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Urbigrafia de un País

Al morir el dictador en 1935 y regresar a Caracas la operación cotidiana del gobierno, un país que empezaba a creerse rico notó que su capital era poco más que un pueblito, con apenas unos edificios de pastillaje guzmancista como piezas notables y una ya manifiesta tendencia a huir hacia el este, sin plan que ordenara la diáspora que sería su signo ni, hasta el día de hoy, acciones por parte de las autoridades encargadas de poner algo de orden ni de los ciudadanos que todos los días sufren y lamentan las consecuencias de aquellos y varios consecuentes desatinos.

Aquellos deseos de transformación generaron enfrentamientos entre los promotores inmobiliarios de la época hasta que, quizá por el sempiterno sueño caraqueño de parecerse a París, por la preeminencia eurocéntrica de la época, por pura safrisquería o por sus propios orígenes, se impuso la idea que promovía Luis Roche y se convocó a un equipo de urbanistas franceses, entre quienes estaba Maurice Rotival, para proponer una idea de la capital que podría tener el país que ambicionábamos ser. El eje de la propuesta del llamado “Plan Rotival” es una gran avenida, al modo de los Champs-Élysées, al sur del casco central, para lo que se debía demoler unas 20 manzanas, cosa que no importó demasiado a los habitantes de una ciudad cuya simpleza les avergonzaba y, a pesar de su espíritu conservador, evitaban conservar testimonios de su pobreza.

Con astucia, el Plan Rotival atiende la obsesión bolivariana de López Contreras proponiendo convertir la colina de El Calvario en un majestuoso mausoleo al Libertador como remate oeste de la nueva avenida (demasiado parecido en forma y desmesura al que ahora se construye al norte del Panteón Nacional para evitar comparaciones) y procede a las demoliciones necesarias sin que en realidad existiera, vistas las consecuencias, la necesaria convicción de ejecutar el resto del plan. Se deja en el corazón de la ciudad terrenos baldíos que, desde entonces y como ahora La Carlota, se ofrecen como apetitosa carroña a los distintos y sucesivos buitres que, ayer y hoy revolotean sobre este “valle zamuro” de la novela de Carmelo Pino.

El competidor inmobiliario de Roche vio en el cambio de gobierno y la evidente necesidad de rescatar el muladar que era El Silencio la oportunidad para proponer un desarrollo de vivienda popular que, aún el mejor ejemplo de intervención urbana que tenemos, serviría para minar, a la calladita y de hecho, anulando la posibilidad de concluir el Plan Rotival con el Mausoleo que tanto debe haber gustado a López Contreras, bloqueándolo (nunca mejor usada la palabra…) con uno de los más distinguidos edificios de la ciudad, el Bloque I de El Silencio, que con serena majestuosidad define la Plaza O’Leary. Aunque uno celebra que el fetichismo mítico-militar implícito en la propuesta del mausoleo se sustituya con un espacio cívico (aunque en realidad la tal plaza es fundamentalmente una redoma de tráfico), no dejan de ser curioso y no sé si soterrado o ancestral el metamensaje que implica dedicar un espacio civil a alguien que vivió asistiendo generales (primero Anzoátegui, luego Soublette, después Bolívar) hasta que Sucre lo ascendió a Teniente Coronel por sus servicios en Pichincha…

Unos pocos años más tarde, una nueva tachadura se suma a la “rectificación” del Plan Rotival.

 

El Centro Simón Bolívar y su notable entrecruzamiento de pasos peatonales y vehiculares sustituye la monumentalidad del mausoleo original por un par de torres que por años fueron el símbolo de la ciudad y seguramente nuestra imagen más viajera, llevando por el mundo en tarjetas postales los buenos deseos de locales y visitantes. También aquí y antes de que un par de torpes piezas de arquitectura descartable se anexaran hacia el este, una plaza habilitada posteriormente se nombra en honor de otro edecán del Libertador, Diego Ibarra. Varios años después, en el extremo oeste, se recupera un área de estacionamientos, entre los bloques norte y sur y con frente a la Avenida Baralt (la Plaza Caracas) y se instala en ella el busto colosal de la estatua que coronaría el descartado mausoleo y que, quizá, solitario, en las noches, mira con cierto alivio lo que el bloque deja entrever de la colina desde la que habría contemplado cada día el amanecer; hoy está ahí, apenas una cabeza, de espaldas a la sede de la institución que se dice dedicada a preservar la manifestación concreta de la voluntad popular en una democracia: el voto.

Y también de espaldas a otra estatua suya que también le da la espalda: el “Bolívar jugando bowling». a quien sólo se le ha visto divertirse un poco cuando Tunick, de modo que no faltó quien considerara sacrílego, lo cercó de cuerpos desnudos que disfrutaban la ciudad al natural, entre guardias y curiosos, mientras él los miraba de soslayo.

Quizá sí hicimos el mausoleo, aunque no lo hayamos notado; y lo llevamos dentro, encima, como una pesada piedra que nos pesa, en un nombre que repetimos desde la moneda hasta el aeropuerto, con una cara que nos mira en cada esquina con diferentes facciones de idéntica insolencia, tan decidida y profundamente grabado en nuestro interior que ya ni cuenta nos damos. Quizá, de alguna manera, somos el Mausoleo porque ya lo habitamos.

 

 

Los desolados terrenos de las manzanas vaciadas para construir la avenida que nunca fue, permanecieron así; y en persistente deterioro, olvidados por una ciudad que con igual indiferencia hacia el pasado, la misma intoxicación de presente e idéntica fruición por un futuro que daba por descontado y vendría por sí solo, construyó más al norte la “otra” avenida, la Urdaneta, llevándose, con mayor vitalidad, velocidad y eficiencia las casas cuyos portales copió Villanueva en El Silencio y haciendo aún más obvia la solitaria ruina del abandonado “gran eje monumental”.

