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Arquitecturas icónicas: ¿Frank Gehry o Tintín?

Febrero 4 de 2014

Arquitectura icónicas

Desde la antigüedad, muchas ciudades se han destacado por monumentos o edificios emblemáticos culturales, religiosos, conmemorativos, o cívicos. Estas construcciones, por su belleza, calidad  arquitectónica o tamaño, llegan a ser con frecuencia la representación de un país. Es un proceso lento que termina en que no se puede pensar en el icono sin el país y viceversa.

Cuando Kefrén y Keops y después Micerino en el año 2540 a.C. construyeron en Guiza sus famosas pirámides, todo lo que querían era un espacio que pudiera contener sus almas por toda la eternidad. Nunca pensaron que se convertirían en la cara de Egipto ante el mundo. Dos mil años más tarde, Pericles reconstruyó la que llegó a ser, y sigue siendo, la acrópolis más bella de Grecia y, actualmente, la imagen representativa del país.

Si usted hubiera nacido 300 años antes de Cristo, y hubiera llegado en barco a una isla griega pasando entre las piernas de una estatua colosal en bronce de 32 metros de alto que representaba al dios Helios, nunca olvidaría al coloso ni que la isla se llamaba Rodas. La estatua fue destruida por un terremoto setenta años después y aún hoy a Rodas se la identifica con ese coloso.

Otro ícono, que después de desaparecido sigue como emblema de una ciudad, es la Biblioteca de Alejandría. Destruida por un incendio a finales del siglo III, y gracias a la poca y contradictoria información disponible, su tamaño y fama han seguido creciendo hasta convertirse en una leyenda. Diecisiete siglos después fue reemplazada por un hermoso edificio de los arquitectos noruegos Snøhetta.

Para los amantes de la arquitectura, la hermosa Hagia Sophia, o Santa Sabiduría –mal traducida al español como Santa Sofía– es la representación de Estambul. Construida en el año 360 a.C., fue catedral patriarcal, catedral católica y mezquita por casi 500 años, hasta convertirse en museo en el año 1935. Su belleza compite con el Taj Mahal en Agra, un edificio construido en mármol blanco hacia la mitad del siglo XVII por el emperador musulmán Sha Jahan en memoria de su esposa; este monarca nunca imaginó las hordas de turistas que, siglos después, identificarían  ese homenaje con la India.

Todos pensamos en Francia, y específicamente en París, cuando vemos la imagen de la torre que el ingeniero Gustave Eiffel construyó para la Exposición Universal de 1889. Pero el ejemplo más impresionante del último siglo, de un edificio que saltó a la palestra de los edificios emblemáticos, fue el de la Ópera de Sídney diseñada por Jørn Utzon. Este impactante teatro, gracias a su calidad arquitectónica, su originalidad y su emplazamiento, se convirtió en la imagen no solo de Sídney sino de Australia. Sin embargo, cuando se diseñó se hizo pensando en hacer un gran proyecto y no un ícono de un país.

Bogotá no podía quedarse atrás y en el año 2012 la Cámara de Comercio convocó a un concurso internacional para el proyecto del Centro de Convenciones de Bogotá. Para ahorrar camino, pidió de una vez un ícono sin darse cuenta de que este –generalmente– no nace: se hace. Afortunadamente, el jurado lo entendió así y escogió el proyecto que consideró el mejor. Lo de ícono se verá más tarde.

Pero hay un proyecto que sí se diseñó para que fuera ícono: el Museo Guggenheim de Bilbao. La década de 1980 fue especialmente dura para esta ciudad española; la fuerte competencia de los países del sudeste asiático obligó a cerrar fábricas y el desempleo se disparó al 35%. Era indispensable hacer algo para cambiar la imagen de la ciudad y atraer turistas e inversionistas. Los vascos decidieron jugársela con un edificio cultural: se asociaron con la fundación Guggenheim y contrataron al arquitecto canadiense Frank Gehry el diseño del emblemático Museo. El intento fue exitoso y, a pesar de las críticas al alto costo, la estética, la arquitectura o la calidad de la colección, el edificio puso a Bilbao en el mapa y la ciudad inició un proceso de recuperación conocido hoy como el “Efecto Bilbao”.

Desconocido, en cambio, es el “Efecto Nyon”. Este pueblo está enclavado en la orilla del lago de Ginebra. Al otro lado está el maravilloso pueblo medieval francés de Yvoire y más atrás el Mont Blanc. Es un lindo pueblo pero tenía un problema para ser competitivo, atraer el turismo y afirmar su desarrollo: que estaba en Suiza y en Suiza todos los pueblos son lindos. Hasta que un día apareció un señor de pelo corto y nariz larga que recorrió las angostas calles armado de lápices, papel y cámara fotográfica. Se llamaba Hergé, el famoso dibujante belga de las Aventuras de Tintín. En 1956 publicó “El asunto Tornasol”, una aventura que se desarrolla en las calles de Nyon, la plaza de la fuente del Maitre Jacques, y la casa de la Route de St. Cergue 113 que Hergé escogió como sede del laboratorio del profesor Topolino, uno de sus personajes. Ni corto ni perezoso, el pueblo declaró santuario e identificó con placas todos los sitios pisados por Tintín, distribuyó folletos destacando la vinculación del joven reportero con la ciudad, consiguió un automóvil rojo igual al utilizado por él, organizó visitas guiadas y, al igual que Bilbao pero sin invertir una fortuna, colocó a Nyon en el mapa.

