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Teatro Pedro Navajas

Agosto 1 – 2013

Hace unos meses dijimos que demoler la caja escénica del Teatro Colón para reemplazarla por una «más adecuada», equivalía a ponerle un portasuegras a un Renault 4 . En privado recibimos varios comentarios de indignación, de los cuales resaltamos dos: uno que sólo quería sentar protesta por lo inapropiado de la comparación, reclamando «respeto» para carro y teatro, prometiendo desarrollar el tema posteriormente; el otro se lamentaba por el uso de un lenguaje «ácido», advirtiendo también que cuando tuviera más tiempo respondería en detalle. En ambos casos nos quedamos esperando lo mismo: una defensa de la legitimidad patrimonial para demoler la caja escénica del teatro y una justificación para haberlo hecho sin Plan Especial de Manejo y Protección, PEMP. Ante la falta de respuestas y aprovechando la cercanía de la legitimación final de la operación, a través de un concurso organizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos que concluye el 8 de agosto, reiteramos la comparación y proponemos otra para la igualmente desmedida intervención que salió a concurso.

Antes, aclaremos que demolido lo que hay que demoler y construido lo que hay por construir, el Ministerio por fin habrá sacado adelante su doble sueño de una sede para la Sinfónica de Colombia y un Centro de producción teatral “autosostenible”. Sería magnífico que así fuera, aunque sabemos que el teatro y la música clásica tienen subsidios estatales, precisamente porque no son actividades culturales masivas y eso dificulta su autosustento. También sabemos que un teatro para 900 personas era un teatro pequeño, incluso en 1892 cuando se inauguró. Para no abusar del R-4, lo grande es tan ajeno al Colón como a una Minimorris.

No dudamos que el nuevo complejo cultural quedará muy bien hecho y con las mejores especificaciones disponibles. Después de tanto tiempo con el teatro cerrado y de tanta plata invertida, es lo menos que se puede esperar. Técnica aparte, la sede para una orquesta y la sostenibilidad de una empresa cultural no pertenecen a las mismas columnas contables. El teatro bien podía ser sostenible, o insostenible, con o sin sede para la orquesta; y ésta bien podía tener una sede de primera categoría en cualquier parte de la ciudad. Si al exceso de buenas intenciones de carácter económico-cultural le sumamos el olvido de los aspectos urbanístico-arquitectónicos del patrimonio, esperamos que los concursantes y el jurado no se vayan a tragar entero el hecho de que lo que importa es hacer un «magnífico» edificio. La música, la danza, el teatro y demás son importantísimos, eso nadie lo cuestiona. Pero nosotros, y esperamos que jurado y concursantes también, nos ocupamos de la arquitectura.

Como patrimonio arquitectónico y urbano, basta conocer la forma en que el Ministerio de Cultura ha manejado la “conservación” del Colón, y ver la comodidad con la que la SCA se ha prestado para organizar el concurso sin cuestionar el proyecto, para afirmar que lo que están por hacer con el edificio del Teatro Colón y con el Centro histórico de Bogotá es un doble disparate: uno ya consumado con la demolición de la caja escénica -sin el debido trámite- y otro por consumarse como resultado del concurso.

En una competencia a la inversa, como concurso del mayor atropello patrimonial a la arquitectura bogotana sería digno de un segundo puesto, sólo superado por la demolición del Claustro de Santo Domingo, a finales de la década del 40. Con la diferencia que la conservación de edificios era algo que no se usaba en esos tiempos, en los que no había Centro histórico ni organismos encargados de “protegerlo”.

 

Volumetría en las bases del concurso SCA

Volumetría en las bases del concurso SCA

 

Esta imagen, tomada de las bases del concurso, establece una altura cercana a 20 metros en la esquina de la calle 11 con carrera 6. Con excepción de la Catedral y del edificio Estela, estamos ante una altura tres y cuatro veces mayor que la de cualquiera de sus vecinos. Por contraste, uno de los vecinos, el Centro cultural Gabriel García Márquez, ha sido criticado por algunos porque no respeta las “tipologías” del sector; al tiempo que para otros es un modelo de inserción “contemporánea” en un Centro histórico. Basta imaginarse que el centro GGM tuviera el triple de altura, para comprender que el eventual debate hubiera nacido muerto, y que si la discusión sobre el GGM se mantiene se debe a que no es un exabrupto morfológico.

