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En inminente riesgo el Valle aluvial del río Bogotá

Diciembre 15 – 2011

Al cruzar la planicie, el río Bogotá configura una banda que constituye el centro del paisaje de la Sabana. El suelo de la vasta planicie desciende suavemente desde el oriente y desde el occidente hasta configurar el cauce. Las múltiples curvas y vueltas y revueltas que describe la corriente revelan cuán rigurosamente la gravedad fue señalando a las aguas la secuencia exacta de mínimas diferencias de nivel que les permitiera encontrar el mejor camino hacia el Salto de Tequendama y hacia el valle del Magdalena.

La tersura de esta topografía explica porqué, desde hace miles de años, el río se desborda en tiempos de lluvia, anegando una porción significativa de superficie a lado y lado de sus márgenes. Los muiscas, entendiendo lo inevitable, construyeron un sistema agrícola de canales y camellones que les permitía proteger las cosechas de la llegada de las crecientes, e incluso criar capitanes, aquellos peces que conocieron nuestros abuelos y hoy ya han desaparecido.

Ante la expansión exorbitante de Bogotá en las últimas décadas, estas áreas inundables han empezado a experimentar la presión de los urbanizadores informales y el apetito de los promotores inmobiliarios formales.

Con muy buen juicio, partiendo del estudio riguroso de la pluviometría y de las cotas históricamente alcanzadas por las crecientes, la ciudad definió el límite de dichas zonas inundables y declaró protegida la superficie comprendida entre este borde y las riberas del río, con el propósito de impedir edificar allí y al mismo tiempo no perturbar los importantísimos procesos ecológicos que ocurren en estas áreas. Como un elemento fundamental de la estructura ecológica de nuestro territorio, esta franja de anchura variable quedó incluida y bautizada en el POT de 2000 con el nombre de Valle aluvial del río Bogotá. Ya hacía parte del mapa de microzonificación sísmica de la ciudad elaborado por Ingeominas y la Universidad de los Andes en 1997, el cual establece las previsiones necesarias para cimentar las construcciones en los diferentes sectores de la ciudad.

Hoy nos encontramos ante el riesgo de que la Secretaría Distrital de Planeación haga recortes enormes de esta gran área en la revisión al POT que se apresta a aprobar y la entregue a la especulación inmobiliaria, incluso autorizando ya mediante decreto (113 DE 2011) unos determinados proyectos de urbanización y pidiendo a la EAAB que asuma la responsabilidad de realizar las obras que mitiguen los riesgos de inundación. Es decir, ¡autorizando que con dineros públicos se haga obras para adaptar unas tierras que permitan hacer negocios privados!

Como colmo de las contradicciones, el mismo decreto 113 reconoce que cada diez años habrá una posibilidad de inundación que fluctuará entre el 10% y … ¡el 65%! El candidato Jaime Castro lo durante su campaña a la alcaldía. Entretanto. la Contraloría ha empezado a investigar; la alcaldesa Clara López ha sido advertida, las lluvias arrecian.

¿Cuándo podremos pensar en una ciudad sostenible en la que intereses privados y bien público no se contradigan?

Mauricio Pinilla
Comisión de Sostenibilidad
Sociedad Colombiana de Arquitectos

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BD – ET – Bacatá

Diciembre 14 – 2011

El pasado 22 de noviembre, en el Museo del Chicó, asistí a un debate sobre el Bacatá Bogotá Downtown –BD-Bacatá– el rascacielos de 67 pisos que está por brotar en la calle 19 con carrera 5. Hubo dos presentaciones: una sobre la torre para hotel, vivienda, comercio y oficinas; y otra sobre los sótanos para parqueo y abastecimiento. Después de las presentaciones y las intervenciones, los asistentes quedamos con el mal sabor de un edificio que abusa en especulación, incumple las normas en exceso, no genera un centímetro adicional de espacio público, y sobrecarga, también en exceso, la ya saturada red vial de la zona. Para quienes consideramos que la torre de Avianca en el Parque Santander también está en el lugar equivocado, el día que la nueva operación de “renovación urbana” irrumpa en el perfil del centro de la ciudad, veremos el Avianca como un Hobbit.

