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Dioses, clientes y arquitectos

Noviembre 14, 2013

 

Se ha dicho que Dios es el supremo arquitecto y para los masones es el Gran Arquitecto del Universo. Pero aparte de preguntar que vienen a ser entonces los demás cientos de dioses que en el mundo han sido, lo que sí es claro es que todos ellos fueron los supremos clientes. ¡Sus necesidades son apenas la gloria para trascender y disponen de todo el presupuesto del mundo! Han permitido que los arquitectos sueñen la más maravillosa arquitectura y levanten los más grandes edificios de la Tierra, al menos hasta hace un siglo.

Zigurats, templos, mezquitas, sinagogas, iglesias y catedrales han sido siempre los edificios más bellos, grandes, confortables, entrañables y humanos para todos, incluyendo a los ateos, que probablemente son los que más los disfrutan pues precisamente van a ellos con el propósito de sentir el cielo allí, vivos y no (quien sabe) después de muertos, pues el espacio interior es la arquitectura, como dice Bruno Zevi en Architectura in nuce (1964), igual que el espacio urbano que conforman los edificios son las ciudades, como en “De Babilonia a Brasilia”, que es como titularon la traducción al español del libro de Wolf Schneider (Überall ist Babylon, 1960).

Mas no interesa mucho que los dioses no existan pues su arquitectura sí que está presente en todas partes y en todas las épocas, y no es víctima de la actual obsolescencia programada. Otra cosa es la reconstrucción ritual de algunos templos cada cierto tiempo, como acostumbraban Mayas, Aztecas o monjes Budistas. Su emplazamiento siempre es el mejor de cada ciudad o esa arquitectura es una pequeña ciudad como en Monte Saint-Michel. Son los edificios más funcionales pues les basta sólo con su belleza, y su construcción ha hecho desarrollar las técnicas constructivas como ninguna otra edificación hasta el Crystal Palace de 1851 en Londres, diseñado y construido por Joseph Paxton, un experimentado constructor de invernaderos que se graduó de arquitecto y moderno con ese novedoso edificio.

Los arquitectos, del  griego antiguo ἀρχιτέκτων (arqui-tectón, primero-obra) que significa,  literalmente, el primero de la obra, es decir, su máximo responsable, solo existían para hacer templos, o palacios para reyes –que lo son precisamente por la gracia de Dios–, a quienes les sobraba dinero, ni más faltaba, pues para eso están las guerras. Como buenos clientes, sabían de arquitectura –ahora hay que enseñarles– y escogían al mejor arquitecto, no al más barato ni a la “estrella del momento”, y lograban de cuando en vez una nueva pero pertinente arquitectura –en lugar de copiar la penúltima moda–.

El primer zigurat, levantado hace 40 siglos, recuerda a Ur. Y los 147 metros de altura y 230 de lado de la gran pirámide en Ghizeh, con  47 siglos, recuerdan a Keops, y las suyas a Kefrén y Mikerinos. Y sabemos de Mumtaz Mahal por el magnífico mausoleo (1631 y 1654) que el emperador Sha Jahan levantó en Agra a su amor eterno. Hace 35 siglos en Karnak, el Gran Templo alcanzó 354 metros de recorrido en busca de Amón, y hace 33 que el zigurat en Tchoga-Zanbil subió 53 metros buscando a los dioses; y para ellos también son las Acrópolis griegas y el Panteón, las pirámides Mayas y Aztecas. Y la roja Alhambra de los reyes nazaríes, en árabe al-Ħamrā (اَلْحَمْرَاء), levantada principalmente durante el siglo XIV, de la que dijo Ibn Zamrak:

Jamás vimos alcázar más excelso,
de contornos más claros y espaciosos.
Jamás vimos jardín más floreciente,
de cosecha más dulce y más aroma.