Incluso si los promotores del Colón como centro de producción teatral tuvieran la razón al justificar que es la «única» forma de «salvar» un edificio, que de no ser por semejante acción moriría de hambre, esto no legitima que el edificio y su contexto se puedan violentar. Como punto de partida se pudo decidir que era necesario un esquema de competitividad que respetara el viejo teatro, donde el edificio y su ampliación bien podían haberse quedado como una pieza urbana moderada y como un teatro pequeño, reacondicionado técnica y funcionalmente, sin perder su carácter, y sin que esto le quitara a la Sinfónica de Colombia la posibilidad de una sede adecuada en el lote disponible. No obstante, la ampliación del Teatro Colón y su plurifuncionalidad, difícilmente será algo diferente a un diente de oro para el Centro histórico.

Todo el que ha tratado de sacar adelante un proyecto en esta zona sabe que se necesita temple. Cuando un «cualquiera» se somete al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, IDCP, para ponerse al lado de unas casas como las de la calle 11, sabe que le exigen un “empate” a nivel de la cornisa del vecino, otro a nivel de la cumbrera y una altura máxima relacionada con la manzana y el contexto. Y para el que se aventure a los «cambios de última hora», sabe que tiene que esperar otros seis meses para volver a «pasar por el comité». Y si de «vivo» se pasa un centímetro, lo multan y le sellan la obra. Lamentablemente esto no aplica para el Ministerio de Cultura que actúa como una “instancia superior del orden nacional” que según su visión de sí mismo no tiene porqué someterse a las exigencias de una institución distrital. De manera que por asuntos de quién manda aquí, la altura máxima establecida por el concurso no es la que le exigirían a cualquiera, sino la del edificio Stella -junto con el de la Universidad Autónoma de Colombia, los más altos de la manzana, que no tienen protección patrimonial y que son de cuando se podía hacer cualquier cosa- aplicada a todo el conjunto, incluido el empate con una «casucha sin valor» sobre la calle 11.

Existe la posibilidad de que los concursantes no caigan en la ingenuidad que sugiere el concurso, y que el jurado lo reconozca. No obstante, dadas las circunstancias, la única forma de cumplir con el programa sin poner a brillar el diente de oro sería enterrando más de la mitad de las dependencias, lo que obligaría a profundizar más el parqueadero, con lo cual la «autosostenibilidad» del teatro se vería comprometida antes de empezar. Por eso, el jurado, después de considerar la excelente calidad de los proyectos y sobre todo las bases del concurso…etc., etc…el resultado lo prevé cualquiera.

Aparte del enfoque cultural-administrativo, todo indica que Ministerio y SCA comparten ingenuidades arquitectónicas, y que tal como creen que por dentro nadie va a notar que demolieron -sin el debido trámite- la caja escénica porque «eso no se ve», por fuera pasará algo similar con el enorme volumen que estará «retrocedido» respecto al paramento de la calle 11, el cual tampoco «se nota». No se ve pero se sabe que primero demolieron la caja escénica y luego le fabricaron un PEMP para legitimarla. Tampoco se nota pero también se sabe que en conservación de centros históricos se evita el cambio de uso que reemplaza población permanente por población flotante, porque afecta negativamente la vida urbana del sector. Este último aspecto relacionado con el cambio de usos también es discutible, dado que así como se le puede quitar vida a una manzana o a una calle, la misma vitalidad, o más, se puede sustituir en la vecindad. Sin embargo, el cambio de escala en la esquina de la 11 con sexta, generará un triple impacto negativo que será evidente para cualquiera que pase por ahí, por la esquina del viejo barrio.

1. El empequeñecimiento de los edificios aledaños, dejando el mensaje de que manda el que paga la cuenta.
2. La obstrucción de la visual de los cerros, resaltando sin quererlo el hecho de que el CGM entiende por lo menos que un edificio no es una isla.
3. La aparición de una nueva pieza urbana que esconde la emblemática Catedral de la ciudad, como si nadie se ocupara de estas cosas en un centro «histórico».

Por eso sugerimos que sean consecuentes con la actitud y le pongan de una vez un nombre acorde con el espíritu de la operación.

