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Se dice…

Ya se cumplieron más de nueve meses de la caída del bloque 6 del proyecto de vivienda Space, y este embarazo no ha producido el parto esperado de la publicación de los resultados del estudio que, sobre las causas del colapso, está haciendo la Universidad de los Andes. La torre 5 ya fue demolida y se dice que en este mes se demolerán las torres 1 a 4. Se dice que hay otros proyectos pendientes a los que habrá que definir un posible refuerzo o demolición: Continental Towers, Asensi, Mantuá, Colores de Calasania, Punta Luna y Acuarela Norte.

En varias ocasiones he expresado mi preocupación por el desconocimiento de estos resultados por parte del gremio de la construcción, sin los cuales es imposible tratar de identificar las medidas que arquitectos, ingenieros y constructores podamos tomar para que semejante tragedia no se vuelva a repetir.

Ante la imposibilidad de tener tan necesaria información, solo se cuenta con lo que se dice en corrillos y medios de comunicación (periódico El Tiempo y revista Semana). Trataré entonces de identificar las posibles causas del siniestro con los se dice, analizando cada uno de los eslabones de la cadena de la construcción.

El primer eslabón es el Arquitecto Proyectista. Se dice que el proyecto no cumplía con las normas de evacuación. Como lo dije en otra oportunidad, los edificios no se caen ni por feos ni por incómodos ni por poco funcionales ni por incumplir normas arquitectónicas o urbanísticas. Se dice que el arquitecto es quien propone la estructura –lo cual es cierto– y esta debe ser clara, lógica y eficiente. Pero es el Ingeniero Estructural quien asume, al calcularla, la responsabilidad de su estabilidad. Si la estructura propuesta por el Arquitecto es absurda o inviable, el Calculista debe decirlo.

El segundo eslabón es precisamente el Ingeniero Calculista. Se dice que él tiene que cumplir rigurosamente con todas las normas vigentes. Pero según El Tiempo, peritos de la Fiscalía aseguraron que las vigas no tenían refuerzos para evitar que se doblaran(…). Además que estaban muy apartadas entre si lo que hacía más débil el esqueleto del edificio(…). La obra estaba prevista para 22 pisos y los cálculos y diseños se hicieron sobre ese plan. Sin embargo, finalmente se construyeron 26 pisos(…). Hubo deficiencias y errores en los cálculos realizados por los ingenieros. Es de suponer que si se aumentaron cuatro pisos, se recalculó la estructura. Pero si hubo Deficiencias y errores en los cálculos,como se dice, esta sería la causa más probable del derrumbe.

La Curaduría Urbana es el siguiente eslabón. Se dice en El Tiempo que según declaraciones del Curador, La Ley 400 de 1997 determina en su artículo15 que el solicitante de la licencia puede presentar la revisión estructural a cargo de un ingeniero especialista en estructuras, que ejerza esa revisión y en la cual el curador solo tiene que chequear que se cumplan estos requisitos de la revisión. Yo no tenía que hacer esa revisión porque ya estaba hecha por un profesional idóneo y calificado para tal fin. Si esto es cierto, el proyecto aprobado cumplía con todas las normas vigentes y el Curador demuestra su buena fe, y se dice que quedaría libre de toda culpa. En caso contrario –el Curador reconoce que no hizo la revisión– tendría que responder por negligencia.

Si el Constructor –siguiente eslabón– ejecutó los diseños recibidos con sus especificaciones asumiendo que estaban bien, aplicando sistemas constructivos adecuados y utilizando materiales que cumplieran con lo estipulado, la construcción no sería la responsable. Pero si no fue así, y –se dice en El Tiempo– los peritos entregaron un informe con más de mil fallas(…). La fiscalía encontró que el concreto usado no se había dejado secar el tiempo necesario para alcanzar su máximo nivel de resistencia,la construcción compartiría la culpa del siniestro con los cálculos estructurales.

Finalmente se dice que el último eslabón, el Promotor –Lérida CDO– no estaba enterado de las fallas en los cálculos y eventualmente en la construcción, lo cual lo convertiría de victimario en víctima. En este caso no tendría una responsabilidad penal, pero civilmente tendría que responder económicamente ante sus compradores por vicios ocultos en la venta de las viviendas, cosa que –se dice– está cumpliendo. Se dice, sin embargo, que una propuesta de reconocer $2.400.000 por metro cuadrado fue rechazada por los compradores.

