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Paradojas de un Gran Premio

El Gran Premio de Arquitectura 2012 otorgado por FADEA (Federación Argentina de Entidades de Arquitectos) y ARQ (prestigioso suplemento de arquitectura del diario Clarín) ha sido para la Casa Puerto Roldán, de los Arqs. Gerardo Caballero y Maite Fernández. Selección que implico un recorrido por todo el país buscando las obras más significativas de los últimos cinco años en cada una de nuestras regiones. Un gran esfuerzo que debe ser enfatizado como muy positivo.

Lejos de poner en duda la calidad profesional del estudio Caballero-Fernandez, destacados arquitectos rosarinos a quienes admiro y respeto –tal vez más por otras obras que por este premio-; sí parece necesario señalar algunas cuestiones paradojales alrededor de esta elección y que tal vez nos permitan reflexionar y encarar urgentes desafíos. Si bien existen categorías, premios y menciones, un Gran Premio es un símbolo, un “primus inter pares”, un mensaje-síntesis de la arquitectura argentina al resto de la sociedad sobre el estado del arte en nuestro campo.

Una oportunidad para señalar nuestras aspiraciones y lo que entendemos correcto y destacable como disciplina. Exponer y dar a conocer este Gran Premio en la FADU UBA, lugar donde se forman miles de estudiantes de arquitectura, es además un mensaje a ellos. Un paradigma a seguir por nuestros jóvenes. Es aquí donde surge mi mayor perplejidad: Que el modelo a destacar por sobre el resto de los premiados sea la casa individual dentro de un barrio cerrado en las afueras de la ciudad no parece la mejor de las recomendaciones para quienes se están formando, ni para la sociedad en general.

Porque mas allá de resaltar lo metafórico y lo políticamente correcto que significa hoy la austeridad formal y constructiva (en este caso, por momentos casi una impostura); sabemos que esta tipología conlleva un modelo territorial irracional y que la ciudad extendida de baja densidad provoca un impacto ambiental y social negativo. Hoy la enorme mayoría del mundo académico y científico internacional comparte que la compacidad en el ámbito urbano es lo correcto, ya que expresa la idea de proximidad de los componentes que conforman la ciudad. La compacidad, por tanto, es uno de los factores que facilitan el encuentro, la comunicación y el intercambio que son, como se sabe, la esencia de la vida en comunidad, potenciando así la probabilidad de contactos y con ello las relaciones entre los protagonistas del sistema urbano. Son su antítesis: Las distancias, la dispersión y segregación del urbanismo extendido y difuso. Por ello la casa individual exenta -mal que nos pese a los arquitectos- ha devenido en el tipo de vivienda menos eficiente ambientalmente, la que más energía, tierra y agua consume. Además, su dependencia del automóvil implica altos gastos en combustibles fósiles y emisiones de CO2 que agravan el calentamiento global. Por último y en nuestro caso particular, este uso del suelo resulta un verdadero despilfarro del territorio más rico y productivo del planeta en momentos en que la obtención de alimentos es vital para la humanidad. ¿No debería un Gran Premio de Arquitectura dar cuenta de estas cuestiones? ¿No son estos algunos de los desafíos perentorios en la formación de nuestros miles de estudiantes de arquitectura? Es llamativo además que esta casa sea parte de un barrio privado en las afueras de Rosario, ya que Rosario ha sido la primera ciudad del país en debatir públicamente y prohibir nuevas urbanizaciones cerradas en su periferia. Privilegiar el valor social y estratégico del suelo por sobre la especulación y la fragmentación son fundamentos de esta Ley sancionada a principios de 2011. También es paradójico que en un país creciendo –según datos oficiales- a tasas cercanas al 9% anual que el Gran Premio Nacional ARQ sea para una pequeña vivienda en los suburbios de una ciudad. No se malinterprete, es razonable que en la categoría “casas” gane una casa, y la Casa Puerto Roldán es una casa correcta – aunque orientar los dormitorios al oeste no parece lo más eficiente para los tórridos veranos santafecinos (¿habrá percibido el Jurado este “detalle”?)-; pero al ser la obra a destacar dentro de toda la producción nacional de los últimos cinco años, que además representará a la Argentina en la próxima Bienal de Venecia, pone en evidencia síntomas de algo que es necesario abordar.

Cabe preguntarse: ¿Donde están y quienes producen los grandes equipamientos públicos y privados de un país con semejantes niveles de expansión? ¿Existen? ¿Dónde están? ¿Porque no premiar entonces alguna de las miles de viviendas de interés social, los cientos de escuelas y hospitales, los museos, las bibliotecas, el espacio público, los parques, las fábricas, hoteles, laboratorios y los centros de innovación? ¿Su calidad arquitectónica y constructiva resiste un análisis serio? ¿La obra publica argentina es “mostrable”? Más de una cosa no cierra y creo que a esta altura todos nos damos cuenta de la encrucijada que tenemos delante y el riesgo de encriptarnos en cofradías y “discusiones para entendidos”.

Por eso una agenda y un posicionamiento institucional de la arquitectura argentina no deberían obviar estas cuestiones ni soslayarlas, hay que ponerlas sobre la mesa porque ellas son decisivas para nuestro futuro como colectivo profesional. ¿No será tiempo de revisar los modelos de relación con el sector público y privado, habida cuenta que los tradicionales concursos de arquitectura no parecen ser ya la única herramienta idónea? ¿Podremos conjugar continuidad e innovación en nuestra cultura y práctica disciplinar?

No creo en las casualidades pero, por ejemplo, el último Gran Premio de la Arquitectura Española ha sido para un muy interesante edificio urbano de 131 viviendas protegidas –de interés social- en Mieres, Asturias. ¿No deberíamos, entre otras cosas, cambiar nuestras tradiciones y hacer que la primera categoría de nuestros premios de arquitectura sea para las instituciones públicas, o bien privilegiar la innovación en la vivienda colectiva, su eficiencia energética y su capacidad de hacer mejor ciudad? ¿Podremos superar nuestra preferencia casi excluyente por las casas como objetos de culto y deseo? Sería un mensaje claro y contundente al resto de la sociedad, pero también hacia el interior de nuestra disciplina, ya que implicaría comenzar a revisar viejos modelos de práctica y producción arquitectónica que hoy resultan cada vez más estrechos y menos estratégicos.

Desde la Grecia clásica las paradojas y las encrucijadas han servido para hacernos pensar, reflexionar, debatir y cambiar. Ojalá podamos hacernos cargo urgentemente, con inteligencia y serenidad, de los enormes desafíos que se le plantean a la arquitectura argentina.

Martin Marcos, arquitecto. Profesor Titular FADU UBA.

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A propósito de la Bienal de Venecia

 

Diciembre 12 , 2102

El premio del León de Oro a la Torre de David, me parece una vergüenza. A los europeos les parece muy simpático que unos pobres sin techo solucionen su problema tomándose un edificio ajeno y sin terminar, y que esa acción desesperada se merece un importante premio de arquitectura! No le importó al jurado el hecho de que dos millares de venezolanos vivan sin las mínimas condiciones de higiene y comodidad, sin servicios públicos, subiendo todos los días veinte pisos sin ascensor,  enterrando a sus niños que se caen por las fachadas abiertas, en una estructura inadecuada y ajena, tomada por la fuerza bajo la mirada condescendiente de un gobierno dictatorial que cree que esta actitud complaciente es una manera socialista y bolivariana de hacer justicia social. Esta vida denigrante en un tugurio vertical en condiciones infrahumanas, se considera una solución no solo aceptable sino meritoria. ¿Qué tanto toca escarbar en la miseria y revolver la pobreza para encontrar los méritos arquitectónicos y otorgar un Leon de Oro a una obra mediocre a medio hacer? El premio se adjudicó a una calidad de vida inexistente de una comunidad de miserables, o a una ostentosa presentación basada en fotos donde no se ve el hambre?

El premio es un ultraje a la arquitectura y un irrespeto con la miseria humana.

 

Willy Drews

 

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ADENDO

Diciembre 2 de 2012

Antes los modelos eran reconocidos y explícitos, unos cuantos paradigmas, y los resultados usualmente diferentes, acordes con sus desiguales circunstancias de clima, paisaje y tradiciones. Ahora son casi idénticos a sus modelos, los que se tratan de ocultar para que se crea que las copias son originales. El hallazgo de las “olas” del Museo Drents, de Erick van Egeraat, por ejemplo, lleva a que alguien se pregunte si es un posible «referente» o mas vale un «referido» de las “olas” del Parque del Bicentenario en Bogotá, de Giancarlo Mazzanti, que dejaron bajo el “agua” al MamBo.

El concurso internacional que ganó van Egeraat para la nueva entrada y ampliación de dicho museo, en Assen, Holanda, es de principios de 2008, y se completó en 2011, pero hay que reconocer que Mazzanti lleva un tiempo dándole al mismo tema, como en “sus” olas de los estadios de los juegos Suramericanos de Medellín, de 2010. También es probable que tanto Mazzanti como van Egeraat y los arquitectos Kahle, Oíza y Arauzo, autores de las “olas” del Edificio Polivalente de Servicios de Hostelería en la Ciudad de la Innovación, en Navarra, España, también de 2008, se inspiraran en otro proyecto anterior que aun desconocemos.

Si la arquitectura no es una profesión ética. ¿Entonces que es? Es nada, dicen que ha dicho Daniel Liebeskind. En conclusión, el asunto de los créditos en arquitectura debería comenzar por reconocer sus modelos, y, como los músicos y pintores, hablar de “variaciones” sobre un tema. Pero si la memoria es la inteligencia de los tontos, como supuestamente dijo Einstein, ahora que ha sido sustituida por el Intenert ¿será que ya llegó el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad y el mundo solo tenga una generación de idiotas, como él lo predijo? Pero por supuesto no ellos, los vivos que se copian unos a otros, sino los que los aplauden y premian, y especialmente los que callan.

