Todo parece indicar que llegué tarde a la fiesta. Pero no por eso puedo dejar de participar en una controversia tan importante pues me siento parte de ella. De hecho, tengo que decir que llevo cinco años esperándola. Es bien sabido que hace cinco años, en compañía de muchos otros docentes, asistentes, estudiantes y profesionales de diferentes universidades, logramos hacer al mismo tiempo dos exposiciones, dos libros y un seminario internacional que, precisamente, buscaba discutir el proyecto del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá.[1] En lo personal, era una deuda que tenía con todos aquellos arquitectos locales que, como yo, habían sido educados con la famosa frase que decía que “Le Corbusier vino a Bogotá e hizo un plan que afortunadamente no se hizo, porque tumbaba la ciudad”. Yo no conocía mucho el plan en ese momento. Debo agradecer a todos aquellos que me permitieron tener el tiempo necesario para dedicarme por casi dos años al estudio del proyecto y a organizar los diferentes eventos, entre ellos, al propio Willy Drews quien era entonces decano en Los Andes, donde soy docente desde hace mucho. Desde entonces no he parado de estudiarlo. Muchos artículos se han publicado y muchos, seguramente, seguiré publicando sobre el proyecto de Le Corbusier para Bogotá.[2] Lamentablemente, la discusión no fue posible darla hace cinco años. Nos enredamos en banalidades y olvidamos que la docencia está para permitir que las ideas, que son universales y sin propietario, se discutan, circulen y se estudien para poder aprehender y así poder tomar lo que mejor nos sirva para ayudar a construir el presente, que será el futuro de tantos.
Cientos de personas recorrieron la exposición doble que se presentó en el museo Casa de Moneda y en el Museo de Bogotá entre abril y junio de 2010[3] y luego, unos meses después, en el Museo de Arte Moderno de Medellín, mostrando una avidez por este tipo de producciones de la cual no éramos conscientes al iniciar el proyecto. Pero la experiencia hizo evidente que no siempre mostrar significa que los visitantes vean. En una conversación con un colega que visitó la exposición, tuvimos la siguiente discrepancia de posturas:
MCO: ¿Qué tal le pareció la exposición?
Colega: Muy bonita. ¡Impresionante!
MCO: Bueno, y sobre el proyecto, ¿qué piensa ahora?
Colega: ¡Ah! pues nada… ya sabemos que el plan para Bogotá de Le Corbusier no sirve para nada… ¡Fue un fracaso!
MCO: Bueno, pero tampoco es mejor la ciudad que hemos hecho hasta ahora, ¿no?
Colega: ¡No sea tan exagerada! ¡Usted es muy crítica! Hay lugares maravillosos en Bogotá… de hecho, ¡mire solo las torres del Parque de Salmona!
MCO: Discúlpeme, pero si hay algo en Bogotá que fue hecho a la manera en la que Le Corbusier pensó Bogotá, ¡es precisamente el proyecto que menciona! ¿No?
Cuando nos embarcamos en el estudio del plan, desde el grupo de investigación que dirijo en Los Andes (Proyecto, Arquitectura y Ciudad, PAC), el trabajo realizado tuvo dos objetivos: dar a conocer el material inédito del proyecto y llevar a medios digitales la información que se consideró más relevante del plan. Con uno y otro, se propuso llegar a todos los públicos con un material, presentado de diferentes formatos (videos, animaciones, maquetas digitales, etc.), que diera nuevos elementos para la discusión, análisis y conocimiento del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá. Todos estábamos de acuerdo con la importancia de volver a dar visibilidad a un proyecto del cual se ha escrito también mucho, pero del cual, nos dimos cuenta, se desconoce casi todo.[4] Y, por lo que se ha escrito en esta polémica desatada por Willy Drews en Torre de Babel, todo parecer indicar que poco ha cambiado desde 2010.
