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Carlos Martí / Una opinión sobre la crítica


Se ha dicho en ocasiones que el lenguaje es como un ser vivo y que como tal evoluciona y se transforma. También como ser vivo, puede llegar a sufrir malos tratos o bien, al contrario, puede curar sus heridas y regenerarse. Crítica es unas de esas palabras de las que se ha abusado tanto que parece haber quedado vacía de significado. Pero cuando esto le ocurre a una palabra no la podemos dejar abandonada a su suerte. Hay que acercarse a ella tratándola con cuidado y poniéndola de nuevo en movimiento para que se cargue de energía y pueda recobrar, así, el sentido que le corresponde.

En la actualidad, la figura del critico esta desprestigiada por diversos motivos y, sin embargo, se tiene mas necesidad de nunca de una labor critica diversa y ecuánime. Es preciso reorientar el trabajo de crítico para que deje de ser visto como un charlatán, es decir, como alguien que pontifica  sobre temas cuyas claves prácticas no dominan, para pasar a ser alguien directamente implicado en el objeto de su reflexión.

Si acudimos a la etimología, nos damos cuenta de que crítica y crisis son palabras que tienen la misma raíz: ambas acuden a esos momentos que se dan a lo largo de todo el proceso en los que se produce una inflexión y ocurre algo decisivo. En griego, krisis significa precisamente “decisión” y deriva de krino, “yo decido, separo, juzgo”. De ahí que el crítico sea el que emite juicios, el que posee kriterion o la facultad de juzgar.

Esos nos hacen ver que existe una estrecha relación entre el crítico y el profesor. Se podría decir que en una forma de ser profesor es ejercer la crítica ante los estudiantes: una crítica que debe mostrar sus propias reglas, de manera que estos puedan aprender a ser autocríticos. El acto de profesar comporta siempre una relación basada en un juicio. En nuestro caso, un juicio estético. Por ello los grandes profesores son siempre excelentes críticos. Casi no hay excepciones a esta regla.

Pero, obviamente, hay muchos modos distintos de ejercer la crítica. Yo voy hablar tan solo de uno de ellos: el que me resulta más afín. No me refiero a una critica en clave periodística que trate de orientar o formar el gusto del publico ya sea contextualizado la obra o interpretado sus potenciales significados. Tampoco apunto hacia una critica académica cuyo objetivo sea catalogar y clasificar los estilos y tendencias, que ordene desde arriba y posterior el panorama de la cultura actual. La crítica a la que me refiero se realiza desde dentro de la propia disciplina. Lo que sitúa al crítico y al artífice en el mismo frente.

Estoy hablando de un tipo de critica como a la que en los años cincuenta ejercían algunos miembros de la revista cabiers du cinema. Tales como Jacques Rivette, Jean-Luc Godard, Francois Truffaut y Eric Rohmer (la famosa banda de los cuatro), los cuales convirtieron la labor del crítico del cine en un método de estudio de las películas y de una forma de aprendizaje de puesta de escena,. El trabajo de estos críticos presenta una clara continuidad con sus propias películas y constituye un rotundo desmentido a la supuesta incompatibilidad que, según una opinión bastante extendida, existiría entre el ejercicio de la crítica y las tareas de concepción artística.

Me parece tan absurdo reclamar al crítico que se situé al margen del oficio o de la disciplina que critica como recomendar al artífice que no haga de crítico si no quiere arriesgarse a perder sus capacidades creativas. Estas actitudes solo sirven para marcar una división irreconciliable entre quien hace y quien juzga sobre el valor de lo que se hace. La tarea crítica debe ser inseparable de la acción poética: ambos aspectos son complementarios. No quiero decir con ello que necesariamente haya que ser a la vez crítico y autor; lo que digo es que el verdadero crítico se plantea los mismos problemas que el autor; ambos se formulan las mismas preguntas, comparten los mismos intereses y hablan el mismo lenguaje.