También Machu Picchu (montaña vieja en quechua), una de las residencias de descanso de Pachacútec, primer Inca del Tahuantinsuyo (1438-1470), es para un hijo del Sol, un dios rey. Estupas indias, chedis o dagobas para guardar reliquias, y Pagodas que no son cuentos chinos, y templos hannya shinkyo Zen.

Y desde el siglo IV hasta el XX,  Santa Sofía, San Marcos, Espira, Santiago de Compostela, Saint-Denis, Notre Dame, Chartres, Reims, la Abadía de Westminster, la Mezquita de Córdoba, Santa María del Fiore, San Pedro, San Pablo, la Catedral de Sevilla, la de México, la Sagrada Familia ¡y sin terminar!, son para un solo Dios, pero grande como repiten los musulmanes. El Escorial (palacio, templo y tumba) fue concebido a la imagen (imaginada) del Templo de Salomón. Y muchísimos más, diría Sir Banister Fletcher en A History of Architecture on the Comparative Method (1896).

Como dice un poema áulico en la sala de las Dos Hermanas en la Alhambra: «[su] bella estructura ha pasado ya a proverbio, y [su] alabanza está en los labios de todos.» La arquitectura es, pues, la madre de las artes al servicio del poder. Pero ahora que cada vez hay más ateos, gracias a Dios, ya poco se hacen templos, como si los muchos que existen bastaran para su solaz.

Finalmente, desde hace casi un siglo el Movimiento Moderno, otro ideal del humanismo, trata de poner la gran arquitectura también al servicio del hombre común. ¿Pero dónde están los arquitectos? Como si fuera un castigo divino, creen que todo lo que hacen es como un templo o al menos un palacio y reclutan adeptos con publicaciones pagadas. En Colombia están acabando con las ciudades de la mano de alcaldes, concejales y promotores, ignorantes de que éstas son el escenario de la cultura, como las llamó Lewis Mumford en La cultura de las ciudades (1938).

Es el pecado de las carreras de arquitectura en el país, las que proliferan improvisadas pues se les exigió a las universidades algún programa en artes para ser consideradas como tales. Programas que buscan torpemente formar dioses del diseño y no arquitectos comunes para el cliente común, es decir, para la gran mayoría. Mas como se sabe desde la antigüedad, y lo repitió Ludwig Wittgenstein, el célebre filósofo y arquitecto aficionado, la gran arquitectura es para inmortalizar o glorificar alguna cosa (Félix  de Azúa, Diccionario de las artes, 2002). Pero cuando no hay nada que glorificar es la gran farsa: hay que decirlo.

Benjamin Barney Caldas

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Falso Colón

Noviembre 7 – 2013

Según El Espectador, al proyecto ganador del concurso para la «ampliación» del Teatro Colón, le «Recortamos volumen y perdimos dos pisos de altura». No sabe uno si estamos ante un lamento o ante el reconocimiento de una virtud pero el hecho es que le bajaron dos pisos al proyecto. Está por verse si el recorte se llevará hasta el final o si en la entrevista de celebración dentro de un año nos enteraremos que «Hicimos todo lo posible pero no se pudo». Por lo pronto, asumo que el cambio se debe a que entre el Ministerio de Cultura y la Sociedad Colombiana de Arquitectos -SCA- entendieron que la forma urbana anterior era desproporcionada y corrigieron el encargo. Esperemos que así sea y que el nuevo teatro y la nueva sede para la Sinfónica de Colombia sean lo que se merecen la orquesta y el centro histórico. Un aplauso por el destello de sensatez.

También tendremos, en palabras de la arquitecta ganadora, un edificio contemporáneo porque «pensamos que respetar el patrimonio no es tratar de imitarlo[…] Tiene unas fachadas muy neutras y unos materiales muy sobrios. Son materiales durables en el tiempo, concreto, vidrio, madera, que no intentan parecerse al teatro sino darle valor». Esto ya no es sensatez sino sentido común. Que el lenguaje sea “contemporáneo” es lo mínimo que se puede esperar para evitar el pastiche.

