Octubre 9 – 2012
En la restauración de Teatro Colón nos enfrentamos a un doble atropello por parte del Ministerio de Cultura: el escamoteo del conocimiento público de los alcances reales del proyecto y la alteración inadecuada de patrimonio urbano y arquitectónico.
Según la publicidad del Ministerio en la revista Arcadia No.83, el proyecto de restauración y modernización del Teatro comprende tres fases: En la primera se restauraron el auditorio y la fachada (recordemos la discusión en los medios sobre la lámpara y la alteración de la fachada y el espacio público). Como segunda fase se presenta la renovación de los vestuarios, la concha acústica y sistemas de audio y video. Y en la tercera y última fase, el Colón se convertirá en un “teatro vivo”, por medio de la dotación de talleres de escenografía, salas de ensayo y estacionamientos.
Hablemos de la fase en la que nos encontramos, relacionada con la caja escénica. Detrás de los eufemismos de “restauración” y “renovación” se oculta que el objetivo real del proyecto es la superposición de un súper escenario para convertir al Colón en la sede de la Sinfónica de Colombia. Válida y noble intención, si esto no implicara desfigurar una parte del edificio, sobrepasando las capacidades y especificaciones de un “teatro a la italiana” del siglo XIX .
El Ministerio justifica la demolición total de la caja escénica para remplazarla por otra que prácticamente dobla sus dimensiones actuales, justificando la demolición con el concepto de la firma alemana de ingeniería teatral Walter Kottke, expertos en tecnología de escenarios, pero sin experticia ni autoridad en el campo del patrimonio arquitectónico.
Aparentememte, el objetivo del Ministerio no es la conservación patrimonial sino la generación de una parte nueva, sirviéndose de una vieja, tomando de ésta lo que le es útil y desechando lo que no. Además, alteran el contexto urbano en el que se ubica, el cual también es patrimonio nacional: el centro histórico de Bogotá.
La última versión conocida de estas fases, presentada en la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá por la gerente del proyecto, ya no contempla la demolición de las casas que conforman la manzana donde se ubica el Colón; aunque días antes de esta presentación, la Ministra aseguró en El Espectador que se compraría y demolería lo necesario. Luego, ante la reacción que generó su desfachatez, el discurso sobre la destrucción del entorno urbano se moderó, y ahora sólo se habla de comprar y conservar las casas patrimoniales. A pesar del nuevo “bajo perfil”, el eufemismo para la destrucción de la caja escénica continúa siendo la “modificación” de la concha acústica.
Patrimonialmente, el Teatro Colón es una unidad arquitectónica que desde nuestro punto de vista no se debe desmembrar. Fue concebido y construido como un teatro a la “italiana”, con unas dimensiones de auditorio y escenario acordes a lo utilizado en su momento para funciones de ópera. La caja escénica está conformada por unas arcadas en ladrillo y piedra, cuyo valor histórico-cultural es tan estético como constructivo. Adicionalmente, la caja tiene una tramoya y unos mecanismos manuales que son –o eran– los únicos sobrevivientes de la época en América Latina. Son numerosas las obras que han utilizado estos elementos de forma desnuda en sus escenografías y son numerosos los espectáculos que podrían seguir haciéndolo, sin necesidad de inventarse un nuevo teatro.
Así que no se trata de algo menor como la “adquisición de equipos de audio y video, el suministro de luminarias, suministro de concha acústica y el vestuario teatral” sino de algo tan drástico como demoler una parte esencial del edificio. Si los componentes que lo caracterizan no le sirven a la Sinfónica, la opción en conservación patrimonial no es acomodar el teatro a las necesidades de un “cliente”, sino buscar otro “cliente” al que el teatro le sirva como es. Para el caso: una joya arquitectónica dentro de una joya urbanística.
La Dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura, ha realizado un sinnúmero de proyectos de carácter urbano cuyo común denominador ha sido la desfiguración de patrimonio urbano mediante la demolición de parte de lo existente, bajo el pretexto de “contemporaneizar” el patrimonio, como la Albarrada de Mompox, el Parque de la Independencia y las plazas de Tenjo, Buga, Pamplona y Popayán; proyectos que en su momento también han sido objeto de cuestionamientos en lo patrimonial y económico
El Ministerio, con la misma doble estrategia de lavar su imagen y legalizar la demolición al mismo tiempo, tiene planeado contratar a la Sociedad Colombiana de Arquitectos para realizar un concurso de “esquema básico” y así “legitimar” la demolición patrimonial. Hay que recordar esta forma de operar ya ha sido utilizada por el Ministerio en algunas de los espacios públicos mencionados, pero tal vez el mejor ejemplo sea lo acontecido con el concurso de ideas para Eldorado, el que no solamente terminó en la demolición de la antigua terminal, sino en varios otrosíes para el contratista.
A pesar del cambio de discurso, el Ministerio continúa con la compra de predios y contempla el cambio de uso de toda la manzana de uso múltiple a institucional. Esto implica convertir casas que albergan vivienda, comercio, restaurantes, tiendas de barrio y hoteles, en oficinas burocráticas, en contravía con las tesis que a nivel mundial sostienen que para revitalizar los conjuntos patrimoniales es necesario estimular el uso de actividades múltiples, evitando su conversión en áreas fantasmales e inseguras durante la noche.
La Secretaría de Cultura del Distrito ha acompañado al Ministerio en el ocultamiento de sus intenciones, como si éste despacho no fuera una dependencia de la Alcaldía de Bogotá sino del Ministerio de Cultura. Ante tan particular forma de desconocimiento a dúo del patrimonio arquitectónico y urbano, consideramos necesario que la Alcaldía tome las riendas del problema.
En síntesis, se está abordando el proyecto como un asunto de restauración, innovación y gestión cultural, antes que de conservación de patrimonio inmueble. Lo que terminarán por hacer es desfigurar un edificio (patrimonio arquitectónico) y transformar y desfigurar una zona (patrimonio urbano). La idea de que la caja escénica se puede eliminar porque «no se ve» o que el entorno urbano se puede cambiar porque está lleno de casuchas, es una forma de verlo. Para los que estamos en el bando opuesto, la esencia debe ser lo primero que se respeta y restaura en conservación patrimonial. De lo contrario, sería como si uno tuviera un modesto Renault 4 y para solucionar el problema de crecimiento de la familia le reemplazara el motor de cuatro cilindros por un V8; adaptándole además un “portasuegras”.
Juan Luis Rodríguez
Guillermo Fischer
PD: una versión mas corta de este articulo fue publicada en el diario El Espectador, recomendamos el excelente articulo de Santiago La Rotta que acompaña esta nota en el mismo diario, titulado «Colón, polémico y renovado»