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BD Bacatá

El BD Bacatá y el ave Fénix

Cuando uno cree que un tema se ha terminado, siempre resucita, como el ave Fénix, y aparece algo más. Me refiero en este caso al rascacielos BD Bacatá. Pensé que la negativa de la Secretaría Distrital de Planeación a revocar la licencia era el colorín colorado de este cuento, hasta que el periodista Alexander Marín publicó en EL ESPECTADOR un artículo titulado Las dudas de los inversionistas del BD Bacatá, a raíz del cual le mandé la siguiente carta:

Señor
ALEXANDER MARIN
El Espectador

Estimado Sr. Marín:

Leí con mucho interés su artículo «Las dudas de los inversionistas del BD Bacatá» en EL ESPECTADOR del domingo 12 de marzo. Y digo con mucho interés porque el tema del famoso rascacielos ha sido motivo de mis críticas y preocupaciones. Las críticas se han publicado en el Blog de arquitectura TORRE DE BABEL, y las preocupaciones las sigo cargando. Ha sido pelea de tigre y burro amarrado.

Mis motivos de inconformidad han sido muchos y están suficientemente aclarados en los cuatro artículos que le adjunto. Pertenecen a cuatro temas: urbanos (que afectan a la ciudad), arquitectónicos (que afectan a  usuarios), económicos (que afectan a compradores ) y normativos (que permitieron la construcción). Vamos por partes.

El tema urbano que más preocupa es la ubicación del edificio –que genera un gran movimiento de peatones y vehículos– en una zona de por sí ya congestionada. Los miles de peatones nuevos que atraerá el edificio tienen que circular por los andenes actuales, pues el proyecto no dejó ni un metro cuadrado de espacio público, y si el pequeño espacio abierto en el centro –que no público– va a ser cubierto, el lote queda construido en un 100%.

Debido a esta ubicación, la accesibilidad en automóvil es tal vez el tema más álgido. El único acceso y salida del proyecto en automóvil es por la calle 20 (de dos carriles) para desembocar en la carrera quinta, igual de ancha y ya completamente copada. Por allí entran y salen –si pueden– los más de 700 automóviles que alberga el proyecto. Se habría podido al menos mitigar esta tragedia cediendo unos metros sobre la calle 20 y la carrera 5 para ampliar la vía, pero ya no se hizo.

El proyecto aprobado presentaba algunos problemas de tipo arquitectónico, como un hall de ascensores excesivamente estrecho, entrada a parqueaderos muy pequeña, un sótano demasiado bajo que no permitía la entrada del camión de trasteos, escaleras de evacuación insuficientes, etc. Yo puse estos problemas en conocimiento de la firma de arquitectos española, autora del proyecto. Desconozco si se corrigieron.

Me llamó la atención en su artículo que los compradores están preocupados por lo que no toca –demora en recibir ganancias– y no por lo que sí toca –el valor de esas ganancias–. Tal vez quienes compraron oficinas o apartamentos para arrendar no están conscientes de que pagaron precios de estrato seis, y tienen que competir con la oferta de inmuebles en el norte, sin el grave problema de la accesibilidad. Los que compraron Fidis del hotel harían bien en pedir que les digan cuánto van a recibir. Si ya existe un operador, ya se debe saber cuánto se recauda y se reparte mensualmente. En el año 2012, BD Bacatá anunció que el estudio de rentabilidad del hotel se había hecho con una tarifa de $270.000, difícil de aplicar, teniendo en cuenta que en ese momento el hotel Ibis (por ejemplo), bastante nuevo, bien ubicado, cobraba $ 112.000. Si el hotel es de cinco estrellas, el problema aumenta. Les recuerdo que, según la propaganda, «Los FiDis no son una inversión financiera: no garantizan una rentabilidad ni su redención en un plazo determinado», y además su rentabilidad es de medios, no de resultados. Por lo pronto, que todos los inversionistas se olviden del rendimiento prometido de 16% anual.

Mi lucha contra el BD Bacatá terminó en septiembre de 2012, al solicitar –con el apoyo de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá– la revocatoria de la Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012 fue contundente: «Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado» (la negrilla es mía). Y al final de la Resolución una frasecita demoledora: «con ella queda agotada la vía gubernativa».

Ahora ya sabe Usted, en esta pelea que pretendía defender los intereses de Bogotá, compradores y usuarios, quien fue el tigre y quien el burro amarrado.

Hasta aquí la carta. Ya el edificio está en etapa de terminación, y solo cuando lo entreguen se sabrá si yo fui alarmista, pesimista o realista. Y mientras tanto, termino con la frase que llevo seis años mordiéndome la lengua para no poner: yo se los dije.

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Protestantes

Andaba el año de 1520 –en esa época los años no corrían, andaban– cuando el Papa León X excomulgó a Martín Lutero por discrepar de la doctrina y proponer una reforma del cristianismo. Este movimiento, llamado la Reforma, dio origen a un puñado de religiones disidentes de la católica, conocidas como “protestantes”. Tanto iglesias como feligreses se apropiaron del término y hoy en día son definidos por el diccionario de la RAE como los “que profesan alguna de las confesiones religiosas surgidas de la Reforma”.

Esta definición ha dejado por fuera a quienes ejercemos el molesto oficio de “mostrar alguien de manera vehemente su disconformidad con una persona o cosa”, como define el mismo diccionario al verbo “protestar”. A riesgo de que se me confunda con un fiel seguidor de Lutero y su doctrina, seguiré criticando lo que considere que, según mi criterio, está mal hecho. En este contexto me considero un protestante.

Hay quienes opinan que protestar es de mal gusto; otros consideran que es un derecho, y algunos –donde yo me incluyo– consideramos que es un deber. Pasar agachado ante un hecho ilegal, injusto o simplemente perjudicial para nosotros, nuestra sociedad o alguno de sus miembros es hacerse cómplice de algo indebido que tenemos la obligación de tratar de evitar.

Los arquitectos, sin embargo, no nos destacamos por ser un gremio reconocido como protestante. Pensando en borrador y sin castigar mucho a la memoria, encuentro muy pocos colegas que practiquen el desagradecido oficio de la protesta, como Germán Téllez, Benjamín Barney, Juan Luis Rodríguez, Guillermo Fischer, Mario Noriega… y otros pocos en Bogotá y la provincia.

