Agosto 1 – 2013
Hace unos meses dijimos que demoler la caja escénica del Teatro Colón para reemplazarla por una «más adecuada», equivalía a ponerle un portasuegras a un Renault 4 . En privado recibimos varios comentarios de indignación, de los cuales resaltamos dos: uno que sólo quería sentar protesta por lo inapropiado de la comparación, reclamando «respeto» para carro y teatro, prometiendo desarrollar el tema posteriormente; el otro se lamentaba por el uso de un lenguaje «ácido», advirtiendo también que cuando tuviera más tiempo respondería en detalle. En ambos casos nos quedamos esperando lo mismo: una defensa de la legitimidad patrimonial para demoler la caja escénica del teatro y una justificación para haberlo hecho sin Plan Especial de Manejo y Protección, PEMP. Ante la falta de respuestas y aprovechando la cercanía de la legitimación final de la operación, a través de un concurso organizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos que concluye el 8 de agosto, reiteramos la comparación y proponemos otra para la igualmente desmedida intervención que salió a concurso.
Antes, aclaremos que demolido lo que hay que demoler y construido lo que hay por construir, el Ministerio por fin habrá sacado adelante su doble sueño de una sede para la Sinfónica de Colombia y un Centro de producción teatral “autosostenible”. Sería magnífico que así fuera, aunque sabemos que el teatro y la música clásica tienen subsidios estatales, precisamente porque no son actividades culturales masivas y eso dificulta su autosustento. También sabemos que un teatro para 900 personas era un teatro pequeño, incluso en 1892 cuando se inauguró. Para no abusar del R-4, lo grande es tan ajeno al Colón como a una Minimorris.
No dudamos que el nuevo complejo cultural quedará muy bien hecho y con las mejores especificaciones disponibles. Después de tanto tiempo con el teatro cerrado y de tanta plata invertida, es lo menos que se puede esperar. Técnica aparte, la sede para una orquesta y la sostenibilidad de una empresa cultural no pertenecen a las mismas columnas contables. El teatro bien podía ser sostenible, o insostenible, con o sin sede para la orquesta; y ésta bien podía tener una sede de primera categoría en cualquier parte de la ciudad. Si al exceso de buenas intenciones de carácter económico-cultural le sumamos el olvido de los aspectos urbanístico-arquitectónicos del patrimonio, esperamos que los concursantes y el jurado no se vayan a tragar entero el hecho de que lo que importa es hacer un «magnífico» edificio. La música, la danza, el teatro y demás son importantísimos, eso nadie lo cuestiona. Pero nosotros, y esperamos que jurado y concursantes también, nos ocupamos de la arquitectura.
Como patrimonio arquitectónico y urbano, basta conocer la forma en que el Ministerio de Cultura ha manejado la “conservación” del Colón, y ver la comodidad con la que la SCA se ha prestado para organizar el concurso sin cuestionar el proyecto, para afirmar que lo que están por hacer con el edificio del Teatro Colón y con el Centro histórico de Bogotá es un doble disparate: uno ya consumado con la demolición de la caja escénica -sin el debido trámite- y otro por consumarse como resultado del concurso.
En una competencia a la inversa, como concurso del mayor atropello patrimonial a la arquitectura bogotana sería digno de un segundo puesto, sólo superado por la demolición del Claustro de Santo Domingo, a finales de la década del 40. Con la diferencia que la conservación de edificios era algo que no se usaba en esos tiempos, en los que no había Centro histórico ni organismos encargados de “protegerlo”.
Esta imagen, tomada de las bases del concurso, establece una altura cercana a 20 metros en la esquina de la calle 11 con carrera 6. Con excepción de la Catedral y del edificio Estela, estamos ante una altura tres y cuatro veces mayor que la de cualquiera de sus vecinos. Por contraste, uno de los vecinos, el Centro cultural Gabriel García Márquez, ha sido criticado por algunos porque no respeta las “tipologías” del sector; al tiempo que para otros es un modelo de inserción “contemporánea” en un Centro histórico. Basta imaginarse que el centro GGM tuviera el triple de altura, para comprender que el eventual debate hubiera nacido muerto, y que si la discusión sobre el GGM se mantiene se debe a que no es un exabrupto morfológico.