Mi aporte en esta discusión lo centraré en recalcar algunos de los asuntos del plan que, una vez conocidos y entendidos, dejan sin mucho peso la famosa sentencia que dice que afortunadamente el plan no se construyó. Pero, más aún, nos permite, espero, reflexionar sobre la situación actual de Bogotá. Para esto, de cada una de las escalas trabajadas en el plan, tomaré uno o dos ejemplos de lo propuesto y su vigencia en la ciudad actual, es decir, que son temas que todavía no hemos resuelto y que mirar de nuevo el plan nos podría ayudar a imaginar escenarios alternativos a la crisis de la ciudad que vivimos cada día.[5]
Empecemos por la región. Para Le Corbusier, lo mejor y más importante que tenía Bogotá era su magnífica geografía. Para la Sabana de Bogotá, propuso un sistema de parques a diferentes escalas, siendo el de escala regional el que acompaña la ronda del río Bogotá, donde soñó la posibilidad de tener centros de encuentro dominicales para recrear el cuerpo y el espíritu de los bogotanos. Me dirán que eso es hoy imposible. Recuerdo que a finales de los años 1970, en Londres, la noticia que salía en los periódicos era terrible: ¡el río Támesis estaba muerto! Hoy en día, tras casi cuarenta años de la noticia, se puede pescar en el Támesis. ¿Por qué no puede ser igual para el caso bogotano? ¿Alguien puede estar en desacuerdo que es una tarea ineludible el recuperar el río que baña toda la Sabana y que en ese proceso sería formidable que se convirtiera en el gran parque lineal que atraviesa la ciudad de norte a sur, sirviendo además de límite para el desarrollo enloquecido de la Sabana de hoy?[6] Las licencias para construcción de vivienda que se dan hoy a lado y lado del río, eliminando humedales y zonas de inundación, deberían ser tema de debate constante. ¿Por qué se sigue haciendo algo que todos sabemos que va en contra de todos?
En la región, Le Corbusier también planteaba, en el apartado de circulación, la necesidad de hacer unos cambios al sistema de trenes que ya tenía la Sabana y los dejaba como una de las tres rutas que deben organizar la forma en que se relacionan los pueblos y la gran ciudad. Las vías siguen hoy silenciadas. Las carreteras y vías están congestionadas casi al nivel del colapso. Hay quienes insisten en que el metro se debe hacer por el lugar más congestionado y servido de la ciudad. Nadie mira las vías que están ahí para dar forma a nuevos polos de desarrollo, descentralizando el centro expandido que, ya veremos, tampoco da para más. Trenes de cercanía unidos a los trenes que circulan llegando a las zonas más congestionadas de la ciudad, pareciera que no es tan buen negocio para los inversionistas como hacer un metro hundido en la carrera 13. Los usuarios de todos los trenes, provenientes de todos los rincones de la Sabana, ya fueran estudiantes, trabajadores, amas de casa y jubilados, tendrían más calidad de vida sin tener que perder largas horas en trancones infinitos por todas las entradas a la ciudad. ¿Si se hubiese hecho hace 60 años, estaríamos peor o mejor que ahora? Si se hace hoy, ¡seguro que no es tarde!
Del plano metropolitano hay un asunto que crea confusión. El principal uso de la ciudad es la vivienda. Bogotá aparece como una gran mancha amarilla con tres zonas (norte, centro y sur). Una mancha que está atravesada por una menor, oriente-occidente donde se localiza el trabajo. Los detractores del urbanismo de Le Corbusier en particular y de los CIAM en general discuten el horror que significó para la ciudad la segregación en actividades, estancas, separadas. Solo invito a los lectores de este texto a volver a recorrer los diferentes planos del plan y el informe que los acompaña, para darse cuenta cuan mal hemos leído y entendido hasta ahora la teoría del zoning. A quienes les de pereza leer y tengan los medios para viajar, los invito a que visiten Chandigarh, en la India. La única ciudad que en efecto construyó Le Corbusier, junto a Maxwell Fry, Jane Drew y Pierre Jeanneret, entre otros muchos que formaron un equipo de más de un centenar de personas. Los habitantes de esta ciudad agradecen, entre otras muchas ventajas que da el vivir en ella, el que tienen todo a mano. Porque los barrios de vivienda, la mancha amarilla, tienen, al igual que en Bogotá, la V4 o vía de barrio con los núcleos donde el comercio pequeño da vida a los sectores que, además, tienen jardines, colegios, zonas deportivas y todo tipo de equipamientos que hacen que la vivienda nunca haya sido pensada, como sí la construimos aquí, sin todo lo que es necesario para la vida de sus habitantes.