Benjamin Barney Caldas

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Cuando Goliat premió a David, o David se premió a sí mismo

Oct 7,  2012

En una curiosa Bienal Internacional de Arquitectura donde la gran mayoría de los pabellones no mostraban contenidos de arquitectura y conformaban “instalaciones” más propias de una Feria de Arte, las autoridades decidieron premiar justamente la falta de una participación protagónica de la arquitectura.

 

El 29 de agosto el Jurado de la Bienal de Venecia otorgó el Primer Premio “El León de Oro” a la reconstrucción de un Bar venezolano que hipotéticamente estaba en la azotea de la Torre David de Caracas un edificio inconcluso invadido por okupas. El Bar era la instalación de un Pabellón del conjunto auspiciado por el curador Mr. David Chipperfield y formado por el llamado Urban-Think Thank integrado por Justin McGuirk de Londres, Alfredo Brillembourg y Hubert Klumpner, junto al fotógrafo holandés Iwan Baan. El proyecto de la torre David inconclusa fue del arquitecto Enrique José Gómez y del constructor David Brillembourg (primo del premiado) con oficinas en Nueva York y Zurich. El Bar, denominado “Gran Horizonte” era considerado como un “pop-up” punto de encuentro informal en la Bienal[1].

 

Cabe aclarar que este stand, ubicado en la zona del Arsenal, no representaba oficialmente a Venezuela, cuyo Pabellón, realizado por Carlo Scarpa hace más de medio siglo en la zona de los jardines, tenía una Exposición denominada “Ciudad Socializante vs. Ciudad Alienante” con un catálogo con textos de Juan Pedro Posani y el Ministro de Vivienda Ricardo Molina acompañado por pinturas de Domenico Silvestre y un audiovisual con los testimonios de María Sojo. Esta era la versión oficial del Gobierno de Hugo Chávez en la Bienal. Las personas que atendían este Pabellón nacional desconocían la existencia del Bar de arepas y parrillada que complementaba el imaginario latinoamericano que Mr. Chipperfield y sus amigos habían montado.

 

El rascacielos inconcluso Torre de David tiene 45 pisos con 190 metros de altura y residen allí cerca de 3000 personas que ocuparon el espacio dentro de las políticas fomentadas por las carencias de vivienda. Carencias estas determinadas por el proceso de urbanización, la pobreza, los avatares de las inundaciones y derrumbes que asolaron la ciudad de Caracas en los últimos años. La reorganización de los modos de vida, la decoración de los ambientes que recoge el fotógrafo y los nuevos hábitos de esta “arquitectura sin arquitectos” es lo que ha terminado siendo curiosamente premiado por una Bienal de Arquitectura.

 

Aunque pueda parecer “políticamente correcto” este rescate de una respuesta ante la crisis de vivienda del continente, lo que se está premiando aquí no era realmente la solución del problema sino una iniciativa de emergencia que termina convirtiéndose en un camino, prestigiado por este Premio, para resolver sin compromiso del Estado ni de la sociedad, mediante la invasión y la ocupación, unas formas de supervivencia carentes de los adecuados servicios y las condiciones mínimas de habitabilidad.

 

“La Torre de David testimonia el fracaso del neoliberalismo y la capacidad de sobreponerse a las situaciones de los más pobres y marginados de la sociedad, de modo que también representa una oportunidad de reconsiderar cómo se crean las comunidades urbanas”, explican los autores del proyecto[2]. Se omite según opina el Diario El Universal de Caracas que la llamada Torre de David “no es precisamente una construcción “abandonada” u “ocupada” -como la llama Brillembourg- sino “invadida”. O que el edificio se ha convertido en una estructura infranqueable hasta para las autoridades policiales”[3]. La Torre, que pasó a manos del estado luego de la crisis económica de 1994 debió haber sido reciclada o terminada para dar solución adecuada a las carencias de vivienda, pero, como señalaba Juan José Pérez Rancel en 2011 con aquella ocupación del edificio, comenzada en el 2007, “la promiscuidad cobró venganza y se instaló en las alturas, para alumbrar como un faro a la ciudad, proclamando el fracaso del populismo, de los falsos redentores, de la planificación, de la modernidad. El triunfo de la modernidad inconclusa sobre la posmodernidad prematura”[4].

 

El Colegio de Arquitectos de Venezuela consideró el Premio como una acción política otorgada a un “sofisticado happening para europeos ociosos” donde el Jurado, integrado por cuatro arquitectos europeos y uno estadounidense hablan de “nueva comunidad”, “nueva identidad” y de un “modelo inspirador” que sin dudas está premiando más a los habitantes que a los arquitectos[5]. Inspirados en la “Civilización del espectáculo” que predominaba claramente en los Pabellones de la Bienal, esta decadente premiación de Goliat al pobre David es claramente una burla que testimonia la caricatura que ciertos sectores de la intelectualidad arquitectónica adjudican a nuestra realidad americana.

 

Esta realidad de postergadas respuestas de calidad hoy celebradas de esta forma insultante requiere entender, como dice claramente Anaxtu Zabalbeascoa, que “no se trata de censurar la intervención ciudadana. Al contrario, se trata de evitar convertirla en una moda que acabe con ella”[6]. En el mismo sentido el arquitecto venezolano Henry Vicente reflexionaba aludiendo a esta admiración por el supuesto éxito de las ocupaciones en momentos en que Europa se sacude en sus propias crisis, parece “que estamos negociando con espejitos al revés, ahora somos nosotros los que los vendemos”[7]. La presencia del Pabellón fue acompañada por un libro (que no estaba accesible a los visitantes) y que se remitió al Jurado. El mismo fue editado por Lars Müller Publishers de Suiza, que también contrató al fotógrafo para comparar Brasilia con Chandigarh (2010).

 

El cineasta Thaelman Urgelles, escribió un artículo donde decía: “El premio ¿es acaso un sarcasmo, una crítica del espanto a través de la ironía? Pues no, el premio se confiere con toda la sinceridad del curador y los jurados europeos, quienes nos miran a los latinoamericanos como especímenes de su particular espeleología social o, peor dicho, no pierden la oportunidad de alimentar su arrogancia al celebrar nuestra miseria y descomposición, elevándola a la categoría de arte”. Para el arquitecto Jimmy Alcock, Urgelles habla de la visión que Europa tiene de nosotros[8].

 

El ex Decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, Marco Negrón detallaba aspectos de este proceso de ocupación del edificio: «Antes de la invasión, sin que ninguna autoridad interviniera para impedirlo, fue sometido a una intensa depredación por comerciantes informales que cargaron con todo lo que fuera transportable y tuviera valor. Sobre la vida interna del complejo, donde se calcula que habitan unas 700 familias en 28 de sus 45 pisos, se han tejido toda clase de historias difíciles de comprobar debido a la extraterritorialidad de facto de que goza la infraestructura; debe suponerse sin embargo que, como ocurre en toda la ciudad, se trata de una población mayoritariamente trabajadora y de conducta normal, agobiada por necesidades perentorias que, frente a una prolongada crisis, la inoperatividad del Estado y el oportunismo del Gobierno, encontró esa alternativa para resolver sus problemas más esenciales aun de manera extremadamente precaria”.

 

 “La determinación de esas personas, su coraje para no rendirse frente a la adversidad y la incompetencia oficial, son sin duda merecedores de los mayores elogios, no así la solución: los autores del libro sostienen, sin sonrojarse, que la Torre es “un símbolo del fracaso del neoliberalismo” cuando en verdad se trata de la consagración del capitalismo más salvaje: una pequeña oligarquía en la frontera del delito -la que lideró la ocupación- que ejerce su dominio sobre la mayoría en un territorio del que el Estado ha desertado, exactamente igual a como ocurre con los “pranes” en las cárceles o los azotes de “barrio” en muchas zonas populares. En un gesto de chocante demagogia Venecia ha premiado el atraso, la quiebra de la civilización, la miseria transformada en espectáculo al gusto de un público frívolo que ha agotado no sólo la creatividad sino hasta la mínima sensibilidad humana”[9].

 

Cabe señalar que la Torre David, a pesar de la buena voluntad de sus ocupantes que dicen haber expulsado a “los malandros”, tiene sus problemas. Fue recientemente allanada para buscar a un diplomático secuestrado y para decomisar armas. Un testimonio contemporáneo señala que “los malandros circulan en motos por las rampas de los estacionamientos, cobran peaje a toda hora a quien quiere bajar o subir; suceden más de cuatro violaciones diarias a niños y niñas, jóvenes y mujeres; han caído al vacío más de cuarenta niños (de meses y de pocos años de edad); se trafica todo el tiempo con drogas; roban a quienes regresan de sus trabajos, etc”. Lo ratifica también el arquitecto Oscar Tenreiro al decir: “no figuran en el panorama los dramas de niños caídos al vacío, de extorsiones diarias a manos de delincuentes, de venta de espacios, de promiscuidad, de complicidad con autoridades complacientes; más que ignorancia es idiotez”[10].

 

Los méritos de haber logrado un sistema de uso de electricidad y abastecimiento de agua potable, no impiden verificar la odisea de quienes habitan un edificio de esa altura sin ascensores y con carencias de todo tipo, unidas a estas circunstancias de degradación social.

 

Mientras tanto en Venezuela se comienza a poner en tela de juicio la conducta del grupo Urban Think-Thank por actuaciones anteriores. Aparentemente obtuvieron un financiamiento cercano al medio millón de dólares del Kulturstiftung des Bundes (Fundación Cultural de Alemania) para un proyecto llamado Caracas Case: Cultura Urbana Informal. Una manera interesante de estudiar la pobreza con cuantiosos recursos. También se les menciona como utilizando, sin dar el crédito correspondiente, los estudios que sobre la Torre David hicieron Ángela Bonadies y Juan José Olavarría[11].

