La novela histórica es un género literario que permite decir mentiras sobre hechos históricos que también, en la mayoría de los casos, no son ciertos. Los novelistas escriben mejor que los historiadores, por lo cual las mentiras de los primeros terminan imponiéndose sobre las de los segundos, y escribiendo una nueva historia más mentirosa aun. Por eso muchos creen que la Pola fue linda, que Beethoven era un perro San Bernardo y Leonardo un actor de cine o una tortuga ninja.
Envalentonado con la esperanza de que se vuelvan historia, puedo escribir los textos más simples esta noche, escribir por ejemplo una breve novela histórica (breve es mejor) sobre una imaginaria Bienal Colombiana de Arquitectura.
El 31 de agosto de un año que no diré, el jurado de la Bienal se reunió en Santa Fe. De él hacía parte, como era costumbre, un invitado internacional que aportaba su refrescante ignorancia del medio, y su desconocimiento de pequeñas rencillas o preferencias parroquiales a un juzgamiento imparcial. Pero esa ignorancia se traducía a menudo en incomodas preguntas que lo convertían en una piedra en el zapato, como sucedió en esta oportunidad.
La primera pregunta de Piedra-en-el-zapato fue: Todos sabemos que la buena arquitectura se caracteriza por conservar su calidad durante toda su vida útil. Por qué no exigen entonces que los proyectos participantes tengan más de diez años de construidos, para evitar que se premie la arquitectura de moda que con el tiempo se ve ridícula y obsoleta? Después de un tiempo prudencial de dudas y carraspera, alguien explico que, como en el Coliseo, las tribunas exigían sangre nueva. Entonces – continuó preguntando Piedra-en-el-zapato – por qué no establecen la categoría de “Toda una vida” para el mejor proyecto de todos los tiempos, independiente de su edad. Sería interesante verificar cuales de estos proyectos fueron premiados en su momento en Bienales, y cuales rechazados. El presidente del jurado ordenó hábilmente un cambio de tercio y para iniciar el juzgamiento, leyó el tema de la Bienal: “Arquitectura y comunidad”.
Nuevamente Piedra-en-el-zapato metió el dedo en la llaga y preguntó: En una pasada Bienal el tema fue “Construyendo valor con la poética del lugar”. En Colombia los arquitectos diseñan durante dos años con base en un tema, los siguientes dos años con base en otro tema y así sucesivamente? No diseñan, como en todo el mundo, analizando simultáneamente todos los factores que conforman un proyecto? El proyecto ganador es aquel que acierta el tema de la siguiente Bienal y diseña con base en él?. El mismo alguien que antes carraspeó y después contestó que las tribunas exigían sangre nueva, aclaró que no importa, que no te preocupes, que finalmente el tema del tema es un anzuelo publicitario que no se tiene en cuenta al momento de juzgar, que esto lo puedes comprobar con las actas anteriores, que tranquilo, que ahora sí a lo que vinimos, que a juzgar.
Después de largas sesiones se adjudicaron los premios a los mejores proyectos de siete de las ocho categorías. Cuando más tarde se conocieron los resultados, no hubo comentarios ni protestas, posiblemente por:
– La Bienal fue bien juzgada.
– A los arquitectos no les interesa
– A los que les interesa, les da pereza escribir.
– A los que les interesa y no les da pereza escribir, nadie les para bolas.
Faltaba juzgar la última categoría: Vivienda de Interés Social. Nuevamente el dedo de Piedra-en-el-zapato se metió en la llaga: Por que llaman en Colombia de ”Interés Social” a la vivienda económica, si en el resto del mundo toda la vivienda es considerada de Interés Social?. Como nadie, ni siquiera el alguien de siempre, supo que contestar, continuaron el juzgamiento y declararon desierto el premio.
Entonces Piedra-en-el-zapato gastó sus últimos cartuchos y metió en la llaga los dedos que le quedaban: He visto que en anteriores oportunidades también han declarado desierto el premio de esta categoría: Es que los arquitectos colombianos no son capaces de diseñar una buena vivienda económica? Es que el tema no es importante? Es que no es rentable? Es que el jurado no sabe del tema o es demasiado exigente?.
En este momento un hecho insólito interrumpió el incomodo silencio. El plano de una sencilla casita se desprendió de la pared y cayó boca arriba mirando al jurado con sus dos ventanitas a manera de ojos, como diciendo mírenme por favor. Habían pasado por alto esta vivienda elemental, recatada, adecuada al entorno, con posibilidades de crecer y adaptarse a las necesidades cambiantes de la familia, de fácil y económica construcción. Los jurados se miraron.
