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Cuando toca recibir regaños

…toca. Por lo tanto, mi estimado Ricardo Daza, doy por recibido tu regaño. Pero aclaro:

Tienes razón al decir que mi escrito no es una crítica, es una simple opinión y Se trata de un comentario superficial de un Plan que Willy Drews no ha revisado, ni estudiado con atención. Mi opinión lo que buscaba era despertar conciencias dormidas y alentar discusión sobre el tema. Los artículos de Germán Téllez y Giancarlo Puppo, opiniones como la de Benjamin Gaitán y otros, y finalmente tu artículo –ese sí bien documentado– justificaron ya mi comentario superficial.

Al menos, en mi caso, no sé de donde sacaste Que Drews y Téllez consideren que las ideas de Le Corbusier no sirven para nada ­–que es un cuentero– y que están desactualizadas, no significa que lo estén. Ni lo considero ni lo dije. Este regaño te rebotó. Tampoco voy a caer en la ingenua frase relamida de que Le Corbusier era un buen arquitecto y un mal urbanista. Siempre he considerado a LC como uno de los grandes arquitectos de todos los tiempos –no un cuentero– y en mi escrito no doy ninguna opinión de él como urbanista. Lo que digo es que el proyecto para Bogotá se basa en un modelo de ciudad que me parece equivocado –el del CIAM– así como me parece equivocado el de Petro. Personalmente me parece que Le Corbusier urbanista está muy lejos de Le Corbusier arquitecto, así como considero que Agustín Lara, Armando Manzanero y Jaime R. Echavarría son mejores compositores que cantantes. Por los gustos se venden las calabazas. Qué le vamos a hacer.

Nos acusas a Germán Téllez y a mí de que Para ellos y otros (que solo lo comentan –en voz baja– por los pasillos de las facultades), lo mejor sería que no se vuelva a hablar más nunca de Le Corbusier y menos aún enseñar con las ideas y obras de ese Cuervo. Otro regaño que te rebota. Tanto nos interesa que se hable, que fuimos nosotros quienes pusimos el tema. Y no entiendo por qué dices ¿Que el Plan y Le Corbusier merecen crítica? Por supuesto que sí, como todo aquel que tenga el valor de exponer sus ideas públicamente. Y al mismo tiempo nos niegas el derecho a dicha crítica y a exponer nuestras ideas públicamente.

Te parece curiosa la argumentación de Drews: habla de un proyecto que no se llevó a cabo y a la vez le augura que habría sido una catástrofe. ¡Qué ave de mal agüero! ¿Cómo sabe que hubiera sido una catástrofe, si no se hizo? A uno no lo juzgan solamente por lo que hace sino por lo que piensa, lo que dice, lo que escribe y, en el caso de los arquitectos, por lo que dibuja. Si solo se pudiera hablar de lo construido, no sabríamos quienes fueron Sant’Elia y Piranesi. Para elucubrar de lo que pudo haber sido y no fue, bastan: algún conocimiento del tema, un poco de criterio propio y otro de imaginación. Aplicando esta fórmula es que yo opiné y sigo opinando –en primera persona– que la aplicación del famoso Plan Maestro habría sido una catástrofe y respeto la opinión de quienes creen lo contrario. No se necesita ser ave de mal agüero para sospechar que si Hitler hubiera ganado la guerra, habría sido otra catástrofe.

Finalmente nos retas cuando dices: ¿Se quejan de lo que no se hizo? ¿Por qué no se quejan más bien de la ciudad que sí se hizo, la que tenemos que vivir y aguantar hoy? Lamento que no hayas leído mis columnas en Arcadia: La abuelita fea, El patito feo, La fabula de la confabulación, El evangelio según San Petro, Concierto en Re mayor, Los arrasenos, y Petro y la hoja; mis artículos en Torre de Babel: ¡Indignaos!, Ataca Bacatá, Autojardin, Bogotá Hoyos viuda de Calle, Ciudades urgentes, El reinado de las Por Qués, Hace rato que no reto, La ciudad equivocada, La ciudad pintada, La guerra de las falacias, Movilidad y compatibilidad, Sobre avisos y andenes, y Tres modelos de ciudad; y el artículo Región Bogota 2038 publicado en El Tiempo. Igualmente, lamento no conocer lo que tú hayas escrito sobre esta ciudad que compartimos y sufrimos diariamente.

En aras de discutir y sacar a flote los temas de arquitectura que nos atañen e interesan, mi estimado Ricardo, acepto –como dice una canción mexicana– la forma en que me riñes, y espero tener en el futuro la oportunidad –como dice otra– de disfrutar algunas veces tus regaños. Pero que sean justos.

Entretanto, un abrazo.

* Le Corbusier en la bahía de Saint-Tropez, en 1938. Imagen tomada de The Charnel-House.

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A veces toca… responderle a Willy Drews[1]

Si alguna vez me pierdo, no me busquen en Bogotá.
Josep Quetglas

Le Corbusier tuvo grandes rivales, algunos de los cuales aún nos hacen honor con su presencia; los otros están muertos. Pero nadie mas ha manifestado con tanta fuerza la revolución arquitectónica, ya que nadie más ha sido tan larga y pacientemente insultado.
André Malraux

Willy Drews tiene razón está muy mal visto hablar mal del difunto. Me recuerda a André Bretón, quien propuso ir a las paradas de libreros junto al Sena para vaciar de libros algunos de los cajones, y meter ahí el cadáver de Anatole France y tirarlo al río: “hay que evitar que, muerto, ese cuerpo siga sacando polvo”, titulaba Aragón su escrito: “Ha abofeteado usted alguna vez un cadáver”… Pero Willy Drews no es André Breton (un surrealista), ni Le Corbusier es Anatole France (“un cadáver”, según los propios surrealistas).

Willy Drews, Germán Téllez y muchos otros –el número aumenta entre los arquitectos y profesores colombianos–, de seguro son de los que rezan para que el muerto de Le Corbusier no siga sacando polvo, sobre todo en las universidades bogotanas.[2] Para ellos y otros (que solo lo comentan –en voz baja– por los pasillos de las facultades), lo mejor sería, que no se vuelva a hablar más nunca de Le Corbusier y menos aún enseñar con las ideas y obras de ese Cuervo, que siga bien enterradito en Roquebrune – Cap-Martin y que de ahí no se despierte, solo faltaría ir a aliviarse sobre su tumba para que no levante ni pizca de polvo, o como recientemente han hecho algunos descerebrados, ir a Ronchamp a romper los vitrales de la iglesia, para desquitarse de todos los males que ha producido y provocado semejante “diablo de hombre”.[3]

Posiciones como éstas me recuerdan la de aquél profesor –de cuyo nombre no quiero acordarme– que prohibió la lectura de Karl Marx, no fuera a suceder que alguno de sus estudiantes se volviera comunista…. Prohibir a Marx o a Le Corbusier, sería tanto como prohibir a Nietzsche en una facultad de filosofía, aunque –en un país tan retrogrado como el nuestro– ciertas facultades, periodistas y políticos siguen prohibiendo autores,[4] en vez de tratar de comprenderlos en su real dimensión.

Supongo que para algunos profesores locales sí conviene hablar de Louis Kahn, Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto, pues esos sí son los buenos del paseo y de seguro buenos urbanistas. La discusión en Colombia está tan sesgada que aún hoy se sigue dividiendo –vía Zevi– a los arquitectos modernos: Aalto y Wright como los organicistas buenos; y Le Corbusier y Mies van der Rohe como los racionalistas malos; y trasladada al país del Sagrado Corazón: Cuéllar Serrano & Gómez y Obregón & Valenzuela son los malos, y Fernando Martínez y Rogelio Salmona son los buenos. Los que hacen rectas y cubos son racionalistas que hay que condenar y los que se arriesgan con diagonales y curvas sinuosas son organicistas que hay que alabar. Vaya simplificación y lectura miope de la arquitectura. Refleja la misma polarización que vive el país, incapaz de comprender –como dirían los propios surrealistas– que pueden haber prácticas artísticas en donde la razón y el sentimiento actúen simultáneamente.[5] Polarización que no hace más que perpetuar la posición ochocentista que pretendía separar la razón de la imaginación.[6]

Dice Willy Drews en su “perspicaz diatriba”[7] contra Le Corbusier que lo que hizo su propuesta