Lo más sorprendente de la entrevista es la celebración del Edificio Stella: «por la parte de atrás nos ensamblamos con la Universidad Gran Colombia, a la que se le va a respetar el edificio Estela, que también es patrimonial». Así la morfología haya mejorado, no deja de ser una barbaridad tomar este edificio como punto de referencia, considerando que para cualquier transeúnte de la carrera 6 es evidente que la parte de atrás de la Catedral ya es bastante desproporcionada y que los edificios Stella y Universidad Autónoma de Colombia, comparados con la muralla colonial, son un par de alienígenas. El hecho en este caso es que la pared de la Catedral es una parte esencial del edificio, fue hecha hace siglos y tomarla como referencia hubiera servido al menos para dignificar el nuevo conjunto. Pero el Ministerio necesitaba camuflar el enorme volumen de la nueva tramoya, de modo que la mejor estrategia era sacar a relucir el valor patrimonial del Stella, olvidarse de la carrera 6 y omitir la vulgaridad de la Autónoma.

Lo que ya pasa de barbaridad a mentira es que el nuevo proyecto sea una ampliación del Colón. El teatro no se puede ampliar, más allá de lo que ya se amplió en capacidad a través del aumento de algunas sillas en la platea y de lo que se está haciendo con el nuevo escenario y la nueva tramoya. La «ampliación» será un nuevo edificio, sin más relación con el viejo teatro que una o dos puertas internas de comunicación. Una construcción aparte que funciona como un distractor para esconder la demolición de la caja escénica original: una obra en construcción, probablemente magnífica en términos teatrales, pero altamente cuestionable desde un punto de vista patrimonial por cuanto desfigura una parte esencial del edificio. En realidad, desfigura otra parte esencial, que se suma al turupe llamado «atrio» que modificó la fachada por la calle 10, como si se tratara de construir una casita de muñecas para la hija en el jardín de la casa.

En resumen, al Colón primero le pusieron un atrio y le recortaron la fachada, luego le «modernizaron» la platea y los palcos y después vinieron la demolición de la caja escénica, el nuevo escenario y la nueva tramoya. Hasta acá la ampliación. Luego, para parecer legales y tranquilizar la conciencia de sus «protectores», le hicieron un Plan Especial de Manejo y Protección -PEMP- de emergencia, con el fin de seguir adelante con el sueño de convertir el lote de la calle 11 en una sede de la Sinfónica. Así, vía concurso público internacional, organizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, lo que está en curso, además de la «ampliación», es la legitimación a posteriori de todo lo hecho hasta el momento, a través del concurso y de un PEMP extemporáneo. Una obsesión que obnubila al Ministerio, hasta el punto de no entender que una cosa es desfigurar un edificio patrimonial y otra cosa es construir un edificio contemporáneo al lado de un edificio patrimonial.

No se necesita alta matemática para comprender que una cosa sería hacer un diminuto edificio de seis pisos, en medio de torres de veinte pisos; y otra, hacer el mismo edificio en el pequeño centro histórico de Bogotá. En primer semestre de arquitectura se aprende que la proporción -no el lenguaje- es una cualidad de la arquitectura que se precia de ser respetuosa. También se aprende que hay arquitecturas para las que lo importante son la novedad y la singularidad, al costo que sea.

Por contraste, tratándose del Parque de la Independencia que sí merecía una «ampliación», al Ministerio en su afán de novedades le pareció legítimo autorizar la usurpación de un pedazo de éste para anexarlo al llamado Parque Bicentenario. Invasión que según el Ministerio, en su último intento por justificar lo injustificable, es culpa de los residentes de las Torres del Parque porque “no cumplieron con su deber constitucional de hacer un PEMP”.

En conclusión, con semejante Ministerio y con semejante gremio de arquitectos, todo indica que seguiremos en la era del pupitrazo patrimonial. Una vez más: con funcionarios así, para qué enemigos.

