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Eutanasia urbana

Ante la imposibilidad de conservar adecuada y razonablemente las características básicas de una obra que forme parte del patrimonio arquitectónico y urbano, respecto a su emplazamiento, función, construcción y forma, es preferible darle una “muerte” digna a alterarlas del todo para su supuesta preservación. Y lo mismo aplica cuando se trata de reconstruir un edificio o espacio urbano que ni siquiera es un bien de interés cultural o no forma parte de la memoria colectiva de la gente, o que simplemente su arquitectura no lo amerita, o su adecuada renovación es muy costosa o casi imposible de lograr. Y aún más si es con el dinero de los contribuyentes.

Reconstruir la polémica biblioteca de Santo Domingo Savio en Medellín costaría tanto como lo que se despilfarró en construirla, y además lo equivocado de su diseño de revista internacional de la moda arquitectónica no lo amerita. Mejor dejarla en ruinas, lo que sería consecuente con el sobrenombre que le pusieron los vecinos del barrio: el Castillo de Drácula. Serviría para llevar a los estudiantes de ingeniería para que aprendan algo de ética profesional, pero sobre todo a los de arquitectura pues la mala construcción suele comenzar por un diseño incorrecto, principiando porque no es fácilmente renovable, y sin duda atraería más turistas que ahora y desde luego menos idiotas.

Y en Cartagena la plaza de toros de la Serrezuela lo que merece es una muerte digna pues hace años que está desmantelada y abandonada –era toda de madera– y no reconstruirla más arriba de su nivel original para dejarla encerrada por dos edificios de su misma altura. Que además apabullarían la casa que no pudieron incorporar al desmesurado centro comercial que pretenden hacer allí, dejando como recorderis de la plaza, que estaba en medio de un espacio abierto, su pequeña portada de mampostería (la que se vería aún mas pequeña). Lo pertinente sería dejar el espacio que ocupaba la Serrezuela como un patio central circular y alto que la recuerde.

Muerte indigna la del edificio principal del aeropuerto El Dorado en Bogotá y su amplio y bello hall, que insistieron en demoler sin ninguna necesidad aparte del macabro negocio de “enterrarlos”. Su digna presencia y evidente utilidad para otros usos complementarios del aeropuerto ponía en evidencia el desorden, ineficiencia y sobredimensionamiento del costoso nuevo edificio, y quizás por eso mismo es que quieren que desaparezcan del todo las anteriores instalaciones. Hasta trataron de alterar sin imaginación su nombre pese a que ya es parte de la memoria del país, todo un irrespeto a los colombianos que justamente impidieron hacerlo.

Por lo contrario, el mal llamado Bulevar del Río en Cali, pues no podrá tener árboles, lo que amerita es darle más de la vida que tenía antes de la equivocada supresión total del tránsito por ese largo sector de la Avenida Colombia y terminara por matarlo casi del todo. El caso es que la respiración boca a boca que le da un restaurante al que van a almorzar los burócratas que trabajan en el CAM no lo mantendrá respirando por mucho más tiempo. Aprovechando el carril ya abandonado para el paso de los buses del MIO se le podría hacer una transfusión de animación urbana permitiendo la circulación de taxis y carros, y recobrar así el carácter de paseo con el que fue diseñada la vieja avenida caleña.

* Imagen tomada del diario ADN.

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Superlativos

Superlativo: grado máximo de significación de un adjetivo o un adverbio.
Gran Enciclopedia Larousse

Hace poco descubrí que “lo peor” no es un superlativo. Aquí va la historia.

La moda –mejor, la plaga– de los rascacielos se ha extendido por todo el mundo, pues en todas partes hay promotores ambiciosos y propietarios ególatras. Solo el afán desmesurado de dinero o el excesivo amor propio justifican llenar las ciudades de gigantes que han demostrado ser demasiado costosos e ineficientes. Colombia no se escapó del contagio y ya se habla de dos nuevos súper edificios en Bogotá: las Torres Atrio en la calle 26 con Avenida Caracas y el edificio Museo Parque Central –como su nombre lo indica– en Parque Central Bavaria, diagonal al Museo Nacional. Desconozco los proyectos, pero seguramente compartirán con sus colegas rascacielos su ineficiencia y altos costos de construcción y operación. Y finalmente su inutilidad.