[…] fue arrasar con las viviendas actuales y remplazarlas por cajetillas de cigarrillos de 15 o más pisos alineadas en riguroso orden militar, y separar funciones como lo exigía el CIAM: habitar, trabajar, cultivar el cuerpo y el espíritu, y circular. Desaparecía la calle —espacio público por excelencia— con su mezcla de funciones y actividad permanente, y —como lo demostraría       posteriormente Jane Jacobs— generadora de cafés que se rebelan y se salen del local para recibir al transeúnte que quiere ver y que lo vean, sería reemplazada por desoladas extensiones de prado separadas por vías que aíslan una actividad de otra. La vivienda en altura se proponía en términos de salud y no como generadora de relaciones sociales […]

Primero, el Plan Regulador nunca se hizo, por tanto no arrasó nada –y menos viviendas actuales–, fue una utopía, se quedo así, en un plan. Eso es tanto como condenar a alguien que no mató a nadie (suele pasar en Colombia: realismo mágico).[8] Segundo, el Centro Histórico de Bogotá ya ha sido en gran parte reemplazado por construcciones modernas, no precisamente hechas por Le Corbusier. Él proponía rescatar nueve manzanas que llamaba arqueológicas. Tercero, es un error la opinión generalizada de apoyarse en los modelos de la Ville Contemporaine y la Ville Radieuse y que desconoce el Plan de las 7V, el modelo de ciudad tradicional, implícito en las propuestas de Bogotá y Chandigarh.

Así que no entiendo la queja ¿Se quejan de lo que no se hizo? ¿Por qué no se quejan más bien de la ciudad que sí se hizo, la que tenemos que vivir y aguantar hoy?

Si al menos le hubiésemos hecho caso al urbanista suizo en proteger las escorrentías de los ríos y los humedades, en crear parques lineales o proteger al peatón del asecho de los automóviles, bien lo tendríamos. La invivible ciudad que tenemos hoy en día, la hemos hecho nosotros, sin el apoyo de Le Corbusier.[9] Para consuelo de algunos, ahí están las casitas coloniales, pero –como Atila–, la ciudad sí ha pasado por encima de su propia geografía, arrasándola.[10] Pronto ya no veremos los cerros.

Más adelante, Drews continua con su diatriba:

Lo que nadie se ha atrevido a decir es que la pobreza y la falta de voluntad política no permitieron desarrollar el ambicioso plan, y nos salvaron de una verdadera catástrofe que nos habría convertido en el ejemplo de la no-ciudad, producto de una planeación tan utópica como absurda.

Se equivoca. Muchos sí se han atrevido, empezando por German Samper, Rogelio Salmona,[11] o Pierre Francastel,[12] y críticas serias a Le Corbusier ha habido numerosas, las de Robin Evans, Colin Rowe y Fred Koetter, Josep Crosas y Françoise Choay y menos rigurosa la de Jane Jacobs,[13] e irónica la de Koolhaas; o Bruno Zevi que fijó una posición paradójica.[14]

Pero está claro que la de Willy Drews no es una crítica, es una simple opinión y como ha dicho el escritor, genio y poeta Fernando Pessoa: “una opinión es una grosería, así sea sincera”. Creo realmente en la sinceridad de Willy Drews.[15] Pero atención, una cosa es una descalificación a un personaje (como la que acabo de hacer –intencionadamente– en la frase anterior), otra una mitificación de Le Corbusier (la hay en nuestro medio), y otra muy distinta, análisis serios y atentos del Plan Regulador (no hay muchos).

¿Que el Plan y Le Corbusier merecen crítica? Por su puesto que sí, como todo aquel que tenga el valor de exponer sus ideas públicamente. Le Corbusier recibió cientos de críticas e insultos a lo largo de toda su vida y los sigue recibiendo de muerto –ya lo dijo Malraux–; fue el precio que pagó por querer trasformar el mundo y traspasar los limites regionales. De hecho, aquí estamos polemizando con dos expertos locales sobre el tema, que quieren liquidarlo –con sus cuentos– de una vez por todas.[16]

Pero atención, no confundamos el periodismo con la crítica. La crítica al Plan para señalar tanto sus aciertos, sus circunstancias, sus fallos, su actualidad, su repercusión, sus contradicciones, está por hacerse. Paradójicamente y a mi entender, quien mejor ha señalado las intenciones del Plan, no ha sido un colombiano, sino el arquitecto catalán Carlos Martí Arís.[17]

Pero es curiosa la argumentación de Drews, habla de un proyecto que no se llevó a cabo, y a la vez le augura que habría sido una catástrofe. ¡Que ave de mal agüero! ¿Cómo sabe que hubiera sido una catástrofe, si no se hizo? ¿Acaso es un augur? ¿Qué tal que le hubiera quedado mejor que la que tenemos? De hecho, Le Corbusier proponía que el Plan se hiciese en un periodo de más de medio siglo, lo cual no hubiera significado la destrucción –de un tacazo– de la ciudad (del pueblo) que existía, sino su transformación ¿Entonces de cuál destrucción habla? ¿la del 9 de abril? Según Drews, los políticos de turno, nos salvaron de la “no-ciudad”. ¿Es que acaso, la ciudad que tenemos es una “sí-ciudad”, que da ejemplo al mundo? ¿Ejemplo de qué? De violencia urbana tal vez…

“Catástrofe” es la que vivimos actualmente. Urbanamente Bogotá no es París, ni Berlín, ni Barcelona, ni Chandigarh, ni tan siquiera Brasilia.[18] De lo que no nos hemos salvado es de la ciudad alienada y segregada que tenemos, moldeada precisamente por todos los políticos de turno desde 1947. Pero para Drews, vamos a tener que darle las gracias a esos políticos (muchos de ellos, los verdaderos saqueadores de los dineros públicos), pues nos salvaron la vida al impedir el Plan.

Pero también puede ser que el párrafo de Drews encierre otro significado. Ese significado probablemente se encuentre en la negación de cualquier forma de utopía, “la no-ciudad, que él llama”.[19]

Probablemente Willy Drews y sus colegas vean con sospecha y desconfianza que un arquitecto-urbanista haya podido imaginar un modelo de ciudad,[20] que no sea literalmente la del tejido urbano preexistente, la manzana consolidada, abierta a la calle, perforada de patios, de calles pintorescas, resultante de la parcelación.[21] ¿Será que Willy Drews aún cree que solo con casas coloniales, calles de siete metros, manzanas de tamaño mediano y andenes de setenta centímetros,[22] se podía solventar la migración y el empuje de la ciudad hacia la metrópolis?

Por lo que sé, y según me contó recientemente Eduardo Samper de su visita a la India, en Chandigarh, a Le Corbusier, la ciudad no le quedó tan mal Según Samper sus habitantes viven tranquilamente y no son atropellados por los automóviles, pues la mayoría de ellos montan en bicicleta rodeados de árboles, libres del tráfico acelerado.[23] Y él mismo Eduardo se preguntaba sorprendido a su regreso, ¿será que nosotros los bogotanos no conocemos, ni vislumbramos otro modelo de ciudad?

En la “Arquitectura de los cognoscentes” de su libro La Gaya ciencia, imaginando un modelo de espacio anticlerical,[24] Nietzsche escribió en el invierno de 1881, “que se necesita de una vez la visión proyectiva de lo que ante todo falta a nuestras grandes ciudades”: “lugares silenciosos, amplios y dilatados para reflexionar”, lugares que den a “entender la elevación de la reflexión y el apartamiento”, lugares abiertos donde el hombre pueda pasear y meditar sobre sí mismo.[25] No dejo de pensar en los proyectos y propuestas urbanas de Le Corbusier cuando leo a Nietzsche.[26] Personalmente prefiero caminar entre prados, que estar encerrado en los conjuntos privados y enrejados que han propiciado ciertos arquitectos y urbanistas en Bogotá.

Es probable que con nostalgia colonial y republicana, algunos de nuestros más prestigiosos historiadores y arquitectos teman ver y entender otra forma espacial. Es decir, la aparición de la trasformación topológica del espacio urbano producto de la arquitectura moderna, como lo vislumbró el agudo Colin Rowe.[27] Pero lo más grave es que, con la misma nostalgia, se le achaque a esa trasformación todos los males –habidos y por haber– de la ciudad actual, como lo insinúa Drews.