Pero independientemente de cuántos somos y cuántos deberíamos ser, y haciendo de abogado del diablo –la mayoría de los abogados lo son– deberíamos hacernos la pregunta: ¿Sirve de algo protestar? Trataré de contestarla resumiendo mis protestas de los últimos cinco años, en artículos (citados entre paréntesis) publicados en la revista ARCADIA o en el blog TORRE DE BABEL.

La protesta más insistente fue la del edificio BD Bacatá (La guerra de las falacias, Ataca Bacatá, Hace rato que no reto, La alegría de aprender, ¡Indignaos!). A continuación, un aparte de este último artículo:

Recuerdo de mi primera indignación.

En abril de 2011 aparece profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos la torre BD Bacatá– en la calle 19 con carrera 5, sitio con una movilidad y una infraestructura de servicios ya cercanas al colapso. Revisando las normas encontramos que, en contra de lo estipulado en ellas –y según mi buen saber y entender, no se hizo plan parcial, no se cumplió con los aislamientos, no se cumplió con el título K de la norma NSR 98 referente a los medios de evacuación, y no se pagó impuesto de plusvalía. Aprovechando una solicitud de reforma de licencia, interpuse entonces un Recurso de Reposición ante la Curaduría 4 solicitando la revocatoria de la Licencia de Construcción. La curaduría resolvió “No reponer la modificación del acto administrativo MLC 11-4-0303 de 10 de mayo de 2012,” por lo cual interpuse un Recurso Subsidiario de Apelación ante la Secretaría Distrital de Planeación.

La respuesta de la SDP, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012, fue contundente: “Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado” (la negrilla es mía). Y al final de la Resolución una frasecita demoledora: ”con ella queda agotada la vía gubernativa”.

La segunda protesta fue a raíz de la caída del edificio Space en Medellín (Colapso, Colapso2, Colapso 3. El reinado de las Por Qués, Omertá, Se Dice, Test para Constructores Antioqueños). A continuación, un aparte de El Reinado de las Por Qués:

¡Hace más de un año se cayó en Medellín la torre 6 del conjunto de vivienda Space con un saldo de 12 muertos, y fue necesario demoler las otras cinco! El estudio de la Universidad de los Andes demostró que el culpable fue el calculista. ¿Por qué ni él ni los constructores han sido juzgados, ninguno está en la cárcel, ni el gremio de ingenieros se ha pronunciado públicamente sobre este hecho, el más grave en toda la historia de la construcción en Colombia? ¿Están esperando que se caigan los otros edificios calculados por el mismo profesional para hacer un solo juicio? ¿El hecho de poner en peligro la vida de los compradores por ganarse unos pesos constituye mérito suficiente para que la Sociedad Antioqueña de Ingenieros propusiera condecorar al fundador de Lérida CDO, la firma constructora?

La alcaldía de Petro no se escapó de mis protestas (La abuelita fea, El Evangelio según San Petro, La ciudad equivocada, Tres modelos de ciudad, La ciudad pintada, La fábula de la confabulación, Día de la madre, Petro y la hoja). Un párrafo de La Ciudad Equivocada puede ser un ejemplo:

El nuevo modelo de ciudad propone densificar el llamado Centro Ampliado desestimulando el desarrollo de la periferia, con el pretexto de disminuir recorridos vehiculares. Sin embargo, el gran tamaño del Centro Ampliado implica necesariamente recorridos internos, y la acumulación de los servicios en esta área genera más desplazamientos de la periferia al centro por una malla vial que ya está colapsada. Una de las justificaciones para la densificación del centro es que en este sector los metros cuadrados de vías por habitante son mayores que en la periferia. Lo que no se tuvo en cuenta es que el estudio se hizo con la población residente –los que duermen allí, cuando efectivamente las vías están desocupadas– y no la población flotante que en el día se calcula en un millón y medio, y satura vías y andenes del centro tradicional.

Los concursos fueron un tema que se ganó varias cuartillas (El patito feo, El show va a comenzar, Premiando imágenes. Facultad de artes, Respuesta a Sergio Elías Aguía). Con el artículo sobre el concurso para la facultad de Artes de la Universidad Nacional, cometí un error imperdonable en quien hace una columna: escribir con rabia. Si hubiera contado hasta cien –posiblemente hasta cien mil en este caso– no habría utilizado términos que pueden molestar a los involucrados. Sigo creyendo que todo lo que dije es cierto, y el llamado concurso –que en realidad fue una compra de anteproyectos– no fue el resultado de una decisión arbitraria de la entidad, sino el de aplicar –de buena fe, estoy seguro– las normas de contratación de la Universidad, por parte de un grupo de colegas que desconozco, y a quienes aprovecho para pedir disculpas. Ejemplo de esta crítica es parte del texto de Premiando Imágenes:

Estos concursos premian –en teoría– los mejores edificios. Para mí los mejores edificios son no solo los que sobresalen por su arquitectura. Son los que mejor se adaptan a las condiciones del sitio, los que se implantan correctamente en el entorno, los que más aportan al bienestar de la comunidad, los que mejor funcionan para lo que fueron diseñados y los mejor construidos.

Pero: ¿se están teniendo en cuenta estas condiciones al adjudicar los premios? Por imposibilidad o por desinterés los jurados no visitan las obras candidatas al galardón. Con el precario material que reciben –un puñado de fotos y planitos– no es factible captar las condiciones del sitio, su relación con el entorno, el funcionamiento, el efecto en la comunidad y la calidad de la construcción. Ni siquiera la arquitectura ni las características de sus espacios. El jurado solo se puede formar una imagen de los proyectos, y eso es lo que venimos premiando: imágenes de edificios.

