Abril 4 – 2106
Con la planeación de la Sabana de Bogotá como una región sin fronteras hay tres bandos de opinión: resignados, provincianos y metropolitanos.
– Los resignados, convencidos de la necesidad de planear la Sabana como un territorio, pero más convencidos de la imposibilidad de hacerlo porque «ahí hay muchos intereses”.
– Los provincianos, convencidos de que “llegó la hora de frenar el crecimiento de Bogotá” y de que es “urgente planificar un desarrollo menos centralizado y más equilibrado entre Bogotá y el resto del país”.
– Los metropolitanos, convencidos de que las ciudades grandes son una realidad y que planear es cuestión de método. Y que si hoy en la Sabana de Bogotá vivimos aproximadamente 10 millones, a los empellones, podríamos vivir 15 o 20 millones, de manera racional.
Aceptar la necesidad de planear la región pero resignarse a no hacerlo, se parece a la lógica práctica de los simios de Yuval Harari: “Nunca convenceremos a un mono para que nos dé un plátano, con la promesa de que después de morir tendrá un número ilimitado de bananas a su disposición en el cielo de los monos”.
Para los que llegó la hora de parar y buscar una vida más sosegada, la lógica parece ser la de un eventual Decreto 001, con visto bueno de Donald Trump, instaurando un pasaporte bogotano y encargando a las fuerzas militares para que cualquier recién nacido, desplazado o inversionista que intente quedarse en Bogotá sea redirigido a una ciudad intermedia.
Y para los que abogamos por la posibilidad de más personas viviendo en un territorio más amplio, la lógica equivalente consistiría en aceptar que la ciudad seguirá creciendo hacia arriba, como los niños, y hacia los lados, como los viejos, y que es indispensable planear un futuro en el que moverse por cualquier parte de la ciudad y por cualquier medio de transporte sea cómodo, seguro y agradable.
Para la realización de este eventual futurismo metropolitano habría que dar varios pasos, cada uno de los cuales tomaría por lo menos un par de años.
– Modificar la institucionalidad actual que permite –y obliga– al alcalde de cualquier ciudad colombiana a planear y gobernar a la vez.
– Reformada la institucionalidad, habría que conformar un grupo de personas con el poder y la capacidad para planear cómo sería la vida urbana de estos 15 o 20 millones de habitantes.
– Armado el grupo, éste tendría que producir un plan regional para lo que hoy se conoce como Bogotá y sus alrededores o Bogotá y sus municipios aledaños.
Uno de los ejemplos más conocidos de este tipo de plan regional es el Plan Regional de Nueva York y sus alrededores. El plan fue hecho entre 1920 y 1932 por “un grupo de sociólogos, geógrafos y urbanistas norteamericanos [que] plantearon […] una serie de recomendaciones para la planificación y mejora de un amplio espacio que comprendía 3 estados, 22 condados y afectaría a más de 10 millones de personas”.
La misma área que en Nueva York tenía 10 millones en 1932, alberga hoy 20 millones y nunca ha sido planeada por un alcalde.
Desde los años 1910, desde los inicios de la planeación urbana (urban planning) como disciplina, siempre estuvo claro que planear y gobernar una ciudad son actividades diferentes, que recaen sobre personas e instituciones diferentes. En nuestro medio, en cambio, persiste la tradición de titular a cada alcalde, cada cuatro años y por elección popular, doctor honoris causa en urbanismo.
También persiste la tradición de apilar estudios y conclusiones. Que si aumentar el perímetro urbano o detener el crecimiento de la ciudad, apoyado en estudios demográficos siempre dramáticos. Que la ciudad se viene desarrollando caóticamente, ilustrando el caos con metáforas negativas como “mancha de aceite”, “colcha de retazos”, “salto de rana” y «almacén de repuestos». Que es un error continuar descuartizando haciendas para llenarlas de conjuntos cerrados de baja densidad en “las afueras” de Bogotá y “en contacto con la naturaleza”. Que también es un error desmembrar haciendas para llenarlas de conjuntos cerrados de alta densidad, éstas lamentablemente sin contacto con la naturaleza. Que al departamento de Cundinamarca no «le interesa” unirse con Bogotá por cuestiones de poder, de impuestos y de tramitología; y que a los constructores tampoco «les interesa” unirse con Bogotá porque es más fácil lograr la aprobación de sus proyectos en un municipio, dado que allá se pagan menos impuestos y los concejales municipales son mucho más amables.
