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Crítica a una crítica de la crítica

“No critique tanto mijo que eso es muy feo”
(Típica frase materna)

En su columna “Una cosa más” (revista ARCADIA Nª 70), hace el arquitecto Miguel Mesa una crítica de la crítica referida a los últimos debates de arquitectura.

Opina Mesa que “juzgar a los colegas y condenarlos de estilistas, copistas, pseudofilósofos, impostores, destructores del patrimonio, la naturaleza y la sensibilidad de las comunidades, es un gesto temerario, injusto y sospechoso”. Desaprueba los “comentarios que rayan en el chisme y la calumnia”, y le preocupa “el tono camorrero y prejuicioso con el que se escriben algunos de estos supuestos debates”. Si esto es cierto, hasta aquí estoy de acuerdo con él, como lo he expresado en ocasiones anteriores. La crítica debe ser firme, pero ante todo objetiva, seria y respetuosa.

Lo que me pareció leer entre líneas (ojalá me equivoque) y en eso si me declaro en desacuerdo, es que Mesa considera que no se deberían tocar estos temas, por el hecho de que un arquitecto quiere “que no se reforme un estadio sino que se haga uno nuevo”, o acusa “al compañero de pupitre de copiar un dibujo” o considera que “los edificios no juegan un papel importante en la transformación de las sociedades” o ataca “a los edificios singulares” o se burla de lo que escribe un colega “sin explicar por qué sus ideas carecen de interés” o demerita “la ampliación de un parque” porque “hay otro proyecto más adecuado que ese”.

Yo considero que si un arquitecto cree honestamente que es mejor un estadio nuevo que uno revestido, o que un compañero copió un dibujo, o que los edificios por si mismos no son los que transforman las sociedades, o que no deben diseñarse con el único objetivo de parecer originales, o que no comparte las ideas de un colega o su manera de expresarlas, o que existe un proyecto de un parque más adecuado y respetuoso de árboles centenarios, no solo está autorizado para decirlo, sino que debe hacerlo.

La crítica sin censura, sana y en los términos claros y respetuosos ya anotados, es un reflejo de la libertad de expresión y el derecho a disentir. Es el crítico mismo quien debe decidir si son “estas inconformidades, importantes o insignificantes” y merecen por lo tanto que dedique ó no su esfuerzo a luchar por lo que él considera el bien común. Por su parte el lector tiene también el derecho de no leer la crítica, leerla y no hacer nada, ó leerla y respaldarla o controvertirla. La expresión de diferentes puntos de vista permite elaborar un concepto más cercano a la realidad.

La crítica, más que un derecho, es una obligación moral. Recordemos que somos responsables ante nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, no solo de la ciudad que hacemos, sino de la que dejamos hacer.

Espero equivocarme, apreciado Miguel, al interpretar que el fondo de su escrito era una limitación de los temas susceptibles de controversia. Le recuerdo que, acogiéndose a sus derechos como lector, puede no leer, aceptar ó criticar esta crítica de su crítica a la crítica.

WILLY DREWS

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CONCURSUS INTERRUPTUS. Asociaciones entre fútbol y arquitectura

1. O Rey

La historia me la contó mi padre como sigue. En aquel 1965 su amado Deportivo Cali había resultado campeón del futbol colombiano, con una alineación formidable que mi padre podía recitar de memoria incluso muchos años después. Por primera vez el Cali disputaría la Copa Libertadores de América, y para su felicidad y la de sus amigos amantes del buen fútbol, tendría que enfrentar nada más ni nada menos que al Santos de O Rey Pelé.

Religiosamente compararon las entradas para asistir al Pascual Guerrero, la arena donde el equipo de sus amores les había regalado tardes y noches de gloria. Iban a hinchar por su equipo, claro que sí, querían saber de qué serían capaces sus héroes de las tardes de domingo cuando tuvieran que enfrentarse con una de las mejores alineaciones de la historia del fútbol.

Iban al estadio a apoyar a su equipo, claro que sí, pero casi más importante que eso, iban a ver a O Rey en acción, haciendo lo que mejor sabía hacer: convertir el fútbol en un arte.

