Al reclamar el uso inapropiado de las ideas de Le Corbusier, pregunta José Miguel Mantilla que si “¿Acaso no es una aberración que para determinar el fracaso de un proyecto se presenten como evidencia únicamente los traspiés de los primeros ensayos?”. Por supuesto que es injusto juzgar a alguien por sus ideas en borrador, cuando las finales están a disposición. No obstante, tratándose del Plan Piloto para Bogotá, es igualmente injusto atribuirle a Le Corbusier ideas que no tuvo, como que el Centro Cívico es un teselado regular de pequeñas ciudades tradicionales.
El Plan Piloto de Le Corbusier para Bogotá nada tiene de “pequeña ciudad tradicional”; ni en los sectores de vivienda ni el sector del Centro Cívico. Es positivo que el Plan partiera de consideraciones relacionadas con la estructura hidrológica y los cerros de la Sabana, y que incorporara el Capitolio, la Catedral y la iglesia de Santa Clara a la nueva plaza de Bolívar. También habrían sido hechos positivos la nueva carrera séptima, las 5Vs, las zonas verdes abiertas y las manzanas y edificios arqueológicos. Con este Plan seguramente nos hubiera ido mejor que con el urbanismo tipo avestruz que nos rige desde entonces y del cual surgió la necesidad de un Plan y su puesta en práctica, además, nos hubiera liberado del arribismo de los rascacielos neoyorkinos que Le Corbusier tanto detestaba. Pero que el Centro Cívico del Plan Piloto carece de un “teselado regular” relacionado con “la pequeña ciudad tradicional” y que el plan general para Bogotá parte de la idea de la tábula semirasa, no requiere grandes análisis. Está a la vista sobre los planos, como un caso más a través del cual Le Corbusier vio la oportunidad para reemplazar lo que representaba un pasado pintoresco pero disfuncional –sucio, incómodo, oscuro, congestionado e insalubre– para dar paso a lo que hoy llamamos una utopía.
Si nos atenemos al Plan Piloto, también este es un borrador y también sería falaz juzgarlo como proyecto final. Se suponía que José L. Sert y Paul L. Wiener, a través de su firma Town Planning Associates (TPA), desarrollarían el Plan Directeur, o Plan Piloto, para convertirlo en Plan Regulateur, o Plan Regulador. El Piloto daría unos lineamientos y el Regulador les daría viabilidad; ese era el contrato. El producto de TPA, en cambio, fue un nuevo proyecto que reclamaba responder a dos grandes objeciones: una, la de los promotores respecto a las áreas de expansión, y otra, la de los gobernantes respecto a la dificultad de comprar los predios necesarios para convertir la vieja Bogotá en el Centro Cívico de la nueva Bogotá.
Al revisar la correspondencia entre Le Corbusier y TPA, el cambio del Plan Piloto al Plan Regulador resulta un fracaso anunciado. El ir y venir de cartas entre Nueva York y París muestra que antes de la entrega, TPA intentó persuadir a Le Corbusier para “no dibujar” los edificios para vivienda del Centro Cívico, sugiriendo que se limitara a indicar los usos. Muestra también el interés de Le Corbusier por hacerse cargo del Centro Cívico y esperaba que TPA se encargara de apalancar el contrato. Como se sabe, las cosas no salieron bien y lo que debió ser un paso inicial tenemos que verlo por lo que quedó, como un proyecto de diseño urbano con dos niveles de desarrollo: uno para las áreas a incorporar con un bajo compromiso formal y otro para el área a reemplazar con un alto compromiso formal.
En el Centro Cívico hay un claro dominio visual por parte de tres tipos de «barra»: unas tipo unidad de habitación (Unité d´habitation); otras tipo edificio en rediente (á redent), quebradas, en ángulo recto y también para vivienda ; y otras de mayor altura, también aisladas, para los edificios gubernamentales de la Plaza de Bolívar. Estos tres tipos de edificio son tan esenciales para la propuesta espacial del nuevo centro, que Le Corbusier no podía sino desatender el llamado a «no dibujar» los edificios. Tenía la oportunidad de aplicar su síntesis urbanístico-arquitectónica de los últimos treinta años, y eso hizo, a través de los tipos de edificio mediante los cuales había encontrado cómo superar la manzana tradicional y el espacio urbano que consideraba inapropiado para los nuevos tiempos: la calle corredor.
Es probable que Le Corbusier no prestara atención a sus consultores porque esperaba que estos lo respaldaran en su intención de realizar el Centro Cívico. También es probable que Wiener y Sert se hayan sentido presionados por las circunstancias y ello los llevara a abandonar su compromiso. El hecho es que el Plan Regulador no fue un desarrollo del Plan Piloto y que, más allá del “ajuste a las circunstancias locales” reclamado por TPA, la sustitución tipológica de unidades de habitación (Unités) y viviendas en rediente por manzanas de patio y unidades vecinales (Neighborhood Units) es una operación que sustituye unos tipos arquitectónicos por otros de signo contrario. Unos y otros –barras y manzana-patio– son edificios tan opuestos que el plan de TPA constituye un puntillazo ante el cual es de suponer que Le Corbusier sintió una gran decepción y una profunda rabia. En últimas, como ya es casi ley, la plata de esos “estudios” también se perdió. No obstante, tenemos un registro de las ideas que nos permite, por lo menos, el intento de evacuar algunos malentendidos relacionados con las concepciones e intenciones de Le Corbusier.
