Si alguna vez me pierdo, no me busquen en Bogotá.
Josep Quetglas
Le Corbusier tuvo grandes rivales, algunos de los cuales aún nos hacen honor con su presencia; los otros están muertos. Pero nadie mas ha manifestado con tanta fuerza la revolución arquitectónica, ya que nadie más ha sido tan larga y pacientemente insultado.
André Malraux
Willy Drews tiene razón está muy mal visto hablar mal del difunto. Me recuerda a André Bretón, quien propuso ir a las paradas de libreros junto al Sena para vaciar de libros algunos de los cajones, y meter ahí el cadáver de Anatole France y tirarlo al río: “hay que evitar que, muerto, ese cuerpo siga sacando polvo”, titulaba Aragón su escrito: “Ha abofeteado usted alguna vez un cadáver”… Pero Willy Drews no es André Breton (un surrealista), ni Le Corbusier es Anatole France (“un cadáver”, según los propios surrealistas).
Willy Drews, Germán Téllez y muchos otros –el número aumenta entre los arquitectos y profesores colombianos–, de seguro son de los que rezan para que el muerto de Le Corbusier no siga sacando polvo, sobre todo en las universidades bogotanas.[2] Para ellos y otros (que solo lo comentan –en voz baja– por los pasillos de las facultades), lo mejor sería, que no se vuelva a hablar más nunca de Le Corbusier y menos aún enseñar con las ideas y obras de ese Cuervo, que siga bien enterradito en Roquebrune – Cap-Martin y que de ahí no se despierte, solo faltaría ir a aliviarse sobre su tumba para que no levante ni pizca de polvo, o como recientemente han hecho algunos descerebrados, ir a Ronchamp a romper los vitrales de la iglesia, para desquitarse de todos los males que ha producido y provocado semejante “diablo de hombre”.[3]
Posiciones como éstas me recuerdan la de aquél profesor –de cuyo nombre no quiero acordarme– que prohibió la lectura de Karl Marx, no fuera a suceder que alguno de sus estudiantes se volviera comunista…. Prohibir a Marx o a Le Corbusier, sería tanto como prohibir a Nietzsche en una facultad de filosofía, aunque –en un país tan retrogrado como el nuestro– ciertas facultades, periodistas y políticos siguen prohibiendo autores,[4] en vez de tratar de comprenderlos en su real dimensión.
Supongo que para algunos profesores locales sí conviene hablar de Louis Kahn, Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto, pues esos sí son los buenos del paseo y de seguro buenos urbanistas. La discusión en Colombia está tan sesgada que aún hoy se sigue dividiendo –vía Zevi– a los arquitectos modernos: Aalto y Wright como los organicistas buenos; y Le Corbusier y Mies van der Rohe como los racionalistas malos; y trasladada al país del Sagrado Corazón: Cuéllar Serrano & Gómez y Obregón & Valenzuela son los malos, y Fernando Martínez y Rogelio Salmona son los buenos. Los que hacen rectas y cubos son racionalistas que hay que condenar y los que se arriesgan con diagonales y curvas sinuosas son organicistas que hay que alabar. Vaya simplificación y lectura miope de la arquitectura. Refleja la misma polarización que vive el país, incapaz de comprender –como dirían los propios surrealistas– que pueden haber prácticas artísticas en donde la razón y el sentimiento actúen simultáneamente.[5] Polarización que no hace más que perpetuar la posición ochocentista que pretendía separar la razón de la imaginación.[6]
Dice Willy Drews en su “perspicaz diatriba”[7] contra Le Corbusier que lo que hizo su propuesta
[…] fue arrasar con las viviendas actuales y remplazarlas por cajetillas de cigarrillos de 15 o más pisos alineadas en riguroso orden militar, y separar funciones como lo exigía el CIAM: habitar, trabajar, cultivar el cuerpo y el espíritu, y circular. Desaparecía la calle —espacio público por excelencia— con su mezcla de funciones y actividad permanente, y —como lo demostraría posteriormente Jane Jacobs— generadora de cafés que se rebelan y se salen del local para recibir al transeúnte que quiere ver y que lo vean, sería reemplazada por desoladas extensiones de prado separadas por vías que aíslan una actividad de otra. La vivienda en altura se proponía en términos de salud y no como generadora de relaciones sociales […]
Primero, el Plan Regulador nunca se hizo, por tanto no arrasó nada –y menos viviendas actuales–, fue una utopía, se quedo así, en un plan. Eso es tanto como condenar a alguien que no mató a nadie (suele pasar en Colombia: realismo mágico).[8] Segundo, el Centro Histórico de Bogotá ya ha sido en gran parte reemplazado por construcciones modernas, no precisamente hechas por Le Corbusier. Él proponía rescatar nueve manzanas que llamaba arqueológicas. Tercero, es un error la opinión generalizada de apoyarse en los modelos de la Ville Contemporaine y la Ville Radieuse y que desconoce el Plan de las 7V, el modelo de ciudad tradicional, implícito en las propuestas de Bogotá y Chandigarh.