Los equipos saltaron a la cancha y cuando se entonaron los himnos, el corazón de mi padre latía tan fuerte que parecía que se le iba a salir del pecho. El árbitro –un pendenciero de apellido Velásquez- hizo sonar el pitazo inicial y el partido comenzó. Bien pronto las diferencias se hicieron evidentes. El Santos comandado por Pelé comenzó a desplegar un juego portentoso y los “azucareros” se vieron claramente sobrepasados en la cancha. En inferioridad de condiciones y frustrados, los defensores de la escuadra verde y blanca se dedicaron a moler a patadas a cuento brasileño les pasara cerca y esto, obvio, incluía a O Rey.

Pero O Rey también sabía cómo defenderse.

Iban sólo 25 minutos del primer tiempo cuando Pelé aprovechó una nueva entrada malintencionada de un defensor caleño, para “dejarle un recuerdo” en la pierna usando los estoperoles de sus guayos. Y entonces ocurrió lo impensado. Ante la mirada atónita de las 40mil almas que se apretaban esa noche en el Pascual Guerrero, el árbitro Velásquez -al que la prensa acusaba de tener un protagonismo excesivo en los partidos y de usar las tarjetas como un pistolero en el lejano oeste- le mostró la tarjeta roja a Pelé y lo expulsó.
Poco o nada recuerda mi padre de lo que siguió.

En ese instante se dio cuenta de que lo que verdaderamente lo había llevado esa noche al estadio era el secreto deseo de ver al mejor jugador de fútbol del mundo transformar el juego en un arte. Ahora un árbitro con afán de protagonismo se lo había impedido. En silencio pensó: ¿Cuándo tendré la oportunidad de volver a ver a Pelé así, en vivo y en directo? Efectivamente nunca más lo vio.

Poco a poco mi padre se interesó cada vez más en El Fútbol y cada vez menos en un equipo.

Con el tiempo descubrí que, como buen contador de cuentos que es, mi padre había alterado algunos datos de la historia. La famosa expulsión de Pelé habría ocurrido en un amistoso jugado en Bogotá entre Santos y Millonarios. Sin embargo, el mensaje implícito en la historia seguía inmaculado. En todos los campos existen los torpes y limitados que se dedican sin ningún pudor a moler a patadas a los más habilidosos. En todos los campos existe el personaje que, sin tener los méritos suficientes para hacerlo, quiere a toda costa interpretar el papel principal. En todas partes la gente prefiere ver en acción a los mejores.

2. Concurso

Estuve en Bogotá hace unos días. Allí me enteré que se había organizado un gran concurso de arquitectura para proyectar la sede de la Cámara de Comercio de Bogotá, al que se había invitado a varias estrellas del firmamento arquitectónico contemporáneo.

Pensé: esto está muy bien.

Es una oportunidad para que haya un debate proyectual de primer nivel con arquitectos colombianos participando. Fantástico!

Varios de mis amigos arquitectos me contaron la mecánica del concurso. Había que hacer dupla con un arquitecto extranjero, adjuntar una documentación y de esa manera, sin mediar ningún proyecto, se elegiría a un grupo reducido de oficinas a las que finalmente se invitaría a participar de un concurso privado.
Pensé: Qué lástima.

Entonces no habrá debate o será muy reducido.

Intrigado pregunté por los famosos. Me nombraron a Koolhaas, Foster y Hadid entre otros. Es decir, los personajes que mueven el debate proyectual a nivel mundial. Que estuvieran asociados con oficinas de arquitectos colombianos participando en un concurso para un proyecto en Bogotá me seguía sonando muy pero muy bien.

Pensé: ¿por qué no hicieron un verdadero concurso con todos estos personajes?

Recuerdo con especial cariño los concursos que organizaba la SCA en los años ´90. Siendo un recién egresado de arquitectura, en esa década participé con mi oficina en algunos de ellos. A veces obtuvimos un premio, otras veces nada, sin embargo recuerdo lo formativo que resultaba visitar la exposición de proyectos que se hacía en la salita del subsuelo de la SCA, con las propuestas que se habían presentado a un determinado concurso.

Allí aprendí acerca de las diversas concepciones que tenían los jurados de lo que se podía considerar arquitectónicamente valioso, aprendía a distinguir las distintas formas de abordar los proyectos que tenían algunos de nuestros competidores, aprendí sobre la importancia de saber comunicar bien las ideas del proyecto. Íbamos en más de una oportunidad con la gente de la oficina y cada vez que podía llevaba a mis alumnos.

