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El león, los cachorros, el huevo y la gallina

Febrero 13 de 2014

Cuando un león derrota al macho alfa y se convierte en el líder de la manada, lo primero que hace es matar a los cachorros del rey destronado para evitar que posteriormente lo derroten y defender su ADN. Los concursos de arquitectura se están convirtiendo en una masacre de cachorros de arquitecto.

Las armas para el exterminio están ocultas en las bases, en forma de condiciones que evitan la participación de los jóvenes. Una de ellas es la exigencia de un mínimo de tiempo de práctica profesional. Ejemplo real: 10 años. Esta exigencia parte del supuesto de que el arquitecto se ha capacitado y ha desarrollado su habilidad como proyectista durante este tiempo. Pero la realidad es que pudo haber estado dedicado a la agricultura y su experiencia es menor que la del profesional juicioso que ha dedicado sus primeros 5 años a la práctica del oficio. El primero puede participar en el concurso, el segundo no. Se valora la cantidad y se ignora la calidad.

La segunda arma es la obligación de garantizar una cantidad de metros cuadrados diseñados. Ejemplo real: 18.000 m2. Nuevamente la cantidad se impone. Firmas hábiles en mercadeo y publicidad con muchos edificios diseñados entre mediocres y malos pueden participar y a un joven arquitecto con un proyecto sobresaliente de 200 m2, ganador del Premio Nacional de Arquitectura –otro ejemplo real– le dan con la puerta en las narices.

El último intento para que los cachorros no lleguen a macho alfa es pedir que el participante demuestre que ha sido responsable del diseño de un proyecto similar al del concurso –una vez más la calidad está ausente– de un tamaño determinado. Ejemplo real: 2.500 m2. Y aquí entramos en el cuento del huevo y la gallina. ¿Cómo puede un arquitecto hacer su primer diseño si para esto le exigen un diseño similar anterior?

Todas estas exigencias están demostrando el interés de perpetuarse de los leones viejos, la creencia de que muchos diseños implican buenos diseños, y la desconfianza de los promotores en los jurados. Un buen jurado debe identificar al mejor proyecto –esa es su responsabilidad– sin saber y sin importarle si el diseñador ha desarrollado 10 o 1.000 proyectos, en 5 o 50 años de práctica.

La Opera de Sídney fue el  primer proyecto de Utzon en este campo, y cuando Aalto diseñó el sanatorio de Paimio no había hecho ningún hospital. Confiemos en los jóvenes que nosotros mismos hemos formado en nuestras escuelas y que suponemos que aprendieron a pensar y solucionar problemas nuevos. Démosles la oportunidad de poner sus primeros huevos y defendamos a nuestros cachorros. Ellos llevan nuestro ADN.

 

Willy Drews

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Giros lingüísticos para el Colón

Enero 22 de 2014

Justo en la última semana del 2013 tuvimos una novedad patrimonial importante: la Delegada para Asuntos Civiles de la Procuraduría convocó a una reunión con representantes del Ministerio de Cultura, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural y la Universidad Nacional. La invitación tenía dos temas: el Teatro Colón y el Parque de la Independencia. El tiempo sólo alcanzó para uno, así que mientras se abre el espacio para el otro, resumo los intentos del Ministerio para ocultar los enredos del Teatro.

1. Ampliar el Colón. El Ministerio presenta con orgullo su proyecto de “ampliación” del Colón para lograr una sede para la Sinfónica de Colombia y un centro de producción teatral autosostenible. La “ampliación” no pasa de un nominalismo publicitario porque el edificio que se construirá es nuevo de punta a punta y porque espacialmente no tiene relación alguna con el teatro original. Una ampliación sería la extensión de uno o varios espacios como el vestíbulo, la platea o los palcos. O de los camerinos, la cafetería o los vestuarios. La obra proyectada, y que fue motivo de un concurso internacional, es simplemente un edificio anexo presentado incorrectamente como una ampliación.

2. Modernizar el escenario. Una modernización sería lo que ya se hizo con los palcos al quitarles el papel de colgadura o con la platea al redistribuir y cambiar la silletería. Pero con el escenario no vamos a ver ninguna modernización sino una demolición total de lo que había para hacer algo tan nuevo como el edificio motivo del concurso: un escenario y una tramoya nuevos desde los cimientos. Para matizar el hecho de haber destruido la caja escénica original y para demostrar que la novedad era indispensable, la argumentación se ampara en la supuesta voluntad del finado Pietro Cantini, quien “siempre consideró que el lote era demasiado pequeño”. Es probable que Cantini también se haya quejado porque no le dieron un lote en la Plaza de Bolívar o una manzana entera para hacer un edificio exento, como en Milán o Buenos Aires. Pero le dieron lo que le dieron y el teatro quedó como quedó. Según algunos expertos locales en música y teatro, la caja escénica podría haberse quedado como estaba por otros cien años. Y para los que vemos el teatro como una pieza arquitectónica, debió haberse quedado así por doscientos: intervenido y mejorado hasta donde lo permiten los principios de conservación patrimonial que buscan respetar la integralidad de ciertos edificios. El escenario bien pudo haberse «ampliado» y «modernizado», sin necesidad de haber evaporado la pieza original.