Así que no entiendo la queja ¿Se quejan de lo que no se hizo? ¿Por qué no se quejan más bien de la ciudad que sí se hizo, la que tenemos que vivir y aguantar hoy?
Si al menos le hubiésemos hecho caso al urbanista suizo en proteger las escorrentías de los ríos y los humedades, en crear parques lineales o proteger al peatón del asecho de los automóviles, bien lo tendríamos. La invivible ciudad que tenemos hoy en día, la hemos hecho nosotros, sin el apoyo de Le Corbusier.[9] Para consuelo de algunos, ahí están las casitas coloniales, pero –como Atila–, la ciudad sí ha pasado por encima de su propia geografía, arrasándola.[10] Pronto ya no veremos los cerros.
Más adelante, Drews continua con su diatriba:
Lo que nadie se ha atrevido a decir es que la pobreza y la falta de voluntad política no permitieron desarrollar el ambicioso plan, y nos salvaron de una verdadera catástrofe que nos habría convertido en el ejemplo de la no-ciudad, producto de una planeación tan utópica como absurda.
Se equivoca. Muchos sí se han atrevido, empezando por German Samper, Rogelio Salmona,[11] o Pierre Francastel,[12] y críticas serias a Le Corbusier ha habido numerosas, las de Robin Evans, Colin Rowe y Fred Koetter, Josep Crosas y Françoise Choay y menos rigurosa la de Jane Jacobs,[13] e irónica la de Koolhaas; o Bruno Zevi que fijó una posición paradójica.[14]
Pero está claro que la de Willy Drews no es una crítica, es una simple opinión y como ha dicho el escritor, genio y poeta Fernando Pessoa: “una opinión es una grosería, así sea sincera”. Creo realmente en la sinceridad de Willy Drews.[15] Pero atención, una cosa es una descalificación a un personaje (como la que acabo de hacer –intencionadamente– en la frase anterior), otra una mitificación de Le Corbusier (la hay en nuestro medio), y otra muy distinta, análisis serios y atentos del Plan Regulador (no hay muchos).
