Sin duda el debate sobre el Plan Director para Bogotá es una bienvenida corriente de aire fresco, y es hoy más oportuno que nunca. Por ejemplo, la respuesta de Ricardo Daza al artículo de Willy Drews y a los comentarios de Germán Téllez y Giancarlo Puppo, me ha hecho volver a algunas preguntas personales cuyas conclusiones, con más argumentos ahora, podrían ser generadoras de otras inquietudes para otros.
¿En dónde es posible una mejor calidad de vida? En la Nueva Santa Fe, incluido el Archivo General de la Nación y su Centro Comunal, aún estando sin uso, en donde hay animación en sus calles y continuidad con el contexto urbano que rodea el conjunto, o en la unidad Antonio Nariño en medio de una sosa zona verde y al lado de los muy utilizados galpones de la Feria.
A donde es más grato ir a leer: ¿a la Biblioteca Virgilio Barco, recorriendo antes sus espacios exteriores y el paisaje de los cerros de la ciudad, o a la Luis Ángel Arango? Y, por qué no, en lugar de pedir prestado un libro allí, ¿no es más agradable comprarlo en el Centro Cultural García Márquez? Qué le aporta más belleza a Bogotá ¿las Torres del Parque con sus diagonales, curvas, retranqueos y colores, o el edificio de Avianca con la repetición de unos pocos grises y rectas?
Para mí es mejor ciudad Cartagena con sus grandes y acogedoras casas coloniales que Brasilia, aunque se tenga la nostalgia de «velear» con una bella “garota” en su enorme lago, pero probablemente sea necesario haber vivido un año allí, y no atenerse a lo que le cuenten a uno porque las ciudades son también lo que pasa en ellas. Y el Centro Histórico de Cartagena, sin “saudades” de por medio, visitado todos los años a lo largo de quince, me es de lejos más agradable que Bocagrande aunque allí es sin duda mejor el edificio Castillo Grande que en el recinto amurallado la casa de García Márquez.
Y lo mismo se puede decir del casco viejo de Panamá comparado con Punta Paitilla y ni se diga con Punta Pacífica y menos aun con Punta del Este, vulgarizaciones codiciosas de lo moderno. Como pasó en Cali, donde pretendiendo modernizar la ciudad para los VI Juegos Panamericanos de 1971 se demolió o alteró mucho de lo anterior, y con ello los recuerdos de muchos, incluidos los míos, sin lograr una ciudad moderna de edificios exentos y zonificados en grandes áreas verdes y unidos por autopistas.
Desde luego tenemos que quejarnos de las ciudades que tenemos que aguantar hoy. Pero la alternativa, como bien afirma Willy Drews, no es alinear altos bloques de vivienda y separar habitar, trabajar, educarse, comerciar, recrearse y circular. Desaparecerían plazas, calles y parques de barrio, con su mezcla de funciones y actividades permanentes generadoras de relaciones humanas.
Y en lugar de inspirarse en la contundente belleza de la Villa Savoye (Saboye o Savoie), lo que sí tenemos que buscar es un acuerdo entre paisaje, clima y tradición, como dijo Le Corbusier de su diseño para una residencia en el Norte de África que hubiera sido un mejor paradigma para el trópico iberoamericano, agregando el asunto del relieve.
Por eso es conveniente estudiar a los arquitectos más influyentes, comenzando por los propios, pero no como buenos o malos sino qué aportaron sus obras para unas ciudades más sostenibles y contextuales. Por ejemplo, difícilmente se pude discutir que son más gratos y frescos los patios del Centro Cultural de Cali (antigua FES) que las asoleadas plazoletas del Centro Administrativo Municipal, CAM.
Hay que dudar con el cerebro de los impulsos del corazón, y enseñar a dudar de lo que se enseña, como dicen que recomendaba José Ortega y Gasset.
* Imagen del centro histórico de Cartagena tomada de Viajes y Fotografía.
Pingback: Nota para Benjamin Barney y Ricardo Daza | Torre de Babel
Me tocó ser binario
Ha sido muy grato leer los artículos, contra-artículos, contrapunteos y planteamientos de ambas orillas en torno a Le Corbusier. Ser espectador en este caso ha sido oportunidad propicia para recordar «qué me tocó».
Crecí en una época en que heredábamos las pasiones: se era liberal o conservador, ajeno a ideologías de cualquier tipo. Se heredaba sin hacer preguntas. Según le tocara a uno, Alberto Lleras Camargo, Laureano Gómez, Gilberto Alzate, o hasta el mismo Darío Echandía encarnaban ángeles o demonios. Se nacía seguidor de Millonarios o Santa Fe, y tampoco se preguntaba nada so riesgo de que no lo llevaran al Campín el siguiente domingo. Nuevamente, según le tocara a uno, Di Stefano, el Pibe Rial, Oswaldo Panzutto, Julio Cozzi o Nestor Raúl Rossi entraban a la categoría de semi-dioses.
