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La dilación Parque de la Independencia se traslada al Concejo

Septiembre 27 – 2011

Ayer, 26 de septiembre, fue otro 1 de junio para el Parque de la Independencia. El Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, IDPC, volvió a hacernos perder el tiempo, esta vez en el Concejo de Bogotá. La vez anterior había sido en el Planetario Distrital, para darle contentillo a «la comunidad». Esta segunda vez, en busca de hacerle creer al Concejo que el proyecto actual sí hace parte de un plan, y que este plan es nada menos que de Rogelio Salmona.

Ante la imposibilidad de responder por la falta de un Plan Piloto que respalde el proyecto de Giancarlo Mazzanti para el Parque del Bicentenario, el director del IDPC, Gabriel Pardo García-Peña, nos aburrió durante media hora mostrándonos, entre otras necedades, el Plan Piloto de Salmona y el posterior de Juan Camilo Santamaría. Durante la exposición de Pardo, el nombre Salmona fue mencionado diez o veinte veces, como un mantra, para insuflar en los Concejales la idea de que Salmona tiene algo que ver con un “nuestro” proyecto.

Proyecto sobre el cual ni se vio ni se oyó nada, aparte de que el proyecto inical tenía algunos errores que eran atribuibles a él, a Pardo, pero que el nuevo proyecto “ya los corrigió”.

Evidentemente, no se trataba de explicar ningún proyecto sino de cumplir con una citación rutinaria, mientras avanzan en el afán de conseguir una autorización -que no tienen- por parte del Ministerio de Cultura, y una licencia -que tampoco tienen- por parte de Planeación Distrital.

Plan no hay y por eso y para eso estaban citados al Concejo: para explicar porqué no lo hay. El arquitecto, como de costumbre no apareció, y el IDU mandó un funcionario que tampoco pudo responder nada acerca de las irregularidades con las que se ha intervenido el parque, porque “yo soy sólo un ejecutor”.

Para continuar con el tema sin preocuparnos por el arquitecto, propongo olvidarnos de Mazzanti -quien cada vez resulta más evidente que no es más que un intermediario sin importancia en manos del IDPC y de CONFASE- y pasar a tomarnos en serio el tono y el carácter posesivo del Director del IDPC cuando habla de “nuestro” proyecto.

Como dueño del proyecto, Pardo hubiera podido reconocer la ilegalidad en la que están y llamarla por ejemplo, “un pequeño problema”. También, hubiera podido aceptar que se encuentran en el proceso de “aclararlo todo”; y aprovechando la oportunidad, hubiera podido seguir de largo y explicarle a los Concejales que la incomprensión hacia el diseño del parque surge de la genialidad de un proyecto que, por su brillantez, podría tomar otros cien años en entenderse; pero que él, no obstante, como Director de Patrimonio de la ciudad y como experto en el tema, puede dar fe que la ciudad obtendrá lo que se merece para celebrar el Bicentenario, así sea con un par de años de retraso.

Además, Pardo perdió la oportunidad para hacerle ver al Concejo de la ciudad, que quienes insistimos que hay un atropello patrimonial estamos cortos de visión y perdidos en asuntos de historia y cultura. Falta de visión y de comprensión que es precisamente lo que muchos reclamamos al IDPC. Y desde luego, también al Ministerio de Cultura; así los dos posen de lo contrario.

Si uno cree en lo que hace y en lo que tiene, lo dice, lo muestra y trata de convencer a quien corresponda. Pero así no fue. Tal vez porque eso no se hace en administración pública, o tal vez porque el IDPC no tiene con qué, o tal vez porque como funcionarios públicos que son, estaban cumpliendo con la citación, y nada más. De ser así, para los registros burocráticos, cumplieron. Sin embargo, ante los que estamos enterados de qué se trata el asunto y esperando respuestas hace ya no sabemos cuánto, volvieron a hacer el ridículo.

