Carolina A. Miranda
Publicado en el número de Enero 2013 de la revista ARCHITECT, Órgano del AIA (American Institute of Architects)
Traducción de Germán Téllez C.H.F. AIA
(Nota al Lector : En contraposición a la oleada panegírica a la obra de Oscar Niemeyer, la siguiente evaluación, de la autoría de una estudiosa de origen latinoamericano, permite tener una visión equilibrada, realista y en contexto histórico de la muy contradictoria figura del célebre arquitecto brasileño).
Uno de los más improbables edificios jamás diseñados por Oscar Niemeyer se puede hallar en Brasilia, la capital federal que ayudó a concebir y construir. El Ministerio de Defensa es, en muchos aspectos, Niemeyer clásico: una estructura plana, como de caja para zapatos apareada con una alegre plataforma para presenciar desfiles militares que evoca el bucle de una ola rompiente. Hacia un costado, un auditorio parcialmente enterrado semeja un arácnido de concreto, listo para correr hacia la salvaje llanura brasileña. El ministerio es notable por variadas razones. Una, representa una pieza de arquitectura desbocadamente moderna para los militares brasileños, socialmente conservadores. (Según cuentan, el proyecto fue aprobado luego de la pregunta de Niemeyer a un general de alto rango : “¿En una guerra, qué prefiere Usted, armamentos modernos o los más clásicos?).
Pero, más significativamente, el ministerio surge como un testamento a los impulsos contradictorios de uno de los arquitectos de mayor renombre mundial. Un deslenguado izquierdista y miembro veterano del partido Comunista brasileño, Niemeyer diseñó el edificio en 1967 para el ejército, – sólo tres años luego de que un régimen de radical ala derecha había tomado el control del Brasil mediante un golpe de estado – y en el mismo año pasó a un exilio autoimpuesto en Europa. De hecho, estaba trabajando ese proyecto exactamente para la misma institución oficial que le había hecho miserable su existencia desde el golpe militar de 1964: saqueando su oficina, sometiéndolo a interrogatorios forzosos, encarcelando y torturando a sus amigos y haciendo cada vez más difícil su trabajo en el Brasil. Perdió el proyecto del terminal del aeropuerto de Brasilia luego de que el Minsitro del Aire declaró que “el lugar para los arquitectos comunistas era en Moscú”.
Cómo logró Niemeyer hacer a un lado sus ideas políticas y las circunstancias de su propia persecución para completar el proyecto del Ministerio de Defensa es un misterio. Más tarde en su vida, Niemeyer esquivó meticulosamente las preguntas sobre ese tema. No hay una sola mención de ese proyecto en Curvas del Tiempo (2007), su autobiografía de casi 200 páginas.
Cuando Niemeyer murió en Diciembre del 2012, apenas cinco días antes de su cumpleaños # 105, la vida de una de las figuras más polémicas de la arquitectura llegó a su final. Siguió siendo un comunista irredento hasta el final, aunque sus diseños poco o nada tuvieran de tal ideología política. Su ataúd estuvo flanqueado de ofrendas florales enviadas por Raúl y Fidel Castro, pero sus rimbombantes edificios fueron creados todos para el poder político de turno: desparramadas residencias para la elite brasileña, clubes náuticos para dueños de yates, teatros de lujo, la sede las Naciones Unidas, (en equipo con Le Corbusier y otros) y demasiados ministerios gubernamentales para hacer aquí la lista de ellos.
El mayor cliente de Niemeyer, de hecho, fue un presidente, quien bailaba samba y cargaba una .25 alemana debajo de sus trajes de fina sastrería. Juscelino Kubitschek fue un carismático médico empeñado en transformar a su país en un estado moderno. Previamente había sido gobernador de Minas Gerais, un rico estado minero – la versión brasileña de Texas – donde rehízo toda la red de energía eléctrica y construyó casi 3000 kilómetros de carreteras. (Al presente, Minas Gerais posee una de las economías más importantes del Brasil, produciendo la mayor parte del mineral de hierro del país, así como el acero y la maquinaria industrial. Su ingreso es apenas tercero en la nación, luego de Sâo Paulo y Río de Janeiro.)