Carlos Martí Arís:

Es frecuente encontrar entre las corrientes urbanísticas ligadas al ideario posmoderno un estado de opinión que tiende a atribuir todos los males de la ciudad contemporánea a la supuesta condición anti-urbana de la arquitectura moderna, como si las obras de arquitectura por el simple hecho de responder a criterios de forma característicos de la modernidad contuvieran el germen de un pecado original, que inevitablemente tuviera que acabar destruyendo las cualidades específicas de los urbano […] lo que resulta dudoso es que el cambio impuesto por estas condiciones de forma (edificios como piezas aisladas y espacio libre como vacío continuo) conduzca inevitablemente al deterioro y a la negación de cualidades y de los valores de los propiamente urbano […] En realidad lo que hacen los urbanistas modernos es reconocer el carácter ineluctable de ese proceso; tratar de comprender sus causas y trabajar a partir de datos, del mismo modo que la arquitectura moderna toma como datos que no cabe discutir la existencia de nuevos materiales o el posible empleo de sistemas constructivos alternativos a la construcción muraria. Desde este punto de vista, tiene poco sentido lamentarse por la perdida de hegemonía del sistema murario en la arquitectura moderna como de la perdida de continuidad del tejido edificatorio en la ciudad contemporánea.[28]

Así que los posmodernos no deberían lamentarse tanto por la perdida del tejido urbano existente ante el arribo del espacio vacío del urbanismo moderno,[29] como no nos estamos lamentando cada mañana por la aparición del Barroco frente al Renacimiento, o del Renacimiento frente al Gótico.[30] Lo inevitable, dijo aforísticamente Mies van der Rohe, sucede pese a todo.

De hecho, Germán Samper –quien en su juventud seguía los viajes de su maestro– en una ocasión visitó y dibujó el centro de la ciudad de Nancy y descubrió que allí, a través de una “sucesión magistral de espacios”, los habitantes pasaban cotidianamente de una experiencia medieval, a una barroca y luego a una renacentista, y nadie que yo sepa, se ha lamentado por ello. Todo lo contrario, alegra semejante experiencia episódica, narrativa, del paso –como por una máquina real del tiempo– de un espacio de un época determinada al espacio de otra, caminando en un corto instante hacia el pasado o hacia el futuro ¿No es eso lo que buscan los físicos y los astrónomos? Que vayan a Nancy, y que de paso lleven a algunos arquitectos locales para que puedan percibir lo que significa transitar de un estado temporal a otro sin añoranza pero con emoción.

Sumado a esto, también sería emocionante pasar en un momento presente, por ejemplo, a través de una calle angosta y una hermosa plaza de tradición española recintada, que nos vincula con el cielo y con nuestros antepasados, para luego toparse de golpe con una gran explanada abierta, vacía, indecible, donde se eleva un edificio en el centro acústico de su espacio (no en el geométrico),[31] abierto al horizonte, y que nos instala en sintonía con el medio natural que nos rodea, y que, en su silencio, nos hace meditar –como aventuraba Nietszche– ¿sobre nuestro propio destino?

Probablemente de lo que algunos sufren no es de nostalgia del centro tejido y sólido, sino de miedo al espacio vacío y continuo. Agorafobia. Miedo al “pasear por nosotros”, como diría Nieztsche, miedo a encontrase consigo mismo en espacios abiertos –sin consuelo divino–; o quizás miedo a otras formas de organización del territorio y de ocupación del espacio y de la propia vida. ¿O es que algunos todavía creen que, en el tejido edificado como sólido continuo están ya fijadas –de una vez y para siempre– todas las claves para solventar el empuje de la ciudad y la trasformación de la vida? Negar otras formas de aproximación al territorio, es negar la propia imaginación humana, la creación.

Pero no vaya ser que en Bogotá no tengamos –ni un espacio, ni el otro– y que se esté cumpliendo la sentencia de Le Corbusier cuando vislumbró que su Plan no se llevaría a cabo. Profetizó: “Bogotá seguirá pateando en su miserable destino”.[32]

Sé que es políticamente incorrecto en nuestro medio –mojigato y pasivo– entablar controversia con personajes prestigiosos, especialmente si están vivos. Pero a veces toca… pues como dice el refrán: hay que temerle más a los vivos que a los muertos.

Pero tal parece que éste muerto de Corbu, sí seguirá sacando polvo… aunque algunos no lo crean y otros no lo quieran.[33]

—————————-

[1] No acostumbro a escribir en este tono, pero está inspirado en el tono con el que Willy Drews y Germán Téllez escriben contra Le Corbusier, a pesar de todo, no logre imitarlos.

[2] Paradójicamente no es así en otros países y universidades, en ellos se estudia a Le Corbusier tranquilamente por su obra, por sus planteamientos, por la actualidad de su pensamiento. Sin el trauma que al parecer produce aquí en la Escuelas y en el gremio de arquitectos. “Foco de corbusianitis aguda”, las llama Germán Téllez –en sentido peyorativo y como si fuera una lepra o un virus que hay que exterminar–, por el hecho de que dos profesores de la Universidad de los Andes hablen de Le Corbusier. Yo de Germán Téllez revisaría mejor de qué Arquitecto se habla realmente en los Andes. Ahora bien, si dos o tres profesores hablan de Le Corbusier (me incluyo), pues que el resto de la amplia planta docente hable de otros arquitectos, no le veo el problema, tiene solución, se puede imponer en el Plan de Estudios.

[3] Opiniones sobre su vínculo con el fascismo o artículos de opinión sin sustento, generan este tipo de barbaridades, además de lograr la repulsión de los estudiantes por la obra del arquitecto.

[4] O quemando libros como el Señor Procurador.

[5] “Creo en una resolución futura de esos dos estados que son el sueño y la realidad, en una forma de realidad absoluta, de sobre-realidad, si se puede llamar así”. André Breton, Œuvres complètes I, París, Gallimard, 1988, p. 319.

[6] O la ingenua frase relamida de que Le Corbusier era un buen arquitecto y un mal urbanista. O la ingenua y reductora definición de que era un racionalista y un funcionalista: “Son hueras así las controversias entre quienes, periódicamente, van denunciando un Le Corbusier maquinista, funcionalista, disciplinado, y quienes van descubriendo sorprendidos un Le Corbusier poético y formal: la obra de Le Corbusier siempre ha tratado del tránsito indefinidamente reiniciado entre uno y otro estado, negando la oposición ochocentista, tan occidental y burguesa, entre razón e imaginación, a favor de una síntesis fundida entre ambas”. Josep Quetglas, Les heures claires. Proyecto y arquitectura en la villa Savoye de Le Corbusier y Pierre Jeanneret, Sant Cugat del Valles, Barcelona, Massilia, 2008, p.16.”

[7] Así califica Germán Téllez el escrito de Willy Drews.

[8] “En la editorial de la revista Proa de septiembre de 1955 se habla ya sin tapujos del ‘fracaso del Plan regulador de Bogotá’. Como señala el editorialista, las cosas han ido por otro camino: la extensión de la ciudad se ha revelado mayor que la prevista, el Centro Cívico se ha desplazado, las industrias tienden a ubicarse en las zonas más rentables para las empresas, las grandes avenidas se construyeron con otros criterios. En una palabra, las indicaciones del Plan Piloto se han incumplido, no se han realizado. Lo que, según la maliciosa expresión del editorialista, equivale a decir que le Plan ha fracasado. Curiosa argumentación ésta que permite afirmar que un proyecto no se ha llevado a cabo y a la vez hablar de su fracaso, o sea, achacarle la responsabilidad de lo sucedido”. Carlos Martí Arís, “La ciudad de la arquitectura moderna. El caso de Bogotá”, La cimbra y el arco, Barcelona, Fundación Caja de Arquitectos, 2005, p. 77.

[9] A diferencia de Drews y Téllez, Carlos Martí rescata del Plan; primero: “restituir las relaciones de acuerdo y sintonía entre la forma de la ciudad y su base geográfica”; segundo: “propiciar la presencia de parques lineales que penetren en el tejido urbano creando una red continua vinculada a los espacios naturales”; tercero: “reinterpretar el concepto de manzana como elemento mediador entre el edifico y la ciudad, incorporando la nueva escala de las intervenciones y dando relieve adecuado al tráfico rodado”; cuarto: “repensar la cuestión del nuevo centro urbano y su relación con los principales lugares públicos tradicionales de la ciudad”. Para Martí está claro que estos siguen siendo hoy, en buena medida, los problemas cruciales de la ciudad. Ibídem, p. 78. Para Drews ¿no?