Puede que por eso a nadie le haya preocupado convertir aquel paseo en autopista y, en medio del frenesí vialista, por años casi nos preciábamos de llegar “full chola” al corazón de la ciudad (claro, hasta que, como suele suceder con las vías sin continuidad, la veloz autopista se fue haciendo cada vez más ineficiente, congestionada, insufrible, y más frecuentes e infructuosos los ardides para evitarla); quizá por eso tampoco a nadie le importó que un edificio de vivienda popular (que se convertiría en hotel de lujo) bloqueara la ideal avenida para luego implantar su piscina disfrutando de la vista sobre el vacío circundante o que un edificio que terminaría siendo la inoperante sede de varios tribunales y oficinas parlamentarias quebrara la imponente simetría marcada por las torres que fueron emblemáticas.

Y florecieron propuestas de todo tipo.

 

 

 

 

 

 

Una, con jardineras hoy llenas de tierra y colillas de cigarrillo y el paradójico nombre de “Parque Central”, logró el apoyo del gobierno de turno, construyó sin pudor otro par de torres (más altas, sin consideraciones de perspectiva o marcación urbana, imponentes sólo por su insolencia e ingenio constructivo) como inicio de un plan de colosal colonización de aquellas áreas solitarias que también terminó decapitado cuando cambió el gobierno, pero dejó por siempre desbalanceado el perfil urbano de un espacio cuyo comienzo o final (depende en qué sentido se experimente) se desdibuja entre inmensos bloques anodinos, torres insolentes, muros ciegos de áreas de servicio y una inmensa tramoya decorada.

En el proceso, los terrenos baldíos habían servido de sede a casi cualquier tipo de construcción provisional, desde un parque infantil con ciertas actividades culturales, el histórico “Imagen de Caracas” coordinado por Jacobo Borges, una pista de patinaje sobre hielo y tarantines de buhoneros sucesivamente tolerados, instalados, eliminados y vueltos a instalar, casi épicamente, en el “Mercado Bolivariano de La Hoyada” y muchos mítines midiendo cuadras llenas de gente para demostrar poderío con el patetismo de un grupo de adolescentes discutiendo quién la tiene más larga…; y también a otras permanentes, como el edificio técnico de la CANTV y una nueva sede para la entonces PTJ, de la que sólo se construyeron los sótanos, luego transformados en Escuela de Artes Cristóbal Rojas, ahora sólo parcialmente escuela y mayormente refugio de damnificados.

 

El azaroso paso de los años hizo que otro proyectista captara la atención de otro presidente, Lusinchi, sobre estos espacios y apoyara lo que se llamaría el “Parque Vargas”, una propuesta de ordenamiento del sector que elaboraba una anteriormente desarrollada en el Instituto de Arquitectura Urbana por un equipo

dirigido por Jesús Tenreiro, con la asesoría de Kenneth Frampton y la participación de jóvenes que el tiempo demostraría entre los mejores arquitectos de su generación.

 

 

Confieso nunca haber entendido ni el apelativo de “Parque” (en realidad es un paseo urbano) ni la dedicatoria a Vargas, más allá del hecho de que Lusinchi también fuera médico y a pesar de la proximidad con Diego Ibarra, que intentó derrocarlo, pero agradezco tremendamente la “avenidización” de la autopista como demostración de la falacia de invocar las vías expresas como solución vial y, más allá de juicios de valor sobre su estética y su solidez como recurso de ordenamiento urbano, el valor de haber formulado una ordenanza de zonificación a partir de un elemento físico: una galería continua que definiría el frente de todos los edificios sobre el paseo y permitiría transitarlo de punta a punta bajo techo.

Lamento, sin embargo, que en lugar de asumir la necesaria intensidad urbana del lugar se haya optado, detrás de esa galería y hasta el frente accidental y descontroladamente desarrollado sobre las manzanas que no fueron demolidas por el plan inicial, por un vacío indefinido a ser ocupado, sucesivamente. por museos e instituciones culturales que la realidad ha demostrado no son ni tantos ni tan intensos como para dar presencia y carácter a tan amplia e importante espina urbana.

 

 

La Galería de Arte Nacional, diseñada por el mismo proyectista del conjunto, tiene una relación apenas tangencial con el paseo; de la galería conectora sólo se construyó un fragmento, entre la estación Bellas Artes del Metro y un paso subterráneo hacia Parque Central; la conversión de los sótanos del edificio de la PTJ en Escuela Cristóbal Rojas elabora su fachada a partir de la galería que unificaría todas las piezas, pero no así el Museo de la Estampa y el Diseño, una edificación, por decir lo menos, escueta; por años hemos visto vallas anunciando nuevas edificaciones y otras que las sustituyen con anuncios de otras que tampoco se hacen. Y la más reciente adición a esta colección de edículos (que tampoco incorpora la galería que imponía la ordenanza vigente al momento de ser proyectado) es lo que se dice será el Museo de Arquitectura

una suerte de fragmento de edificio lineal cuyos extremos parecen haber sido mutilados para caber en el terreno y una estética demasiado (torpemente) derivativa del trabajo de Glenn Murcutt para soportar el discurso de identidad nacional tan recurrido por su autor.

 

 

Quedó, sí, del “Parque Vargas”, para descontento de muchos y desdicha de la ciudad toda, la aparatosa y aún inconclusa cubierta del patio entre los dos edificios al este del Centro Simón Bolívar, envueltos en un diestro pero abigarrado conjunto de arcos, columnas, arquitrabes y otras simulaciones entonces de moda pero ya cansonas (¡es que el postmodernismo envejece muy cursi…!). La cubierta y el gran arco que la cerraría hacia el este adelanta el frente con una grandiosidad que disminuye hasta prácticamente ocultar las torres del Centro Simón Bolívar.

