Paz en sus tumbas (W.Drews) comentado a través de Italo Calvino
Junio 15, 2013
“..al instalar la fachada de vidrio el edificio siguió desnudo, y se vio que no tenía corazón.”
Guillermo Swerd
El niño mira las dos ventanitas chuecas de la casita que acaba de dibujar, y las ventanas, convertidas en ojitos, le devuelven la mirada. Y a partir de ese momento se establece entre niño y ventana una relación vital y vitalicia.
“Seis propuestas para el próximo milenio” son el texto de cinco de seis conferencias que Italo Calvino iba a dictar en la Universidad de Harvard en 1985-86. En la segunda, La Rapidez, propone un extraordinario concepto: cuando un objeto aparece en una narración, se adueña de ella y se convierte en el principal personaje; el yelmo de Membrín, el cajón que llega a la isla de Robinson Crusoe, la espada mágica de tantos romances medievales, son ejemplos de este cambio de protagonismo.
Por ese hueco en la fachada el niño ve circular paseantes, desfiles y carros, y por allí mismo entra el sol tibio que lo despierta y le avisa que llegó la hora aburrida de ir al colegio. A veces el hueco se convierte en un agujero discreto que permite que entre un rayo de luz iluminando el humo producido por la estufa de leña. Otras veces se arma de vidrio, postigo y valor y se enfrenta al viento frío del páramo que lucha por entrar, o se adorna coquetamente con geranios y soporta con paciencia la serenata del amante trasnochado.
Muchas veces hice referencia al paralelismo de este concepto de Calvino en la vida de los que ejercemos el diseño de arquitectura. Y aquí es donde Willy Drews –con su poético racconto– viene a confirmar este paralelismo. Porque una puerta, una ventana, son precisamente los objetos mágicos de los que habla Calvino. Porque si no lo son…no sirven para nada.
El dibujo del niño también tiene entre los dos ojitos, el equivalente a la boca: Es la puerta. La lámina de madera maciza le permite o le niega, siguiendo permisos maternales, salir a un mundo exterior lleno de sorpresas, y lo recibe acogedora cuando regresa a la tranquilidad de su mundo interior. La puerta marca el límite entre lo propio y lo ajeno, acoge complacida a los amigos y rechaza recelosa a los extraños. Se abre generosa cuando le dicen Sésamo ó distraída cuando deja pasar un enorme caballo de madera lleno de soldados.
He aquí el objeto mágico es tratado ¿o deberíamos decir maltratado? Como algo trivial, que se puede repetir como una nadería. ¿Podemos imaginar 100, 200 yelmos de Mebrín, decenas de cajones de Robinson, bolsas de espadas quizás invencibles….
Qué protagonismo tendrían en la narración? Un pequeño manantial en el desierto es mágico, una hilera de quiscos es solamente vulgar tendrían en la narración? En el desierto un pequeño manantial es mágico, una hilera de quioscos es solamente vulgar.
El niño crece y la ventana se transforma. El mal llamado “modernismo” la convierte en un gran rectángulo de vidrio que poco a poco se va comiendo la fachada hasta transformarla en una enorme superficie que termina invadiendo la totalidad de la pared, y desaparece el cobijo del muro y con él la intimidad. Ahora el sol penetra incontrolable abrasando de calor los espacios en el verano, y el frio del invierno invade los antiguos ambientes confortables. La puerta, devenida en fría lámina de cristal, impide la comunicación deseada pero permite la visibilidad indeseada. Pero esto no importa. Se trata de estar a la moda, que exige vidrio por todas partes
¡Con cuanto descuido, con cuanta ignorancia son utilizados los objetos mágicos de nuestra narración! Puertas, ventanas , muros y orificios, remates y cornisas, transparencias, luces y sombras, que son mágicos en las manos de un Barragán, de un Alvar Aalto, se convierten en desperdicio, en un sinsentido lamentable cuando se los ve en las grandes torres, en los paramentos donde ya no existen esos mágicos orificios que eran ventanas, esos otros que marcaban el adentro/afuera, abriendo el misterio de lo que ocultaban…?
Este implacable “modernismo” ha acabado con puertas y ventanas. Con ellas desaparecen también los románticos que añoramos la perdida comunión entre lleno y vacío, y la necesaria distinción entre adentro y afuera. Nunca más volveremos a palpar la tibia sensación de la madera y descubrir con deleite y respeto las huellas del artesano desaparecido.
Siempre en el mismo ciclo, Calvino define la exactitud en el lenguaje y denuncia “algo que es obvio” la falta de escrúpulos en el uso del lenguaje, que “…es utilizado en modo vago, casual, desprolijo. Lo que me produce un fastidio intolerante…”
Otra vez esta en paralelo con lo que vemos construir, el lenguaje constructivo desprolijo, ausente de reglas, de estructuras, de orden que no sea una hoja cuadriculada…¡Que nos produce el mismo fastidio que a Calvino!
Puertas y ventanas han muerto, víctimas de la enfermedad terminal del vidrio incontrolado. Paz en sus tumbas.
Lo trágico es que las puertas y las ventanas han muerto de una manera baladí. Que se acabó el misterio, la narración y la sorpresa. Que quedado reducido a un minimalismo estúpido, que solo esconde la falta de idoneidad, de fantasía, de capacidad poética y de rigor.
No podemos, no debemos resignarnos a este desperdicio, a esta chatura, no debemos aceptar que estén muertas y que en paz descansen.
Giancarlo Puppo
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