[10] Los planteamientos de Le Corbusier sobre la protección del marco geográfico de Bogotá se adelantan en muchos años a la preocupación ecológica que ha ido creciendo en todas partes del mundo.

[11] La crítica de Salmona al Plan es más entendible en tanto él mismo lo estaba dibujado, además estaba aleccionado por la fuertes críticas de Francastel contra Le Corbusier.

[12] Francastel ataca ferozmente a Le Corbusier, pero en un apartado de uno de sus libros dice: “¿Quién fue el autor del trágico error? El ingeniero. ¿Quién viene a reparar esos desórdenes? El constructor. Me sorprendo a mí mismo escribiendo como Le Corbusier, pues hasta tal punto es irritante y fascinante ese diablo de hombre”. “La interpretación racionalista”, Arte y técnica en los siglos XIX y XX, Valencia, Fomento de cultura, 1961, p. 48.

[13] Si personajes de la talla de Borges, Alejo Carpentier, Walter Benjamin, Max Raphael, Paul Valery, John Berger o Orhan Pamuk fijaron su atención en Le Corbusier, es porque de seguro hay algo consistente en sus ideas y en su obra. Confío en ellos para hacerme un juicio crítico más certero sobre el arquitecto, que en la endeble y periodística crítica bogotana. Para ver una crítica a la crítica romántica de Jane Jacobs léase, Maurice Besset, “Le Corbusier 1945-1965”, La Torre, Revista general de la Universidad de Puerto Rico, Nº 52, enero-abril de 1966, p. 147.

[14] Véase una defensa de Zevi en: “El coloquio de Le Corbusier con la historia”, Ibídem, pp. 167-180.

[15] Se trata de un comentario superficial de un Plan que Willy Drews no ha revisado, ni estudiado con atención. ¿O será que ya revisó los numerosas borradores del Plan Regulador y leyó todos las cartas y pormenores del encargo? Le recuerdo que para tener un compresión seria de un proyecto o para analizar o descalificar una obra o a un arquitecto, es conveniente revisar los dibujos de proceso y sus circunstancias, y no únicamente quedarse con el plano final, en él solo se verá: “cajetillas de cigarrillos”.

[16] Que Drews y Téllez consideren que las ideas de Le Corbusier no sirven para nada ­–que es un cuentero– y que están desactualizadas, no significa que lo estén. De hecho, no lo están para Cohen, Quetglas, Oyarsún, Frampton, Monteys, Colomina o Wigley. ¿A quién le creo? ¿Quiénes son los desactualizados?

[17] Carlos Martí, “La ciudad de la arquitectura moderna. El caso de Bogotá”, opus. cit., pp. 73-78.

[18] Bogotá tiene unos fragmentos de sorprendente calidad arquitectónica y de adecuada solución a escala urbana intermedia, pero en su conjunto es un verdadero desastre. Pregunten a cualquiera en la calle.

[19] Según Eduardo Galeano, “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá ¿Entonces para qué sirve la utopía?”, para eso sirve, para caminar…”

[20] Un modelo de ciudad que no sale de la nada, ni que cae del cielo –como creen algunos–, sino que es resultado de la revisión sistemática que Le Corbusier realizó de las ciudades europeas desde los diecisiete años. Ahora bien, si quieren ver una crítica aguda –no romántica, ni prejuiciada- al modelo de ciudad planteado por Le Corbusier pueden leer: Josep Crosas, “Le Corbusier y las razones del deporte”, Massilia, 2004. Annuaire d’etudes corbuseennes, Barcelona, pp. 106-111.

[21] Que Drews no ha estudiado concienzudamente el Plan queda claro, pues no se ha dado cuenta que, lo que justamente hace Le Corbusier, es reinterpretar el concepto de manzana como elemento mediador entre el edifico y la ciudad, incorporando la nueva escala de las intervenciones.

[22] La generosidad de una ciudad se mide en el tamaño de sus andenes. Me parece que lo dijo Félix de Azua.

[23] ¿Les doy cifras de muertes por atropello de carros que hay diariamente en Bogotá?

[24] Probablemente similar al ambiente monacal y servil que existió a comienzos y mediados del siglo XX en Bogotá, y que se sigue respirando desde la colonia.

[25] Párrafo número 280 de Die fröhliche Wissenschaft (La gaya ciencia).

[26] En su juventud Le Corbusier fue un atento lector de Nietzsche. En su biblioteca personal se encuentran: Ainsi parlait Zarathoustra y Saint Janvier, suivi de quelques aphorismes. Para los que consideran que era un ignorante iletrado léase: Le Corbusier et le livre, Barcelona, Massilia. Associació d’idees, 2005.

[27] Carlos Martí resume así la argumentación de Colin Rowe: “a lo largo de la primera mitad del siglo XX, y de manera irreversible, la matriz urbana experimenta una radical transformación, en la que se pasa de un tejido edificado que actúa como sólido continuo, donde los espacios libres aparecen como figuras recortadas en una masa moldeable, a una construcción basada en objetos aislados y convexos que generan un vacío continuo, en el que el espacio libre deja de tener una forma precisa y se convierte en el fondo de una trama, mientas que el papel de figura recae ahora en los edificios que se presentan como piezas aisladas.” Carlos Martí, opus. cit., p. 74.

[28] Ibídem, pp. 73 y 74

[29] Muchos de las mejores fragmentos urbanos de la ciudad de Bogotá son modernos. Son testigos de un proyecto no concluido, inacabado.

[30] Para entender la emocionante transición entre un momento histórico y otro y sus circunstancias, léase: Renacimiento y Barroco, de Heinrich Wölfflin o Principios fundamentales del historia de la Arquitectura de Paul Frankl.

[31] “Le Corbusier remarked that when you find the acoustic centre of a building or a piazza, the point at which all sounds within the given space can best be heard, you have also found the point at which a piece of sculpture should be placed. All architecture worthy of the name pleads to be condensed in this way”. John Berger. Art and revolution, New York, Pantheon Books, p. 71.

[32] ¿No es acaso –en el mar de ese destino– en el que se encuentra chapoteando el señor Alcalde?

[33] Por mi parte, –y a pesar de las prohibiciones de la opinión especializada– seguiré escribiendo sobre Le Corbusier, y seguiré estudiándolo, y seguiré enseñando con él y con todos los maestros de la arquitectura, desde Fidias pasando por Miguel Ángel hasta llegar a Álvaro Siza Viera.

* Dibujo de Germán Samper de la ciudad de Nancy.

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Le Corbusier

Le Corbusier urbanista, arquitecto y su dudosa ética

El impecable recordatorio del arquitecto Drews respecto del plan de Bogotá, liderado por Le Corbusier, es hoy más oportuno que nunca. Le Corbusier fue un brillante difusor de ideas, un brillante propulsor del Movimiento Moderno y también, es honesto decirlo, un arquitecto muy interesante en algunos casos, brillante. También es importante decir que fue un urbanista desastroso pero con mucha suerte: la mayoría, casi la totalidad de sus propuestas urbanísticas no fueron realizadas. Lo que fue mucha suerte también para las ciudades interesadas: Bogotá, París, Argel y unas cuantas más. Sus coqueteos con el poder (intentó seducir a Mussolini, quien lo descartó no por entender algo, sino porque era una bestia simple y llana) fueron bastante escandalosos. Pero más allá de ello, también sus manejos para perjudicar a varios colegas: Alvar Aalto, entre otros, fueron bastante bochornosos.

Recordemos también que LC, con su habitual ego, intentó obliterar primero y luego opacar el rol del arquitecto Iannis Xenakis (más conocido como músico) en su colaboración de proyecto de La Tourette, y más aún del Pabellón Philips de la Expo 58, que Xenakis diseñó y LC hizo pasar por suyo.

Bogotá se salvó, Paris se salvó. Sus ejercicios de urbanismo, sordos a toda idea de armonía de respeto por el pasado, tuvieron mejor fin en la India porque edificó un plan deshumano pero lo hizo en el desierto. Lo que hizo era mejor que nada.