Dentro de su exposición, el Director del IDPC soltó un par de falacias que no pueden pasar inadvertidas:

1. “A nosotros nos parece muy importante el eje norte-sur”.
Lo cual significa que para pasar de un lado al otro de la 26, en sentido norte-sur, no basta que el Parque del Bicentenario cubra la 26 y que su diseño resuelva los flujos peatonales correctamente, sino que tiene que ocupar una parte del Parque de la Independencia.
El nuevo parque, por definición, tiene que unir uno y otro lado de la 26, y esta unión es en sentido norte-sur. No hay más opción. Ello no implica que para hacerlo haya que tumbar más de un centenar de árboles, ni ocupar una parte del espacio de un parque existente, ni imponer una arquitectura para la cual cuando un árbol se atraviesa, se tumba el árbol.
Lógica torpe y equivocada, por decirlo caritativamente.

2. “Como la reserva vial para Transmilenio le quitó al Parque de la Independencia 1.200 metros2, nosotros le vamos a restituir a la ciudad más de 5.000 metros2”.
Un poco más de tiempo y el cinismo de Pardo lo lleva a decir que le salimos debiendo al Instituto por su magnanimidad.
Lo que significa este retorcimiento lógico es que la reserva vial de la 26 le quitó al parque mil doscientos metros y que el proyecto del IDPC le va a quitar cinco mil y pico metros adicionales. Tenían que cubrir la 26 y aunque no se sabe bien ni cuándo ni por qué, en algún momento y por algún motivo decidieron duplicar el área del proyecto y ocupar el «lote» vecino.
De modo que, atribuyéndose un derecho que no tienen, y porque se trata de un espacio que no entienden, decidieron, como quien invade un baldío, ocupar una parte del Parque de la Independencia.

Mientras tanto, el plan IDPC-CONFASE sigue su marcha,. Ya le presentaron el nuevo proyecto al Ministerio de Cultura y están a la espera que el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural lo “autorice” para pasar a buscar la “aprobación” por parte de Planeación. Aprobación después de la cual asumo que debemos esperar otra adición presupuestal, similar a la que ya pasó CONFASE, por $1.300.000.000 para «diseños arquitectónicos». 1.300 millones, no 130 millones. Y no para la obra civil sino para diseño arquitectónico.

Quien quiera que vea desde afuera esta cifra, se puede imaginar que en Bogotá se juega Monopolio en serio; o que en la ciudad se va a diseñar un nuevo parque Simón Bolívar; sin entender que en Bogotá, y en Colombia, ser contratista en los tiempos actuales, equivale a ser miembro de la Iglesia durante la Edad Media.

Con el oportunismo del caso, el IDPC sigue invocando a “la comunidad” para justificarse. Pero “la comunidad” lo único que ha dicho son dos cosas, producto de dos opiniones diferentes dentro de la misma “comunidad”.

Los más radicales piden que se cumpla la orden judicial que obliga a suspender las obras hasta que toda la cadena de irregularidades, ilegalidades, mentiras y dilaciones, esté resuelta.

Los menos radicales, pedimos que el nuevo diseño se limite al área que cubre el túnel de la 26, que dejen de tumbar árboles y que dejen de insistir en hacernos ver una gran arquitectura donde no hay más que un capricho formal.

En lo que sí estamos de acuerdo unos y otros es en reclamar que los funcionarios asuman su papel de protectores del patrimonio y dejen de engañar al público. Y ahora, además, concordamos que con esta última intervención del IDPC, a quienes pretenden engañar es a los Concejales de la ciudad.

Juan Luis Rodríguez

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Mataos los unos a los otros

Septiembre 26 – 2011

Mis mejores amigos son arquitectos, como le sucedía a la mayoría de mis colegas hasta el fatídico abril de 1993 cuando apareció la ley 80, Estatuto General de Contratación Pública, de forzosa aplicación en las obras del estado.

Uno de los artículos de la ley establecía que una vez acordada la calificación de los proyectos por parte de los jurados, ésta se daría a conocer a los concursantes para que en cinco días hábiles pudieran hacer observaciones, o inclusive demandar el fallo. A partir de ese día se instauró el imperio de los francotiradores.

Empezaron entonces a llover solicitudes de eliminación del proyecto ganador por motivos tan importantes como que un dibujo estaba corrido un poco a la derecha, ó que un fondo gris-verdoso era realmente verde-grisoso y los colores estaban prohibidos. Entretanto el agredido desconocía el ataque y no podía acudir al sagrado derecho de la defensa.