Al final de tanta tradición y tanta erudición, quedamos en que hay seis municipios contiguos a Bogotá (Mosquera, Funza, Cota, Chía, Sopó y La Calera) y por lo menos cuatro más (Madrid, Tenjo, Tabio, Cajicá) que generan diez Planes de Ordenamiento Territorial, POT, a cargo de diez POT municipales que, junto al POT de Bogotá, generan un espantapájaros, con la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca, CAR, como única entidad con injerencia transversal sobre estos planes y sus fronteras municipales.
La CAR, sin embargo, es un obstáculo más. Por la “C”, no es una corporación para el desarrollo urbano sino para el desarrollo agrario y la conservación de ecosistemas. Por la “A”, su autonomía es nominal porque su misión no depende del amor por la naturaleza y el agro sino del billar político del gerente. Por la “R”, la región se limita a las partes no-construidas del territorio, sin importar que para planear el funcionamiento y la vida urbana de cualquier gran ciudad son igualmente esenciales las partes construidas.
A la pregunta de por qué construir, la CAR ni sabe ni responde porque su competencia pertenece al arte de no-construir y conservar lo no-construido, que consiste en definir y proteger las áreas disponibles y los mecanismos administrativos para: i) Producir agua, energía y alimentos. ii) Conservar la biodiversidad. iii) Extraer materiales de construcción. iv) Mantener limpio y sano el entorno.
Planear, sin embargo, también consiste en definir las áreas disponibles y los mecanismos administrativos para: i) Conservación y renovación de áreas ya construidas. ii) Construcción de nuevos sectores para los eventuales nuevos habitantes. iii) Mejoramiento y dotación de servicios públicos, equipamientos públicos y espacios públicos. iv) Provisión de sistemas de transporte público y privado para intercomunicar todas las áreas.
La CAR es una entidad más que planea en la Sabana. Como planean también el gobierno nacional, la alcaldía de Bogotá, las alcaldías locales y las múltiples secretarías de planeación, hábitat, ambiente y movilidad, además de las empresas de renovación urbana, acueducto y alcantarillado. Y catastro. Cada uno haciendo lo mejor que puede, en ciclos de cuatro años.
Dos argumentos de hecho, en apoyo de una región sin fronteras, planeada por una única entidad autónoma. i) Un plan urbanístico no se puede hacer cada cuatro años y en tres meses. Se sabe que gran parte de lo planeado no se podrá realizar, esencialmente porque el nuevo gobernante no estará de acuerdo. ii) Un plan urbanístico no lo hace cualquiera, ni en tres meses ni en tres años. Una explicación para esto último la dio Manuel de Solà-Morales, en Bogotá, hace más de veinte años, al término de una conferencia.
“Estábamos listos”, le respondió Solà-Morales a un interesado por saber cómo hicieron en Barcelona para hacer lo que hicieron para los Olímpicos del 92, «en tan poco tiempo”. Para trasformar una ciudad, introdujo Solà-Morales cogiéndose la cabeza, “hay que planear muy bien lo que se va a hacer y esto toma mucho estudio, mucha discusión, mucho tiempo y muchos profesionales”. La respuesta a su pregunta es: «duramos veinte años de dictadura preparándonos y, cuando nos llegó el momento, estábamos listos”.
En Bogotá no parecemos estar listos. El día que lo estemos, y si resignados y provincianos no se han adelantado, el Decreto 001 podría decir: Se crea la Junta de Planeación de la Sabana de Bogotá. Su misión, conformación y funcionamiento serán como lo detalla la propuesta presentada por los ciudadanos firmantes, quienes declaran que, autónomamente y por amor al arte, se autoconstituyeron en Junta para proponer la institución que hoy se aprueba.
Por lo pronto podemos debatir, por ejemplo, qué tanta razón tuvo Le Corbusier cuando supo que su Plan Piloto para Bogotá había fracasado y se desahogó con la célebre sentencia: “Bogotá seguirá pateando su propio destino”. Virtudes, defectos y amarguras aparte, el tiempo le ha dado la razón al vaticinio lecorbusiano. Sin embargo, en atención a la realidad local, la sentencia podría ajustarse y decir: entre los alcaldes y los concejos municipales, seguirán pateando el destino de la Sabana de Bogotá.
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