Sus teorías de torres, Ville Radieuse, sus desvaríos de enormes bloques de habitación, se ven claros ahora para los que nos movemos con datos y conceptos respecto del clima, la economía urbana y el necesario respeto por el entorno, natural y cultural. Pero parece que no están nada claros para los que siguen tratando de perturbar el espíritu de ciudades que conservan caracteres humanos. Han tenido hace poco un episodio en Bogotá que originó un desperfecto emotivo de un colega Colombiano. Tenemos este tipo de manejo en Buenos Aires, amparado por una Municipalidad corrupta ávida que se asocia a este tipo de emprendimientos. En todo el mundo, el Rey es el dinero, el Príncipe los dividendos, los idiotas los que peleamos contra eso. Seguiremos peleando por otra cosa, por otras ciudades, por más respeto para con sus habitantes.

* Imagen tomada de Navegando la Arquitectura.

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Le Corbusier ¿intocable?

Viniendo de un exdecano de la Facultad de Arquitectura colombiana que alberga al principal foco de corbusianitis aguda en nuestro vasto mundo académico, tu somera explicación del mito del hechicero del diseño urbano del siglo anterior es una bienvenida corriente de aire fresco. Te lo dice otro uniandino de muy vieja data, el cual padeció durante unos 10 años, aproximadamente, esa enfermedad entonces epidémica. Estos se extendieron a todos mis años de estudios de pregrado, de postgrado en París y de peregrinaje (más parecido a una solemne pérdida de tiempo) a las obras del «maestro» e incluso a la Meca del fanatismo de mi lejana juventud, el «atelier de la rue de Sèvres». Pero el descubrimiento de que existía algo que se llamaba «historia de la arquitectura» y del patrimonio construido europeo me curó para siempre del «shock» paralizante de la Unidad de Marsella, de Ronchamp, de La Tourette, e incluso, a pesar mío, de la Villa Savoie. Monumentos recientes, claro, pero que ya no me hablan al alma. Son simples referencias de historia o generadores de nostalgia por todo lo de épocas anteriores. Y ya no emocionan, exhibiendo, como una mujer anciana, más sus defectos (estéticos y constructivos) que su belleza exclusiva de una juventud desaparecida.

Te recuerdo la afirmación escrita mía en la monografía de la obra de Rogelio Salmona: las ideas de Le Corbusier para el centro de Bogotá se quedaron en el papel. Afortunadamente, Willy, afortunadamente. El «Grosser Bogotá» no podía tener lugar, así soñaran con él Laureano Gómez o Angiolo Mazzoni del Grande. En cierto modo, tu texto es una diatriba contra los sueños, las ilusiones o las esperanzas de una época, más que de un autor en particular. Una época que para unos no supo reconocer al Mesías de la Modernidad Urbanística y para otros le cerró el paso a las ideas más realistas o más realizables, o socialmente más indicadas, con o sin revolución salvaje de por medio.  

Por supuesto en la época tuya y mía la influencia corbusiana estaba prácticamente sola, dueña de todos los campos ideológicos. Apenas eran tímidamente premonitorias las presencias de los escandinavos, los emigrés europeos a los Estados Unidos, la samba arquitectónica brasilera, etc. La representación para Colombia de Alvar Aalto a cargo de Fernando Martínez vendría más tarde como un palo atravesado en la rueda de un corbusianismo que no pasó del Hospital de Venecia.

Dialécticamente te asiste toda la razón en tu perspicaz diatriba anti-Corbu. Históricamente, el asunto tiene otra cara. La validez del personaje y sus ideas, en ese caso, es puramente circunstancial. En la una, se impone el primero que llegue y el que venda específicos más hábilmente. No es posible negar que la de Le Corbusier fue una época de titánicas profecías, de arquitectura de papel, de dibujos y escritos, de manifiestos incendiarios y de respuestas de bomberos. Así debía ser y así fue y ella contiene su propia validez. A nosotros nos corresponde hallarla alucinante o fastidiosa. Dice la gran historiadora Barbara Tuchman: la historia no es lo que hubiéramos deseado que ocurriera, sino lo que ocurrió. 

Una de las preguntas que me hizo Le Corbusier sobre todos sus recuerdos de Colombia cuando lo visité en su cubículo del sacrosanto Taller de la calle parisiense de Sèvres, en 1959, fue: et alors, le plan de Bogotá, ¿ils le font? “El plan de Bogotá, ¿lo están haciendo?”. No supe qué decir. Siete o más años luego de su última visita a Bogotá, su Plan, del cual nada se hizo, había sido reemplazado por las propuestas de los «buitres», Wiener y Sert, quienes planeaban sobre toda Suramérica siguiendo los viajes y recorridos de Corbu, para caer tras él y apoderarse de cuanto contrato ofrecieran los distraídos lugareños.

Somos duros jueces de Corbu (perdón por lo confianzudo) pero, cuál era la alternativa en su época: ¿la continuación del eclecticismo agonizante contra el cual clamaba Adolf Loos? ¿Albert Speer, los nazis y los fascistas italianos de Mussolini? ¿La culinaria y pastelería estalinista? ¿Los sucesores de Sullivan y otros decorativistas americanos? Estos, nos gusten o no, son el contexto histórico contra el cual hay que volver a ver la claridad de «Las Horas Claras» o el misticismo turístico de Ronchamp, o la gracia de apuntes de viaje corbusianos en los cuales no hay mugre, pobreza, desorden urbano, sino el campo, milagrosamente instalado en la ciudad, olvidando, claro, que a su vez, la retaliación de la ciudad ideal fue la de invadir el campo… Y donde falta la Quinta Función urbana que los CIAM olvidaron, el Crimen. Y el orden cartesiano, las proporciones del Modulor, saqueadas a Fibonacci o prestadas a las Reglas de Oro.

En todos los pueblos de tu región natal (el Eje Cafetero) se recuerda mejor y más intensamente al vendedor de específicos, al «culebrero» y, por supuesto, al Cuentero que al médico, trabajosamente egresado de alguna facultad para ir a dar al Puesto de Salud, en un contexto socioeconómico donde funciona más el sobijo y el humo de tabaco que los antibióticos. La palabra evangélica y polémica de Le Corbusier bastaría para inmortalizarlo, a él, que no al cuentero que siempre llevó consigo. La discusión es en cuál anaquel de la fama arquitectónica debemos guardarlo.

Por mi parte, preferiría olvidar ese célebre charlatanismo corbusiano a propósito del centro de Bogotá: La calle y la manzana coloniales son bellas invenciones urbanísticas, a escala humana… Para luego, arrasar con toda esa realidad urbana que le parecía tan bella, en sus propuestas para el centro de Bogotá. ¿A qué y a quién habría que creerle?

* Imagen tomada de Periodista Digital.

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Alfredo de Brigard

Los profesores

Los pensum de las numerosas facultades de arquitectura colombianas –y sospecho que de las extranjeras también– son parecidos. Básicamente se diferencian en el énfasis dado a cada disciplina. ¿Cómo se explica entonces que haya facultades buenas, regulares y malas? Son varias las respuestas: metodología docente, oferta académica, materias electivas, organización administrativa, instalaciones, biblioteca, equipos de computación y audiovisuales, conferencistas invitados, programas de intercambio, atención personalizada, seguimiento a su rendimiento, evaluación permanente, etc. Pero la gran diferencia la hace definitivamente el cuerpo de profesores. Buenos profesores hacen buenas escuelas. Y buenos o malos, pertenecen a una o varias de las siguientes categorías. Si usted es arquitecto o estudiante de arquitectura, seguramente podrá clasificar a sus profesores/as en alguno de estos estereotipos:

El Académico: escogido por sus títulos, está dedicado 100% a la docencia. Tiene mínimo una maestría, a veces dos, e inclusive un doctorado. Mira por encima del hombro a sus colegas dedicados a la práctica profesional, pues considera que lo único que han hecho es pegar ladrillos.

El Estrella: destacado por sus brillantes logros en la práctica de la profesión, desestima la labor de sus colegas académicos pues nunca han pegado un ladrillo.

El Madre: para él todos los alumnos son buenos, todos los proyectos son buenos y, por lo tanto, todos merecen una buena nota. Son muy apreciados por los estudiantes, por razones obvias.

El Cuchilla: considera que todos los alumnos son malos o perezosos, y todos los proyectos deberían ser mejores. Mide le calidad de su curso, y su prestigio, por la cantidad de estudiantes que lo pierden.

El Oligarca: usa ropa de marca y llega a clase con gafas oscuras en su automóvil de alta gama. Los proyectos buenos son “simpáticos”, y los malos “lobos”. Prefiere dictar la clase en la sala de juntas de su lujosa oficina.

