Abril 5 – 2106
En Bogotá tenemos una ambigüedad con el espacio público, explicable a partir de dos realidades: la política de “recuperación” de espacio público de la administración y la “norma” que define el artículo 239 del Decreto 190 de 2004.
Espacio público recreativo es el que muestra especial simpatía por caminantes, ciclistas y consumidores de amenidades, sumada a una cautelosa antipatía por los usuarios de «el vehículo privado». Se trata del espacio que la administración de la ciudad está tratando de “recuperar” a través de acciones bienintencionadas como expulsar de los andenes a los vendedores ambulantes y limpiar las paredes grafiteadas; hacerle la vida difícil a los carros y promover el transporte en bus y en bicicleta; construir más parques y ciclorrutas; y promover los espacios de uso mixto, ideales para la socialización. Este conjunto de acciones para defender el espacio público coincide con lo que Michael Sorkin llama despectivamente urbanismo de capuchino. Lo cual no significa que tal espacio sea un error sino que el espacio público no se puede reducir al espacio memorable y a la felicidad peatonal.
Dice el artículo 239: “El espacio público, de propiedad pública o privada, se estructura mediante la articulación espacial de las vías peatonales y andenes que hacen parte de las vías vehiculares, los controles ambientales de las vías arterias, el subsuelo, los parques, las plazas, las fachadas y cubiertas de los edificios, las alamedas, los antejardines y demás elementos naturales y construidos definidos en la legislación nacional y sus reglamentos”.
Entender este galimatías sin ser funcionario de Planeación Distrital o abogado, exige leerlo dos o tres veces. Después del esfuerzo y de olvidarse del “mico” del subsuelo, es posible deducir una definición. El espacio público de la ciudad es el conjunto de los andenes, las vías peatonales, los parques, las plazas, los controles ambientales de las vías arterias, las alamedas, las fachadas, las cubiertas de los edificios y los antejardines. El 239 no dice explícitamente: «las vías vehiculares y las vías arterias no son espacio público». Sin embargo, lo implica al decir: «los andenes que hacen parte de las vías vehiculares” y «los controles ambientales de las vías arterias». De modo que la norma excluye las vías vehiculares y las arterias, y es ambigua con los antejardines, en tanto que son públicos pero de propiedad privada.
Como contraste para esta concepción exteriorista y recreativa, estaría el espacio cívico que representa el famoso Plano de Nolli, un conjunto de 12 grabados de la ciudad de Roma del siglo XVIII, comisionado por el Papa Benedicto XIV al arquitecto y topógrafo Giovanni Battista Nolli.
Fragmento del plano de Roma. Giovanni Battista Nolli, 1736-1748
Lo que está en negro y carente de detalle en el plano representa las áreas privadas. En blanco, además de las calles y plazoletas, y con especial detalle, están el Panteón (único edificio redondo) y el primer piso de las iglesias, identificables por su característico espacio interior de nave central y naves laterales, antecedido por una plaza.
De manera que el espacio público Nolli en lugar de restar, suma, y sería el conjunto de calles y plazas, sumado al primer piso de algunos edificios. En esta Roma del XVIII no hay espacios para el capuchino, como tampoco los hay para colegios y pasajes comerciales. Ni siquiera para árboles en las calles, y mucho menos para parquear carros. Estas mismas áreas en la Roma moderna se ven, funcionan y hasta huelen diferente a las del siglo XVII.
Producir una definición actualizada de espacio público para una ciudad contemporánea, sería cuestión de sumar, restar y modificar componentes, aprovechando las virtudes cívicas del espacio Nolli y subsanando las inconsistencias del artículo 239. Así, el espacio público estaría constituido por:
– La red vial
– Los antejardines
– Las reservas ambientales y los espacios no construidos
– Las plazas, parques y algunos edificios
Cada uno de estos temas requiere una definición propia.