 

Pero también están presentes las reflexiones sobre el significado de este Premio en la hora actual. Tenreiro acota que: “Se dice que ha premiado la miseria, lo cual en el caso que nos ocupa a los venezolanos no puede ser más cierto. Pero lo más significativo es que ha dejado muy en claro la hipocresía que cunde en estos espacios, la ignorancia, la frivolidad. Pero eso no es nuevo. Lo nuevo, para mí al menos, es verlo tan claro. La historia es la misma de siempre. Somos vistos como casos de estudio. Los europeos cultos se dan el lujo de ignorar o pasar por alto (para eso los ayudan los arribistas de aquí), que no hay posible autopromoción de los pobres que no pase por una búsqueda incesante de perfeccionamiento de la democracia”[12]

 

En definitiva un Premio que muestra más el desconcierto de una Europa que sale de la euforia de la “Arquitectura Milagrosa” de los “lápices de oro” de un Star system que ha saqueado, con la complicidad de los políticos y otros arquitectos protagonistas del arribismo y del doble discurso, la economía pública de varios países de aquel continente[13].

 

El poderoso Goliat europeo premió a David en Venecia o, en realidad, David Chipperfield se premió a sí mismo, usando el imaginario de la pobreza latinoamericana como la nueva excusa vanguardista.

 

Arq. Ramón Gutiérrez.

CEDODAL. Argentina

Publicado originalmente en: Entre rayas


[1] Véase Il Giornale dell´Architettura, Venecia, 28 de agosto de 2012.

[2] Bosco, Roberta. “Venecia rompe con la arquitectura espectáculo”. El País. Madrid, 27 de agosto de 2012.

[3] Falcón, Dubraska. “La Torre David fue reconocida con el León de Oro en Venecia”. El Universal. Caracas, 30 de agosto de 2012

[4] Pérez Rancel, Juan José. “Metamorfosis. La venganza en la Torre de David”. Revista Medio Informativo, Facultad de Arquitectura, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 24 de junio de 2011.

[5] Colegio de Arquitectos de Venezuela. Declaración sobre la XIII Bienal de Arquitectura de Venecia. Caracas, septiembre de 2012.

[6] Zabalbeascoa, Anatxu. “Frente a la vanidad, latinidad”. El País, Madrid, 12 de septiembre de 2012.

[7] Idem.

[8] Alcock, Jimmy. Croquis CAV. Caracas, 23 de septiembre de 2012.

[9] Negrón, Marco. “Venecia. La miseria como espectáculo”. Croquis CAV, Caracas, 11 de septiembre de 2012.

[10] Tenreiro, Oscar. “El triunfo del Cinismo”. Croquis CAV, Caracas,  2 de septiembre de 2012.

[11] Pintó, Matías y Pintó, Mateo. “LEÓN DE chORO”. En http://latorrededavid.blogspot.com.ar/

[12] Tenreiro, Oscar. El triunfo del cinismo. Op. Cit.

[13] Moix, Llatzer. Arquitectura milagrosa. Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim. Barcelona, Anagrama, 2010.

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Identidad irrelevante. Contra la arquitectura colombiana.

Octubre 24 – 2012

Siempre que los hombres de las primeras edades colocaban una palabra, creían haber realizado un descubrimiento, creían haber resuelto el problema; y lo que habían hecho era dificultar la solución. Ahora, para conseguir el conocimiento, hay que tropezar constantemente con palabras que se han hecho eternas y duras como piedras, tanto que es más fácil romperse una pierna que romper una palabra.

Friedrich Nietzsche. Aurora

1.

La arquitectura colombiana existe tanto como la arquitectura latinoamericana, es decir, no existe. En ambos casos estamos frente a una construcción ideológica que se ha levantado más o menos cuidadosamente con textos e imágenes, mediante los cuales, toda la diversidad de un fenómeno –en ambos casos se trata de la producción arquitectónica de una zona geográfica- queda reducida a una imagen falsa pero tranquilizadora de homogeneidad, que oculta las tensiones internas del fenómeno.

Las publicaciones de arquitectura –catálogos de exposiciones, revistas y libros- han sido, desde hace muchos años, los medios a través de los cuales grupos de arquitectos y personas interesadas en la arquitectura, unidos por profundas convicciones sobre su deber-ser, expresan públicamente sus opiniones, construyen y difunden una doctrina e intentan instalarla en la cultura de manera tan amplia y profunda como les resulte posible. En otras palabras, las publicaciones de arquitectura han sido lugares de construcción y medios de difusión de ideologías arquitectónicas.

Iglesia Barrio Minuto de Dios. Arquitecto. Arquitecto: Carlos Martínez

El término arquitectura latinoamericana encarna una construcción ideológica con la que deberíamos estar más familiarizados. Su significado actual se construyó en los años ’80 bajo el alero filosófico del pensamiento regionalista y simbolizaba una alternativa opuesta a la voluntad internacionalista del proyecto moderno y una forma de resistencia contra el “imperialismo cultural”. Esto no quiere decir, sin embargo, que el término arquitectura latinoamericana no se haya usado antes de los años ’80. Visto desde su significado actual, resulta paradójico recordar que una de las primeras apariciones del término ocurrió en una publicación del Museo de Arte Moderno de New York, uno de los más prolíficos centros de producción cultural y artística del “imperio”. En efecto, “Latin American Architecture since 1945” de Henry-Russell Hitchcock, publicado por el museo en 1955 es, hasta donde hemos podido indagar, la primera publicación en la que Latinoamérica, debido a su supuesta unidad geográfica y cultural –supuesto que el propio texto de Hitchcock se encarga de matizar-  se utiliza como una categoría de análisis válida para realizar una lectura crítica de la producción arquitectónica de la región[i].

Lo que intentaremos mostrar en el presente artículo es que con el término arquitectura colombiana ocurre algo semejante. Cuando la crítica contemporánea lo utiliza, lo hace con el significado que construyó para el término hacia 1980, vale decir, como proyecto alternativo al internacionalismo de estirpe moderna e imperialista.  Sin embargo, esa misma crítica no tiene problemas en reconocer que la construcción de este significado coincide con la publicación del libro “Architectures Colombiennes. Alternatives Aux Models Internationaux[ii] admitiendo con ello que la idea de una arquitectura con identidad nacional fue la invención de una pareja de franceses, no de colombianos. Pareciera como si el sentimiento anti-imperialista sólo aplicara para el caso de los Estados Unidos de América.

Arquitectura en Colombia y el sentido del lugar. Últimos 25 años”[iii], la más reciente publicación en la cual la crítica ha intentado presentar un balance de la producción arquitectónica nacional, la entonces presidenta de la Sociedad Colombiana de Arquitectos reconoció que el objetivo de esta nueva publicación era continuar el trabajo iniciado en 1981 por “Architectures Colombiennes”, esto es, presentar al mundo una imagen positiva del país, a través de una arquitectura que se caracteriza por “(…) la sencillez y austeridad de formas, la calidad tectónica y espacial y la sensibilidad al lugar[iv].

El establecimiento en el título del libro de un arco cronológico de 25 años, tanto como la referencia directa y explícita que la mayor autoridad gremial del momento, hizo al texto de Anne Berty de 1981, son una prueba de que la crítica, con la venia de la Sociedad Colombiana de Arquitectos S.C.A., considera el texto “Architectures Colombienne. Alternatives Aux Models Internationaux”, como el momento de fundación de un fenómeno arquitectónico que ha sido dominante por cerca de 3 décadas.

En los dos artículos que introducen al catálogo de obras que constituye el cuerpo central de la publicación, sus autores insisten en destacar lo que en el contexto de los artículos se presenta como valores eternos de la arquitectura colombiana: “sencillez y austeridad”, “sentido del lugar”, “limpieza compositiva”, “poética del espacio”. Unos valores sobre los que, según se nos dice, no sólo resulta necesario “persistir” sino que al mismo tiempo servirían para “resistir” a lo que parece ser un enemigo común: “la moda” y la “novedad sacralizada”[v].

Tres décadas puede ser mucho tiempo, pero no son la eternidad. La crítica en Colombia olvida o quiere hacernos olvidar que la arquitectura colombiana es una invención, una construcción ideológica y no una segunda naturaleza. Los valores de los cuales nos habla -“sencillez y austeridad”, “sentido del lugar”, “limpieza compositiva”, “poética del espacio”- son el producto de un sistema de valoración que ella misma ha construido para modelar intencionadamente el pasado –historia de la arquitectura- y el presente –crítica de la arquitectura-.

Sin embargo, al intentar convencernos que el surgimiento y desarrollo de una arquitectura de marca nacional en Colombia es un fenómeno de tan sólo veinticinco años de duración, la crítica ha cometido un grosero error. Ha pasado por alto, voluntaria o involuntariamente, el trabajo cuidadoso y sofisticado que a fines de los años ’40 emprendió el arquitecto Carlos Martínez Jiménez.

Martínez, el conocido fundador y director de la revista de arquitectura más importante que ha existido en Colombia, publicó en los primeros números de Proa y en el libro compilatorio del año ’51[vi], una serie de artículos sobre arquitectura colonial que le servían para proponer una curiosa tesis: que los valores promovidos por la arquitectura moderna –lógica, racionalidad, sobriedad, austeridad, funcionalidad, sencillez y economía de medios económicos y expresivos- no sólo no estaban en contra del sentido y de los más altos valores espirituales de la arquitectura nacional, sino que los encarnaban de la mejor manera.

¿Qué motivó a Martínez a construir esta hipótesis? Por una parte podría leerse como la operación de un nacionalista que intentando restarle importancia al desarrollo de un fenómeno arquitectónico de corte internacional que no lograba contener, decide domesticarlo mediante la construcción de un vínculo supra-histórico con la arquitectura colonial. Por otra, podría interpretarse como la operación de un moderno que conciente de la sociedad conservadora y resistente a los cambios en la que vive, decide emparentar la arquitectura moderna con la arquitectura colonial, e inventa un nuevo linaje para la arquitectura moderna: la arquitectura moderna colombiana. Para el genio de Martínez, modernidad y nacionalismo no eran dimensiones excluyentes sino complementarias en la formulación del proyecto modernizador nacionalista[vii].