3. Respetar el Stella. La tercera de las inversiones de significado dice que el nuevo edificio le hará “la venia” al Edificio Stella, un edificio de la década de 1940 que también está protegido patrimonialmente. El truco está en aprovechar la condición “patrimonial” del Stella para desviar la atención que presenta la desmesura del edificio vecino al Stella, el de la Universidad Autónoma de Colombia –que no es patrimonial y que además tiene un añadido irreglamentario– para tomarlo como referencia de “empate”. Es curioso cómo para el Ministerio, algunas “casuchas” de la vecindad no merecen concesión alguna y demolerlas es un deber patriótico, mientras el edificio de la Autónoma merece todos sus respetos. Se trata de un edificio que bien podría desaparecer o por lo menos quedar rebajado en tres pisos de altura. Sin embargo, no se menciona la Autónoma sino el Stella porque el exbrupto de la Autónoma sirve para desviar la atención de otros dos exabruptos: la demolición secreta de la caja escénica y la acomodación a la fuerza de un programa de nuevos usos que sencillamente no cabe en el lote.

4. Un centro de producción teatral autosostenible. Dejando de lado la inaudita desaparición de los elementos patrimoniales producidos por la destrucción de la caja escénica, saltan a la vista la sostenibilidad económica de la obra y la supuesta planeación estratégica que fundamentó la audaz decisión de demoler el escenario tradicional para construir uno altamente sofisticado y varias veces más grande. A través de Arcadia nos han informado que la idea es hacer del Colón un gran teatro de producción propia y autosostenible, dotado con una nueva escena del tamaño y características del Teatro alla Scala de Milán (año 2002, arquitecto Mario Botta). Dicen los comunicados que el Colón pasará de ser un teatro que se alquila a diferentes empresarios que promueven sus propios eventos, a una empresa que autogenera sus propias producciones. En otras palabras, que la amortización entre los costos de producción de un evento y la venta de boletas correrán por cuenta del teatro. Si consideramos que el aforo del Colón es de 900 sillas, contra las 2.800 que tiene la Scala, habría que vender la boletería al triple del precio o triplicar el número de funciones. Pero quedémonos con un ejemplo local: el de la “La Octava Sinfonía de Mahler” interpretada por cerca de 400 músicos en escena en octubre de 2011 en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Esta magnífica presentación ilustra la dificultad de emular un gran teatro: se trató de una súper producción en la que el equilibrio entre las 1.745 sillas de aforo y el costo del evento –con la ayuda del Estado y algunos patrocinios– se logró en una sola función. A esta limitación habría que añadir la dificultad de enfrentar los inconvenientes para ubicar toda la orquesta, proporcionados por la relativa estrechez de los 14 metros de la boca del Jorge Eliécer, comparados con los inalterables 10 metros de boca del Colón. Parecemos estar frente a una exacerbación parroquial cuyo fundamento descansa en los consejos de unos asesores dexcontextualizados, pero expertos en acústica.

5. Polémicas y grandes cambios. Hablando de desinformar y tergiversar las cosas, las “polémicas” no son como informa Arcadia por “sobrecosto y demoras en la entrega” sino por detrimento patrimonial cultural. Y “el gran cambio” tampoco es como lo minimiza Arcadia –»el reemplazo de la tradicional lámpara del Teatro”– sino la desaparición de la caja escénica.

Mientras siguen las pautas de opinión y mientras la Delegada para Asuntos Civiles de la Procuraduría se informa para decidir si se trata, o no, de la misma ligereza administrativa y del mismo tipo de maltrato patrimonial, el Ministerio no se detiene y nos informa en El Tiempo, una vez más, lo mismo que dice para cualquiera de sus intervenciones: que el proyecto es una maravilla y que todo lo que han hecho es como la Operación Jaque.

 

Juan Luis Rodríguez

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Notas de Medellín: “La ciudad más innovadora del mundo”

Enero 15 de 2014

No hace mucho, alguna entidad internacional proclamó a Medellín, Colombia, como la “ciudad más innovadora del mundo”. Es claro que semejante título tiene un carácter semi-deportivo y es un halago para las entidades administrativas y cívicas de la “capital de la arquitectura en Colombia”, otro de tantos títulos o campeonatos ostentados por lo que se llamó también la “Bella villa del valle del Aburrá”. Las innovaciones están por doquier en Medellín, especialmente en su infraestructura, sus espacios públicos y sus edificios culturales, y hasta en “Colombiamoda”, lo cual haría merecido el título mencionado. Pero también hay otras innovaciones, accidentales o hechas a conciencia, que son más discutibles o muy lamentables. Estas notas se refieren solamente a dos de ellas y no pretenden dar una idea panorámica del fenómeno presuntamente innovador en Medellín.

