El flautista de Hamelín

Por: Germán Téllez Castañeda

En: debates - teoría -

Agosto 13 – 2012

Se me ocurre que Benjamín Barney puede no haber entendido la largueza y generosidad del arquitecto Mazzanti en donar a Santa Marta un proyecto “norteamericano” que está homologado en los USA como entregado a mediados del 2008, lo que anula la «insinuación» de Francisco Ramírez de una posible coetaneidad en una desmañada defensa del otorgamiento de una distinción de la SCA al proyecto «costeño». Está claro que no son «simplemente coetáneos»(ver: ¿Plagio, coincidencia o inspiración?). Estamos lejos todavía de que la firma MOS comience a «inspirarse» en proyectos de Mazzanti.

A mí me gustaría donarle a Ramiriquí o Caicedonia el proyecto de una iglesia ortodoxa (del rito de oriente) hecha enteramente en madera, y tomada de un proyecto de restauración de 1988 en Ucrania. Apuesto a que Benjamín tampoco entendería la nobleza de mi gesto y me acusaría de plagiario y de chiflado, pero ¿no sonaría lo mío, también, como una solemne charlatanería?

Pero ¿cómo? ¿No hay rito ortodoxo en los pueblos colombianos? Pero si éstos tienen que ver con iglesias ucranianas del mismo modo en que los lugares de Mongolia se relacionan con el trópico caribeño. Ambos fenómenos, tan ficticios y engañosos el uno como el otro, se apoyan en un hecho básico, muy importante en la arquitectura de moda: la credulidad e ingenuidad de muchos.

Esto no es nuevo. El saqueo en México en la época de Vasconcelos a los proyectos escolares franceses y norteamericanos por parte de los diseñadores del Ministerio de Educación de entonces, fue notable, pero no recuerdo que hubiera ocurrido alguna protesta pues parecía que todo eso era «coincidencia», «inspiración» o «copia inevitable». El uso de materiales «mexicanos» ¿hacía que una fila de aulas rectangulares fuera la misma en Montpellier y Monterrey?

Hoy en día, a través de internet están a disposición de cualquiera cientos de miles de proyectos y obras de todos los géneros arquitectónicos en el mundo. Entonces, habría que aplaudir la habilidad con la cual el arquitecto Mazzanti selecciona lo que lo va a «inspirar» y escoge con precisión lo que ha de catapultarlo a la cabeza de la moda en Colombia. Él conoce muy bien el dicho norteamericano «there’s a sucker born every minute».

La historia se repite. Basta olvidarla para que se repita. En los últimos años 70 y primeros 80 el asunto era con la «arquitectura de ladrillo», «los salmonistas del ladrillo bogotano» y los ladrillistas de la arquitectura orgánica» y luego las epidemias de las dobles fachadas y otras manías posmo que pasaban como «vanguardia». Ahora, en algún momento de inercia o de fatiga estética, se pasó a la vanguardia formal como elemento de toma de poder profesional y fuente de supuesto prestigio internacional. En suma, se colombianizó un debate que ya lleva tiempo en su formato internacional, sobre el rumbo, siempre formal, claro, que debe o no que debe tomar la arquitectura, entendida como alta costura o chabacanería escultural.

Entiéndase: si queremos être à la mode o be fashion oriented debemos tomar como antiguo testamento la equívoca biblioteca «comunal» de Medellín del arquitecto Mazzanti y como catecismo las realizaciones de un grupo de diseñadores que toman de aquí y allá de la más revenida producción internacional para hacernos creer que están en algo así como una «Colombiamoda» arquitectónica.

