Errar es humano. Pero es más humano echarle la culpa a otro.
Les Luthiers
Esta afirmación de Les Luthiers es de muy fácil y frecuente aplicación en el caso de colapsos de edificios. Cuando se presenta la tragedia, al primero que señala el dedo acusador es a un humano: el Curador Urbano. Este puede hacerle el quite a la responsabilidad y dejarla pasar diciendo que tanto el ingeniero de suelos como el calculista, al radicar sus proyectos, firmaron un documento donde se hacían responsables del estudio y sus consecuencias.
Normalmente, cuando falla una cimentación, el suelo –que es noble– cede lentamente y el edificio se hunde o se inclina anunciando su muerte inminente. No así la estructura de concreto que puede fallar en forma súbita cuando no está cumpliendo normas y códigos, dejando al calculista en el eje del huracán. Este (humano) puede alegar que la culpa es del promotor por haber pedido, sobre la marcha, dos pisos más.
Entonces el promotor (también humano) pide que revisen la manera en que el constructor levantó la estructura, y este (un humano más) da un paso al lado, alegando que cumplió con lo estipulado en los planos que recibió y que utilizó los materiales especificados, los que seguramente son los culpables del colapso.
Tiene entonces el proveedor (otro humano) que salir en su defensa y, al buscar en la cadena de quién puede recibir la culpa, encuentra los dos últimos eslabones: el usuario y la Divina Providencia. Al usuario solo se lo puede culpar si ha cambiado el uso del inmueble, llenando –por ejemplo– el apartamento de libros hasta el techo, carga no prevista en el diseño. Finalmente, a la Divina Providencia (no humana) se le puede endilgar todo lo demás: terremotos, deslizamientos, huracanes, inundaciones.
Alguno se estará preguntando por qué el arquitecto no apareció en la cadena. El motivo –ya lo he dicho– es que el arquitecto es el único profesional que no puede tener la culpa. Él propone la estructura y el calculista la calcula –y asume la responsabilidad– o la rechaza si no la encuentra viable. Un diseño arquitectónico puede ser feo, costoso, absurdo y no funcional, pero nunca la estética, los sobrecostos y la falta de lógica y funcionalidad han causado un colapso.
Otro se estará preguntando por qué hablo de colapsos. La respuesta es: porque en Cartagena se acaba de caer un edificio de siete pisos en construcción –en un sector donde el máximo de altura permitida es de cuatro pisos–, amparado por una licencia aparentemente falsa, causando veinte muertos, diez y seis heridos y catorce desaparecidos. Además, hay otros desaparecidos que no figuran en esta lista: los promotores-constructores quienes, tan pronto cayó el edificio, pusieron pies en polvorosa. O en la arenosa.
Otro más se preguntará: y si aparecen, ¿cuál será la pena para el culpable? No se sabe. Pero como referencia, veamos qué pasó con los culpables de la caída del bloque seis del conjunto SPACE en Medellín, el 12 de octubre de 2013.
La causa del siniestro, de acuerdo con el estudio de la Universidad de los Andes, fue «la falta de la capacidad estructural de las columnas para soportar las cargas actuales», debido a que los cálculos estructurales no cumplían con los requisitos de la Ley 400 de 1997. Está muy claro que este incumplimiento de las normas no fue ineptitud ni ignorancia ni descuido ni error, sino una consideración que no requiere muchas matemáticas: hierro que no se pone y concreto que no se funde son una mayor utilidad para el negocio. Esta ecuación tan rentable costó doce vidas. Inexplicablemente, los ingenieros antioqueños ofrecieron en su momento una condecoración –afortunadamente rechazada– al representante legal de la firma promotora Lérida CDO. Como si fuera poco –según el periódico EL TIEMPO–, la Superintendencia de Industria y Comercio acaba de revocar la multa impuesta a tres de las cinco personas investigadas de dicha firma. El Consejo de Profesionales de la Ingeniería –COPNIA– acaba de sancionar a quienes tuvieron que ver con el diseño, la construcción y la supervisión del edificio SPACE con inhabilidad para ejercer su oficio. Al calculista se le canceló la matrícula profesional de por vida.
Mientras el país reclama sesenta años de cárcel para el asesino de una niña, para el considerado causante de doce muertes no aparece en la noticia la palabra cárcel. Lo que sí aparece es una multa de $128.870.000, que equivale a poco más de $10.000.000 por muerto.
Seguramente los hasta ahora desaparecidos responsables de la tragedia de Cartagena no estarán muy afanados por ser más humanos y –como dicen Les Luthiers– buscar a quien echarle la culpa, pues ya saben que –al menos en Medellín– los muertos en colapso de edificio son baratos.