Yo me imaginaba lo que habría significado para la cultura arquitectónica en Colombia tener esta experiencia, este foro de proyectos, teniendo la posibilidad de recorrer una sala de exposición donde estarían colgados, uno al lado del otro, los proyectos de Koolhaas, Mazzanti, Foster, Restrepo, Hadid, Bonilla, Weiss, Peláez, Álvarez, Uribe, Fischer, Mesa y tantos otros.

Pensé: Qué desperdicio! Y la SCA ¿qué opina al respecto?

En muchas partes del mundo la gente me ha comentado que conoce el sistema de concursos de arquitectura que existe en Colombia. Lo consideran un formato muy transparente y democrático, que resulta fundamental para elevar la calidad de la arquitectura de un país, a la vez que permite la inserción laboral de arquitectos jóvenes y talentosos que no tienen redes sociales ni experiencia como para recibir un encargo privado. En muchas partes del mundo, a los arquitectos les gustaría tener nuestro sistema de concursos de arquitectura.
Por eso sigo sin entender por qué en el caso del concurso del edificio para la Cámara de Comercio de Bogotá no se optó por realizar un concurso abierto y transparente, pidiéndole un proyecto de arquitectura a cada una de estas figuras que estaban dispuestas a participar, y en cambio se prefirió adoptar un mecanismo que yo llamaría “opaco” y que invita a las suspicacias.

Pienso: Que extraño!

¿Con qué criterios los organizadores de este concurso de arquitectura deciden dejar por fuera a una dupla como la de Bonilla-Foster? Con esta decisión, debo confesarlo, me siento como se debió sentir mi padre cuando el árbitro Velásquez le mostró la tarjeta roja a Pelé.

3. Ganar por W

Estaba en el colegio. Iba en 7 año y teníamos un equipo de fútbol que competía en una liga contra los demás cursos de secundaria. Los de 9º tenían un equipo de temer. Habían vapuleado sistemáticamente a todos sus rivales con goleadas humillantes. Ese sábado en la mañana era el turno nuestro. La noche anterior no pude dormir pensando en el partido del día siguiente. ¿Cómo ganarle a los tipos de 9º? Eran más altos, más fuertes y sobre todo, eran mejores que nosotros con la pelota en los pies.

Muy temprano llegamos uno a uno y silenciosamente nos fuimos poniendo los uniformes. Sabíamos que lo más probable era que esa mañana nos llevaríamos una goleada. Mientras nos enfundábamos los uniformes mirábamos de reojo hacia el costado de la cancha donde un grupo de los de 9º hacía lo propio. Se comenzó a acercar la hora fijada para el comienzo del partido. Nosotros estábamos los 11, pero ellos tenían sólo 5 jugadores. De repente se abría una posibilidad: ¿y si no llegaba el mínimo de jugadores para conformar un equipo y ganábamos por W?

El árbitro estaba listo, nosotros también, y ¿ellos? Seguían allí, los mismo 5 jugadores que ahora miraban con desesperación hacia el horizonte esperando la llegada de al menos otro jugador más.

Cuando 5 minutos después de la hora fijada para el comienzo del partido el árbitro pitó que habíamos ganado por W nos abrazamos, cantamos y lloramos de emoción. Los de 9º se retiraron cabizbajos de la cancha con una mezcla de impotencia e incredulidad. Esa mañana de sábado habíamos logrado una hazaña: le habíamos ganado a los de 9º año.

Claro, habíamos ganado nosotros, pero había perdido El Fútbol. Eso debió pensar el público que en un número cercano a las 80 personas, había ido esa mañana a ver el partido.

Mi impresión es que con el concurso de la Cámara de Comercio de Bogotá pasó algo semejante: Al no permitir una competencia abierta y transparente, alguien con un afán de protagonismo y un desatino tan grande como el del árbitro que expulsó a Pelé, prefirió ganar por W, pero perdió La Arquitectura.

Pienso: Qué desperdicio! Y la SCA ¿qué opina al respecto?

Hugo Mondragón L.

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El estilo como enemigo de la comunidad

 

El proyecto del recuperación de Parque de la Independencia parte de una muy buena idea: restablecer el espacio original que el parque ocupaba antes que la construcción de Avenida 26 le sustrajera parte de su extensión. El proyecto que Salmona dejó contemplaba la recuperación de este espacio por medio de la construcción una plataforma en concreto, cubierta casi absolutamente con una zona verde. Su idea siempre fue “ampliar” el Parque de la Independencia, aunque por motivos circunstanciales, las  autoridades hubieran decidido que se trataba de un segundo parque, el Parque Bicentenario.