Todo parecía ser binario. No cabían alternativas. Se prefería a Superman o a Tarzán; a Red Rider o Hopalong Cassidy; uno era aficionado a los barcos o a los aviones; los colegios tenían su contra-colegio, que se tornaba en rivalidad eterna en una especie de Ying y Yang; a los demás colegios ni se les determinaba. Sarita Montiel o Marilyn Monroe; Pacho Galán o Lucho Bermúdez, y así sucesivamente.
Durante los estudios de arquitectura, poca información tuvimos sobre los grandes maestros. Es que la clase de teoría que nos daba Leopoldo Rother se refería a detalles de escaleras, closets, cocinas, estacionamientos y toda aquella información relativa a construcción y medidas. Era una especie de mini Neufert. Alguna vez nos mostró algunos detalles constructivos de un arquitecto alemán que se llamaba «Mies», y nos sorprendió la confianza con que se refería a él como «Mies mismo». En las otras clases de Teoría vimos los templos griegos (muchas veces), los templos egipcios (varias veces), iglesias románicas (pocas veces), pero jamás vimos nada relativo a la Arquitectura contemporánea y mucho menos algo de América Latina.
Como la educación sexual en los colegios, mas aprenden los niños a través de sus compañeros que a través de los cursos y, de paso, creo que de maneras más divertidas. Fue poco a poco, a través del intercambio de chismes entre los mismos compañeros, que descubrimos a dos personajes: Frank Lloyd Wright y Le Corbusier. Más que sus obras, empezamos por conocer sus excentricidades: que el uno diseñó como sería su funeral, que el otro tenía un gato negro, que uno usaba una capa negra y el otro unos anteojos grandes y negros, que ambos eran malgeniados……. Luego descubrimos sus casas, sus formas arquitectónicas, la manera como usaban los materiales, sus planteamientos. Con la información que se iba recabando, fieles a nuestra costumbre, sentíamos la necesidad de escoger al uno o al otro. Sin caer en fanatismos y sin descalificar a ninguno, «preferíamos» ser wrightianos o corbusianos. Ni Alvar Aalto, ni Mies mismo, ni Niemayer entraban a la ecuación, entre otras cosas porque casi nada nos llegaba sobre ellos.
Algún tiempo después, hubo que incluir a un tercero, por cuanto alguien comentó que los apartamentos del Polo tenían rasgos «Aaltianos». Corrimos a buscar datos o alguna revista que nos permitiera saber de quien se trataba; hasta una vez le pedimos a Rogelio que en clase nos hablara algo sobre ese personaje. No había internet, solo nos llegaban PROA y Architecture D´aujourdhui; tampoco se hablaba del espacio público, ni el medio ambiente era consideración de fondo. Palabras como «contexto», «memoria», «huella», «referente» o «vivencia» no estaban incluidas en nuestro léxico.
Unos años después, en un viaje a Estados Unidos organizado por el entonces Decano Willy Drews, tuvimos oportunidad de darnos un banquete: visitamos obras de Wright, Corbusier y Aalto. También visitamos obras de Mies mismo, de Saarinen, de Rudolph. Y con el pasar del tiempo he podido conocer, admirar, recorrer y vivir pueblos, ciudades, edificios, espacios de todo tipo. He visto grandes obras y también modestos desarrollos, he gozado con cosas maravillosas, y me he indignado frente a desatinos e irrespetos.
Todo, claro está, enmarcado dentro de mis criterios, los cuales expongo, discuto y modifico abiertamente cada vez que debo hacerlo; no eludo una buena discusión cuando se requiere. Admiro a muchos colegas, a otros también, a otros menos, a otros no y a otros definitivamente no! Pero, al fin de cuentas, en el fondo sigo siendo «wrightiano» o «corbusiano». Debo admitir que a veces, similar a un político en trance de elección, puedo tornarme en «Aaltiano» furibundo. Como es necesario definir posiciones que no generen dudas, me declaro Wrightiano-Corbusiano con devaneos Aaltianos.
Ojala esta grata discusión siga y se amplíe pero, eso sí, sin barras bravas.
Carlos Morales Hendry
Pingback: A veces toca… ¡volver a estudiar el Plan Director de Le Corbusier para Bogotá! | Torre de Babel