Las conclusiones del estudio de la Universidad de los Andes, al establecer las causas del siniestro, definirán automáticamente al culpable, quien –sea quien sea– deberá responder ante la justicia por el homicidio culposo de las doce víctimas, por el peligro de muerte de los habitantes del Space y, eventualmente, de los otros proyectos que amenazan ruina. Sin embargo, no hay ninguna garantía de que el juicio será justo estando en manos de una justicia penal que –tal vez por ser ciega– a veces es demasiado laxa y otras veces exageradamente castigadora.

Como ejemplo de una condena injusta tenemos el caso aberrante del ingeniero Andrés Camargo, ex director del Instituto de Desarrollo Urbano de Bogotá. Fue condenado a cinco años de cárcel por fallas en las losas de las vías del sistema de transporte masivo –TransMilenio–, un problema que no involucra mala fe, ni peculados, ni víctimas fatales. Se dice que su único delito fue confiar en los informes de los técnicos y en las recomendaciones de una prestigiosa cementera.

El 12 de octubre se cumple un año de la caída del Space. ¿Cuándo entregará la Universidad de los Andes el famoso estudio? ¿Cuándo hará público la alcaldía de Medellín el informe? ¿Cuándo se pronunciarán los gremios de ingenieros y arquitectos de Medellín? ¿Cuándo se resarcirá a los damnificados? ¿Cuándo castigará la justicia a los culpables? Se dice que nunca.

El último: se dice que Colombia necesita una reforma a la justicia. Lo que requiere es una reforma a la injusticia.

* Imagen tomada de El Espectador.

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Colapso

Febrero 27 de 2014

No fue un ruido sordo. Sonó más bien como si pasara un tren y rodaran piedras, y se interrumpieron súbitamente los sonidos cotidianos del barrio El Poblado de Medellín. En pocos segundos se restablecieron los sonidos cotidianos, y NN se asomó al balcón. La torre de apartamentos que veía todas las mañanas frente a su edificio, había desaparecido. En su lugar quedaban un montón de escombros, una nube de polvo que subía lentamente con olor a muerte, y el edificio vecino al desaparecido con la piel  desgarrada por donde se asomaban muñones de vigas y bordes de placas de concreto que simulaban costillas.

La torre 6 del conjunto Space, que –según había dicho la víspera el ingeniero calculista– tenía daños reparables y no había que desalojar, había colapsado. De nada valieron las afirmaciones del calculista ni el pretencioso nombre extranjero para evitar la docena de vidas perdidas.

El colapso de un edificio se produce cuando falla un eslabón en la cadena de la construcción. El eslabón del diseño arquitectónico ocupa uno de los primeros lugares en la cadena, pero su falla no produce colapso. Se puede decir que un diseño es feo, desagradable, incómodo u oscuro, pero por eso no se cae. Normalmente se cae por materiales de mala calidad, por errores en la construcción, por un cálculo estructural que no cumple con los códigos, por fallas en el terreno, por intervenciones posteriores que afectan la estructura, o por fenómenos naturales.

En este caso no hay síntomas de fallas en el terreno ni intervenciones posteriores y mucho menos fenómenos naturales. Quedan entonces tres eslabones cuya falla podría haber causado la rotura de la cadena: el uso de materiales de mala calidad, fallas en la construcción y una estructura que no cumplía con los códigos. Si fueron errores, su gravedad es tal que no se compadece con la experiencia del equipo de profesionales involucrados. La otra posibilidad, que prefiero ni pensarla, es haber construido la estructura sin cumplir con los códigos para ganarse unos pesos adicionales, poniendo en alto riesgo la vida y el patrimonio de cientos de familias. El estudio que adelanta la Universidad de Los Andes definirá las causas. Pero el daño ya está hecho.

Con el colapso del Space se partió en dos la historia de la construcción y colapsaron las esperanzas de cientos de compradores que habían entregado sus ahorros a una firma, que creían confiable, para darles un techo a sus familias; colapsó la confianza de los antioqueños en sus constructores; colapsó el mercado inmobiliario que se llenó de apartamentos que, por dudas sobre su estabilidad, se convirtieron en –como dice la canción– “cariños verdaderos” que ni se compran ni se venden.