No podía dejar de lado el tema de la formación de los nuevos arquitectos (Información, formación, deformación; Jurados juzgados, Los profesores, ¿Arquitectos nuevos educación vieja?). Un aparte de este último artículo:

Nuestros estudiantes deberían entonces recibir menos información presencial, y buscar por sí mismos –filtrando con buen criterio– los conocimientos que abundan en la red y en los medios; conocer culturas diferentes y poder comunicarse en varios idiomas; investigar para producir nuevo conocimiento; entender la geografía como la relación entre arquitectura y territorio, y analizar la historia para identificar las bases culturales de donde proviene el patrimonio construido; aprender a aprender como un hábito personal, permanente y vitalicio y, sobre todo, aprender a pensar. En esta forma podrán asumir los retos actuales de la profesión, en cualquier lugar, y auto adaptarse a los futuros.

Los arquitectos estrellas no se salvaron de mis protestas (El puente está quebrado, Las estafas en la arquitectura, Pritzker); ni siquiera el gran Maestro Le Corbusier (A veces toca, Cuando toca recibir regaños, Planeación Bogotá, Región Bogotá 2038, ¿Cuánto vale Le Corbusier?). Frank Gehry y Zaha Hadid son dos de las estrellas mencionadas:

Empecemos por Frank Gehry, demandado por MIT por negligencias en el proyecto del Stata Center. El edificio tiene goteras y en invierno se entra la nieve. Entretanto, la fachada en acero inoxidable del Auditorio Walt Disney, proyecto del mismo arquitecto, refleja el sol, calentando en forma exagerada a unos vecinos que exigen airada y justamente una solución.

En Sevilla el escándalo ha acaparado los espacios de los medios. Un juez ha ordenado la demolición y restitución del terreno original (incluyendo árboles y amueblamiento) que ocupa la Biblioteca Central de la Universidad, proyecto de Zaha Hadid en etapa de terminación, por haber sido construida completamente por fuera de la norma.

Tampoco se escapó la Arquitectura “de imagen” (Las ardillas muertas), ni los que destruyen la Arquitectura (Los Arrasenos). Veamos un párrafo de Las Ardillas Muertas:

Se trata de una casa típica de revista de arquitectura de supermercado, rodeada de un jardín donde la mano del hombre no ha sembrado nada vegetal diferente del “zacate” (prado). El único árbol ya existía en el lote. El cálido sol centroamericano atraviesa incontrolado la generosa fachada de vidrio, y es fácil imaginar la ardiente temperatura dentro del acuario, o el gigantesco equipo de aire acondicionado y su consumo de energía que se considera un pecado mortal en los demás. No existe un alero generoso, una pérgola amable con enredaderas o al menos un árbol frondoso que proteja el interior de los incómodos rayos solares. Ya no se usa el famoso “Brise Soleil” recomendado por Le Corbusier en los años cincuenta, cuando la protección del clima era un sentimiento natural y una práctica usual entre los arquitectos, sin que existiera el término “arquitectura bioclimática” ni se conociera su significado. Seguimos cacareando la ecología, la bioclimática y la sostenibilidad, y publicamos y promocionamos los proyectos que las ignoran.

También se ganaron mi protesta las bienales (A propósito de la Bienal de Venecia, Pecados Bienales). En la Bienal de Venecia se premió un edificio sin terminar en Venezuela, invadido por familias pobres. Así decía el artículo:

El premio del León de Oro a la Torre de David me parece una vergüenza. A los europeos les parece muy simpático que unos pobres sin techo solucionen su problema tomándose un edificio ajeno y sin terminar, ¡y que esa acción desesperada se merece un importante premio de arquitectura! No le importó al jurado el hecho de que dos millares de venezolanos vivan sin las mínimas condiciones de higiene y comodidad, sin servicios públicos, subiendo todos los días veinte pisos sin ascensor, enterrando a sus niños que se caen por las fachadas abiertas, en una estructura inadecuada y ajena, tomada por la fuerza bajo la mirada condescendiente de un gobierno dictatorial que cree que esta actitud complaciente es una manera socialista y bolivariana de hacer justicia social. Esta vida denigrante en un tugurio vertical en condiciones infrahumanas, se considera una solución no solo aceptable sino meritoria. ¿Qué tanto toca escarbar en la miseria y revolver la pobreza para encontrar los méritos arquitectónicos y otorgar un León de Oro a una obra mediocre a medio hacer? El premio se adjudicó a una calidad de vida inexistente de una comunidad de miserables, o a una ostentosa presentación basada en fotos donde no se ve el hambre. Este reconocimiento es un ultraje a la arquitectura y una burla de la miseria humana.

El balance de mis protestas no puede ser más desalentador: el edificio BD Bacatá va viento en popa, aparentemente con las falencias y los errores denunciados; sobre los responsables de la caída del edificio Space, no se ha publicado nada; la enfermedad de la alcaldía de Petro se curó sola –como la adolescencia– sin que hubieran influido mis artículos; los concursos siguen igual, con lo bueno, lo malo y lo feo; los artículos sobre el tema de la educación de los nuevos arquitectos no afectaron para nada este oficio; siguen apareciendo las denuncias de la mala práctica de algunos arquitectos estrellas, y la publicación de proyectos cuya forma trata de ocultar la falta de fondo; y, finalmente, las bienales siguen tan campantes.

La primera conclusión –la pesimista– es que las protestas no sirven para nada. La segunda –la optimista– es que es posible que estos regaños inofensivos hayan logrado que algunos colegas se enteren de estos problemas, mediten sobre ellos y compartan las ganas de atacarlos. Esto justificaría la molestia de escribir y publicar artículos criticones.

Mientras haya la sospecha de que estos escritos pueden servir para algo, seguiré con mi desagradecido oficio de protestante, contando con la compañía de Téllez, Barney, Rodríguez, Fischer, Noriega, Calvino, Lutero y ojalá muchos más.

* Imagen tomada del blog de Jorge Vilela.

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Molinos de viento

Molinos de viento

Ladran Sancho, señal que cabalgamos.
Atribuido al Quijote

Desde hace varios años vengo combatiendo –como el caballero de la triste figura– mis gigantes –que resultaron ser molinos de viento–, sin derrotar a ninguno. Voy a recordarles los tres más grandes.