Juan Luis Rodríguez

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Carta a Harold Alvarado Tenorio de Germán Téllez

Octubre 23 de 2013

 

Carta dirigida al poeta Harold Alvarado Tenorio por el arquitecto Germán Téllez C. sobre su debate con el Ministerio de Cultura

 

Sr. Harold Alvarado Tenorio:

Leyendo el derecho de petición presentado por Usted a la señora Ministra de Cultura sobre el tema de los recursos presuntamente entregados para las bibliotecas, reales o ficticias, en el país, encontré pertinente expresarle lo siguiente: el rubro oficial para la finalidad anteriormente mencionada es poco menos que insignificante comparado con lo que puede ya haber sido o va a serlo para satisfacer los caprichos de la Ministra Mariana Garcés en el discutible campo de las intervenciones de relumbrón, de espectáculo como de farándula arquitectónica, bien a la vista de todos, en el patrimonio construido del país. Me refiero en especial a las dos más protuberantes hasta ahora, ambas en el centro de Bogotá: la acumulación absurda de dependencias oficiales en torno al Teatro Colón, disfrazada de “ampliación de servicios” (un saco presupuestal sin fondo, de interminables e interminados contratos de restauración, interventoría, estudios técnicos y científicos y quien sabe cuántas cosas más, algunos “licitados” originalmente con entidades fantasmas) y el malhadado proyecto “modernizador” de la nueva lumbrera mediática de la arquitectura en Colombia, el Sr. Giancarlo Mazzanti, para el Parque del Bicentenario, otro contrato de construcción indefinidamente prorrogable para la firma OPAIN, destructora del antiguo terminal de pasajeros del aeropuerto Eldorado.

En el recuento publicado por MinCultura sobre los logros (reales o ficticios) en el campo del patrimonio construido arquitectónico y urbanístico, cabría hacer preguntas similares a las que usted hace sobre la cuestión de los libros y las bibliotecas. ¿Cuántos y cuáles de todos esos edificios y lugares enumerados pero sin nombre y localización en el discurso de la Ministra han sido intervenidos acertada y eficazmente? ¿Cuántos lo han sido con buena dosis de “chamboneo nacional” o simple inepcia profesional? ¿Cuáles son y dónde se localizan? ¿Cuánto costó la elaboración y edición de gran lujo de un libraco del MinCultura que contiene una parte minúscula del patrimonio construido colombiano? ¿Cuál es la verdadera cara de un supuesto “plan de centros históricos” para todo el país? En esto habría que incluir el burdo pegote arquitectónico regalado a Popayán por el entonces presidente-finquero a manera de “Centro de Convenciones” para ser instalado en plena zona histórica de esa ciudad, de tan mala suerte en su historia de aportes oficiales construidos. O en el campo de la vigilancia sobre los espacios públicos de los “centros históricos”, los permisos al señor Carlos Mattos para vender automóviles coreanos al pie de las murallas de Cartagena o en el Parque de Caldas en Popayán.

Entonces ¿cómo es el asunto? ¿Cómo es la relación –si es que existe– entre la acción privada, independiente o simplemente local y la teórica supervigilancia del MinCultura sobre la preservación y manejo del patrimonio construido, si cuando hay de por medio grandes negocios es una y cuando no es otra muy diferente?

De todo lo que dice la Ministra Garcés (a quien no conozco personalmente y con quien no he tenido la menor relación profesional), ¿qué ha logrado el MinCultura en los 2, 20 o 50 últimos años? ¿Cuánto y qué corresponde verdaderamente a una acción oficial que ella pueda llamar como suya o “de MinCultura”? ¿Quién garantiza o puede comprobar la veracidad de la propaganda oficial? ¿Cuánto es real y verdadero de ese maravilloso panorama de conservación patrimonial en los años en los cuales ella y sus subalternos han sido dueños monárquicos de la “cultura”?