 

En su día, alguien llamó al autor “asesino de perspectivas”; como el lugar del crimen parece tener siempre un atractivo irresistible, quien calificó al otro de asesino busca ahora aniquilar lo que el primero hizo y subvertir su propuesta sin más análisis que el suyo propio y, presumo, el de sus allegados, con discrecionalidad que no por repetida podemos aceptar como condena.

Creo, sin embargo y a diferencia de lo que muchos han repetido, que habitar el mal llamado “Parque Vargas” con edificaciones de usos complejos que garanticen presencia humana a lo largo de todo el día es una estrategia acertada. Calificar de “ecocidio” la relocalización de áreas verdes abandonadas que hace apenas unos años se criticaban por ser asiento provisional de indígenas y/o indigentes no es sino otra demostración de la fragilidad del sentido crítico de un voluble conservadurismo que adopta, acomodaticiamente, causas que suenan bien por motivos que huelen mal.

 

Basta sentir el miedo que da transitar las desoladas aceras del Paseo para apoyar la urgente necesidad de acompañarlas con presencias humanamente activas y urbanamente enriquecedoras para darle verdadera vida a lo que hoy es no sólo una vergonzosa prueba de indolencia y abandono sino un riesgo real que sólo se asume por alguna necesidad imperiosa.

Y es que, tanto la aséptica explanada de Gómez de Llerena, como la estalinista celebración de Meléndez o la aplatanada propuesta de Sesto sobre los terrenos de La Hoyada demuestran, casi gritan, que un espacio tan neurálgico no puede resultar de la arbitraria cercanía al poder, ni que se pretenda bien intencionada, y que un lugar ciudadano tan importante tiene que ser objeto de un concurso público, muy probablemente internacional.

Y no es sólo La Hoyada.

Para enmarcar o definir el preámbulo de esa gran plaza debe contarse con buenos edificios urbanos, es decir, edificios que incluyan diversidad de usos, escalas, ocupantes y formas de ocupación y no los residuos edificados, ranchos con esteroides que venimos viendo y se pretende celebremos con orgullo disciplinar. Por la necesaria importancia y diversidad de esos edificios, ellos también deberían incorporar voces y autores diversos, escogidos de manera incuestionable y para desarrollar un plan que debería ser tan sabiamente consensuado como audazmente propositivo pero que, por lo menos, debe conocerse más allá de los límites de las oficinas que los controlan. La manida coartada del “eso siempre ha sido así” no fue válida cuando la criticaban quienes hoy la usan ni lo será nunca o nunca seremos más que otra escaramuza. Aunque resulte casi ingenuo alegarlo ahora y aquí, la ciudad es un proceso lento y complejo, en el que participan una diversidad de actores y, con frecuencia, varias generaciones; por eso, que el destino de un lugar urbano no lo decidan las autoridades municipales y metropolitanas electas para manejar estos temas es no sólo una aberración, sino inexcusable en quienes lo saben bien y se aprovechan de las prebendas que les da una circunstancia para hacer y hacerse de lo que de otro modo no habrían podido. Y eso tampoco lo ignoran; simplemente lo des-conocen…

Pero lo que más temo, vistas las evidencias en casos similares, es que la urgencia de demostrar resultados acelere los trabajos de deforestación de las pertinaces palmas y hoy frondosos árboles que lograron crecer y subsistir a lo largo del paseo, de algún modo protegidas por la desidia; y que se taladren pilotes, se excaven sótanos y se levanten estructuras que difícilmente estarán concluidas para octubre de 2012, cuando, parece, sus actuales paladines podrían perder el fuelle que hoy los insufla. Y, aún peor, que los nuevos gobernantes vean esas construcciones inconclusas con el mismo desprecio con que, desde hace casi ochenta años, se mira lo que otro intentó hacer en estos espacios y, sin siquiera revisarlas, las dejen ahí, abandonadas, cayéndose, como tantos restos que el tiempo ha dejado a lo largo de este basurero urbano que alguna vez animó los sueños metropolitanos de una capitalidad posible.

Quizá no existe monumento vivo, performance colectivo, palimpsesto visitable, ADN edificado, vergüenza social, desnudez públicamente indigente más categórica que esta herida que, abierta e infectada, corta la ciudad como un machetazo del que nadie se hace responsable pero en el que todos buscan aprovechar la ausencia de criterio, continuidad y transparencia.

No se me ocurre otra manera para iniciar su rescate, que es en buena medida el del país y de todas sus heridas abiertas, que suspender tanta pomposidad operática, el exceso de opulencia épica, le borremos el nombre de Bolívar a la avenida y el de Vargas al paseo, quitemos las estatuas de héroes reales o ideologizados y la hemorragia de placas falazmente conmemorativas, arreemos banderas y, luego de barrer un poquito, sencilla, humilde, decididamente, reconozcamos que esta cadena de coqueteos cortesanos debe llamarse “Espacio Nosotros”; pues nada de lo que allí pasa nos es ajeno y se agotaron las excusas para seguir tolerando más de lo mucho de lo que ya, por acción u omisión, somos cómplices desde hace casi ochenta años.

Y decidirnos a utilizar la fuerza de espejo de nuestras bajezas, temores y oportunismos que esta llaga nos espeta, si no para despertar, al menos para despabilarnos un poco…

P.S. Pido excusas a todos los autores de las imágenes utilizadas     cuya autoría no reconozco por desinformación o descuido.