Para relatar el sorprendente final de la historia, plagio a José Manuel Marroquín, ese poeta-presidente que por andar rimando pendejadas (como uno) regaló un país. Al menos eso cuentan la historia y las novelas históricas:
Y aquella casita si
Para sorpresa del gremio
(cosa es de volverse loco)
No pudo ganar tampoco
El tan codiciado premio.
Mr. Stone-in-the-shoe dijo good by y abordó el avión con la esperanza de never volver a ser invitado como jurado de la Bienal Colombiana de Arquitectura.
Willy Drews
Para mí esto no es novela porque me encontré con el señor Stone a punto de tomar un taxi para el aeropuerto y le dije: camine lo llevo. Pero si voy para el aeropuerto, me respondió. Eso no importa le dije yo, acá eso es normal. Bueno dijo él, cuando llegué ya me había recogido alguien de la SCA, sólo que pensé que después de tanto quejarme me correspondía coger taxi, gracias. Y en el camino me contó lo mismo que cuenta Willy, novelado; sólo que a mí, en confianza, me preguntó que por qué en la Bienal había una categoría llamada Proyecto arquitectónico, que si los edificios de las otras categorías eran algo diferente a proyectos arquitectónicos, y que por qué la mezcla tan rara de edificios públicos con viviendas individuales, que por qué la mezcla de gestión privada y gestión pública, que a él eso le pareció raro, pero que cómo ya había sobado tanto, prefirió seguir el consejo que le había dado el mismísimo presidente de la SCA cuando le preguntó por qué iban a tumbar la sala de recibo de Eldorado: eso «deje así», acá lo importante es que la violencia y el narcotráfico se combaten con arquitectura.
La «razón de ser» de los mecanismos mediante los cuales se proporciona el reconocimiento público de las obras en arquitectura radica en la significación de «tendencia», es decir, aquella propuesta que carece de «actualidad» o adolece de características que lo identifican con pretensiones, corrientes o “valores” recientes simplemente no se premia; un matiz parcial se presenta por ejemplo en el reconocimiento de intervenciones que buscan recuperar estructuras patrimoniales, pero aun así persiste un “deber ser” de las mismas, otra “tendencia” . . . Lo deseable es que aquello a lo que “tiende” el diseño en cierto momento dado fuese resultado de un análisis profundo y no de la incauta atracción mediática de la imagen, pues es aquí cuando el objeto deviene “modelo”, ya no solo para ser copiado sino para ser reproducido en masa.
Aunque de exacta ingenuidad es generalizar y además pernicioso el determinismo radical, la generalidad de los concursos «expiden» un reconocimiento con inevitable “fecha de vencimiento” a la colección otoño – invierno o a la colección primera – verano de un “diseñador” en una región en particular basándose en que tanto su obra se asemeja al «deber ser» impuesto por la “vanguardia” que ha sido investida de una fatua validez proporcionada por los medios de comunicación e información ( imagen ), y que con gran premura adquiere el estatus de baluarte. Una serpiente se muerde la cola, pues es la gran premura en su reconocimiento y divulgación, basándose en el “deber ser” o canon al que se tiende, la que justifica las propuestas que se convierten más adelante en “modelo” de reproducción y reafirmación del canon.
El lenguaje de la arquitectura al tender a la abstracción aumenta su capacidad de introyección como forma para ser reproducida, pero su «interpretación» hacia soluciones locales de conjunto no puede realizarse sobre consideraciones globales; deben presentarse soluciones particulares que sin embargo consideren un entramado complejo de relaciones culturales, sociales y ambientales que se modifican recíprocamente y sobrepasan su consumación. La arquitectura para que perdure debe ser «esquizoide» y lo logra muchas veces sin propósito, debe contemplar dividirse en el aquí ( local ) y el allá ( global ), en lo que debe ser ahora y en lo que debe mutar con el tiempo, especialmente si está inmerso en el tejido de una ciudad. La arquitectura que no lo hace y sin embargo “perdura” engrosa la lista del adjetivo “hito” o “simbólico”, se paga a la entrada para visitar y se incluye en el folleto más reciente de la oficina de turismo.
En este sentido, puede que determinar con “estabilidad” los criterios de juzgamiento de las obras de «tendencia» sea tan infructuoso como buscar el reconocimiento de las obras de arquitectura que hayan logrado «perdurar» especialmente si esta condición se mezcla indefectiblemente con el adjetivo “patrimonial” que da cuenta de ello con holgura . . . ¿ Si una obra recibe un reconocimiento como obra que “perduro” después de estar 60 años inmaculada que lógica impide que se le dé otro 60 años después si “sigue con vida” ?
Aquí también . . . una serpiente se muerde la cola.