Esta mancha está atravesada por una red de vías jerarquizadas, formando lo que Le Corbusier denominará la teoría del Sector: un sector de 800 metros de ancho por 1200 de largo, donde se da cabida a dos barrios con la vivienda y sus actividades complementarias. En esta escala: las V1, 2 y 3, es decir, las vías dedicadas especialmente al auto. Y viene la otra crítica: la ciudad de Le Corbusier es una ciudad para los carros. Pero los que dicen eso olvidan pasar al plano urbano, donde aparecen las V4 y 5 y los parques lineales que acompañan las diferentes quebradas y ríos que bajan desde los cerros a la Sabana (ver plano urbano. Img. 01). En esta escala, el espacio del peatón. Volver a revisar este apartado, seguro nos podría dar luces respecto a cómo resolver parte del caos que vivimos a diario los habitantes de Bogotá. En una y otra escala, también hay siempre una solución implícita de cómo resolver el transporte público de autobuses con paraderos cada 400 metros (ver plano de paraderos de autobuses a escala urbana. Img. 02). Han pasado más de 60 años desde la propuesta y hasta hoy hay un incipiente sistema que busca ordenar lo que no se ha hecho solo por desidia y abandono… y por negocio, seguramente. Aunque nunca he podido entender por qué el negocio no puede ir de la mano de soluciones que hagan al ciudadano de a pie, y en este caso también al que va en carro, la vida más cómoda. ¡Debe ser un negociazo tener a los usuarios felices!
Del plano urbano debo rescatar además, entre todos los temas que me gustaría mencionar, el de el número de habitantes que se propuso en el plan. Otro talón de Aquiles para muchos. En una parte del plan, aparece la cifra dada por la Oficina del Plan Regulador: la ciudad crecería de los 600.000 habitantes de 1950 a 1’000.000 en el año 2000. Le Corbusier propone un número mayor: en los límites de su propuesta se da cobijo a 1’610.000 habitantes, con densidades diferentes según la localización.[7] Entre la Carrera 30 y la línea del ferrocarril (hoy carrera 50 aprox.), deja una zona de reserva (que hoy llamamos “bancos de tierra”). Debajo de la línea de ferrocarril y hasta el río Bogotá, no lo nombra. ¿Seríamos más condescendientes si Le Corbusier hubiese dibujado todo el territorio que hoy ocupa la ciudad con sectores? ¿Por qué no lo hizo? Ricardo Daza en su respuesta a Willy Drews cita un apartado del texto con el que Le Corbusier comenta, en la primera edición de la Obra completa 1957-65, el fracaso del plan de Bogotá, haciendo responsables a los propietarios de suelo que se apresuraron a edificar cuando corrió la voz de las vías del plan. Y, aunque a Téllez no le guste la traducción de Quetglas, nadie puede negar que quienes han definido y dado forma a la ciudad actual no son ni Le Corbusier ni Wienner y Sert ni los planes posteriores… La historia de planeación de Bogotá se podría titular algo así como: “La historia de una ciudad que hace fracasar los planes”. Son los dueños de la tierra y los políticos de turno los que nos han dejado como herencia la ciudad de hoy. Pero, volvamos a la población propuesta en el plan: la estrategia del sector era suficiente para que, una vez trabajada y adecuada a las necesidades y realidades locales, sirviera de base para ordenar el crecimiento de todo lo que en ese entonces era baldío y que hoy es caos. Alguien me dirá: pero, ¿quién quiere tanto orden? Y yo le diría: vaya nuevamente a Chandigarh y mire, estudie, entienda y luego hablamos. Una pauta de orden no significa la repetición incansable y monótona de un mismo edificio, de una misma casa, donde no hay identidad ni reconocimiento de lo individual. ¡Todo lo contrario!