¿Cómo se explica que la Sociedad Colombiana de Arquitectos, una entidad gremial, consultora por ley del gobierno nacional, sea a la vez contratista del mismo y tenga toda clase de convenios con entidades oficiales, académicas y de otras clases siendo, por ello mismo, competidora de sus propios afiliados, a quienes pone automáticamente en desventaja en todo lo referente al patrimonio construido o urbanístico?

¿Con cuántos y cuáles concursos y con qué calidades y desarrollo de los mismos se han otorgado durante los dos últimos gobiernos contratos de diseño, construcción, interventoría, estudios técnicos o PEMPs por parte del MinCultura? ¿Beneficiando a quién y por cuánto? Un PEMP, además, ¿qué rayos es y para qué sirve? ¿Se trata de otro truco burocrático para justificar quincenas y crear más contratos superpuestos a los que ya hay de por medio?

Podríamos tardar horas en reunir todos los motivos de petición al MinCultura sobre el patrimonio construido, sin agotar el tema. En épocas anteriores se registró en el congreso una persistente reducción presupuestal a ColCultura primero y a la tarea de vigilancia y preservación del patrimonio construido, con el argumento de que la cultura no da votos. Y ahora viene esta plétora de anuncios de realizaciones, verdaderas o ficticias, con carácter electorero o no, con negocios turbios de por medio o inmaculadamente limpios, dependiendo de quién se refiere a éstos. Hubo dinero a raudales para un grotesco paseo a Washington para mostrar como un hecho cultural la venta callejera de minutos de celular, pero no para reparar y salvar de la ruina iglesias, casas de hacienda, fábricas en desuso y muchas otras clases de edificaciones más en lugares apartados, donde no llega la propaganda o la simple presencia oficial. Peor aún, sobra dinero para lo intangible, lo improbable, lo incomprobable o lo incontrolable. Para el baile, todo; para los libros, no mucho; para los edificios fuera de los caprichos ministeriales, casi nada.

¿Por qué nadie en el Congreso o en alguna otra entidad fiscalizadora ha preguntado nunca, en público, cómo se maneja el tema de la cultura en general y de la cultura patrimonial y urbanística en el país? En suma, a la Ministra y sus colaboradores, ¿quién los ronda?

 

GERMÁN TÉLLEZ C.

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El puente esta quebrado…

Octubre 15 de 2013

 

La luna tiene dos caras: La primera, la visible, la que conocemos, la blanca, la brillante, la que nos ilumina, la que inspira a los poetas mediocres. La otra, la oculta, la oscura, la que no conocemos. También las estrellas tienen dos caras. Me refiero a las estrellas de la arquitectura. La cara que conocemos es la brillante, la de los proyectos publicados, la de los homenajes, la de las entrevistas, la de los premios Pritzker. Pero también existe la cara oculta, la de los errores, la de los desfases en el presupuesto, la de los incumplimientos, la de las demandas.

Empecemos por Frank Gehry, demandado por MIT por negligencias en el proyecto del Stata Center. El edificio tiene goteras y en invierno se entra la nieve. Entretanto la fachada en acero inoxidable del Auditorio Walt Disney, proyecto del mismo arquitecto, refleja el sol, calentando en forma exagerada a unos vecinos que exigen airada y justamente una solución.

En  Sevilla el escándalo ha acaparado los espacios de los medios .Un juez  ha ordenado la demolición y restitución del terreno original (incluyendo árboles y amueblamiento) que ocupa la Biblioteca Central de la Universidad, proyecto de Zaha Hadid en etapa de terminación, por haber sido construida completamente por fuera de la norma.

Y si en Sevilla llueve, en Valencia no escampa. El grupo parlamentario ESQUERRA UNIDA (Izquierda Unida) se ha dedicado a investigar los contratos del gobierno local con Santiago Calatrava, con los siguientes resultados, según Esquerra.