 

 

Enrique Larrañaga

Octubre 12 de 2011

Publicado en reflejosurbanos.blogspot: URBIGRAFÍA DE UN PAÍS

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Oh, Todopoderoso Verde

 

Beatriz Ramo

STAR strategies+architecture

 

02-06 2011 / en curso

 

 

 

Cenotafio sustentable para Newton, L.E.Boullé

0. Introducción

En la actualidad, la sostenibilidad comparte muchas cualidades con Dios; concepto supremo, omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia, creador y juez, protector, y (…)salvador del universo y la humanidad. Y como Dios, cuenta con millones de creyentes. Dado que los humanos somos relativamentes ingenuos y desconfiados al mismo tiempo, necesitamos de pruebas para que la creencia  devenga en convicción, Verde ha llegado para representar la sostenibilidad, se ha convertido en su encarnación en el mundo humano. Sin embargo, la sostenibilidad, como Dios, podría no tener una forma, ni color…

 

1. Emancipación

En un desesperado intento de dar forma a una ideología que todo lo abarca, el verde termina siendo la representación más sencilla y rápida de la sostenibilidad. El Verde es el único símbolo capaz de seguir el ritmo actual de la falta de paciencia y el hambre de imágenes, una Lady Gaga-Sostenibilidad: sensacionalista, eficaz, sensible, creativa. En este  esfuerzo persistente para convertirse en la alegoría de la Sostenibilidad, Verde se ha emancipado como su caricatura.

 

2. Función

Los edificios iconicos, simplemente necesitaban ser icónicos, los edificios verdes sólo tendrán que ser verdes. Verde como una función. Verde permite  a la sostenibilidad  ser comprada por m2, o para serle pintada, o para serle pegada. La sostenibilidad es un filtro de Photoshop en CS6: Ctrl + Verde.

 

3. Estilo

Modernismo, Postmodernismo, Deconstructivismo … Ahora hemos entrado definitivamente en el Sostenibilismo. A diferencia de los movimientos anteriores cada arquitecto puede ser un Sostenibilista: ya sea avant-garde, comercial, joven, reputado … Se puede incluso combinar con otros estilos: Eco-deconstructivismo … revistas de arquitectura y folletos comerciales han encuentrado un lenguaje común: el verde. Verde es también el punto en el que el arquitecto, el cliente, el promotor, el político, y el usuario concuerdan. Por primera vez tenemos un estilo internacional genuino.

-Edificios Verdes pueden ser los Patos o Cobertizos Decorados, y hay  casos interesantes de ser ambos al mismo al mismo tiempo: los Patos Decorados.

-El Verde tiene que ser añadido como el sexto principio a los cinco puntos de Le Corbusier, y como el cuarto pilar de la tríada de Vitruvio: Venustas, Utilitas, Firmitas y Sostenibilitas

-El producto construido (…) de la Sostenibilidad no es la arquitectura sostenible, sino lo Verde..

-El verde es lo que queda después de la sostenibilidad ha seguido su curso o, más precisamente,  … lo que se coagula mientras la Sostenibilidad esta ocurriendo: su secuela.  (tomado de El Espacio Basura por R. Koolhaas)

-El Verde es el nuevo Negro.

 

4. Religión

-Verde trabaja la fe. San Verde velará por los arquitectos sostenibles, y los guiará en la dirección Verde.

-Verde funciona como la confesión. Entre mas culpables nos sentimos, más verde lo intentaremos. El aspecto verde  suele ser inversamente proporcional a los logros de su sostenibilidad. Verde tiene la capacidad de reducir todo lo que importa a un solo problema, y una única solución: Verde.

-El verde es doblemente milagroso. Como si pretendiéramos curar el cáncer con aspirinas, el verde es la fórmula fenomenal que lo convierte todo lo que toca en sostenible. También puede ocultar los diseños sin gracia. Los edificios feos verdes son más fácilmente aceptados que los simplemente feos.

 

Eco- Villa Savoya, Poissy – Le Corbusier

5. Ambigüedad

Pero el verde también se esconde una dimensión perversa … Como en una película de David Lynch, todo parece estar en calma y armonía, pero hay algo inquietante … podrido … El Verde es la mentira común, el consenso secreto, el crimen perfecto, todo el mundo sabe que no puede ser tan bueno, que no puede ser tan fácil, pero ¿por qué molestarse? Se vende, y hay suficiente verde para todo el mundo.

 

Campo de concentración sustentable de Auschwitz I, 1940

 

Eco-Muro de Berln, 1989

Planta de energía nuclear ambiental, Dukovany

 

Eco-Panteón, Roma 126AD

 

Il Monumento Continuo e sostenibile, New York © Superstudio original, cortesía de Adolfo Natalini

Tomado de : STAR strategies+architecture

 

Traduccion libre de Guillermo Fischer

 

Idea y Concepto: Beatriz Ramo
Desarrollo y Producción de Imágenes: Beatriz Ramo, Francesca Rizzetto, Milou Wijsbeck y Babak Jabery
Proofreading: Maarten Doude van Troostwijk
Videos: Beatriz Ramo, Francesca Rizzetto

 

 

 

 

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Crítica a una crítica de la crítica

“No critique tanto mijo que eso es muy feo”
(Típica frase materna)

En su columna “Una cosa más” (revista ARCADIA Nª 70), hace el arquitecto Miguel Mesa una crítica de la crítica referida a los últimos debates de arquitectura.

Opina Mesa que “juzgar a los colegas y condenarlos de estilistas, copistas, pseudofilósofos, impostores, destructores del patrimonio, la naturaleza y la sensibilidad de las comunidades, es un gesto temerario, injusto y sospechoso”. Desaprueba los “comentarios que rayan en el chisme y la calumnia”, y le preocupa “el tono camorrero y prejuicioso con el que se escriben algunos de estos supuestos debates”. Si esto es cierto, hasta aquí estoy de acuerdo con él, como lo he expresado en ocasiones anteriores. La crítica debe ser firme, pero ante todo objetiva, seria y respetuosa.