Recordemos cual fue el proyecto que definitivamente disparó las alarmas en el país: el BD Bacatá –en la capital de la república– al cual me he referido en varias ocasiones. En su momento opiné que era absurdo levantar 66 pisos en un sitio donde movilidad y servicios se encuentran al borde del colapso, y que –para mí– no se había debido expedir la licencia de construcción a un proyecto que no aportaba espacio público, no presentó un Plan Parcial, no cumplía con los aislamientos ni con el título K de la norma NSR 98 referente a medios de evacuación y no pagó impuesto de plusvalía, amén de problemas graves de diseño. Con el apoyo de la Sociedad de Mejoras y Ornato solicitamos la revocatoria de la licencia de construcción. Como era de esperarse y como siempre sucede –excepto en la historia sagrada– ganó Goliat y hoy el edificio se encuentra en construcción.

Siempre pensé que el BD Bacatá era “lo peor” que le podía pasar a Bogotá. Hasta que me enteré que había algo peor que lo peor: el rascacielos Entre Calles. Fue entonces cuando “lo peor” dejó de ser un superlativo.

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Entre Calles –a propósito, situado en la calle 19 con carrera séptima (peatonal), a una cuadra del BD Bacatá– es una torre de 96 pisos y 420 metros de altura, que aportará, en vez de un generoso espacio público, más de mil nuevos vehículos que intentarán infructuosamente entrar y salir en un tiempo aceptable por las ya cogestionadas calles que la rodean. Además comparte por su tamaño, aumentados y corregidos, los problemas del BD Bacatá. Una vez más se parte de la falacia de que es necesario “reactivar” el centro –de la octava ciudad más densa del mundo– inyectándole multitudes de usuarios y residentes y hordas de vehículos en puntos donde ni caben ni se necesitan.

El edificio se anuncia pomposamente como El proyecto que renovará la cara del centro de Bogotá y de Colombia entera. Una obra que se convertirá a la vez, en el punto de encuentro para millones de capitalinos y en el lugar donde Latinoamérica alcanzará el cielo. No se aclara cómo lograrán llegar y salir los “millones de capitalinos” ni qué necesidad hay de que Latinoamérica alcance el cielo.

No sé si semejante monstruo tendrá licencia de construcción pero puede tenerla, pues cuando el POT de Petro fue devuelto por el Concejo, este lo recibió con la mano derecha mientras con la otra firmaba el decreto 562 de 2014, que en la práctica permite lo que el rechazado POT proponía. Por ejemplo, que el espacio público, la vivienda VIP y los estacionamientos que el rascacielos debería aportar a la ciudad – donde se necesitan– se paguen en dinero para que, en teoría, se construyan en otro sitio –donde no se necesitan–. Es el desarrollo de la ciudad al vaivén de los caprichos y las ambiciones de los promotores y constructores.

Todos los programas de nuestro lamentable alcalde son de izquierda, pero no por su ideología sino porque parecen hechos con la zurda. En esta forma ha logrado –triste récord– que su gobierno sea considerado el peor en la historia de Bogotá. Y en este caso “el peor” sí es un superlativo.

* Imágenes del proyecto Entre Calles tomadas de la página web de la Constructora Amco.

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La metrópoli moderna: un teselado regular de pequeñas ciudades tradicionales

Fig 1. El modelo urbano de la Regla de las 7V de Le Corbusier (1948)
Fig 2. El modelo urbano de la Metrópoli como ciudad jardín de Ludwig Hilberseimer (ca.1940)

Por motivo de la conmemoración del 50 aniversario del fallecimiento de Le Corbusier, este año se han programado numerosas actividades en su honor alrededor del mundo. Como no podía faltar, también sus detractores le han agasajado a su modo, con algún tipo de crítica, especialmente con el resurgimiento del consabido pero falso refrán que reza “Le Corbusier fue un buen arquitecto pero un mal urbanista”.