En Bogotá, el primero de estos eventuales malentendidos surge al valorar el uso del buldócer y cómo este se utiliza de una u otra forma: positivamente para conservar unas cuantas piezas selectas que enriquecen el nuevo Centro Cívico y negativamente para destruir la mayor parte del Centro Histórico. Visto con generosidad, la conservación de las manzanas y edificios singulares –iglesias en su mayoría– aparece como una muestra de respeto por el pasado y una refutación al principio de la tábula rasa. Para los que vemos el camino arqueológico como la sustitución de un espacio urbano por otro, guardando algunos recuerdos, es un intento por negar la fidelidad de Le Corbusier a un espíritu de la época según el cual “la metrópoli moderna” se montaba sobre un terreno baldío o sobre los escombros de la ciudad anterior, con los predios debidamente comprados o expropiados por parte de las autoridades. Si bien esta fidelidad ante lo moderno no convierte a Le Corbusier en un Calígula, un Haussmann o un Robert Moses bogotano, tampoco permite equipararlo con un conservacionista italiano de los años 1960. Conservar fragmentos arqueológicos puede hacer parte de la génesis de la conservación de centros históricos, pero entre uno y otro hay varios años de reflexión y mucho buldócer de por medio.
Como sucede con frecuencia, los malentendidos también alimentan las creencias o ideas que damos por indebatibles. Con Le Corbusier, hay varias que generan confusiones similares a las de la tábula rasa o no rasa. Una de las más “citadas” la generó él mismo a través de la Carta de Atenas como producto del CIAM 4, de 1933. La relación Carta-Congreso circula como un versículo, a pesar de que el documento original del CIAM de Atenas es un breve texto de cuatro páginas con unas declaraciones generales –»La carta de la planeación» (Constatations en francés)– que Le Corbusier amplía, comenta y publica en 1943, diez años después del evento. Con independencia de la eventual fidelidad del texto de Le Corbusier al contenido del documento original, la publicación que él titula La Charte d´Athenes no aclara en ningún momento que el texto es extraoficial y extemporáneo. Tampoco reconoce que un año antes, en 1942, Sert había publicado «¿Sobrevivirán nuestras ciudades?» (Can our Cities Survive?), efectuando la operación análoga de ampliar y comentar la Charter of Urbanism de 1933. A diferencia de Le Corbusier, Sert sí aclara la situación y sí publica el texto original, en un apéndice. Es difícil saber si hubo, o no, una “estrategia” por parte de Le Corbusier para hacer que su texto pareciera la versión oficial del CIAM. La confusión, sin embargo, continúa haciendo carrera.
Otra creencia ampliamente difundida es que los cinco puntos de Hacia una arquitectura «sintetizan la arquitectura moderna”. La imprecisión aparece por lo general en el primer año de la carrera de arquitectura y, aunque debería desaparecer en el segundo, también acompaña el credo de algunos para toda la vida. Como principios, los cinco puntos se fueron desvaneciendo en la medida en que aparecieron variables como el clima, la orientación, los materiales, las tradiciones culturales y, por supuesto, otras arquitecturas. Como parte de la historia, los cinco puntos serían un buen ejemplo de “traspiés de los primeros ensayos”, o de unas ideas de juventud que explicaban la estética de unas casas experimentales de los años 1920. No obstante, aun si algún purista retorciera cada punto hasta el límite para establecer una continuidad de principios a lo largo de la carrera de Le Corbusier, sería imposible ampliar el intento a la arquitectura moderna en general, sin evaporar por inconsecuente la mayoría de la arquitectura moderna.
Junto a las creencias sobre los cinco puntos y la Carta de Atenas, hay una que sobrepasa el malentendido y queda mejor, junto al buldócer, dentro de lo mal entendido: las viviendas cruciformes “lecorbusianas”.
El parecido formal de la planta en cruz hace olvidar que los rascacielos cruciformes de la Ciudad Contemporánea (1922) son para oficinas, que tienen 60 pisos y rondan los 200 metros de altura, y que el único modo de residencia que incluyen es el hotel.
Aun si las torres cruciformes del Plan Voisin (1925) fueron para vivienda, sú único uso en la Ciudad contemporánea es “trabajar”. Diez años después del Plan Voisin, todavía persisten en la Ciudad Radiante, en 1935, pero ahí mueren, tipológicamente hablando. A partir de este momento, todos los edificios corbusianos, incluidos los rascacielos para oficinas en la Plaza de Bolívar de Bogotá, son barras. De manera que si las viviendas son corbusianas, sus tipologías deberían ser: vivienda en rediente, inmueble villa o unidad de habitación; no torres cruciformes y menos manzanas-patio como las de TPA para Bogotá.