¿Que el Plan y Le Corbusier merecen crítica? Por su puesto que sí, como todo aquel que tenga el valor de exponer sus ideas públicamente. Le Corbusier recibió cientos de críticas e insultos a lo largo de toda su vida y los sigue recibiendo de muerto –ya lo dijo Malraux–; fue el precio que pagó por querer trasformar el mundo y traspasar los limites regionales. De hecho, aquí estamos polemizando con dos expertos locales sobre el tema, que quieren liquidarlo –con sus cuentos– de una vez por todas.[16]
Pero atención, no confundamos el periodismo con la crítica. La crítica al Plan para señalar tanto sus aciertos, sus circunstancias, sus fallos, su actualidad, su repercusión, sus contradicciones, está por hacerse. Paradójicamente y a mi entender, quien mejor ha señalado las intenciones del Plan, no ha sido un colombiano, sino el arquitecto catalán Carlos Martí Arís.[17]
Pero es curiosa la argumentación de Drews, habla de un proyecto que no se llevó a cabo, y a la vez le augura que habría sido una catástrofe. ¡Que ave de mal agüero! ¿Cómo sabe que hubiera sido una catástrofe, si no se hizo? ¿Acaso es un augur? ¿Qué tal que le hubiera quedado mejor que la que tenemos? De hecho, Le Corbusier proponía que el Plan se hiciese en un periodo de más de medio siglo, lo cual no hubiera significado la destrucción –de un tacazo– de la ciudad (del pueblo) que existía, sino su transformación ¿Entonces de cuál destrucción habla? ¿la del 9 de abril? Según Drews, los políticos de turno, nos salvaron de la “no-ciudad”. ¿Es que acaso, la ciudad que tenemos es una “sí-ciudad”, que da ejemplo al mundo? ¿Ejemplo de qué? De violencia urbana tal vez…
“Catástrofe” es la que vivimos actualmente. Urbanamente Bogotá no es París, ni Berlín, ni Barcelona, ni Chandigarh, ni tan siquiera Brasilia.[18] De lo que no nos hemos salvado es de la ciudad alienada y segregada que tenemos, moldeada precisamente por todos los políticos de turno desde 1947. Pero para Drews, vamos a tener que darle las gracias a esos políticos (muchos de ellos, los verdaderos saqueadores de los dineros públicos), pues nos salvaron la vida al impedir el Plan.
Pero también puede ser que el párrafo de Drews encierre otro significado. Ese significado probablemente se encuentre en la negación de cualquier forma de utopía, “la no-ciudad, que él llama”.[19]
Probablemente Willy Drews y sus colegas vean con sospecha y desconfianza que un arquitecto-urbanista haya podido imaginar un modelo de ciudad,[20] que no sea literalmente la del tejido urbano preexistente, la manzana consolidada, abierta a la calle, perforada de patios, de calles pintorescas, resultante de la parcelación.[21] ¿Será que Willy Drews aún cree que solo con casas coloniales, calles de siete metros, manzanas de tamaño mediano y andenes de setenta centímetros,[22] se podía solventar la migración y el empuje de la ciudad hacia la metrópolis?
Por lo que sé, y según me contó recientemente Eduardo Samper de su visita a la India, en Chandigarh, a Le Corbusier, la ciudad no le quedó tan mal Según Samper sus habitantes viven tranquilamente y no son atropellados por los automóviles, pues la mayoría de ellos montan en bicicleta rodeados de árboles, libres del tráfico acelerado.[23] Y él mismo Eduardo se preguntaba sorprendido a su regreso, ¿será que nosotros los bogotanos no conocemos, ni vislumbramos otro modelo de ciudad?
En la “Arquitectura de los cognoscentes” de su libro La Gaya ciencia, imaginando un modelo de espacio anticlerical,[24] Nietzsche escribió en el invierno de 1881, “que se necesita de una vez la visión proyectiva de lo que ante todo falta a nuestras grandes ciudades”: “lugares silenciosos, amplios y dilatados para reflexionar”, lugares que den a “entender la elevación de la reflexión y el apartamiento”, lugares abiertos donde el hombre pueda pasear y meditar sobre sí mismo.[25] No dejo de pensar en los proyectos y propuestas urbanas de Le Corbusier cuando leo a Nietzsche.[26] Personalmente prefiero caminar entre prados, que estar encerrado en los conjuntos privados y enrejados que han propiciado ciertos arquitectos y urbanistas en Bogotá.