Salvo algunas observaciones sensatas, las acusaciones y reclamos tienen dos cosas en común: Nunca se ataca un proyecto que no tenga derecho o posibilidades de conseguir el contrato, y el ataque siempre proviene de quien ocupa el segundo o tercer lugar, y aspira por lo tanto a destruir al ganador para quedarse con el encargo. Este canibalismo ya institucionalizado en las licitaciones de obras de ingeniería, fue la herencia funesta que recibieron los concursos de arquitectura. Como resultado de este pernicioso comportamiento, algunos arquitectos concursantes empezaron a incluir dentro de su equipo un abogado habilidoso.

Ojalá los concursos arquitectónicos los ganen buenos edificios y no abogados inescrupulosos. Esta preocupación ha sido compartida por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, quien considera que los concursos es el sistema más adecuado para garantizar la escogencia de la mejor arquitectura, y brindarles la oportunidad a los arquitectos jóvenes de desarrollar proyectos de reconocida importancia. La bondad de los concursos puede demostrarse con la buena calidad de los edificios contratados bajo este esquema por las Cajas de Compensación. Menos uno.

Durante meses se vio en la carrera 30 con calle 53 de Bogotá una estructura metálica tubular sobredimensionada que semejaba una refinería. La estructura ya fue recubierta en vidrio con dibujos verde limón, y su aspecto cambió radicalmente. Ahora parece una refinería cubierta con vidrios verde limón y un aviso que dice Colsubsidio. El proyecto fue adjudicado por concurso. Si se mueren los médicos, también se equivocan los jurados.

WILLY DREWS

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CARTA ABIERTA – Parque de la Independencia – Parque Bicentenario

Septiembre 14 – 2011

Como Presidente de la Fundación Rogelio Salmona, socia de Rogelio Salmona S.A durante 25 años y en nombre de la Fundación Rogelio Salmona, me permito dar a conocer nuestra opinión respecto al proyecto del Parque Bicentenario, del que tanto se ha escrito, comentado  y cuestionado. Lo hacemos porque consideramos que hay aspectos muy importantes que no se han tenido en cuenta en la realización de ese proyecto, en los que vale la pena  hacer énfasis y, de paso, dar a conocer nuestra visión frente a lo que está sucediendo.

Debemos  recordar que  a Rogelio Salmona se le debe el rescate de un  Parque que se había convertido en maloliente botadero e incineradero de basuras. Tuve la oportunidad de participar en una de las últimas etapas de remodelación del mismo. Como socia de Rogelio Salmona S.A., pude seguir de cerca la propuesta del Plan Maestro  del Parque de la Independencia y su intención de unir  los costados norte y sur  de la Avenida 26, pretendiendo cerrar esa «gran herida» -como la llamaba Rogelio-, que se le había infligido a la ciudad con la apertura de los que en su tiempo se llamaron «los huecos de la 26».

Salmona trabajó insistentemente, a lo largo de muchos años, proponiendo proyectos con los cuales buscaba recuperar lo perdido con ese corte artero que partió en dos esa importante zona de la ciudad, de gran valor histórico. Pensó que, con la propuesta del Plan Maestro para el Parque de la Independencia, lograría finalmente su cometido: unir sutilmente  ese trozo de Bogotá, y permitir así que se volviera a integrar el Parque de la Independencia al centro de la ciudad, como lo había sido históricamente desde 1910.

El llamado proyecto Parque Bicentenario, diseñado por Giancarlo Mazzanti, pretende intervenir un entorno emblemático de la ciudad que es el resultado de muy diversas confluencias históricas, lo cual de partida constituye una intervención urbana de gran trascendencia. Su punto de partida incuestionable, debería comprometer el respeto por ese entorno privilegiado que constituye un fragmento prodigioso de nuestros cerros tutelares, pero también del respeto a edificios emblemáticos que lo enriquecen, tales como el kiosco de la Luz, la Biblioteca Nacional, el edificio de apartamentos de Vicente  Nasi, el Museo de Arte Moderno, el edificio Embajador y las Torres del Parque. Pero, sobre todo, del respeto por el Parque de la Independencia que junto a todos ellos, es testimonio de  diferentes episodios de la historia de la ciudad y como tal, uno de los patrimonios públicos más valiosos.