La versión achaparrada de torres cruciformes que apareció en Europa y Estados Unidos bajo la identificación de torres en el parque, no es atribuible a Le Corbusier; al menos si se considera que su edificio síntesis para vivienda –y que es el modelo para Bogotá– fueron los 18 pisos y 56 metros de altura de la Unité de Marsella.
En repetidas ocasiones he oído y leído a Germán Téllez identificando el mal-entendido con el Centro Cívico como una confusión entre “un bello exercise de style y un plan urbanístico”. Esto implica que el Centro Cívico del Plan Piloto para Bogotá puede ser una obra de arte y estar fundado en principios urbanísticos excepcionales, pero aun así no es un Plan para la re-urbanización del centro de la ciudad. Es probable que Wiener y Sert malentendieran su labor como perfeccionadores de los instrumentos urbanísticos que harían posible el diseño urbano del Centro Cívico. No obstante, el diseño urbano propuesto por TPA para el Centro Cívico de Bogotá es tan carente de mecanismos para hacerlo posible como el diseño urbano de Le Corbusier. Al parecer, todos se fiaron de que La Autoridad se encargaría de comprar o expropiar los miles de predios necesarios para el proyecto, apoyados en el principio urbanístico –tan inoperante como autoritario– según el cual el bien común prima sobre el bien particular.
Un motivo por el que todo salió tan mal es porque los gobiernos conservadores de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez fueron sustituidos por el de Gustavo Rojas Pinilla y la creación del Distrito Especial de Bogotá, lo cual dejó sin bases el perímetro urbano de la ciudad planeada por Le Corbusier. Otro motivo pudo haber sido que los contrataron para planear el desarrollo urbano de una ciudad y propusieron diseñarla.
Sert parece haber entendido a posteriori la diferencia entre diseñar una ciudad y planearla poco después, en 1956, como gestor de la primera conferencia Urban Design de la Escuela de Diseño de la Universidad de Harvard (GSD). En su discurso de apertura definió el diseño urbano como “la parte de la planeación urbana que se ocupa de la forma física de la ciudad”. La intención de Sert no era fundar una disciplina nueva y autónoma, sino abrir un nuevo espacio al interior de una disciplina existente. La definición implica que el diseño urbano debería ser un momento de la planeación y no necesariamente una disciplina autónoma. También lleva implícita una crítica, según la cual una actuación como la del Plan Piloto para Bogotá, perpetúa la confusión entre planear una ciudad y diseñarla.
Le Corbusier, por su parte, siempre tuvo una concepción del urbanismo ligada al diseño urbano. Lo reiteró en una de las dos conferencias que dio en Bogotá, en 1947, al definir el urbanismo como “la puesta en escena de volúmenes en el espacio […] que superaba la práctica de un realismo de dos dimensiones que se basaba en la operación de extensión de calles, hacia una de tres dimensiones que permite incorporar como nuevo factor la altura y pensar en términos volumétricos”.
En principio, la parte esencial de la definición de urbanismo como la puesta en escena de volúmenes en el espacio parecería coincidir con la de Sert para diseño urbano como la parte de la planeación urbana que se ocupa de la forma física de la ciudad. Entre una y otra, a pesar de la apariencia, hay un abismo. Y para meternos por la grieta, retrocedamos a 1867, a la Teoría general de la urbanización de Cerdá.
Para Cerdá, urbanismo es un “Conjunto de conocimientos, principios, doctrinas y reglas, encaminadas a enseñar de qué manera debe estar ordenado todo agrupamiento de edificios”. En consecuencia, una buena idea urbanística pertenece al conjunto de “conocimientos, principios y doctrinas”. Su realización depende de algo que pertenece a otro conjunto: el de los “medios y reglas” para su ejecución.
En este sentido, el diseño urbano sintetiza lo que reclama la primera parte de la definición-Cerdá –conocimientos, principios y doctrinas– mientras la planeación urbana se ocuparía de la segunda -los medios y reglas- todo eso que con frecuencia resulta despreciable para algunos diseñadores, representado en los aspectos económicos, legales, operativos y políticos, tan caros al urbanismo, y sin los cuales una buena idea urbanística tiende a fracasar.
De vuelta al comienzo de este artículo: “es injusto atribuirle a cualquiera ideas que no tuvo”. De manera que si se trata de juzgar a Le Corbusier por ocuparse de las tres dimensiones de la forma física de la ciudad y por su forma de poner en escena unos volúmenes en el espacio bogotano, un aplauso. Si lo juzgamos por la planeación urbana, o por el urbanismo para el Centro Cívico de Bogotá, un lamento.