Red vial
En general, todo espacio exterior para estar o para pasar es espacio público. La exclusión de las vías que hace la norma es una confusión conceptual que se resuelve aclarando que una vía es una superficie, al igual que un andén es una superficie pero que los dos hacen parte de la calle, que es un espacio. Parece ofensivo para el sentido común, pero el artículo 239 es ambiguo, por lo cual es conveniente reiterarlo: una calle de barrio, una gran avenida y una autopista son tan espacio público como una calle peatonal, una calle del centro histórico y una ciclorruta; todo es espacio público, con independencia de que sus usuarios sean conductores, peatones, ciclistas, motociclistas, patinadores, minusválidos o pasajeros.
Antejardines
Mientras exista la dualidad de un espacio público-privado, o que es pero no es, seguiremos conviviendo con la ambigüedad de antejardines enrejados y privatizados, unos con césped, otros con parqueadero y algunos con local. Encogerse de hombros ante el hecho no ayuda y restituirlos por decreto tampoco. Lo más práctico sería eliminar el concepto y convertir los antejardines en una reliquia histórica, como las caballerizas coloniales que en su momento se volvieron inútiles. Y que sea la planeación de la ciudad la encargada de definir la relación entre el andén y las fachadas de los edificios.
Reservas ambientales y espacios no construidos
Las reservas ambientales son áreas no-construidas, o mayormente no-construidas. No todas son espacio público en el sentido de ser útiles para el uso cotidiano, pero todas son espacio público-necesario, en el sentido que deben ser planeadas y que su planeamiento consiste en cómo conservarlas. Como los centros históricos, los barrios consolidados, los cerros y las rondas de río, entre otros. La diferencia está en que en unas áreas se planea proteger lo construido y en las otras lo no-construido. La similitud está en que las dos se protegen contra el mismo tipo de opositores: los amantes del buldócer y el palustre.
Plazas, parques y edificios
La lección romana de Nolli nos dice que todas las plazas y parques, así como las fachadas de los edificios que las limitan, son espacio público. Además, que el espacio interior de ciertos edificios también lo es. En el caso de Roma son los templos, que eran los sitios de reunión de la época, fueran estos las iglesias cristianas o el pagano Panteón; cada uno con su respectivo “paso atrás” que se convierte en una plaza. En el caso de una ciudad como Bogotá, si reconocemos la lección, habría tres tipos de uso que serían de inclusión obligatoria como elementos del espacio público:
– Los edificios dotacionales relacionados con educación, salud, deportes y transporte, cada uno con su respectiva plaza, plazoleta o parque exterior, debidamente articulados para formar parte del continuum urbano. Complejos como el abandonado hospital de la Hortúa (San Juan de Dios) o como los colegios distritales, que son públicos, o como las docenas de clínicas privadas, que no son públicas, pero que en términos cívicos, deberían hacer parte del mismo continuum.
– Un segundo tipo de edificio, que tampoco es público pero que se le conoce como “el nuevo espacio público”, es el centro comercial. Cada vez más grandes y exitosos, los centros comerciales son un lugar de reunión y actividad por excelencia para muchos en la vida urbana contemporánea. Así como no se les puede dar la espalda o prohibirlos por autistas, si los incluimos dentro de la categoría de espacio público podríamos empezar a exigir, por lo menos, que caminar a su alrededor no sea equivalente a pasar por una cárcel. O al revés, que darle la vuelta a una cárcel no haga que uno se sienta paseando por los exteriores de Unicentro.
– La tercera categoría especial de edificio como espacio público la constituiría el metro, en particular si es elevado. Sus estaciones, enterradas o elevadas, nadie duda que sean espacios públicos y tampoco que su gigantesca y omnipresente estructura debería ser magnífica. Lo que no parece tan claro, en Bogotá, es que se trata, además, de un gigantesco proyecto de espacio público y desarrollo urbano. Para preocuparnos y ojalá para no repetirlos, tenemos como referencias el Parque Tercer Milenio y la Alameda el Porvenir, que nacieron muertos. Y siguen muertos.
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