Ese es el reto mayor de un proyecto urbano: aparte de mejorar su entorno, hacerlo reconociendo y respetando su historia y la escala de las edificaciones existentes, además de propiciar relaciones donde los elementos naturales y urbanos establezcan una relación muy delicada y sutil con la geografía. Sólo así se logra una integración sabia y respetuosa del proyecto con el lugar. De otra manera, lo nuevo o novedoso termina volviéndose arbitrario y ajeno, un agente que lejos de unir y articular, termina detonando ruptura, induciendo disgregación.

Eso, a nuestra manera de ver, es lo que está sucediendo con el actual proyecto del Parque Bicentenario: lejos de colmar una ilusión colectiva, un anhelo ciudadano por recomponer las fracturas, se convierte en un tremendo desacierto. Ello sucede porque se arroga el derecho de desatender los sedimentos que laten en el lugar. Un proyecto que desconoce la sutileza y se impone de manera irrespetuosa, que se concibe como un hecho aislado que desconoce los valores del entorno, apropiándose de un área importante del Parque de la Independencia y con ese gesto, desoye a la ciudadanía y se irrespeta la historia y la tradición.

Es así como esa posibilidad de construir con lo público, e integrar ese importante sector de la ciudad, terminará convirtiéndose en un referente de «lo que nunca ha debido ser» porque, como diría Rogelio Salmona:

En arquitectura la libertad necesita coherencia, y en todo proyecto de creación y de recuperación del espacio público es imprescindible  poner en evidencia  elementos  autónomos que desde su autonomía, han de relacionarse unos con otros  para llegar a una espacialidad deseada.

Solo así un proyecto público terminaría siendo un aporte a la ciudad, aceptado por la comunidad y apropiado por ella.

 

María Elvira Madriñán

Presidente

Fundación Rogelio Salmona

 

 

 

 

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Lonchera, clóset y bicentenario

Agosto 29 – 2011

Había resuelto olvidarme del Parque de la Independencia y esperar los fallos de la justicia, pero me encontré un amigo con ganas de husmear en el tema, y dada su «confesión» de último momento, me pareció oportuno darle un último más de lo mismo, a modo de aclaración, dirigido a los no-arquitectos que se asoman a este portal y que ven con incredulidad cómo la mayoría de arquitectos pasa de agache por cuanto obstáculo público se les atraviesa.

Me preguntó este colega -que como buen arquitecto prefiere mantenerse anónimo- que si yo sabía por qué otro amigo común -también arquitecto, reconocido experto en patrimonio, prolífico escritor y también autoexiliado del mundo de la opinión- no había dicho una palabra en defensa del Parque de la Independencia. O contra el proyecto Parque del Bicentenario, que es lo mismo.

Tampoco lo hizo con Eldorado, le respondí, y seguí derecho. Sin temor a equivocarme, le aseguro que se debe al fenómeno conocido como patear la lonchera. O no patearla, que es en realidad de lo que se trata, pues nuestro colega recibe fondos públicos, o privados pero con mediación de alguna institución pública, y no se puede poner a cuestionar al Ministerio de Cultura, o al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, o a la Sociedad Colombiana de Arquitectos, o a cualquiera que pueda mediar para que le quiten estos preciados recursos.

A propósito -continué aprovechando la atención inesperada de mi colega- la SCA está obligada a vivir con una estopa en la boca y dejar que entre Camacol, los promotores inmobiliarios y las curadurías urbanas, hagan de la ciudad su propio mercado persa. Pues como lo hemos oído hasta el cansancio, cualquier murmullo que se le escape a la SCA que incomode al establecimiento, será utilizado en su contra para negarle un concurso.

¿Está seguro? me dijo con cara de monja. ¿No será que la SCA y nuestro abanderado del patrimonio no han dicho nada en defensa del Independencia, o contra el Bicentenario, porque el nuevo parque les parece, genuina y honestamente, lo que la ciudad se merece? Por qué asume -me reclamó esta vez con cara de cura- que a todo el mundo le tiene que parecer tan malo como a usted?