Es más que discutible que el urbanismo de Le Corbusier fuera “sordo a toda idea de armonía de respeto con el pasado” como ha afirmado hace poco Giancarlo Puppo. Tampoco es cierto que en su Plan Piloto para Bogotá, basado en la Regla de las 7V, “desapareciera la calle con su mezcla de funciones y actividad permanente”[1], o que la propuesta los “habría convertido en el ejemplo de la no-ciudad, producto de una planeación tan utópica como absurda”, como ha manifestado hace unos días el arquitecto Willy Drews.

Basta examinar brevemente el modelo de la Regla de las 7V para hallar la profunda identidad que mantiene con respecto a la ciudad tradicional; es más, y esto hay que subrayarlo: la estructura formal de la ciudad tradicional es la unidad modular básica con la que se construye el modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

Tomemos como ejemplo de ciudad tradicional al París del reinado de Philippe Auguste. Tenemos una ciudad medieval característica: una franja natural alargada (el río Sena); una antigua calle que cruzaba perpendicularmente el río (la Rue Saint-Denis o Grand Rue); una muralla –la muralla de Philippe Auguste– que delimitaba la ciudad y que estaba abierta a lo largo del río y de la calle principal; y una serie de calles secundarias y áreas residenciales que se encontraban en los cuatro cuadrantes que resultaban del cruce entre el río y la calle principal.

Ahora fijémonos en el esquema del sector del modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

V7: franja natural alargada, generalmente un parque lineal o un río como en las propuestas de Chandigarh, Meaux y Bogotá;
V4: calle colectora comercial que atraviesa el sector en el sentido perpendicular a la franja verde;
V3 y V2: entramado de vías arteriales y semiexpresas que, debido a la circulación de vehículos a velocidades considerables, delimitan el sector (V3 y V2 equivalen a las murallas de la ciudad tradicional);
V5 y V6: una serie de calles secundarias y áreas residenciales que se encuentran en los cuatro cuadrantes que resultan del cruce del parque lineal -V7- y la calle principal -V4.

Correspondencias entre París del siglo XIII y la regla de las 7V

esquema Paris

 

 

 

 

 

 

Fig 3. Esquema de París en el siglo XIII y del sector de la Regla de las 7V
Fuente: Elaboración propia

Elemento urbano París S. XIII Regla de las 7V
Eje verde longitudinal El río Sena. El río discurre longitudinalmente por la ciudad y se extiende más allá de sus límites hacia el territorio. V7. Franja verde que alimenta en toda su longitud al sector y se extiende más allá de sus límites hacia los sectores vecinos.
Calle principal comercial La Grand Rue / Rue Saint Denis. La más antigua de París. Es la única calle que atraviesa la ciudad y cruza el río Sena. V4. Calle comercial del sector. La “calle viva por excelencia”. Se extiende, perpendicular a la V7, hacia los sectores colindantes.
Límites del sector urbano Murallas de Philippe Auguste. Son los límites de la ciudad. Es posible traspasarlas a lo largo del Sena o de la Grand Rue. V3. Vías arteriales y expresas que delimitan el sector. Únicamente es posible atravesarlas a lo largo de la V7 o la V4.

El sector de la Regla de las 7V es análogo al plano de París en el siglo XIII, pero “mejorado”. La distancia del centro de la ciudad (la Île de la Cité) a las puertas de las murallas, a lo largo de la Rue Saint Denis, era de aproximadamente 1 kilómetro en la ciudad medieval. En su esquema, Le Corbusier reduce la distancia del centro al borde del sector, a lo largo de la V4, a 400 metros, equivalente a la distancia máxima de recorrido peatonal. Las “murallas” del sector, las V3, donde los vehículos circulan a una velocidad considerable, toman la forma de un rectángulo áureo (800 x 1200 metros). Los sectores forman una retícula ortogonal de vías que permiten el desarrollo sucesivo de la ciudad en etapas. En su interior se desarrolla un conglomerado urbano completo, con variedad de formas de uso y de ocupación, con suficientes áreas verdes y equipamientos, donde “el peatón es el amo” y los niños pueden ir a la escuela por vías alejadas de la presencia de los vehículos motorizados.