Lo que me pareció leer entre líneas (ojalá me equivoque) y en eso si me declaro en desacuerdo, es que Mesa considera que no se deberían tocar estos temas, por el hecho de que un arquitecto quiere “que no se reforme un estadio sino que se haga uno nuevo”, o acusa “al compañero de pupitre de copiar un dibujo” o considera que “los edificios no juegan un papel importante en la transformación de las sociedades” o ataca “a los edificios singulares” o se burla de lo que escribe un colega “sin explicar por qué sus ideas carecen de interés” o demerita “la ampliación de un parque” porque “hay otro proyecto más adecuado que ese”.

Yo considero que si un arquitecto cree honestamente que es mejor un estadio nuevo que uno revestido, o que un compañero copió un dibujo, o que los edificios por si mismos no son los que transforman las sociedades, o que no deben diseñarse con el único objetivo de parecer originales, o que no comparte las ideas de un colega o su manera de expresarlas, o que existe un proyecto de un parque más adecuado y respetuoso de árboles centenarios, no solo está autorizado para decirlo, sino que debe hacerlo.

La crítica sin censura, sana y en los términos claros y respetuosos ya anotados, es un reflejo de la libertad de expresión y el derecho a disentir. Es el crítico mismo quien debe decidir si son “estas inconformidades, importantes o insignificantes” y merecen por lo tanto que dedique ó no su esfuerzo a luchar por lo que él considera el bien común. Por su parte el lector tiene también el derecho de no leer la crítica, leerla y no hacer nada, ó leerla y respaldarla o controvertirla. La expresión de diferentes puntos de vista permite elaborar un concepto más cercano a la realidad.

La crítica, más que un derecho, es una obligación moral. Recordemos que somos responsables ante nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, no solo de la ciudad que hacemos, sino de la que dejamos hacer.

Espero equivocarme, apreciado Miguel, al interpretar que el fondo de su escrito era una limitación de los temas susceptibles de controversia. Le recuerdo que, acogiéndose a sus derechos como lector, puede no leer, aceptar ó criticar esta crítica de su crítica a la crítica.

WILLY DREWS

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La mercadotecnia de Hadid y Schumacher


Un  reciente articulo  de Zaha Hadid y su socio Patrik Schumacher en El País de España, titulado “Edificios adaptables”, constituye uno de los textos mas falaces que haya leído en el campo de la arquitectura.

Como anota Owen Hatterley en su articulo “Zaha Hadid y la vanguardia neoliberal”, en la verborrea seudocientífica de este dúo, es posible entrever a las “mil mesetas” de Deleuze y Guatari, texto de predilección de todos los arquitectos charlatanes que se califican de vanguardistas, aunque Hadid y Schumacher se tomen el cuidado de no citarlos.

Zaha Hadid  ha tenido como costumbre, el no hablar ni escribir de arquitectura, pero ha dibujado de una manera que se podría calificar de “critica”. En cambio, su locuaz socio Schumacher, toma la palabra y habla por ella en artículos y entrevistas que aparecen firmados por ambos.

En este articulo, Schumacher nos habla de su herramienta para el cambio socio-ambiental: un estilo al que han bautizado Parametricismo, término prestado de la informática:

“El posfordismo exige patrones de ordenación espacial nuevos, más variados, complejos y densamente integrados que sean inherentemente adaptables. Desde un punto de vista retrospectivo, el posmodernismo (años ochenta) y el deconstructivismo (años noventa) podrían entenderse como los primeros pasos en esta dirección. Pronto fueron sustituidos -y sus adquisiciones parciales de conocimientos y sus descubrimientos fueron conservados y elaborados- por un nuevo y poderoso paradigma y un estilo que promete liderar una nueva ola de investigación e innovación en el campo del diseño: el parametricismo.”

 

Como la estrategia de todo arquitecto charlatán está basada en abrumar a su audiencia con conceptos que no son explicados, hago la tarea: posfordismo significa producción diversificada o producción flexible en aras de calidad, en oposición al término fordismo que implica  “producción en serie“,

Luego, para generar mayor estupefacción, nos “explica” en que consiste su nuevo estilo:

La premisa del parametricismo es que todos los elementos urbanos y arquitectónicos deben ser paramétricamente adaptables. En lugar de ensamblar figuras geométricas rígidas y herméticas (como han hecho todos los estilos arquitectónicos anteriores), el parametricismo introduce elementos maleables en un juego dinámico de receptividad mutua y de adaptación contextual. Los procesos clave del diseño son la variación y la correlación. Todo componente de la arquitectura debe interconectarse con todos los demás aspectos del diseño y tener un efecto en ellos. Esto debería tener como consecuencia una intensificación generalizada de las relaciones que enriquecen y dan coherencia, y facilita que los usuarios comprendan la arquitectura y se muevan por ella.”

 

Primero que todo, para evitar confusiones, hay que aclarar que el diseño paramétrico no es un estilo, es una forma digital de producción de objetos, y su definición es sencilla: se trata de la utilización -en un programa de diseño asistido por computador- de parámetros que “restringen” las formas. A modo de ilustración, un parámetro puede ser el que los muros de un proyecto solo tengan ángulos de 30° entre sí, que las ventanas solo existan cuando el muro tiene orientación norte, que las cubiertas estén generadas por un radio determinado, etc. Esto produce una forma que cumple con los decisiones que los diseñadores han tomado previamente; los parámetros pueden ser de variada índole: estilísticos, ambientales, aerodinámicos, etc.