Después de un suspiro le respondí que no conozco al primero que haya respondido, verbalmente o por escrito, qué es lo bueno que tiene el Parque Bicentenario propuesto por Giancarlo Mazzanti. Mucho menos he oído o leído que alguien considere válida la necesidad de adueñarse de una parte del parque actual; y mucho menos he recibido un argumento que me explique por qué es legítimo talar más de cien árboles de un sitio que a pesar de la incompetencia de las autoridades nacionales y distritales para denominarlo oficialmente un «patrimonio», es, por sí mismo, un espacio de enorme valor patrimonial.

Pues a pesar de la ignorancia de la Ministra de Cultura, el estatus de patrimonio cultural le viene de la historia y no de una oficina ocupada del folclor y del patrimonio inmaterial que está de moda…pero me huele que usted también es de esos que opinan que a quienes nos ofende el proyecto Parque Bicentenario es por envidia y por hacerle daño al pobre arquitecto ¿O es que tiene alguna duda respecto a la equivocación histórico-cultural-patrimonial del planteamiento?

No, eso no es cierto, dijo. Estoy de acuerdo que al proyecto se le va la mano, pero prefiero pensar que se podría mejorar.

…eso también lo he dicho yo, me apresuré a responder. Pero mejorar, en el sentido de replantear por completo la propuesta, que es lo que se necesita, no se les ha pasado por la frente. Lo único que han hecho es darle vueltas a lo mismo para ganar tiempo, y de paso, ver si logran aprobar tardíamente el proyecto, con una exculpación acá y otra allá, pero esencialmente el mismo parque, más del doble de grande de lo necesario.

Dejemos claro, continué, -aprovechando que para este momento mi juez de turno ya tenía las dos cejas apretadas- que a quien se le va la mano en estos casos es al arquitecto que propone el proyecto, no al proyecto «en sí»; como tampoco son las instituciones «en sí» las que yerran, sino sus directivos. Se lo reitero a usted y a los aparentes amigos -no sé si del proyecto, del arquitecto o de los dos- a ver si alguno sale del closet: el proyecto propuesto, además de ilegal, es invasivo, irrespetuoso y arrogante. Esto es lo que he dicho y argumentado ya varias veces. Además, he afirmado que mientras el nuevo parque no invada el Parque Independencia y abandone su afán arboricida, limitándose a ocupar la cubierta del túnel de la 26, que ojalá sea una maravilla. Pues yo, no solo soy bogotano sino que paso por ahí por lo menos día de por medio, y lo último que esperaría es un nuevo espacio urbano por debajo de la excelencia.

Como lo vi arrugando la cara en busca de qué decir, aproveché para otra reiteración: por favor no se confunda con los disuasorios y eufemismos de rigor como la envidia y el ataque personal. O como dijo otro amigo común, Hugo Mondragón -que al menos salió del closet por un ratico- con la «imposibilidad» de criticar por falta de «información suficiente»…Considere más bien la anomalía, por decirlo caritativamente, de que a un año de haber presentado el proyecto, todavía no hay información al respecto !Ni licencia!

…bueno, mejor dejemos ahí, dijo mi incrédulo colega, levantando una ceja.

…veo que prefiere el closet, repiqué en un último esfuerzo por oír un argumento en favor del Parque Bicentenario.

No. También tengo problemas con la lonchera ¿Entiende? Además, me aconsejó cuidar mis palabras porque «se va a meter en problemas».

No hombre, tranquilo, le dije yo. Cuando uno «acusa» a alguien mediante un texto como éste y el implicado sabe que quien lo está «injuriando» no sabe de qué habla, simplemente produce un argumento, demuestra el error y se acabó la discusión. O como en esta ocasión, si el injuriador soy yo, la discusión se acaba después de pedir las disculpas del caso. En cambio, cuando el acusado tiene rabo de paja, amenaza por lo general con demandar por injuria y calumnia, a ver si uno se asusta.