Lo más llamativo es que el sistema de valoración arquitectónica que construyó Martínez a comienzos de los años ’50 es sorprendentemente parecido al sistema de valoración que utiliza la crítica en la actualidad y sin embargo ésta última no le reconoce la paternidad. Proponer que la historia de una arquitectura con identidad nacional en Colombia comenzó en 1981 es desconocer el importante papel que desempeñó Carlos Martínez Jiménez en dicha historia.

Creemos que una arqueología de la arquitectura con identidad nacional en Colombia terminaría por reconocerle a la figura de Carlos Martínez Jiménez el papel de ideólogo de la arquitectura colombiana, una construcción que ha sido dominante no por 25 sino por 60 años. Durante los últimos 60 años en Colombia hemos asistido a un monólogo de la arquitectura colombiana gracias, fundamentalmente, al estatismo de quienes a pesar de no compartir el proyecto de una arquitectura con identidad nacional, no han logrado construir un proyecto alternativo, por apatía o incapacidad.

Esta arqueología es necesaria para recordarle a la crítica arquitectónica en Colombia el carácter artificial de su operación. La arquitectura colombiana es una construcción ideológica, no una segunda naturaleza. Lo que ocurre es que después de 60 años, los valores arquitectónicos que le ha asignado a la arquitectura colombiana se han convertido en “(…) palabras que se han hecho eternas y duras como piedras” por las cuales algunos en Colombia están dispuestos a “romperse una pierna” antes que admitir la relatividad y el carácter artificial de aquellos valores.

Estos valores se nos presentan como si ostentaran un estatuto ontológico que no tienen, como si fueran portadores de una verdad que no existe. Bastaría recordar que Carlos Martínez, su ideólogo no reconocido, necesitó deshacerse de la arquitectura republicana y aquella otra de los estilos nacionales para poder hacer más  razonable su construcción ideológica. Basta recordar que la crítica oficial, tomando distancia de Martínez, ha literalmente invisibilizado la arquitectura moderna colombiana, para construir su oda a la arquitectura colombiana a secas. Aparece aquí con toda claridad la divergencia con Martínez.  Ya no se trata de un proyecto arquitectónico capaz de articular nacionalismo y modernidad. Eliminada la modernidad de la ecuación, sólo ha quedado el nacionalismo.

Curiosamente, la producción arquitectónica nacional ya era internacionalmente asociada  desde fines de los años ’40 a los mismos valores arquitectónicos que la crítica oficial se empecina en situar tan sólo a comienzos de los años ’80. Para demostrarlo, presentamos a continuación el examen crítico de un conjunto de artículos sobre la arquitectura en Colombia, publicados en revistas norteamericanas a fines de los años ’40, así como la caracterización de la producción nacional que en 1955 realizó Henry-Russell Hitchcock en “Latin American Architecture since 1945”, paradójicamente semejante a la caracterización que sólo unos años antes había realizado Carlos Martínez Jiménez en 1951.

La producción arquitectónica que tuvo lugar en Colombia durante la década de los años ’40 y ’50  no tuvo la visibilidad y cobertura internacional dada a las obras hechas en Brasil o en México, en las que la exhuberancia o la monumentalidad se destacaban como rasgos distintivos. Por el contrario, la austeridad y sencillez, así como la racionalidad y la calidad constructiva, asomaron reiterativamente como aquellos valores que caracterizaban las obras de arquitectos como Bruno Violi; el estudio de Cuéllar, Serrano y Gómez, Francisco Pizano, entre otros. Se solía reconocer y valorar en ellas una cierta sensibilidad hacia los elementos tradicionales de la cultura y la arquitectura preexistente, pero reinterpretadas con este nuevo lenguaje abstracto. Esta dialéctica entre lo local y lo moderno, marcaría en una medida importante el discurso que cubre la producción de arquitectura colombiana de esos años, abordada en las distintas publicaciones que se describen a continuación.

Remodelacion de un apartamento en Bogotá

Esta pequeña obra de Jorge Arango Sanín, que consistía fundamentalmente en la incorporación de un mueble divisorio entre el estar y el comedor en un departamento pequeño, apareció en la revista Arts & Architecture en agosto de 1946.

Además de intervenciones a nivel de mobiliario, reflejaba algunos aspectos de la arquitectura moderna colombiana, que serían destacados en publicaciones de años posteriores. El breve texto que acompañó la publicación de este proyecto, hizo referencia a las diferencias culturales entre los Estados Unidos y Colombia. En Colombia, sin importar el tamaño de los apartamentos, éstos contaban con servicio doméstico. Dicha condición hacía necesario dividir el espacio del estar-comedor en dos ambientes, con el objetivo de lograr mayor privacidad en el estar, al momento en que la empleada sirve o retira la mesa. Lo que querían destacar los editores de la revista era que el mueble divisorio conseguía la separación, pero al mismo tiempo mantenía la fluidez espacial: una solución moderna de gran utilidad para una realidad local. Otro aspecto que se destacó fue el uso de una esterilla en el muro de un dormitorio, elemento consignado como de larga tradición en Colombia y que representaba una práctica habitual, que era el uso de técnicas o materiales locales dentro de una propuesta moderna.

La revisión que la revista norteamericana Architectural Forum hace de algunas obras construidas en Colombia en su número de noviembre de 1946, se produce en el marco de una cobertura mayor, que buscaba abordar en términos globales, la arquitectura moderna de América del Sur.

En el texto introductorio en el que se hacía una referencia general a Sudamérica, se planteó de manera implacable y sin mayor diferenciación entre país y país, que existía una dependencia cultural de Europa, básicamente de París. Este fenómeno se interpretaba como una continuidad de la colonia española y portuguesa, ejercida en el continente hasta hacía poco más de 100 años, realidad que por supuesto se veía claramente reflejada en su arquitectura y en su planificación urbana. Sin embargo, la gran variedad geográfica, climática y cultural, hacía merecido revisar separadamente las producciones nacionales, definidas como excitantes y de gran vigor.

En 1888, un visitante de los Estados Unidos en Colombia, remarcó que “a pesar de ser geográficamente uno de nuestros vecinos más cercanos, Bogotá (la capital) está casi tan distante de Nueva York como el interior de la India –y casi igual de difícil de alcanzar”. Su territorio, dividido por grandes montañas, parece estar entre la jungla tropical y la meseta alpina. En Colombia, las líneas férreas y el sistema de carreteras eran entonces –y aún hoy- de un nivel muy primitivo. (…)

 Con esta cita se introducía a la revisión de las obras colombianas, con la que claramente se buscaba mostrar la condición exótica, radicalmente lejana y diferente a la realidad cotidiana del país del norte. Además mostraba una cierta condición de precariedad, contexto en el cual estas obras se presentaron como un avance transformador, pero que a la vez recogía y reinterpretaba ciertos elementos existentes en su arquitectura tradicional.

La muestra se centró primero en dos edificios de oficinas, uno en Bogotá, de la firma Cuéllar, Serrano y Gómez; y otro en Medellín, de Vieira y Vásquez. Los dos edificios fueron sometidos a una lectura comparativa en función de la diferencia de clima entre una ciudad y otra. La explicación consistió básicamente en comprender la menor superficie acristalada en el caso de Medellín, como respuesta al calor; a la inversa del edificio en Bogotá, que habría buscado captar más radiación solar en un clima más frío. Este mismo marco interpretativo, basado en las diferencias climáticas, se utilizó para referirse a los balcones, los revestimientos y la relación de los edificios con la calle. Además, el edificio bogotano se interpretaba como un hito de claridad en medio de las oscuras y angostas calles de la ciudad.

Más adelante, el artículo repasó de manera más escueta algunas viviendas. La primera de ellas, de la firma Cuéllar, Serrano y Gómez, había sido construida en un suburbio de Bogotá. Aquí se enfatizó nuevamente la manera en que la obra recogía la tensión entre modernidad y tradición: Contrastando claramente con las tradicionales casas españolas, que son oscuras y frías con sus techos altos, galerías cubiertas y grandes aleros, esta casa está orientada y diseñada para recibir el máximo de sol directo y luz. La única referencia a la tradición son las ventanas profusamente enrejadas en el primer nivel, que remiten a las rejas de acero de las casas antiguas. A pesar de lo planteado en este párrafo descriptivo, se aprecia en la fotografía el modo en que la vivienda reconocía su contexto, al reconstituir la fachada continua de la calle, planteamiento contrario al recurrente esquema moderno de aislar escultóricamente el volumen construido. Esta manera de comprender la inserción de la obra en el lugar, asume la condición dada por el tejido histórico de muchas ciudades colombianas, de estrechos espacios entre medianeras y escaso frente a la calle; es similar a la problemática que enfrentó Bruno Violi en la realización de su casa en Bogotá, presentada también en este recuento.

El arquitecto Vincenzo Nassi proyectó una casa de fin de semana en Fusagasuga, considerada también en esta serie. En ella, los requerimientos de sombra y ventilación determinaron los espacios interiores e intermedios de una arquitectura que, resolviéndose con una imagen más abstracta, intentaba establecer desde su interior, una relación con el paisaje.

Revisando retrospectivamente la serie de casos presentados en este artículo, y más allá de la lectura obvia sobre una imagen arquitectónica moderna presente en cada uno, se puede identificar otro denominador común. Este tiene que ver con las distintas maneras en que las obras articulaban un diálogo o una tensión con su entorno natural o cultural, problemática que fue recogida de modo central en cada uno de los textos que las describían.