I

LA BIBLIOTECA DE DRÁCULA

Estamos totalmente equivocados quienes escribimos críticamente en contra de la arquitectura de la biblioteca pública, cuyo diseñador, el arquitecto Mazzanti, es una de las instant celebrities mediáticas en esa profesión en Colombia. No menos errados están quienes lo defienden de los ataques de aquellos que no aceptan como verdaderos los cuentos de hadas sobre la moda arquitectónica de revista y/o de aquelarre profesional (i.e. Bienales, etc.). Unos y otros hemos prestado a esa obra, desde hace unos 5 o 6 años, una injustificada atención y le hemos otorgado una importancia o validez profesional, política o social que ciertamente no tiene. Es otra obra más y punto. Lo que sus panegiristas aclamaron como un hecho histórico fundamental en la arquitectura colombiana no pasa, luego de una evaluación seria a los 6 años de edad de la obra, de ser otra anécdota más en el alud innovador, imitador, publicitario o como se quiera, característico de la época presente. Conviene, entonces, reducir a verdadera dimensión la muy galardonada (¿?) edificación pública, que no pasa ciertamente de ser un forzado intento de empacar una “bibliotequita” (según algún crítico extranjero) convencional y modesta, en un envoltorio sensacionalista que nada tiene que ver con el discreto contenido del mismo. Nada de estos malabares formalistas va más allá de una primera impresión sublime –y por lo tanto, imitable, i.e. copiable– o de latente engaño por factor sorpresa, según si el observador es un crédulo estudiante de arquitectura o un desprevenido ciudadano común.

Lo singular de este caso es un show limitado exclusivamente al exterior del edificio, planteado en términos de rudo contraste con el complejo y difícil contexto urbano de los barrios periféricos medellinenses. No hay que olvidar, además, que los jurados de bienales y otros eventos profesionales similares son muy dados a dejarse llevar por la corriente de la moda, de “lo último”, de la “innovación” intrascendente o la provocación audaz. ¿Acaso las bienales de arquitectura no son para consagrar el último desfile de modas? Y que, con razón o sin ella, abundaron las acusaciones de plagio o copia contra el arquitecto Mazzanti, cuando lo cierto es que esa vergonzosa e innecesaria discusión se refería exclusivamente al forro o revestimiento de su biblioteca, del cual se dijo, en serio y no como una broma de mal gusto, que simulaba, mal que bien, “rocas” gigantescas. La obra “original” de la cual tomó presuntamente su inspiración el autor de la biblioteca España en Medellín parece ser, también, un divorcio total entre contenido y contenedor, tema muy de “vanguardia” actualmente. Se supone que esto es una rebeldía ideológica contra la relación estrecha que, en el ideario racionalista debe tener la arquitectura, entre espacios interiores y fachadas. Es obvio que imitar, “recrear”, “evocar” o “reproducir” algo que no pasa de ser una máscara no tiene ni mayor gracia ni demasiado mérito. Es simplemente otra de actitudes formales posibles en ámbitos profesionales y académicos donde “todo vale” y el ego arquitectónico no tiene límites o se puede inflar a cualquier presión. En esto, curiosamente, las fantasías de moda bordean de cerca la total banalidad.

Bajo el sol brillante de fin de año en el valle del Aburrá o a través de la contaminación atmosférica que nimba las comunas de la capital de Antioquia, la presencia de los “empaques de regalo” de la biblioteca España se destacan como golpe en un ojo. Obtrusivas sí son esas engañosas formas huecas, pero ¿para  qué lo son? ¿Para gritar “aquí estoy yo” en términos constructivos? La monumentalidad pretenciosa es inherente a las obras sublimes de la humanidad, pero en obras del tercer renglón, más anecdóticas que otra cosa, resulta grotesca o inadmisible. Es bien posible que lo que busca hoy en día la vanguardia arquitectónica sea precisamente eso, dar golpes visuales y ambientales para seguir manteniendo presuntas ventajas profesionales y mediáticas. Para estar con “lo último”, o para continuar para ciertos arquitectos esa imagen de seres superiores y de artistas dotados de poderes misteriosos. Al fin y al cabo, detalles más o menos, esa es la historia de la profesión de arquitecto desde el siglo XVII en adelante y, aun antes, la de constructor. Para no traer a cuento la ingeniería.

Foto de Germán Téllez

El contexto urbano donde se localiza la Biblioteca España. Nótese el Metrocable y el efecto visual de “hematoma” del edificio cultural. Cada quien puede sacar de estas imágenes sus propias conclusiones.

En reciente visita a Medellín, el espectáculo era aun más sorprendente que de costumbre: la biblioteca estaba cubierta en gran parte con un tétrico sudario de malla plástica de tono fúnebre que se agitaba al viento como algún acento ominoso en una de las versiones televisivas o cinematográficas de Drácula. ¿Estaría quizás vestida de luto por la arquitectura moderna? Prosaicamente, no era una decoración para producir pavor o un gesto carnavalesco sino la protección tendida para evitar la caída de lajas de pizarra sobre techos y cabezas de vecinos en torno a la biblioteca. Esto en razón de un continuado proceso de deterioro tecnológico iniciado el día de la inauguración de la obra, pues según la revista SEMANA (23/12/13): […] a la obra le han llovido críticas por las deficiencias constructivas y de acabados [sic] que no han podido hacerles [sic] frente a las fuertes lluvias y vientos de la zona. Los desprendimientos […] del enchape han sido un problema recurrente desde el comienzo pero en abril y agosto de este año se agudizaron sin causa aparente y en áreas más grandes […]. En suma, a la biblioteca le llueven críticas y llueve dentro de ella. ¿Será que construir bonito ya no es lo mismo que construir (o diseñar) bien? ¿O que el desplante formal o innovador se viró cruelmente contra sus propios creadores por cuenta de sus flaquezas o ineptitudes tecnológicas?

Foto de Germán Téllez

Aspecto exterior de la biblioteca el 28 de diciembre de 2013, desde el barrio adyacente con los sudarios negros colocados, alterando increíblemente su apariencia.