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El articulo titulado “la tradición y el talento individual” que el poeta y critico T.S. Eliot publicó en 1920, sigue siendo una referencia imprescindible sobre este tema. Para Eliot, toda gran obra poética se asienta, necesariamente, en la reflexión critica sobre algunas obras precedentes, se trata, pues,  de definir una tradición en la que insertarse y desde la que avanzar. Pero, como advierte Eliot, “la tradición no es un patrimonio que pueda heredarse de un modo automático”. Para tomar posesión de esa herencia se requiere determinadas condiciones, entre ellas, que el poeta posea lo que Eliot domina sentido histórico. “tener sentido histórico significa ser consciente de que el pasado es pasado, pero que es, al mismo tiempo, presente”.

Precisamente por ello, dice Eliot, “ningún poeta, ningún artista de ninguna clase, tiene plenamente sentido por si mismo. Su importancia, su valor es el valor que posee con relación con los poetas y artistas muertos, no se les puede valorar de modo aislado; es preciso situarle, como contraste y comparación, entre los muertos. Esto para mi es un principio de crítica estética, no meramente histórica”.

No muy distinto es lo que dice George Steiner  a propósito de la relación entre el autor y crítico en su libro presencias reales cuando afirma que la mejor lectura crítica de madame Bovary de Flaubert es Ana Karenina de Tolstoi. “la crítica, dice Steiner, se convierte en responsabilidad creativa cuando racine lee y transmuta a euripides; cuando brecht reelabora el Eduardo II de Marlowe” (…) y añade: “por cruel  que parezca, la critica estética merece ser tenida en cuenta solo, o principalmente, cuando posee una maestría formar comparable a su objeto” y como ejemplo  pone las lecturas de Erwin Panofsky sobre la iconografía medieval y los análisis músicológicos de clasismo vienes de Charles Rossen.

Comparto ese punto de vista y creo que puede trasladarse al campo de la arquitectura. En este sentido. No tendría ningún reparo en llamar operativa a este tipo de critica por que, a mi entender, toda critica genuina aspira a tener una incidencia directa sobre el campo al que se aplica. Pero además me parece adecuado hablar de crítica operativa por que con esta palabra se alude el hecho de que las obras constituyen el verdadero objeto de la critica y su razón—de ser.

La primacía de las obras es la cuestión esencial, el verdadero criterio que marca la separación entre una crítica diletante y verbalista y una critica implicada  en la propia acción poética. La critica arquitectónica que me interesa es la que se interesa es la que se centre en el estudio de las obras y trata de desentrañarlas para saber como han sido hechas. Una critica que pretende reproducir, en la medida en lo posible, el proceso mental que ha seguido el artífice para producir a la obra, Una critica que se interesa ante todo el como, tanto por las estrategias manifiestas como por los trucos ocultos, tal como un cocinero observa los movimientos de un colega preparando unas de sus recetas. Analizar, criticar y proponer son, entonces, partes enlazadas de un único proceso de conocimiento.

Esto es también lo que distingue el discurso primario o directo del discurso primario o directo del discurso secundario o parasitario, categorías que George Steiner utiliza para realizar un demoledor diagnostico de la cultura actual, caracterizada, según el, por el predominio de lo parasitario, es decir, por una proliferación incontrolable del comentario basado en otros comentarios y así hasta la nausea. Lo que genera una maraña discursiva que acaba por recubrir y ocultar las propias obras bajo un alud de glosas, paráfrasis y claves hermenéuticas que, en vez de propiciar nuestro contacto con las obras, las convierten en algo inaccesible o, lo que es peor, prescindible.

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Debemos avanzar en la línea de un discurso crítico capaz de promover el contacto inmediato entre las obras y el público, evitando incurrir en el discurso parasitario. Para Steiner, se trata de acabar con “el milésimo articulo o libro sobre los verdaderos significados de Hamlet  y el consiguiente articulo posterior que lo refuta, lo restringe  o lo aumenta”, de acabar con “los tomos sobre el simbolismo en Giorgione los ensayos sobre la psique de Goya o los ensayos sobre esos ensayos”. con estas observaciones, Steiner no pretende desacreditar la reflexión teórica o critica sobre el arte, sino resaltar el carácter auxiliar de los estudios críticos y su supeditación a las obras.

