Agosto 29 – 2011
Había resuelto olvidarme del Parque de la Independencia y esperar los fallos de la justicia, pero me encontré un amigo con ganas de husmear en el tema, y dada su «confesión» de último momento, me pareció oportuno darle un último más de lo mismo, a modo de aclaración, dirigido a los no-arquitectos que se asoman a este portal y que ven con incredulidad cómo la mayoría de arquitectos pasa de agache por cuanto obstáculo público se les atraviesa.
Me preguntó este colega -que como buen arquitecto prefiere mantenerse anónimo- que si yo sabía por qué otro amigo común -también arquitecto, reconocido experto en patrimonio, prolífico escritor y también autoexiliado del mundo de la opinión- no había dicho una palabra en defensa del Parque de la Independencia. O contra el proyecto Parque del Bicentenario, que es lo mismo.
Tampoco lo hizo con Eldorado, le respondí, y seguí derecho. Sin temor a equivocarme, le aseguro que se debe al fenómeno conocido como patear la lonchera. O no patearla, que es en realidad de lo que se trata, pues nuestro colega recibe fondos públicos, o privados pero con mediación de alguna institución pública, y no se puede poner a cuestionar al Ministerio de Cultura, o al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, o a la Sociedad Colombiana de Arquitectos, o a cualquiera que pueda mediar para que le quiten estos preciados recursos.
A propósito -continué aprovechando la atención inesperada de mi colega- la SCA está obligada a vivir con una estopa en la boca y dejar que entre Camacol, los promotores inmobiliarios y las curadurías urbanas, hagan de la ciudad su propio mercado persa. Pues como lo hemos oído hasta el cansancio, cualquier murmullo que se le escape a la SCA que incomode al establecimiento, será utilizado en su contra para negarle un concurso.
¿Está seguro? me dijo con cara de monja. ¿No será que la SCA y nuestro abanderado del patrimonio no han dicho nada en defensa del Independencia, o contra el Bicentenario, porque el nuevo parque les parece, genuina y honestamente, lo que la ciudad se merece? Por qué asume -me reclamó esta vez con cara de cura- que a todo el mundo le tiene que parecer tan malo como a usted?
Después de un suspiro le respondí que no conozco al primero que haya respondido, verbalmente o por escrito, qué es lo bueno que tiene el Parque Bicentenario propuesto por Giancarlo Mazzanti. Mucho menos he oído o leído que alguien considere válida la necesidad de adueñarse de una parte del parque actual; y mucho menos he recibido un argumento que me explique por qué es legítimo talar más de cien árboles de un sitio que a pesar de la incompetencia de las autoridades nacionales y distritales para denominarlo oficialmente un «patrimonio», es, por sí mismo, un espacio de enorme valor patrimonial.
Pues a pesar de la ignorancia de la Ministra de Cultura, el estatus de patrimonio cultural le viene de la historia y no de una oficina ocupada del folclor y del patrimonio inmaterial que está de moda…pero me huele que usted también es de esos que opinan que a quienes nos ofende el proyecto Parque Bicentenario es por envidia y por hacerle daño al pobre arquitecto ¿O es que tiene alguna duda respecto a la equivocación histórico-cultural-patrimonial del planteamiento?
No, eso no es cierto, dijo. Estoy de acuerdo que al proyecto se le va la mano, pero prefiero pensar que se podría mejorar.
…eso también lo he dicho yo, me apresuré a responder. Pero mejorar, en el sentido de replantear por completo la propuesta, que es lo que se necesita, no se les ha pasado por la frente. Lo único que han hecho es darle vueltas a lo mismo para ganar tiempo, y de paso, ver si logran aprobar tardíamente el proyecto, con una exculpación acá y otra allá, pero esencialmente el mismo parque, más del doble de grande de lo necesario.
Dejemos claro, continué, -aprovechando que para este momento mi juez de turno ya tenía las dos cejas apretadas- que a quien se le va la mano en estos casos es al arquitecto que propone el proyecto, no al proyecto «en sí»; como tampoco son las instituciones «en sí» las que yerran, sino sus directivos. Se lo reitero a usted y a los aparentes amigos -no sé si del proyecto, del arquitecto o de los dos- a ver si alguno sale del closet: el proyecto propuesto, además de ilegal, es invasivo, irrespetuoso y arrogante. Esto es lo que he dicho y argumentado ya varias veces. Además, he afirmado que mientras el nuevo parque no invada el Parque Independencia y abandone su afán arboricida, limitándose a ocupar la cubierta del túnel de la 26, que ojalá sea una maravilla. Pues yo, no solo soy bogotano sino que paso por ahí por lo menos día de por medio, y lo último que esperaría es un nuevo espacio urbano por debajo de la excelencia.
Como lo vi arrugando la cara en busca de qué decir, aproveché para otra reiteración: por favor no se confunda con los disuasorios y eufemismos de rigor como la envidia y el ataque personal. O como dijo otro amigo común, Hugo Mondragón -que al menos salió del closet por un ratico- con la «imposibilidad» de criticar por falta de «información suficiente»…Considere más bien la anomalía, por decirlo caritativamente, de que a un año de haber presentado el proyecto, todavía no hay información al respecto !Ni licencia!
…bueno, mejor dejemos ahí, dijo mi incrédulo colega, levantando una ceja.
…veo que prefiere el closet, repiqué en un último esfuerzo por oír un argumento en favor del Parque Bicentenario.
No. También tengo problemas con la lonchera ¿Entiende? Además, me aconsejó cuidar mis palabras porque «se va a meter en problemas».
No hombre, tranquilo, le dije yo. Cuando uno «acusa» a alguien mediante un texto como éste y el implicado sabe que quien lo está «injuriando» no sabe de qué habla, simplemente produce un argumento, demuestra el error y se acabó la discusión. O como en esta ocasión, si el injuriador soy yo, la discusión se acaba después de pedir las disculpas del caso. En cambio, cuando el acusado tiene rabo de paja, amenaza por lo general con demandar por injuria y calumnia, a ver si uno se asusta.
Juan Luis Rodríguez
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