La pared y la muralla son el papel del canalla.
Refrán popular
Pero no solo son el papel del canalla. También son el papel del que no tiene otro medio de comunicarse con el mundo; del que vive en obligado silencio la angustia diaria de un régimen represivo; del que necesita expresarse a través de lo que considera una obra artística no apreciada; del que cree que su única posibilidad de ser reconocido es verse reflejado en letras, líneas o manchas sobre un muro blanco.
El grafito suele ser un texto escrito. También se asimilan a esta categoría dibujos o murales, aunque el columnista de El Tiempo Armando Silva los clasifica en una categoría aparte: “arte público”. Y algunos incluyen además como grafiti las rayas y garabatos que solo pretenden perjudicar objetos y gentes, agredir la arquitectura y contribuir a la contaminación visual deteriorando más el ya maltrecho paisaje urbano. Esto se llama vandalismo.
Los grafiti escritos son generalmente opiniones políticas, gritos de angustia, agresiones personales o expresiones de humor, a veces no muy inofensivos. Marta Ruiz, en su columna sobre el tema en la revista Arcadia, Defensa de la pared (pintada), cita un grafito agresivo y cruelmente regionalista: Haga patria, mate un costeño.En Cali, amaneció un día otro odiosamente racista e igual de políticamente incorrecto: Mate un negro y reclame un yoyo. Esto es humor negro.
Un ejemplo de humor inofensivo es el que dice: Mi abuelita dijo no a la droga… y se murió, o Aristóteles compró una camioneta con platón, o Yo también sé que nada sé, pero no me jacto, o Busco sexo opuesto; o sexo, o puesto.Y textos aparentemente ingenuos al escribirlos –Lo que antes nos unía ahora nos separa–que al leerlos se vuelven pornográficos.
Los grafiti invaden la propiedad privada y afectan el espacio público, por lo cual están teóricamente prohibidos. De allí el clásico Ahí viene la poli… Pero cada país reacciona en una forma diferente que va desde la completa represión, hasta la máxima permisividad e inclusive hasta la promoción: en Brasil, por ejemplo, con motivo del Campeonato Mundial de Fútbol convocaron artistas para pintar cuatro kilómetros lineales de grafiti. Si no puedes derrotarlos, únete a ellos. En cambio, en Bogotá la política es simultáneamente de represión y permisividad: una noche la policía mató un grafitero, y otro día Justin Bieber hizo un grafito con la anuencia y la vigilancia de la misma policía, porque es un artista. Lo que no sabían las autoridades es que Bieber no es un artista plástico sino un niño bonito que interpreta canciones para estudiantes adolescentes de colegios bilingües. La protesta de los grafiteros locales no se hizo esperar y se lanzaron a intervenir cuanto muro encontraron, con la legitimidad que da una contravención no castigada.
La administración de Bogotá ha tratado de reglamentar los grafiti por medio del acuerdo 482 de 2011 y del decreto 75 de 2013, al reconocerlos como un nuevo fenómeno artístico y cultural que exige la definición de nuevos espacios institucionales. Propone que se establezcan sanciones acordes con la gravedad de la contravención, e intenta analizar el fenómeno por fuera del enfoque exclusivamente delictivo.
Para quien se considera un artista plástico, desconocido y sin acceso a las galerías prestigiosas y a los altos círculos sociales, tener la oportunidad de exhibir su obra en una galería gratis con millones de “visitantes” cautivos es una tentación demasiado grande que justifica correr el riesgo de unas eventuales horas de cárcel. Pero como la calle es una galería sin curadores, esos millones de “visitantes” obligados pueden disfrutar de una buena obra de arte o les toca padecer resignados la presencia de otra de pésima calidad.
Los eventuales millones de espectadores forzosos y el invento del aerosol han hecho que prolifere el grafito político compitiendo con el aburrido tuit, arma privativa de políticos y expresidentes camorristas. También permitieron que durante la dictadura uruguaya –entre 1973 y 1985– se hicieran famosos dos grafiti: uno en Montevideo que decía: Hay tres tipos de uruguayos: los enterrados, los desterrados y los aterrados, y otro en el aeropuerto que rezaba: El último que salga, apague la luz.En Bogotá, durante la alcaldía de Enrique Peñalosa, mientras se adelantaban las obras del transporte masivo Transmilenio, bolardos, andenes, colegios y bibliotecas, apareció un día en letras negras sobre fondo blanco una frase que decía: No más obras. Queremos promesas, y otra en la Universidad Nacional: Capitalismo: tus milenios están contados.
La ciudad oculta habla por sus grafiti y la necesidad de expresión supera la capacidad de represión. Si la ciudad desapareciera –cosa que, al paso que vamos, podría ocurrir– se convertiría en ruinas y solo quedarían pedazos de muros. Pero los grafiti no desaparecerían pues mientras haya ciudadanos inconformes y muros o pedazos de muros, habrá grafiti o pedazos de grafiti.
* Foto de Diana Drews.
Apreciado Arquitecto: Es muy triste ver como son los graffitis de hoppers ( amantes del hiphop) y de barristas de Millonarios, Santafé y en menor medida Nacional y América que están haciendo de nuestra ciudad un lugar nauseabundo; con mucha de nuestra mejor arquitectura siendo vilmente degradada por estos vándalos como sucedió en el Cementerio Central ( Ayer 26 de agosto de 2014 volvieron a grafitear con esas letras sin sentido los muros del cenmenterio que en esta semana habian dejado lan lindos). Así que eso debe ser duramtne perseguido y castigado. No podemos dejar nuestro patrimonio ser acabado así. Los murales de la 26, bueno aceptémoslo, son arte urbano; pero esa degradación de las letricas hopper me hacen pensar en Sao Paulo donde hasta en los 6 o 7mos pisos los grafiteros acomenten su tarea de destrucción visual.