Marzo 31 – 2106
Es un hecho que los bogotanos estamos polarizados con el metro, pero no entre los que odian a Gustavo Petro y los que odian a Enrique Peñalosa, sino entre quienes creen en el alcalde y los que creemos en el metro. O entre los que al oír la palabra metro vemos el fantasma de TransMilenio y los que, al oír la misma palabra, fantasean con una ciudad con un metro, por lo menos como el de Medellín. O entre los que ven en el alcalde un experto mundial en urbanismo, y aceptan que “por algo será que lleva quince años dando conferencias por todo el mundo”, y los que vemos en él un vendedor de ungüentos urbanísticos. O entre los que consideran que es un líder político nato, preparado como nadie para salvar a Bogotá, y los que consideramos que ojalá estuviera gerenciando una firma constructora y no de gobernador de Bogotá.
Un líder político, según Max Weber, debe tener tres características: pasión, carisma y responsabilidad. Weber le teme a la responsabilidad de los apasionados y carismáticos que prometen lo que saben que no van a cumplir y se gastan lo que no tienen. A lo que hay que temer, tratándose de Peñalosa, es a la pasión que tiene por TransMilenio y a que, por cuenta de esta obsesión, Bogotá se quedará sin un sistema de metro.
“Mi pasión”, revela Peñalosa, “es que la ciudad tenga un excelente sistema de transporte masivo”. El sistema excelente al que se refiere no es el metro sino TransMilenio. Este excelente plan de transporte masivo al que se refiere es un plan vial, a secas, sin relación con la renovación urbana, el espacio público y la Sabana de Bogotá. ¡Y sin metro! El proyecto se presenta como «manos a la obra». Se presenta mediante un video que habla por sí solo con respecto al metro.
Como plan vial tendrá la virtud de corregir el sistema de vías truncas, característico de Bogotá. Las calles 13, 63, 127 y 170, y las avenidas Primero de Mayo, Séptima, Caracas, Américas, Villavicencio, Tintal, Cali, y Alsacia, entre otras, tejerán la ciudad de oriente a occidente y de norte a sur, destrabando el absurdo que todos conocemos y maldecimos. Pero plan de metro no hay.
Lo que hay es una “línea prioritaria”, a secas, heredada del gobierno anterior y modificada para ser “lo mejor posible”. Lo cual significa que tendrá tres variaciones: tres kilómetros más para empalmar con la ALO y llegar a Mosquera, cuatro kilómetros menos para que llegue a la 80 en lugar de la 127 y menos kilómetros subterráneos. Con tres estaciones para conectarse con TransMilenio y dos con el tren de cercanías. ¡Y ninguna con otras líneas del metro!
Parece chiste pero es lo que nos espera a la vuelta de la esquina.
Asegura el alcalde: “Estoy comprometido a hacer el metro que mejor le sirva a Bogotá, el que tenga el mayor impacto positivo en su movilidad, al menor costo posible, que se lleve a cabo en el menor tiempo posible”. El inesperado compromiso ha permitido que el antiguo peor enemigo del metro se haya convertido en su nuevo mejor amigo. También ha contribuido a poner en circulación un debate de opinión, acerca de si el metro debe ser elevado o enterrado y quién es más bruto: si Petro que se gastó miles de millones de pesos en estudios para un metro carísimo o Peñalosa que lo reemplazará por uno malísimo, que además se va a tirar la Caracas, asumiendo que esta avenida pueda ser peor de lo que ya es.
El alcalde no debate. Sólo repite lo mismo de hace quince años: que TransMilenio es más barato y mejor, agregándole que el metro se hará lo mejor que se pueda. Si barato significa que costará menos, es probable que Peñalosa tenga razón, pues un kilómetro de TransMilenio es aritméticamente más barato que uno de metro. Sin embargo, la matemática económica, que es más compleja que la aritmética del colegio, predice que a largo plazo lo barato sale caro. Y si la medición es a partir de la ciencia del transporte, para la cual mejor significa más rápido, más seguro y más usuarios servidos, la pretensión es científicamente falsa.
Que el sistema BRT, Bus Rapid Transit, incluya en su nombre la palabra rápido, puede ser válido si se compara con un bus o buseta tradicionales, pero sigue siendo un sistema lento, cuyo promedio de velocidad está entre 15 y 30 kilómetros por hora. Si al sistema se le añaden más buses y más estaciones, mejorarían la comodidad y el número de usuarios servidos, pero no la velocidad porque esta sólo podría mejorar eliminando las intersecciones. Y porque un bus no puede acelerar a voluntad, simplemente porque la vía está libre de tráfico, pues aun sin tráfico, cualquiera que haya viajado en bus o buseta con un chofer de mal genio o inspirado por una vía libre, sabe de primera mano lo que es el pánico.