Y pasamos al punto más álgido: el Centro Cívico. ¡Le Corbusier tumbaba Bogotá! ¡Un desalmado, un insensible frente a la belleza de un lugar con todas las calidades que tenía la ciudad histórica! ¿Seguro que Le Corbusier la vio así? Sabemos de memoria que Le Corbusier fue llamado a ser parte del plan porque, entre otros muchos asuntos, estaba la necesidad de reconstruir el centro tras la destrucción que se sucedió en la asonada del 9 de abril de 1948. Pero, además, como ya lo dijo Daza, ¡el plan no se hizo! Así que, ¿de qué nos quejamos? Para las maquetas de la exposición, una tarea que fue maravillosa fue la de revisar qué, en efecto, se ha tumbado del centro de Bogotá desde 1950 hasta 2010. El resultado fue elocuente: hemos tumbado un área similar a la propuesta por Le Corbusier. Pero lo hemos hecho sin tener una idea de ciudad detrás de las diferentes actuaciones que incluyen a los privados y al estado por igual (ver levantamiento de edificios y áreas demolidas en Bogotá entre 1950 y 2010. Img. 03). En la propuesta de Le Corbusier, sin duda, hay una apuesta porque prime el bien común sobre el bien individual. En la construida, lo contrario. Las dos soluciones, en las antípodas la una de la otra. Podemos decir, incluso, que no se podría tomar partido por ninguna de las dos. La lecorbuseriana por tener exceso de vacío; la realizada, por defecto de vacío (ver 3D de la ciudad actual comparada con la propuesta de Le Corbusier. Img. 04). Pero estamos lejos de poder encontrar un punto medio. Menos, como lo muestra el mismo Drews en su último artículo en Torre de Babel, cuando la manera de resolver la crisis de la ciudad en la administración actual es con un programa de densificación que deja como única alternativa, para el futuro de la ciudad, lo que alguna vez me contaron que decía un conferencista en la Alzate Avendaño: “la única solución que tiene hoy Bogotá ¡es que la evacuemos!”.
Continuando con uno de los muchos temas a discutir del plan para el centro cívico, solo subrayo el asunto que también se ha criticado de la falta de sensibilidad de Corbu para con la ciudad existente y de cómo arrasó con ella sin ton ni son. En este caso, solo hago la invitación a ver con cuidado nuevamente: las nueve manzanas arqueológicas, más la plaza de Bolívar con Capitolio y Observatorio incluidos, más todas las iglesias de la Colonia y la República, más la calle Real o Carrera 7ª, con los edificios que se construyen alrededor de la Jiménez durante los años 1930 y 1940, más la biblioteca Nacional, el Panóptico y la plaza de Toros: ¿es la selección desprevenida de alguien que no está interesado en el pasado de la ciudad y que quiere arrasar con la memoria de un pueblo? ¿Será que esta selección tan cuidadosa sirvió para que años más tarde Arbeláez Camacho direccionara su carrera en pro del cuidado y salvaguarda del patrimonio construido? Pero hay más. Volvamos a mirar con cuidado la propuesta de cómo se circula en el centro: la trama de vías peatonales que acompaña la propuesta no es más que, en su mayoría, las mismas calles estrechas de la ciudad tradicional que se convierten en los caminos que están ahora acompañados de grandes parques. Y es entonces cuando hay quienes dicen, como Barney, que prefieren pasear por las Torres del Parque de Salmona que por el CUAN, del ministerio de Obras Públicas. Y es entonces cuando hay que decir que ¡entre gustos no hay disgustos! Pero que entre una y otra versión de la ciudad jardín vertical lo único que hay son sensibilidades diferentes. ¡Yo me quedo con las dos![8] La mayor diferencia entre una y otra es que las Torres del Parque lograron quedar abiertas al público, mientras el CUAN fue cerrado con rejas en la década de los 1980. El día que el CUAN se pueda volver a abrir ¡será un día de júbilo para todos los bogotanos!