El Mamerto: valora principalmente el aspecto social de la profesión. Sus proyectos son dirigidos a los grupos económicamente más desfavorecidos, frecuentemente vivienda de interés social desarrollada por ayuda mutua en barrios de invasión. Aprovecha la cátedra para atacar el capitalismo. Se reúne con sus alumnos en una cafetería del barrio Policarpa Salavarrieta.

El Alternativo: usa bluyines y camiseta desteñida, pelo largo, a veces un piercing en una oreja. Ama el verde y las energías renovables, y odia la contaminación y el desperdicio. Solo acepta proyectos sostenibles y bioclimáticos.

El Posesivo: considera que la única materia importante es la que él dicta y por lo tanto los alumnos deben dedicarle la totalidad de su tiempo.

El Preciosista: todo debe ser perfecto, incluyendo el dibujo de los planos, el aseo del salón, y el orden de las mesas.

El Resbaloso: le saca el cuerpo a las preguntas difíciles, no se deja concretar en las correcciones y termina recomendándole al alumno que le “de vueltas” al esquema.

El Soporífero: su tono de voz y su discurso producen sueño incontrolable en el auditorio, especialmente si su clase es inmediatamente después del almuerzo, con proyecciones en un salón oscuro.

El Ganador: quiere lucirse ante sus colegas el día de la corrección final y, con tal de que los proyectos de sus alumnos sean los mejores, está dispuesto a “echarles una manito”.

El Desechable: es el mediocre que nadie sabe por qué esta allí, y no pasa nada si lo cambian o se retira.

El Casanova: desde el primer día coquetea con las alumnas bonitas y les pone las mejores notas. En el peor de los casos, termina casado con una de ellas… y sigue coqueteando.

El Intelectual: les habla a sus alumnos de cine, literatura, filosofía, jazz, pero poco de arquitectura.

El Modisto: es el encargado de dictar las materias fáciles que los estudiantes llaman “costuras”.

El Actor: con grandes habilidades histriónicas, su clase es un show. Arma una fiesta con un buen trabajo y una tragedia con uno malo. Como todo buen actor, es exitoso.

El Tímido: habla pasito y no se atreve a hacer un comentario que pueda herir susceptibilidades. Desde el primer día, los estudiantes se la montan.

El Autobiográfico: la clase se basa en la descripción y el elogio de sus proyectos, sus experiencias académicas anteriores, anécdotas de su práctica profesional e historias de su época de estudiante.

El Tirano: exige más de lo que sus alumnos puedan dar. No acepta excusas y sus órdenes tienen que ser cumplidas al pie de la letra y en la fecha precisa.

El Negativo: no el gustan los proyectos de sus alumnos, ni sus colegas, ni el salón de clase, ni el decano, ni el sueldo.

El Destructor: cuando un proyecto no le gusta, rompe los planos y patea la maqueta.

El Turista: no pierde oportunidad de salir con sus alumnos a visitar los lotes, conocer proyectos, asistir a conferencias, congresos de estudiantes, foros y exposiciones.

El Internacional: varias veces durante el semestre tiene que viajar a un congreso, un foro en el exterior, a dictar una conferencia en una universidad extranjera o a la reunión de una asociación de la cual es presidente.

El Maestro: pero existe, por fortuna, el profesor entregado con cariño a la docencia, que sacrifica con frecuencia un trabajo menos exigente o más lucrativo. Conoce su materia y sabe cómo enseñarla y despertar el interés de sus alumnos. Se destaca por su buen criterio, su dedicación y el respeto por los estudiantes y su trabajo. Entiende que sus jóvenes pupilos vienen a aprender, a adquirir de su mano la experiencia que no poseen, y tienen el derecho a equivocarse como parte de su formación. Además del conocimiento transmitido y el buen juicio, deja en sus alumnos el cariño y el respeto que se ganó con su trabajo como docente. Todos llevamos en nuestros corazones ese profesor que, con su entrega y el interés que nos transmitió por la arquitectura, contribuyó en forma definitiva a ser lo que somos, y se ganó el título de Maestro. El verdadero Maestro que nunca olvidamos y a quien dedico, como un sentido homenaje y una sencilla expresión de gratitud, este pequeño y último párrafo. Gracias Maestro.

* Dibujo de Alfredo de  Brigard

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Alberto Saldarriaga: arquitecto y escritor

Hace poco que llegué a Colombia y para situarme en el lugar empecé a investigar qué había pasado durante la última década en cuestión editorial y, puede que se trate de una tendencia mundial, he visto que se ha pasado de libros de teoría a monografías: libros específicos sobre un arquitecto, más coffee table books. Me llama mucho la atención porque creo que hay muchos huecos.
¡Muchísimos!

¿Es que no hay arquitectura que valga la pena investigar, analizar y publicar?
No hay editores, que es otra cosa. En cuanto a revistas, solo queda Escala, sin contar las de decoración.

Está la revista El Arquitecto, de la SCA.
Es una que intenta ser algo. Proa desapareció. Con mi experiencia en el mundo editorial –he publicado mucho– podría decir que hay material para publicar; el problema es que no existe, por una parte, dónde se haga y, por otra, quién lo financie. Ha habido muchos esfuerzos editoriales y creo que la última década ha sido sumamente buena en cuanto a cantidad y a calidad, en términos editoriales, si se compara con los años anteriores; lo que pasa es que toda esa producción es invisible. Un gran ejemplo es toda la línea de libros universitarios: hay mucha publicación y casi todo viene de los posgrados. Entonces por eso hay tantas monografías, tanto tema puntual, más de historia. La maestría de Historia y Teoría de la Universidad Nacional ha publicado mucho pero son libros con buen contenido pero con poca calidad editorial.

Pero estos libros no salen de la universidad.
El problema del libro universitario es que permanece dentro de la universidad.

No solo eso: lo que se alcanza publicitar por fuera es imposible de conseguir, ver, o comprar. En el SAL del 2013 se estaba promocionando el libro de Jorge Ramírez sobre los 15 años de esos seminarios, un libro pequeñito y que tenía buena pinta, y no he podido comprarlo: en la librería de la universidad no está y creo que solo lo venden en una librería en Bogotá.
Es eso: producción hay, lo que no hay es distribución. Hemos publicado unos cuatro o cinco libros de arquitectura en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y al menos sé que están en la tienda de la universidad. El antiguo Instituto de Cultura y Turismo, el Instituto de Patrimonio de hoy en día, comenzó a publicar monografías sobre arquitectos y sobre una serie de arquitecturas como el Cementerio Central y el hospital San Juan de Dios; esa es una producción muy buena que es imposible de conseguir, con buen contenido y una buena calidad editorial. Villegas Editores, con quien colaboro frecuentemente, ha hecho varios libros con temas de arquitectura en formato de coffee table books y se incluyen textos que sustenten el contenido. El último que hicimos es un libro de gran formato sobre Bogotá, con abundancia de textos, planos y fotografías.La Universidad Javeriana, la Nacional de Bogotá, la de Medellín y la de Manizales, la Tadeo, la del Valle, o los Andes: todas tienen editorial y producen libros. La revista de arquitectura de los Andes –Dearq– es de muy buena calidad, al igual que los libros, que tampoco salen de la universidad. Deberíamos contar, entonces, con una librería universitaria de arquitectura. Pero hay que tener en cuenta que mucha cosa se vende por internet.

Pero estas editoriales, con este tipo de producto, van a un público muy específico que es el universitario, ni siquiera se dirigen a arquitectos.
Eso no es del todo cierto. El libro sobre Arturo Robledo publicado por el Instituto de Patrimonio es un libro excelente, creo que es de lo mejor que se ha hecho como monografía de arquitectura, con una investigación de archivo excelente. El mismo Instituto publicó el de Enrique Triana y el de Gastón Lelarge. Los Andes publicó un libro sobre Ernesto Jiménez, etc. El libro que publicaron en Barcelona sobre Daniel Bermúdez, “4º latitud norte y 2.600 metros sobre el nivel del mar” (Lunwerg Editores, 2011), es otro buen libro monográfico. Cuantitativamente, la producción ha sido estupenda en la última década, pero falta más sobre historia de la arquitectura; el libro de Silvia Arango sobre la historia de la arquitectura en Colombia se publicó en 1989 y no se ha vuelto sobre él. Falta también historia del urbanismo, aunque hay libros muy buenos de historia urbana como los que ha sacado Germán Mejía con la Javeriana sobre Santafe, o Sandra Reina sobre los pueblos indígenas.