Construir la metrópoli moderna a partir del teselado regular de pequeñas “ciudades tradicionales” fue otra idea apreciable del maestro de la arquitectura moderna. Y no, en ella no hay nada que temer con respecto a la destrucción de la ciudad, la aniquilación de la calle o la deshumanización del hábitat. ¿Por qué cuesta tanto reconocer que Le Corbusier hizo una gran contribución a la arquitectura y al urbanismo?

Ocurre con frecuencia que se juzga el aporte al urbanismo de Le Corbusier o de Ludwig Hilberseimer –los dos planificadores más importantes del Movimiento Moderno– con base en sus primeros planteamientos y nunca en consideración de sus modelos teóricos definitivos. Quienes sentenciaron y sentencian aún hoy en día el fracaso del proyecto de la ciudad moderna: Jane Jacobs, Lewis Mumford, James Howard Kunstler, entre otros, cometen lo que en psicología cognitiva se conoce como falacia de hechos aislados[2] debido a que sus evidencias se reducen siempre al Plan Voisin, a la Carta de Atenas, al modelo de la Ville Contemporaine, al modelo de la Ville Radieuse, a las imágenes de la Ciudad Vertical o a cualquier otro asunto relacionado con los primeros postulados urbanísticos de la modernidad –aquellos de las décadas de 1920 y 1930– y no consideran nunca las propuestas teóricas posteriores, desarrolladas entre 1940 y finales de la década de 1950. ¿Acaso no es una aberración que para determinar el fracaso de un proyecto se presenten como evidencia únicamente los traspiés de los primeros ensayos?

Todo gran emprendimiento, especialmente uno de la importancia y complejidad que tuvo el imaginar la manera de hacer mejor nuestras ciudades, exige un gran esfuerzo y se debe esperar mucho tiempo antes de comenzar a ver los primeros resultados concluyentes. Es posible que durante el proceso se obtengan productos parciales en forma de teorías, modelos y planes, incluso de realizaciones a manera de experimentos (Brasilia por ejemplo), sin embargo no se debe confundir estos ensayos con la consumación definitiva del proyecto, peor aun con la posibilidad de su fracaso. Un juicio justo sobre el éxito o el fracaso del proyecto debería incluir el análisis de las únicas realizaciones basadas en los modelo definitivos de la ciudad moderna: Lafayette Park, producto del modelo de la Metrópoli como ciudad jardín de Ludwig Hilberseimer y realizado junto a Mies van der Rohe y Alfred Caldwell; y la ciudad de Chandigarh, producto de la aplicación del modelo de la Regla de las 7V de Le Corbusier.

Que este año se festeje la memoria de Le Corbusier por todos sus aportes: el ingenio detrás del Modulor y del Plan Libre, sus obras maestras como la Capilla de Ronchamp o el Palacio de la Asamblea; y por supuesto, también por sus importantes aunque desestimadas contribuciones al urbanismo.

“¡Arrêtons de diffamer Le Corbusier, icône audacieuse qui mérite notre salut!”

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[1] Le Corbusier no rechaza, no olvida, ni “hace desaparecer” la calle tradicional. Al contrario, él mismo define la V4 de su modelo teórico como la calle donde “tiene lugar la vida familiar y de las personas; aquí la calle viva por excelencia, la calle, la Calle Mayor de las tradiciones (…) Éstas han penetrado casi siempre en el interior de las ciudades. Se las llama ‘Main Street’ o ‘Broadway’ o ‘Grand Rue’ (…) Es su recorrido donde están los servicios de la vida cotidiana: los alimentos (el mercado, el tendero, el carnicero, el panadero, etc.); el entretenimiento (…); las distracciones (el cine, las bibliotecas, las salas de conferencia, los cafés, etcétera”. Le Corbusier. Œuvre complète 1946-1952, p. 92.

[2] La falacia de hechos aislados es un sesgo cognitivo que afecta la formación de creencias y la objetividad de la investigación científica. Un sesgo o prejuicio cognitivo es una alteración del pensamiento difícil de eliminar y que lleva a un juicio impreciso o a una interpretación ilógica del objeto de estudio.

