Ni las brujas, ni los dragones, ni los marcianos existen. Y quien haya sido profesor de arquitectura, puede asegurar que el «estudiante promedio» tampoco existe. No hay un prototipo y no es fácil tratar de identificar características comunes que permitan clasificarlos en grupos. Cada estudiante es un modelo exclusivo pero trataré de describir algunas variantes con características y comportamientos propios.
Vamos a imaginarnos una clase de taller –tampoco existe una clase típica de taller ni un profesor promedio– con entrega de anteproyecto, y el grupo de profesores empieza a recorrer las paredes del salón donde están pegados los planos, resultado del esfuerzo de unos orgullosos, algunos indiferentes y varios aterrados estudiantes.
El primer proyecto, que corresponde a el Pilo, está colgado desde esa mañana, todas las planchas exigidas están dibujadas en las escalas pedidas, y debidamente numeradas. El proyecto es correcto pero no es de los mejores pues ser pilo no implica necesariamente ser el más capaz.
El siguiente es el diseño de el Actor, quien empieza explicando que le faltan dos planos pues se los robaron en el bus, y apela a la comprensión del jurado pues de lo contrario tendría que abandonar la carrera de su vida, y llegar posiblemente al suicidio. Y entonces se pone a llorar en el hombro de su profesor.
Sigue el trabajo de el Tímido, colgado en un rincón muy discreto, buscando no llamar la atención. El proyecto es sencillo, no corre riesgos, las fachadas se confunden con las del barrio, y con la primera pregunta de un profesor se queda mudo, termina sudando y con dificultad su corta explicación.
El vecino: se trata de el Vendedor. Ha armado con cartones de colores una especie de cubículo a media luz. Cuatro proyectores pasan imágenes en sendas paredes mientras la cinta sonora del Titanic suena como música de fondo. En un rincón, sobre una mesita, una greca con café para los profesores.
Pero al jurado no le interesa la mesita y ya está, con todos los estudiantes del sexo masculino, alrededor de la siguiente alumna; se trata de el Churro. El proyecto es malo e incompleto pues la despampanante autora tuvo que ausentarse una semana para representar a Anapoima en el reinado del mamoncillo. Sin embargo, el jurado considera que esta es una actividad cultural y obtiene una buena nota.
Un diseño bastante pobre es el de el Alternativo, pero está acompañado de seis planchas explicando cómo se economiza y recicla el agua, cómo genera su propia energía eólica y solar, cómo se aprovechan las terrazas para producir rábanos y cebollas, cuanto CO2 se evita con los jardines verticales y cómo se disponen los materiales cuando se demuelan los edificios.
Aparece un alumno que se queja porque él llegó primero que el Churro y le corrigen después. Además, el salón está mal iluminado y ya ha pedido que lo cambien. Le parece que la matrícula es muy costosa y no está de acuerdo con el tema del taller. Es el Protestante.
El Mandadero se demora un poco en llegar pues está pegándole los planos a un compañero. Cuando hay trabajo en grupo, es el que llama a pedir la pizza, trae las cervezas a las diez de la noche y va al plóter a las tres de la mañana.
El siguiente proyecto es definitivamente el mejor. No es de extrañar, pues el trabajo de el Dotado siempre se destaca, y solo es comparable con el de el Hijo de Arquitecto, quien durante todo el semestre, arrastra un proyecto mediocre que, el día de la presentación, aparece convertido en un muy buen diseño con cortes de fachada, detalles de ventanería, especificaciones y presupuesto.
El siguiente alumno no tiene cortes de fachada, ni detalles, ni mucho menos especificaciones y presupuesto. Escasamente presenta el mínimo exigido, pero no le importa. Cree que con lo que tiene aprueba, y no vale la pena meterle más trabajo. Es el Fresco.
Lo que necesita el país es más vivienda para la clase trabajadora, sostiene el Mamerto, y por eso no desarrolló el tema del taller. Como justificación lee un artículo de Marx sobre la explotación de la clase obrera.
El que le sigue está pegando la plancha de localización, pues no sabía si ponerla antes o después de la planta, y empezar la explicación por el corte. El proyecto de el Indeciso es en un piso, pero a última hora descubrió una opción en dos pisos, y dibujó ambas.
Aparece un edificio corbusiano, propuesta de el Internacional, con un auditorio francamente aaltiano y una torre con inconfundible influencia de Mies van der Rohe, producto de lo visitado cuando su papá fue diplomático.
En frente del siguiente proyecto no hay ningún joven, sino un señor de unos cuarenta y cinco años, el Maduro, que estudió y ejerció la ingeniería química, hasta que descubrió que lo que siempre le había gustado era la arquitectura y se matriculó en esta carrera.
Empezó la explicación el Intelectual citando a Platón, y aclarando que el panteísmo de Spinoza le sirvió como punto de partida para su proyecto. Su desarrollo se basó en una teoría de Nietzsche sobre la sociedad pre industrial. Termina su exposición porque tiene reunión del Cine Club.
De último, y guardando un bajo perfil, está el Desubicado. Ha repetido todos los semestres y solo logra pasar cuando compañeros caritativos le echan una mano. De nada han valido las invitaciones a almorzar que le hacen los profesores de turno para decirle que estudie otra cosa.
Cuando sale el jurado, se encuentra en la puerta con el Oligarca, quien viene tranquilo seguido del chofer que todos los días lo trae en su automóvil de alta gama, y que carga la maqueta y los planos.
El resto de los estudiantes son híbridos de algunos de los anteriores en diferentes porcentajes e intensidades. Y, mal que bien, es de allí de donde hemos salido y seguirán saliendo los arquitectos…
* Imagen de wikimedia: Desks_of_architecture_students_in_the_Yale_Art_and_Architecture_Building,_September_29,_2008