Son libros poco atractivos para lectores no expertos en el tema. ¿Puede ser que no hagan falta?
Sí hacen falta. Lo que pasa es que no hay quien los haga porque no hay medios económicos.

Si cuantitativamente, no cualitativamente, hay quien produzca este tipo de libros, ¿por qué no hay quien los pague? ¿Por falta de demanda, de público?
No, no creo en eso, creo que el público hay que construirlo. Aquí había un público que compraba muchos libros de arquitectura y todavía unas pocas editoriales independientes sacan libros de arquitectura que tienen sus compradores, oficinas de arquitectura sobre todo. Materia prima para escribir hay mucha: en Cartagena, en Manizales, en Cali. En fin, investigadores hay y muchos y producen.

Entonces, ¿qué pasa?
Ahí está el tema.

¿Puede ser que a los editores no les alcanza la plata o están seguros de que no se va a vender?
Escala es una empresa que se ha movido bastante, con un presupuesto ajustado pero con la ventaja de tener su propia imprenta. La muerte de David Eduardo Serna ha sido un golpe muy duro. Ospinas y Compañía publicó un libro con su historia y sus proyectos; hay otras empresas de este tipo que han publicado sus trabajos con cierta calidad editorial. Vuelvo a decirte: producción hay, mucha, muchísima, de calidad conceptual y editorial, bastante buena, en la mayoría de los casos. Puedo decir que las tesis de maestría que se han publicado en la Universidad Nacional son más que decorosas, a veces tesis laureadas, pero eso sí: el problema del libro universitario es que yace en los depósitos de las universidades.

¿Será por una cuestión de forma, que son libros que no son atractivos para ponerlos en una librería tradicional como la Lerner, por ejemplo?
No estoy seguro si en la sala Colombia de la Lerner se consiguen todos estos libros que hemos mencionado, pero en todo caso se consigue bastante. Ahora: se están publicando varias series sobre temas de patrimonio; sería el caso de Letrarte, por ejemplo, que ha publicado una buena colección.

Es como si fuera una sociedad muy endogámica.
Es posible, sí.

Me estás abriendo los ojos a estos libros pero no se ven, no se habla de ellos, no es fácil encontrarlos. No están por internet que es el primer lugar para buscar. O puede ser que la preocupación en las universidades sea la indexación, lo que puede hacer que cuantitativamente haya millones de artículos que cualitativamente no valen la pena.
Ese es un virus de la educación superior. Un libro no vale lo mismo que un artículo, por lo que la gente se dedica a escribir artículos para tener puntaje e indexación y los libros pasan a un segundo plano. A mí, como facultad de Artes y Diseño de la Tadeo, y por motivos de contenido gráfico, me convienen más los libros que los artículos. Además, las revistas en las que se publican esos artículos son aburridísimas. Pero ese es el karma de la educación superior en el mundo. Aquí hubo varios intentos de tener librerías de arquitectura; hace años ya, Marta Barrero, junto con otros, montó una librería en el primer piso del edificio de la SCA y tuvo que cerrarla, y eso que traían libros latinoamericanos.

Si hay gente que los produce y hay el espacio para hacerlo, ¿cuál es el problema?
Falta de incentivos.

Volvemos a lo mismo. Se puede hacer un libro pero sin distribución no llega a ninguna parte.
Eso se aplica en alto grado a la producción regional y local diferente de la de Bogotá. En la Nacional de Medellín, por ejemplo, hace poco publicaron en formato de libro la tesis doctoral de Luis Fernando González. Es un libro muy voluminoso, con un contenido importantísimo que merecía una buena edición en color, ya que el documento de la tesis doctoral tenía casi todas las ilustraciones en color.

Seguramente les costaría el triple. Sobre todo, para lo poco que creen que venderán. Puede ser que el tema sea ese: falta de editores que sepan de arquitectura.
El editor es un gestor que tiene el buen juicio de saber cuando un libro es bueno, cómo se edita bien, cómo y dónde se distribuye bien. Todos los libros que hace Villegas Editores, por ejemplo, salvo los de formato pequeño, son financiados por empresas; así, puede sacar cuatro o cinco libros de gran formato al año, todos financiados, y además tiene una serie propia de libros de pequeño formato. En esa colección publiqué el libro “La arquitectura como experiencia”, que fue cofinanciado con la Nacional, fue un éxito editorial y se vendió totalmente. Ya no lo tienen en ninguna librería. En definitiva, materia de trabajo hay, hay buenos investigadores, la masa está lista para hacer el ponqué, el problema es: ¿quién lo cocina?

Quien cocine necesita también plata para poderlo hacer y el tema está por ahí. Entonces el problema es económico: puede existir el editor que quiera hacer los libros con temas que valgan la pena.
En España, ¿cómo funciona? Porque allá hay muchas editoriales de arquitectura. Estaba Actar, ¿no?

Actar está totalmente quebrada, había comprado una editorial alemana y se había convertido en la editorial de arquitectura más grande del mundo; tenían una librería espectacular, muy bien curada, pero la cerraron también. No hay librería ni editorial. También está la Gustavo Gili que sí funciona y muy bien, pero la revista 2G ahora solo es digital. Las editoriales que quedan han preferido seguir con coffee table books porque tienen más público y pueden tener la seguridad de que vendan los libros. La gente quiere tener un libro bonito en su mesa, es lo que se ve en las revistas de decoración. El Croquis aún existe pero en este caso el público es restringido, solo arquitectos, y es costoso. Las revistas de Arquitectura Viva siguen, son revista libro y tienen su público. Desde la crisis española, muchas editoriales están haciendo monografías digitales, como una copia digital a El Croquis.
Aquí está A57.

Pero en A57 ya no producen contenido, mueve la agenda arquitectónica del país. Por otro lado, me interesa que nos salgamos de la endogamia arquitectónica, y no soy muy fan de las revistas ni de los libros que sacan las facultades por esto mismo: porque son contenidos para arquitectos, un ladrillo que nos cuesta a nosotros mismos leerlo. Me parece mucho más interesante que la gente de la calle conozca sobre arquitectura y urbanismo. Por eso me gustan los coffee table books, en este sentido.
Sí, en ese sentido, en los libros de Villegas, por ejemplo, se prestan para un público amplio, salvo por su costo.

El año pasado publicaron un estudio de la Javeriana con otras universidades del país sobre el “no saber escribir”. Estos libros de los que hablamos no solamente son un ladrillo sino que no se entiende lo que está escrito.
Sí, algunos están mal escritos. Y a veces se usan unos lenguajes medio abstrusos.

El estilo de cada uno hay que respetarlo; pero de ahí a que se entienda, es complicado.
A mí me critican mucho porque yo escribo legible. Que escribo muy fácil, que la gente me lee fácil.

¿Y eso es un problema para los editores o para los lectores?
Para algunos críticos. Supuestamente uno debe escribir complejo.

Seguramente es muy complejo lo que está ahí, lo que pasa es que se entiende. Es un problema de lectura y escritura que viene desde el colegio, y es muy grave.
Pero las facultades de arquitectura se especializan en evitar la escritura. Cuando yo dirigí el área de teoría de los Andes, hice toda una campaña de alfabetización. Y lo logramos. Los estudiantes escriben, o escribían, y bien. Y tuvimos tanto éxito que no nos querían porque estábamos pervirtiendo a los diseñadores, que deberían ser puros.

Me han contado que ahora les piden un ensayo de media página a los estudiantes de pregrado y se niegan a hacerlo porque no hay tiempo.
Vamos a abrir una maestría en arquitectura en la Tadeo y me gustaría incluir una electiva sobre arquitectura y escritura. Es que a nivel maestría es muy grave que no sepan escribir.

A todo nivel. Yo también pasé los 5 años de la carrera sin escribir una sola línea, y cuando uno sale de la carrera y se va a presentar a un concurso no tiene ni idea de escribir para presentarse, o si uno hace un proyecto para un particular también hay que escribir una memoria para presentar unos papeles a una curaduría. No sé cómo completan un portafolio.
Es un error universal. En las universidades, el principal problema es la lecto-escritura y no solo en arquitectura. Es un problema generalizado.