Foto de Germán Téllez

No falta quien piensa seriamente que el sarán negro “favorece” a la Biblioteca España, dado que suaviza y le da movimiento (con el viento) a los duros contornos de las falsas “rocas”. Dice la sabiduría popular: dime cómo vistes y te diré quién eres.

Inevitablemente, el abigarrado e inquietante contexto urbano de las comunas ha venido adquiriendo a través del tiempo cierta inevitable consolidación, sorprendentemente homogénea. La biblioteca España hace caso omiso de esa homogeneidad o del barrio en torno suyo, al igual que el Metrocable, otro cuerpo extraño urbano, probablemente muy necesario, en su vecindad. La poderosa estética de los barrios periféricos de Medellín, resultante de la lucha social por la supervivencia pero inaceptable para un código de valores formales o ambientales altoburgués o académico, ha ido creando un nuevo mundo urbano donde las formas y las usanzas no son ciertamente aquellas de los racimos de edificios de apartamentos y centros comerciales que se apiñan y se obstruyen unos a otros en las laderas de El Poblado.

La verdadera vanguardia arquitectónica y social de Medellín está en estos laberínticos conglomerados, parientes lejanos en el tiempo y la distancia de las barriadas de ciudades asiáticas antiguas e innumerables y de los cinturones de miseria en torno a las urbes coloniales africanas o de los imperios lusitano o hispánico. Ese mundo urbano, construido sin la intervención del medio académico que produjo, entre muchos otros, al arquitecto Mazzanti, ha venido consolidándose, adquiriendo mal que bien su propio repertorio formal y ambiental, en una singular continuación de la historia urbana del mundo entero. La áspera propuesta de la biblioteca España hace figura desafiante, como una especie de “barra brava” arquitectónica en un medio hostil, a cualquier gesto formal “innovador”, populista o bien, faltaría decirlo, lleno de buenas pero impositivas intenciones de modernidad. ¿La biblioteca sería, por ventura “linda” y la barriada en torno suyo, “fea”? ¿O viceversa? No hay que olvidar que el sentir popular hace constantemente calificaciones así, con lúcido y tajante simplismo.

Foto de Germán Téllez

Las fotografías de la Biblioteca España publicadas en los medios extraen invariablemente el gesto arquitectónico de su contexto urbano, para que luzca como si fuera construida en un desierto y no en una precaria ladera de Medellín. Esa realidad urbana, claro, sigue ahí. Las modestas construcciones frente a la pretenciosa arquitectura de la biblioteca pública son la realidad socioeconómica y la vida mismas, y lo que hay al otro lado de la calle el relumbrón cultural.

De las lajas de pizarra escogidas por él, dice el propio autor del diseño en SEMANA: […] tal vez se trate de materiales de poca calidad o de defectos en la construcción y la instalación de los materiales [sic] […] los problemas no tienen que ver con ese material sino con empates de la cubierta que no quedaron bien construidos (¡!). Singular defensa de su labor de arquitecto, por decir lo menos. Las estructuras metálicas que soportan esas lajas dejan interiormente unos extraños abismos de separación de gran altura entre las dependencias de la biblioteca propiamente dicha y el caprichoso disfraz de aquellas. Esos impensables y profundos zanjones están poblados de riostras o amarres metálicos entre el edificio mismo y su apariencia exterior y pueden causar vértigo en quien se asome desprevenidamente a ellos. Pero lo que en el fondo es un vistoso y agresivo intento de “hacer presencia cultural”, resulta ser también un parcial pero notable éxito populista. Por supuesto, tener una biblioteca es mejor que no tenerla, leer libros es mejor que no leerlos, cultivar el espíritu es mejor que ir a fútbol…

Foto de Germán Téllez

Interior de la Biblioteca. Fotos de arriba hacia debajo de los vertiginosos abismos entre la estructura portante de los envoltorios del edificio y las dependencias de la biblioteca, la cual tiene estructura y muros propios, aparte del show formal exterior de su “vestido” arquitectónico.

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  II

EL EXCONJUNTO RESIDENCIAL “SPACE”

En la luz mañanera de El Poblado, los grumos desgarrados de concreto y los espaguetis de acero que supuestamente los “reforzaban”, colgando, torcidos y arrancados por la caída de la parte más elevada del “conjunto” residencial con el pretencioso apodo (¿de algún aventajado publicista?) de “Space”, hacen dolorosa figura en medio del placentero contexto urbano de El Poblado. Este es, en efecto, el polo geográfico y social radicalmente opuesto a las comunas periféricas de la ciudad. Turistas, trotadores, paseantes, se detienen ante la colina de escombros que segó vidas humanas y prestigios profesionales a granel y disparan una y otra vez sus cámaras digitales. Al fin tienen algo patético y horripilante qué contar, además de las platitudes familiares y las tonterías gráficas que inundan su mundo visual digitalizado. Esa escena como de ciudad europea en la II Guerra Mundial, o Beirut o Trípoli décadas más tarde, no es producto de un bombardeo o un combate sino, muy seguramente, de la inepcia y la irresponsabilidad de un grupo humano relativamente poco numeroso, a la sombra de una fracasada materialización de tecnologías quizás más obsoletas que innovadoras. Lo que tanta gente registra en sus cámaras (lo que las exime de observar cuidadosamente el ominoso espectáculo que tienen en frente y de reflexionar sobre este) es una estructura que, en su actual mutilación destructiva, sigue dando una inescapable impresión visual y sensación técnica de extrema fragilidad, sinónima en este caso de involuntaria o intencional  construcción deficiente.