Como político, Kubitschek era tan visionario como oportunista. Votó por la ilegalización del partido comunista brasileño en 1947 y sin embargo, aceptó tácitamente el apoyo del partido cuando se candidatizó a la presidencia menos de una década más tarde, ganando así una elección entre tres candidatos por un pelo. A pesar de estar elegido con sólo el 36% del voto total, la meta principal de su administración fue construir una ambiciosa capital en el interior deshabitado del Brasil. Inició la planeación de Brasilia a mediados de los 50 sin abrir un concurso para los contratos de construcción, lo cual violaba las leyes federales. Para cubrir los costos de construcción simplemente hizo imprimir más dinero y aumentó la deuda nacional e internacional. Sus críticos lo llamaron “Faraón Juscelino” . La respuesta tajante de Kubitschek fue : “La capital se traslada y si alguien trata de detenerla, el pueblo lo linchará.”
A pesar de compartir una terquedad obsesiva – para no mencionar sus muy saludables egos – Niemeyer y Kubitschek no podrían haber sido más diferentes a nivel ideológico. Kubitschek buscaba industrializar el Brasil, haciéndole la corte a inversionistas de países como los Estados Unidos ; a Niemeyer se le conocía por lanzar frases como “el capitalismo es pura mierda”. Y sin embargo, para la gran obra de Kubitschek, Niemeyer entregó algunas de las estructuras modernas más icónicas del siglo XX: el Congreso Nacional, con sus dos esbeltas torres y sus salas de asamblea y senado en forma de grandes platos; un palacio presidencial soportado por etéreos arcos en forma de lanza y una arremolinada catedral forrada en vitrales coloreados. Recordando una visita a la ciudad en los primeros años 60, Yuri Gagarin dijo : “Tuve la impresión de haber aterrizado en otro planeta”.
Los edificios dejaban sin aliento al observador y la ciudad era futurista, pero la monumental escala de Brasilia – en la cual un puñado de hombres controlaban la totalidad del paisaje terrestre y celestial – a duras penas parecía tener alguna relación con los ideales colectivistas de Niemeyer. Kubitschek había obtenido los terrenos, el dinero y la voluntad política. Niemeyer produjo los edificios más importantes. Y el plan maestro fue diseñado por Lúcio Costa, un arquitecto y planificador urbano con base en Río, quien había sido el mentor de Niemeyer y su más importante defensor. Para Brasilia, Costa diseñó un esquema consistente en dos ejes intersectados en cruz. Las principales estructuras gubernamentales ocupaban el eje este-oeste, y los superbloques residenciales corrían de norte a sur. El reticente Costa jamás fue un impetuoso adherente político según el molde de Niemeyer (“ No soy ni un capitalista ni un socialista; no soy ni religioso ni ateo” dijo alguna vez.). Su nueva ciudad ingénitamente corbusiana, con su ordenada separación de funciones, contiene algunas venias a la transparencia y los valores igualitarios : las áreas residenciales están rodeadas de árboles y no de muros y los bloques tienen números y no nombres de héroes coloniales. Pero Brasilia no fue diseñada con la intención de mejorar el nivel de vida del pequeño residente. Su enorme escala, explicó Costa, daba a entender que “la ciudad no era de provincia sino una capital”. La cruz labrada en la planicie era “un acto de posesión”.
“Aunque esa retórica anunciaba que la nueva ciudad crearía una sociedad democrática e igualitaria” escribe el historiador David Underwood en “Oscar Niemeyer y la Arquitectura del Brasil” (1994), “Brasilia es una ciudad nacida de ambiciones imperiales y como tal solo podría reforzar estructuras coloniales.” A nivel simbólico, los amplios bulevares y austera arquitectura terminaron funcionando bien, tanto para la dictadura militar de derecha de los años finales de 1960 y 1970, como para el idealista Kubitschek. De hecho, el líder militar Emilio Garrastazu Médici – uno de los más notorios violadores de los derechos humanos en el país, – decretó que los ministros del gabinete sólo podrían despachar sus asuntos en Brasilia. El crítico Robert Hughes describió la ciudad como un “horror utópico”. Otro escribió más tarde que el Ministerio de Defensa de Niemeyer era la clase de “estructura que no habría estado fuera de lugar en el Irak de Saddam. Niemeyer , sin embargo, defendió su trabajo y el de Costa hasta el final. “Brasilia funciona” dijo al New York Times en el 2005. “Hay problemas. Pero funciona.”