Hay que aclarar también, que desde épocas remotas todo diseño arquitectónico incorpora relaciones con el entorno, con los usuarios, con la técnica, etc. El que esas relaciones sean visibles para el usuario o no, siempre ha dependido del arquitecto; aquí no hay nada de nuevo, contrario a lo que Schumacher quiere hacer aparecer.

Schumacher le acomoda al término paramétrico el sufijo “ismo” y  lo declara “estilo”. Y como es claro que todo estilo implica algún tipo de comunicación, Schumacher, con su varita mágica, le otorga el poder de comunicar:

“Las ciudades deben seguir ofreciendo unas condiciones de vida que favorezcan el trabajo innovador. Antes de que podamos abordar de lleno la cuestión de cómo optimizar nuestras ciudades desde el punto de vista de la ingeniería medioambiental, debemos responder primero a la pregunta de qué patrones y arquitectura urbanos tendrán más posibilidades de vitalizar y potenciar la vida productiva y los procesos de comunicación de los que depende todo lo demás.

Esta pregunta guarda relación con la competencia fundamental y la función social imperecederas de la arquitectura, es decir, ordenar y enmarcar la comunicación social mediante el diseño innovador o adaptable del entorno construido. La comunicación social requiere instituciones y las instituciones requieren marcos arquitectónicos.”

 

Esto es una impostura. La función social imperecedera de la arquitectura ha sido y es la preservación de la vida humana. La comunicación es otra función de la arquitectura, pero no la principal, ni es imperecedera: han existido épocas en la historia en que la arquitectura se ha despojado intencionalmente su capacidad simbólica, como ocurrió con el Movimiento Moderno, actitud que dicho sea de paso, se podría calificar de ingenua.

Si revisamos lo que Hadid nos ha comunicado a través de sus primeros dibujos, antes de que su obra fuera construida, dibujos que recientemente fueron expuestos en el Guggenheim -y que encuentro particularmente poéticos- la conclusión sería que se mostró allí a  esa Zaha que en los primeros años de su ejercicio retoma del constructivismo ruso, especialmente de Malevich, la imagen de fluidez, recurso utilizado usualmente para comunicar la idea de cambio.

La arquitectura constructivista rusa tuvo la clara  intención de poseer carácter simbólico, mediante innovadoras  formas vanguardistas, no solamente con el propósito de romper con los contenidos de las formas clásicas asociadas a las estructuras del poder que la revolución acababa  de desmontar, sino con la función de comunicar, con vigoroso dinamismo, el cambio social que implica la revolución marxista-leninista.

En el Movimiento Moderno occidental , a semejanza del constructivismo ruso, desaparece el concepto de estilo por la misma razón, porque a sus iniciadores les parece que atado a este concepto vienen contenidos simbólicos del poder no democrático. Y si es que la arquitectura va a jugar un papel preponderante en la construcción de una nueva sociedad mas progresista, es necesario encontrar nuevas formas que interrumpan la transmisión de significados del poder establecido. Pero, el constructivismo, a diferencia del deconstructivismo, no se plantea la construcción de formas -vehículo de nuevos significados-, sino que se toma la opción de pretender que la arquitectura no sea vehículo de ningún significado. La arquitectura es vista simplemente como herramienta para el cambio social, lo que conocemos como la “función social” de la arquitectura, esto es, desprovista de su carga simbólica y solo se le permite que comunique su función y la forma como está construida. Le Corbusier, para quien la arquitectura es ante todo herramienta, hace la única analogía permitida: la de la máquina.

El trabajo de esta primera Hadid está basado en la descomposición formal de los elementos murarios, de cubierta y basamento, que el deconstructivismo -derivación estilística del constructivismo ruso que la silente Hadid abraza en ese momento- incluye en la aceptación y la exploración del valor simbólico de la arquitectura. ¿Pero que es lo que intentan comunicar? El deconstructivismo  pretendió transmitir la idea de cambio, por medio de la descomposición dinámica y el uso de formas fluidas;  sin embargo, como nunca se estableció en que consistía el cambio sugerido, este deconstructivismo terminó por ser un simple ejercicio formal con ninguna función social, a diferencia del constructivismo ruso que estaba ligado a una ideología política.

Schumacher reconoce la necesidad de adjudicarle contenidos simbólicos a la arquitectura, y para ello acude al  camino recorrido por Rossi y Venturi, en pos de recuperar el ingrediente simbólico. La diferencia está en el contenido: mientras estos  estaban preocupados por recuperar  el ingrediente historicista, Schumacher quiere adjudicarle contenidos asociados a lo que resulte comercial, en este momento, como lo veremos mas adelante. Es sorprendente como el discurso de Hadid y Schumacher cambia de acuerdo a la conveniencia del mercado. En el  año 2008,  publica su pretencioso  y críptico “Manifiesto Parametricista”, donde no aparece su arquitectura como vehículo de conceptos ecológicos.

Y en ese mismo año, Hadid da una entrevista en El Periódico, plantea que este nuevo estilo, el parametricismo, representa la nueva sociedad:

“ Me interesa especialmente dar forma al terreno, esculpiendo, explosionando. No sólo como un gesto formal, sino como una manera de lidiar con le componente social de la arquitectura. Las complejidades de la vida contemporánea no pueden ser moldeadas en simples cuadrículas y cubos platónicos de la era industrial. Hoy, en plena era digital, en el siglo XXI, las vidas de las personas son mucho más flexibles y globalizadas, y tenemos que tratar problemas sociales mucho más complicados que aquellos programas sociales del siglo XX industrial. Esto requiere una nueva arquitectura de la fluidez.”

 

Aquí le esta adjudicando a su Arquitectura de la Fluidez, el poder de solucionar la complejidad de la  vida contemporánea. Esto resulta tan difícil de creer, que se podría  pensar que ni él mismo se lo cree; pero el asunto que me interesa, es el que aparece implícito: la capacidad que le adjudica al parametricismo de simbolizar la complejidad social actual.