Para presentar la teoría del sector en el informe técnico, Le Corbusier presenta primero la información del modelo teórico y luego su aplicación a Bogotá. En el modelo de “Una casa, un árbol”, que va a tener varias alternativas para Bogotá, se puede encontrar la manera en que se resuelve vivienda baja y media con densidades diferentes, resueltas en una trama de calles convencionales, peatonales o vehiculares, con anchos apropiados a cada caso que se suman a plazas, plazoletas, parques y jardines. No hay que ser muy conocedor de la ciudad tradicional para darse cuenta que es la semilla de donde germina esta nueva flor. Una casa que tiene un disponible para que los habitantes puedan desarrollar ahí un comercio, un local, un apartamento… ¿es de donde se inspiró Samper para promover el primer barrio con vivienda productiva en el país? Pero el barrio de Corbu tiene, además, parques con escuelas y deporte, tiene núcleos de barrio con cine, mercado, sitios para reunión y locales varios, sobre una V4 que, como dice Mantilla, es la más tradicional de todas las vías.
Termino con los perfiles viales. Cuando llegó Le Corbusier a Bogotá estaban ya adelantándose las obras de la Carrera 10 y de la Caracas. Al conocer los proyectos sentenció que eran muy pequeñas. Las creció, mucho. La 10ª más que la Caracas. ¿Cómo habría sido la “carrera de la modernidad” si le hubiésemos hecho caso? Con un amplio separador arbolado para atenuar el ruido de los carriles rápidos a la zona occidental donde había vivienda, a la cual se llegaba, como a la zona de trabajo, por carriles con paraderos de autobuses y aceras adecuadas con vegetación y cubiertas para que los peatones entraran a sus trabajos o vivienda por vías de servicio que llevaban a zonas de parqueo adecuadas. Los peatones bajaban en las paradas de bus y caminaban sin temor a ser atropellados, por medio de parques y no acompañados del humo y pitos de las busetas que en las estrechas calles del centro hacen casi imposible salir de él sin haber dañado los pulmones dramáticamente. Me pregunto cuantas veces al año los nostálgicos recorren estas calles que a diario sufren cientos de estudiantes y trabajadores. Uno de ellos, que salía cada noche alrededor de las 8 de su oficina, me decía que era aterrador recorrer estas calles que a esa hora se parecían más al video de Thriller de Michael Jackson. Unas calles que ahora deben acoger los rascacielos que buscan densificar la ciudad sin que se haya realizado ninguna medida para mejorar la movilidad, la infraestructura de servicios y los equipamientos en general. Si, al parecer, ¡tendremos que evacuar!
Para terminar, debo agregar solo un asunto: crecí en una comunidad académica que me enseñó a detestar a Le Corbusier, principalmente como urbanista. Hice mis estudios de posgrado en medio de una comunidad académica que me mostró la otra cara de la moneda. Las dos posturas coexisten hoy en día en las academias del país. Mucho más sano que tener una sola. Pero siguen siendo posturas antagónicas, que no dialogan. En el último artículo publicado en la revista Dearq 15,[9] presento dichas posturas como un rezago de “La guerra fría en arquitectura: racionalismo vs. organicismo”. El debate abierto por Drews me confirma que no hemos superado esta guerra. En tiempos de paz, pareciera interesante poder discutir sin intentar matar al enemigo. Ya sabemos, tras tantos años de conflicto, que en la guerra no hay ganador. Todos pierden. En este caso, el que pierde no es Le Corbusier, somos todos nosotros.
—————————-
[1] Toda la información sobre las exposiciones y la posibilidad de bajar en línea los libros que muy pronto se agotaron al haber sido publicados para repartir de forma gratuita entre bibliotecas e investigadores interesados en el tema, se encuentra en: www.lecorbusierenbogota.com. Asimismo, se pueden ver los videos que fueron colocados en las exposiciones, la entrevista con Germán Samper y once videos que presentan la versión que sobre el Plan creí que era necesaria hacer, pues ninguno de los autores invitados había logrado, a mi modo de ver, explicar la totalidad y complejidad de la propuesta. Tienen acceso público para que cualquiera los pueda estudiar, discutir, utilizar, criticar. Lo que se quiera.
