¿Discusión de qué?

Por: Germán Téllez Castañeda

En: crítica -

Febrero 7 de 2014

Las alusiones de Guillermo Fischer en su crónica Publirreportería cultural a lo que antes se conocía como vulgar propaganda comercial y hoy pasa por divulgación informativa cultural, supuestamente objetiva, viniendo de una entidad oficial (el MinCultura en “Arcadia”, por ejemplo) o los innumerables “anunciadores” o “pautadores” en El Tiempo o El Espectador, permiten volver sobre el verdadero carácter de discusiones tales como las que se han venido desarrollando, sin mucho éxito, sobre el crecimiento del Teatro Colón –similar al de un enano aspirando a gigante–, las crueles estupideces falsopaisajísticas del Parque OPAIN-Mazzanti (calle 26 con carrera peatonal Petro, Bogotá) o el aeropuerto Luis Carlos Galán Sarmiento, alias “El que nos merecemos”.

Insisto en que esas no son y no pueden ser discusiones sobre arquitectura, urbanismo, patrimonio o temas afines, sino sobre negocios, contratos, comercio, manejos o ambiciosas manipulaciones políticas y administrativas más o menos tan transparentes, algunas veces, como una plancha de blindaje. Las certeras observaciones de Guillermo Fischer sobre el asalto pseudocultural a la manzana del Teatro Colón son apenas un asomo indirecto de la punta del iceberg contractual y procedimental que el Ministerio de Cultura ha logrado ocultar exitosamente, en años recientes, a la opinión pública y a otras autoridades oficiales tras los sofismas de distracción de costosísimas y muchas veces torpes o innecesarias intervenciones en algunos sectores vitales del antiguo teatro y, ahora, en el de expansiones aparentemente ilimitadas presupuestalmente del mismo, con contratos interminables e inflables de por medio.

No se trata de algún alegato sobre el relativo acierto o desatino arquitectónico de unas propuestas o acciones determinadas, sino de pedir una vez más un recuento público de las singulares finanzas acaecidas desde hace unos 15 a 18 años sobre el tema (el Teatro Colón), primero, de los proyectos sin  programa o estudios, de los estudios sin proyecto, de las obras sin estudios, programa definido ni proyecto completo, de las extrañas licitaciones con firmas cotizantes con dirección postal en la puerta misma del Teatro Colón, etc., etc. Tampoco vale la pena discutir sobre la torpe y grotesca escalinata a la puerta principal del teatro o la destrucción deliberada de la única tramoya manual superviviente en América Latina. Las críticas a esos “detalles”, según un alto funcionario del MinCultura, son “tonterías a las que no hay que hacerles caso”.

Tampoco se trata de la insólita “memoria descriptiva” (metamorfoseada en “entrevista periodística”) del proyecto ganador del concurso aparentemente internacional para ampliar desmesuradamente las dependencias del teatro, la cual parece una presentación de un proyecto de diseño no muy destacado en una cátedra de “taller” no muy avanzada ni bien dirigida. Menos aún sería cuestión de poner en duda la graciosa defensa feminista de tal proyecto, al mencionar (según G. Fischer) como mérito “cultural” o propagandístico de este la inclusión de una (1) mujer entre sus integrantes. Se trataría, en cambio, de señalar el curioso y estrechísimo ajuste entre el PEMP elaborado para la manzana del Colón por la misma entidad patrocinadora, organizadora y juez del concurso, y el proyecto escogido para el mismo lugar, fenómeno similar al que ocurre entre un cuerpo muy pasado de kilos y un vestido de baño dos tallas más pequeño de lo necesario. Este forzado ajuste no es, en realidad, un proyecto arquitectónico sino un renovado generador de contratos sobre el tema del Colón. No se está hablando, pues, de nimiedades como la proximidad del ábside de la Catedral o de la nula calidad arquitectónica del edifico Stella como parámetros de diseño o algo así, sino de los negocios en torno al Colón, que es un tema bien distinto. El proyecto parece decir: la catedral que se vaya al diablo, el edificio Stella que se vaya al cielo. Y todos tan contentos… Los autores del proyecto-PEMP para el Colón, eso sí, podrían alegar que las críticas que les han caído por su propuesta son injustas. En efecto, en décadas pasadas, cuando la mastodóntica Biblioteca Luis Ángel Arango invadió poco a poco otra manzana del centro histórico con un monstruo totalmente fuera de escala, indiferente a su entorno y de muy abigarrada calidad arquitectónica, no hubo debates, nadie se molestó por nada…

¿Hablamos de concursos? ¿En qué quedaron los varios de ellos abiertos para el aeropuerto que se merecían los tristes bogotanos y su indefinible entorno, ante la insaciable voracidad de las firmas constructoras y su poder económico, político y propagandístico? ¿No se dijo, acaso, que la demolición del antiguo terminal de pasajeros era indispensable para estacionar 6 aviones más en esa área? Eso no era cierto, pues ahí no caben de ninguna manera 6 aviones de los tamaños que se anuncian para un inmediato futuro. 6 avionetas jet privadas, sí, pero entonces ¿era de éstas que se hablaba? Esa macondiana justificación de un acto de barbarie cultural arquitectónica muestra claramente que el asunto no es de arquitectura sino de cierto flujo de contratos encadenados entre sí e interminables en la realidad, de preferencia. En el caso del Teatro Colón no se trata de establecer si la “polémica ampliación” es o no necesaria y de cómo hacerla, sino del cubilete mágico de recursos públicos que ronda en el trasfondo de la escena y del destino final de ese dinero que llega y llega pero no se sabe dónde.