NN no se volverá a asomar al balcón. Próximamente dejará su apartamento. Según noticia del periódico, su edificio fue declarado inhabitable.

 

Willy Drews

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El león, los cachorros, el huevo y la gallina

Febrero 13 de 2014

Cuando un león derrota al macho alfa y se convierte en el líder de la manada, lo primero que hace es matar a los cachorros del rey destronado para evitar que posteriormente lo derroten y defender su ADN. Los concursos de arquitectura se están convirtiendo en una masacre de cachorros de arquitecto.

Las armas para el exterminio están ocultas en las bases, en forma de condiciones que evitan la participación de los jóvenes. Una de ellas es la exigencia de un mínimo de tiempo de práctica profesional. Ejemplo real: 10 años. Esta exigencia parte del supuesto de que el arquitecto se ha capacitado y ha desarrollado su habilidad como proyectista durante este tiempo. Pero la realidad es que pudo haber estado dedicado a la agricultura y su experiencia es menor que la del profesional juicioso que ha dedicado sus primeros 5 años a la práctica del oficio. El primero puede participar en el concurso, el segundo no. Se valora la cantidad y se ignora la calidad.

La segunda arma es la obligación de garantizar una cantidad de metros cuadrados diseñados. Ejemplo real: 18.000 m2. Nuevamente la cantidad se impone. Firmas hábiles en mercadeo y publicidad con muchos edificios diseñados entre mediocres y malos pueden participar y a un joven arquitecto con un proyecto sobresaliente de 200 m2, ganador del Premio Nacional de Arquitectura –otro ejemplo real– le dan con la puerta en las narices.

El último intento para que los cachorros no lleguen a macho alfa es pedir que el participante demuestre que ha sido responsable del diseño de un proyecto similar al del concurso –una vez más la calidad está ausente– de un tamaño determinado. Ejemplo real: 2.500 m2. Y aquí entramos en el cuento del huevo y la gallina. ¿Cómo puede un arquitecto hacer su primer diseño si para esto le exigen un diseño similar anterior?

Todas estas exigencias están demostrando el interés de perpetuarse de los leones viejos, la creencia de que muchos diseños implican buenos diseños, y la desconfianza de los promotores en los jurados. Un buen jurado debe identificar al mejor proyecto –esa es su responsabilidad– sin saber y sin importarle si el diseñador ha desarrollado 10 o 1.000 proyectos, en 5 o 50 años de práctica.

La Opera de Sídney fue el  primer proyecto de Utzon en este campo, y cuando Aalto diseñó el sanatorio de Paimio no había hecho ningún hospital. Confiemos en los jóvenes que nosotros mismos hemos formado en nuestras escuelas y que suponemos que aprendieron a pensar y solucionar problemas nuevos. Démosles la oportunidad de poner sus primeros huevos y defendamos a nuestros cachorros. Ellos llevan nuestro ADN.

 

Willy Drews

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Giros lingüísticos para el Colón

Enero 22 de 2014

Justo en la última semana del 2013 tuvimos una novedad patrimonial importante: la Delegada para Asuntos Civiles de la Procuraduría convocó a una reunión con representantes del Ministerio de Cultura, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural y la Universidad Nacional. La invitación tenía dos temas: el Teatro Colón y el Parque de la Independencia. El tiempo sólo alcanzó para uno, así que mientras se abre el espacio para el otro, resumo los intentos del Ministerio para ocultar los enredos del Teatro.

1. Ampliar el Colón. El Ministerio presenta con orgullo su proyecto de “ampliación” del Colón para lograr una sede para la Sinfónica de Colombia y un centro de producción teatral autosostenible. La “ampliación” no pasa de un nominalismo publicitario porque el edificio que se construirá es nuevo de punta a punta y porque espacialmente no tiene relación alguna con el teatro original. Una ampliación sería la extensión de uno o varios espacios como el vestíbulo, la platea o los palcos. O de los camerinos, la cafetería o los vestuarios. La obra proyectada, y que fue motivo de un concurso internacional, es simplemente un edificio anexo presentado incorrectamente como una ampliación.