En esta entrevista de El País, el discurso cambia. Ahora la arquitectura de Hadid, sin que exista un cambio estilístico -ya que es  la misma arquitectura “fluida” de sus últimos quince años-, de repente es capaz de comunicar lo ecológico, lo sustentable: “La neutralidad y monotonía desorientadoras y genéricas del modernismo dan paso a la elocuencia ecológicamente adaptable del parametricismo”

Es Philip Johnson, quien claramente  entiende la arquitectura como objeto de consumo del capitalismo, el que acuña el término de “ Estilo Internacional”, en razón a que para el público general, la manera mas fácil de digerir la arquitectura es a través del nomenclaturas de “estilo”. Detrás de esta nomenclatura estilística de “parametricismo” simplemente se encuentra una estrategia bastante vulgar de mercadotecnia: la realidad es que la deconstrucción ha perdido valor comercial, porque está “demodé”, en este instante. Al contrario, todo objeto de consumo que tenga la etiqueta “ecológico” es exitoso comercialmente. Resulta curioso ver que las formas de Hadid continúan siendo las mismas desde hace más de veinte  años,  continúan comunicando ese significado de dinamismo, heredado del  deconstructivismo. Y de repente, de manera descarada, se les adjudica la capacidad de transmitir como significado un valor ecológico, lo cual no es más que un desvergonzado ejercicio comercial.

 

El artículo termina de manera penosa, cayendo en la autopromoción desvergonzada de sus proyectos en España; pero tal vez, ésta sea la parte más sincera del texto.

Llama la atención las coincidencias con los arquitectos que se consideran vanguardia en Colombia: el lenguaje críptico, las  asociaciones  a Deleuze y Guatari, y el carácter de arquitectura  “eco-social”  que le quieren colgar a sus obras, a si no lo sean en lo más mínimo.

 

Para quienes quieran ver en vivo a este maestro de la charlatanería arquitectónica, el jueves 14  de julio dará una charla en el Hotel Sheraton de Bogotá, a las 3:30 p.m.

 

Guillermo Fischer

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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La Arquitectura y su reivindicación simbólica

Tomado de Arqhys

La definición de estas áreas emblemáticas se apoyará en la pugna por la supremacía de una ciudad sobre las otras; la arquitectura como representación juega un papel primordial. La arquitectura representativa que sea capaz de atraer inversiones debe ofrecer confianza y una imagen de ciudad pujante. Se forman zoológicos de íconos arquitectónicos de probada fuerza mediática que servirán de imagen publica para la ciudad, ayudando a su posicionamiento en las redes de ciudades de servicios y turismo. La elección del arquitecto de estos nuevos emblemas es significativa. Desde el momento en que se decide la construcción de un nuevo edificio, complejo o modificación de la ciudad, cada paso se convierte en un espectáculo que empieza por la decisión del lugar hasta la elección de los posibles arquitectos y el desarrollo del proyecto. El futuro edificio es real tanto en la virtualidad de los medios de comunicación especializados como en los de comunicación de masas. Se consume la arquitectura antes que exista el edificio matérico. En el universo cambiante de las tendencias estéticas, los ciclos de vigencia se acortan con la misma rapidez que se eleva el umbral de la novedad. La arquitectura finge producir el mundo que la consume.

El acortamiento de los períodos de vigencia de una determinada estética esta invariablemente supeditado a su ingreso en el complejo sistema de la novedad, de la noticia de la ultima hora; nada que no sea extraño como novedad será reseñado por los grandes medios de comunicación. Se trata de un doble juego extremadamente peligroso; aquello aparentemente hace que una arquitectura y una ciudad existan su difusión y su reconocimiento es lo que también puede hacer que sucumba o desaparezca como un fuego de artificio. La búsqueda del ícono o emblema no es un hecho exclusivo de la iniciativa privada. Los museos son el caso más emblemático del cambio de política respecto a la ciudad. Un equipamiento urbano ya no se piensa para ser usado por la ciudad, sino como un elemento diferencial en las tablas de la calificación empresarial urbana y en el potencial turístico de la ciudad. Para la existencia de un museo, sea publico o privado, se necesita la fuerza mediática que los convierta en focos de peregrinación. Poco importa qué se expondrá y cómo, pues el envoltorio vacío parece suficiente en la lógica de usar y tirar. Para que la cultura sea rentable como un parque temático debe atraer a las masas por su grandilocuencia, como si se tratara de las catedrales del nuevo milenio.

Las ciudades-museos que hacen su aparición en la escena urbana como verdaderas fortalezas, el Getty Museum en los Ángeles de Richard Meier, o la ciudad de las artes y las ciencias en Valencia de Santiago Calatrava, son otro elemento segregado y potencializador de la especulación urbana en su entorno inmediato. En los últimos años se han propagado los grandes edificios emblemáticos, construidos por arquitectos de prestigio, que no limitan su actuación a una ciudad o un país, sino que proyectan para todo el mundo, con la única singularidad del propio bagaje de imágenes acuñadas por el arquitecto y, por tanto, reconocibles. A diferencia de los centros de ocio y consumo, donde la imagen esta más estereotipada y tipificada y la firma es importante como marca de empresa y no como obra de arquitecto con prestigio ‘crítico’, pues se siguen pautas del manual, que dependen mas de la eficacia del marketing y de la capacidad de sorprender y entretener dentro de códigos reconocidos de estrategias ya probadas, más que de construir una verdadera propuesta arquitectónica. Los emblemas urbanos necesitan del nombre de un arquitecto reconocido mediáticamente, pues se constituyen en noticias culturales por medio de su nombre, otorgando otro tipo de impacto social a la noticia y avalando la operación. Por ello, parte de la efectividad de la inversión y de la convalidación del proyecto reside en la elección del arquitecto. La elección de un arquitecto de reconocido prestigio (y extranjero) aumenta la atracción de los media por el nuevo proyecto, edificio o inversión.