La presentación de la torre (Willy Drews) nos ilustró ampliamente en seis aspectos: No cumple con el Plan Parcial obligatorio. No cumple con los aislamientos exigidos. No cumple con la altura resultante de aplicar las normas sobre aislamientos. No cumple con el índice de construcción. No pagó la plusvalía correspondiente a la mayor edificabilidad. Y para rematar, son múltiples las inconsistencias entre lo que dice el texto de la licencia y los planos aprobados. Lo que a mí más me sorprendió fue ver cómo se “inventaron” que la norma de aislamientos se puede “interpretar” para generar escalonamientos y aumentar la altura, como si estuviéramos en Nueva York.

Si algo ha sido claro dentro de la ambigüedad normativa bogotana es que el aislamiento se cuenta a partir del nivel del terreno, o a partir del nivel de la plataforma de empate con el vecino, cuando la hay, como en este caso. En realidad, la sorpresa no es tanto la propuesta de los especuladores, pues al fin y al cabo esa es su razón de ser, sino que la Curaduría se haya prestado para un estrujamiento tan forzado de la norma. Con semejante precedente, dentro de poco empezaremos a ver escalonamientos «creativos» por toda la ciudad.

Después de las tristezas de lo que se verá camino al cielo, la presentación de los sótanos (Juan Luis Moreno) nos aterrorizó con los problemas para los seis niveles de catacumbas que tendrá el edificio más alto de Colombia. Los parqueos están dimensionados a partir del Decreto 1008 de 2000 (dimensiones mínimas por cupo = 2.20 por 4.50 metros), en lugar de haberse dimensionado a partir del Acuerdo 20 de 1995 (dimensiones mínimas por cupo = 2.50 por 5.00 metros). Dejando de lado los problemas con los cupos para furgonetas y minusválidos, hay dos modos de afirmar que todo el parqueadero está mal dimensionado: uno es jurídico, en tanto el Acuerdo 20 de 1995 no ha sido derogado y es de superior jerarquía al Decreto 1008 de 2000, así este último sea posterior en el tiempo; el otro problema es funcional, pues a menos que uno tenga un Clío, un Aveo, o si a uno le ha ido muy bien, una Mini Cooper, la mayoría de los automóviles que se utilizan hoy en día no caben en un espacio de 2.20 por 4.50. Peor aún: como la estructura del edificio es de pantallas de concreto, y no de columnas, la mayoría de los cupos quedará encajonada entre muros, de manera que cada carro tendrá únicamente la posibilidad de abrir una puerta. Si la puerta es la de la conductora y ésta va de falda y tacones, mi solidaridad anticipada con la contorsionista.

Cualquiera de los incumplimientos, omisiones o contradicciones mencionados, debería bastar para una revocatoria de la licencia y la apertura de una investigación por presunta corrupción. No obstante, como el proyecto está aprobado por la Curaduría No. 4, siendo prácticos, o cínicos, que para el caso es lo mismo, todos intuimos que si la dirección a seguir es Paloquemao, para cuando la obra esté terminada habrá dos torres de altura similar: una torre en concre–vidrio, importada de España, en un lugar equivocado de la calle 19 de Bogotá; y otra torre de folios amarrados con piola, acumulando apelación sobre apelación, en los juzgados de Paloquemao.

Los problemas que generará ET Bacatá se desprenden de unos pocos principios equivocados. Tres para ser exactos: 1. Querer ser lo que no se puede. Esto es, querer ser como Nueva York, sin metro ni Central Park, y sin una norma para escalonamientos. 2. Utilizar las normas que no se debe. Es decir, que si se tienen dos normas a disposición, utilizar la peor, para luego batirse a punta de hermenéutica jurídica con el que se atraviese, hasta que los opositores se agoten, o se quiebren, o se cumpla el vencimiento de términos. 3. Entre dos referentes, utilizar el peor. Así, en lugar de tomar como modelo un parqueadero, modelo años 50, como el del Centro Internacional, preferir los depósitos para carros, modelo años 80, de algún conjunto de vivienda en Cedritos. Una época sin consideraciones para minusválidos ni furgonetas de abastecimiento dentro de los parqueaderos. Una época en la que las camionetas tipo burbuja se llamaban mafionetas. Y una época que visualizaba un futuro automotor para el siglo XXI dominado por los descendientes de los Renault 4, 6 y 12, este último como carro de alta gama.

Un boca a boca callejero cobra especial vigencia para explicar este proyecto: lo que interesa a promotores y curadores es construir y facturar, respectivamente, la mayor cantidad de metros cuadrados. Para ello, como aprendí en el debate del Museo del Chicó, unos y otros dan lo mejor de sí para encontrar “el esguince jurídico”; al tiempo que la Curaduría da lo mejor de sí para satisfacer al cliente.