Guillermo Fischer
Juan Luis Rodríguez

 

Volumetría en las bases del concurso SCA

Volumetría en las bases del concurso SCA

 

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Tres modelos de ciudad

Junio 11, 2013

JANE JACOBS

NUEVA YORK 1961. – Publicación de “MUERTE Y VIDA DE LAS GRANDES CIUDADES AMERICANAS” de Jane Jacobs, urbanista orgullosamente autodidacta – solo tomó un curso de extensión universitaria en la Universidad de Columbia –, quien basó sus conocimientos en la observación de la vida de su barrio, Greenwich Village en Nueva York. Sostenía que la presencia en la calle era la esencia de la vida y la seguridad urbanas, y que las ciudades eran mejores para el medio ambiente que los barrios residenciales periféricos arborizados. Se opuso a los proyectos inmobiliarios a grande escala, y fue partidaria de la diversidad de usos en edificios de poca altura donde los habitantes pudieran controlar visualmente las calles, garantizando en esta forma una mayor seguridad. Para generar suficiente tráfico callejero, y la aparición de restaurantes y comercios estimulantes, recomendaba una densidad mínima de 250 viviendas por hectárea. Fue considerada la gran gurú del urbanismo durante 50 años y sus teorías tuvieron una amplia aceptación, hasta que en 2011 apareció Edward Glaeser, su contradictor.

EDWARD GLAESER

BOSTON 2011.- Publicación de “EL TRIUNFO DE LAS CIUDADES” de Edward Glaeser, profesor de economía de Harvard. Opina que Jacobs, por vivir y observar barrios de edificios bajos, no conoció suficientemente la vida de barrios de edificios altos: ej. Manhattan, donde él creció. Es partidario de subir las densidades con torres pues aumentar la oferta inmobiliaria, hace bajar los precios. Segun Glaeser, mantener los edificios bajos como propone Jacobs, no permite el acceso de los menos ricos. ”Restringir la oferta en cualquier parte dificulta que la ciudad pueda satisfacer la demanda, lo que hace que los precios aumenten en todas partes”. “El coste que conlleva limitar la construcción es que las áreas protegidas se hacen más caras y más excluyentes “. “Limitar la construcción de edificios de gran altura no es una garantía de que un barrio vaya a ser interesante y heterogéneo, pero si garantiza en cambio que los precios sean elevados”.
Acepta la construcción de rascacielos, pero reconoce que “los precios aumentan en forma sustancial en los edificios ultra altos, digamos de más de 50 plantas”. “Las relucientes torres de nuestras ciudades son un indicio de la grandeza de que es capaz el género humano, pero también de nuestra arrogancia y presunción”. Opina que “Hay quienes prefieren edificios bajos, y otros edificios altos. La ciudad debe ofrecer las dos posibilidades”. Glaeser reconoce que los terrenos para la construcción de rascacielos tienen que tener solucionados los sistemas de transporte, tanto público masivo como privado, pero no menciona la nueva área de parque necesaria para mantener una proporción adecuada de espacio público por habitante. Finalmente acepta que “Por Por desgracia, no existe ninguna forma sencilla de equilibrar los beneficios de ofrecer un espacio más deseable con el deseo de conservar un casco antiguo bonito.”

GUSTAVO PETRO

BOGOTA 2013. –Radicación en el Consejo de Bogotá del Proyecto de Acuerdo por el cual se modifican excepcionalmente las normas urbanísticas del Plan de Ordenamiento Territorial –POT – , presentado por el alcalde Gustavo Petro. Algunas de las propuestas del proyecto:
Unificación de normas, asumiendo igualdad de características, vocación y accesibilidad en el Centro Ampliado, desconociendo las Unidades de Planeamiento Zonal existentes que reconocen la diversidad de sectores, y conservan la morfología y el uso de los barrios.
Densificación de una buena parte del Centro Ampliado con base en torres de altura libre (Glaeser) pero sin solución de accesibilidad en transporte privado y público masivo, y con retrocesos escalonados de las torres, siguiendo la ordenanza de Nueva york de 1916. Las cargas urbanísticas exigidas impiden el abaratamiento de los costos que permitiría el acceso de los más pobres al centro ampliado (Glaeser).
Mezcla de usos (Jacobs) pero en forma indiscriminada y sin un plan ordenador.
Desestimulo al uso del automóvil particular- recomendando no construir estacionamientos – sin contar con un plan eficiente de transporte público integrado que lo remplace.
Ubicación de espacio público y equipamientos a juicio de los desarrolladores, sin un programa previamente establecido.
Normas que favorecen el desarrollo del Centro Ampliado, dejando la periferia a la mano de Dios.