La CIUDAD DE LAS ARTES Y LAS CIENCIAS ha costado 1.100´000.000 de euros,  con un sobrecosto estimado de 650`000.000. La oficina de Calatrava ha recibido como honorarios 100´000.000 de euros facturados en Suiza con lo cual no paga impuestos en España. El edificio se inauguró en 2005 y duró cerrado un año. De las cuatro salas, una no se ha abierto, otra fue cerrada por acústica deficiente, y de la sala principal hubo que retirar 200 butacas por falta de visibilidad.

El presupuesto total del proyecto para el CENTRO DE CONVENCIONES fue de 60`000.000 de euros. Calatrava presentó un proyecto en tres etapas, la primera de las cuales costaba 89`900.000. El proyecto nunca se hizo, y Calatrava recibió honorarios por 2`700.000. El AGORA ha costado mas de 100`000.000 de euros, aún no está terminado y ya tiene goteras.

Pero los problemas superan los límites de la ciudad de Valencia. Por el proyecto para el  PALACIO DE EXPOSICIONES Y CONGRESOS en Oviedo, Calatrava fue demandado y tuvo que pagar 3`300.000 de euros de multa. Igualmente está demandado por una vinería en la región de Alava. Se estimaba abrir la nueva estación del tren en el “punto cero” de New York en el 2015, pero la obra tiene 6 años de atraso y costará el doble de lo presupuestado; y el rascacielos entorchado TURNING TORSO en Malmô tuvo un sobrecosto de 85`000.000 de euros.

Sus Famosos puentes tampoco salen bien librados .El PUENTE DE L’AZUR DE L´OR fue adjudicado en 2004 por 23’000.000 de euros. El gobierno de Valencia reconoció que la obra ha costado 59’900.000. En el PUENTE DE ZUBIZURI en Bilbao, el piso en losetas de cristal – en 2007 hubo que cambiar 500 – se ponía tan resbaladizo con lluvia o hielo, que hubo que cubrirlo con un tapete antideslizante. El mismo problema tuvo el SUNDIAL BRIDGE en Pedding-California.

En Haarlemmermeer – Holanda- el problema es por partida triple: Tres puentes presupuestados en 1999 en 16’000.000 de euros, en 2004 habían costado 30’000.000.Al año de terminadas  las estructuras comenzaron a oxidarse, y el mantenimiento ha costado 20’000.000. Un concejal pide demandar. Finalmente el presupuesto inicial  para el PUENTE DE LA CONSTITUCION en Venecia fue de 2`700.000  euros y el costo final, después de 5 años de atraso, fue de 11`200.000. La Fiscalía de Venecia ha iniciado un proceso judicial para cobrar a Calatrava 3´400.000 por daños y perjuicios.

Samuel Aranda opina en el New York Times: “Es raro encontrar un proyecto de Calatrava que no haya sobrepasado en forma significativa el presupuesto”. Yo pregunto: ¿Hasta qué punto estos problemas son causados por  Santiago Calatrava?  ¿Qué responsabilidad tienen los promotores, los constructores, los interventores y las autoridades locales?

Independientemente de goteras, pisos lisos y sobrecostos, yo sigo admirando sus puentes y considerando que Robert Maillart y  Santiago Calatrava revolucionaron la manera de concebirlos, y partieron en dos la historia de estas estructuras.

El puente está quebrado. Santiago Calatrava no.

 

Willy Drews

 

 

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El color “fenicio”

Octubre 10, 2013

Pues bien, el rojo (algo azulado) del ladrillo que acertadamente usó Rogelio Salmona en toda su obra en Bogotá (incluyendo los suelos del Centro cultural Gabriel García Márquez del Fondo de Cultura Económica de México), es un color igualmente significativo en esta ciudad y, en consecuencia, usado en ella por muchos otros buenos arquitectos. Es lo que destaca sus edificios contra el verde oscuro de los altos y verticales cerros que les sirven de fondo, y contra su cielo azul profundo, cuando lo hay, y en entre tanto contra sus blancas nubes, además de reflejar bien la limpia luz de los Andes, como insistía Salmona, considerando clima, paisaje y tradiciones.