La buena noticia es que la Secretaría Distrital de Movilidad -SDM- está estudiando el caso. Si exige lo que debería exigir, el proyecto BD-Bacatá disminuirá necesariamente su área construida, por el sencillo motivo que si se acoge a los requerimientos que la ciudad necesita, no le cabrán los vehículos que el proyecto necesita para mantener su elefantiasis.

Es cierto que todo promotor tiene derecho a hacer negocios, y es apenas justo que el ET-Bacatá sea un buen negocio. También es cierto que todo negocio necesita límites, en especial cuando la ciudad tiene poco que ganar y tanto que perder. Para definir con claridad estos límites, y ante la laxitud de la Curaduría que le otorgó la licencia, confiemos en la SDM.

Juan Luis Rodríguez

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Inundaciones y Planes de Ordenamiento Territorial

Es necesario tener plena claridad sobre las causas de la inundación de la Sabana de Bogotá y sobre las razones técnicas que determinaron que las autoridades distritales, la CAR y el Ministerio de Ambiente permitieran el desarrollo de programas de vivienda de interés social en terrenos que hoy están inundados por el Río de la Sabana de Bogotá. Se deben identificar responsables. Después de escuchar por radio las declaraciones de la gerente de METROVIVIENDA hay que detenerse en el análisis de la responsabilidad. Es inaudito que una funcionaria de tan alto rango, por ignorancia o mala fe, endilgue a los Curadores Urbanos la responsabilidad de lo sucedido.

El Plan de Ordenamiento Territorial adoptado por decreto 619 de 2000 por la administración de Enrique Peñalosa y su Directora de Planeación Carolina Barco, dentro del marco de la Ley 388 de 1997 tiene información clave para ver algunas de las causas de la actual tragedia social. Entre los objetivos de esta Ley y los que persigue el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial estaban, y siguen estando, los de impulsar la construcción, promover programas de vivienda de interés social y disminuir el déficit existente en el país. Con ese objetivo y seguramente sin suficiente análisis, se permitió que el POT de entonces (decreto 619 de 2000) definiera como suelo de expansión, con destino al desarrollo de Programas de Vivienda de Interés Social, áreas claramente identificadas y delimitadas como amenazadas por inundación (ver planos No 25 –expansión-, No. 22 –VIS- y No. 4 –Amenaza por inundación-). Esa decisión, además de contrariar toda lógica, como lo ha demostrado de manera implacable la naturaleza, es violatoria del artículo 1º de la Ley 388 de 1997 que busca el ordenamiento del territorio enfatizando la prevención de desastres en asentamientos de alto riesgo. ¿Qué importancia tuvo para los redactores del POT esa norma y los artículos asociados al Área de Manejo del Valle Aluvial del Río de la Sabana de Bogotá?

En cuestión de responsabilidades deberemos acudir a los diferentes actores determinantes en la formulación del POT del 2000, en Bogotá y en los Municipios de la Sabana.

También se debe analizar el proceso de expedición de los Planes Parciales y las Unidades de Actuación Urbanística, instrumentos que según la Ley son el marco para el desarrollo eficiente de acciones urbanísticas, en las áreas de expansión, fundamentalmente. La formulación de los planes parciales y la determinación de cargas y beneficios asociados al desarrollo urbanístico de estos terrenos es competencia de la Administración Distrital, en cabeza de la Secretaría Distrital de Planeación. Se adoptan por decreto, luego de un amplio proceso de concertación en que el intervienen prácticamente todas las dependencias de la administración, destacándose para la época de la adopción del decreto 619 de 2000, el DAMA, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, METROVIVIENDA, el Departamento de Prevención y Atención de Emergencias adscrito a la Secretaría de Gobierno y, desde luego, el entonces Departamento de Planeación.

Es de anotar que los planes parciales deben asegurar “(…) condiciones de habitabilidad y de protección de la Estructura Ecológica Principal (…)” para dar soporte necesario a “nuevos usos urbanos”. A pesar de la importancia de estos instrumentos, el Ministerio de Vivienda y los constructores, so pretexto de simplificar su trámite, eliminaron el paso de los Planes Parciales por el Consejo Consultivo de Ordenamiento Territorial, cuyo concepto era fundamental desde el punto de vista macro y zonal del ordenamiento. Este Consejo habría podido introducir miradas más complejas que las de impulsar, a cualquier costo, programas de vivienda para cumplir con metas oficiales, o alcanzar niveles de rentabilidad en suelos que, por estar en sectores previamente identificados como inundables, eran inservibles para la urbanización.