Es probable que con nostalgia colonial y republicana, algunos de nuestros más prestigiosos historiadores y arquitectos teman ver y entender otra forma espacial. Es decir, la aparición de la trasformación topológica del espacio urbano producto de la arquitectura moderna, como lo vislumbró el agudo Colin Rowe.[27] Pero lo más grave es que, con la misma nostalgia, se le achaque a esa trasformación todos los males –habidos y por haber– de la ciudad actual, como lo insinúa Drews.
Carlos Martí Arís:
Es frecuente encontrar entre las corrientes urbanísticas ligadas al ideario posmoderno un estado de opinión que tiende a atribuir todos los males de la ciudad contemporánea a la supuesta condición anti-urbana de la arquitectura moderna, como si las obras de arquitectura por el simple hecho de responder a criterios de forma característicos de la modernidad contuvieran el germen de un pecado original, que inevitablemente tuviera que acabar destruyendo las cualidades específicas de los urbano […] lo que resulta dudoso es que el cambio impuesto por estas condiciones de forma (edificios como piezas aisladas y espacio libre como vacío continuo) conduzca inevitablemente al deterioro y a la negación de cualidades y de los valores de los propiamente urbano […] En realidad lo que hacen los urbanistas modernos es reconocer el carácter ineluctable de ese proceso; tratar de comprender sus causas y trabajar a partir de datos, del mismo modo que la arquitectura moderna toma como datos que no cabe discutir la existencia de nuevos materiales o el posible empleo de sistemas constructivos alternativos a la construcción muraria. Desde este punto de vista, tiene poco sentido lamentarse por la perdida de hegemonía del sistema murario en la arquitectura moderna como de la perdida de continuidad del tejido edificatorio en la ciudad contemporánea.[28]
Así que los posmodernos no deberían lamentarse tanto por la perdida del tejido urbano existente ante el arribo del espacio vacío del urbanismo moderno,[29] como no nos estamos lamentando cada mañana por la aparición del Barroco frente al Renacimiento, o del Renacimiento frente al Gótico.[30] Lo inevitable, dijo aforísticamente Mies van der Rohe, sucede pese a todo.
De hecho, Germán Samper –quien en su juventud seguía los viajes de su maestro– en una ocasión visitó y dibujó el centro de la ciudad de Nancy y descubrió que allí, a través de una “sucesión magistral de espacios”, los habitantes pasaban cotidianamente de una experiencia medieval, a una barroca y luego a una renacentista, y nadie que yo sepa, se ha lamentado por ello. Todo lo contrario, alegra semejante experiencia episódica, narrativa, del paso –como por una máquina real del tiempo– de un espacio de un época determinada al espacio de otra, caminando en un corto instante hacia el pasado o hacia el futuro ¿No es eso lo que buscan los físicos y los astrónomos? Que vayan a Nancy, y que de paso lleven a algunos arquitectos locales para que puedan percibir lo que significa transitar de un estado temporal a otro sin añoranza pero con emoción.
Sumado a esto, también sería emocionante pasar en un momento presente, por ejemplo, a través de una calle angosta y una hermosa plaza de tradición española recintada, que nos vincula con el cielo y con nuestros antepasados, para luego toparse de golpe con una gran explanada abierta, vacía, indecible, donde se eleva un edificio en el centro acústico de su espacio (no en el geométrico),[31] abierto al horizonte, y que nos instala en sintonía con el medio natural que nos rodea, y que, en su silencio, nos hace meditar –como aventuraba Nietszche– ¿sobre nuestro propio destino?
Probablemente de lo que algunos sufren no es de nostalgia del centro tejido y sólido, sino de miedo al espacio vacío y continuo. Agorafobia. Miedo al “pasear por nosotros”, como diría Nieztsche, miedo a encontrase consigo mismo en espacios abiertos –sin consuelo divino–; o quizás miedo a otras formas de organización del territorio y de ocupación del espacio y de la propia vida. ¿O es que algunos todavía creen que, en el tejido edificado como sólido continuo están ya fijadas –de una vez y para siempre– todas las claves para solventar el empuje de la ciudad y la trasformación de la vida? Negar otras formas de aproximación al territorio, es negar la propia imaginación humana, la creación.