Incluso si los promotores del Colón como centro de producción teatral tuvieran la razón al justificar que es la «única» forma de «salvar» un edificio, que de no ser por semejante acción moriría de hambre, esto no legitima que el edificio y su contexto se puedan violentar. Como punto de partida se pudo decidir que era necesario un esquema de competitividad que respetara el viejo teatro, donde el edificio y su ampliación bien podían haberse quedado como una pieza urbana moderada y como un teatro pequeño, reacondicionado técnica y funcionalmente, sin perder su carácter, y sin que esto le quitara a la Sinfónica de Colombia la posibilidad de una sede adecuada en el lote disponible. No obstante, la ampliación del Teatro Colón y su plurifuncionalidad, difícilmente será algo diferente a un diente de oro para el Centro histórico.
Todo el que ha tratado de sacar adelante un proyecto en esta zona sabe que se necesita temple. Cuando un «cualquiera» se somete al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, IDCP, para ponerse al lado de unas casas como las de la calle 11, sabe que le exigen un “empate” a nivel de la cornisa del vecino, otro a nivel de la cumbrera y una altura máxima relacionada con la manzana y el contexto. Y para el que se aventure a los «cambios de última hora», sabe que tiene que esperar otros seis meses para volver a «pasar por el comité». Y si de «vivo» se pasa un centímetro, lo multan y le sellan la obra. Lamentablemente esto no aplica para el Ministerio de Cultura que actúa como una “instancia superior del orden nacional” que según su visión de sí mismo no tiene porqué someterse a las exigencias de una institución distrital. De manera que por asuntos de quién manda aquí, la altura máxima establecida por el concurso no es la que le exigirían a cualquiera, sino la del edificio Stella -junto con el de la Universidad Autónoma de Colombia, los más altos de la manzana, que no tienen protección patrimonial y que son de cuando se podía hacer cualquier cosa- aplicada a todo el conjunto, incluido el empate con una «casucha sin valor» sobre la calle 11.
Existe la posibilidad de que los concursantes no caigan en la ingenuidad que sugiere el concurso, y que el jurado lo reconozca. No obstante, dadas las circunstancias, la única forma de cumplir con el programa sin poner a brillar el diente de oro sería enterrando más de la mitad de las dependencias, lo que obligaría a profundizar más el parqueadero, con lo cual la «autosostenibilidad» del teatro se vería comprometida antes de empezar. Por eso, el jurado, después de considerar la excelente calidad de los proyectos y sobre todo las bases del concurso…etc., etc…el resultado lo prevé cualquiera.
Aparte del enfoque cultural-administrativo, todo indica que Ministerio y SCA comparten ingenuidades arquitectónicas, y que tal como creen que por dentro nadie va a notar que demolieron -sin el debido trámite- la caja escénica porque «eso no se ve», por fuera pasará algo similar con el enorme volumen que estará «retrocedido» respecto al paramento de la calle 11, el cual tampoco «se nota». No se ve pero se sabe que primero demolieron la caja escénica y luego le fabricaron un PEMP para legitimarla. Tampoco se nota pero también se sabe que en conservación de centros históricos se evita el cambio de uso que reemplaza población permanente por población flotante, porque afecta negativamente la vida urbana del sector. Este último aspecto relacionado con el cambio de usos también es discutible, dado que así como se le puede quitar vida a una manzana o a una calle, la misma vitalidad, o más, se puede sustituir en la vecindad. Sin embargo, el cambio de escala en la esquina de la 11 con sexta, generará un triple impacto negativo que será evidente para cualquiera que pase por ahí, por la esquina del viejo barrio.
1. El empequeñecimiento de los edificios aledaños, dejando el mensaje de que manda el que paga la cuenta.
2. La obstrucción de la visual de los cerros, resaltando sin quererlo el hecho de que el CGM entiende por lo menos que un edificio no es una isla.
3. La aparición de una nueva pieza urbana que esconde la emblemática Catedral de la ciudad, como si nadie se ocupara de estas cosas en un centro «histórico».
Por eso sugerimos que sean consecuentes con la actitud y le pongan de una vez un nombre acorde con el espíritu de la operación.
Guillermo Fischer
Juan Luis Rodríguez