En cuanto a la responsabilidad de los curadores urbanos en las actuales inundaciones debe entenderse como nula, ya que no son éstos los que formulan y adoptan el Plan ni quienes desarrollan las normas y mucho menos quienes intervienen en la concertación previa a la adopción por decreto de los planes parciales. Su función y responsabilidad se limita a verificar, a posteriori, que los proyectos puestos a su consideración cumplan con las normas y exigencias establecidas por Planeación Distrital y consignadas en los planes parciales según concertación adelantada por la Administración Distrital. Sólo cabría responsabilidad si expidieron licencias de urbanismo y construcción con violación del POT o sin la previa existencia de un plan parcial que lo autorizara.

No puedo terminar sin preguntar a la actual Alcaldesa designada y a su Secretaria de Planeación si la modificación del POT, cuya aprobación vienen presionando con tanto ahínco, contempla responsablemente el tema de las inundaciones del Río Bogotá y de sus impactos sobre las poblaciones de menores ingresos y cuáles son las previsiones y actuaciones urbanísticas que proponen. Igualmente sería interesante conocer el Concepto emitido por la CAR, la respuesta del Ministerio de Ambiente a las inquietudes planteadas por ésta y el concepto del Consejo Territorial de Planeación del Distrito, del cual esperamos los ciudadanos un claro pronunciamiento sobre la actual emergencia que vive la ciudad.

JAIME RODRIGUEZ AZUERO
EX-CURADOR URBANO No 1

Bogotá, D.C., diciembre 9 de 2011

bazarurbano@etb.net.co

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Tema para la cena: subir y bajar al Parque de la Independencia

Octubre 23 – 2011

El arquitecto Carlos Niño Murcia me envió estos dibujos como ilustración al artículo que publicó la semana pasada en este portal.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dentro de la falta de participación pública que caracteriza a los arquitectos, tomando tinto me “enteré” que Niño había sido invitado a opinar sobre el proyecto para el Parque del Bicentenario y que había estado «de acuerdo» con el proyecto del Instituto de Patrimonio.

Fui entonces a visitar al supuesto nuevo aliado del IDPC, para enterarme de primera mano de qué es lo que podía parecerle tan bien, sobre algo que a mí me parece tan mal. El diálogo no prosperó porque a los cinco minutos ya me había dicho lo que apareció en su texto, y que con mayor claridad expresan sus dibujos.

El caso se parece al de la Ministra de educación hablando de las múltiples consultas hechas a los estudiantes para legitimar la reforma educativa. Reuniones en las que se da un «debate» al que los inconformes asisten esperando ser oídos y tenidos en cuenta, pero al que los representantes del gobierno asisten para llenar un requisito reglamentario que luego les permita aparecer en televisión, diciendo que sí, que claro que hubo consulta, y todo quedó en regla.

El IDPC ya pasó por ahí, por el intento de legitimar lo ilegitimable ante «la comunidad», y ya declaró públicamente que se «incorporaron» las sugerencias al «nuevo» proyecto. Superado ese problema, hay que entender que la pobre Ministra no es la única que la tiene difícil, pues el pobre Director de patrimonio no solo tiene que legalizar el parque Bicentenario, sino además, el edificio de Fedegán en Teusaquillo.

Yo no aguantaría. Por un lado, los de Fedegán deben estarlo presionando cada vez más con el «lavado» de la nueva licencia en la curaduría. Y como si esto no fuera suficientemente duro de pelar, por el otro lado, las plataformas del parque están a punto de estar terminadas y el bendito proyecto ni siquiera tiene licencia. Y ya van a ser las elecciones. Y las vacaciones. Y hay que entregar el cargo al nuevo alcalde. La locura.

Entre tanto, mientras los abogados hacen su trabajo, invito al público interesado en expresarse por medio del dibujo, a enviar su versión de cómo bajar de un parque al otro, a partir de la sugerencia de Niño y de un par de fotos recientes.