El peor de los mundos posibles es el modelo de Petro. Y mientras discutimos la aprobación de un desastre anunciado, Bogotá sigue creciendo desordenadamente al ritmo impuesto por promotores y constructores. En el norte de la ciudad se están demoliendo edificios de cinco pisos para remplazarlos por otros que doblan su altura. Y en consecuencia el doble de habitantes, con el doble de automóviles, tratará de circular por las mismas vías destrozadas y cada vez más saturadas. Somos espectadores impávidos del desarrollo de un modelo de ciudad que desconocemos. Es hora de definir el modelo de ciudad que queremos. Y actuar en consecuencia para tratar de hacerlo realidad.

WIlly Drews

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De lo transcendente a lo sostenible

Julio 4, 2013

Hombres y mujeres estamos determinados por dos instintos puramente animales, la sobrevivencia de cada individuo y la reproducción de la especie, y una pulsión puramente humana, la necesidad de trascender. Es decir, estar o ir más allá de algo, traspasando los límites de la experiencia posible, hacia su fin, término, remate o consumación, comportamiento que sólo se descarga al conseguir que permanezca.

Trascendencia que en todas partes y durante milenios, se busco, y con que éxito, mediante la gran arquitectura del mundo: templos para que la gente creyera en lo que no existe, y obedezca, palacios para que a “rey muerto rey puesto”, y la monarquía siga, y tumbas para que los poderosos gobiernen eternamente. Edificios levantados en el espacio y el tiempo, no para la vida ni para la muerte, sino para trascenderlas.

Pero con la arquitectura moderna se pasó de templos, palacios y tumbas, sedes para gremios e instituciones, óperas imponentes y palacetes para ricos burgueses, a una vivienda “digna” para todos. Como si las casas tradicionales, vernáculas o populares, pese a ser “pobres”, antes no lo fueran. Y ahora y aquí se promueven politiqueramente casas engañosamente gratis y sin ciudad, diseñadas por arquitectos que no lo son.

Pronto esa arquitectura, dizque para todos, se trivializó. A la vivienda se le quitó su importancia de siempre al volverla apartamentos, uno encima de otro, o casitas una al lado de la otra, en hileras interminables que acaban con el campo sin hacer ciudad o destruyéndola. Ni siquiera se salvaron los edificios públicos, que se volvieron puro espectáculo para promocionar ciudades con un trasnochado “efecto” Bilbao.

Quedaron las obras maestras que recopilo Sir Banister Fletcher y que visitamos como inhabitados parques temáticos, de las que hablan los profesores pese a que muchos ni siquiera las conocen, y menos aun las que están aquí justo al lado, las que no les interesan justamente por eso. Es que lo de afuera nos “mata” y así cada vez hay menos arquitectura buena pues nunca hubo tantos arquitectos ni tantos edificios malos.

Edificios responsables, mas que los carros, del mayor consumo de energía, para su iluminación y climatización, lo que en el trópico sin estaciones es insólito. Energía generada en muchas partes con combustibles fósiles que producen gases de efecto invernadero, que causan el cambio climático que amenaza el mundo, tal como lo conocemos, mientras los carros invadieron las calles de las ciudades fastidiándolas.

La arquitectura tiene, pues, una nueva meta en el horizonte: volver a ser lo que siempre fue la vernácula, la campesina o incluso la popular de las ciudades. Apropiada al clima y de ahí al paisaje, creando una nueva tradición, con nuevos profesionales, con mas ética que estética, que trascendiendo las modas y la especulación inmobiliaria, construyan ciudades sostenibles, contextuales, seguras, confortables y emocionantes.

Pero como la frivolidad y los negocios campean aquí, la arquitectura bioclimática (una redundancia pues siempre lo fue) se volvió una moda para muchos, mas negociantes que arquitectos. No les importa que los edificios sean acordes al clima, paisaje y tradiciones, como quería Le Corbusier, sino a las imágenes de moda de las revistas para ciudadanos que no lo son, con lo que fatalmente están ya pasados moda.