El molino más pequeño se llamaba Gustavo Petro. El alcalde inició y terminó su gobierno “chamboneando”, que consistía en hablar primero y pensar después. Afortunadamente, no era como los ríos y las motocicletas, que no tienen reversa, y finalmente la mayoría de los absurdos con los cuales nos amenazó nunca se realizaron. Empezó proponiendo la implantación de colegios en los terrenos destinados para la necesaria Avenida Longitudinal de Occidente (ALO), y la construcción de un tranvía que iría hasta Zipaquirá. Después anunció que cobraría peajes urbanos, en una ciudad sin autopistas urbanas. De pronto se dio cuenta de que en el sector de Cedritos el alcantarillado ya no era suficiente para evacuar las aguas de las nuevas construcciones y suspendió la expedición de licencias de construcción. Meses más tarde, presentó un Plan de Ordenamiento Territorial –POT– que autorizaba construcciones de gran altura – incluso en Cedritos – que el Concejo le rechazó. Entonces sacó de la manga el decreto 562, que permitía prácticamente lo mismo que el POT rechazado. Su programa de Viviendas de Interés Prioritario –VIP– nunca alcanzó las metas prometidas y, para construir parte de las unidades que finalmente hizo, sacrificó el lote de la Hoja, uno de los terrenos más valiosos que tenía Bogotá.

Las voces de alerta y rechazo a sus programas no le hicieron ni cosquillas a este molino. Por fortuna, con el alcalde Petro sucedió lo que sucede con la enfermedad llamada adolescencia: que se cura sola con el tiempo.

Ahora llega Enrique Peñalosa nuevamente a la alcaldía, quien demostró en su mandato anterior ser un buen administrador y un mejor ejecutor, hasta el punto que apareció un grafiti que decía: no queremos obras; queremos promesas. Parece que a Peñalosa le quedó sonando la frase y, en entrevista del periodista Yamid Amat, le soltó un ambicioso programa –como para desarrollarlo en 20 años– con unas súper promesas que incluyen un gran parque en los cerros orientales, el metro elevado, la recuperación del río Bogotá –hasta volverlo navegable– y del río Tunjuelo, y cien mil viviendas de Interés Prioritario repartidas en cinco desarrollos llamados “Ciudad Paz”.

Queríamos promesas pero no tantas. Los bogotanos quedaremos satisfechos con que cumpla el 10% de su programa, y hasta aquí todo bien. Pero lo que no está bien es que quiere construir una de sus “Ciudades Paz” en la reserva Thomas van der Hammen, contra la opinión de expertos y profanos. La reserva, al norte de Bogotá y con un área de 1.400 hectáreas, sirve de unión a los ecosistemas de los cerros orientales con los de la sabana y el río Bogotá. Esperamos que el alcalde recapacite, se lleve la vivienda para otra parte, y respete los terrenos que los ambientalistas consideran irremplazables. Ojalá que Peñalosa –de por sí un gigante– no se convierta en el próximo molino.

El siguiente molino –ese sí un verdadero gigante en el sentido de la palabra– es la torre BD Bacatá, que ya se eleva desafiante en el paisaje urbano de Bogotá. Nuestro ataque a este Goliat comenzó en abril de 2011 cuando apareció profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos que, de acuerdo con nuestro leal saber y entender, no había presentado el plan parcial obligatorio; no respetaba ni los aislamientos exigidos ni la altura, ni el índice de construcción resultante de las normas sobre aislamientos; no cumplía con las normas referentes a los medios de evacuación, se presentaban inconsistencias entre la licencia y los planos aprobados, y no se le cobró la plusvalía correspondiente a la mayor edificabilidad.

Además, estaba ubicado en un sitio con una movilidad y una infraestructura de servicios cercana al colapso, y no aportaba a la ciudad ningún espacio público. No conocemos el estudio de movilidad –que se presentó después de expedida la licencia de construcción– pero creemos que la entrada de vehículos propuesta por la calle 20 desde la carrera 7ª, y la salida por la carrera 5, no era suficiente para el nuevo tráfico generado por el edificio; mucho menos ahora que Petro peatonalizó la carrera 7ª. Arquitectónicamente, el proyecto se destacaba por su mezquindad en los espacios, algunos de ellos inoperantes como un hall de ascensores de un 1,50 metros de profundidad, una entrada y salida de 6 metros de ancho para 700 estacionamientos, y un área de descargue en el sótano donde no cabían los camiones. No sabemos si se corrigió alguno de estos errores imperdonables.

Creímos que el edificio representaba un golpe bajo para Bogotá y una cachetada al desarrollo del centro, y solicitamos la revocatoria de la Licencia de Construcción. La respuesta de la Secretaría Distrital de Planeación, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012, fue contundente: Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado. Y remataba con una frasecita demoledora: con ella queda agotada la vía gubernativa. Total: otro molino que nos derrota. Lo más grave, sin embargo, está todavía por venir. Se dice que hay más de 350 licencias otorgadas con base en el decreto 562 donde no se sabe cuántos gigantes como el BD Bacatá estarán agazapados. Por lo pronto, se anuncia un monstruo de 90 pisos a una cuadra del rascacielos mencionado: el proyecto Entre Calles. Dios y Peñalosa libren al centro de semejante desastre.

Derrotados y con el rabo entre las piernas, nos enfocamos en Medellín –segunda ciudad del país– para combatir un molino asesino: los responsables del colapso de la torre 6 del conjunto Space, ocurrido el 12 de octubre del 2013. Según el estudio de la Universidad de los Andes, los cálculos –criminales, agrego yo– no cumplían con las normas, al igual que los de otros conjuntos: Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna y Acuarela Norte, calculados por el mismo ingeniero.

El año pasado escribí un test dirigido a mis colegas paisas, con 12 preguntas sobre el caso Space. Solamente recibí una respuesta a una de las preguntas, enviada por Germán Téllez, que tiene de antioqueño lo que yo tengo de esquimal. Publico el vínculo de las preguntas, con la esperanza de que haya al menos un arquitecto antioqueño que lea Torre de Babel, comparta nuestra indignación y nos cuente si finalmente se hizo justicia: Test para constructores antioqueños.