Tiendas Valdiri’s, Bogotá

Este artículo se enmarcó dentro de un número especial sobre arquitectura y tiendas comerciales de la revista Progressive Architecture, que fue publicado en mayo de 1947, momento en que el edificio estaba en proceso de ser construido[viii]. La oficina de arquitectos de Henry C. Hudgins & Co., de Bogotá, con sus ingenieros y constructores asociados, se encargó de manejar un estudio de las regulaciones sobre el sitio y sobre los edificios, la preparación de los planos definitivos y las especificaciones, la construcción y su supervisión; mientras que los arquitectos de Nueva York (Ketchum, Gina & Sharp) desarrollaron el partido base y el diseño estructural y mecánico, el diseño distributivo de la tienda, vitrinas y equipamiento, y selección de materialidades, colores y terminaciones. (…) también incluyó el diseño de los envoltorios, la marca comercial, membretes, etc.[ix]

Ciertamente, este artículo ofrece una lectura algo atípica, puesto que no centraba el discurso en aspectos climáticos o en un diálogo con la tradición, sino más bien en cuestiones vinculadas al programa y a las respuestas técnicas y estructurales de la obra. Aún así, es posible reconocer ciertas cualidades que reflejaban una sensibilidad propia a la arquitectura colombiana, y que se volvieron centrales en la comprensión de este proyecto en particular.

Con la forma en L del lote, y su condición de casi completa medianería, se presentaba una situación que llevó al extremo la complejidad de resolver internamente el edificio, problemática ya comentada a propósito de las casas en Bogotá de, Violi y Cuéllar, Serrano y Gómez. Dentro de esto, el angosto frente  a la calle determinó una gran transparencia de fachada, para llevar la luz al interior. A su vez, el terreno de tipo fangoso determinó concentrar los esfuerzos de carga en pilares que se situarían libres hacia el interior del volumen edificado, evitando intervenir los cimientos de las construcciones preexistentes, de origen colonial.  Las respuestas a estas condiciones definieron la espacialidad y la imagen externa de la obra, la que ofrece una lectura de fluidez espacial y claridad estructural. Los diversos dibujos que dominaron la parte gráfica del artículo, resaltan este tipo de cualidades, mostrando además la coherencia con el diseño de vitrinas y mobiliario.

Las líneas austeras en la fachada y la incorporación de ladrillo local en el proyecto, junto con la consideración por las construcciones existentes, pueden ser comprendidas como las claves que buscaron vincular de forma cuidadosa, obra y lugar. Esto debe comprenderse en un contexto en que la naturaleza del programa y su fuerte sentido de la rentabilidad, conlleva muchas veces la determinación casi forzosa una cierta densidad e imagen. En este marco, la calidad espacial conseguida en el primer nivel, con la incorporación del mezanine y su abalconamiento a un espacio de doble altura, que contrasta con las alturas más acotadas de los restantes pisos; dio cuenta de un fuerte énfasis en la calidad de la respuesta arquitectónica del edificio, destacada en el texto y profusamente ilustrada en los croquis. Hecho notable si se considera que en esta clase de programas, la arquitectura usualmente se retrae a una mayor neutralidad, dando lugar a la publicidad y la decoración en el rol de definir un espacio para el consumo.

Estadio de Béisbol en Cartagena de Indias

 

Publicado en la revista Architectural Record de julio de 1948, es probablemente la obra colombiana que mayor impresión causó en los Estados Unidos. Su atrevida solución estructural, señalada como poco frecuente de ver en ese país, se realzó a través de grandes imágenes que la mostraban en toda su magnitud.

La primera imagen del artículo, mostraba la gradería del estadio como un objeto que contrastaba desde el fondo con una planicie, como si imitara la imagen idealizada del edificio moderno que se alza sobre un suelo plano. Pero aquí, este suelo, es el suelo agreste de Sudamérica, el que se distingue en la vegetación silvestre que aparece en la fotografía, y que nada tiene que ver con la artificial imagen de la llanura cubierta de césped, es decir, el suelo domesticado del primer mundo. El cielo tampoco es de un celeste limpio y calmo, sino que está cargado de densas nubes, reflejando su condición tropical.

Otra de las imágenes mostraba la estructura de las graderías dando la espalda a un precario caserío rural, haciendo patente el contraste entre el edificio moderno, nuevo, tecnológico, rutilante; y el antiguo tejido tradicional, proveniente de la colonia española, de desmejorado y frágil aspecto. Quizás con la intención de mostrar una modernidad como proeza técnica en un emplazamiento exótico, casi salvaje, en el marco de una cultura colonial atrasada. Una modernidad encarnada en un estadio de base ball.

Es posible que la presentación de esta obra, de carácter extenso y verdaderamente entusiasta, se haya debido en alguna medida a la simpatía que pudo despertar en los editores el hecho de que el edificio albergara un deporte con fuerte identidad norteamericana. Esto podría significar, tácitamente, la intención de remarcar una cierta influencia cultural, que competiría con aquella influencia proveniente de Europa y señalada como “colonialismo”, en uno de los artículos revisados anteriormente.

Una lectura similar se puede hacer sobre la posición importante que en el breve texto introductorio a la descripción del estadio, ocuparon los arquitectos colombianos Gabriel Solano, Jorge Gaitán Cortés, Álvaro Ortega y Edgar Burbano, destacándose que fueron formados en Harvard y Yale. En cierta medida, se dejó entrever que gracias a ellos, pudo lograrse la construcción del estadio en un plazo muy corto. En contraste, de los ingenieros Alfonso Mejía, Mario Barahona y Julio Noel Montenegro, se señala apenas que fueron formados fuera de Colombia.

Más allá de las interpretaciones que puedan hacerse sobre intenciones o programas implícitos en el artículo, es posible establecer algunas lecturas algo más concretas. Por ejemplo, la alabada proeza de ingeniería que significa la realización de esta obra, mostrada detalladamente a través de secciones, textos y fotografías del proceso constructivo;  es realizada siempre con la misma sección estructural, que se repite 12 veces. Esto habla claramente de una manera simple y directa de enfrentar el proceso de diseño, y sobretodo, el proceso constructivo. Claramente, la primera lectura que ofrece la obra es la de una acrobacia estructural. Sin embargo, una segunda mirada revela una solución hecha con economía de medios, para lograr un resultado que se ajusta a las condiciones funcionales del programa.

Por otro lado, se remarcó explícitamente la importancia que el clima caluroso de esta región tropical tuvo en la definición del proyecto.  Se dejó un espacio para la libre circulación del aire a lo largo de la zona posterior de las graderías, lugar en que este verdadero manto de hormigón se pliega hacia adentro para configurar el espacio cubierto. A la vez, esta apertura incorpora la línea horizontal del paisaje circundante en la interioridad que conforma la obra, como puede reconocerse en las fotografías incorporadas.

Latin American Architecture since 1945.

En 1955 el Departamento de Arquitectura y Diseño del Museo de Arte Moderno de New York publicó “Latin American Architecture since 1945”, un catálogo de obras, precedido por un artículo introductorio de Henry-Russell Hitchcock.

Trazar la genealogía de este texto del año 1955 supondría, al menos, mencionar la exposición y catálogo titulados“The International Style” -una bien conocida publicación que el mismo Hitchcock había elaborado junto a Philip Johnson en 1932 para el MoMa- la exposición y el catálogo de obras titulados  “Brazil Builds” –que con textos de Philip L. Goldwin y fotografías de G. E. Kidder Smith, fue publicados por el MoMa en 1943- y finalmente la exposición y el catálogo titulado “Built in U.S.A.: Post-War Architecture” –escrito por el mismo Hitchcock y publicado por el MoMa en 1952.

Los objetivos de “Latin American Architecture” son de naturaleza diversa. El más evidente, presentar una selección de las mejores obras construidas en 11 países de América Latina durante la década 1945-1955. Sin embargo, otras intenciones parecen estar latentes en el texto de Hitchcock. La caracterización que hace de Latinoamérica desde su producción arquitectónica, es la de una región que culturalmente ha sido históricamente dependiente de centros culturales externos a ella misma: Primero de Madrid y Lisboa –durante el largo período de dominación española y portuguesa- y más tarde, desde los primeros años de las jóvenes repúblicas, de Francia en general y de París en particular[x].

Hecha esta precisión, la actitud de Hitchcock se torna ambigua. Por momentos intenta mostrar de qué manera los Estados Unidos se han convertido en un nuevo centro de referencia cultural para la región[xi]. En otros pasajes defiende la idea de madurez e independencia cultural de Latinoamérica[xii].

Si por una parte la arquitectura moderna latinoamericana tendría un acento latino-europeo –Candela,  Bonet,  Bianco,  Delpini,  Cetto o Linder- o decididamente francés –Le Corbusier-; y por otra, entre 1910 y 1930 la influencia de ciudades como Chicago y New York se podía percibir en los centros de muchas capitales donde nuevos edificios en altura se levantaron en medio de calles estrechas, también parecía evidente que la fuerte presencia de la Iglesia Católica, la permanencia de las tradiciones culturales ibéricas, la disponibilidad y carencia de materiales de construcción y las condiciones climáticas predominantes, parecían asegurar una autonomía a la arquitectura moderna latinoamericana.

En la región, esta nueva manera de aproximarse a la arquitectura habría comenzado a ser aceptada  y promovida ampliamente por primera vez en Brasil hacia 1935, inaugurando un período que en otros países de la región sólo comenzó hacia los primeros años de la década de 1950.

La exposición “Brazil Builds”, realizada por el Museo de Arte Moderno de New York en 1943 y su catálogo, dieron a conocer la producción brasileña y en especial la llamada “escuela carioca” al mundo entero. A partir de esta fecha es posible verificar el interés de las revistas europeas y norteamericanas en publicar la arquitectura del Brasil.

Según Hitchcock, entre 1943 y 1955, además de Brasil, dos focos situados en la región habrían concentrado la atención de las publicaciones de arquitectura: los edificios de la Ciudad Universitaria de México y hacia el final del periodo, los edificios de la Ciudad Universitaria de Caracas en Venezuela.