2. Modernizar el escenario. Una modernización sería lo que ya se hizo con los palcos al quitarles el papel de colgadura o con la platea al redistribuir y cambiar la silletería. Pero con el escenario no vamos a ver ninguna modernización sino una demolición total de lo que había para hacer algo tan nuevo como el edificio motivo del concurso: un escenario y una tramoya nuevos desde los cimientos. Para matizar el hecho de haber destruido la caja escénica original y para demostrar que la novedad era indispensable, la argumentación se ampara en la supuesta voluntad del finado Pietro Cantini, quien “siempre consideró que el lote era demasiado pequeño”. Es probable que Cantini también se haya quejado porque no le dieron un lote en la Plaza de Bolívar o una manzana entera para hacer un edificio exento, como en Milán o Buenos Aires. Pero le dieron lo que le dieron y el teatro quedó como quedó. Según algunos expertos locales en música y teatro, la caja escénica podría haberse quedado como estaba por otros cien años. Y para los que vemos el teatro como una pieza arquitectónica, debió haberse quedado así por doscientos: intervenido y mejorado hasta donde lo permiten los principios de conservación patrimonial que buscan respetar la integralidad de ciertos edificios. El escenario bien pudo haberse «ampliado» y «modernizado», sin necesidad de haber evaporado la pieza original.

3. Respetar el Stella. La tercera de las inversiones de significado dice que el nuevo edificio le hará “la venia” al Edificio Stella, un edificio de la década de 1940 que también está protegido patrimonialmente. El truco está en aprovechar la condición “patrimonial” del Stella para desviar la atención que presenta la desmesura del edificio vecino al Stella, el de la Universidad Autónoma de Colombia –que no es patrimonial y que además tiene un añadido irreglamentario– para tomarlo como referencia de “empate”. Es curioso cómo para el Ministerio, algunas “casuchas” de la vecindad no merecen concesión alguna y demolerlas es un deber patriótico, mientras el edificio de la Autónoma merece todos sus respetos. Se trata de un edificio que bien podría desaparecer o por lo menos quedar rebajado en tres pisos de altura. Sin embargo, no se menciona la Autónoma sino el Stella porque el exbrupto de la Autónoma sirve para desviar la atención de otros dos exabruptos: la demolición secreta de la caja escénica y la acomodación a la fuerza de un programa de nuevos usos que sencillamente no cabe en el lote.

4. Un centro de producción teatral autosostenible. Dejando de lado la inaudita desaparición de los elementos patrimoniales producidos por la destrucción de la caja escénica, saltan a la vista la sostenibilidad económica de la obra y la supuesta planeación estratégica que fundamentó la audaz decisión de demoler el escenario tradicional para construir uno altamente sofisticado y varias veces más grande. A través de Arcadia nos han informado que la idea es hacer del Colón un gran teatro de producción propia y autosostenible, dotado con una nueva escena del tamaño y características del Teatro alla Scala de Milán (año 2002, arquitecto Mario Botta). Dicen los comunicados que el Colón pasará de ser un teatro que se alquila a diferentes empresarios que promueven sus propios eventos, a una empresa que autogenera sus propias producciones. En otras palabras, que la amortización entre los costos de producción de un evento y la venta de boletas correrán por cuenta del teatro. Si consideramos que el aforo del Colón es de 900 sillas, contra las 2.800 que tiene la Scala, habría que vender la boletería al triple del precio o triplicar el número de funciones. Pero quedémonos con un ejemplo local: el de la “La Octava Sinfonía de Mahler” interpretada por cerca de 400 músicos en escena en octubre de 2011 en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Esta magnífica presentación ilustra la dificultad de emular un gran teatro: se trató de una súper producción en la que el equilibrio entre las 1.745 sillas de aforo y el costo del evento –con la ayuda del Estado y algunos patrocinios– se logró en una sola función. A esta limitación habría que añadir la dificultad de enfrentar los inconvenientes para ubicar toda la orquesta, proporcionados por la relativa estrechez de los 14 metros de la boca del Jorge Eliécer, comparados con los inalterables 10 metros de boca del Colón. Parecemos estar frente a una exacerbación parroquial cuyo fundamento descansa en los consejos de unos asesores dexcontextualizados, pero expertos en acústica.