Los promotores ambiciosos a quienes no les importa la ciudad, y los ingenieros inescrupulosos a quienes no les importa la vida humana, siguen cabalgando. Pero no hay nadie que les ladre.

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Más arquitectura arrogante

Mayo 23 – 2013

Todo empezó con la Torre de Babel, cuando los hombres quisieron construir un edificio que llegara hasta el cielo. Dios – como todo lo sabe – entendía que los rascacielos eran engendro del demonio y como no quería que le rascaran su territorio, con una jugada habilidosa les mandó diferentes lenguas que terminaron por confundirlos y abandonar la idea.

El Consejo de Edificios Altos y Habitat Urbano define, en un lenguaje un poco pretencioso, el rascacielos como “Un edificio en el que lo vertical tiene una consideración superlativa sobre cualquier otro de sus parámetros y el contexto en que se implanta”. Inicialmente esta condición no fue tan clara, cuando a finales del siglo XIX el invento y desarrollo del ascensor y la bomba hidráulica hicieron posibles los primeros “rascacielos” en Chicago y Nueva York, de 10 y 20 pisos! Pero poco a poco el afán de explotar al máximo el uso de la tierra disparó las alturas y aparecieron destacándose en la silueta de Nueva York, el Empire State y el Chrysler Building con más de ochenta pisos. El entusiasmo por los rascacielos llevó a Frank Lloyd Wright a proponer, en 1956, el edificio de una milla de alto, que nunca se pudo hacer.

El virus de las alturas se propagó, lentamente en el siglo XX y rápidamente en el XXI, alentado por la ilusión de construir más metros en menos lote con la consiguiente economía en la incidencia del valor del terreno. Vana ilusión. La ineficiencia – que aumenta exponencialmente con la altura – debida al alto costo de la cimentación y excavación de sótanos, el sistema de transporte vertical que ocupa un alto porcentaje del área de los pisos, la costosa estructura y las complejas instalaciones hidráulicas, eléctricas y de comunicaciones, compensó esta economía y la descartó como justificación para construir en gran altura.

¿Por qué entonces se siguen construyendo rascacielos cada vez más altos, si la lógica demuestra que no son rentables? Porque la lógica en este caso no importa. Se construye por arrogancia, y para arrogantes. Se trata de tener, a toda  costa, el edificio más alto de la ciudad, el país, el continente o el mundo. Como si la calidad de la arquitectura se midiera por la altura, como el salto con garrocha. Y la vanidad ignora el costo, como en el caso del Burj Khalifa en Dubái, con 828 metros – la mitad del de Wright –  incluyendo el truco de una antena enorme y de discutible necesidad. Para recuperar costos y ganar fortunas, los promotores de Nueva York se han lanzado a los rascacielos de súper lujo, para quienes no necesitan hacer cuentas. Un apartamentico de 39 M2 en la torre 432 PARK en construcción, cuesta solamente $2.860 millones de pesos colombianos

¿Por qué no dejar que millonarios ostentosos gasten – o laven – su dinero en elefantes blancos, que otros millonarios ostentosos compran? Porque en muchos casos la vanidad y codicia de unos pocos la pagan la ciudad y sus usuarios (BD Bacatá), porque no se construye en el sitio más adecuado, sino en el más rentable para el promotor (BD Bacatá) , aunque el sector presente serios problemas de accesibilidad (BD Bacatá), y en lugar de aportar espacio público que mejore las condiciones del sitio (BD Bacatá)  contribuya a atraer población que aumente la congestión vehicular (BD Bacatá) en una ciudad donde no existe un sistema de transporte masivo adecuado.

El próximo caso, a inaugurarse el año entrante, es el One World Trade Center en Nueva York, de 541 metros – incluyendo nuevamente la imperdonable súper antena – y 104 pisos, anunciado orgullosamente como el más alto de América.

El famoso once nueve de dos mil uno, partió en dos la historia de los Estados Unidos, al mostrarle que esas guerras que siempre habían peleado por fuera, estaban apareciendo en su patio. Obama juró venganza y  la gradería aplaudió. Había que cortarle la cabeza al monstruo – lo cual se hizo – y demostrar que la nación era invencible, construyendo un edificio igual o más alto que las torres destruidas, lo cual también se hizo. La arquitectura se convirtió, ya no solo en un objeto pedante y pretencioso, sino en un instrumento de revancha.

Espero que algún día volvamos a apreciar la arquitectura útil y bella pensada para el bienestar del hombre, por encima de esa arquitectura arrogante y ostentosa, producto de la vanidad, la codicia y  el revanchismo.

WILLY DREWS

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¡INDIGNAOS!

Noviembre 29 – 2012

“Desafortunadamente, la historia da pocos ejemplos de pueblos que saquen lecciones de su propia historia.”

Stephane Hessel

En su libro “Indignaos” comenta Stephane Hessel que el motivo fundamental de la Resistencia Francesa fue la indignación. Afirma que “Cuando algo te indigna como a mí me indignó el nazismo, te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido.”  Y concluye: “A los jóvenes, les digo: mirad a vuestro alrededor, encontrareis los hechos que justifiquen vuestra indignación.”

Los  bogotanos no tienen que mirar muy lejos: con ojear los principales medios escritos, descubrirán la imagen de un rascacielos  que se anuncia como el  “proyecto inmobiliario más importante del país”: la torre BD Bacatá. Y si se informan de qué se trata, encontrarán seguramente un motivo que justifique su indignación. Y si además se enteran de las medidas que el gobierno de Petro anuncia, – y si Dios quiere después se arrepiente –  encontrarán más motivos.

Recuerdo de mi primera indignación.

En abril de 2011 aparece profusamente en Bogotá la propaganda de un rascacielos de 66 pisos – la torre BD. Bacatá – en la calle 19 con carrera 5, sitio con una movilidad y una infraestructura de servicios ya cercanas al colapso. Revisando las normas encontramos que, en contra de lo estipulado en ellas – y según mi buen saber y entender -, no se hizo plan parcial, no se cumplió con los aislamientos, no se cumplió con el titulo K de la norma NSR 98 referente a los medios de evacuación, y no se pagó impuesto de plusvalía. Aprovechando una solicitud de reforma de licencia, interpuse entonces un Recurso de Reposición ante la Curaduría 4 solicitando la revocatoria de la Licencia de Construcción. La curaduría resolvió “No reponer la modificación del acto administrativo MLC 11-4-0303 de 10 de mayo de 2012,” por lo cual interpuse un Recurso Subsidiario de Apelación ante la Secretaría Distrital de Planeación.