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Ortega y Gasset

Nota para Benjamin Barney y Ricardo Daza

Benjamin Barney, en su nota del 26 de junio, es lúcido y claro. A Ricardo Daza en su encendida respuesta en Torredebabel a Willy Drews y a mí, en cambio, lo aqueja aún cierta corbusianitis semejante a la que padecimos muchos hace unos 55 años(!). El virus parece muy duradero. Aclaro: Ricardo, aun en medio de su vasta erudición y riqueza referencial (la corbusianitis produce ese efecto a veces) se tomó excesivamente en serio mi alusión humorística e irónica, que no cientifista o proselitista, sobre el culto catecísmico actual a las ideas y la figura de Le Corbusier, asimilándolo a una de esas temibles gripas que atacan de cuando de cuando. No dije en mi nota  que me pareciera una plaga que hubiera que extirpar del pseudohigiénico mundo de las Facultades de Arquitectura colombianas ni tampoco sugerí prohibir hablar (mal o bien) del chamán de la Calle de Sévres. A decir verdad, no me importa mucho que digamos de cuál arquitecto, mediático, arquiestrella o desconocido, se hable en alguna Facultad de Arquitectura, pues eso no me concierne. Todos esos son préstamos ideológicos, no solicitados, de Ricardo Daza, a mi nota, pues no me preocupan en absoluto ninguna de las posibilidades, una, que se hable bien de Le Corbusier y, la otra, que se hable mal. Dije que personalmente había pasado de hablar bien en mi juventud del tema de Corbu a mi vejez, en la cual me doy el gusto sensual de hablar mal de quien fue mi ídolo. Decía Wenceslao Fernández Flórez, el humorista español, que “la juventud es una enfermedad que sólo se cura con el paso del tiempo”. Para mí, un corbusianista viejo es una curiosidad arqueológica. Pienso, además, que no es necesario predicar la resurrección de Corbu dado que no ha muerto como influencia y hecho histórico. Pero si alguien quiere intentar el milagro, adelante…

El entusiasmo de Benjamin Barney por un ideal de coherencia ambiental y de incorporación de formas y tradiciones del pasado a la arquitectura y ciudades actuales me parece, eso sí, mucho más a tono con la situación de hoy que la invocación de tono islámico del Corán Corbusiano. Aunque esas dos actitudes son idealistas y poco realizables ante la voracidad del capitalismo salvaje y el tsunami demográfico, ambas son indicios de que, de muy diversas maneras, algunos arquitectos, aparte de desplantes formales e “icónicos”, también piensan, reflexionan, leen y transmiten ideas (¡casi nada!). Una de las suras del Corán (el de verdad) dice: Mas aquellos que no creen, inútil será que los amonestes o no los amonestes. No creerán.

Benjamin Barney notó, igual que yo, los simplismos de muy vieja data traídos a cuento por Ricardo Daza y que estaban de moda en las Facultades de Arquitectura hacia 1955-62. El cuento torpe sobre los “buenos” y los “malos”, calificativos como de “spaghetti western” en los cuales los unos eran intercambiables con los otros, siendo abundantes las variadas interpretaciones de tan pueril clasificación. Nunca he escrito –como historiador– en el sentido de minimizar el papel histórico en Colombia de arquitectos como Fernando Martínez o Guillermo Bermúdez como tampoco el de Germán Samper, Rafael Obregón o Gabriel Serrano. Mi monografía sobre Rogelio Salmona, por otra parte, me exime de dar explicaciones sobre la diferencia entre una charla informal y divertida entre colegas y el estudio crítico y bastante más serio de obras y tendencias o influencias. Por otra parte, la crítica arquitectónica (y la teoría) se beneficiarían grandemente de cierta dosis de humor, de gracia y de ironía, para matizar la seriedad policial que la caracteriza.