 

Juan Luis Rodríguez

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ATACA BACATA

 

 

Los palíndromos, esas frases mágicas que se leen igual al derecho y al revés, como ATACA BACATA, tienen la cualidad de duplicar su significado. En este caso Bacatá ataca en dos sentidos. Ataca la ciudad y la ciudadanía, ataca los residentes y los transeúntes, ataca los propietarios y los vecinos. La reconquista española se inició con bancos, y ahora sigue con rascacielos. Hay que reconocer que el tamaño de los espejitos ha aumentado.

 

Adoramos los ídolos arquitectónicos que nos llegan de fuera, por ser “los más”: Los más altos, los más raros, o los más cualquier cosa. Nos imaginamos una Bogotá Dubaitizada, o al menos Panamatizada. No voy a analizar la estética del BD BACATA por considerarla una valoración subjetiva y personal. Voy a referirme solamente a los aspectos urbanísticos, arquitectónicos y normativos.

 

El impacto urbano de un edificio de semejante magnitud es enorme. Si además lo ubicamos sobre una avenida diecinueve al borde del colapso, y dos vías angostas, carrera quinta y calle veinte, incapaces de evacuar el tráfico generado por él, la situación se vuelve crítica. Y si finalmente constatamos que el proyecto no cedió un metro cuadrado para espacio público ó ampliación de vías o andenes, podemos asegurar que la movilidad del sector llegará a la inmovilidad.

 

Arquitectónicamente el proyecto se destaca  por su mezquindad en los espacios, hasta el punto de hacerlos inoperantes. Un hall de ascensores de un metro con cincuenta de profundidad, una entrada y salida de los estacionamientos de seis metros de ancho,  un área de descargue en el sótano donde no caben los camiones, son algunos ejemplos del desprecio por los usuarios.

 

Un análisis cuidadoso de las normas y el proyecto aprobado, muestra seis razones por las cuales no se ha debido expedir la licencia de construcción: No se hizo el plan parcial obligatorio; No se cumplió con los aislamientos exigidos, la altura, y el índice deconstrucción resultantes de las normas sobre aislamientos; Se presentan inconsistencias en la licencia y los planos aprobados; y no se cobró la plusvalía correspondiente a la mayor edificabilidad. Además no se radicó oportunamente el Estudio de Tránsito exigido.

 

En el caso del BD Bacatá no se puede decir que la pregunta del millón es: Como fue posible que la Curaduría Urbana aprobara un proyecto que no cumple con las normas vigentes? Se trata más exactamente de la pregunta de los millones. Muchos millones. Se habla de una inversión de ciento veinte millones de dólares, que incluye un pago en pesos colombianos de $ 251`121.031 a la Curaduría Urbana  por concepto de derechos  y $2.445`465.000 por concepto de Impuesto de Delineación. No incluye por supuesto el impuesto de plusvalía que no se pagó.

 

Imponer caprichosamente un edificio que atenta contra la movilidad sin ofrecer un espacio público adecuado, y reducir a dimensiones inaceptables unos espacios arquitectónicos inoperantes, es una falta a la ética. Pero si además incumple las normas vigentes, se cruza la frágil frontera entre la ética y el delito. Falta definir si el delincuente es el que peca por la paga, el que paga por pecar, o ambos. Difícil saberlo en un país donde una sola persona puede cometer cohecho.

 

Nuestra reacción más frecuente ante un atentado contra nuestra ciudad, es preguntarnos: Por qué nadie hace nada? Para tranquilidad de esa inmensa mayoría de protestantes pasivos, les cuento que en este caso si hay un “nadie” haciendo “nada”. Mejor dicho, haciendo mucho. Ese “nadie” va a instaurar una acción popular solicitando la revocatoria de la licencia, por los motivos ya expuestos.

 

 

WILLY DREWS

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Publicidad y Realidad

En alguna oportunidad reservamos, basado en imágenes de internet, habitaciones en un hotel del los Estados Unidos. El edificio, según la imagen, estaba frente al mar, con maravillosas vistas y acceso inmediato a la playa.

Al llegar, nuestra sorpresa fue enorme al darnos cuenta que no estaba localizado frente al mar sino a tres cuadras de distancia; tampoco tenía vista al mar sino a los edificios del lado opuesto de la calle; mucho menos tenía acceso directo a la playa. En los folletos que se ofrecían el vestíbulo, aparecía la misma imagen del internet.