Benjamín Barney Caldas

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Arquitectura sin columnas

Junio 21, 2013

 

Cuando el hombre dejó de ser cazador y se convirtió en agricultor, pasó de  nómada a sedentario. Entonces se construyó su primera vivienda permanente, y en ese momento nació la arquitectura. Con el tiempo la arquitectura fue considerada un arte mayor  – algunos aseguran que es una técnica – , utilitaria e imprescindible. Se puede vivir sin música, literatura, artes escénicas y artes visuales pero no se puede vivir sin un techo.

 

Se dice que toda mujer lleva un niño en el pecho y el periodista y humorista Klim agregaba que además lleva un arquitecto. De ahí la forma del pecho. Los arquitectos estamos conscientes de cómo emerge el arquitecto cuando la mujer se convierte en cliente. Y cuando el cliente es un hombre, con frecuencia nos confiesa que él siempre quiso ser  arquitecto, y automáticamente empieza a ejercer. Y como encontramos la arquitectura en todas nuestras actividades – dormir, estudiar, trabajar, recrearse -, estamos condenados a convivir con ella, y por eso hay mucha gente que se interesa en nuestra disciplina y quiere saber que está sucediendo en este campo.

 

Podríamos preguntarnos: ¿dónde encuentran la mujer con el arquitecto en el pecho, el arquitecto frustrado y el ciudadano interesado una columna regular y permanente sobre temas de arquitectura? Y podríamos respondernos: pues en los diarios y semanarios de mayor circulación.

 

Pues no. Ni EL TIEMPO, ni EL ESPECTADOR, ni la revista SEMANA, tienen una columna permanente. El PAIS de Cali es una excepción. Entonces – pensamos – con seguridad la encuentran en las revistas culturales.

 

Pues también no. LECTURAS de El tiempo nunca la ha tenido, y ARCADIA  y EL MALPENSANTE la tuvieron y la cancelaron. Todas publican columnas, artículos y reseñas sobre literatura, arte, música y cine. Pero nada de arquitectura. Tal vez – suponemos optimistas – escriben al menos noticias o reseñas sueltas sobre el tema.

 

Pues tampoco. En la última entrega de las tres revistas no aparece la palabra arquitectura. Finalmente – preguntamos pesimistas – ¿será que consideran que la arquitectura no es una expresión  cultural? ¿O que no es un tema “rentable”? ¿O que el tema no les interesa a los directores? ¿O a los lectores? ¿O a nadie?

 

El balón está en la cancha de los medios escritos. Sus directores tienen la palabra.

 

Willy Drews

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El proyecto de renovación del Teatro Colón: Polémica ampliación

Publicado originalmente en el El Espectador, Junio 17, 13

 

Pese a que Mincultura abrió el concurso para su diseño, el Instituto Distrital de Patrimonio Urbano sostiene que tal como está concebido afectará a un importante sector de La Candelaria.

En la ampliación del Teatro Colón, el Ministerio de Cultura invertirá $42.449 millones.

En los últimos meses el Ministerio de Cultura ha trabajado en una de las etapas más complicadas de la remodelación del Teatro Colón: la ampliación de esta edificación, que está cada vez más cerca. El ministerio ya aprobó el Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) y hace unos días lanzó el concurso público para el diseño de la ampliación. Si todo sale como está programado en el calendario de la entidad, el 31 de octubre la ciudad conocerá al arquitecto que tendrá en sus manos el ambicioso proyecto.

Sin embargo, hay una historia detrás que podría poner en aprietos la anhelada ampliación. Recién comenzaba 2013 cuando el ministerio le presentó al Distrito el PEMP del Teatro Colón. Luego de que el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) y las secretarías de Cultura y Planeación revisaran el proyecto, los representantes de estas entidades le enviaron una carta a la ministra de Cultura, Mariana Garcés, exigiendo algunas aclaraciones que, de no ser resueltas, podrían generan daños patrimoniales en el centro histórico.

El Distrito no comparte la delimitación del área afectada y la zona de influencia en la ampliación del Colón, porque considera “que se trata de un bien cultural de primer orden y su ampliación no sólo afecta e influye en la manzana 25 sino en el conjunto del centro histórico”. De acuerdo con el documento, el hecho de que los predios de conservación arquitectónica sean incluidos en la zona de influencia del Colón puede tener repercusiones negativas para la manzana 25 del centro histórico, en donde está el teatro. En el concurso público el ministerio es contundente: “El ministerio se propone adquirir con el tiempo el resto de los inmuebles para lograr sus metas de crecimiento para servicio del Teatro Colón”. Si predios que están bajo la protección del Distrito pasan a ser competencia de la Nación, es evidente que pueden ser demolidos.