La arquitectura de Niemeyer, sus amistades y su estilo de vida han sido mostrados como evidencia de que era un comunista de silla de brazos, lamentando con un chasquido de sus labios la situación de los desvalidos mientras rodaba alrededor de Río en un auto deportivo italiano. Ciertamente, algunos de sus encargos profesionales – tales como el Ministerio de Defensa – parecen desafiar toda posible explicación, pero la práctica profesional de Niemeyer no era enteramente contradictoria con sus ideas políticas. Primero y ante todo, se debe tener en cuenta el contexto. Brasil, en las décadas intermedias del siglo XX no era exactamente la clase de lugar donde los diseñadores (o el gobierno, si a ello vamos) se sentaban a contemplar soluciones de vivienda para los pobres. Una reducida elite de piel blanca controlaba prácticamente todo, incluyendo la mitad del ingreso nacional. Cualquier arquitecto que quisiera comer no tenía otra alternativa que la de trabajar para ellos.
Más importante aún, los criterios políticos de Niemeyer no deberían ser considerados como una especie de rehenes de lo que en los Estados Unidos se entendía como comunismo. La cultura del Miedo Rojo en Norteamérica ha asociado de tiempo atrás al comunismo con el poder autoritario del estado soviético o con uno de los movimientos armados apoyados por éste (pensar : Cuba). Para toda una escuela de izquierdistas latinoamericanos, sin embargo, el comunismo – y el socialismo, también – representan un concepto algo menos radical, no referido a establecer una dictadura del proletariado sino a señalar problemas sociales en un continente donde son intensos y desenfrenados (en los primeros años 80, Brasil tenía una rata de pobreza del 50%, pero hoy está en 21% con una rata de pobreza extrema del 13%). El comunismo latinoamericano no es necesariamente un movimiento claudicante ante los sovéticos. En un discurso en 1963 en Moscú, Niemeyer dijo, ante una muy numerosa audiencia : “en lo político estoy con Ustedes. Pero su arquitectura es atroz.”.
Ciertamente, la esbelta estética de las obras de Niemeyer no podría ser más diametralmente opuesta a los estilos soviéticos de los años 40 y 50. Los soviéticos condenaban el modernismo como decadente mientras Niemeyer no podría haberlo celebrado más brillantemente. La Unión Soviética había gozado de un breve destello de arquitectura de vanguardia en los años 20, Stalin detuvo esto tan pronto llegó la década de los 30. Las dos décadas que siguieron verían las calles de Moscú y otras ciudades de países del bloque soviético plagadas de pastiches de retardatarios pastiches de estilos imperiales – gótico, neoclásico, barroco ruso –todos construidos en tamaños gigantescos. Esos numerosos edificios-ponqués de matrimonio condujeron a la revista TIME a concluir en 1958 que “el estilo oficial de la arquitectura rusa se ha detenido desde mucho tiempo atrás en la era del edificio Woolworth (Manhattan)”. Si los edificios soviéticos se lanzaban hacia el cielo, llenos de poder y fuerza, los de Niemeyer flotaban suavemente sobre el horizonte. Donde los estalinistas buscaban intimidar a las masas, Niemeyer quería deleitarlas : “trato de hacerlos hermosos y espectaculares de modo que los pobres se detengan a mirarlos y tocarlos y entusiasmarse con ellos”.
Nada de esto busca implicar que Niemeyer estuviese comprando modernismo europeo o norteamericano completo, anzuelo, sedal y caña. Sus edificios, de hecho, incorporan una vena única de pensamiento de izquierda latinoamericano. Durante siglos las elites latinoamericanas habían tomado sus guías intelectuales de Europa – en el caso de la arquitectura, reproduciendo diseños barrocos, neoclásicos y “Beaux Arts” en todas sus ciudades capitales. Pero los movimientos indigenistas del siglo XX cambiaron todo eso. Apoyaron la idea de mirar hacia sí mismos para crear o instituír realidades que reflejaban singularmente las características del Nuevo Mundo. Para muchos prominentes intelectuales – como el chileno Pablo Neruda, premio Nobel – la política comunista trataba de crear, de alguna manera, una identidad exclusivamente latinoamericana.