Foto de Germán Téllez

Ruinas del exconjunto SPACE. El letrero blanco, abajo, advierte: Prohibido parquear y detenerse en esta zona. Este es un llamado a que todos se detengan o circulen por allí a paso de tortuga para ver y fotografiar el desastre con mórbido interés.

Es de suponer que las investigaciones en curso o ya realizadas puedan establecer explicaciones claras, exentas de medias verdades técnicas, de jerigonza tecnológica acusatoria o defensiva, para esta tragedia anunciada por alarmantes síntomas de fragilidad estructural, de grotescas deficiencias constructivas, de letal chambonada al diseñar, calcular, presupuestar, construir, supervisar, intervenir, promover y vender un edificio para vivienda de burguesía media-alta. Imposible olvidar el patético, tardío y letal intento de los contratistas de la construcción del “Space” de detener con remedios muy parciales el inevitable colapso total que en efecto ocurrió. ¿Cómo estaba hecho un edificio que requirió esas inútiles y desesperadas “reparaciones” a poco tiempo de ser terminado? ¿Era ése un intento de curar cáncer con analgésicos?

Foto de Germán Téllez

Detalle de los pisos intermedios en el punto de empate entre las torres 5 y 6. La continuidad (no había juntas de dilatación) entre estas era tan frágil que la torre 6 no logró en su caída arrastrar consigo a la 5, creando un efecto de dominó aún más catastrófico.

Foto de Germán Téllez

La “nueva” culata (medianería) occidental de la torre 5 del SPACE. Un curioso muñón estructural en primer plano.

Las preguntas se agolpan ante esas nubes de polvo de cemento que la brisa de El Poblado levanta de la pirámide de escombros y sacude de los pisos del tramo adyacente al que “presentó renuncia” fulminantemente: ¿cuál y cómo es la suma de errores, descuidos, trampas, engaños, falsedades, irresponsabilidades, ignorancias, inepcias, ambiciones, etc. para que se produzca tamaña autodestrucción? ¿Cómo es el cuento de la resistencia inherente a una forma curva en planta, tal como las hay a porrillo en la naturaleza? ¿La alarmante esbeltez de los pisos altos de la torre más encumbrada del “Space”, de veras fue producto de la intención de aligerar al máximo la carga muerta colocada al extremo del mayor brazo de palanca posible en el esqueleto portante del edificio? El “Space” perdió la batalla de la supervivencia, la estabilidad o la durabilidad, creando una nueva clase social de desplazados. Quien invade una colina en Medellín para sobrevivir no es quien va a adquirir un penthouse en el Poblado. ¿Cuáles fueron los criterios de cálculo para tan inestable engendro? ¿El de la máxima economía en estructura y cimentación? ¿El de la obtención de una extrema área rentable o vendible? ¿Qué se hizo en este caso el tan cacareado código (y tan lucrativo negocio) de la resistencia sísmica promovido por productores de cemento, calculistas interesados en obtener el mayor beneficio posible de su trabajo y curadores teóricamente dispuestos a engrosar presupuestos de construcción a la luz de disposiciones reglamentarias de muy discutible eficacia? ¿Sería lo mismo el contenido de los cálculos del edificio autodestruido que lo que aprobó algún curador, y esto, a su vez, lo que el constructor levantó en la obra? La historia no es, decía Bárbara Tuchman, lo que hubiéramos querido que ocurriera sino lo que ocurrió. Ojalá las investigaciones técnicas respondan nítidamente a estas cuestiones. Y que nadie torne a decir, como sádica justificación, que también en otros países se caen edificios, estadios, puentes, centros comerciales.

El “Space” (Espacio, en spanglish) es un tétrico recordatorio: parece que no todo está bien en los reinos de la arquitectura, la ingeniería y la construcción y mucho menos en el del negocio de construir y vender.

 

Textos y fotografías de Germán Téllez
Arquitecto AIA, SCA

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Bogotá Hoyos viuda de Calle

Diciembre 12 de 2013

No solo es frecuente: en el caso de Bogotá es permanente la inconformidad de los ciudadanos con su ciudad, especialmente en los temas de movilidad y seguridad. Aclaro: con Bogotá, porque no la consideran su ciudad. Los bogotanos habitan una urbe que sienten desconocida y extraña. Por eso las quejas se producen contra una entidad abstracta y ajena, y sus falencias les irritan pero no les duelen. Viven en un entorno que les es hostil, que no entienden cómo funciona –o mejor dicho como debería funcionar, pues de hecho no funciona–, y al no entenderla no pueden apropiarla y sentirla suya.

El primer paso para que la ciudad sea adoptada por sus habitantes es que desde niños nos expliquen que ese complejo urbano en el cual vivimos nos pertenece a todos, su buen uso es nuestro derecho y su buen manejo es nuestra responsabilidad. Voy a intentar una explicación elemental de la ciudad –y en especial de la calle– para los niños que no la reciben y los grandes que, cuando niños, no la recibieron.