5. Polémicas y grandes cambios. Hablando de desinformar y tergiversar las cosas, las “polémicas” no son como informa Arcadia por “sobrecosto y demoras en la entrega” sino por detrimento patrimonial cultural. Y “el gran cambio” tampoco es como lo minimiza Arcadia –»el reemplazo de la tradicional lámpara del Teatro”– sino la desaparición de la caja escénica.

Mientras siguen las pautas de opinión y mientras la Delegada para Asuntos Civiles de la Procuraduría se informa para decidir si se trata, o no, de la misma ligereza administrativa y del mismo tipo de maltrato patrimonial, el Ministerio no se detiene y nos informa en El Tiempo, una vez más, lo mismo que dice para cualquiera de sus intervenciones: que el proyecto es una maravilla y que todo lo que han hecho es como la Operación Jaque.

 

Juan Luis Rodríguez

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Crucero para el Parque Bicentenario

Noviembre 26 de 2013

. . . Y todavía hay gente que piensa que el Parque Bicentenario es el producto de una mente genial que se ha ganado muchos premios; que los sobrecostos de la obra no tienen que ver con el cartel-carrusel de la 26 porque no la hicieron los Nule; que si el Ministerio de Cultura dice que todo bien todo bien es porque así es; y que Transmilenio está parado por cuenta de la necedad de unos habitantes de las Torres del Parque, empecinados en que la ciudad no progrese. . .  ¿Cómo no va a ser de este modo, si lo dicen El Tiempo, la W, Arcadia y todo el mundo?

Opiniones como estas lo único que prueban es que Charles Wright Mills le puso la cola al burro al diferenciar entre recitar opiniones y expresarlas, bien por escrito o por radio o en imágenes, con las que se impacta más y se ahorra tiempo. En este caso, la campaña publicitaria del “nuevo” diseño está basada en enganches de cajón como el del Maestro, tanto como en dibujos engañosos que demuestran lo que hubiera podido ser pero ya no puede ser, simplemente porque los niveles de las plataformas construidas no lo permiten; a menos, claro, que se demuelan, se hunda la vía y volvamos a empezar.

En las reuniones para ver cómo será la estrategia de medios para hacer públicas estas mentirillas, el problema se resuelve con un «tranquilos que’l papel aguanta todo». Entonces, como parte de la nueva estrategia para convencer al público a través de la prensa, viene la fastidiosa invocación al Salmona, el Maestro, como origen del proyecto. La falacia es muy simple: él tuvo la genialidad y nosotros, como sus discípulos, nos hemos limitado a desarrollarla.

Para los desinformados, lo primero que buscaba el poyecto de Salmona era “recuperar” la entrada principal de la Biblioteca Nacional sobre el Parque de la Independencia. Para logarlo había que modificar drásticamente los niveles de la 26 y las tuberías del acueducto. Si esto no se hizo –y ya es imposible hacerlo– por costos, por estética, por capricho o por el motivo que sea, ello no permite el abuso de reclamar una misma Idea. La nueva podría ser incluso mejor, pero no tiene nada que ver con la concepción original. Además, la plataforma propuesta por Salmona era una sola, continua e inclinada, y estaba localizada entre la Biblioteca y el Museo de Arte Moderno. Cubrir una vía no fure nunca la “idea” de Salmona, sino hacerlo de un cierto modo, que por si los publirreporteros no lo saben, no tiene absolutamente nada que ver con la “idea” que se desarrolló.

Hablando de ideas, y de burros, con ayuda de la columna Andrés carne de burro en El Espectador, propongo una salida para el estancamiento del llamado Parque Bicentenario. Empecemos por verlo así: ¿en qué se parecen la insinuación de Andrés Jaramillo –que una estudiante en minifalda está buscando líos– y la afirmación de la Ministra de Cultura al firmar una resolución culpando a los residentes de las Torres del Parque por no haber cumplido con un “deber constitucional”? Dicho de otro modo: ¿qué relación hay entre una estudiante que es tratada públicamente como una casquifloja y unas personas que por pedir que se respete un patrimonio urbano reciben tratamiento de infractores?