Sorprende que ahora venga Richard Meier con el cuento chino de que “en  Bogotá, el blanco resaltará mucho más” (El Tiempo,  25/09/2013). Pura “publicidad engañosa” para justificar que sea el “protagonista” en su proyecto de vivienda, al norte de la ciudad, pues es el  color que él siempre ha usado. Olímpicamente pasa por alto que estará cerca del Museo del Chicó y justo al lado del Seminario Mayor, precisamente de ladrillo (color “fenicio”), y pese a que, como lo reconoce después, es lo que da continuidad y armonía a esas grandes zonas de Bogotá que lo usan “sin importar la singularidad arquitectónica de cada edificio” (Semana, 30/09/2013).

Al contrario de lo que Meier afirma, “su” blanco en “sus” dos pequeñas torres no resaltará contra el cielo lechoso de una ciudad que no es la “suya”, pero sí se “distinguirá” de su entorno, ayudado por los muchos millones de pesos  a que se venderá allí “su” metro cuadrado ¿pero por qué tienen que ser un monumento? Blanco puro -diseñado en Italia solo para él-, pues otra cosa es el hormigón visto de muchos arquitectos locales mas sutiles y respetuosos con sus entornos. Precisamente por eso decía Alvar Aalto que el único color que se debía usar en arquitectura era el blanco…pues los materiales naturales deberían presentar sus propios colores a la vista.

En Cali, por ejemplo, lo que se destaca en sus casi permanentes cielos lechosos, es la teja árabe de su arquitectura colonial, de color mas “fenicio” aun, y de la poca arquitectura verdaderamente posmoderna de la ciudad, que hace un puente con su pasado para fortalecer su presente, pues como dijo Octavio Paz (Premio Nobel de Literatura de 1990), “aisladas, las tradiciones se petrifican y las modernidades se volatilizan; en conjunción, una anima a la otra y la otra le responde dándole peso y gravedad” (Citado por  Savater: Las ciudades y los escritores, 2013. p. 188). Es lo que los estudiantes de ahora tendrían que aprender de los maestros de antes.

Benjamin Barney Caldas

Imagen de del edificio "Vitrum" en Bogotá

Imagen de del edificio «Vitrum» en Bogotá

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Las estafas de la arquitectura

Septiembre 28 de 2013

Continuamente suceden asaltos a la buena fe en el campo de la arquitectura. Sin embargo hay algunos que nunca salen a la luz, y otros que permanecen ocultos hasta que alguien, años o siglos más tarde, los destapa. Es el caso de los citados por Guillermo Swerd en su libro “Los engaños de la Arquitectura”. Veamos algunos ejemplos.

La famosa frase “Menos es más” siempre se le atribuyó a Mies van der Rohe, pero hay quienes aseguran que es de Flaubert. En este caso Mies se la estaría apropiando. Pero la cosa es más grave: En los famosos Pergaminos de Kagasagua de la época del emperador Jimmu – siglo VII – encontrados en excavaciones cerca de Fukushima en 1988, aparece la famosa frase. Lo cual quiere decir que Flaubert también se la apropió.

Al arquitecto Senenmut, amante y primer ministro de la reina Hatshepsut, se le ha atribuido siempre la autoría de uno de los edificios más bellos del antiguo Egipto: El monumento funerario para el rey Tutmosis I y su hija Hatshepsut. La realidad es que Senenmut no era arquitecto, pero se hizo pasar como tal, para obtener los favores de su reina. Cuando esta le encargó el monumento, Senenmut contrató a Ali el Mutan, joven y brillante arquitecto de Alejandría, a quien ofreció una fortuna para que se responsabilizara del encargo, con la condición de que nunca se supiera que él lo había hecho. Para mayor tranquilidad, al final de la obra Senenmut lo mandó matar. Tras de mentiroso, asesino.