Pero no vaya ser que en Bogotá no tengamos –ni un espacio, ni el otro– y que se esté cumpliendo la sentencia de Le Corbusier cuando vislumbró que su Plan no se llevaría a cabo. Profetizó: “Bogotá seguirá pateando en su miserable destino”.[32]
Sé que es políticamente incorrecto en nuestro medio –mojigato y pasivo– entablar controversia con personajes prestigiosos, especialmente si están vivos. Pero a veces toca… pues como dice el refrán: hay que temerle más a los vivos que a los muertos.
Pero tal parece que éste muerto de Corbu, sí seguirá sacando polvo… aunque algunos no lo crean y otros no lo quieran.[33]
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[1] No acostumbro a escribir en este tono, pero está inspirado en el tono con el que Willy Drews y Germán Téllez escriben contra Le Corbusier, a pesar de todo, no logre imitarlos.
[2] Paradójicamente no es así en otros países y universidades, en ellos se estudia a Le Corbusier tranquilamente por su obra, por sus planteamientos, por la actualidad de su pensamiento. Sin el trauma que al parecer produce aquí en la Escuelas y en el gremio de arquitectos. “Foco de corbusianitis aguda”, las llama Germán Téllez –en sentido peyorativo y como si fuera una lepra o un virus que hay que exterminar–, por el hecho de que dos profesores de la Universidad de los Andes hablen de Le Corbusier. Yo de Germán Téllez revisaría mejor de qué Arquitecto se habla realmente en los Andes. Ahora bien, si dos o tres profesores hablan de Le Corbusier (me incluyo), pues que el resto de la amplia planta docente hable de otros arquitectos, no le veo el problema, tiene solución, se puede imponer en el Plan de Estudios.
[3] Opiniones sobre su vínculo con el fascismo o artículos de opinión sin sustento, generan este tipo de barbaridades, además de lograr la repulsión de los estudiantes por la obra del arquitecto.
[4] O quemando libros como el Señor Procurador.
[5] “Creo en una resolución futura de esos dos estados que son el sueño y la realidad, en una forma de realidad absoluta, de sobre-realidad, si se puede llamar así”. André Breton, Œuvres complètes I, París, Gallimard, 1988, p. 319.
[6] O la ingenua frase relamida de que Le Corbusier era un buen arquitecto y un mal urbanista. O la ingenua y reductora definición de que era un racionalista y un funcionalista: “Son hueras así las controversias entre quienes, periódicamente, van denunciando un Le Corbusier maquinista, funcionalista, disciplinado, y quienes van descubriendo sorprendidos un Le Corbusier poético y formal: la obra de Le Corbusier siempre ha tratado del tránsito indefinidamente reiniciado entre uno y otro estado, negando la oposición ochocentista, tan occidental y burguesa, entre razón e imaginación, a favor de una síntesis fundida entre ambas”. Josep Quetglas, Les heures claires. Proyecto y arquitectura en la villa Savoye de Le Corbusier y Pierre Jeanneret, Sant Cugat del Valles, Barcelona, Massilia, 2008, p.16.”
[7] Así califica Germán Téllez el escrito de Willy Drews.
[8] “En la editorial de la revista Proa de septiembre de 1955 se habla ya sin tapujos del ‘fracaso del Plan regulador de Bogotá’. Como señala el editorialista, las cosas han ido por otro camino: la extensión de la ciudad se ha revelado mayor que la prevista, el Centro Cívico se ha desplazado, las industrias tienden a ubicarse en las zonas más rentables para las empresas, las grandes avenidas se construyeron con otros criterios. En una palabra, las indicaciones del Plan Piloto se han incumplido, no se han realizado. Lo que, según la maliciosa expresión del editorialista, equivale a decir que le Plan ha fracasado. Curiosa argumentación ésta que permite afirmar que un proyecto no se ha llevado a cabo y a la vez hablar de su fracaso, o sea, achacarle la responsabilidad de lo sucedido”. Carlos Martí Arís, “La ciudad de la arquitectura moderna. El caso de Bogotá”, La cimbra y el arco, Barcelona, Fundación Caja de Arquitectos, 2005, p. 77.