Se debe, estoy casi seguro, a que uno y otra se rigen por unas máximas similares. Una social que se resume en la pregunta: “¿usted no sabe quién soy yo?”; y una jurídica: “la mejor defensa es convertir al agredido en bandido”. Cuesta trabajo aceptar que alguien en su sano juicio pueda ser tan burro pero ahí estamos. Jaramillo ha hecho lo posible por sacar la pata pero la Ministra cada vez la hunde más, aferrada a que todo lo que hace el Ministerio no es legalizado sino legal.

Si de modificar el proyecto se tratara, y asumiendo que la Biblioteca Nacional ya se quedó así, yo estaría parcialmente de acuerdo con lo propuesto por “un grupo de arquitectos independientes” para remediar el impasse: tumbar dos o tres de las plataformas actuales y terminar el resto, y así evitar la invasión del Parque de la Independencia con rampas y jardineras superfluas. Además, invitaría al Distrito a incorporar al proyecto los parqueaderos de Inravisión y del MAMBo, para hacer que el parque empiece en la calle 24. También dejaría de llamarlo Parque Bicentenario y buscaría la forma de recordar que este sitio fue un bosque sagrado para los Muiscas.

Desafortunadamente, para un nuevo proyecto con las anteriores características necesitaríamos que el Ministerio de Cultura actuara como protector del patrimonio, lo cual es una quimera en manos de la administración actual, empeñada en salir de lo que se le ha vuelto una minifalda a la que identifican públicamente como la comunidad, y en privado como unas señoras desocupadas. Por eso, antes de hablar de nuevos planes necesitaríamos un doble giro: un cambio de Ministra y permitirle a la nueva que con fondos del Ministerio le regale a su antecesora un crucero por algún mar lejano.

Desde luego, andemás de otra Ministra necesitaríamos otro contratista, otro arquitecto, otros abogados y otros medios de comunicación. Pero lo fundamental es otra cabeza para la cultura, en cuyo cerebro esté claro que una de sus labores es proteger el patrimonio arquitectónico y urbanístico de la ciudad. Lo demás vendría por añadidura.

Mientras aparece esta nave del olvido providencial, asistiremos a más de lo mismo: abogados defendiendo el buen nombre de su cliente, eludiendo pruebas de inocencia y acusando al acusador; campañas publicitarias disfrazadas de información en la revista Arcadia; e inversiones del lenguaje como reclamar Detrimento patrimonial económico por haber invertido 17 mil millones en el Parque Bicentenario, en lugar de haber malgastado 17 mil millones en el Detrimento patrimonial cultural del Parque de la Independencia.

Juan Luis Rodríguez

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Carta a Harold Alvarado Tenorio de Germán Téllez

Octubre 23 de 2013

 

Carta dirigida al poeta Harold Alvarado Tenorio por el arquitecto Germán Téllez C. sobre su debate con el Ministerio de Cultura

 

Sr. Harold Alvarado Tenorio:

Leyendo el derecho de petición presentado por Usted a la señora Ministra de Cultura sobre el tema de los recursos presuntamente entregados para las bibliotecas, reales o ficticias, en el país, encontré pertinente expresarle lo siguiente: el rubro oficial para la finalidad anteriormente mencionada es poco menos que insignificante comparado con lo que puede ya haber sido o va a serlo para satisfacer los caprichos de la Ministra Mariana Garcés en el discutible campo de las intervenciones de relumbrón, de espectáculo como de farándula arquitectónica, bien a la vista de todos, en el patrimonio construido del país. Me refiero en especial a las dos más protuberantes hasta ahora, ambas en el centro de Bogotá: la acumulación absurda de dependencias oficiales en torno al Teatro Colón, disfrazada de “ampliación de servicios” (un saco presupuestal sin fondo, de interminables e interminados contratos de restauración, interventoría, estudios técnicos y científicos y quien sabe cuántas cosas más, algunos “licitados” originalmente con entidades fantasmas) y el malhadado proyecto “modernizador” de la nueva lumbrera mediática de la arquitectura en Colombia, el Sr. Giancarlo Mazzanti, para el Parque del Bicentenario, otro contrato de construcción indefinidamente prorrogable para la firma OPAIN, destructora del antiguo terminal de pasajeros del aeropuerto Eldorado.