Hace poco leí en un blog español esta historia: una periodista especializada en arquitectura entrevistó al arquitecto que hizo el diseño interior de un edificio muy importante de Barcelona, la nueva sede del FAD; el arquitecto hizo un comentario sobre la casa de los Eames, que le gustaba mucho, y la periodista escribió que a este señor le gustaba mucho la casa de los Sims, el juego de computador, una arquitectura que no tiene nada que ver con los Eames.
No puede ser… O mejor dicho, sí puede ser…

Si alguien se especializa en arquitectura, ¿cómo no sabe quienes eran los Eames? O al menos pedirle una aclaración al entrevistado. A este arquitecto le han tomado del pelo por las redes sociales diciendo que a lo mejor lo que dijo fue que le gustaba la casa de los Simpsons y ahora le daba vergüenza admitirlo. El nivel es muy malo.
La maestría en la Tadeo tiene como subtítulo “Arquitectura en contexto” para ampliar el campo de estudio del proyecto. Muchos arquitectos se pasan la vida mirando el proyecto y se les olvida dónde está localizado y con qué se relaciona. Hay tres líneas de investigación: ciudad, cultura y comunicación. El campo es exigente porque no es “hacer monos”, hay que leer y escribir fuertemente. No tenemos todavía doctorado en la Tadeo pero tenemos una experiencia investigativa importante y vamos a tener como profesores, de aquí a dos años, por lo menos cuatro o cinco doctores.

La Tadeo ha dado un salto cualitativo muy grande.
Se está tratando de dar y bastante fuerte. Acabamos de empezar las obras del edificio de Artes de la Tadeo, en la calle 26 con carrera 5, en un lote grande, entre las Torres Blancas y la Biblioteca Nacional. El diseño que ganó el concurso es de Ricardo Larrota. Esperamos que a mediados del año entrante se acabe el edificio, que será una buena obra de arquitectura.

Viendo esto, se puede decir que las prioridades son otras: hay plata para desarrollar proyectos, pero es más importante hacer un edificio que sacar un libro.
En la Tadeo, como ya te dije, hemos publicado varios libros de arquitectura. El edificio es una necesidad prioritaria. Ambas cosas son compatibles. Por otra parte, por ejemplo en Medellín hay editores como los Mesa, que hacen una labor independiente muy importante, por fuera de las universidades.

Creo que tienen libros formalmente muy bonitos.
Muy atractivos, sí; el libro de Archipiélago de Arquitectura es muy interesante. Son libros divertidos, ellos son ingeniosos. Y casi todo es autofinanciado o buscan financiación.

¿El problema es económico porque no hay público? ¿O no se ha buscado ese público?
No, el público hay que construirlo. En definitiva: sí hay materia prima, sí hay gente que pueda hacer los libros, lo que no hay es el impulso para arrancar.

El reto es económico. ¿Qué puede hacer un espacio como Torre de Babel para que estos proyectos puedan existir?
Primero que todo difundirlos. ¿Por qué no “anunciar libros”?

En TdB estamos haciendo un cambio importante, a nivel de forma y de contenido. Finalmente: dos preguntas. ¿Cuáles son tus tres libros de cabecera, que lees y relees, de arquitectura o urbanismo, que recomiendas porque son parte de tu biblioteca personal?
El libro que más me gustó durante muchos años fue “El cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell. No lo he vuelto a leer, son cuatro libros, pero recuerdo que me pareció un ejercicio maravilloso sobre muchos temas a través de cuatro personajes. Es fascinante, como literatura y como todo. Este me marcó por muchos años y lo leí y releí en español y en inglés. No soy muy fiel a los libros y he leído tantos libros que no es fácil traer tres a la cabeza. “El nombre la rosa” de Umberto Eco podría ser otro, por lo divertido, con película incluida. De Buckminster Fuller me acuerdo que hay unos libros muy divertidos, pero “I seem to be a verb” sería el que podría nombrar; un libro totalmente loco, de frases sueltas, publicado en la década de 1970 (cuando los editores se enloquecieron y hacían cosas divertidas). Pero, sobre todo, soy un calvinista impenitente. Quiero decir que aprecio muchísimo todos los libros de Italo Calvino.

La última pregunta no tiene que ver con libros sino con Bogotá: hace más de 10 años, con Antanas Mockus con su cultura ciudadana, todos aprendimos a cruzar por el paso de cebra, los carros iban por su carril, los andenes eran para peatones, no botábamos basura en la calle, y además podíamos dar un visto bueno o malo a otro conductor o transeúnte. ¿Qué pasó? Han pasado más de 10 años y esta “cultura” no se transmitió de una generación a otra.
No, no se transmitió. Se transmitió más en la ciudadanía que en las administraciones. La ciudad ha caído en un deterioro bárbaro.

¿Qué pasó con esa cultura ciudadana? ¿No fuimos capaces de arraigarla, de interiorizarla y pasarla a la generación siguiente?
No alcanzó a consolidarse. Después de Mockus vino Lucho Garzón y se debilitó, aunque este no causó tanto daño pero se perdió el hilo conductor. Después todo se vino abajo.

Necesitábamos muchos más años para que ya hiciera parte del subconsciente colectivo. Por otro lado, Medellín hoy es una ciudad fantástica.
Exactamente: hoy. Porque el alcalde Sergio Fajardo tomó un poquito de Pascual Maragall de Barcelona, un poquito de Antanas Mockus, un poquito de Curitiba; tomó lo mejor de cada cosa, le sumó una buena autoridad y un excelente equipo de trabajo.

Ahora tienen unos problemas de delincuencia altos.
De mucha violencia.

De todas maneras, es una ciudad muy amable, agradable y confortable.
Descubrieron el espacio público, que no había.

Pero aquí en Bogotá hay espacio público y pareciera que este no es el problema. Es más de cultura.
La desmotivación es el tema. La ciudadanía bogotana se desmotivó completamente porque no tienen referente. Bogotá necesita un Mockus urgente y con mano dura.

Pero ahora no hay una figura de ese tipo, que pueda removernos de nuevo.
No, Mockus es de esos personajes que son únicos. Incluso preferiría a Peñalosa en este momento. Por ahora el problema es salir del amigo Gustavo Petro, que está atornillado al puesto, y ver quién comienza a remediar esto. Fíjate lo curioso: Clara López, con el poco tiempo que estuvo y todas las críticas que recibió, fue una alcaldesa muy buena en solo cuatro meses. Sumamente buena. Pudo componer temas que estaban muy descompuestos. Me parece una política regia, que tiene correa. A Bogotá hay que rehacerla.

Me llama mucho la atención que todo lo que habíamos aprendido no continuó en el tiempo.
Quedan pocas cosas pero, en general, la gente se volvió agresiva nuevamente, descuidada, pero para mí todo es un problema de motivación, la ciudadanía está totalmente desmotivada.

Algo así como ¿para qué hago esto?
Desde arriba me están dando el mensaje de que no hace falta, para qué hacer algo. Una ciudad necesita liderazgo.

Por otro lado, en cambio, en el campo artístico la diferencia con hace 10 años es enorme: más museos, galerías de arte, eventos internacionales y nacionales, casi no alcanza el tiempo para ver y disfrutar todo, gran cantidad de obras de teatro, cine.
Por eso, fíjate que, sin perder las esperanzas, creo que no es tan difícil rescatar esa voluntad hacia Bogotá, la gente añora esa cultura ciudadana. Petro había amenazado que Mockus iba a ser su asesor en cultura ciudadana y al final no salió con nada. Mockus debería ser alcalde a perpetuidad.

Pero si fuera candidato de nuevo, ¿la gente lo votaría?
La tontería que hicieron en las elecciones pasadas fue grandísima: Peñalosa iba a ser el alcalde, respaldado por Mockus y por Garzón; a Peñalosa le dio por aliarse a los uribistas y Mockus llegó hasta ahí con él. Luego decidió lanzarse con Gina Parody y obviamente no llegaron a ninguna parte. Si no se hubieran dividido, Peñalosa sería el alcalde y estoy seguro de que nos hubiera ido mucho mejor. Y Petro lo que hizo fue pescar en río revuelto.

Hay muchos bogotanos que me han dicho que votaron por Petro porque cuando estaba en el Senado era bueno.
Era muy bueno.

Pero una cosa es estar al otro lado del mostrador y otra es administrar la tienda.
Peñalosa dijo una frase célebre en este sentido: “Petro no es capaz de administrar ni un parqueadero”. No tiene ni idea. Y las personas buenas que eran sus colaboradores se han ido retirando. En la oposición le iba mejor.

* Foto tomada de la página web de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

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