Benjamin Barney, en su nota del 26 de junio, es lúcido y claro. A Ricardo Daza en su encendida respuesta en Torredebabel a Willy Drews y a mí, en cambio, lo aqueja aún cierta corbusianitis semejante a la que padecimos muchos hace unos 55 años(!). El virus parece muy duradero. Aclaro: Ricardo, aun en medio de su vasta erudición y riqueza referencial (la corbusianitis produce ese efecto a veces) se tomó excesivamente en serio mi alusión humorística e irónica, que no cientifista o proselitista, sobre el culto catecísmico actual a las ideas y la figura de Le Corbusier, asimilándolo a una de esas temibles gripas que atacan de cuando de cuando. No dije en mi nota que me pareciera una plaga que hubiera que extirpar del pseudohigiénico mundo de las Facultades de Arquitectura colombianas ni tampoco sugerí prohibir hablar (mal o bien) del chamán de la Calle de Sévres. A decir verdad, no me importa mucho que digamos de cuál arquitecto, mediático, arquiestrella o desconocido, se hable en alguna Facultad de Arquitectura, pues eso no me concierne. Todos esos son préstamos ideológicos, no solicitados, de Ricardo Daza, a mi nota, pues no me preocupan en absoluto ninguna de las posibilidades, una, que se hable bien de Le Corbusier y, la otra, que se hable mal. Dije que personalmente había pasado de hablar bien en mi juventud del tema de Corbu a mi vejez, en la cual me doy el gusto sensual de hablar mal de quien fue mi ídolo. Decía Wenceslao Fernández Flórez, el humorista español, que “la juventud es una enfermedad que sólo se cura con el paso del tiempo”. Para mí, un corbusianista viejo es una curiosidad arqueológica. Pienso, además, que no es necesario predicar la resurrección de Corbu dado que no ha muerto como influencia y hecho histórico. Pero si alguien quiere intentar el milagro, adelante…
El entusiasmo de Benjamin Barney por un ideal de coherencia ambiental y de incorporación de formas y tradiciones del pasado a la arquitectura y ciudades actuales me parece, eso sí, mucho más a tono con la situación de hoy que la invocación de tono islámico del Corán Corbusiano. Aunque esas dos actitudes son idealistas y poco realizables ante la voracidad del capitalismo salvaje y el tsunami demográfico, ambas son indicios de que, de muy diversas maneras, algunos arquitectos, aparte de desplantes formales e “icónicos”, también piensan, reflexionan, leen y transmiten ideas (¡casi nada!). Una de las suras del Corán (el de verdad) dice: Mas aquellos que no creen, inútil será que los amonestes o no los amonestes. No creerán.
Benjamin Barney notó, igual que yo, los simplismos de muy vieja data traídos a cuento por Ricardo Daza y que estaban de moda en las Facultades de Arquitectura hacia 1955-62. El cuento torpe sobre los “buenos” y los “malos”, calificativos como de “spaghetti western” en los cuales los unos eran intercambiables con los otros, siendo abundantes las variadas interpretaciones de tan pueril clasificación. Nunca he escrito –como historiador– en el sentido de minimizar el papel histórico en Colombia de arquitectos como Fernando Martínez o Guillermo Bermúdez como tampoco el de Germán Samper, Rafael Obregón o Gabriel Serrano. Mi monografía sobre Rogelio Salmona, por otra parte, me exime de dar explicaciones sobre la diferencia entre una charla informal y divertida entre colegas y el estudio crítico y bastante más serio de obras y tendencias o influencias. Por otra parte, la crítica arquitectónica (y la teoría) se beneficiarían grandemente de cierta dosis de humor, de gracia y de ironía, para matizar la seriedad policial que la caracteriza.
Que haya evolucionado a lo largo de 55 años o más de los simplismos periodísticos sobre la fe corbusiana a pensar hoy que en la prosa polémica de Corbu hay tanto de brillantes y hasta hermosos y lúcidos momentos así como insoportables y reiteradas charlatanerías es mi propia historia pero no la de Ricardo Daza y mucho menos la de Benjamin Barney. Cada quien evoluciona a su manera. Hoy me parece lamentable la colección de ratoneras en Modulor de la Unité de Grandeur Conforme (¡vaya título grandilocuente y vanidoso!) de Marsella y sigo creyendo en la poética de la Casa Savoie (¡hasta su nombre, “Las Horas Claras”, es un indicio de voluntad lírica), pero el libro que hizo con el filonazi y colaboracionista Francois de Pierrefeu sobre teoría urbanística me sigue pareciendo una sospechosa estafa ideológica. B. Barney notó también el simplismo vagamente fascista del cuento chino de las 4 Funciones y del rigor como de derecha sobre las obligaciones ciudadanas destinadas a dar una imagen “impoluta” de la ciudad ideal. Todo eso es nada ante la dictadura que se avecina de los constructores de rascacielos, los invasores del espacio público, de los voraces inversionistas, de la lepra urbana del comercio desbocado. En alguna parte de mi biblioteca debo tener aún un elegante librito de la autoría de Le Corbusier en edición numerada que me obsequió Fernando Martínez, diciendo que “ya no le interesaba”: Poésie Sur Alger. El autopanegírico de sus propias propuestas, tan atractivas (entonces) como charlatanas (por absurdas) para más de media ciudad concentrada en un descomunal monstruo “icónico” de innumerables pisos y paquidérmico aspecto, en lugar de y encima de la multicultural y variada ciudad de Alger. El Santo remedio para una enfermedad urbana indeterminada. El orden cartesiano donde nadie lo estaba pidiendo ni lo podía poner en práctica, pocos lo requerían y menos aún podrían entender la quimérica grandeza de la lírica corbusiana. Con razón eso ya no le interesaba a un espíritu tan refinado como el de Fernando Martínez.
Una señal para Benjamin Barney: recomiendo la lectura de las obras completas de José Ortega y Gasset. Encontrarás ahí sabias reflexiones sobre el quehacer educativo, sobre arquitectura, urbanismo y su lugar en el mundo contemporáneo que son de sorprendente actualidad. Bellamente escritas, además: verás que no es que “dicen que recomendaba” lo del corazón y el cerebro o lo del escepticismo respecto de la enseñanza, sino que son varios sus lúcidos ensayos en los cuales se refiere a esos polémicos temas. “Sobre el estudiar y el estudiante”, “En el Centenario de una Universidad”, “Sobre el Amor” (el control intelectual sobre el sentimiento), etc.
Y otra para una cita de L.C. en el texto de Ricardo Daza: “patear” sólo es una buena traducción de “patauger” (francés) para algún traductor catalán. Es más adecuado y más preciso decir “patalear” o “chapotear”, como en el Diccionario Larousse. Los bogotanos, en invierno, chapoteamos en nuestra ingobernable y caótica ciudad y en verano, pataleamos. Los futbolistas serían los únicos que realmente patean.
En 1960 salió un número especial sobre Le Corbusier de “Architecture d’Aujourd’hui”. Con gran indignación mía de entonces leí una crítica feroz de un joven profesor francés que decía en alguna parte: ¿Qu’este-ce que vient nous vendre, cette espèce de Vignola moderniste? ¿Qué es lo que nos viene a vender este Viñola modernista? Ah, Ricardo Daza, el cuentero también existe en la historia francesa. Que no sepas a quién creerle es asunto exclusivamente tuyo. Yo no puedo contestar esa pregunta ya que no he pedido en ninguna parte que me creas a mí. Formulé la pregunta precisamente porque ignoro la respuesta.
* Foto de José Ortega y Gasset tomada de Culturamas.