Que haya evolucionado a lo largo de 55 años o más de los simplismos periodísticos sobre la fe corbusiana a pensar hoy que en la prosa polémica de Corbu hay tanto de brillantes y hasta hermosos y lúcidos momentos así como insoportables y reiteradas charlatanerías es mi propia historia pero no la de Ricardo Daza y mucho menos la de Benjamin Barney. Cada quien evoluciona a su manera. Hoy me parece lamentable la colección de ratoneras en Modulor de la Unité de Grandeur Conforme (¡vaya título grandilocuente y vanidoso!) de Marsella y sigo creyendo en la poética de la Casa Savoie (¡hasta su nombre, “Las Horas Claras”, es un indicio de voluntad lírica), pero el libro que hizo con el filonazi y colaboracionista Francois de Pierrefeu sobre teoría urbanística me sigue pareciendo una sospechosa estafa ideológica. B. Barney notó también el simplismo vagamente fascista del cuento chino de las 4 Funciones y del rigor como de derecha sobre las obligaciones ciudadanas destinadas a dar una imagen “impoluta” de la ciudad ideal. Todo eso es nada ante la dictadura que se avecina de los constructores de rascacielos, los invasores del espacio público, de los voraces inversionistas, de la lepra urbana del comercio desbocado. En alguna parte de mi biblioteca debo tener aún un elegante librito de la autoría de Le Corbusier en edición numerada que me obsequió Fernando Martínez, diciendo que “ya no le interesaba”: Poésie Sur Alger. El autopanegírico de sus propias propuestas, tan atractivas (entonces) como charlatanas (por absurdas) para más de media ciudad concentrada en un descomunal monstruo “icónico” de innumerables pisos y paquidérmico aspecto, en lugar de y encima de la multicultural y variada ciudad de Alger. El Santo remedio para una enfermedad urbana indeterminada. El orden cartesiano donde nadie lo estaba pidiendo ni lo podía poner en práctica, pocos lo requerían y menos aún podrían entender la quimérica grandeza de la lírica corbusiana. Con razón eso ya no le interesaba a un espíritu tan refinado como el de Fernando Martínez.

Una señal para Benjamin Barney: recomiendo la lectura de las obras completas de José Ortega y Gasset. Encontrarás ahí sabias reflexiones sobre el quehacer educativo, sobre arquitectura, urbanismo y su lugar en el mundo contemporáneo que son de sorprendente actualidad. Bellamente escritas, además: verás que no es que “dicen que recomendaba” lo del corazón y el cerebro o lo del escepticismo respecto de la enseñanza, sino que son varios sus lúcidos ensayos en los cuales se refiere a esos polémicos temas. “Sobre el estudiar y el estudiante”, “En el Centenario de una Universidad”, “Sobre el Amor” (el control intelectual sobre el sentimiento), etc.

Y otra para una cita de L.C. en el texto de Ricardo Daza: “patear” sólo es una buena traducción de “patauger” (francés) para algún traductor catalán. Es más adecuado y más preciso decir “patalear” o “chapotear”, como en el Diccionario Larousse. Los bogotanos, en invierno, chapoteamos en nuestra ingobernable y caótica ciudad y en verano, pataleamos. Los futbolistas serían los únicos que realmente patean.

En 1960 salió un número especial sobre Le Corbusier de “Architecture d’Aujourd’hui”. Con gran indignación mía de entonces leí una crítica feroz de un joven profesor francés que decía en alguna parte: ¿Qu’este-ce que vient nous vendre, cette espèce de Vignola moderniste? ¿Qué es lo que nos viene a vender este Viñola modernista? Ah, Ricardo Daza, el cuentero también existe en la historia francesa. Que no sepas a quién creerle es asunto exclusivamente tuyo. Yo no puedo contestar esa pregunta ya que no he pedido en ninguna parte que me creas a mí. Formulé la pregunta precisamente porque ignoro la respuesta.

* Foto de José Ortega y Gasset tomada de Culturamas.

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Cartagena de Indias

Lo que me tocó

Sin duda el debate sobre el Plan Director para Bogotá es una bienvenida corriente de aire fresco, y es hoy más oportuno que nunca. Por ejemplo, la respuesta de Ricardo Daza al artículo de Willy Drews y a los comentarios de Germán Téllez y Giancarlo Puppo, me ha hecho volver a algunas preguntas personales cuyas conclusiones, con más argumentos ahora, podrían ser generadoras de otras inquietudes para otros.