En este sentido, la arquitectura de Niemeyer no podría haber representado mejor los ideales izquierdistas. Sus edificios eran singularmente brasileños en hechura y forma, una sorprendente síntesis de principios modernos, arquitectura popular portuguesa, sistemas constructivos tropicales y las líneas ondulantes inspiradas por uno de los grandes paisajes silvestres del mundo. Sus flagrantes curvas fueron un firme rechazo al áspero modernismo del Bauhaus que emanaba de Europa. “(La arquitectura) debe dar placer y también ser práctica” dijo a The Guardian en el 2007. “Si sólo nos preocupamos por la función, el resultado huele mal”.
Así mismo, la construcción de Brasilia podría parecer un gesto locamente autoritario, pero para el Brasil era también un recurso para sacudir y eliminar el legado del colonialismo. “Debemos ocupar nuestro país, marchar al occidente, darle la espalda al mar y dejas de mirar fijamente el océano – como si estuviéramos pensando en partir”, declaró Kubitschek en los últimos años 50. El concepto general de Brasilia, entonces, no podría haber estado más de acuerdo con las simpatías comunistas de Niemeyer. No se trataba simplemente de erigir unos pocos edificios grandiosos en medio de las sabanas centrales sino también de rechazar paternalismos procedentes del Norte y mostrar que el Brasil era capaz de producir sus propias soluciones de diseño – aquellas que podrían resonar a un nivel internacional. Décadas más tarde, en su autobiografía, Niemeyer escribió, “estábamos comenzando a mostrar al Viejo Mundo que no tenía mucho que enseñarnos a nosotros los latinoamericanos.”
Las ideas políticas de Niemeyer afloraron en otras y sutiles maneras. Su residencia personal, en Canoas, construida en 1953 carecía de entrada aparte para el servicio doméstico, un desplante escandalosamente igualitario en el Brasil de esa época. En los últimos años 60, Niemeyer diseñó la ondeante sede del partido comunista francés en París (de la cual Charles de Gaulle, inclinado a la derecha política, describió como “la única cosa buena que esos commis han hecho alguna vez”). Dos décadas más tarde, creó una serie de centros educacionales en Río, – conocidos como CIEPS, Centros Integrados de Educación Pública – orientados a estudiantes pobres. Además, se suponía teóricamente que los superbloques de Brasilia alojarían una amplia gama de residentes en apartamentos similares, de suerte que el abogado y el obrero podrían vivir lado a lado. En la práctica esto no funcionó. Los validos del gobierno ocuparon los superbloques; los pobres fueron relegados a los barrios marginales que rodearon la ciudad. (Niemeyer, sin embargo, difícilmente podría ser culpable de esto). Hay otros ejemplos dispersos de sus inclinaciones políticas, incluyendo una serie ponderosos monumentos públicos tales como el de Mao, en Sâo Paulo, que muestra la silueta sangrante de Latinoamérica grabada en la palma de una mano abierta. (Sutil no es.)
Como se ha dicho repetidamente, Niemeyer sólo produjo un número muy modesto de proyectos socialmente motivados. Explicaba esto diciendo que “no es con arquitectura que se pueden diseminar ideologías políticas”. Esa es una conveniente posición para un diseñador que era él mismo un confortable miembro de la alta burguesía. Pero eso no significa que sus ideas políticas no se reflejaran de alguna manera en su trabajo. Underwood, quien ha escrito varios libros sobre Niemeyer y lo entrevistó numerosas veces lo describió como un “comunista estético”, alguien que jamás clamó por un alzamiento armado, pero cuyos diseños incorporan una firme resistencia a ideales eurocéntricos.
En la aurora del siglo XX, cuando Niemeyer nació, Brasil era, en gran media, un estado agrario. Hoy posee una economía supercargada, produciendo abundantes aviones y automóviles, para no mencionar su arquitectura, desde estadios de fútbol y hospitales hasta resplandecientes centros comerciales. 50% de su población es actualmente de clases medias. En los próximos tres años el país será anfitrión de una Olimpiada y una Copa Mundo. Es interesante que sus últimos dos presidentes han sido socialistas, aunque de la variedad muy marcadamente latinoamericana, tan consciente de los mercados internacionales.
Este Brasil está construido, en cierta parte, sobre la imagen creada por Niemeyer hace ya más de medio siglo. En su arquitectura, Latinoamérica finalmente se podía ver, como lo escribió alguna vez, en “toda su magnificencia y en toda su pobreza”. En su época, pocas ideas podrían haber sido más radicales.
Carolina A. Miranda