Otro factor de choque podría ser que el Distrito advirtió “que el predio localizado en la calle 11 Nº 5-21/25/31/37/47 (donado parcialmente al Ministerio de Cultura por su propietario) con categoría B (conservación arquitectónica) NO puede ser subdividido según lo dispuesto en el decreto distrital 678 de 1994”.

Y no sólo preocupa la demolición o la afectación de predios de conservación arquitectónica. También queda establecido en la carta que “inquieta la volumetría propuesta por el Ministerio de Cultura sobre la esquina de la calle 11 con carrera 6, la cual estaría convirtiéndose en un obstáculo visual en el eje de la calle 11 y en especial en su relación con la Catedral Primada, hito representativo del lugar”.

La lista de peticiones continúa: no hay claridad sobre el plan de movilidad, sobre la altura que podría tener el teatro, de qué forma se verá afectado el paisaje cultural, si la manzana 25 será arrollada por el Teatro Colón, si el proyecto se ajusta al plan de revitalización propuesto por la administración del alcalde Gustavo Petro, si se verá afectada la estética de un teatro premoderno como el Colón. “En suma, la documentación presentada por el Ministerio de Cultura al Distrito Capital justifica apenas medianamente un proyecto inmobiliario, pero no corresponde a los cuidados y componentes que debe contener el estudio y la valoración de un bien de interés cultural de primer orden y su contexto inmediato: el centro histórico de Bogotá, patrimonio de la Nación”, concluye el documento.

En el Distrito esperaban que estas inquietudes fueran resueltas por el Ministerio de Cultura antes de hacer público el concurso, algo que, según fuentes oficiales, no sucedió. Esto no quiere decir que en el Distrito no avalen que el ministerio construya en el lote vacío que posee sobre la calle 11. Según María Eugenia Martínez, directora del IDPC, “el proyecto puede ser importante para la revitalización del centro dependiendo del tratamiento que se le dé. Un buen arquitecto puede solucionar deficiencias y problemas estructurales del PEMP. Es claro que la propuesta que revisamos rompe con las visuales de la catedral. Las simulaciones arquitectónicas adelantadas por el IDPC evidencian que la masa propuesta es exagerada e irrumpe en un sector de escala baja”. En vez de darle un no tajante al proyecto, el Distrito espera la propuesta arquitectónica definitiva. Martínez considera que ya no es hora de volver al PEMP, pero es enfática al asegurar que el Ministerio de Cultura “invalidó su propio instrumento” con su actuación.

Otra inquietud es que ni el PEMP ni el concurso internacional consideran la capacidad de carga del territorio (aptitud de un área para soportar un determinado nivel de intensidad de usos urbanos sin que se produzca un proceso de deterioro ambiental, social o cultural). Según Martínez, “el centro histórico fue construido para otras condiciones, para otros usos y otras actividades, y por esta razón hay que ser cuidadosos con cualquier uso metropolitano que pretenda asentarse en este territorio”.+

 

Recordando la historia

Será necesario, de acuerdo con los lineamientos del IDPC, que en el proyecto de ampliación se “entienda el significado, la representación y el rol del Teatro Colón en el centro histórico de Bogotá”. María Eugenia Martínez señala que el PEMP presentado por el Ministerio de Cultura (evaluado por el Comité Técnico Asesor de Patrimonio del Distrito) “se refiere a una historia lineal del centro histórico, que no estudia las transformaciones acontecidas a este teatro ni los cambios de la manzana. Se presentan levantamientos de algunos ‘teatros a la italiana’ sin contexto. Sin estudios históricos ni morfológicos serios, no se entiende cómo se puede plantear la ampliación de un bien cultural”. Y agrega: “que nos diga el Ministerio de Cultura, hasta dónde puede crecer un inmueble patrimonial sin que pierda sus valores”.

Lo ha señalado Juan Luis Rodríguez, máster en teoría de la arquitectura de la Universidad de Harvard y profesor de la Universidad Nacional, en la revista El Malpensante: “La intervención de ese calado es como dotar de un motor v-8 a un Renault 4”.