¿En dónde es posible una mejor calidad de vida? En la Nueva Santa Fe, incluido el Archivo General de la Nación y su Centro Comunal, aún estando sin uso, en donde hay animación en sus calles y continuidad con el contexto urbano que rodea el conjunto, o en la unidad Antonio Nariño en medio de una sosa zona verde y al lado de los muy utilizados galpones de la Feria.

A donde es más grato ir a leer: ¿a la Biblioteca Virgilio Barco, recorriendo antes sus espacios exteriores y el paisaje de los cerros de la ciudad, o a la Luis Ángel Arango? Y, por qué no, en lugar de pedir prestado un libro allí, ¿no es más agradable comprarlo en el Centro Cultural García Márquez? Qué le aporta más belleza a Bogotá ¿las Torres del Parque con sus diagonales, curvas, retranqueos y colores, o el edificio de Avianca con la repetición de unos pocos grises y rectas?

Para mí es mejor ciudad Cartagena con sus grandes y acogedoras casas coloniales que Brasilia, aunque se tenga la nostalgia de «velear» con una bella “garota” en su enorme lago, pero probablemente sea necesario haber vivido un año allí, y no atenerse a lo que le cuenten a uno porque las ciudades son también lo que pasa en ellas. Y el Centro Histórico de Cartagena, sin “saudades” de por medio, visitado todos los años a lo largo de quince, me es de lejos más agradable que Bocagrande aunque allí es sin duda mejor el edificio Castillo Grande que en el recinto amurallado la casa de García Márquez.

Y lo mismo se puede decir del casco viejo de Panamá comparado con Punta Paitilla y ni se diga con Punta Pacífica y menos aun con Punta del Este, vulgarizaciones codiciosas de lo moderno. Como pasó en Cali, donde pretendiendo modernizar la ciudad para los VI Juegos Panamericanos de 1971 se demolió o alteró mucho de lo anterior, y con ello los recuerdos de muchos, incluidos los míos, sin lograr una ciudad moderna de edificios exentos y zonificados en grandes áreas verdes y unidos por autopistas.

Desde luego tenemos que quejarnos de las ciudades que tenemos que aguantar hoy. Pero la alternativa, como bien afirma Willy Drews, no es alinear altos bloques de vivienda y separar habitar, trabajar, educarse, comerciar, recrearse y circular. Desaparecerían plazas, calles  y parques de barrio, con su mezcla de funciones y actividades permanentes generadoras de relaciones humanas.

Y en lugar de inspirarse en la contundente belleza de la Villa Savoye (Saboye o Savoie), lo que sí tenemos que buscar es un acuerdo entre paisaje, clima y tradición, como dijo Le Corbusier de su diseño para una residencia en el Norte de África que hubiera sido un mejor paradigma para el trópico iberoamericano, agregando el asunto del relieve.

Por eso es conveniente estudiar a los arquitectos más influyentes, comenzando por los propios, pero no como buenos o malos sino qué aportaron sus obras para unas ciudades más sostenibles y contextuales. Por ejemplo, difícilmente se pude discutir que son más gratos y frescos los patios del Centro Cultural de Cali (antigua FES) que las asoleadas plazoletas del Centro Administrativo Municipal, CAM.

Hay que dudar con el cerebro de los impulsos del corazón, y enseñar a dudar de lo que se enseña, como dicen que recomendaba José Ortega y Gasset.

* Imagen del centro histórico de Cartagena tomada de Viajes y Fotografía.

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Cuando toca recibir regaños

…toca. Por lo tanto, mi estimado Ricardo Daza, doy por recibido tu regaño. Pero aclaro:

Tienes razón al decir que mi escrito no es una crítica, es una simple opinión y Se trata de un comentario superficial de un Plan que Willy Drews no ha revisado, ni estudiado con atención. Mi opinión lo que buscaba era despertar conciencias dormidas y alentar discusión sobre el tema. Los artículos de Germán Téllez y Giancarlo Puppo, opiniones como la de Benjamin Gaitán y otros, y finalmente tu artículo –ese sí bien documentado– justificaron ya mi comentario superficial.