Es cierto que la arquitectura hecha en Colombia en aquellos años no constituyó un foco de interés particular para las publicaciones, sin embargo, en el marco del texto que introduce el catálogo de “Latin American Architecture since 1945”, algunos datos resultan interesantes de presentar. Por ejemplo, de las 89 obras que se mencionan en el catálogo, 10 son colombianas, es decir, el 12%. Después de Brasil (22 obras. 24%) y México (17 obras. 19%); Colombia es el país con mayor cantidad de obras mencionadas. La firma Cuéllar, Serrano, Gómez tiene la misma cantidad de proyectos mencionados en la publicación que el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (4). Eso los convierte en los autores con mayor cantidad de obras registradas en la publicación[xiii].

En efecto, Hitchcock reconoce que la arquitectura colombiana ha recibido menos atención que Brasil, México o Venezuela. Sin embargo señala que, debido al clima fresco y húmedo de Bogotá, la arquitectura Colombiana parece desmarcarse del resto de la arquitectura latinoamericana y podría estar, sin llamar demasiado la atención, en cualquier ciudad del norte de los Estados Unidos. Esto parece deberse, por una parte, a que una gran cantidad de arquitectos colombianos han sido formados en escuelas de arquitectura norteamericanas, por otra, a que la condición climática de Bogotá no obliga –como en muchas otras parte de América Latina- a tener un estricto control solar.

Hitchcock destaca los excelentes estándares constructivos de la arquitectura colombiana, y singulariza la obra de Bruno Violi -a quien se refiere como el “pupilo de Perret”- por sus refinadas terminaciones; y a Cuéllar, Serrano, Gómez; por su manera de construir simple y directa. Alaba el tratamiento de las superficies de cerramiento con ladrillo visto, porque ofrece una buena protección contra la humedad predominante, mientras que por esa misma razón rechaza el uso de la piedra local, la cual a pesar de tener un color y una textura muy agradables, tiene muy mala vejez. El uso de azulejos, muy común en las arquitecturas de otros países de la región, adquiere en la sobriedad del ambiente bogotano un exotismo fuera de lugar.

Para Hitchcock el carácter de la arquitectura colombiana es bastante “anglo-sajón”, excepto por las bóvedas de cáscara de concreto que se usan para cubrir estadios, hipódromos, plantas industriales e incluso casas. Estas son para Hitchcock una excepción en medio de un ambiente general de sobriedad en el diseño y buena técnica constructiva, que explica como consecuencia de la combinación de firmas de construcción y oficinas de arquitectura, como ocurre de manera emblemática en el caso de Cuéllar, Serrano, Gómez.

Selección de obras.

Las primeras dos imágenes de obras de arquitectura colombiana mostradas en el libro, correspondían al Edificio Smidt (carrera 7ª, Bogotá, arquitecto Bruno Violi -1951); y a la piscina del Country Club de Bogotá (arquitectos Arango y Murtra -1951). No contaron con referencias específicas, pero acompañaban la descripción general sobre la arquitectura moderna en Colombia que hizo Hitchcock en su texto introductorio, ilustrando esa imagen sobria con la que el autor la caracterizaba.

Ya en la muestra específica, el primer caso expuesto correspondía al Curso Preparatorio de la Ciudad Universitaria de Bogotá, de la oficina Cuéllar, Serrano y Gómez, del año 1951-52 (páginas 88 y 89). Señalado como excelente ejemplo de la cualidad directa y competente de los edificios colombianos, que prescindiendo de mosaicos y azulejos, recurría a un lenguaje casi industrial, no monumental: una sencillez y claridad que contrastaba claramente con la exhuberancia brasilera o la monumentalidad mexicana. Hitchcock echó de menos un correlato de esta disciplina arquitectónica en el resto de la Ciudad Universitaria de Bogotá, la que aparentemente le remitió a un collage de arquitecturas universitarias norteamericanas. La imagen de mayor tamaño que se presentó, daba cuenta de ciertas sutilezas de diseño en la obra, matizando esta impresión de un total más bien duro y austero. Aquí aparecía la caja de escaleras que sobresale de uno de los volúmenes como un elemento libre, como una lámina plegada apoyada sobre un pilar y que con su celosía de matriz circular, generó un contrapunto a las líneas rectas que dominaban el edificio.

Taller y Estación de Buses de la calle 68, Bogotá. Arquitectos Mesa Gabriel Solano y Álvaro Ortega

En contraste a la sobriedad del caso anterior, pero manteniendo líneas claras y sencillas en el diseño, apareció el ya citado en la revista Architectural Forum, Estadio de Baseball de Cartagena. (Solano, Gaitán, Ortega – año 1947, páginas 98 y 99). Elevado por Hitchcock a categoría mundial, lo comparó con el Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria de Caracas, de Villanueva. Las imágenes refrendaban la limpieza y continuidad con la que estos doce marcos de hormigón sostienen las bóvedas, y las fotografías coincidían en mostrar la magnitud del voladizo y el modo en que este contiene el horizonte, además de las aperturas que deja esta membrana al no continuar en las graderías, permitiendo una mayor entrada del aire y del paisaje.

Cuando se abordó el Taller y Estación de Buses de la calle 68, en Bogotá, de los arquitectos Mesa, Gabriel Solano y Álvaro Ortega, junto al ingeniero Guillermo González (1947), también se destacaron las bóvedas de las cubiertas, pero señalando su estricto rol utilitario en el contexto del programa, dando cuenta del equilibro entre el requerimiento funcional y la riqueza plástica de la solución (páginas 102 y 103).

En la misma línea se presentó el tercer ejemplo, del arquitecto Francisco Pizano: la Fábrica de Chicles Clark’s, en la Calle 19  con carrera 34, en Bogotá, construida en 1953 (páginas 106 y 107). Si bien es cierto que las bóvedas que cubren el espacio de esta fábrica no tienen la espectacularidad de los casos anteriores, de igual modo Hitchcock alabó la calidad arquitectónica lograda. Esta se reflejaba en una gran imagen interior, donde se apreciaba la espacialidad, la estructura y la cubierta abovedada con perforaciones para que penetrara luz cenital. El alto nivel de ejecución de los elementos en concreto le recordó al trabajo de Violi, reseñado nuevamente por el autor como discípulo de Perret y referente del alto nivel técnico y constructivo en la arquitectura bogotana, búsqueda que Hitchcock decía echar de menos en las soluciones para las grandes naves industriales de su país.

Finalmente, fue presentado este conjunto de viviendas económicas que el Banco Central Hipotecario construyó para sus empleados en el año 1952-53. Proyectado por la firma de Cuéllar, Serrano y Gómez, están emplazadas en La Soledad, Carreras 22-26 y calles 39-40 (páginas 144-145). La dignidad conferida por su sobriedad y solidez contrastaría con aquellas construcciones periféricas, más livianas, en las que residirían, según el autor, normalmente las clases trabajadoras de América Latina. Además de destacar nuevamente su materialidad y el buen nivel de ejecución de la obra, Hitchcock reparó en la variedad de soluciones para las plantas de las viviendas y en la riqueza lograda en las calles del conjunto. Singulares para la región vista como un todo, ellas son, no obstante, típicas de la sobriedad y la alta competencia técnica de los arquitectos colombianos.

Salvo las dos primeras, todas las obras presentadas hasta aquí están complementadas con planos sencillos (plantas y a veces alzados o detalles), pero que bastan para comprender el funcionamiento de los edificios y las correspondencias a las fotografías que claramente dominan las presentaciones. Como excepción podría mencionarse la sección estructural del Estadio de Baseball de Cartagena, mostrada a página completa.

Al final del libro, y tal vez con la idea de mostrar una imagen urbana “moderna” que comenzaba a extenderse en las ciudades de América Latina, se presenta una secuencia de fotografías de fachadas de edificios. En dicha serie figuran tres edificios bogotanos: El Edificio Colón, de Cuéllar, Serrano y Gómez (1948), el Edificio Smidt, de Bruno Violi (1951), y finalmente, de Cuéllar, Serrano y Gómez, el Edificio de la Compañía Suramericana de Seguros (1954). Con estos ejemplos se cierra la muestra de arquitectura colombiana contenida en este libro, en la que sin duda decanta y consolida una lectura sobre ciertos valores que hace poco menos de una década habían comenzado a identificarse como propios de esta cultura.

3.

El programa de Martínez buscaba integrar nacionalismo y modernidad, generando a través de esta síntesis, una imagen que identificaba a la arquitectura colombiana moderna. Para esto construyó un sistema de valoración: austeridad, recato, sensibilidad al entorno, calidad técnica y constructiva, etc. Pero dichos valores, considerados propios de la arquitectura moderna colombiana, están presentes no sólo en la obra crítica de Martínez (Proa y el libro del ‘51); sino también, como hemos visto aquí, en las publicaciones internacionales que se acercaron a la comprensión del fenómeno de la arquitectura en Colombia en las décadas del ‘40 y ‘50. A diferencia del exotismo brasileño, de la monumentalidad mexicana o del carácter europeo de la arquitectura argentina, la arquitectura moderna de Colombia se caracterizó en las publicaciones internacionales por ser sencilla, austera, bien construida, sensible a su contexto, etc. Es decir, fue identificada con los mismos términos usados por Martínez.

Si estas características fueron definidas primero por las publicaciones norteamericanas, o si estas tomaron como referencia lo dicho por Carlos Martínez, es una discusión en la que cabría realizar un análisis más detallado y profundo. De todos modos, lo cierto es que en esos años se estableció la base de un discurso que hoy no es capaz de reconocer su propio origen.

La reacción regionalista de los años ’80 la emprendió contra la modernidad y la eliminó de la ecuación que construía la identidad de la producción arquitectónica en Colombia. Esta operación dio origen a la  arquitectura colombiana a secas. Sin embargo, el sistema de valoración de esta nueva construcción ideológica, siguió siendo prácticamente el mismo que había sido formulado por Martínez y las publicaciones internacionales para la arquitectura colombiana moderna.