En el recuento publicado por MinCultura sobre los logros (reales o ficticios) en el campo del patrimonio construido arquitectónico y urbanístico, cabría hacer preguntas similares a las que usted hace sobre la cuestión de los libros y las bibliotecas. ¿Cuántos y cuáles de todos esos edificios y lugares enumerados pero sin nombre y localización en el discurso de la Ministra han sido intervenidos acertada y eficazmente? ¿Cuántos lo han sido con buena dosis de “chamboneo nacional” o simple inepcia profesional? ¿Cuáles son y dónde se localizan? ¿Cuánto costó la elaboración y edición de gran lujo de un libraco del MinCultura que contiene una parte minúscula del patrimonio construido colombiano? ¿Cuál es la verdadera cara de un supuesto “plan de centros históricos” para todo el país? En esto habría que incluir el burdo pegote arquitectónico regalado a Popayán por el entonces presidente-finquero a manera de “Centro de Convenciones” para ser instalado en plena zona histórica de esa ciudad, de tan mala suerte en su historia de aportes oficiales construidos. O en el campo de la vigilancia sobre los espacios públicos de los “centros históricos”, los permisos al señor Carlos Mattos para vender automóviles coreanos al pie de las murallas de Cartagena o en el Parque de Caldas en Popayán.

Entonces ¿cómo es el asunto? ¿Cómo es la relación –si es que existe– entre la acción privada, independiente o simplemente local y la teórica supervigilancia del MinCultura sobre la preservación y manejo del patrimonio construido, si cuando hay de por medio grandes negocios es una y cuando no es otra muy diferente?

De todo lo que dice la Ministra Garcés (a quien no conozco personalmente y con quien no he tenido la menor relación profesional), ¿qué ha logrado el MinCultura en los 2, 20 o 50 últimos años? ¿Cuánto y qué corresponde verdaderamente a una acción oficial que ella pueda llamar como suya o “de MinCultura”? ¿Quién garantiza o puede comprobar la veracidad de la propaganda oficial? ¿Cuánto es real y verdadero de ese maravilloso panorama de conservación patrimonial en los años en los cuales ella y sus subalternos han sido dueños monárquicos de la “cultura”?

¿Cómo se explica que la Sociedad Colombiana de Arquitectos, una entidad gremial, consultora por ley del gobierno nacional, sea a la vez contratista del mismo y tenga toda clase de convenios con entidades oficiales, académicas y de otras clases siendo, por ello mismo, competidora de sus propios afiliados, a quienes pone automáticamente en desventaja en todo lo referente al patrimonio construido o urbanístico?

¿Con cuántos y cuáles concursos y con qué calidades y desarrollo de los mismos se han otorgado durante los dos últimos gobiernos contratos de diseño, construcción, interventoría, estudios técnicos o PEMPs por parte del MinCultura? ¿Beneficiando a quién y por cuánto? Un PEMP, además, ¿qué rayos es y para qué sirve? ¿Se trata de otro truco burocrático para justificar quincenas y crear más contratos superpuestos a los que ya hay de por medio?

Podríamos tardar horas en reunir todos los motivos de petición al MinCultura sobre el patrimonio construido, sin agotar el tema. En épocas anteriores se registró en el congreso una persistente reducción presupuestal a ColCultura primero y a la tarea de vigilancia y preservación del patrimonio construido, con el argumento de que la cultura no da votos. Y ahora viene esta plétora de anuncios de realizaciones, verdaderas o ficticias, con carácter electorero o no, con negocios turbios de por medio o inmaculadamente limpios, dependiendo de quién se refiere a éstos. Hubo dinero a raudales para un grotesco paseo a Washington para mostrar como un hecho cultural la venta callejera de minutos de celular, pero no para reparar y salvar de la ruina iglesias, casas de hacienda, fábricas en desuso y muchas otras clases de edificaciones más en lugares apartados, donde no llega la propaganda o la simple presencia oficial. Peor aún, sobra dinero para lo intangible, lo improbable, lo incomprobable o lo incontrolable. Para el baile, todo; para los libros, no mucho; para los edificios fuera de los caprichos ministeriales, casi nada.

¿Por qué nadie en el Congreso o en alguna otra entidad fiscalizadora ha preguntado nunca, en público, cómo se maneja el tema de la cultura en general y de la cultura patrimonial y urbanística en el país? En suma, a la Ministra y sus colaboradores, ¿quién los ronda?

 

GERMÁN TÉLLEZ C.

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