Pienso, por ejemplo, en dos figuras del ámbito arquitectónico que siento cercanas: Ernesto Nathan Rogers y Joseph M. Sostres. Rogers fue muy conocido y apreciado, sobre todo, por su importante labor como directo de la revista Casabella-continuita. Sostres por el contrario, fue un personaje minusvalorado y casi marginado, a pesar de que sus escritos y sus escasas obras tienen un gran peso especifico. Ambos apuntaban en la misma dirección: tanto a su reflexión critica a su trabajo de arquitectos, trataban de fortalecer la idea de una tradición que diese mayor amplitud y estabilidad a las conquistas de la cultura moderna.

Rogers y Sostres ejercieron la crítica siguiendo múltiples procedimientos. La influencia de Rogers ha sido extensa y universal; la de Sostres, intensa y local. Ambos basaron su trabajo crítico en el estudio de lo que les interesaba o les inquietaba. Creo que este es el tipo de crítica que debemos reivindicar, porque, en definitiva, criticamos para aprender y para comprender. Por este motivo sentimos la necesidad de que la crítica supere su actual estado de postración y renazca de sus cenizas para ocupar de nuevo el papel que le corresponde.

Carlos Marti, «Una opinión sobre la critica», La cimbra y el arco, ed. Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2005, p.15.

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Josep Quetglas / Lo que no he leído

Febrero 21 – 2010

1-los superfluos

Escribo en contra de la crítica y de los críticos de la arquitectura. Para promover la deseable desaparición de ese genero literario y de esa ocupación. Es un mínimo esfuerzo el que se requiere: el público ya nos las lee. Bastaría con que los editores se atrevieran a prescindir de la publicación de críticas intercaladas entre las obras que presentan, para que no notáramos su ausencia. Es posible, esta al alcance, para alguien ha de atreverse a ser el primero. No publicar mas criticas de arquitectura. Limitarse (¿limitarse?) a presentar obras y proyectos por si mismos, incluyendo en el  “por si mismo” la opinión o el silencio de su autor.

Pienso en términos darwinistas. Antes de desaparecer, los órganos superfluos, que no participan en la vida activa del individuo, que se ha vuelto inefectivo, enmascaran su superfluidad y exhiben una última grandiosa expansión como ornamento. Las críticas de arquitectura son, hoy, una tal flama rada. Son un género ornamental. Un género literario de acompañamiento. Por eso sabemos que mañana no existirán.

Va un ejemplo:

En una monografía sobre un arquitecto, de cuyo nombre no quiero acordarme, figura una introducción crítica en la que van citados los siguientes nombres propios:

<<Fra Angélico. Aragón. Bataille.Yves Bonnefoi. Rene clair. Chinchilla. De Chirico. Georges Didi- Huberman. Max Ernst. Gaudi. Alberto Giacometti. Goya. Richard Hamilton. Edith Helman. Michael Hiezer. Rosalind {sic}. Tommaso Landolfi. Leonardo Da Vinci. Antonello de Mesina. Leiris. Joan Rubio I Bellver. Seabrook. Allison {sic} y Peter Smithson. Sthendal. Tanguy>>

Desafió a cualquiera a que deduzca, desde estas citas, de quien se esta hablando, a que arquitecto esta dedicada la monografía.

Pruébese. Me callo durante un par de líneas, que dejo en blanco, mientras se vuelve a leer la lista anterior.

¿Salio? ¿a que no? O, mejor, si, si que salio: el critico esta hablando de y para si mismo. Asistamos al monologo del critico, entonando en una media voz suficientemente alta como para ser oído por los vecinos. ¡Cuánto sabe! ¡Como nos sorprende! ¡Nunca se nos hubiera ocurrido tanto!

¿Verdad que lo único que podemos rastrear con esos nombres es la biblioteca y los gustos del crítico? Por que la repuesta es única: en verdad no se esta hablando de ningún arquitecto, de ninguna obra, si no que, simplemente, el critico hace oír su voz –el critico, que escucha embelesado su propia voz, intransitiva, ronroneando impostadas de citas- .

Todo critico de arquitectura es, estrictamente, independientemente de su simpatía, calidad y conocimientos, un impostor, que nos da gato por liebre, que se da así mismo por cambio del otro, que suplanta el objeto autentico de nuestro interés, que no es si no el arquitecto y su obra, y lo sustituye por su propia persona, por su misma cultísimo <<fantasía>>.

