Septiembre 9, 2013
Como insistió Rogelio Salmona, hacer arquitectura aquí es un acto político. En contra no apenas de la corrupción, el clientelismo y la violencia, con que los políticos se roban las ciudades en las narices de todos, lo que demanda el voto en blanco sistemático, sino en contra de la incultura de nuestra cultura. De la cultura arquitectónica y por ende de las ciudades, justamente el escenario de la cultura, como dijo Lewis Mumford.
Pero no solo tenemos poco tiempo para cambiar no apenas nuestras instituciones gremiales, como lo la SCA, la ACFA y el CPA, sino y en primer lugar las escuelas de arquitectura, ahora sumidas en buscar una acreditación que poco acredita, diversificándolas, traspasando los limites de la experiencia pasada desde que se crearon: abriéndolas de nuevo bien, como propuso Germán Téllez hace años.
Escuelas que de nuevo tengan “maestros”, arquitectos reconocidos que practican el oficio, y no apenas con estudios de posgrado (de los que antes carecían casi todos). Que haya talleres verticales con cada uno, se visiten y estudien con el Neufert paradigmas locales y se hagan viajes de estudio en el país y el exterior. Que cuenten con bibliotecas idóneas, laboratorios de clima, estructuras y construcción, y talleres de maquetas.
En ellas, además de mejores arquitectos, habría que educar urbanistas, diseñadores, constructores, historiadores, críticos y enseñar arquitectura como cultura general, que tanta falta para que trascienda su costoso espectáculo actual, pues sin buenos clientes no hay buenos edificios. Lo demuestra que casi no hay templos feos pues los dioses son los mejores clientes: son ricos, esplendidos y no molestan con nimiedades.
Profesionales que entiendan que lo mas importante de los edificios que es que completen calles de ciudades que ya existen y que siempre son viejas, componiendo, que no diseñando, como insistía Salmona, edificios construibles con economía y habitables con significado, emoción y confort, incrementado la calidad de vida de sus usuarios, y de los ciudadanos, que no pueden evitar su presencia en las ciudades.
Procurando que la gente trascienda su existencia mejorándola con ciudades emocionantes pero funcionales, y alargándola con edificios sanos, seguros y confortables. Traspasando los límites de su experiencia cotidiana mientras los recorren y habitan. Arquitectura ya no para dioses y reyes por la gracia de dios, y sus tumbas, sino para que hombres y mujeres corrientes sean los ciudadanos plenos de cualquier ciudad, villa o lugar.
Ciudades que son el escenario de su cultura, que ahora es de la vida y no apenas de la muerte o de lo que no existe, a lo que se consagró hasta hace poco el maravilloso Ars Sacra de occidente, pero que ya es todo el mundo. Ciudades que ayuden a salvar la naturaleza que siete mil millones de personas insisten en destruir colectivamente, sin trascender, mientras tratan de sobrevivir individualmente como si eso fuera posible.
Uruk fue hace seis milenios la primera, mayor y mas esplendida ciudad de Mesopotamia, influenciando todo el Oriente Próximo a través de la primera red de colonias de la historia. Allí se inicio la gran arquitectura con los Zigurats. Pero ahora en lugar de que cada ciudad sea una obra de arte levantada poco a poco en el tiempo y el espacio, se cayó en la obsolescencia programada del edificio de penúltima moda.
Benjamin Barney Caldas