incluyente y más plural que el comité que hoy la organiza, y no limitarse a presentar proyectos, elegidos subjetivamente hay que añadir.

Lamentablemente todavía es un evento con características de concurso,  “juzgado” por jurados que no se han puesto de acuerdo previamente en que es lo van premiar, y que, como dice Juan Luis Rodríguez (Torre de Babel, 04 /05/2010), juzgan edificios como proyectos y no tienen inconveniente en hacerlo sin conocerlos para verificar si están bien hechos, y que” explica” sus fallos con una jerga vaga, vacía y frívola. Cualquier preocupación argumentativa se cambia por frases retóricas para evadir el tema de considerar la especificidad de las obras, y disimular que lo juzgado, en lugar de edificios, son fotos, planos, intenciones y frases coquetas.

Rodríguez, invocando a Montesquieu (Autonomía sin vergüenza, Escala, 02/2009),  muestra que al contrario de lo que pasa en el Derecho, en que las decisiones de los jueces deben ser razonadas, convincentes y coherentes con la constitución vigente, en nuestras bienales de arquitectura el sistema es “autónomo” y el jurado falla sin atender a unos propósitos previos. En cada caso inventa criterios de valoración  para justificar en sus actas, retóricamente y a posteriori, cualquier decisión. Estos jueces de ocasión no argumentan y  sus juicios adquieren la monárquica fórmula de así es porque nosotros tenemos la autoridad para juzgar.

Como apunta Rodríguez, es urgente elaborar unas reglas de juego para las bienales mediante las cuales los participantes, el jurado y el público sepan de antemano a qué atenerse, y no tener que esperar a que los jueces de turno se inventen cada vez su propio sistema de valoración, y la invitación a participar debería estar acompañada de una legislación que defina unos criterios  para convocar y juzgar, y después para socializar y presentar los resultados al público mediante un lenguaje que permita una discusión mas amplia. Especialmente entre los ciudadanos, habría que agregar, a los que finalmente está dirigida la arquitectura.

En esta columna se ha propuesto repetidamente que las bienales deben ser una muestra razonada en las principales ciudades de toda la arquitectura que se hace en Colombia, para que críticos, arquitectos y público opinen, especialmente sobre cómo esos edificios mejoran las lugares en los que están. Aunque en esta última se lograron muchas mejoras, el hecho es que nos fascina tener, reina, virreina y princesas, y el negocio que eso significa. Como ahora en Medellín, donde aprovechando la Bienal Iberoamericana que a mala hora se realizó allá y no en la capital, nos quieren hacer creer que su reciente arquitectura “espectáculo” representa la del país.

Benjamin Barney Caldas, El País, Cali 13/05/2010

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