¿De que se puede acusar a la crítica instalada en Colombia en estas últimas tres décadas? Ciertamente, no de hacer un mal trabajo, ni de intentar instalar un programa de acción en la cultura, ni siquiera de ser anti-moderno, siendo esto último una posibilidad válida. Sí se le puede reprochar por manipular la historia más allá de los límites de la razonabilidad, para ocultar esa notable construcción ideológica elaborada por Martínez. Se le puede reprochar por intentar presentar como verdad lo que es en el fondo una construcción ideológica. Una construcción por lo demás parcial y sesgada. La re-escritura de la historia de la arquitectura del siglo XX es una tarea no sólo pendiente sino urgente.

La facilidad con un único discurso se instaló como el discurso hegemónico es un síntoma de la pasividad de la cultura arquitectónica nacional en su conjunto, reflejando su incapacidad para generar proyectos alternativos al de una arquitectura con identidad nacional. Tanto o más que los constructores de esta ideología, nuestro dedo índice va dirigido en contra del medio receptor del mismo, en primer lugar por no intentar una de-construcción de un discurso con protuberantes fisuras, en segundo lugar, por su pasividad para  configurar proyectos alternativos, sean estos colectivos o individuales.

Afortunadamente, un fenómeno arquitectónico fresco y remozado parece estar despuntando en el horizonte de la arquitectura en Colombia. Para abrir una discusión fértil, que sepa interpretar adecuadamente este fenómeno de modo que permita un avance en la disciplina y en los modos en que esta refleja las condiciones de la realidad cultural de hoy, se necesita una nueva crítica de arquitectura. Una crítica más abierta e inclusiva, capaz de mirar con nuevos ojos a nuestro pasado reciente; capaz de desdoblarse y admitir que la buena arquitectura, no tiene denominación de origen.

Hugo Mondragón López
Felipe Lanuza Rilling

 

Texto publicado originalmante en dearq 3 (diciembre 2008), http://dearq.uniandes.edu.co/articles/2010/el-intrincado-juego-de-la-identidad-para-una-arqueolog-a-de-la-arquitectura-colombiana



[i] En relación al uso del término arquitectura latinoamericana hemos identificado la siguiente saga: 1. “Latin American Architecture since 1945” by Henry-Russell Hitchcock. The Museum of Modern Art, New York, 1955. 2. “Arquitectura latinoamericana 1930/1970”. Francisco Bullrich. Editorial Gustavo Gili, S. A. Editorial Sudamericana, Sociedad Anónima, Buenos Aires, 1969. 3. “New directions in latin american architecture”. Francisco Bullrich. Studio Vista Limited, Blue Star House, Highgate Hill, London, 1969. 4. “Otra arquitectura en América Latina”. Enrique Browne, Ediciones G. Gili, S. A. de C.V., México 1988. 5. “Escritos de Arquitectura del siglo XX en América Latina”. Jorge Francisco Liernur, Tanais ediciones s. a., Madrid, 2002. 6. “Latin American Architecture 1929-1960. Contemporary reflections”. Carlos Brillembourg (Ed), The Monacelli Press Inc., New York, 2004.

[ii] BERTY, Anne. “Architecture Colombiennes. Alternatives aux modeles internacionaux”.  Editions du Moniteur, París, 1981.

[iii] AA. VV. “Arquitectura en Colombia y el sentido de lugar. Últimos 25 años”. Sociedad Colombiana de Arquitectos Bogotá DC y Cundinamarca, Bogotá, 2004.

[iv] ESTRADA de Nova Beatriz en: AA. VV. “Arquitectura en Colombia y el sentido de lugar. Últimos 25 años”. AA. VV. Sociedad Colombiana de Arquitectos Bogotá DC y Cundinamarca, Bogotá, 2004. p. 8.

[v] En este caso nos referimos a los siguientes artículos. NIÑO, M. Carlos. “La construcción del lugar y la tradición de la arquitectura en Colombia”, en Op. Cit. Pgs. 11-28. TRUJILLO J. Sergio. “Arquitectura en Colombia y el sentido del lugar. Encuentros y desencuentros”, en Op. Cit. Pgs. 37-50.

[vi] MARTINEZ J., Carlos y ARANGO J.  “La arquitectura en Colombia. Arquitectura colonial 1538-1810. Arquitectura contemporánea en cinco años 1946-1951”. Ediciones Proa, Bogotá, 1951.

[vii] Al respecto véase el artículo: MONDRAGÓN, Hugo. “Arquitectura en Colombia 1946-1951. Lecturas críticas de la revista Proa”. Revista Dearquitectura No.2. Mayo de 2008, Bogotá. Pgs. 82-95.

[viii] Este número intenta instalar en la disciplina la discusión crítica en torno a la arquitectura con programas comerciales, emergentes luego de la crisis de 1929 y la Segunda Guerra Mundial.

 

[ix] Esto habla de un proceso muy similar el que hoy en día se utiliza en el diseño y construcción de este tipo de tiendas, en que el proyecto tiene una consecuencia en su concepción, desde el partido general del edificio, hasta la imagen corporativa de la empresa. En este caso, una firma nacional y una extranjera trabajando en conjunto.

[x] Esto repite de alguna manera el enfoque planteado en el artículo ya comentado de la revista Architectural Forum.

[xi] “A very considerable proportion of the best Latin American architects, therefore, particularly those under forty, owe al least the final stages of their professional education to the architectural schools of the United States”. HITCHCOCK, H. R “Latin American Architecture since 1945” The Museum of Modern Art, New York, 1955. Pg. 20.

[xii] “The Iberian cultural background, the available –or more precisely the unavailable- building materials, the predominant climatic conditions, all help to explain why Latin American architecture will never be a provincial offshoot of that of the United States in the way it once was almost that of France”. HITCHCOCK, H. R. Op. Cit. Pg. 20-21.

[xiii] Por otra parte, el 36% de la arquitectura que se publica como hecha en Colombia es de autoría de la firma Cuellar, Serrano, Gómez; mientras que de los 11 edificios colombianos registrados, sólo 1 está construido fuera de Bogotá.

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“THE CANCHA” Una necesaria mirada latinoamericana sobre el Pabellón Chileno en la Bienal de Arquitectura de Venecia

 

Septiembre 5- 2012

Hace unos días tuvimos oportunidad de visitar y dialogar con los colegas de Chile que hicieron el Pabellón de su país en la 13ª Bienal de Venecia. En principio nos alegró su notoria intencionalidad de proponer una lectura “andina” utilizando la “Cancha” como símbolo de su presencia institucional. Sin embargo, nos extrañó que inmediatamente calificaran la cancha como “Chilean Soilscapes” olvidando que estaban ante un término quechua (no mapuche) y que no solamente abarcaba otros lugares, regiones y países, sino que era propio explícitamente de alguno de esos países.

El catálogo del Pabellón Chileno fue editado exclusivamente en inglés, a diferencia de otros países que recurrieron a su propio idioma con traducciones al italiano y al inglés. Cuando consulté si existía Catálogo en español se me indicó que no, “porqué costaba mucho la traducción”. Esta absurda respuesta –ya que pensamos que los autores escribirían en español y por ende se habría pagado para hacerlo en inglés- nos desconcertó. Con el catálogo en la mano descubrimos que uno de los “Curators” Bernardo Valdés Echenique era nacido en Princeton (USA), la otra “Curator” Pilar Pinchart Saavedra, residía ahora en España y de los autores, Juan Pablo Corvalán era natural de Ginebra (Suiza) y el fotógrafo Cristóbal Palma Domínguez había visto la luz en Oxford (Inglaterra). Es decir, una Legión Extranjera al servicio de la globalización de la Cancha.

El resto de los autores residentes todos en Santiago menos Ivelic que era de Viña del Mar, ciudades éstas donde es bastante habitual hablar cotidianamente en español. Superada esta curiosa circunstancia de un Catálogo que no estaba destinado a los chilenos y que, a la vez, los representaba de una manera “particularmente relevante” como indicaba la autoridad del Consejo Nacional de Cultura y Artes, la Cancha se nos empezaba a definir ambiguamente como un lugar de confrontación o de una inclusión que, como explica el Catálogo incluía a los animales, árboles y porque no, a la gente, inclusive a los mapuches que no crearon la Cancha.

El Pabellón 

Como queriendo refugiarse en la materialidad del suelo, Chile expuso en 1992 en Sevilla un magnífico Pabellón de madera que tenía como atractivo no solamente su excelente arquitectura sino un témpano de hielo que fuera trasladado con esfuerzo y que constituyó un punto de interés notorio. En este nuevo pabellón de la Cancha, los Curadores hicieron una poco exitosa réplica de aquella idea de hace dos décadas para colocar trozos de sal de la cantera de “Tarapacá Salt Flat” como atractivo adicional en un fondo semioscuro del Pabellón.

La intencionalidad dramática de la penumbra del espacio que definieron los Curadores refleja notoriamente sus ideas que alimentan el contenido del Pabellón. En esa suerte de dialéctica no se tuvo en cuenta que el término quechua de la Cancha se refiere a un espacio abierto pero, a la vez, contenido, concepto que fuera obviado claramente por quienes utilizaron aquí el término. La propia “cancha” incaica fue utilizada por los españoles en la superposición de la ciudad del Cusco (Perú) para articular las viviendas que la rodeaban formando así el nuevo patio central de las grandes residencias.

Los quechuas, aunque vincularan el término “Cancha” al maíz, jamás se les hubiera ocurrido vincularlo a una andenería de cultivos. Estas incongruencias se verifican rápidamente en la elección de los ejemplos fotografiados que se utilizan en el pabellón chileno donde abundan conjuntos peruanos y de otros países americanos, sin señalar pertinentemente su procedencia (lo que sí se realiza en el catálogo).