La transformación de las empresas con la intromisión masiva de los medios de comunicación de masas ha producido el advenimiento de la ciudad de consumo, de la ciudad electrónica y telemática, etc., y con ello se cumple, definitivamente, la desaparición de sus funciones tradicionales. Por ello, la ciudad pasa a ser emblema, pero no de si misma o del poder político y publico, sino de las empresas que la moldean; desde la silueta de la ciudad hasta el cambio de normativas de usos y superficies según conveniencia del inversor y promotor privado. La primacía de lo privado sobre lo público tergiversa y pervierte las relaciones sociales del uso del espacio urbano. La arquitectura propuesta como emblema se convierte en un icono y, por tanto, en objeto; se banaliza también como complejidad, también desaparece la arquitectura y, de más de está decirlo, puede desaparecer también el arquitecto. La incapacidad de relacionarse con el lugar y de enraizar con lógicas de entretejido urbano convierte a estos centros en una sumatoria de objetos que, independientemente de su posible calidad arquitectónica aislada, generan un área urbana de fácil degradación, al imposibilitar su apropiación cotidiana y doméstica. Sin esta apropiación no hay ciudad, sino pura estenografía vacua.

Luisa García
República Dominicana

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La estética de las lentejas

 

Todos somos aficionados a la arquitectura. O la arquitectura exigiría que todos lo fuéramos. Tan fácil como le resulta a la política que se hable de ella, a la construcción de ciudades y edificios debía corresponder una atención tan tensa y popular como la de los «indignados». Ni la pintura ni la música se hallan tan obligadas a responder socialmente pero la arquitectura construye o destruye, mejora o empeora delictivamente la ciudad. Ayer destacó este periódico uno de los viejos proyectos de Patxi Mangado destinado a un auditorio en Teulada (Alicante). Mangado podría haber sido alcalde de Pamplona y secretario general de cualquier plataforma dedicada a politiquear con furor. Ni le falta oratoria convincente ni ganas de mandar. Es, sin embargo, arquitecto a tiempo completo y, encima, con la conciencia propensa a la culpa, tal como inculcó a muchas generaciones los grandes maestros de las escuelas españolas, casi monjes de la Bauhaus y las viviendas sociales. Bajo esa influencia Patxi Mangado ha creado una fundación, Arquitectura y Sociedad, que trata de hacer lo imposible por fundir ambos términos en uno. De hecho, no ha habido en España un arte (en España es arte e ingeniería a la vez) que se apegue tanto a la existencia civil como el suyo. Los pintores, los escritores o los rockeros cuando son famosos tienden por lo general a ser divos. Muchos arquitectos también. La diferencia es que mientras en las demás profesiones pueden seguir siéndolo sin hacer daño a nadie, los narcisismos de un arquitecto pueden incluso matar. Muchos de los arquitectos famosos, españoles o extranjeros, que construyeron aquí durante las dos últimas décadas, fueron recientemente desenmascarados por un gran reportero, Llàtzer Moix, en Arquitectura milagrosa (Anagrama). Y le llamo «reportero» porque bastaba reportar lo construido para aportar noticia de las barbaridades que se han hecho. Arquitecturas pin-up cuyo cuerpo apenas resiste ni un mal Photoshop ni el menor paso del tiempo. Edificios espectaculares forrados de pladur, acrobacias fotogénicas cuyo pecado de vanidad es directamente proporcional a sus poses obscenas. Desde los años sesenta, casi todos los arquitectos occidentales (desde Piano a Moneo), admitían que un trabajo narcisista era lo peor que les podía pasar. Antes de venir Cristo al mundo, Vitrubio había establecido una trinidad de principios (firmitas. utilitas y venustas) como pilares de la arquitectura honrada. Los edificios que se caen (no firmitas), los museos que se edifican sin contenidos (no utilitas) o las ciudades monstruosas (no venustas), son los tres pecados capitales que como jinetes del Apocalipsis han arrasado más de medio mundo durante la prosperidad. Dubai o Shanghái son hoy la perla falsa de ese infierno del estilo por el estilo, la grandeza por el gigantismo y el soborno por la especulación. De esa época quedan demasiados testimonios pero su fin ha llegado ya. «Sois tan pobres que solo tenéis dinero» se leía sobre una fachada en un banco de Lisboa. La época del mucho dinero ha colaborado en la rutina y en la ruina de la arquitectura. Creadores que han repetido hasta la saciedad su misma obra para venderse como marcas a mandamases políticos que han multiplicado por cinco o seis los presupuestos de la comunidad, decenas de auditorios, aeropuertos, museos y ciudades culturales que han expoliado las arcas presentes y futuras. La orgía de la arquitectura de oropel, próxima al carnaval, ha disfrazado las ciudades de progreso mientras entre bambalinas los protagonistas se repartían la pasta. Hubo una época, la de los años ochenta, en la que conocí personalmente a los mejores profesionales del medio en España y, salvo alguna engominada excepción, todos eran de oro macizo. De esa materia es también hoy el arquitecto Patxi Mangado y prácticamente la mayoría de su generación, que cuenta con medio siglo a cuestas. Capaces todos ellos de entender que el estilo no es nunca mejor guía que el franco amor a la gente. La crisis, quién lo duda, acarrea mucho dolor, pero en su seno se ve de cerca la ignominia de las lentejuelas y la importante responsabilidad ante una ciudad de seres humanos donde en realidad se sirven platos de lentejas.

VICENTE VERDÚ

02/06/2011

Tomado de : ELPAIS.com

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