 

 

 

 

 

 

 

 

Algo que entre arquitectos se hace con frecuencia mientras llega la comida en un restaurante, sobre una servilleta o un mantel de papel. Para el futuro, algo que le permita a las nuevas generaciones entender retrospectivamente lo simple que hubiera sido construir algo respetuoso con el Parque de la Independencia, por allá en la era de los carruseles.

Juan Luis Rodríguez

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Urbigrafia de un País

Al morir el dictador en 1935 y regresar a Caracas la operación cotidiana del gobierno, un país que empezaba a creerse rico notó que su capital era poco más que un pueblito, con apenas unos edificios de pastillaje guzmancista como piezas notables y una ya manifiesta tendencia a huir hacia el este, sin plan que ordenara la diáspora que sería su signo ni, hasta el día de hoy, acciones por parte de las autoridades encargadas de poner algo de orden ni de los ciudadanos que todos los días sufren y lamentan las consecuencias de aquellos y varios consecuentes desatinos.

Aquellos deseos de transformación generaron enfrentamientos entre los promotores inmobiliarios de la época hasta que, quizá por el sempiterno sueño caraqueño de parecerse a París, por la preeminencia eurocéntrica de la época, por pura safrisquería o por sus propios orígenes, se impuso la idea que promovía Luis Roche y se convocó a un equipo de urbanistas franceses, entre quienes estaba Maurice Rotival, para proponer una idea de la capital que podría tener el país que ambicionábamos ser. El eje de la propuesta del llamado “Plan Rotival” es una gran avenida, al modo de los Champs-Élysées, al sur del casco central, para lo que se debía demoler unas 20 manzanas, cosa que no importó demasiado a los habitantes de una ciudad cuya simpleza les avergonzaba y, a pesar de su espíritu conservador, evitaban conservar testimonios de su pobreza.

Con astucia, el Plan Rotival atiende la obsesión bolivariana de López Contreras proponiendo convertir la colina de El Calvario en un majestuoso mausoleo al Libertador como remate oeste de la nueva avenida (demasiado parecido en forma y desmesura al que ahora se construye al norte del Panteón Nacional para evitar comparaciones) y procede a las demoliciones necesarias sin que en realidad existiera, vistas las consecuencias, la necesaria convicción de ejecutar el resto del plan. Se deja en el corazón de la ciudad terrenos baldíos que, desde entonces y como ahora La Carlota, se ofrecen como apetitosa carroña a los distintos y sucesivos buitres que, ayer y hoy revolotean sobre este “valle zamuro” de la novela de Carmelo Pino.

El competidor inmobiliario de Roche vio en el cambio de gobierno y la evidente necesidad de rescatar el muladar que era El Silencio la oportunidad para proponer un desarrollo de vivienda popular que, aún el mejor ejemplo de intervención urbana que tenemos, serviría para minar, a la calladita y de hecho, anulando la posibilidad de concluir el Plan Rotival con el Mausoleo que tanto debe haber gustado a López Contreras, bloqueándolo (nunca mejor usada la palabra…) con uno de los más distinguidos edificios de la ciudad, el Bloque I de El Silencio, que con serena majestuosidad define la Plaza O’Leary. Aunque uno celebra que el fetichismo mítico-militar implícito en la propuesta del mausoleo se sustituya con un espacio cívico (aunque en realidad la tal plaza es fundamentalmente una redoma de tráfico), no dejan de ser curioso y no sé si soterrado o ancestral el metamensaje que implica dedicar un espacio civil a alguien que vivió asistiendo generales (primero Anzoátegui, luego Soublette, después Bolívar) hasta que Sucre lo ascendió a Teniente Coronel por sus servicios en Pichincha…

Unos pocos años más tarde, una nueva tachadura se suma a la “rectificación” del Plan Rotival.

 

El Centro Simón Bolívar y su notable entrecruzamiento de pasos peatonales y vehiculares sustituye la monumentalidad del mausoleo original por un par de torres que por años fueron el símbolo de la ciudad y seguramente nuestra imagen más viajera, llevando por el mundo en tarjetas postales los buenos deseos de locales y visitantes. También aquí y antes de que un par de torpes piezas de arquitectura descartable se anexaran hacia el este, una plaza habilitada posteriormente se nombra en honor de otro edecán del Libertador, Diego Ibarra. Varios años después, en el extremo oeste, se recupera un área de estacionamientos, entre los bloques norte y sur y con frente a la Avenida Baralt (la Plaza Caracas) y se instala en ella el busto colosal de la estatua que coronaría el descartado mausoleo y que, quizá, solitario, en las noches, mira con cierto alivio lo que el bloque deja entrever de la colina desde la que habría contemplado cada día el amanecer; hoy está ahí, apenas una cabeza, de espaldas a la sede de la institución que se dice dedicada a preservar la manifestación concreta de la voluntad popular en una democracia: el voto.