 

Ante la muerte de Salmona, Juan Camilo Santamaría fue contratado para continuar el diseño. Cuando le dieron el contrato a Odinsa, éste desconoció el diseño de Santamaría y contrató a Giancarlo Mazzanti quien decidió cambiar el concepto para hacer un parque completamente diferente, empezando por duplicar el área de intervención, tomándose para ello el parque existente.

 

La forma del proyecto ha producido la reacción organizada de los vecinos del parque, el cual ostenta decreto de Bien de Interés Cultural del ámbito nacional, es decir la máxima que existe.

La comunidad se ha opuesto al proyecto porque “usurpa” una gran zona del parque actual para “imponer” un diseño que implica que se talen los árboles del parque para sobreponer unas jardineras y graderías, con las cuales se modifica por completo el ambiente del Quiosco de la Luz, único remanente de los edificios construidos en el parque para la celebración del Centenario. Además, porque se pierden zonas de prados y se multiplican las zonas duras.

 

Vale la pena hacer un análisis de los factores que están intervienen  para  encontrar una posible solución.

 

La morfología del proyecto es lo que en primera instancia genera reacción. Al analizar el procedimiento utilizado para proyectar se encuentra la causa; evito aquí calificar la estética del proyecto, para centrarme en las acciones.

 

Mazzanti utiliza en sus proyectos un estilema proveniente de las conocidas franjas programáticas que Rem Koolhaas utilizó en el concurso del Parque de la Villete en Paris en 1982. Este recurso formal, plano en Koolhaas, adquiere el carácter ondulante en la geometría de Enric Miralles, y ha sido adoptado con mayor o menor éxito por muchos arquitectos en todo el mundo. Mazzanti lo ha utilizado en varios proyectos: en los puentes de Transmilenio en Bogota, en los coliseos para los Juegos Panamericanos en Medellín,  en el concurso del Centro Cultural de España, en los refugios del Nevado del Ruiz, y ahora para el Parque Bicentenario.

Mazzanti hace arquitectura icónica, la cual opera básicamente por un procedimiento de  contraste sobre el entorno próximo, contraste que implica la mayoría de la veces imposición. Dentro de esta forma de operar, Mazzanti no parte de la morfología existente para generar un diseño que dialogue con ella, sencillamente por que no le interesa y porque no es su procedimiento proyectual. Lo que le interesa es la imposición de un estilema sobre el lugar, sin tener en consideración la vegetación ni la arquitectura existente. Para mayor gravedad, en un caso como el Parque de la Independencia, no solo se trata de un entorno  patrimonial sino de una memoria comunal de los ciudadanos. Eso no tiene importancia para él, porque lo importante para es dejar su impronta, su sello, su estilo. Sabe bien que  lo que vende es la arquitectura de autor, el que la gente disfrute del espacio es lo de menos, lo importante aquí es que se diga que “esto lo hizo Mazzanti¨.Como el diseño no se ajusta al parque, porque es cosa traída de su estilo, lo que pretende Mazanti, con arrogancia, es que el parque se ajuste a su diseño, y con este fin crea una zona de transición para poder acomodar su diseño, así termina apropiándose un buen porcentaje del parque, modificando el entorno del Quiosco de la Luz, talando árboles y sobreponiendo zonas duras al prado existente.

 

En el terreno de lo político, Mazzanti se ha otorgado a sí mismo el  titulo de arquitecto social, en razón a que ha diseñado equipamiento comunal para comunidades pobres, y también porque toma prestado de la charlatanería seudofilosófica del  termino “ecosocial” para calificar su arquitectura, Es así como en el caso especifico de Medellín, al  hablar de la “arquitectura ecosocial” que produce, alega que su arquitectura icónica insertada en vecindarios deprimidos, es factor primordial en la disminución de  la violencia en la ciudad, por el orgullo que despierta en la comunidad  la pertenencia de un ícono arquitectónico de su factura. El reclamo es falso, pero ha hecho carrera, sobre todo internacionalmente.

 

Lamentablemente la violencia en Medellín ha  aumentado vertiginosamente y relacionar la iconicidad de un edificio a la pacificación de una ciudad es de un infantilismo que da vergüenza. Sin embargo, en esta trampa publicitaria han caído redondas cientos de revistas de arquitectura. El crédito del interés social, el de construir bibliotecas y escuelas en lugares de pobreza extrema y violencia, hay que dárselo a los promotores de estos edificios, los alcaldes de Medellín y Bogota y no a los contratistas de diseño.