Que la arquitectura no tiene la menor relevancia en estos alegatos, excepto como pretexto secundario, lo demuestra el desparpajo y cinismo de quienes defienden lo torpe, lo mediocre o lo erróneo, mencionando por ejemplo, en tono jocoso (cabe imaginar la calidad de los chistes que dirá cotidianamente el autor de la crónica de Arcadia citada por G. Fischer), propio para el “vulgo”, el tema de la lámpara donada para el Colón por Laureano Gómez. La lámpara era lo de menos. Las lámparas van y vienen. Cuando mucho son “arquitectura de interiores”. Lo bueno, lo interesante, eran los contratos para la nueva iluminación y las redes eléctricas del teatro. Contra todo esto, ¿qué puede hacer, por ejemplo, la aislada pero meritoria cordura y las buenas intenciones, esas sí inteligentes, del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural?

Lo anterior es música celestial ante los caprichos obsesivos de la Ministra de Cultura (¡!). Ante la imperial voluntad de ella y sus leales funcionarios ni siquiera existen las restantes entidades controladoras u observadoras del patrimonio construido colombiano y menos aun los gremios como el de los detestables arquitectos que “no hacen más que hablar mal unos de otros” (palabras de la Ministra de Cultura pronunciadas reiteradamente en ámbitos sociales). Súmese a esto lo que señala Guillermo Fischer en el sentido de que en el país proliferan ya (¿serán una mayoría o un selecto grupo?) los periodistas y directores de medios de comunicación dispuestos a escribir lo que les digan los “dueños del billete”. Es así como a un modesto “suelto” de seis líneas en una página perdida, vecina a los avisos de defunción, en un diario cualquiera, cuestionando o denunciando alguna iniciativa u obra oficial, las entidades patrocinadoras, públicas o privadas, los contratistas, interventores y comunicadores reclutados para la ocasión contraatacan con dos páginas completas o toda una separata propagandística, de costo multimillonario, autoelogiando las maravillas de lo que entienden por cultura arquitectónica y urbanística en el país. ¿Y entonces?

 

Germán  Téllez  C.
Arquitecto AIA, SCA

Comparte este artículo:

2 pensamientos en “¿Discusión de qué?

  1. hugo mondragon

    Estimado Germán,

    Muy lúcida su argumentación y muy rigurosa su forma de escribir. Precisa, justa, sin rodeos innecesarios. Disfruté mucho leyendo su comentario.

    Sin restarle mérito a lo anterior, lo invito a que con la misma claridad argumental y fineza en la escritura, escriba una crítica sobre algo que le parezca positivo y que deba ser destacado. Creo que sería un buen ejercicio para la salud mental de todos.

    Hugo.

  2. German Tellez Castaneda Autor

    Estimado Hugo :

    Bienvenido tu comentario. Son varias las veces que me han dicho que cuándo voy a escribir algo sobre lo bueno, positivo o bien intencionado, pero sólo ahora mencionas el estado mental de algunos («todos», dices !) que mi crítica destructiva puede afectar o provocar. Pienso que esa tarea, la de rescate de sobrevivientes en el medio colombiano o mundial, en nuestra órbita profesional, le corresponde a quienes ven con un enfoque diferente al mío los temas que he tratado últimamente. Si repasas TODO el contenido (menuda tarea!) de la nueva edición, esa sí completa de la nueva edición del libro de la obra de Rogelio Salmona – más completa que la del 2005 – verás que traté de dilucidar lo que para mí es excelente, o inspirado en aquella, pero no omití señalar flaquezas de diseño, posturas irracionales, etc. en otras obras del maestro. Era mi deber moral y ético para mi colega y amigo de toda la vida, ser integral con él y con su obra. No soy ni admirador irredento de Salmona ni detractor de él.

    Tendria que hacer más notas sobre Medellín para incluír temas que podrían beneficiar, por ser cándidamente positivos, la salud mental de «todos». La restauración del Edificio Nacional, para alojar el Museo Botero, por ejemplo, me pareció excelente en todos su aspectos: es discreta, precisa, elegante y muy bien realizada. Es un placer recorrerla y ver esa resurrección posible del pasado. Otras restauraciones en la ciudad son también de muy buena calidad ideológica y tecnológica. Parecen como de un mundo distinto a los sainetes absurdos del MinCultura a costa del patrimonio construido en el país. Hay más de lo bueno en todo el país, pero hay que buscarlo como aguja en un pajar en medio del alud de mediocridad y de engaño que abunda mucho más.

    Yo no vendo mi conciencia de crítico, de arquitecto o de ciudadano. Ya de viejo sigo teniendo total independencia en la forma de enfocar los temas, en la ideología según la cual puedo tratarlos. No soy «cronista de pasarela» arquitectónica. Soy escéptico de las modas, vanguardias, retaguardias u otras maravillas del acelerado mundo actual. Me irrita profundamente, v.g., la usanza abusiva del término griego ikon para señalar el resplandor relampagueante de lo mediocre o lo paquidérmico del gran negocio. El habla rara dialectal de las facultades de arquitectura tampoco es nada positivo. ¿Retorcer el idioma para aparentar inteligencia o sabiduría? ¿Dónde encuentro en todo eso algo positivo, exaltante, que me toque el corazón en lugar de darme codazos en la espalda?

    Cordialmente,

    GERMAN TELLEZ

Los comentarios están cerrados.