Y también de espaldas a otra estatua suya que también le da la espalda: el “Bolívar jugando bowling». a quien sólo se le ha visto divertirse un poco cuando Tunick, de modo que no faltó quien considerara sacrílego, lo cercó de cuerpos desnudos que disfrutaban la ciudad al natural, entre guardias y curiosos, mientras él los miraba de soslayo.

Quizá sí hicimos el mausoleo, aunque no lo hayamos notado; y lo llevamos dentro, encima, como una pesada piedra que nos pesa, en un nombre que repetimos desde la moneda hasta el aeropuerto, con una cara que nos mira en cada esquina con diferentes facciones de idéntica insolencia, tan decidida y profundamente grabado en nuestro interior que ya ni cuenta nos damos. Quizá, de alguna manera, somos el Mausoleo porque ya lo habitamos.

 

 

Los desolados terrenos de las manzanas vaciadas para construir la avenida que nunca fue, permanecieron así; y en persistente deterioro, olvidados por una ciudad que con igual indiferencia hacia el pasado, la misma intoxicación de presente e idéntica fruición por un futuro que daba por descontado y vendría por sí solo, construyó más al norte la “otra” avenida, la Urdaneta, llevándose, con mayor vitalidad, velocidad y eficiencia las casas cuyos portales copió Villanueva en El Silencio y haciendo aún más obvia la solitaria ruina del abandonado “gran eje monumental”.

Puede que por eso a nadie le haya preocupado convertir aquel paseo en autopista y, en medio del frenesí vialista, por años casi nos preciábamos de llegar “full chola” al corazón de la ciudad (claro, hasta que, como suele suceder con las vías sin continuidad, la veloz autopista se fue haciendo cada vez más ineficiente, congestionada, insufrible, y más frecuentes e infructuosos los ardides para evitarla); quizá por eso tampoco a nadie le importó que un edificio de vivienda popular (que se convertiría en hotel de lujo) bloqueara la ideal avenida para luego implantar su piscina disfrutando de la vista sobre el vacío circundante o que un edificio que terminaría siendo la inoperante sede de varios tribunales y oficinas parlamentarias quebrara la imponente simetría marcada por las torres que fueron emblemáticas.

Y florecieron propuestas de todo tipo.

 

 

 

 

 

 

Una, con jardineras hoy llenas de tierra y colillas de cigarrillo y el paradójico nombre de “Parque Central”, logró el apoyo del gobierno de turno, construyó sin pudor otro par de torres (más altas, sin consideraciones de perspectiva o marcación urbana, imponentes sólo por su insolencia e ingenio constructivo) como inicio de un plan de colosal colonización de aquellas áreas solitarias que también terminó decapitado cuando cambió el gobierno, pero dejó por siempre desbalanceado el perfil urbano de un espacio cuyo comienzo o final (depende en qué sentido se experimente) se desdibuja entre inmensos bloques anodinos, torres insolentes, muros ciegos de áreas de servicio y una inmensa tramoya decorada.

En el proceso, los terrenos baldíos habían servido de sede a casi cualquier tipo de construcción provisional, desde un parque infantil con ciertas actividades culturales, el histórico “Imagen de Caracas” coordinado por Jacobo Borges, una pista de patinaje sobre hielo y tarantines de buhoneros sucesivamente tolerados, instalados, eliminados y vueltos a instalar, casi épicamente, en el “Mercado Bolivariano de La Hoyada” y muchos mítines midiendo cuadras llenas de gente para demostrar poderío con el patetismo de un grupo de adolescentes discutiendo quién la tiene más larga…; y también a otras permanentes, como el edificio técnico de la CANTV y una nueva sede para la entonces PTJ, de la que sólo se construyeron los sótanos, luego transformados en Escuela de Artes Cristóbal Rojas, ahora sólo parcialmente escuela y mayormente refugio de damnificados.