 

La realidad es que Mazzanti el arquitecto social, no existe, lo que existe es un arquitecto ganador de concursos, esta actividad es su “core business”  ya que más del 80% de su ejercicio profesional proviene de concursos.

 

Es importante entender aquí que los concursos en Colombia casi en su totalidad están centrados en el diseño de equipamiento comunal de clases desprotegidas y el diseño de edificios institucionales de carácter social, es decir, Mazzanti hace edificios con carácter social, porque eso es lo que se mueve en el mercado de los concursos. Nunca ha sido gestor de algún proyecto social, ni ha participado de forma activa con las comunidades en que sus diseños han sido implantados, como es el caso de Alejandro Aravena en Chile o como Simon Hosie en Colombia, quien organizó una comunidad bajo la modalidad ancestral indígena de la “minga” para construir una biblioteca en Guanacas, cuya estética tampoco me atrevo a calificar.

 

En el Parque de la Independencia, el verdadero Mazzanti se ha develado, esquivando el diálogo con la comunidad al declararse impedido para dialogar, alegando tener un acuerdo de confidencialidad, anomalía que no existe en la contratación pública.

 

Ha querido imponer su diseño sin tener ninguna receptividad por una comunidad, cuando tenía la oportunidad de mostrar lo que reclama como arquitecto social. La oportunidad, al menos hasta el momento, la ha desaprovechado.

 

Irónicamente, su descuido por entrar en contacto con la comunidad, ha hecho que esta se haya organizado en un colectivo que intenta proteger el Parque, que se llama “Habitando el Territorio” y que ha logrado  por lo menos que los vecinos se conozcan y construyan vínculos.

 

En el campo de lo ético, el Instituto de Desarrollo Urbano, que es el organismo de la ciudad de Bogotá que está a cargo de las obras públicas, ha desarrollado una modalidad de contratación que es una puerta abierta a la corrupción, la cual se conoce como “contrato de diseño y construcción”, en la cual el contratista ejecuta ambos, lo contrario a lo que se estila en el mundo civilizado, donde primero se elaboran unos diseños arquitectónicos y de ingeniería completos y luego salen a licitación publica, lo cual no da pié a que se altere el valor del contrato. Con esta modalidad del IDU, el contratista, al ser quien elabora el diseño, está capacitado para  ampliar el valor de su contrato, al ampliar los diseños. En este caso, esta es la modalidad vigente, y al contratista le conviene que el diseño del arquitecto sobrepase la zona de ampliación y se amplíe sobre el parque existente, y que también esta zona que Mazzanti ha calificado de “transición” no sea una simple área verde sino que tenga, como en este caso, áreas duras, materas en material de construcción, en fin, una intervención tan innecesaria como costosa, con la que el constructor aumenta el valor de su contrato y por ende, sus ganancias.

 

Aquí es donde la pregunta de lo ético irrumpe, ¿que tan válido actuar en contra del sentir de una comunidad cuyo malestar constituye el bienestar de un contratista?

Como Luz Helena Sánchez ha señalado: “implícito está el señalamiento a una forma de hacer política pública en la ciudad de Bogotá”, es esta la oportunidad para debatir sobre la contratación estatal y su relación de las comunidades que el diseño publico afecta.

 

Mazzanti, si quisiera, podría solucionar todo esto de una manera simple: hacer un nuevo diseño que parta del parque existente, no de su propio estilema, lo cual eliminaría la necesidad de la ”zona de amortiguación”; haciendo que el Quiosco de la Luz aparezca nuevamente, que no sea  necesario talar los árboles. Solo con estos le ahorraría a la ciudad los pesos extra que el constructor se quiere ganar con este diseño invasivo.

Queda así en manos de Mazzanti la posibilidad de un desenlace feliz y que se genere un precedente de interacción entre el diseñador y la comunidad en el campo del diseño urbano en Bogotá.

 

Guillermo Fischer

 

Articulo relacionado:  La madre de la corrupción-El Espectador

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«Todo el perímetro» ¿Alguna duda?

Mayo 31 – 2011

El decreto número 1905, del 2 de noviembre de 1995, declara el «Conjunto Residencial El Parque» como «Monumento Nacional».

