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El Biotopo del Biotipo

Septiembre 13 de 2013

            Ensayo de un ensayo

Dos de las características del siglo XXI son la globalización y los Tratados de Libre Comercio, entendidos como una manera de extender los tentáculos a otros países – y que ellos nos extiendan los suyos – para tratar de vender más y comprar menos. Para lograrlo es necesario vencer las barreras de comunicación existentes entre diferentes culturas, pero muchos ilusos piensan que estas barreras no existen. Creen que, precisamente por la globalización, todos compartimos la misma experiencia y que es posible hacer un By-Pass a la cultura y al lenguaje, y saltar directamente a la experiencia común para contactar otro ser humano.

Esta teoría está basada en la hipótesis de que si dos seres humanos están expuestos a la misma información, prácticamente los mismos datos están siendo  archivados en los dos cerebros en forma similar. Gran error. Cada cultura posee un sistema de filtros sensores propios que admiten unos datos y filtran otros, de manera que la experiencia que llega a la memoria de una persona después de pasar por este juego de filtros, es completamente diferente de la experiencia de otra persona, admitida a través de otros filtros. Este proceso de filtración implica que, en el caso del urbanismo y la arquitectura, ambientes urbanos y espacios arquitectónicos creados por sociedades diferentes para cubrir iguales necesidades, deben ser diferentes.

De estos ambientes, creados o alterados por el hombre, podemos aprender cómo personas distintas usan diferentemente sus sentidos. Sentidos que han sido amplificados artificialmente por el hombre aumentando el alcance y la especificidad de sus funciones: La rueda como extensión de las piernas, el teléfono y el internet como extensiones de la voz, la radio como amplificación del sonido, la televisión como prolongación de la vista, el computador como ampliación del cerebro, y el lenguaje y la escritura como vehículos para transmitir y convertir la experiencia en memoria.

Es decir, que el hombre se ha convertido en la única especie que ha podido, por si mismo, acelerar violentamente y por medios artificiales la evolución de su propio biotipo, con sus híper extensiones que están alterando la naturaleza. Esto coloca al animal humano en la peligrosa posición de un dios creador y destructor del mundo en que vive – su biotopo – con resultados desastrosos, sin importarle las generaciones venideras ni las otras especies que involuntariamente comparten con él este planeta. En otras palabras, el hombre ha creado una nueva dimensión, la dimensión cultural, cuya estructura de soporte es la memoria.

Pero la venganza de los dioses con los hombres por las extensiones de su organismo, no se hizo esperar, castigándolos con sus mismas armas: Mal cine, peor televisión, radio desesperante, agobiante Internet, esclavizantes computador y celular, y un castigo funesto para su propio hábitat: revistas de arquitectura arrogante y mediática para estudiantes y arquitectos jóvenes.

La relación entre el hombre y la dimensión cultural creada por él es de doble vía, en el sentido de que ambos se moldean el uno al otro. Como lo expresó Sir. Winston Churchill en su famosa frase; “Nosotros damos forma a nuestras ciudades y nuestras ciudades nos dan forma a nosotros”.

Sin embargo, para que se cumpla el postulado de Churchill, es necesario que el proceso de asimilación de cambios – en el caso del hábitat – por parte de la memoria colectiva, sea pausado, ordenado y genere su correspondiente retroalimentación. Este orden en el proceso ya no se cumple, pues mientras la memoria colectiva se transforma por la asimilación lenta y gradual de nuevos elementos tamizados a través de sus filtros culturalmente patronados, el hábitat se transforma por cambios rápidos, a menudo repentinos y caprichosos, causados por fuerzas externas a él (modas, nuevos materiales, normas locales).

Este desequilibrio ha causado una ruptura entre hábitat y cultura, que se refleja en una arquitectura anodina y ajena a su contexto cultural, de fácil utilización  en cualquier ciudad, y de gran economía  en términos de consumo de imaginación y creatividad.

Hemos logrado comercializar la “Arquitectura Instantánea” que se destapa, se disuelven dos construcciones insulsas en un pedazo cualquiera de ciudad, y se produce un paisaje urbano anodino que obliga a mirar el último sello del pasaporte para saber en qué lugar del mundo nos encontramos. Hemos logrado reemplazar la memoria colectiva por modelos repetitivos internacionales elementalmente burdos, y evitarnos el fatigoso esfuerzo de pensar.

No es factible crear un marco urbano adecuado, un biotopo consecuente con las necesidades específicas de un grupo humano determinado, por fuera de su propia dimensión cultural.  Es imposible para el hombre despojarse de su propia cultura pues esta penetra en su sistema nervioso y determina la forma como percibe el mundo.  La mayor parte de la cultura permanece oculta y fuera de nuestro control y aún cuando pequeños fragmentos lleguen a volverse conscientes, son difíciles de cambiar, porque ellos constituyen experiencias muy arraigadas y personales.  No es posible actuar en una forma significativa, sino a través de la cultura propia de cada grupo social.

Llegamos entonces a una novedosa conclusión: “Será preciso adaptar adecuadamente los edificios a las necesidades y a las diferentes condiciones de las personas que han de habitarlos”. Esta frase la pronunció Vitrubio en el siglo primero antes de Cristo, lo cual demuestra que el tiempo, como el mundo, es redondo.

 

WILLY DREWS

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