Octubre 13 de 2011
Desde su fundación hasta comienzos del siglo XX Bogotá terminaba por el norte en la ermita de San Diego. Ya en 1883 se inicia frente a ella el primer parque moderno, el del Centenario, para celebrar el nacimiento del Libertador y, poco después, se hizo, al otro lado de la carrera Séptima, el Parque de la Independencia, donde se organizó la Exposición Industrial de 1910. Ambos fueron arrasados en 1957 para dar paso a la calle 26, que comunicaba el nuevo centro internacional con el aeropuerto. Esto significó una herida urbana que separó el barrio de las Nieves y el centro de la ciudad con el parque y los desarrollos del norte.
Durante todo el siglo el parque de la Independencia fue un espacio de solaz y un lugar de encuentro de la gente con la naturaleza y con los demás habitantes. Los pabellones de la exposición fueron demolidos y solo permaneció el Pabellón de la Luz, un templete clásico construido para demostrar las cualidades del cemento armado.
En los años 70s el arquitecto Rogelio Salmona construyó las Torres del Parque y luego readecuó los senderos del Parque, resaltando la vegetación, sobre todo las imponentes palmeras y la relación con los cerros. Ahora se hace necesario dar paso al Transmilenio que sube por la 26 hasta Las Aguas, lo que requiere ampliar la vía preexistente en 8 metros, con el fin de conservar los cuatro carriles existentes para el tráfico mixto, más otros dos para el transporte público. Esto implica un recorte doloroso al parque pero que puede ser explicable.
La idea de recoser los dos sectores al cubrir la avenida es sin duda positiva, y el proyectista lo hace mediante franjas transversales, con unas jardineras que buscan ambientar esa costura. La altura libre exigida para el túnel eleva el nivel de la terraza, y eso merece más atención y cuidado en ambos costados del proyecto. Las franjas transversales se hacen con jardineras que a veces son más altas que las personas y esto genera inseguridad y lo hace propicio al desaseo. Pero el mayor problema es que el proyecto plantea bajar de la terraza hacia el parque con rampas perpendiculares que penetran demasiado en el parque y esto es inaceptable. El Pabellón de la Luz es invadido por rampas y escaleras que le restan presencia y espacio.
Se podría bajar de las terrazas en sentido paralelo a la 26 y no invadir el parque, eso sería muy sencillo pero el diseñador se niega, a pesar de las muchas protestas y pedidos que se le han hecho. Es como si del andén de un malecón urbano se bajara a la playa de manera frontal!, eso acabaría la playa y afectaría su unión con el mar y la posibilidad de vivir y recorrerla.
El parque Bicentenario debe ser un vínculo no un motivo de aguda discordia, como lo viene siendo. Es conveniente y necesario recoser la ciudad en este punto, pero se puede hacerlo sin agredir el parque, ese espacio tradicional y querido de los bogotanos. Es cuestión de modestia y sensatez, un asunto de respeto y lucidez. Así se hace la ciudad, la polis de todos y no el campo de los egos ni el feudo de las autoridades de turno. La ciudad se hace entre todos, no contra todos, articula tiempos pero no impone de manera bárbara el capricho del presente, adopta la técnica pero no es su arrasamiento por la tecnocracia, es la continuidad de la memoria, no la agresión al pasado, al paisaje y a sus habitantes.
Carlos Niño Murcia
Arquitecto
Muy oportuna e ilustrativa la comparación con los malecones. Que yo sepa, a nadie se le ha ocurrido –o a quien se le haya ocurrido no lo han dejado– bajar a una playa perpendicularmente, atravesando una escalera o una rampa en medio del espacio continuo de la playa, contra la lógica funcional y paisajística de la misma.
En el caso del Parque de la Independencia, habría que agregar que para instalar las materas propuestas, ya se «retiraron» 140 «arbóreos», y que sólo faltan otros 20 por talar.
Por cuenta de la “reserva vial” era necesario tumbar 30 o 40 árboles, no 140. No obstante, aprovechando la ocasión se llevaron más de 100 adicionales,
Si el Parque Bicentenario se construye como está proyectado, seguramente será muy alabado alrededor del mundo, en presentaciones donde el arquitecto se entristecerá al contar que en su país nunca lo comprendieron, pero que él, no obstante, siguiendo sus convicciones profundas de reformador social, lo sacó adelante.
Y haciendo honor al acartonamiento y la falta de conocimiento de los lugares existentes profesado por los editores de centenares de revistas, el irrespetuoso parque se publicará a todo color con títulos rimbombantes como: «Arquitecto premiado recupera bosque Muisca sobre avenida de los años 50.»; o encabezados más elementales como: «La última creación del artífice de la Biblioteca España».
Para los que no conocen Bogotá, ni les importa lo que pudo haber estado ahí, seguramente será un nuevo descreste. Para los que conocemos el parque, y nos importa, será un desastre, bis; como lo fue para los que vieron, empezando por Salmona, cómo la 26 se llevaba buena parte del Parque de la Independencia y todo el Parque del Centenario.
A la propuesta de Niño, que consiste en limitarse a bajar de una plataforma a un parque, como bajar de un malecón a una playa, le tengo una consideración y un complemento adicionales para que funcione. Si el director de patrimonio no ha logrado que su contratista resuelva la diferencia de niveles entre la tapa-Parque Bicentenario y el espacio PATRIMONIAL existente-Parque de la Independencia, lo invito a seguir la recomendación de un conocido profesor de la Universidad de los Andes: «Oiga Pardo, coja las páginas amarillas y llame otro arquitecto”.
El parque Bicentenario debe ser un vínculo no un motivo de aguda discordia, como lo viene siendo.Es cuestión de modestia y sensatez, un asunto de respeto y lucidez.
Reflexiones precisas y constructivas, ante los oidos sordos de los encargados del proyecto y las andanadas incongruentes del columnista, estas palabras
orientan e indican el camino.
La ciudad se hace entre todos, no contra todos.
Gracias Carlos Niño.
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