Dicen los artículos 3 y 4:

ARTÍCULO 3. “Cualquier proyecto de intervención que afecte la volumetría, las fachadas y/o los espacios públicos del Conjunto de que trata el presente Decreto deberá contar con la autorización previa del Consejo de Monumentos Nacionales, según…”

ARTÍCULO 4. “Se delimita como área de influencia del Conjunto Residencial El Parque, todo el perímetro que comprende el Parque de la Independencia”.

Aunque la denominación Monumento Nacional cambió por la de Bien de Interés Cultural del ámbito Nacional, el decreto 1905 del 95 sigue vigente. Esto significa, en síntesis, que el Parque de la Independencia está siendo intervenido sin la debida autorización.

Mañana miércoles, primero de junio, a las 3 p.m, en el Planetario de Bogotá, está anunciada le presentación del proyecto «actualizado».

Tal vez, además de actualizarlo hayan logrado la autorización. Si lo lograron, probablemente no habrá nada que hacer y a los que nos parece que el proyecto en curso invade e irrespeta un patrimonio, tendremos que vivir con ello. La ley es la ley.

Por lo pronto, y así hayan logrado tramitar la autorización de manera extemporánea, el proyecto en construcción lleva más de un año indocumentado.

Juan Luis Rodríguez

Para ver el decreto, haga clic aqui: Decreto 1905 de 1995

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¿Algún interesado en hablar de arquitectura?

Mayo 29-2011

Le propuse a mi amigo Hugo Mondragón hablar del proyecto para el parque del Bicentenario y su respuesta es que no puede hablar de algo que no tiene planos completos y definitivos. De paso, aprovecha para pasarla de mesurado, objetivo y sobrio por cuenta mía: “Me parece que en este caso la ansiedad le ha jugado en contra a Juan Luís. Mi opinión es que para que la crítica sea efectiva -y eso quiere decir, para que logre incidir en la realidad- el crítico tiene que proceder cuidadosamente, lentamente y con menos prejuicios por delante.”

En toda su pretendida mesura, dice Hugo que así uno “se muera de ganas de dar un juicio sobre el proyecto, tengo que reconocer que el material disponible es claramente insuficiente”.

Puestos en esto, le recuerdo que debería tener la cautela de aclarar que si la información es insuficiente se debe a que los involucrados en el proyecto, empezando por el arquitecto, se han encargado de ello. Si algo está pasando y yo he tenido acceso a alguna información es porque los vecinos del parque se han movilizado, y a los empellones, han logrado que les den una que otra migaja informativa. Información llamada irresponsablemente “confidencial”.

Hace un mes, en respuesta a un Derecho de petición interpuesto por Adelaida Callejas, el IDU nos invitó «amablemente» a ver la información «actualizada», el miércoles 1 de junio, a las 3 pm, en el Planetario Distrital. Hoy domingo 29 de mayo, sin embargo, vía El Tiempo, nos dieron un anticipo. Se trata de un esquema general, en el cual el área invadida o «Franja de Gaza» se llama ahora «Zona de integración».

El esquema de hoy en en El Tiempo, «cortesía de Mazzanti arquitectos» tiene algunas cosas buenas.

– Aparecen árboles. Es decir, muestra una preocupación por haber propuesto talarlos.

– Ya no se pasa del camino curvo por el lado norte. Es decir, invade un poco menos.

– La tribuna del Quiosco de la Luz «parece» haber perdido altura (y arrogancia), con lo cual también se acepta que en ese punto hubo una respuesta a las «inquietudes» de los vecinos.

– La peatonal del costado sur también «parece» estar trabajada y mejorada.

En efecto, se ve que hay mejoras, como se ve también que hay una insistencia en mantener el planteamiento inicial de multiplicar al máximo el área de intervención que se requiere, camuflada como «Zona de integración». El miércoles en el Planetario veremos que otras novedades nos traen.

La Zona de invasión se llamará ahora Zona de integración. !Buen eufemismo!

La estrategia no es mala. Se trata de una carta de negociación con la que esperan apaciguar los reclamos.

Esta carta, sin embargo, no se puede aceptar porque no hay nada que negociar, como no había que negociar en la reciente polémica del Páramo de Santurbán. Bastó que quienes responden por la protección de ecosistemas hicieran su trabajo, y los «negociadores» se dieron cuenta que mejor se iban a buscar incautos a otra parte.