 

El azaroso paso de los años hizo que otro proyectista captara la atención de otro presidente, Lusinchi, sobre estos espacios y apoyara lo que se llamaría el “Parque Vargas”, una propuesta de ordenamiento del sector que elaboraba una anteriormente desarrollada en el Instituto de Arquitectura Urbana por un equipo

dirigido por Jesús Tenreiro, con la asesoría de Kenneth Frampton y la participación de jóvenes que el tiempo demostraría entre los mejores arquitectos de su generación.

 

 

Confieso nunca haber entendido ni el apelativo de “Parque” (en realidad es un paseo urbano) ni la dedicatoria a Vargas, más allá del hecho de que Lusinchi también fuera médico y a pesar de la proximidad con Diego Ibarra, que intentó derrocarlo, pero agradezco tremendamente la “avenidización” de la autopista como demostración de la falacia de invocar las vías expresas como solución vial y, más allá de juicios de valor sobre su estética y su solidez como recurso de ordenamiento urbano, el valor de haber formulado una ordenanza de zonificación a partir de un elemento físico: una galería continua que definiría el frente de todos los edificios sobre el paseo y permitiría transitarlo de punta a punta bajo techo.

Lamento, sin embargo, que en lugar de asumir la necesaria intensidad urbana del lugar se haya optado, detrás de esa galería y hasta el frente accidental y descontroladamente desarrollado sobre las manzanas que no fueron demolidas por el plan inicial, por un vacío indefinido a ser ocupado, sucesivamente. por museos e instituciones culturales que la realidad ha demostrado no son ni tantos ni tan intensos como para dar presencia y carácter a tan amplia e importante espina urbana.

 

 

La Galería de Arte Nacional, diseñada por el mismo proyectista del conjunto, tiene una relación apenas tangencial con el paseo; de la galería conectora sólo se construyó un fragmento, entre la estación Bellas Artes del Metro y un paso subterráneo hacia Parque Central; la conversión de los sótanos del edificio de la PTJ en Escuela Cristóbal Rojas elabora su fachada a partir de la galería que unificaría todas las piezas, pero no así el Museo de la Estampa y el Diseño, una edificación, por decir lo menos, escueta; por años hemos visto vallas anunciando nuevas edificaciones y otras que las sustituyen con anuncios de otras que tampoco se hacen. Y la más reciente adición a esta colección de edículos (que tampoco incorpora la galería que imponía la ordenanza vigente al momento de ser proyectado) es lo que se dice será el Museo de Arquitectura

una suerte de fragmento de edificio lineal cuyos extremos parecen haber sido mutilados para caber en el terreno y una estética demasiado (torpemente) derivativa del trabajo de Glenn Murcutt para soportar el discurso de identidad nacional tan recurrido por su autor.

 

 

Quedó, sí, del “Parque Vargas”, para descontento de muchos y desdicha de la ciudad toda, la aparatosa y aún inconclusa cubierta del patio entre los dos edificios al este del Centro Simón Bolívar, envueltos en un diestro pero abigarrado conjunto de arcos, columnas, arquitrabes y otras simulaciones entonces de moda pero ya cansonas (¡es que el postmodernismo envejece muy cursi…!). La cubierta y el gran arco que la cerraría hacia el este adelanta el frente con una grandiosidad que disminuye hasta prácticamente ocultar las torres del Centro Simón Bolívar.

 

En su día, alguien llamó al autor “asesino de perspectivas”; como el lugar del crimen parece tener siempre un atractivo irresistible, quien calificó al otro de asesino busca ahora aniquilar lo que el primero hizo y subvertir su propuesta sin más análisis que el suyo propio y, presumo, el de sus allegados, con discrecionalidad que no por repetida podemos aceptar como condena.

Creo, sin embargo y a diferencia de lo que muchos han repetido, que habitar el mal llamado “Parque Vargas” con edificaciones de usos complejos que garanticen presencia humana a lo largo de todo el día es una estrategia acertada. Calificar de “ecocidio” la relocalización de áreas verdes abandonadas que hace apenas unos años se criticaban por ser asiento provisional de indígenas y/o indigentes no es sino otra demostración de la fragilidad del sentido crítico de un voluble conservadurismo que adopta, acomodaticiamente, causas que suenan bien por motivos que huelen mal.

 

Basta sentir el miedo que da transitar las desoladas aceras del Paseo para apoyar la urgente necesidad de acompañarlas con presencias humanamente activas y urbanamente enriquecedoras para darle verdadera vida a lo que hoy es no sólo una vergonzosa prueba de indolencia y abandono sino un riesgo real que sólo se asume por alguna necesidad imperiosa.

