Febrero 13 de 2014
Cuando un león derrota al macho alfa y se convierte en el líder de la manada, lo primero que hace es matar a los cachorros del rey destronado para evitar que posteriormente lo derroten y defender su ADN. Los concursos de arquitectura se están convirtiendo en una masacre de cachorros de arquitecto.
Las armas para el exterminio están ocultas en las bases, en forma de condiciones que evitan la participación de los jóvenes. Una de ellas es la exigencia de un mínimo de tiempo de práctica profesional. Ejemplo real: 10 años. Esta exigencia parte del supuesto de que el arquitecto se ha capacitado y ha desarrollado su habilidad como proyectista durante este tiempo. Pero la realidad es que pudo haber estado dedicado a la agricultura y su experiencia es menor que la del profesional juicioso que ha dedicado sus primeros 5 años a la práctica del oficio. El primero puede participar en el concurso, el segundo no. Se valora la cantidad y se ignora la calidad.
La segunda arma es la obligación de garantizar una cantidad de metros cuadrados diseñados. Ejemplo real: 18.000 m2. Nuevamente la cantidad se impone. Firmas hábiles en mercadeo y publicidad con muchos edificios diseñados entre mediocres y malos pueden participar y a un joven arquitecto con un proyecto sobresaliente de 200 m2, ganador del Premio Nacional de Arquitectura –otro ejemplo real– le dan con la puerta en las narices.
El último intento para que los cachorros no lleguen a macho alfa es pedir que el participante demuestre que ha sido responsable del diseño de un proyecto similar al del concurso –una vez más la calidad está ausente– de un tamaño determinado. Ejemplo real: 2.500 m2. Y aquí entramos en el cuento del huevo y la gallina. ¿Cómo puede un arquitecto hacer su primer diseño si para esto le exigen un diseño similar anterior?
Todas estas exigencias están demostrando el interés de perpetuarse de los leones viejos, la creencia de que muchos diseños implican buenos diseños, y la desconfianza de los promotores en los jurados. Un buen jurado debe identificar al mejor proyecto –esa es su responsabilidad– sin saber y sin importarle si el diseñador ha desarrollado 10 o 1.000 proyectos, en 5 o 50 años de práctica.
La Opera de Sídney fue el primer proyecto de Utzon en este campo, y cuando Aalto diseñó el sanatorio de Paimio no había hecho ningún hospital. Confiemos en los jóvenes que nosotros mismos hemos formado en nuestras escuelas y que suponemos que aprendieron a pensar y solucionar problemas nuevos. Démosles la oportunidad de poner sus primeros huevos y defendamos a nuestros cachorros. Ellos llevan nuestro ADN.
Willy Drews
Y siguiendo con el tema zoológico, bien valdría añadir una reflexión sobre el sacrificio de la joven jirafa en Dinamarca, cuyo único pecado era ser descendiente de una misma familia, reproducida en cautiverio con implicaciones de incesto y limitaciones de variedad del ADN por tanto su muerte era necesaria para evitar la consanguinidad y mejorar la especie; es decir en términos de concursos arquitectónicos había que romper el circulo purista de la misma «rosca de siempre».
La renovación de sangre en el ADN arquitectónico colombiano debiera implicar mayor amplitud de participación en los ya limitados concursos de la SCA, ahora disimulados por la potestad de consorcios constructores de hacer propuestas globales que incluyen la designación y asignación de los arquitectos proyectistas para bajar costos y calidad en las obras contratadas por licitación con el Estado, como sucedió con la Terminal del Aeropuerto ElDorado, en varios proyectos re-eleccionistas de «casas gratos» o en el triste monumento al «carrusel de la contratación» en el antes encantador Parque de la Independencia, demuestran no solo la masacre de «cachorros de arquitecto» si no también del patrimonio cultural de la ciudad.
Afortunadamente en este mundo cada vez más global las oportunidades que se desdibujan en el ámbito local han impulsado a jóvenes arquitectos a buscar en otros lares nuevas oportunidades, donde pese a su condición de forasteros y en contra de enormes dificultades han logrado sobresalir y consolidar un lugar global, demostrando su calidad y profesionalismo; entre cientos de ejemplos de éxito de arquitectos colombianos en el exterior esta semana tuve la oportunidad de conocer a 2 jóvenes arquitectos Uniandinos Andrés Holguín (Glass architettura urbanistica – Venecia, Italia) y Mauricio Cardenas (Studio Cardenas Conscious Design – Milán, Italia) que nos compartieron sus proyectos y experiencias y que sirven de especial referencia para que los «cachorros de arquitectos» se le escabullan a la «rosca de siempre» por que realmente no alcanza a ser un nuevo macho alfa.
Creo que no es a los jóvenes arquitectos a quienes se restringe la participación en Colombia, si no a TODOS los arquitectos. Hago una comparación con los concursos internacionales:
1. No hay «prebases», porque nadie demanda las bases.
2. No se debe demostrar que se es un arquitecto honesto, porque solo hay que mostrar la licencia, si se gana el primer premio.
3. No hay que acumular metros cuadrados, experiencia o años de edad, porque son abiertos (inclusive para los estudiantes).
4. No hay «anexos» o «adendas», porque las bases son lo suficientemente claras y las respuestas a las preguntas son precisas.
5. No hay que imprimir, porque las propuesta se envían por Internet en formatos apropiados y, con un par de láminas, es suficiente para el jurado.
6. Cuando la inscripción cuesta, se paga por Internet, porque hay confianza.
7. No hay «pre-resultados» porque se adjudica sin necesidad de interponer tutelas, peticiones, usar abogados (hay arquitectos que de hecho lo son…).
Para finalizar debo decir que lamentablemente los concursos en Colombia y, especialmente los organizados por la SCA tienen una reglamentación obsoleta, sin verificación de los modelos de concurso modernos, aunque acorde a nuestra idiosincracia tramposa y marrullera.