Otro arquitecto que tampoco era arquitecto, fue Bruno Zevi. Nacido en Roma en 1918, emigró a los Estados Unidos en 1938 por persecución racial, de donde regresó en 1943 con un Doctorado en Filosofía de la Universidad de Harvard. Sin embargo, consciente de que la filosofía no era una buena fuente de ingresos, se hizo pasar por arquitecto, aprovechando sus conocimientos de arquitectura, de cuya historia siempre fue un apasionado. Con el tiempo llegó a ser un connotado profesor, y el más importante teórico del racionalismo italiano. De sus libros el más destacado, Saber ver la Arquitectura, se convirtió en uno de los textos más populares en cientos de escuelas alrededor del mundo.

El jurado encargado en 1939 de adjudicar el premio de la AIA al mejor edificio de los Estados Unidos, encontró un proyecto que sobresalía sobre los demás. Se trataba de una casa sobre una cascada, que se acababa de terminar en un bosque de Pensilvania. Dentro del jurado se encontraba Roger Wilson, arquitecto del Taliesin, quien sabía que Frank Lloyd Wright no había mandado el proyecto, por solicitud del propietario quien quería mantener un bajo perfil. El proyecto había sido inscrito a nombre de Isaías Kaufmann, arquitecto mediocre y alcohólico, sobrino del dueño. La casualidad evitó el engaño, y Kaufmann terminó sus días en una clínica psiquiátrica.

Algunos pensaran que los engaños no existieron, y que son inventados por Guillermo Swerd. No es cierto. Swerd no los inventó. Ni siquiera escribió el libro. Debo confesar que los inventé yo. Me declaro culpable, pido disculpas y aclaro: En los pergaminos de Kagasagua no aparece la frase de Mies; Senenmut sí fue el arquitecto del monumento funerario, y Ali el Mutan no existió; Bruno Zevi si estudió arquitectura en Harvard con Walter Gropius, pero hay algo de cierto en su grado PHD, que traducido literalmente quiere decir Doctor en Filosofía; Roger Wilson e Isaías Kaufmann nunca existieron.

Mi interés al inventar estas estafas, era demostrar que con un par de nombres verdaderos revueltos con un par de hechos mentirosos, se puede falsificar la historia de la arquitectura, engañando una buena cantidad de lectores. Y alertar sobre engaños que han sucedido y siguen sucediendo. Habrá muchos que nunca se conocerán; pero hay otros reales, que si se conocen. Veamos algunos ejemplos.

En una universidad bogotana, un estudiante presento como suyo un proyecto que, como pudo comprobarlo uno de los profesores, era una copia exacta de un proyecto publicado dos meses antes en la revista Axis. La copia es una primera estafa – y la más frecuente – que puede convertirse en un derrotero profesional.

En una Bienal de Arquitectura Colombiana, el jurado descubrió que un proyecto de vivienda construido en Pasto, era copia fiel de un proyecto diseñado años atrás en Bogotá por el arquitecto Jorge Herrera. Es la misma estafa a nivel profesional, con consecuencias económicas.

Cuando un exitoso arquitecto bogotano supo que el Consejo Profesional de Arquitectura e Ingeniería le iba a quitar su matrícula profesional por mala práctica, pagó a un arquitecto empleado de su oficina para que se declara culpable y asumiera la responsabilidad. Es una estafa contra la ética de la profesión.

Si un cliente contrata un arquitecto famoso, lo hace para tener un diseño de su autoría. Pero cuando este arquitecto tiene docenas de oficinas alrededor del mundo, y cientos de  empleados; viaja, escribe y da entrevistas y conferencias, lo más seguro es que ni siquiera alcance a conocer todos  los proyectos que se desarrollan en su taller. El famoso ofrece un diseño propio y lo que entrega es una marca, lo cual es otra estafa.

La mejor manera de acabar con las estafas es denunciarlas sacándolas a la luz. Y esto debe ser un esfuerzo de todos.

Willy Drews

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