Para visualizar lo que nos espera, basta sustituir Bogotá por TransMilenio y proyectar las consecuencias del eufemismo: “Estoy comprometido a hacer el metro que mejor le sirva a [TransMilenio], el que tenga el mayor impacto positivo en su movilidad, al menor costo posible, que se lleve a cabo en el menor tiempo posible”.
Muy distinta sería una visualización que partiera de considerar que Bogotá tiene por lo menos ocho millones de habitantes y la Sabana de Bogotá por lo menos nueve millones, y que se imagine que este número suba a doce o quince millones. Alguien con sentido urbanístico-territorial estaría hablando de cómo, en qué orden y durante cuánto tiempo construir 300 o 400 kilómetros de metro elevado, interconectados con 100 o 200 kilómetros adicionales de trenes en superficie. Y cómo éstos estarían complementados por un sistema de buses. En lugar de este tipo de visión, tenemos una obsesión pasional por demostrar que un lerdo sistema de buses puede funcionar mejor que otro sistema de transporte que puede ir al doble o triple de velocidad y mover el cuádruple de personas.
Y muy distinta sería la vida urbana que nos espera, si el ambiguo compromiso del alcalde se modificara sustancialmente. Si: “Mi pasión es que la ciudad tenga un excelente sistema de transporte masivo”, se transformara en: Mi pasión es que la ciudad tenga un excelente sistema de transporte masivo, originado en el metro. O mejor, dado que el metro es una parte esencial del espacio público, y que TransMilenio existe, la declaración se podría transformar en algo más complejo, por ejemplo: Mi pasión es que la Sabana de Bogotá tenga un excelente sistema de transporte, a partir de los sistemas de metro y tren de cercanías, complementados por un excelente sistema de buses de carril exclusivo. Y que todo esto, a su vez, sea la base de un excelente sistema de espacio público.
Fantasías aparte, las decisiones para el desarrollo urbano de Bogotá ya están tomadas y en trámite, pues “ahí hay muchos intereses”: el sistema de transporte masivo será TransMilenio, fortalecido por la línea solitaria de metro; la nueva urbanización se hará en Mosquera y la reserva van der Hammen; y la Avenida Longitudinal de Occidente, ALO, se hará y pasará por donde tenga que pasar.
A quienes la economía y la política se nos enredan con el derecho y el delito, nos cuesta trabajo entender qué significa realmente esto de “los intereses”. Una posibilidad es que algunos dueños de predios en la van der Hammen –y probablemente también en Mosquera– tengan grandes “sueños” con Peñalosa como medium. La otra es que la expresión “muchos intereses” se refiera a que el alcalde tiene intereses personales en su competencia por el Oscar, especialmente ahora que Medellín acaba de ganarse el Nobel.
Para no pasar por la vergüenza de que Bogotá se quede sin algo equivalente, van un par de opciones para el nombre honorario que podría llevar la distinción al “mejor sistema de transporte masivo del mundo en desarrollo”.
El premio se podría llamar Medalla Galileo Galilei, en honor a quien se dice que después de abjurar de la visión heliocéntrica del universo, picó el ojo y susurró el famoso Eppur si muove (y sin embargo, [la tierra] se mueve). Traducido al latín de Bogotá y con el debido guiño, Eppur si muove significaría Eppur TransMilenium. La segunda opción para la medalla sería Medalla Oscar Wilde, en atención a la coincidencia entre la autoevaluación de Peñalosa para su sistema y la evaluación que hace Wilde de la belleza: “Sólo hay un niño más hermoso del mundo y cada mamá lo tiene”.
Voto por Wilde.
Me parece que el Sistema Transmilenio es un buen sistema. Tuve la fortuna de conocerlo cuando estaba estudiando mi carrera, que fue al mismo tiempo de cuando lo implementaron. Yo creo que es injusta la critica pues no es posible tildar este sistema como un fracaso cuando durante 12 años se le ha dado la espalda por parte de los administradores de esas 3 alcaldias. Ademas estoy totalmente a favor del alcaldde Peñalosa y como no estarlo si se es conciente de lo que he explicado. Confio que en este periodo el alcalde Peñalosa demuestre lo que puede hacer un buen contramaestre con el dinero publico y respetando lo que se viene tratando de aplicar para mejorar esta ciudad desde hace muchos años, a punta de experiencias acumuladas, como la troncal de la Caracas y otras anteriores a mi generacion. Para finalizar y sin otra intención que sustentar mi apoyo al sistema y mi postura en contra de criticas como la hecha acá les propongo tomen algún medio de movilización, diga usted carro, bicicleta, bus, SITP, etc. Y mida el tiempo que se puede gastar entre la primera estacion del norte, es decir La Estación Terminal y La Estación Av. El Dorado un dia como hoy Martes a las 6:00 am, yo me tome 35 minutos. No se si iba a 30, 40 o 50 km/h pero me parece suficientemente rápido. Saludes
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