Al menos, en mi caso, no sé de donde sacaste Que Drews y Téllez consideren que las ideas de Le Corbusier no sirven para nada ­–que es un cuentero– y que están desactualizadas, no significa que lo estén. Ni lo considero ni lo dije. Este regaño te rebotó. Tampoco voy a caer en la ingenua frase relamida de que Le Corbusier era un buen arquitecto y un mal urbanista. Siempre he considerado a LC como uno de los grandes arquitectos de todos los tiempos –no un cuentero– y en mi escrito no doy ninguna opinión de él como urbanista. Lo que digo es que el proyecto para Bogotá se basa en un modelo de ciudad que me parece equivocado –el del CIAM– así como me parece equivocado el de Petro. Personalmente me parece que Le Corbusier urbanista está muy lejos de Le Corbusier arquitecto, así como considero que Agustín Lara, Armando Manzanero y Jaime R. Echavarría son mejores compositores que cantantes. Por los gustos se venden las calabazas. Qué le vamos a hacer.

Nos acusas a Germán Téllez y a mí de que Para ellos y otros (que solo lo comentan –en voz baja– por los pasillos de las facultades), lo mejor sería que no se vuelva a hablar más nunca de Le Corbusier y menos aún enseñar con las ideas y obras de ese Cuervo. Otro regaño que te rebota. Tanto nos interesa que se hable, que fuimos nosotros quienes pusimos el tema. Y no entiendo por qué dices ¿Que el Plan y Le Corbusier merecen crítica? Por supuesto que sí, como todo aquel que tenga el valor de exponer sus ideas públicamente. Y al mismo tiempo nos niegas el derecho a dicha crítica y a exponer nuestras ideas públicamente.

Te parece curiosa la argumentación de Drews: habla de un proyecto que no se llevó a cabo y a la vez le augura que habría sido una catástrofe. ¡Qué ave de mal agüero! ¿Cómo sabe que hubiera sido una catástrofe, si no se hizo? A uno no lo juzgan solamente por lo que hace sino por lo que piensa, lo que dice, lo que escribe y, en el caso de los arquitectos, por lo que dibuja. Si solo se pudiera hablar de lo construido, no sabríamos quienes fueron Sant’Elia y Piranesi. Para elucubrar de lo que pudo haber sido y no fue, bastan: algún conocimiento del tema, un poco de criterio propio y otro de imaginación. Aplicando esta fórmula es que yo opiné y sigo opinando –en primera persona– que la aplicación del famoso Plan Maestro habría sido una catástrofe y respeto la opinión de quienes creen lo contrario. No se necesita ser ave de mal agüero para sospechar que si Hitler hubiera ganado la guerra, habría sido otra catástrofe.

Finalmente nos retas cuando dices: ¿Se quejan de lo que no se hizo? ¿Por qué no se quejan más bien de la ciudad que sí se hizo, la que tenemos que vivir y aguantar hoy? Lamento que no hayas leído mis columnas en Arcadia: La abuelita fea, El patito feo, La fabula de la confabulación, El evangelio según San Petro, Concierto en Re mayor, Los arrasenos, y Petro y la hoja; mis artículos en Torre de Babel: ¡Indignaos!, Ataca Bacatá, Autojardin, Bogotá Hoyos viuda de Calle, Ciudades urgentes, El reinado de las Por Qués, Hace rato que no reto, La ciudad equivocada, La ciudad pintada, La guerra de las falacias, Movilidad y compatibilidad, Sobre avisos y andenes, y Tres modelos de ciudad; y el artículo Región Bogota 2038 publicado en El Tiempo. Igualmente, lamento no conocer lo que tú hayas escrito sobre esta ciudad que compartimos y sufrimos diariamente.

En aras de discutir y sacar a flote los temas de arquitectura que nos atañen e interesan, mi estimado Ricardo, acepto –como dice una canción mexicana– la forma en que me riñes, y espero tener en el futuro la oportunidad –como dice otra– de disfrutar algunas veces tus regaños. Pero que sean justos.

Entretanto, un abrazo.

* Le Corbusier en la bahía de Saint-Tropez, en 1938. Imagen tomada de The Charnel-House.

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