—La ventaja de venir al parque es que se ven bellezas como esa.
—Sí, es una Morpho azul, una de las mariposas más hermosas de América. Puede llegar a medir hasta 20 cms. de envergadura y vive de Méjico para abajo.
—Yo me refería a esa mujer que pasó. ¡Era una belleza!
—Pues hablando de belleza, siempre ha habido en el arte una relación entre belleza y bondad. Los buenos (ángeles, hadas, héroes de película, Jesucristo, la virgen María) siempre han sido bellos, y los malos (diablos, brujas, villanos de película, monstruos) siempre han sido feos.
—Tiene razón. Yo no lo había notado, pues le confieso que he leído muy poco sobre este tema, acerca del cual no se ha escrito mucho.
—Un hombre decía: el hecho de que yo sea paranoico no quiere decir que no me estén persiguiendo. El hecho de que usted no haya leído, no quiere decir que no se haya escrito. Umberto Eco, por ejemplo, escribió un libro que se llama Historia de la fealdad, y otro Historia de la belleza. En este último, Eco dice: «Este libro parte del principio de que la belleza nunca ha sido algo absoluto e inmutable, sino que ha ido adoptando distintos rostros según la época histórica y el país». Más adelante, Eco aclara: «hablamos de belleza cuando disfrutamos de algo por lo que es en sí mismo, independientemente del hecho de que lo poseamos».
—¿Usted cree que la belleza es intrínseca al objeto (en este caso la mujer) o está en la cabeza del observador (en este caso yo)?
—Yo creo que está en la cabeza del observador, en este caso usted. Trataré de explícarselo comenzando con lo que pasa en el reino animal. Contrario a lo que piensan muchas personas, muchas especies son sensibles a la estética. En la mayoría de las aves que presentan dimorfismo (características físicas diferentes entre macho y hembra), es el macho el que luce los colores y se cree que los exhibe para atraer a la hembra. Fíjese, por ejemplo, en aquel pavo real cómo se pavonea con el abanico de la cola. La hembra acepta como pareja al macho más llamativo y ostentoso, y la valoración tiene un sentido únicamente estético. Algo similar sucede con el pájaro de Australia y Nueva Zelandia, conocido como pergolero, y con la urraca, que recogen objetos coloridos y brillantes para adornar sus nidos y atraer una hembra que busca y acepta al mejor decorador. Está demostrado que estos objetos solo tienen un valor estético.
—¿Y esto cómo explica su teoría de que la belleza está en la cabeza del observador?
—Me explico. Tanto estas especies como el animal humano nacemos con unos códigos genéticos que nos indican qué es bello. En el caso que le acabo de citar, solamente las aves mencionadas le encuentran un valor estético a estos objetos de colores brillantes. A las otras especies (que no tienen ese código) las dejan indiferentes, lo cual confirma que estos objetos no tienen una belleza intrínseca.
—Está claro. Pero ¿qué pasa con los arquitectos que tenemos gustos tan diferentes aunque pertenecemos a la misma especie?
—Lo que pasa es que el animal humano, como las especies que ya vimos, viene con su paquete de códigos genéticos pero puede adquirir nuevos, cambiar y suprimir viejos códigos. La suma de los códigos genéticos más los adquiridos, en su forma original o modificados, constituye su ideal de la belleza. Nuestra sociedad de consumo ha hecho de la moda una manera de crear nuevos códigos que faciliten nuevas ventas. Eso explica, por ejemplo, la necesidad de la industria del automóvil de lanzar un nuevo modelo cada año, para satisfacer el gusto cambiante de los compradores. Y explica también por qué cada arquitecto busca su propia belleza, producto de códigos diferentes.
—¿Pero cómo se explica entonces que hay proyectos que muchos arquitectos de distintas tendencias consideramos bellos? Le voy a recordar cinco edificios que, aunque superan la barrera del tiempo y los cambios sucedidos en el mundo, todavía son considerados bellos por muchos arquitectos que piensan diferente: el Taj Mahal; el Palacio de Versalles; el aeropuerto Dulles de Saarinen; la casa de la Cascada de Wright; y la alcaldía de Rødovre de Jacobsen.
—Pues yo le digo otros cinco y después le explico: el cementerio de Asplund; Santa Sofía; la alcaldía de Saynatsalo de Aalto; la ópera de Sídney de Utzon; y el palacio de la Alvorada de Niemeyer. Y siguen muchos más. La explicación es muy simple: estos colegas famosos han utilizado (o impuesto) códigos de belleza que compartimos muchos arquitectos. Dice Eco: «Es posible que, más allá de las distintas concepciones de la belleza, haya algunas reglas únicas para todos los pueblos y en todos los tiempos».
—¿Y cuáles son los códigos que traemos en los genes?
—Le menciono algunos, basados en la naturaleza del mundo que nos rodea:
- El entorno: en la naturaleza todo encaja con su espacio inmediato. La belleza está muy ligada a la relación del objeto con su entorno. El valor estético del Taj Mahal sufriría un duro golpe si estuviera en medio de un basurero.
- La simetría: todos los seres vivos tienden a ser simétricos (de hecho, en este momento solo recuerdo un animal asimétrico: el cangrejo con una pinza grande y una pequeña); y, para los humanos, esta simetría constituye un factor de belleza. Un ejemplo de la simetría en arquitectura es la obra de Palladio.
- Las formas no agresivas: como las de los cachorros de los mamíferos, que despiertan sentimientos de ternura, belleza y protección. Niemeyer reconoce que su arquitectura se inspira en las formas curvas.
- La integridad: todos los organismos son completos, y sus elementos conforman un todo funcional. Un caballo con cinco patas y un solo ojo, seguramente, no nos parecería bello.
- El color: el color adecuado (de acuerdo con los códigos de cada uno) es definitivo en la apreciación de la belleza.
- El orden: es innegable que el orden produce una satisfacción de tipo estético.
- La claridad: el fácil entendimiento de los elementos, y su funcionamiento, es un acompañante obligado de la belleza de la arquitectura.
- La adecuación a la función: condición para la belleza en la arquitectura. Si el edificio es bello pero no cumple con su función, es una escultura.
—La conclusión de esta conversación es que la belleza no es intrínseca al objeto, sino que está en nuestro cerebro en forma de códigos genéticos y adquiridos, que podemos cambiar o modificar, y que nos permiten apreciarla.
—Parafraseando una frase (valga la redundancia) sobre la felicidad: la belleza no está donde se busca sino donde se encuentra. No tenemos que viajar hasta la India, ni remontarnos al siglo XVII para disfrutar una belleza que tenemos todos los días en los objetos sencillos, ante nuestros ojos y no la vemos, como la mariposa y el pavo real.
—Y la mujer que pasó…