El hombre es un animal gregario. Se unió con otros semejantes para cazar mamuts y defenderse de depredadores –incluyendo grupos de su especie– y conformó tribus. Al volverse agricultor, y por lo tanto sedentario, se fabricó su primer refugio y se convirtió en constructor. El crecimiento de la tribu exigió una organización social elemental que partía de un principio de autoridad, una asignación de tareas colectivas y una repartición de oficios y actividades.

Los primeros poblados se formaron entonces con construcciones elementales destinadas a vivienda. Posteriormente, y con la repartición de actividades, las construcciones se especializaron y funcionaron como recintos de uso privado que se relacionaban con sus vecinos a través de los espacios residuales entre construcciones. Estos espacios residuales en tierra fueron los primeros espacios públicos. En la medida en que los poblados crecieron, las construcciones se volvieron más ordenadas y definitivas, y los espacios públicos se convirtieron igualmente en espacios organizados y permanentes. Así nacieron calles y plazas.

El aumento de población implicó aumento de casas y calles y los poblados se convirtieron en estructuras más complejas que se fueron adaptando a las nuevas exigencias de la sociedad. Aparecieron nuevos espacios públicos abiertos (plazas, foros, parques, coliseos) y cubiertos (termas, mercados, bibliotecas) que conformaron, junto con los edificios de vivienda y servicios, lo que hoy conocemos como ciudad. En términos más amplios, la ciudad no es solamente la infraestructura física: incluye su población con su cultura y sus complejas redes sociales.

El espacio público por excelencia fue y sigue siendo la calle. Por ella circularon pastores y rebaños, carruajes y cabalgaduras, y fue la cuerda que cosió bohíos y palacios hasta convertirlos en ciudad. La invasión del automóvil con su agresivo cuerpo de metal y su peligrosa velocidad obligó a repartir los espacios de la calle entre vehículos y peatones, y aparecieron las calzadas y los andenes. El desarrollo de nuevas tecnologías y materiales (especialmente el concreto armado y el ascensor) permitió la aparición de edificios altos a lado y lado de las viejas calles de la aldea. Y las jóvenes ciudades se hicieron densas.

Pero esa misma densidad exigió mayores desplazamientos dentro de la ciudad, por las mismas calles que la vieron crecer, y aunque se construyeron vías mayores en la periferia, la movilidad en el centro se vio afectada por las angostas vías originales. Ampliarlas era la solución pero esto implicaba, irónicamente, demoler las antiguas casas y los grandes y costosos edificios que habían causado su saturación: solución valiente que solo ciudades como París, con un gobierno autárquico como el de Napoleón III y un urbanista arrojado y de corazón duro como Haussmann, pudieron acometer oportunamente y arrasaron con lo que fuera necesario. La renovación urbana no tiene corazón.

La imposibilidad de seguir construyendo nuevas calles al mismo nivel, y de paso destruir el patrimonio construido, obligó a pensar en adecuar otro nivel que no afectara la valiosa arquitectura: aparecieron los trenes subterráneos, o Metros, para mover pasajeros masivamente. Pero el tráfico siguió en aumento y algunas ciudades, como Los Angeles, optaron por un tercer nivel elevado para construir autopistas urbanas que absorbieran el tráfico pasante.

Veamos la historia de Bogotá. La ciudad se saltó la primera etapa –la de bohíos desordenados– pues Gonzalo Jiménez de Quesada la fundó aplicando el trazado de damero estipulado por las Leyes de Indias para todas las ciudades de la colonización española. Las primeras calles sirvieron no solamente para el tráfico incipiente sino además como espacio para juegos de niños y socialización de adultos; pero progresivamente se hicieron insuficientes y los alcaldes de los últimos cincuenta años se dedicaron a hacer estudios para el Metro, enterrado, a nivel y elevado –uno por cada alcalde–, pero ninguno fue capaz de iniciar las obras diseñadas por su antecesor. Peñalosa propuso como solución el sistema de transporte masivo a nivel, –Transmilenio– paliativo que al poco tiempo fue superado por la creciente demanda.

Entretanto, el excesivo uso no previsto de la malla vial acabó en los últimos veinte años con el pavimento, sin que ningún alcalde se decidiera a repararla. Como si esto fuera poco, cerramos con broche de oro el ciclo de burgomaestres indiferentes al tema de la calle, con un ladrón y un inepto.

Las calles están regresando a su condición primigenia de piso en tierra y pronto veremos circular nuevamente pastores y rebaños, carruajes y cabalgaduras. La mejor manera de usar la calle es no usarla y permanecer en nuestras casas, ajenos al uso de esa ciudad que nos pertenece pero no podemos disfrutar.

Solo me resta expresar mis sentidas condolencias a Bogotá Hoyos viuda de Calle y sus resignados habitantes.

Bogotá Hoyos viuda de Calle

Bogotá Hoyos viuda de Calle

 

Willy Drews

Todas las fotos son cortesía de Francisco Pardo

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Crucero para el Parque Bicentenario

Noviembre 26 de 2013

. . . Y todavía hay gente que piensa que el Parque Bicentenario es el producto de una mente genial que se ha ganado muchos premios; que los sobrecostos de la obra no tienen que ver con el cartel-carrusel de la 26 porque no la hicieron los Nule; que si el Ministerio de Cultura dice que todo bien todo bien es porque así es; y que Transmilenio está parado por cuenta de la necedad de unos habitantes de las Torres del Parque, empecinados en que la ciudad no progrese. . .  ¿Cómo no va a ser de este modo, si lo dicen El Tiempo, la W, Arcadia y todo el mundo?