De vuelta a la invasión del Parque de la Independencia, equivaldría a decir: me metí a su casa, si tanto le molesta, pues le devuelevo un pedacito, y agradezca.

Es al revés. Lo que no quieren aceptar los involucrados en este proyecto es que para invadir el lote vecino, están confundiendo entre resolver un encargo e inventarse un encargo. Contratista, IDU, IDPC y arquitecto se están comportando como los dueños de un parque que no es de ellos. Se están metiendo en propiedad ajena. Si la tal zona de transición fuera parte del lote asignado para el nuevo parque, bienvenida. Pero no lo es.

Para no seguir botando tiempo y letra en un falso debate, lo que propongo ahora es otra cosa.

Qué Hugo continúe con sus elaboraciones sobre lo que la crítica debería ser y no ser, con todo y el estribillo de que lo que a mí me interesa es camorrear contra Giancarlo Mazzanti.

Yo, por otro lado, me ocuparé de lo que me interesa que es tratar de evitar que se ejecute el proyecto camorrero de Mazzanti para el Parque del Bicentenario. Proyecto que dadas las circunstancias, seguiré interpretando a partir de la información disponible.

A alguien del público diferente a Hugo, lo invito a mostrarnos las eventuales virtudes arquitectónicas del nuevo parque.

Y a los responsables del proyecto los invito a ocuparse del parque que se necesita, es decir del parque sobre el túnel de la 26. El resto déjenlo quieto, que así está bien.

Es un patrimonio que se debe respetar. No está sujeto a transacciones.

Desocupen, no más, tranquila y pacíficamente.

Juan Luis Rodríguez

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Y la Crítica… ¿para qué?

A mi me interesa la dimensión operativa de la crítica, es decir, me interesa la crítica como instrumento para transformar la realidad. NO me interesa la crítica como una suerte de «valor agregado» para posar socialmente de bastión de la ética social -y por què no, para hacer más agradable y acalorada una conversación, regada con vino o con cerveza, explicándole a otros cómo se puede convertir uno en una piedra en el zapato de «los poderosos» y recibir palmaditas de aprobación en la espalda por eso.

El problema es que en eso se convierte la crítica cuando no está sólidamente construída y claramente orientada.

Que la ciudad la construyen los especuladores inmobiliarios; que tenemos algunos funcionarios pùblicos inescrupulosos; que los árboles no le importan a casi nadie; que los espacios públicos son invadidos una y otra vez; que moverse a través de la ciudad es un infierno; que tenemos una malla vial de quinta categoría; que las normas urbanas son sistemàticamente burladas; que ante el vil metal los especuladores podrían vender hasta a sus propias madres y porque no, demoler «a la mala» cualquier edificio patrimonial…

¿Cuántas veces hemos leìdo y oìdo esta canciòn?
Yo les pregunto:
¿Ustedes creen sinceramente que esta discusión, en el tono en que se está desarrollando le va a quitar el sueño a un funcionario corrupto, a un especulador abusivo, a un invasor del espacio público, etc?
Yo por mi parte soy bastante esceptico.
De partida porque como lo confirma Luz Helena Sanchez, lo que se lee es una «… camorra con el señor Mazzanti», y esto es lo que menos importa.

Refraseo mi preocupación con el argumento crítico que nos propuso Juan Luís: Dice más de lo que se puede decir con el material que tiene a su disposición o que pone a disposición de sus lectores.

Me parece que en este caso la ansiedad le ha jugado en contra a Juan Luís. Mi opinión es que para que la crítica sea efectiva -y eso quiere decir, para que logre incidir en la realidad- el crítico tiene que proceder cuidadosamente, lentamente y con menos prejuicios por delante.

Primero se debió haber mostrado la opacidad con la que se estaban haciendo las cosas y exigir mayor transparencia. Si esa transparencia no aparece, el crítico tendrá que seguir insistiendo sobre su necesidad y sobre lo dañino de la opacidad para las sociedades democráticas. Y si a lo largo del proceso la transparencia nunca llega, la crítica sólo podría desarrollarse en torno a los múltiples vicios y perjuicios que conlleva la opacidad de los proyectos de interés público y en cambio sobre la necesidad y las virtudes de la transparencia.

Esto no es poco y hay que hacerlo.

Pero si se logra un poco de transparencia y aparecen documentos, la crítica puede hacer otro movimiento. El crítico no puede dejarse llevar por ese «canto de sirena» que dice: «todos sabemos…» o «para nadie es un secreto que…» este tipo de argumentación NO debe existir en el ejercicio del crítico.