Moraleja: para poner una ciudad en el mapa no es necesario amontonar toneladas de piedra, armar un andamio de acero de 300 metros, construir una enorme y costosa alcachofa de titanio o un ostentoso Centro de Convenciones. Basta con hacer un edificio sensacional. O invitar a Tintín.

 

Willy Drews

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La Muerte del Ícono

Un reciente editorial de la revista británica Architectural Review, bajo el título de “La Muerte del Icono” describe cómo la crisis económica de España ha llevado a cuestionarse la proliferación de proyectos de “autor” que se presentó durante los años de aparente bonanza, cuando las distintas provincias y ciudades competían para contar con obras, generalmente innecesarias, diseñadas por arquitectos del jet-set internacional. Surge ahora una indignación general frente al derroche de dineros públicos que durante muchos años hicieron las administraciones para el diseño y construcción de obras suntuarias. Se buscan responsables y se señalan culpables de inversiones que procuraban replicar el efecto Bilbao. Señala el artículo que es clara la incompetencia y falta de visión de las autoridades que, en su afán de figurar, dejaron de lado las más elementales medidas de control y rigor administrativo para adelantar este tipo de proyectos. Se cita el ejemplo de la invitación que se le hizo a Richard Meier para que diseñara un edificio en Barcelona. Parece que la conversación se redujo a: “Y, bueno, Arquitecto Meier, qué quisiera diseñar?” “No sé. Tal vez sería divertido un museo…..” Barcelona cuenta, desde hace varios años con el Museo de Arte Moderno, diseñado por Meier, en un lugar poco adecuado para este tipo de proyectos, desubicado, escondido, con una lamentable presencia de visitantes y con un costo que rebasó todos los cálculos. Pero las autoridades del momento consideraron que se necesitaba un edificio de Meier, costara lo que costara. Son bien numerosos los ejemplos que, como el anterior, han requerido inversiones exorbitantes y hoy hasta su mantenimiento genera dificultades. Entre ellos sobresalen la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela, de Peter Eisenman, o la Ciudad de las Artes y las Ciencias, en Valencia, de Calatrava. O el edificio de la Opera de Palma de Mayorca, por el cual el mismo Calatrava se encuentra demandado en cuantía de millón y medio de dólares. Consideran las autoridades que, a pesar de los altos honorarios que se le pagaron, el edificio no pasa de ser una maqueta tamaño natural, sin acabados ni calidad alguna. Otra obra que se cita es el Centro Internacional de Cultura, diseñado por Oscar Niemeyer para la ciudad de Avilés. Seis meses después de inaugurado, lo han tenido que cerrar en virtud de los escándalos políticos que se han presentado en torno al proyecto, con la posibilidad de que el cierre sea definitivo. Justo antes de la crisis, ya se oían voces de inconformidad por parte de muchos quienes empezaron a rechazar la manía y la obsesión por las arquitecturas de marca. El caso de Sevilla es bien significativo. En el 2006, la ciudadanía demandó, con éxito, la construcción de la biblioteca diseñada por Zaha Hadid, argumentando que se adelantaba de manera ilegal en terrenos de un parque público. Las más altas cortes de España han ordenado la demolición de la obra que ya se había iniciado. Allí mismo, la torre de más de 40 pisos que propone Cesar Pelli en el centro histórico ha llevado no solo a que los sevillanos protesten con vehemencia, sino también a que la UNESCO contemple retirarle a la ciudad su calificación de patrimonio de la humanidad. Muchos arquitectos españoles también han criticado lo sucedido en estos últimos años, y urgen al regreso a la excelente práctica disciplinada que caracterizó su arquitectura durante varias décadas. Es, sin embargo, una lástima que sea a raíz de una crisis económica que afloren los debates y los remordimientos. Pero parece que la verdadera crisis, más que económica, es de tipo ético con claros responsables: políticos, funcionarios públicos, promotores y, claro está, los arquitectos que en su rol de estrellas internacionales no han encontrado impedimento para prestarse a esta danza de millones. Algo me dice que en Bogotá empieza a observarse un comportamiento similar, y no parece haber contemplación alguna en destruir lugares consolidados de la ciudad argumentando que en el sitio se elevará una construcción diseñada por algún divo internacional. Ojo con las torres Bavaria!!