[9] A diferencia de Drews y Téllez, Carlos Martí rescata del Plan; primero: “restituir las relaciones de acuerdo y sintonía entre la forma de la ciudad y su base geográfica”; segundo: “propiciar la presencia de parques lineales que penetren en el tejido urbano creando una red continua vinculada a los espacios naturales”; tercero: “reinterpretar el concepto de manzana como elemento mediador entre el edifico y la ciudad, incorporando la nueva escala de las intervenciones y dando relieve adecuado al tráfico rodado”; cuarto: “repensar la cuestión del nuevo centro urbano y su relación con los principales lugares públicos tradicionales de la ciudad”. Para Martí está claro que estos siguen siendo hoy, en buena medida, los problemas cruciales de la ciudad. Ibídem, p. 78. Para Drews ¿no?
[10] Los planteamientos de Le Corbusier sobre la protección del marco geográfico de Bogotá se adelantan en muchos años a la preocupación ecológica que ha ido creciendo en todas partes del mundo.
[11] La crítica de Salmona al Plan es más entendible en tanto él mismo lo estaba dibujado, además estaba aleccionado por la fuertes críticas de Francastel contra Le Corbusier.
[12] Francastel ataca ferozmente a Le Corbusier, pero en un apartado de uno de sus libros dice: “¿Quién fue el autor del trágico error? El ingeniero. ¿Quién viene a reparar esos desórdenes? El constructor. Me sorprendo a mí mismo escribiendo como Le Corbusier, pues hasta tal punto es irritante y fascinante ese diablo de hombre”. “La interpretación racionalista”, Arte y técnica en los siglos XIX y XX, Valencia, Fomento de cultura, 1961, p. 48.
[13] Si personajes de la talla de Borges, Alejo Carpentier, Walter Benjamin, Max Raphael, Paul Valery, John Berger o Orhan Pamuk fijaron su atención en Le Corbusier, es porque de seguro hay algo consistente en sus ideas y en su obra. Confío en ellos para hacerme un juicio crítico más certero sobre el arquitecto, que en la endeble y periodística crítica bogotana. Para ver una crítica a la crítica romántica de Jane Jacobs léase, Maurice Besset, “Le Corbusier 1945-1965”, La Torre, Revista general de la Universidad de Puerto Rico, Nº 52, enero-abril de 1966, p. 147.
[14] Véase una defensa de Zevi en: “El coloquio de Le Corbusier con la historia”, Ibídem, pp. 167-180.
[15] Se trata de un comentario superficial de un Plan que Willy Drews no ha revisado, ni estudiado con atención. ¿O será que ya revisó los numerosas borradores del Plan Regulador y leyó todos las cartas y pormenores del encargo? Le recuerdo que para tener un compresión seria de un proyecto o para analizar o descalificar una obra o a un arquitecto, es conveniente revisar los dibujos de proceso y sus circunstancias, y no únicamente quedarse con el plano final, en él solo se verá: “cajetillas de cigarrillos”.
[16] Que Drews y Téllez consideren que las ideas de Le Corbusier no sirven para nada –que es un cuentero– y que están desactualizadas, no significa que lo estén. De hecho, no lo están para Cohen, Quetglas, Oyarsún, Frampton, Monteys, Colomina o Wigley. ¿A quién le creo? ¿Quiénes son los desactualizados?
[17] Carlos Martí, “La ciudad de la arquitectura moderna. El caso de Bogotá”, opus. cit., pp. 73-78.