Y es que, tanto la aséptica explanada de Gómez de Llerena, como la estalinista celebración de Meléndez o la aplatanada propuesta de Sesto sobre los terrenos de La Hoyada demuestran, casi gritan, que un espacio tan neurálgico no puede resultar de la arbitraria cercanía al poder, ni que se pretenda bien intencionada, y que un lugar ciudadano tan importante tiene que ser objeto de un concurso público, muy probablemente internacional.

Y no es sólo La Hoyada.

Para enmarcar o definir el preámbulo de esa gran plaza debe contarse con buenos edificios urbanos, es decir, edificios que incluyan diversidad de usos, escalas, ocupantes y formas de ocupación y no los residuos edificados, ranchos con esteroides que venimos viendo y se pretende celebremos con orgullo disciplinar. Por la necesaria importancia y diversidad de esos edificios, ellos también deberían incorporar voces y autores diversos, escogidos de manera incuestionable y para desarrollar un plan que debería ser tan sabiamente consensuado como audazmente propositivo pero que, por lo menos, debe conocerse más allá de los límites de las oficinas que los controlan. La manida coartada del “eso siempre ha sido así” no fue válida cuando la criticaban quienes hoy la usan ni lo será nunca o nunca seremos más que otra escaramuza. Aunque resulte casi ingenuo alegarlo ahora y aquí, la ciudad es un proceso lento y complejo, en el que participan una diversidad de actores y, con frecuencia, varias generaciones; por eso, que el destino de un lugar urbano no lo decidan las autoridades municipales y metropolitanas electas para manejar estos temas es no sólo una aberración, sino inexcusable en quienes lo saben bien y se aprovechan de las prebendas que les da una circunstancia para hacer y hacerse de lo que de otro modo no habrían podido. Y eso tampoco lo ignoran; simplemente lo des-conocen…

Pero lo que más temo, vistas las evidencias en casos similares, es que la urgencia de demostrar resultados acelere los trabajos de deforestación de las pertinaces palmas y hoy frondosos árboles que lograron crecer y subsistir a lo largo del paseo, de algún modo protegidas por la desidia; y que se taladren pilotes, se excaven sótanos y se levanten estructuras que difícilmente estarán concluidas para octubre de 2012, cuando, parece, sus actuales paladines podrían perder el fuelle que hoy los insufla. Y, aún peor, que los nuevos gobernantes vean esas construcciones inconclusas con el mismo desprecio con que, desde hace casi ochenta años, se mira lo que otro intentó hacer en estos espacios y, sin siquiera revisarlas, las dejen ahí, abandonadas, cayéndose, como tantos restos que el tiempo ha dejado a lo largo de este basurero urbano que alguna vez animó los sueños metropolitanos de una capitalidad posible.

Quizá no existe monumento vivo, performance colectivo, palimpsesto visitable, ADN edificado, vergüenza social, desnudez públicamente indigente más categórica que esta herida que, abierta e infectada, corta la ciudad como un machetazo del que nadie se hace responsable pero en el que todos buscan aprovechar la ausencia de criterio, continuidad y transparencia.

No se me ocurre otra manera para iniciar su rescate, que es en buena medida el del país y de todas sus heridas abiertas, que suspender tanta pomposidad operática, el exceso de opulencia épica, le borremos el nombre de Bolívar a la avenida y el de Vargas al paseo, quitemos las estatuas de héroes reales o ideologizados y la hemorragia de placas falazmente conmemorativas, arreemos banderas y, luego de barrer un poquito, sencilla, humilde, decididamente, reconozcamos que esta cadena de coqueteos cortesanos debe llamarse “Espacio Nosotros”; pues nada de lo que allí pasa nos es ajeno y se agotaron las excusas para seguir tolerando más de lo mucho de lo que ya, por acción u omisión, somos cómplices desde hace casi ochenta años.

Y decidirnos a utilizar la fuerza de espejo de nuestras bajezas, temores y oportunismos que esta llaga nos espeta, si no para despertar, al menos para despabilarnos un poco…

P.S. Pido excusas a todos los autores de las imágenes utilizadas     cuya autoría no reconozco por desinformación o descuido.

 

 

Enrique Larrañaga

Octubre 12 de 2011

Publicado en reflejosurbanos.blogspot: URBIGRAFÍA DE UN PAÍS

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