Esta apropiación gratuita de Pisaq, Sacsahuamán, Chincheros, Moray o Chan Chan como expresión del “Chilean Soilscapes” es demostrativa de la insuficiencia de las expresiones en su propio espacio territorial, de un tema cuyos Curadores no manejan ni comprenden cabalmente. Se vincula ello a los usos de otros espacios mexicanos o centroamericanos para explicar el “Chilean Soilscapes” o acudir a una presunta cartografía “histórica” donde aparece un Chile “embarazado” proyectado más allá de los Andes. Es evidente que el “Common Ground” que era el lema de la Bienal de Venecia no puede ser integrado por esta manera de entender el “Chilean Soilscapes”.

El pabellón en su realización tiene un interesante “ambiente” espacial, pero el equívoco mensaje se ajusta a una instalación de faroles cuyas pantallas reproducen los temas. Sin embargo, lo estrecho del espacio entre estas lámparas hace muy difícil la posibilidad de rodearlas para ver los contenidos de las pantallas y por ende predomina sobre todo la visión de conjunto frente a la de los contenidos. Sin dudas que en ello, el pabellón gana,a pesar del esfuerzo intelectual de los “Curators”.

El Catálogo “Cancha. Chilean Soilscapes”

El catálogo puede ser visto como una serie de siete artículos de diversos autores que van precedidos por presentaciones oficiales y una nota de los Curadores. De ellos uno se refiere al Desierto, tres a Santiago de Chile (uno de ellos compartido con Puerto Viejo y Castro, única mención al sur chileno), uno a Amereida en la región de Valparaíso, otro a un ciclo histórico de Chile y finalmente uno a “Kancha” de predominio fotográfico.

Para nosotros es sin dudas, el artículo “Deserta” de Pedro Ignacio Alonso Zúñiga el que más seriamente trata el tema en el contexto territorial del Desierto de Atacama en que se articuló la idea del espacio de una presunta “Cancha” sin límites. La nota va acompañada de unas excelentes fotografías aéreas de Ignacio Infante y una visión del ecosistema muy pertinente.

Los trabajos sobre Santiago de Chile, que asumen casi la mitad del relato, se desprenden de la temática canchera para enfocarse en los temas que interesan promover. Así Alejandro Aravena en su firma “Elemental” nos propone un “Metropolitan Promenade” cuyo mapeo contrasta con la cartografía del “Real Estate” de su colega Cuadros Ibañez. Apuntando hacia la necesidad de un espacio urbano calificado en Santiago, donde solo reconoce como tal el Cerro San Cristóbal receptor, según Aravena, de cinco millones de visitantes anuales, propone encarar allí el Metropolitan Promenade. El Catálogo no define quien habría de realizarlo, pero la respuesta es casi elemental. Una forma de promover iniciativas privadas desde la gestión pública.

En la misma línea, el “Play Ground” de Genaro Cuadros nos advierte del éxito del neoliberalismo que termina degradado por los proyectos urbanos fallidos. Queda a cargo del lector adivinar los responsables de tan dramática situación cuando las ideas eran tan buenas. Con sus gráficos y cuadros, Cuadros Ibañez nos demuestra que la exitosa tarea del “Dictatorship A. Pinochet” es que recién en 1990 (cuando está en retirada) logra realizar similar cantidad de viviendas que las que había hecho Salvador Allende en 1971. Para referirnos nada más que a lo cuantitativo las cifras de aquel maravilloso neoliberalismo fueron siempre superadas por los gobiernos siguientes de la Concertación.

El autor nos muestra en su visión para promover atractivas inversiones, un mapeo del “Stratum” socioeconómico de Santiago de Chile. Allí se puede percibir que el área urbana que ocupa la “clase alta” triplica la extensión territorial de la que dispone la “clase baja”, se obvia además hablar de densidades o de población cuantitativa. A la vez se insiste en la exitosa rentabilidad que tiene la inversión en vivienda, una engañosa referencia que no atiende a dar respuesta a las necesidades de vivienda social ya que en general generan escasa o nula rentabilidad. Se omite aclarar que justamente los sectores más carenciados de vivienda están fuera del “mercado” y que su problema no se resolverá sin adecuadas políticas muy alejadas del exitoso neoliberalismo que promueve el autor.

El otro texto que toma parcialmente Santiago de Chile y en particular la Plaza Italia es el de Rodrigo Tisi “Perfomances of conquest”, donde a través de fotografías bastante intrascendentes muestra como los ciudadanos se fotografían en ese espacio abierto como lugar de confluencia. Son intrascendentes pues se trata de fotografías de pose, sin actividades concretas sino de referencia de presencia en un sitio significado por la vigencia de monumentos variados. El caso de Puerto Viejo, un asentamiento pesquero se trata de una “toma” de pobladores para una segunda casa de vacaciones, (algo similar al Cabo Polonio de Uruguay) avanzando sobre la costa en un área de peligro por maremotos. La justicia chilena no aprobó la ocupación, ni el derecho de localización por más de 20 años de los habitantes estando en trámite de desalojo. El tercer caso se refiere a la construcción de un Mall en Castro, capital de Chiloé, un área considerada derelevante patrimonio mundial por la UNESCO. El “Castro Shopping Mall” fue un lamentable proyecto de un estudio de arquitectos argentinos que ha impactado atrozmente en el contexto patrimonial de Castro y motivó un conflicto de intereses donde el Municipio se demostró ausente para hacer respetar sus propias Ordenanzas y cómplice de los intereses especulativos de los proyectistas, empresarios y ansiosos consumidores locales.

En la lectura histórica de Juan Pablo Corvalán (Susuka) creemos que su presentación ofrece con bastante honestidad el mensaje que el texto de “Cancha” pretendía. De entrada nomás se pregunta “¿Podemos pensar en un Chile sin límites?” inquiriendo su papel potencial en la globalización y definiendo un rol protagónico a nivel continental capaz de exportar “ideas frescas”. Apoyándose en los estudios del geógrafo francés Claude Gay (1844-48) y con la calidad de unos dibujos y fotomontajes articula estadios cronológicos de Chile. Así aparecen una gama de cartografías imaginarias con varios Chiles posibles que avanzan hacia latitudes de otros países vecinos o que en el imaginario fantasioso del autor llevan el Desierto de Atacama hasta el límite de Ecuador y Colombia. No se trata tanto de una fantasía ingenua del dibujante sino una expresión puntual de ese Chile sin límites que propugnaba.

El discurso es coincidente con los anteriores cuando nos recuerda que es justamente la economía de libre mercado la que elogia el crecimiento de Chile y que bajo una fuente insospechada e inimputable como la Agencia Standard & Poor´s (recordar las opiniones de las Agencias sobre Lehman Brothers antes de la crisis) ubica al país como “leading position” dentro de América Latina en categoría A+. La historia en definitiva, ha logrado colocar en un puesto de alta relevancia a Chile en el “Global Competiveness Index”. La relación con la presunta Cancha local todavía no aparece clara.

Le corresponderá al arquitecto Germán del Sol, realizador de obras de singular interés abordar el tema que unifique aquel primer texto del desierto con el espíritu de la “Kancha”. Con unas pocas líneas y unas bellas fotografías del propio autor y de Guy Wenborne parece que bastaría para exponer la teoría de una cabalgata fotográfica que va desde el Juego de Pelota en Monte Albán (México), hasta alguna obra de arquitectura del autor radicada en Chile. En medio de ello, el uso y abuso de lugares prehispánicos del Perú, demuestran lo inocuo de un mensaje propiamente chileno y el error de no haber tomado el tema con la adecuada escala americana, no solamente en las fotos sino también en los conceptos.

En esto es posible rescatar el histórico trabajo de la Universidad Católica de Valparaíso a través de Amereida que desarrolla Iván Ivelic. Un poema que en 1967 recoge el argentino Godofredo Iommi percibiendo el continente americano como un mito épico que es necesario volver a integrar territorialmente. El espacio continental constituye el territorio vinculado por las Travesías, la primera de las cuales en 1965 cruzará por Chile, Argentina y Bolivia, dando pie a un mecanismo de diálogos culturales y vivencias compartidas. Otro argentino, el escultor Claudio Girola, marca con su obra sobre las Travesías el hito identificatorio de esa actividad itinerante.

La construcción en Ritoque de “Ciudad abierta” (aunque de acceso privado) en los años 70 marcó el punto de referencia de las Travesías y el espacio de las convivencias que devinieron en la radicación de profesores e integrantes del proyecto en un largo proceso de construcción de un espacio reconocible como aval de aquellas ideas de arte y diseño. No encontraremos, sin embargo, en el extenso trabajo de Ivelic una sola mención a la palabra “Cancha” que hubiera podido integrar el texto a la temática que teóricamente planteaban los Curadores.

En concreto casi ninguno de los autores recurre a la palabra “Cancha” en sus textos, ni utiliza su contenido conceptual correcto. Nos presenta un Chile parcial de centro a norte que pretende promover espacios de inversión en Santiago y que recurre a la metáfora prehispánica para anclarse en una presunta historia territorial cuya vigencia hoy solo se demuestra por ejemplos externos al propio territorio chileno. El uso indebido de ellos muestra la ausencia del sentimiento latinoamericano de quienes –los Curadores en primer lugar- se han hecho responsables de este Catálogo y Pabellón. Esperamos que no sea expresión de ese vago sentimiento que ejercitan algunos chilenos de que estamos ante “los ingleses de Sudamérica”·

En Chile los americanos perdimos la batalla de Cancha Rayada en la guerra de la independencia, hoy sentimos que nos rayan la cancha para definir unas ideas que solamente se pueden entender en inglés, como el Catálogo y el Pabellón. Seguimos queriendo al Chile y a los chilenos latinoamericanos.

Arq. Ramón Gutiérrez.

CEDODAL,

Buenos Aires

*Publicada previamente en Vitruvius

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