La respuesta de la SDP, contenida en la Resolución Nª 11-86 de septiembre 25 de 2012 fue contundente: “Los asuntos de tipo estructural, normativo y volumétrico aprobados mediante la Licencia de Construcción Nª LC 11-4-0303 del 2 de marzo del 2011, que no fueron objeto de modificación, no pueden ser motivo de estudio o pronunciamiento en esta oportunidad, por tratarse de un Acto Administrativo que se encuentra plenamente ejecutoriado” (subrayado mío). Y al final de la Resolución una frasecita demoledora:”con ella queda agotada la vía gubernativa.”

Esto quiere decir que si Petro vende o regala a un promotor inescrupuloso el Palacio Lievano, (lo cual es posible; ver más adelante el caso del lote de la Plaza de la Hoja)  y este consigue en forma “non sancta” con un Curador venal una licencia para instalar allí un burdel, esta licencia se convierte en un “Acto Administrativo plenamente ejecutoriado” contra el cual no se puede hacer nada, y el promotor podría sacar a sombrerazos a los funcionarios de la Administración Distrital. Que, pensándolo bien, no estaría mal.

Hasta aquí llegó el intento de que un proyecto invasivo y deteriorante cumpliera al menos con las normas, disminuyera así su impacto negativo sobre la zona y no sentara un precedente funesto para el centro de la ciudad. Tocó tragarnos ese sapo, y los que vienen. Ya se habla de otro rascacielos – Proyecto B- en el Centro Internacional, y una torre de 90 pisos- Proyecto Entre Calles – en la calle 19 con carrera 7. Y seguirán más…

¿Ya hay algún indignado?

Ahora mi segunda indignación.

Petro inició su programa de gobierno “Chamboneando”, que consiste en hablar primero y pensar después (columna “El evangelio según San Petro” Arcadia 77) con el tema de la movilidad. Lo primero que propuso fue destinar los terrenos reservados para la Avenida Longitudinal de Occidente (ALO) a la construcción de colegios, y remplazarla por un tranvía que iría – haciendo tilín tilín – hasta Zipaquirá. Mientras tanto el tráfico en la ciudad es cada vez peor y los huecos se convierten en troneras. Lo único que se mueve es el proyecto del Metro que ha pasado varias veces de pesado a liviano, y se ha trasteado de la Avenida Caracas a la NQS, y  de esta a la carrera Séptima. Finalmente no sabemos si por la séptima pasará el metro pesado, el liviano, el Transmilenio pesado, el liviano o – la última propuesta – el simpático e ineficiente  tranvía que parece que ya no llega a Zipaquirá. Después anunció que cobraría peajes urbanos, en una ciudad donde no hay autopistas urbanas.

¿Hay mas indignados?

Y viene mi tercera indignación.

En este caso el  tema fue el agua. Un día decidió Petro no venderle mas a los municipios de la sabana el agua proveniente de los mismos municipios, ni a los nuevos edificios del sector Cedritos – un pedazo considerable del norte de Bogotá – pues después de años de densificar la ciudad se acaban de dar cuenta de que el alcantarillado es insuficiente y no permite su evacuación. A nadie se le ocurrió que si permitían más viviendas tenían que ampliar simultáneamente la infraestructura de servicios públicos.

¿Ahora si hay bastantes indignados?

Sigue la cuarta y última…por ahora!

La cuarta indignación tiene que ver con la Vivienda de Interés Prioritario VIP. De acuerdo con la resolución 1099 de 2012, los propietarios de 1185 lotes tienen que  desarrollarlos antes de un año, so pena de ser expropiados para VIP. Cuántos son aptos para este fin es una incógnita, y con que plata se van a pagar es la otra. Quien decida desarrollar su predio – según acuerdo 489 de 2012, por reglamentar – debe construir, durante el primer año, viviendas VIP por valor del 20% del lote, o cancelar dicho valor. El segundo año, el impuesto es del 30%. Es fácil deducir que este mayor valor lo pagarán finalmente los pobres compradores de vivienda, no los promotores que, como Jalisco, nunca pierden.

El ministro Vargas Lleras se inventó, como abrebocas populista de su futura campaña presidencial, su programa de cien mil VIP regaladas, y Petro entusiasmado le ofreció ocho lotes para construir 4101 casas , uno de los cuales es el lote de la Plaza de la Hoja.

Para quienes no lo conocen, el lote en mención tiene una cabida de 3.7 hectáreas, y está ubicado en la calle 19 y la avenida NQS .Es uno de los más costosos de propiedad del Distrito y estaba destinado al Centro Administrativo Distrital. Una casa VIP en otro sitio de la ciudad, vale treinta y nueve millones de pesos. El solo lote para cada casa, en el Lote de la Hoja saldría costando alrededor de trescientos millones!!

Regalar este lote es un ataque directo al patrimonio de Bogotá, y posiblemente un peculado o un detrimento patrimonial.

¿A alguien más le indigna que se dilapide el patrimonio de la ciudad, con fines electoreros?

Los bogotanos tienen motivos de sobra para ir más allá de la indignación! Para quienes no entendieron el mensaje de Hessel, se los traduzco a colombiano: EMBERRACAOS!!

Willy Drews

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Obsesión FÁLICA y ciudades cosmopolitas

Febrero 29 – 2012

El “publireportaje” de hace unos días en El Tiempo se supone que “entrevistaba” a uno de los promotores del edifico BD Bacatá, un rascacielos que de manera anómala se levanta en la Avenida 19 con Carrera 4ª. El «artículo» hace una convocatoria para asistir a una serie de conferencias en las cuales se explicarán las bondades del proyecto.