Me permito publicar el interesante comentario de mi colega y amigo Germán Téllez. W.D
Estimado Willy :
A propósito de la última nota tuya con cita de Les Luthiers, anoto : los constructores piratas, de mala fé y peor calaña, son prácticamente una tradición antigua (desde el siglo XIX) en Cartagena como en otras ciudades colombianas, de suerte que no estás tratando con un tema nuevo. Pero, ya viste en EL TIEMPO y EL ESPECTADOR que lo del edificio colapsado cuando aún no estaba terminado apunta en una dirección diversa a la del caso de la capital antioqueña. Los arquitectos, los constructores, el calculista, los interventores, los promotores de ventas, la compañía responsable y financiadora del desastre del SPACE no eran piratas ni oscuros delincuentes. Todos actuaron abierta y públicamente y ya sea por avivatada o por desmedida ambición o por querer «salirse con la suya», cometieron el sartal de errores e irresponsabilidades letales que vino a quedar en la luz pública. Lo de Cartagena es distinto aunque mucho peor. Olvidaste que en años anteriores, en Bocagrande, se dobló de modo tan cómico como grotesco, la estructura metálica de una torre de muchísimos pisos, cuando aún no habían terminado de armarla, siendo necesario, como dijeron en Medellín, quer ´podía hacer en el edificio SPACE «repotenciarla». Es decir, la autopsia antes de la muerte. Ese castillo de naipes de acero no estaba siendo levantado por constructores hoy prófugos ni con licencias falsas. Era «reglamentario». En los años 90 hubo, en La Arenosa (distinta de la Heroica) el caso, también con obreros muertos, del desplome en obra de la llamada «torre del Hotel del Prado», caso al cual estuvieron ligados algunos prestigiosos arquitectos locales. Hubo allí, según se dijo en los medios, algunos «errores» por apresuramiento en los procesos de fraguado y descimbrado de la estructura de concreto, pero de reasto, todo se debió a un «accidente»(!).
Ya todos olvidamos otro caso cartagenero que por fortuna no ocurrió del todo, es decir, que no hubo muertos. En predios del Club Naval (Castillogrande) se construyó en los primeros años 60 una enorme sombrilla de concreto, en forma de paraboloide hiperbólico (membranas delgadas en doble curvatura) como era la moda entonces. Este alarde estructural lo diseñó una célebre firma de arquitectos bogotana largamente vinculada a Cartagena y lo calculó uno de los más prestigiosos ingenieros de la época. Esa estructura, con audaces y extensos voladizos irradiando de un machón de apoyo único era un acierto ambiental, pues proveía sombra pero dejaba pasar la brisa marina. Lo más granado de las señoras de la élite social de Cartagena se reunía periódicamente bajo el paraboloide «cachaco» de tan agradable ambiente, para la hora del té y el chisme. Y un día, cuando no había nadie debajo de éste ni en sus alrededores, el paraboloide se vino a tierra por completo. ¿Te imaginas lo que habría pasado si ese colapso ocurre con todas las asistentes a algún shower o reunión con fines caritativos, departiendo debajo del paraboloide?. Tengo fotografias del montón de trozos de concreto regados en el piso, por si crees que estoy inventando ésto. Aparentemente, la providencia, la buena suerte o la voluntad divina (escoger una) favoreció más a las señoras «bien» de Cartagena que los usuarios del SPACE o a los obreros del edificio del prófugo Quiroz. Pero en dos de esos casos, como bien lo señalas, los arquitectos no tienen la culpa de nada, no son responsables de nada y están más allá del bien y del mal, como semidioses que son. En el último de los hechos citados, no se sabe siquiera si intervino alguno, lo cual, para tranquilidad gremial, es poco probable.
Lo de Cartagena tiene por qué ser más peligroso. Como lo publicaron El TIEMPO y EL ESPECTADOR, desde hace dos décadas aproximadamente, las mafias de la construcción cartagenera operan hoy en dos niveles : uno , para estratos altos, levantando torres a las buenas o a las malas, legal o ilegalmente en el imprevisible e imprevisto mercado de los edificios de infinitos pisos en Bocagrande, El Laguito, Castillogrande o cualquier otro sector de la ciudad, con o sin licencias y con respaldos políticos que la hacen invulnerable y otra, no menos peligrosa, que opera en los estratos bajos y en la miseria de los barrios periféricos de la ciudad, como es el caso del edificio !Quiroz». Este es un fenómeno o enfermedad urbana que data de hace aproximadamente 2 décadas y cuyos efectos están regados por toda la ciudad, incluyendo el recinto amurallado. Esa enfermedad se conoce en algunos medios propagandísticos con el apoyo de «progreso» o el de «desarrollo sostenible». Me inquieta que la tuya sea, en el presente tema, una cruzada peligrosa por cuanto una mafia organizada puede amenazar y tomar represalias fácilmente en un medio urbano y político invadido por la corrupción y escapar a o tornar inexistente cualquier forma de control oficial.
En ese amargo panorama, ¿cuál ha sido el papel de muchos arquitectos, «buenos» y «malos»? . Si en los ingenuos años 60 todavía se podía pensar en tener algún control sobre las irregularidades y la delincuencia urbanística en Cartagena, ese dominio desapareció hace rato en favor de la ley de la selva.
GERMAN TELLEZ C.