<<cultísima fantasía<< quiere decir. Aquí. Fantasía fabricada desde la cultura, quijotescamente, a partir de citas de lo leído, no a partir de las experiencias de lo vivido.

Loos había escrito que, en su tiempo, para ser arquitecto solo hacia falta disponer de una buena biblioteca. Con libros, revistas y papel de calco estaba garantizado el suministro de detalles ornamentales y de estilos artísticos para aplicar a los encargos. Así sigue trabajando aun hoy en día del crítico. <<¿Qué he de hablar de un cuartel de bomberos en Santander? Bien, déjeme que estoy leyendo últimamente, a quien puedo poner como cita… Lord Carnavon, algún bailarín << minimalista>>, fotos de niñas Lewis Carrol e ICARO acercándose demasiado al sol, por lo del fuego. Eso ira bien para empezar. Y luego…>>

Son los superfluos. Nuestros artistas de la prosa critica aplicada.

Necesitamos una crítica de arquitectura, un modo de interpretar y ver para mejor proyectar y hacer arquitectura. Si los críticos de arquitectura se dedicaran a barrer las calles o a entretener soirees en actos de sociedad ya la tendríamos.

No insisto más. A cada cual lo suyo. Quienes se complazcan en lo decorativo, en la impostura, están en su derecho y tienen donde escoger. Buen provecho. Solo recomiendo la lectura de un texto de Helio Piñón. Con quien me hallo sorprendentemente de acuerdo en esta ocasión. En <<las palabras y las obras>>, publicado en el número 12 dedicado a lubetkin, de la revista DPA, del departamento de proyectos de la escuela de arquitectura de Barcelona y del valles, Helio escribe:

<<el texto {que acompaña las obras} raramente es hoy del autor de la obra: en generar, se confía la presentación de los trabajos al compañero con más labia o al crítico con más predicamento en la prensa especializada. Se instituye así la coexistencia de dos mundos inseparables pero ajenos: el de las obras y el de sus valedores. Unas y otros, fingiendo sosiego, dan vida a su personaje como pueden, encontrándose a menudo en tesitura que los sobrepasan. El comentario- mejor si es extenso y esta trufado con referencias estrambóticas- deja fuera de dudas que lo publicado es cosa seria, por mucho que su aspecto a menudo invite a dudarlo. El texto acaba siendo de ese modo un espacio de reposo cuya textura fina y grisácea nos ayuda a reponernos entre un sobresalto y el siguiente>>

Solo discrepo de la negativa valoración de helio hace de los proyectos: no tienen porqué ser todos ellos necesariamente un sobre salto. El resto, lo subscribo.

Así, si cualquier comentario es o una suplantación o una interferencia, ¿no puede escribirse de arquitectura?  No exactamente. No puede escribirse acerca de arquitectos en activo. En ese caso, son solo los propios autores quienes tienen el derecho de escribir acerca de su obra. Mejor dicho: cualquier cosa que escriban es, bien leída, un comentario acerca de su propia obra, nos reciten un estado de mediciones, se inventen un sueño recurrente de su verano infantil o se callen.

Doy otro ejemplo, éste hipotético:

Suponed que encontráis, casualmente a tras búsqueda, dos paginas de la mano de Coderch sobre su casa en la Barcelona, media frase de miles sobre el pabellón, siete palabras de le Corbusier sobre las casas Jaoul y, al lado, un articulo contemporáneo de un erudito critico titulado <<proyecto y contexto en el primer regionalismo critico>>, otro sobre <<sondas del laberinto: pliegue, desterritorialización, lugar>>, y un tercero sobre <<lo plano y lo profundo: Duchamp, Le Corbusier y el sino del siglo del signo>>.

¿Qué leeríais con avidez y qué apartaríais  como una superchería agotada?

A cincuenta años de distancia, está claro. Diríamos cualquier cosa por encontrar la voz directa de los autores. Y apartaríamos, como residuos sin interés de otros tiempos, documento sólo de adelantarnos al trabajo de los próximos cincuenta años. Lo que dentro de cincuentas años no tenga interés ya carece de interés ahora

2. hecho y dicho.