Estamos acostumbrados ya a la campaña y el gasto publicitario que estos promotores han invertido en muchos medios escritos y en la radio, pero hacía mucho tiempo no se veía una arrogancia del calibre que exhiben en el tal “publireportaje”. Tanto, que el problema no parece encajar dentro del ámbito de la arquitectura sino de la psiquiatría. Las afirmaciones en las que basan sus argumentos así lo sugieren.

Si bien son muchos los términos que podrían asociarse con la actitud que se trasluce en el “publireportaje” (mesianismo, megalomanía, egocentrismo, grosería, narcisismo, ignorancia, manipulación, etc.), me abstendré de utilizarlos por respeto a estos señores que no pasan de ser comerciantes internacionales, con afán de hacer un enorme negocio pasando por encima de todos y de todo. Y, además, pretendiendo descrestar incautos con argumentos casi infantiles. Por eso tan sólo me limitaré a comentar algunas de sus afirmaciones.

Afirma el “entrevistado” que: «Suele decirse en las facultades de arquitectura del país que hasta los años 70 en Bogotá se veía arquitectura «excepcionalmente buena» pero que desde entonces la buena arquitectura de la capital sólo se ve «excepcionalmente»…que “Quienes creemos en el tremendo potencial que tiene Bogotá como ciudad cosmopolita, vemos con dolor cómo la ciudad le ha dado la espalda a la arquitectura mundial por más de treinta años. La ciudad, que en todo este tiempo ha crecido desmesuradamente y sin planificación, hoy brilla por su estética pobre, desordenada, que poco tiene para proponer al debate urbanístico mundial.”…que «la Torre Colpatria se terminó en 1979, y que esto significa que ningún bogotano de menos de 34 años ha visto cómo se construye un edificio de altura en la ciudad: el único proyecto urbanístico que han podido ver, y que hoy muestran con orgullo en sus tarjetas postales, es un bus de Transmilenio.»…que «La capital se encuentra en deuda con la propuesta de proyectos arquitectónicos de vanguardia, que pongan a Colombia en el panorama urbanístico internacional. Uno de los principales obstáculos para lograrlo, ha sido la mentalidad provincial con la que ha solido concebirse la Bogotá del futuro.».

Y continúa el “entrevistado” con una declaración de amor a Bogotá, uno de cuyos sectores va a destruir con su obra. «Bogotá se encuentra nuevamente frente al reto de pensar en grande»…uienes amamos esta ciudad, vemos la llegada de una nueva ola de arquitectos jóvenes, dispuestos a pensar en una capital más cosmopolita e incluyente, que se sobreponga al retroceso que ha sufrido en los últimos años, luego del ligero avance que habían logrado unas pocas administraciones. En otras palabras, hoy los bogotanos tenemos de nuevo la oportunidad de soñar.» Y sigue el “entrevistado” con otra tanda de afirmaciones igualmente sesudas. Sin embargo, dejemos por ahora hasta este punto y comentemos algunos de los planteamientos.

En primer lugar, son muchas cosas suelen decirse en las facultades de arquitectura. Precisamente para eso son las universidades, para decir, discutir y debatir. Una de las muchas cosas que también “suelen decirse”, es que en España la arquitectura, hasta los años 80 era “excepcionalmente” buena, hasta que cayó en manos de especuladores y divas. A partir de ese momento se tornó en un gran negocio que sin consideración alguna ha acabado con presupuestos y con cientos de lugares, explotando la credulidad de quienes caen en sus cuentos, construyendo edificios innecesarios con el argumento de que son diseñados por “arquitectos internacionales”, quienes en muchos casos a su vez son simples negociantes consagrados como producto de consumo por revistas que se prestan a este juego. La verdad es que en las facultades de arquitectura se solía estudiar la buena arquitectura que se vio en España hasta los años 80. Sin embargo, creo más cierto decir que en este momento hay maravillosos arquitectos tanto en España como en Colombia. Son arquitectos que, en vez de afanarse por figurar en el mundo de la farándula y de especular con su quehacer, trabajan dentro de respetables cánones profesionales y éticos.

Debemos pedirle al “entrevistado” que, por favor, no sufra con tanto dolor, ni que recurra a la demagogia barata. Que entienda que existen diversos contextos, y que una persona medianamente educada los puede distinguir. Tal vez sería mas apropiado que el “entrevistado” entendiera que la capital no le ha volteado la espalda al mundo sino, por el contrario, es precisamente la solidez y coherencia de muchos años de arquitectura bogotana la que ha permitido defenderse de los embates y modas internacionales que los grandes promotores/negociantes quieren imponer a nivel mundial.

En cuanto a la planeación de Bogotá, sin duda, deja mucho que desear, y es muy fácil ser crítico de salón. Pero el “entrevistado” entenderá que una ciudad que, por las condiciones sociales que ha vivido el país, crece de manera incontrolable y con extrema rapidez, genera toda suerte de improvisaciones y urgencias que generalmente no pueden atenderse como se quisiera por razones distintas a la planeación. El “entrevistado” probablemente entenderá la diferencia entre manejar la planeación de una ciudad que duplica su población en pocos años, y una de esas maravillosas ciudades y capitales europeas cuya población no aumenta en siglos y que, en algunos casos, decrece.

Si el “entrevistado”, su empresa y su arquitecto son incapaces de siquiera diseñar la entrada a un estacionamiento, o de hacer propuestas para el sector que está lesionando para convertirlo en uno de los más caóticos de la ciudad, difícilmente tienen credibilidad sus opiniones sobre planeación a mayores escalas. ¿Dónde está el pudor?

Por otra parte, el “entrevistado” limita su concepto de ciudad cosmopolita a que existan edificios de altura como la torre BD Bacatá. Dudo que Londres o Paris sean cosmopolitas por el tamaño de sus edificios. Debería, en cambio, tratar de entender que existen muchos otros aspectos para establecer esa medición: la actividad cultural como el Festival Internacional de Teatro, la presencia de los más importantes músicos del mundo en sinnúmero de auditorios de primera línea con que cuenta la ciudad, los museos, las bibliotecas, el espacio público, el número de visitantes por año, la capacidad hotelera, los atractivos turísticos, etc., etc. Al igual que un viajero visita la Torre Eiffel, la Opera de Sydney, el Parlamento Inglés, o el Museo de Arte Moderno en Nueva York, podemos tener la certeza que la torre BD Bacatá en nada ayudará a que la capital sea cosmopolita, y que nadie vendrá a Bogotá a visitarlo a no ser que deseen ver un sector destruido por una lamentable y errada operación de especulación urbana.