Opiniones como estas lo único que prueban es que Charles Wright Mills le puso la cola al burro al diferenciar entre recitar opiniones y expresarlas, bien por escrito o por radio o en imágenes, con las que se impacta más y se ahorra tiempo. En este caso, la campaña publicitaria del “nuevo” diseño está basada en enganches de cajón como el del Maestro, tanto como en dibujos engañosos que demuestran lo que hubiera podido ser pero ya no puede ser, simplemente porque los niveles de las plataformas construidas no lo permiten; a menos, claro, que se demuelan, se hunda la vía y volvamos a empezar.

En las reuniones para ver cómo será la estrategia de medios para hacer públicas estas mentirillas, el problema se resuelve con un «tranquilos que’l papel aguanta todo». Entonces, como parte de la nueva estrategia para convencer al público a través de la prensa, viene la fastidiosa invocación al Salmona, el Maestro, como origen del proyecto. La falacia es muy simple: él tuvo la genialidad y nosotros, como sus discípulos, nos hemos limitado a desarrollarla.

Para los desinformados, lo primero que buscaba el poyecto de Salmona era “recuperar” la entrada principal de la Biblioteca Nacional sobre el Parque de la Independencia. Para logarlo había que modificar drásticamente los niveles de la 26 y las tuberías del acueducto. Si esto no se hizo –y ya es imposible hacerlo– por costos, por estética, por capricho o por el motivo que sea, ello no permite el abuso de reclamar una misma Idea. La nueva podría ser incluso mejor, pero no tiene nada que ver con la concepción original. Además, la plataforma propuesta por Salmona era una sola, continua e inclinada, y estaba localizada entre la Biblioteca y el Museo de Arte Moderno. Cubrir una vía no fure nunca la “idea” de Salmona, sino hacerlo de un cierto modo, que por si los publirreporteros no lo saben, no tiene absolutamente nada que ver con la “idea” que se desarrolló.

Hablando de ideas, y de burros, con ayuda de la columna Andrés carne de burro en El Espectador, propongo una salida para el estancamiento del llamado Parque Bicentenario. Empecemos por verlo así: ¿en qué se parecen la insinuación de Andrés Jaramillo –que una estudiante en minifalda está buscando líos– y la afirmación de la Ministra de Cultura al firmar una resolución culpando a los residentes de las Torres del Parque por no haber cumplido con un “deber constitucional”? Dicho de otro modo: ¿qué relación hay entre una estudiante que es tratada públicamente como una casquifloja y unas personas que por pedir que se respete un patrimonio urbano reciben tratamiento de infractores?

Se debe, estoy casi seguro, a que uno y otra se rigen por unas máximas similares. Una social que se resume en la pregunta: “¿usted no sabe quién soy yo?”; y una jurídica: “la mejor defensa es convertir al agredido en bandido”. Cuesta trabajo aceptar que alguien en su sano juicio pueda ser tan burro pero ahí estamos. Jaramillo ha hecho lo posible por sacar la pata pero la Ministra cada vez la hunde más, aferrada a que todo lo que hace el Ministerio no es legalizado sino legal.

Si de modificar el proyecto se tratara, y asumiendo que la Biblioteca Nacional ya se quedó así, yo estaría parcialmente de acuerdo con lo propuesto por “un grupo de arquitectos independientes” para remediar el impasse: tumbar dos o tres de las plataformas actuales y terminar el resto, y así evitar la invasión del Parque de la Independencia con rampas y jardineras superfluas. Además, invitaría al Distrito a incorporar al proyecto los parqueaderos de Inravisión y del MAMBo, para hacer que el parque empiece en la calle 24. También dejaría de llamarlo Parque Bicentenario y buscaría la forma de recordar que este sitio fue un bosque sagrado para los Muiscas.

Desafortunadamente, para un nuevo proyecto con las anteriores características necesitaríamos que el Ministerio de Cultura actuara como protector del patrimonio, lo cual es una quimera en manos de la administración actual, empeñada en salir de lo que se le ha vuelto una minifalda a la que identifican públicamente como la comunidad, y en privado como unas señoras desocupadas. Por eso, antes de hablar de nuevos planes necesitaríamos un doble giro: un cambio de Ministra y permitirle a la nueva que con fondos del Ministerio le regale a su antecesora un crucero por algún mar lejano.

Desde luego, andemás de otra Ministra necesitaríamos otro contratista, otro arquitecto, otros abogados y otros medios de comunicación. Pero lo fundamental es otra cabeza para la cultura, en cuyo cerebro esté claro que una de sus labores es proteger el patrimonio arquitectónico y urbanístico de la ciudad. Lo demás vendría por añadidura.

Mientras aparece esta nave del olvido providencial, asistiremos a más de lo mismo: abogados defendiendo el buen nombre de su cliente, eludiendo pruebas de inocencia y acusando al acusador; campañas publicitarias disfrazadas de información en la revista Arcadia; e inversiones del lenguaje como reclamar Detrimento patrimonial económico por haber invertido 17 mil millones en el Parque Bicentenario, en lugar de haber malgastado 17 mil millones en el Detrimento patrimonial cultural del Parque de la Independencia.