Cualquier juicio es siempre un acto injusto. Dar un juicio es acentuar desde afuera unos aspectos de la obra, apartar otros, No hay juicio que no manipule la obra juzgada, que no la presente alterada, tanto si valora la obra en si como si se comparan varias, para escoger <<la mejor>>.  Comparar empieza  reduciendo las obras a los términos comunes, eliminado su diferencia, su identificación.

Contra la injusticia del juicio no está la renuncia a juzgar, sino la renuncia a llegar a veredicto. Hay que saber preferir a juzgar interminable, que nunca acabe de ir considerando nuevos aspectos de la obra, de ir añadiendo referencias.

Un juicio es un análisis donde el objeto analizado queda considerado desde los valores e intenciones propios analista. El analista los muestra, permite ver que el tiene cuerpo, opinión, criterio determinados.

El resultado de juicio está más en poner de relieve el cuerpo, opinión y criterio del juez, que en identificar lo juzgado.

Los objetos que, en nuestro caso, nos interesan tienen en común ser discursos, las palabras, son más ligeros, y tratan de adaptarse a las arquitecturas, como gasas o forros sin apresto, para restituir y hacer aparecer la forma de lo moldeado. El discurso saca el molde de la arquitectura, la expresa, por que registra y fija la presión que hace la obra contra esa superficie blanda y maleable del envoltorio de palabras.

Sólo se puede sacar el molde de cosas sólidas, concretas, objetuales. Un discurso sobre ideas, conceptos o palabras sería como querer envolver homo en humo. Todo discurso que no vaya referido a un núcleo duro, que trata de hacer ver, es informe.

Para los filósofos o los poetas, las palabras también son hechos, y ellos sí pueden usar palabras para hablar de palabras. Pero para los arquitectos las palabras no son hechos, sino instrumentos prácticos, nunca problemáticos, nunca interesantes, con los cuales tratar de aquello único problemáticos, para ellos: los propios hechos de arquitectura.

El discurso referido a arquitectura ha de ser lenguaje llano. Ninguna especialización de jerga. Ni filosófica ni arquitectónica, es adecuada, por cuanto impondría su veteado y nervadura al vaciado que se trata de obtener. La pasta para vaciados es siempre blanda y neutra. Todos los pliegues y granos pertenecen al cuerpo que hay debajo.

Josep Quetglas, «Lo que no he leído», Artículos de ocasión, ed. GG, Barcelona, 2004, p. 223.

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Loïc Wacquant / Pensamiento crítico y disolución de la dóxa

Diciembre 5 – 2009

Entrevista con Loïc Wacquant
Traducción de Julia Varela (01 2001)

¿Qué es para usted el pensamiento crítico?


Se pueden atribuir dos acepciones al término “crítica”. En primer lugar, una acepción que podría denominarse kantiana, que designa, en la línea del pensamiento del filósofo de Königsberg, el examen evaluativo de las categorías y formas de conocimiento con el fin de determinar su validez y su valor cognitivos; en segundo lugar, una acepción marxiana, que se dirige con las armas de la razón hacia la realidad sociohistórica para sacar a luz las formas ocultas de dominación y de explotación existentes, con el fin de hacer aparecer, en negativo, las alternativas que dichas formas obstruyen y excluyen (Max Horkheimer definía como “teoría crítica” aquella teoría que es a la vez explicativa, normativa, práctica y reflexiva). A mi juicio, el pensamiento crítico más fructífero es el que se sitúa en la confluencia de estas dos tradiciones y que, por tanto, une la crítica epistemológica y la crítica social, cuestionando de forma constante, activa y radical, las formas establecidas de pensamiento y las formas establecidas de vida colectiva, el “sentido común” o la dóxa (incluida la dóxa de la tradición crítica) y las relaciones sociales y políticas tal como se establecen en un determinado momento en una sociedad dada. Sigue leyendo

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Michel Foucault/ Los espacios otros

Es espaces autres, conferencia pronunciada en el Centre d’Études architecturales el 14 de marzo de 1967 y publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n° 5, octubre 1984, págs. 46-49. Traducción al español por Luis Gayo Pérez Bueno, publicada en revista Astrágalo, n° 7, septiembre de 1997.

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