Creo que la única aseveración cierta en todo el “publireportaje” es que la Torre Colpatria se terminó en el año 1979. Pero que ningún bogotano de menos de 34 años haya visto cómo se construye un edificio de altura en Bogotá, no parece tener importancia sino para quienes consideran que esa experiencia es fundamental para el desarrollo de una persona. Argumento igualmente baladí sería afirmar que los bogotanos de 50 años no han cenado con Penélope Cruz, o conocido a Mickey Mouse. ¿En que cambia la mentalidad de una persona si ve o no ve construir un edificio de altura? Mas demagogia….

Bajo ese concepto, los habitantes de Washington, de todas las edades, nunca han visto construir una torre de más de 15 pisos y se encuentran condenados a padecer una ciudad llena de inmensos espacios públicos, parques, museos gratuitos y universidades. Los habitantes de Roma también están en la más profunda tristeza por tener una ciudad sin torres como la BD Bacatá y, a cambio, tener que soportar grandes monumentos de la historia. Los verdaderamente afortunados y felices son los madrileños, quienes están sin empleo, protestan en las calles y muchos han decidido salir de su país para hacer negocios de todo tipo en otras partes del mundo. Pero, según el “entrevistado”, a pesar de ese negro panorama, los madrileños deberán regocijarse y estar satisfechos por cuanto han visto la construcción de 4 torres comerciales en los últimos años.

Pero el “entrevistado” insiste que la importancia de su obra se mide por la altura del edificio que insistentemente saca a relucir, y reduce el problema a una competencia absolutamente adolescente (el mío es mas grande que el suyo…!!). Por alguna razón que desconocemos, el “entrevistado” considera que una ciudad no es cosmopolita si no tiene edificios en altura, que un edificio no es emblemático si no es de altura, que un edificio de altura nos permite ingresar al club de la vanguardia de la arquitectura mundial, y que Bogotá se redirá con un edificio en altura que sea mayor a los que existen. Probablemente la Alhambra de Granada, la Casa de Huéspedes Ilustres de Cartagena, el Instituto Salk en La Jolla, o el Parlamento de Berlín, por su falta de altura, carecen de importancia y no clasifican como edificios emblemáticos. Desconocemos la razón, pero todo parece concentrarse en una obsesión fálica en mente del “entrevistado”.

Y cuando se refiere a la “Arquitectura Mundial”, ¿a que se refiere? ¿Está incluyendo allí a la China y la India, que albergan casi la mitad de la población del planeta? ¿Tendrá en cuenta a África? ¿Y que decir de América Latina? O, dentro de su confusión y demagogia, es probable que la “Arquitectura Mundial” a la que se refiere se limita a Dubai y a aquellos edificios que los mercaderes y estrellas internacionales desarrollan en países ajenos a los suyos, destruyendo contextos urbanos, imponiendo modelos caprichosos y desarraigados de la cultura local, mercadeando productos que no les permiten llevar a cabo en sus países de origen

Hasta donde tengo presente, Colombia jamás ha competido por ganar un puesto en el ranking internacional de Arquitectura, ni ha buscado estar en la tal “vanguardia” (¿?) de la profesión. Hay excepciones, pero en términos generales, ha desarrollado arquitectura correcta, discreta, a veces modesta, de alta calidad, respetuosa de las normas y de la ciudad, sin afán de figuración. Es una arquitectura que ha hecho ciudad en vez de destruirla. Curiosamente, esa arquitectura colombiana tan desprovista de aspavientos y luces de relumbrón, contrario a lo que afirma el “entrevistado”, ha sido reconocida internacionalmente como excelente. Como resultado de este hecho, en Bogotá se produjeron proyectos como las Torres del Parque, la Biblioteca Virgilio Barco, las Torres Bavaria, los colegios y las bibliotecas distritales, el Museo Botero, la ciudadela Colsubsidio; todos proyectos correctos, respetuosos, y con un nivel de calidad que el ilustre “entrevistado”, por su curiosa obsesión, jamás logrará entender. Sus autores, y muchos otros, fueron o son todos arquitectos de calidad, como Rogelio Salmona, Germán Samper, Fernando Martínez, Guillermo Bermúdez, Daniel Bermúdez, Ernesto Jiménez, ninguno de los cuales ha pretendido establecer marcas mundiales o impresionar a incautos. Tan sólo han hecho buena, excelente, arquitectura.

Ahora el “entrevistado” trae a personas que considera importantes para dar una serie de conferencias dentro del ámbito de la Feria Inmobiliaria. Van nuestros respetos y bienvenidos sean. Curiosamente, con muchísima frecuencia vienen a Bogotá excelentes arquitectos de muy diversas partes del mundo a participar en ciclos de conferencias a las que le convendría asistir para entender qué es la arquitectura, qué es la ciudad y cual la responsabilidad ética de un promotor. Casi todos estos otros conferencistas se sorprenden sobre la manera como la ciudad ha podido mantener un carácter propio, una identidad, en medio de todas las presiones y modas internacionales. Esto, claro está, no lo percibe el “entrevistado”.

Pero, en fin de cuentas, el “entrevistado” vuelve a eludir lo fundamental de la torre BD Bacatá. No ha podido, o no ha querido, explicar con claridad cómo se obtuvieron licencias para un edificio que incumple múltiples normas, y cómo logró esa aprobación sin pagar la plusvalía correspondiente, sin hacer un plan parcial de desarrollo del sector y cómo responderá posteriormente por los problemas y riesgos que entraña un proyecto con estacionamientos inadecuados, ineficientes y muchos inutilizables, con vestíbulos de tamaños inadecuados, y por la congestión de trafico que generará en el sector. Tal vez para ese momento ya se hayan ido a otro país a agredir a otra ciudad.

Carlos Morales Hendry

 

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