Juan Luis Rodríguez

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Falso Colón

Noviembre 7 – 2013

Según El Espectador, al proyecto ganador del concurso para la «ampliación» del Teatro Colón, le «Recortamos volumen y perdimos dos pisos de altura». No sabe uno si estamos ante un lamento o ante el reconocimiento de una virtud pero el hecho es que le bajaron dos pisos al proyecto. Está por verse si el recorte se llevará hasta el final o si en la entrevista de celebración dentro de un año nos enteraremos que «Hicimos todo lo posible pero no se pudo». Por lo pronto, asumo que el cambio se debe a que entre el Ministerio de Cultura y la Sociedad Colombiana de Arquitectos -SCA- entendieron que la forma urbana anterior era desproporcionada y corrigieron el encargo. Esperemos que así sea y que el nuevo teatro y la nueva sede para la Sinfónica de Colombia sean lo que se merecen la orquesta y el centro histórico. Un aplauso por el destello de sensatez.

También tendremos, en palabras de la arquitecta ganadora, un edificio contemporáneo porque «pensamos que respetar el patrimonio no es tratar de imitarlo[…] Tiene unas fachadas muy neutras y unos materiales muy sobrios. Son materiales durables en el tiempo, concreto, vidrio, madera, que no intentan parecerse al teatro sino darle valor». Esto ya no es sensatez sino sentido común. Que el lenguaje sea “contemporáneo” es lo mínimo que se puede esperar para evitar el pastiche.

Lo más sorprendente de la entrevista es la celebración del Edificio Stella: «por la parte de atrás nos ensamblamos con la Universidad Gran Colombia, a la que se le va a respetar el edificio Estela, que también es patrimonial». Así la morfología haya mejorado, no deja de ser una barbaridad tomar este edificio como punto de referencia, considerando que para cualquier transeúnte de la carrera 6 es evidente que la parte de atrás de la Catedral ya es bastante desproporcionada y que los edificios Stella y Universidad Autónoma de Colombia, comparados con la muralla colonial, son un par de alienígenas. El hecho en este caso es que la pared de la Catedral es una parte esencial del edificio, fue hecha hace siglos y tomarla como referencia hubiera servido al menos para dignificar el nuevo conjunto. Pero el Ministerio necesitaba camuflar el enorme volumen de la nueva tramoya, de modo que la mejor estrategia era sacar a relucir el valor patrimonial del Stella, olvidarse de la carrera 6 y omitir la vulgaridad de la Autónoma.

Lo que ya pasa de barbaridad a mentira es que el nuevo proyecto sea una ampliación del Colón. El teatro no se puede ampliar, más allá de lo que ya se amplió en capacidad a través del aumento de algunas sillas en la platea y de lo que se está haciendo con el nuevo escenario y la nueva tramoya. La «ampliación» será un nuevo edificio, sin más relación con el viejo teatro que una o dos puertas internas de comunicación. Una construcción aparte que funciona como un distractor para esconder la demolición de la caja escénica original: una obra en construcción, probablemente magnífica en términos teatrales, pero altamente cuestionable desde un punto de vista patrimonial por cuanto desfigura una parte esencial del edificio. En realidad, desfigura otra parte esencial, que se suma al turupe llamado «atrio» que modificó la fachada por la calle 10, como si se tratara de construir una casita de muñecas para la hija en el jardín de la casa.

En resumen, al Colón primero le pusieron un atrio y le recortaron la fachada, luego le «modernizaron» la platea y los palcos y después vinieron la demolición de la caja escénica, el nuevo escenario y la nueva tramoya. Hasta acá la ampliación. Luego, para parecer legales y tranquilizar la conciencia de sus «protectores», le hicieron un Plan Especial de Manejo y Protección -PEMP- de emergencia, con el fin de seguir adelante con el sueño de convertir el lote de la calle 11 en una sede de la Sinfónica. Así, vía concurso público internacional, organizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, lo que está en curso, además de la «ampliación», es la legitimación a posteriori de todo lo hecho hasta el momento, a través del concurso y de un PEMP extemporáneo. Una obsesión que obnubila al Ministerio, hasta el punto de no entender que una cosa es desfigurar un edificio patrimonial y otra cosa es construir un edificio contemporáneo al lado de un edificio patrimonial.

No se necesita alta matemática para comprender que una cosa sería hacer un diminuto edificio de seis pisos, en medio de torres de veinte pisos; y otra, hacer el mismo edificio en el pequeño centro histórico de Bogotá. En primer semestre de arquitectura se aprende que la proporción -no el lenguaje- es una cualidad de la arquitectura que se precia de ser respetuosa. También se aprende que hay arquitecturas para las que lo importante son la novedad y la singularidad, al costo que sea.

Por contraste, tratándose del Parque de la Independencia que sí merecía una «ampliación», al Ministerio en su afán de novedades le pareció legítimo autorizar la usurpación de un pedazo de éste para anexarlo al llamado Parque Bicentenario. Invasión que según el Ministerio, en su último intento por justificar lo injustificable, es culpa de los residentes de las Torres del Parque porque “no cumplieron con su deber constitucional de hacer un PEMP”.

En conclusión, con semejante Ministerio y con semejante gremio de arquitectos, todo indica que seguiremos en la era del pupitrazo patrimonial. Una vez más: con funcionarios así, para qué enemigos.

Juan Luis Rodríguez

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