Al reclamar, nos dieron la razón y admitieron que había algún tipo de “error” en la publicidad. Como resultado, nos devolvieron el dinero y nos consiguieron tarifas especiales en un hotel frente a la playa. Estuvimos tentados a entablar una demanda, pero no quisimos perder los pocos días de vacaciones en esta gestión. Posteriormente nos informaron que hacerlo es más sencillo de lo que uno piensa.

¿Se trataba de fraude? ¿Publicidad engañosa, tal vez? ¿Estafa? ¿Trampa o mentiras?  No lo sé con precisión, pero algo de todo esto había.

Recientemente se ha inaugurado con gran despliegue la torre Trump que se construyó en Panamá, enorme edificio que con un aire parecido al Burj Al Arab de Dubai, y que en la publicidad para ventas siempre se ha mostrado en imágenes como las que se adjuntan: playa, palmeras, yates, extraordinarias vistas y aislamientos generosos. Las imágenes lo muestran como una torre que se yergue solitaria en medio de jardines.

Dos fotografías que muestran el contraste entre lo ofrecido y la realidad

La realidad dista mucho de lo que se ofrece: no hay playa ni palmeras, se está frente a una bahía muerta y olorosa. En las tardes de sol la zona hiede a raíz de las descargas sanitarias de cantidades de construcciones de la ciudad. Dicen que la bahía será saneada, pero es cuestión de varios años. No hay los tales jardines, y los aislamientos son absolutamente risibles. A lado y lado se elevan torres de casi la misma altura con separaciones de pocos metros, y los apartamentos con vista son proporcionalmente pocos.

Otras dos imágenes que muestran el mismo contraste


 El ingreso a la Torre Trump se hace por una sola vía, de carácter local, que sirve a otras torres de enorme tamaño (50, 60 o más pisos). El tráfico es ya inmanejable en horas pico, y ahora será un infarto total. La infraestructura vial y de servicios está rebasada. Cabe mencionar que las otras torres no están completamente habitadas. El curioso fenómeno de ventas totales pero ocupación baja, algo común en la ciudad, ha evitado la catástrofe urbana que se presentaría de estar ocupadas todas las unidades.

Como ilustración se anexa fotografía del día de la inauguración, cuando las lluvias inundaron las calles y aislaron a los asistentes durante varias horas, con Presidente de la República y Sr. Trump abordo. Las alcantarillas fueron incapaces de absorber las lluvias, y al no haber vías alternas el caos fue total. Dicen que las alcantarillas se ampliarán, pero también será cuestión de años.

acceso a la Torre Trump el día de su inauguración.

¿Se trata de fraude? ¿Publicidad engañosa, tal vez? ¿Estafa? ¿Trampa o mentiras?  No lo sé con precisión, pero algo de todo esto puede presentarse. Ignoro que sentirá quien compró a distancia y viaja a conocer lo que le vendieron. Es que parece que todo vale en la publicidad, y a muchos de los compradores no parece interesarles lo que compran; simplemente compran.

Todo lo anterior, tan solo para recordar que en Bogotá se desea construir una enorme torre en el centro de la ciudad. Le hacen publicidad como si fuera un logro o algo benéfico para el sector. No se requieren demasiados estudios para saber lo que sucederá. Los únicos beneficiados serán los promotores y algunos de los primeros inversionistas, pero nada se aportará a la calidad de vida de la ciudad. Por el contrario, los problemas que se ocasionarán serán mayúsculos.

 

La torre que pretenden levantar en Bogotá


Es que no basta el hecho de que sea un buen negocio para algunos; es necesario que la zona se beneficie con la presencia de una intervención de tan alto impacto. Creo que muchos estamos a la espera de que nos informen acerca de cuáles son los beneficios que se aportarán con esta desproporcionada construcción.

 

Ojalá después no se descubra que hubo algo indebido en el proceso: algo como fraude, publicidad engañosa, mentiras o tal vez trampas.  No lo sé con precisión y ojalá no sea el caso, pero algo de todo esto puede presentarse y debemos estar alertas.

 

Carlos Morales Hendry

Arquitecto.

La última imagen ilustra porqué a este edificio lo están denominando “La Vagina de Trump”.


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