En otra palabras, sospechar que hay un negociado no es suficiente. Y escribir sobre esta sospecha sólo servirá para posar socialmente. Si se quiere incidir en la realidad hay que demostrarlo.

¿Difícil?
Si, pero indispensable.

Otro ejemplo
Juan Luís me emplaza a que me pronuncie sobre el proyecto de Mazzanti para el Parque. Pero: ¿Cómo podría yo hacer una crítica arquitectónica responsable a partir de un único plano de cuál desconozco todo? ¿Es la primera versión? ¿es una versión intermedia? ¿es una versión definitiva?

A esto me refiero con proceder lenta y cuidadosamente. Aunque como crítico uno se muera de ganas de dar un juicio sobre el proyecto, tengo que reconocer que el material disponible es claramente insuficiente.

Ante esta imposibilidad habría que preguntarse:
¿Porqué no hay más información sobre el proyecto y quién es el responsable de entregarla (u ocultarla)? El IDU?, IDPC?, CONFASE?, el arquitecto? Saber esto es fundamental para no equivocarnos cuando apuntemos con nuestro dedo.

¿Hay efectivamente un acuerdo de confidencialidad entre las partes? Y si la legislación colombiana no permite este tipo de acuerdos (¿estamos seguros que no lo permite?) ¿Por qué Mazzanti aparentemente habría asegurado que firmó uno?, ¿Acaso forzaron al arquitecto a firmar un acuerdo que es claramente irregular?
De nuevo, a esto me refiero con proceder lenta y cuidadosamente.

Finalmente, me parece que en todo este asunto los problemas de la disciplina son por el momento claramente secundarios. Insisto en que por lo pronto es más necesario iniciar un debate  sobre la legislación que rige la contratación de los proyectos públicos en Colombia, y escuchar lo que tienen que decir al respecto, por ejemplo, las silenciosas directivas de la Sociedad Colombiana de Arquitectos.
No estoy ni a favor ni en contra del diseño de parque del arquitecto Mazzanti. Si creo que con la información aparentemente disponible no se puede construir un juicio arquitectónico responsable.

En cambio creo que el caso puede servir de excusa para exigir mayor transparencia de los procesos de contratación de los trabajos urbanos que son de interés para los habitantes de las ciudades colombianas. Puede servir de excusa para exigir una posición al respecto de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y de las Escuelas de Arquitectura, Puede servir para escuchar lo que tienen que decir el Ministro de Obras Públicas, el director del IDU o del IDPC, y finalmente pero no menos importante, para que los consumidores puedan saber cuáles son los empresarios inmobiliarios que tienen una posición socialmente responsable frente a la construcción de las ciudades colombianas.
Hugo Mondragón L.

Apendice sobre la racionalidad.
Me parece que es necesario mantener la discusión dentro de los límites de la racionalidad.
En medio del debate me llegó hace un par de días un correo en el que se acusaba al señor Mazzanti de haber recibido el proyecto del parque «a dedo». Paso seguido en ese mismo correo se decía que Mazzanti no había respetado el diseño propuesto para el parque por el maestro Rogelio Salmona.

Yo me pregunto:
¿Acaso Salmona se adjudicó el diseño del parque a través de un concurso?

Datos concretos:
1. Si hay un arquitecto en Colombia que ha hecho su carrera a partir de ganarse concursos de arquitectura, ese ha sido Giancarlo Mazzanti.
2. Es un hecho conocido que Rogelio Salmona recibió a lo largo de su carrera muchos encargos públicos adjudicados «a dedo».
Otro ejemplo:

Alejandro Alvarez me acusa en su comentario de querer desviar la atención al sostener que las Palmas de Cera son también peligrosas. Alejandro, si lee bien, yo nunca hablé de Palmas de Cera, pero lo más importante, el argumento sobre la peligrosidad de los árboles no es mio sino de Juan Luís Rodríguez -a quien usted «agradece inmensamente»-  quien en su artículo afirmó: «una especie de lamento nostálgico, abandonado en medio de un frío ambiente boscoso, saturado de árboles viejos, muchos a punto de caerse y cobrar la vida de algún niño o niña bogotanos».

Yo digo:
Menos pasión y más cerebro!

Hugo Mondragón

Tomado de esferapublica

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