Otro punto de distancia entre ministerio y Distrito es que no puede ser el edificio Stella el que marque la máxima altura en la manzana. El Stella fue construido en 1947, bajo otras perspectivas del patrimonio cultural. Silvia Arango, doctora en urbanismo y ganadora del Premio Nacional de Arquitectura, por su parte, dice: “El PEMP no está preocupado por el edificio sino por la rentabilidad. Una cosa es ampliar una tramoya y otra es cambiar toda la manzana. Es excesivo y exagerado. Quieren convertir un edificio pequeño en el Julio Mario Santo Domingo del centro. Nuestra Candelaria maltrecha tiene muy pocas zonas que mantienen las características del siglo XVIII. Bien o mal, esta manzana se ha mantenido. Por eso un edificio de casi siete pisos es un atentado”.

 Santiago Valenzuela

 

Imagen: El Espectador

Imagen: El Espectador

 

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Las ciudades colombianas

 

Junio 3, 2013

 

Las colombianas son contemporáneas y su problema es no ser ciudades. Como dice Sylvia Patiño de Cali, lo eran mas cuando eran pueblos. Sin mayores inconvenientes como tales, casi todas lo eran, aparte de Cartagena, Santafé o Popayán. Sus problemas crecieron con ellas: sobre población sin tradición urbana, y carencia de servicios, equipamiento, vías y transporte, mas contaminación, basuras, escasez de agua e inseguridad, y  amenaza de terremoto o inundaciones. Y por supuesto la creciente fealdad de su paisaje urbano y natural. Todo lo cual lleva a una iniquidad que supuestamente preocupa, pero no su origen en la falta de lo verdaderamente urbano arquitectónico.

Crecieron demasiado rápido y hoy son muy grandes y conurbadas con pueblos vecinos fuera de su jurisdicción. Ya Barranquilla y Cartagena tienen un millón de habitantes, Medellín tres y Bogota ocho, cuando hace un siglo apenas tenía trecientos mil y era la mas poblada. Hoy quince tienen mas, incluyendo a Buenaventura. En el valle del río Cauca, además de Cali, con tres, están Palmira y Tulúa, pero desapareció el tren y se abandonó su sistema de ciudades, que funciono tan bien durante la primera mitad del siglo XX. Y los recientes Planes de Ordenamiento Territorial, POT, no son a largo plazo y se modifican presionados por los propietarios del suelo urbano y sub urbano.

Ciudades invadidas por carros y puentes en las últimas décadas, pero que no cuentan con andenes amplios y arbolados, pues se conservaron las reducidas aceras de antes, que eran para pocos peatones y proteger las fachadas del agua de los aleros y del paso de carruajes. Y desde luego una ciudad sin andenes es toda una contradicción, pues toda actividad urbana comienza y termina caminando. Como al usar un Sistema Integrado de Transporte Urbano, que en Colombia no son sistemas ni, en consecuencia, integrados. Aquí lo “contemporáneo” es, pues,  el desorden edilicio y del transito y transporte, que ahora llaman “movilidad” como si la palabra obrara el milagro.

Después de la Segunda Guerra Mundial lo europeo dio paso al American way of life: automóviles, suburbios, malls, aire acondicionado, iluminación permanente, congeladores y la obsolescencia programada de lo construido. Pero nuestros “ciudadanos”, notoriamente en Cali, parte de cuyo centro es todo un zoco, aun no tienen urbanidad. Pero si caímos pronto en el consumismo urbano, propiciado por la moda y la publicidad. Surgieron toda clase de comercios en las principales avenidas, invadiendo pórticos, antejardines y andenes, obligando a caminar muchas veces por las calzadas, como en los pueblos de donde vinieron la mayoría de sus nuevos habitantes.

“Ciuadadanos”, periodistas y autoridades solo ven lo económico o “social”, como si apenas contara lo que pasa, y no que pasa en ciudades y barrios, en sus edificios, calles, plazas y parques. Y ni hablar de su belleza, que se considera un lujo o se confunde con lo aparatoso,  mientras “desarrollo”, “moderno” o “progreso” significa acabar con el patrimonio. Solo queda enseñarles urbanismo y urbanidad, pero las escuelas de arquitectura guardan silencio y muchos de sus demasiados egresados están es al servicio del negocio inmobiliario. Además de nuevos programas de urbanismo, construcción e interiores, tendría que haber también arquitectura como cultura general.

 

Benjamin Barney Caldas

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