Aun recuerdo las palabras de algún célebre crítico francés a propósito de la exposición Architectures Colombiennes presentada en el Centro Pompidou en París en los años 80. Según él, esa muestra se dividía en dos partes: una, formada por unos lamentables páneles conteniendo fotografías de aficionados de obras de Salmona, RGM, Fernando Martínez, etc. mostradas como la «vanguardia del ladrillo», y otra, más páneles que mostraban obras de otras firmas (Cuéllar, Serrano, Gómez; Obregón & Valenzuela; Esguerra, Sáenz y Samper, etc.) presentados en fotografías de mi autoría. Decía el crítico: «en unos paneles había muy buena arquitectura pésimamente fotografiada y en los otros, arquitectura sin ningún interés, admirablemente fotografiada». Ahora, más de 30 años después, seguimos en la misma pieza teatral aunque con diferentes actores. Eso sí, sería muy inquietante que el «divo» de la arquitectura colombiana vaya a ser el arq. Mazzanti, como sucesor publicitario, que no profesional de Rogelio Salmona. El abismo real entre uno y otro es demasiado grande para nombrarlos en el mismo día.

El interés real que pueda haber tras esto es claro: dominar tres mercados, el de la comercialización publicitaria de la arquitectura; el de los encargos profesionales y por último, el de la enseñanza de la arquitectura; con una imposición ideológica similar a la del nazismo, el marxismo o la Inquisición. La nueva ideología profesional es la de la implacabilidad metodológica, la del logro profesional como sea, incluyendo las actitudes más antiéticas y más amorales o inescrupulosas posibles, buscando silenciar toda voz disidente. A lo nuevo no le faltarán panegiristas interesados o entregados, ni medios económicos para ahogar en propaganda a cualquier opositor.

A la nota de un colega que me pregunta si la posición del arq. Mazzanti podría haber sido la del famoso Philip Johnson en el sentido de que éste, un afamado «adaptador» de arquitecturas del pasado, reciente o distante, era no un copietas sino un inteligente «innovador» y que su producción era mil veces «mejor» que cualquier cosa que lo hubiera precedido, sólo podría advertir que no deja de ser curiosa la postura de Mazzanti de insistir en su «originalidad». La pregunta sería: ¿Está Mazzanti y su engañosa biblioteca en Medellín, pasando (junto con ésta) por el famoso cuarto de hora de fama y celebridad que nos pronosticó Andy Warhol a todos? Y la otra pregunta: ¿Por qué a una revista de arquitectura como Architectural Record sólo le interesan desplantes como ese opus de Mazzanti y no les interesa en absoluto la obra de Salmona, según lo manifestó sin el menor rubor su reportera, Elisabeth Broome, enviada a Colombia? Como periodista, y no arquitecta, que ha escrito además sobre «finanzas, comida y sociedad», sólo le interesaba hablar de «lo positivo» de esa obra y no de la insignificante bibliotequita encerrada en sus rocas huecas. Esto tiene cierto aire de publicidad pagada, o periodismo «comprado», pero quizá estoy siendo excesivamente malicioso.

Precisamente, a la revista Architectural Record le ocurrió que dejó de ser intempestivamente, la «revista oficial» del gremio de los colegas norteamericanos, el AIA (al cual pertenezco como Colegiado Honorario) por tener insalvables diferencias ideológicas con dicha entidad. El AIA estimó que no podía cohonestar, desde su posición de imparcialidad gremial, la imposición de una determinada corriente grupal y formalista en extremo. En suma, no podía admitir que determinada arquitectura le fuera impuesta al gremio norteamericano y a través de éste, al de otros países, como si sólo esa fuera la verdad. El resultado de estas enconadas diferencias terminó en que el AIA se apartó de Architectural Record y ahora publica su propia revista, Architect, en la cual ideólogos y diseñadores muestran criterios y obras de muy diversa índole. ¿Cómo, entonces, viene una periodista «del imperio» a decirnos desembozadamente, a nombre de una revista profesional quién es nuestro verdadero y genuino flautista de Hamelín en materia de arquitectura, haciéndose así vocera y representante de una publicación norteamericana cuyo contenido de propaganda comercial es de un 77% con respecto a lo que muestra como «liderato» profesional?

GERMÁN TÉLLEZ C.

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