[18] Bogotá tiene unos fragmentos de sorprendente calidad arquitectónica y de adecuada solución a escala urbana intermedia, pero en su conjunto es un verdadero desastre. Pregunten a cualquiera en la calle.
[19] Según Eduardo Galeano, “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá ¿Entonces para qué sirve la utopía?”, para eso sirve, para caminar…”
[20] Un modelo de ciudad que no sale de la nada, ni que cae del cielo –como creen algunos–, sino que es resultado de la revisión sistemática que Le Corbusier realizó de las ciudades europeas desde los diecisiete años. Ahora bien, si quieren ver una crítica aguda –no romántica, ni prejuiciada- al modelo de ciudad planteado por Le Corbusier pueden leer: Josep Crosas, “Le Corbusier y las razones del deporte”, Massilia, 2004. Annuaire d’etudes corbuseennes, Barcelona, pp. 106-111.
[21] Que Drews no ha estudiado concienzudamente el Plan queda claro, pues no se ha dado cuenta que, lo que justamente hace Le Corbusier, es reinterpretar el concepto de manzana como elemento mediador entre el edifico y la ciudad, incorporando la nueva escala de las intervenciones.
[22] La generosidad de una ciudad se mide en el tamaño de sus andenes. Me parece que lo dijo Félix de Azua.
[23] ¿Les doy cifras de muertes por atropello de carros que hay diariamente en Bogotá?
[24] Probablemente similar al ambiente monacal y servil que existió a comienzos y mediados del siglo XX en Bogotá, y que se sigue respirando desde la colonia.
[25] Párrafo número 280 de Die fröhliche Wissenschaft (La gaya ciencia).
[26] En su juventud Le Corbusier fue un atento lector de Nietzsche. En su biblioteca personal se encuentran: Ainsi parlait Zarathoustra y Saint Janvier, suivi de quelques aphorismes. Para los que consideran que era un ignorante iletrado léase: Le Corbusier et le livre, Barcelona, Massilia. Associació d’idees, 2005.
[27] Carlos Martí resume así la argumentación de Colin Rowe: “a lo largo de la primera mitad del siglo XX, y de manera irreversible, la matriz urbana experimenta una radical transformación, en la que se pasa de un tejido edificado que actúa como sólido continuo, donde los espacios libres aparecen como figuras recortadas en una masa moldeable, a una construcción basada en objetos aislados y convexos que generan un vacío continuo, en el que el espacio libre deja de tener una forma precisa y se convierte en el fondo de una trama, mientas que el papel de figura recae ahora en los edificios que se presentan como piezas aisladas.” Carlos Martí, opus. cit., p. 74.
[28] Ibídem, pp. 73 y 74
[29] Muchos de las mejores fragmentos urbanos de la ciudad de Bogotá son modernos. Son testigos de un proyecto no concluido, inacabado.
[30] Para entender la emocionante transición entre un momento histórico y otro y sus circunstancias, léase: Renacimiento y Barroco, de Heinrich Wölfflin o Principios fundamentales del historia de la Arquitectura de Paul Frankl.
[31] “Le Corbusier remarked that when you find the acoustic centre of a building or a piazza, the point at which all sounds within the given space can best be heard, you have also found the point at which a piece of sculpture should be placed. All architecture worthy of the name pleads to be condensed in this way”. John Berger. Art and revolution, New York, Pantheon Books, p. 71.
[32] ¿No es acaso –en el mar de ese destino– en el que se encuentra chapoteando el señor Alcalde?
[33] Por mi parte, –y a pesar de las prohibiciones de la opinión especializada– seguiré escribiendo sobre Le Corbusier, y seguiré estudiándolo, y seguiré enseñando con él y con todos los maestros de la arquitectura, desde Fidias pasando por Miguel Ángel hasta llegar a Álvaro Siza Viera.
* Dibujo de Germán Samper de la ciudad de Nancy.