Carlos Morales Hendry

 

 

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La Arquitectura y su reivindicación simbólica

Tomado de Arqhys

La definición de estas áreas emblemáticas se apoyará en la pugna por la supremacía de una ciudad sobre las otras; la arquitectura como representación juega un papel primordial. La arquitectura representativa que sea capaz de atraer inversiones debe ofrecer confianza y una imagen de ciudad pujante. Se forman zoológicos de íconos arquitectónicos de probada fuerza mediática que servirán de imagen publica para la ciudad, ayudando a su posicionamiento en las redes de ciudades de servicios y turismo. La elección del arquitecto de estos nuevos emblemas es significativa. Desde el momento en que se decide la construcción de un nuevo edificio, complejo o modificación de la ciudad, cada paso se convierte en un espectáculo que empieza por la decisión del lugar hasta la elección de los posibles arquitectos y el desarrollo del proyecto. El futuro edificio es real tanto en la virtualidad de los medios de comunicación especializados como en los de comunicación de masas. Se consume la arquitectura antes que exista el edificio matérico. En el universo cambiante de las tendencias estéticas, los ciclos de vigencia se acortan con la misma rapidez que se eleva el umbral de la novedad. La arquitectura finge producir el mundo que la consume.

El acortamiento de los períodos de vigencia de una determinada estética esta invariablemente supeditado a su ingreso en el complejo sistema de la novedad, de la noticia de la ultima hora; nada que no sea extraño como novedad será reseñado por los grandes medios de comunicación. Se trata de un doble juego extremadamente peligroso; aquello aparentemente hace que una arquitectura y una ciudad existan su difusión y su reconocimiento es lo que también puede hacer que sucumba o desaparezca como un fuego de artificio. La búsqueda del ícono o emblema no es un hecho exclusivo de la iniciativa privada. Los museos son el caso más emblemático del cambio de política respecto a la ciudad. Un equipamiento urbano ya no se piensa para ser usado por la ciudad, sino como un elemento diferencial en las tablas de la calificación empresarial urbana y en el potencial turístico de la ciudad. Para la existencia de un museo, sea publico o privado, se necesita la fuerza mediática que los convierta en focos de peregrinación. Poco importa qué se expondrá y cómo, pues el envoltorio vacío parece suficiente en la lógica de usar y tirar. Para que la cultura sea rentable como un parque temático debe atraer a las masas por su grandilocuencia, como si se tratara de las catedrales del nuevo milenio.

Las ciudades-museos que hacen su aparición en la escena urbana como verdaderas fortalezas, el Getty Museum en los Ángeles de Richard Meier, o la ciudad de las artes y las ciencias en Valencia de Santiago Calatrava, son otro elemento segregado y potencializador de la especulación urbana en su entorno inmediato. En los últimos años se han propagado los grandes edificios emblemáticos, construidos por arquitectos de prestigio, que no limitan su actuación a una ciudad o un país, sino que proyectan para todo el mundo, con la única singularidad del propio bagaje de imágenes acuñadas por el arquitecto y, por tanto, reconocibles. A diferencia de los centros de ocio y consumo, donde la imagen esta más estereotipada y tipificada y la firma es importante como marca de empresa y no como obra de arquitecto con prestigio ‘crítico’, pues se siguen pautas del manual, que dependen mas de la eficacia del marketing y de la capacidad de sorprender y entretener dentro de códigos reconocidos de estrategias ya probadas, más que de construir una verdadera propuesta arquitectónica. Los emblemas urbanos necesitan del nombre de un arquitecto reconocido mediáticamente, pues se constituyen en noticias culturales por medio de su nombre, otorgando otro tipo de impacto social a la noticia y avalando la operación. Por ello, parte de la efectividad de la inversión y de la convalidación del proyecto reside en la elección del arquitecto. La elección de un arquitecto de reconocido prestigio (y extranjero) aumenta la atracción de los media por el nuevo proyecto, edificio o inversión.

La transformación de las empresas con la intromisión masiva de los medios de comunicación de masas ha producido el advenimiento de la ciudad de consumo, de la ciudad electrónica y telemática, etc., y con ello se cumple, definitivamente, la desaparición de sus funciones tradicionales. Por ello, la ciudad pasa a ser emblema, pero no de si misma o del poder político y publico, sino de las empresas que la moldean; desde la silueta de la ciudad hasta el cambio de normativas de usos y superficies según conveniencia del inversor y promotor privado. La primacía de lo privado sobre lo público tergiversa y pervierte las relaciones sociales del uso del espacio urbano. La arquitectura propuesta como emblema se convierte en un icono y, por tanto, en objeto; se banaliza también como complejidad, también desaparece la arquitectura y, de más de está decirlo, puede desaparecer también el arquitecto. La incapacidad de relacionarse con el lugar y de enraizar con lógicas de entretejido urbano convierte a estos centros en una sumatoria de objetos que, independientemente de su posible calidad arquitectónica aislada, generan un área urbana de fácil degradación, al imposibilitar su apropiación cotidiana y doméstica. Sin esta apropiación no hay ciudad, sino pura estenografía vacua.

Luisa García
República Dominicana

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