[2] “París y Germán Samper: una historia por contar” en: Casa+casa+casa=¿ciudad? Germán Samper. Una investigación en vivienda (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2012), pp. 24-41; «35 rue de Sèvres» en: Germán Samper (Bogotá, Diego Samper Editores, 2011), pp. 16-33; «Siete miradas en cinco tiempos – Le Corbusier en Bogotá», en: DPA 24 Bogotá Moderna (Barcelona, Departamento de Proyectos, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, 2008), pp. 104-106; «Apuntes sobre el Centro Cívico del Plan Director de Le Corbusier para Bogotá», en: En Blanco Revista de Arquitectura 12. Arquitectura colombiana. (Valencia, 2013); «Bogotá en Chandigarh: el sector y la cuadra española», en: Cuadernos de Vivienda y Urbanismo 5 (10). (Bogotá: Instituto Javeriano de Vivienda y Urbanismo – Injaviu, 2012), pp. 308-329; «Le Corbusier en Bogotá: la ciudad y el plan», en: Habitar: Revista de Arquitectura y Diseño 77, (San José de Costa Rica: Colegio de Arquitectos de Costa Rica 2012), pp. 84-93; «El 60 aniversario del Plan Piloto de Le Corbusier para Bogotá » en: ARQCO no. 9, marzo-abril 2009, Sociedad Colombiana de Arquitectos, Bogotá , pp.88-93.
[3] El día de la inauguración asistieron más de mil personas y, según los cálculos del museo Casa de Moneda, en los tres meses que duró la exposición, fueron más de 10000 las personas que visitaron la muestra.
[4] Exposición y libro fueron también la manera de conmemorar, en 1987, el centenario del nacimiento de Le Corbusier a nivel local, en un trabajo liderado por Rodrigo Cortés –la exposición– y Hernando Vargas Caicedo –el libro– titulado Le Corbusier en Colombia (Bogotá, Cementos Boyacá 1987).
[5] Esto no significa que de cada una de las escalas no tenga más asuntos que proponer a discusión. Pero no creo que este sea el lugar para incluirlos todos. Solo los más trascendentales o los que primero vienen a mi mente. No se hace todo el trabajo que se ha realizado en los últimos cinco años como mera nostalgia de lo que fue y no pudo ser. Se hace porque puede dar pautas para lo que todavía puede llegar a ser. Y tampoco para tomar literalmente las propuestas de Le Corbusier. La ciudad es otra, tras más de 60 años. Pero hacer lo que hacen constantemente algunos urbanistas locales de negar la importancia de algunas de estas ideas es, como mínimo, miope.
[6] En la Bienal Colombiana de Arquitectura del 2000, se premió en la categoría de “Proyecto Urbano” al programa de parques de Bogotá. En el acta, el jurado establece que uno de los aportes del programa fue: “Es la obra de sucesivas administraciones y múltiples proyectistas, que adquiere un valor de aporte colectivo, originado a partir del proyecto de Le Corbusier de 1950”. En: Cien años de arquitectura en Colombia. XVII Bienal de Arquitectura 2000. (Bogotá, SCA 2000), p. 139.
[7] Marta D’Alessandro, “Plan director de Bogotá: estudio y propuesta de densidades”, en: Dearq 15 (Bogotá, Universidad de los Andes, Dic. 2014), pp. 250-259.
[8] La de Rogelio Salmona no se pone en duda. Pero la calidad espacial del CUAN, de sus jardines y apartamentos, con la austeridad del manejo de recursos, es una respuesta que fue más adecuada a la realidad económica del promotor. Recordemos que, por lo menos en tres ocasiones la solvencia del BCH quedó bastante frágil, tras llevar a cabo proyectos de vivienda de Salmona.
[9] Ver gratis en línea en: http://dearq.uniandes.edu.co/
¿CÓMO ES LO DEL PASADO?
Encuentro impresionante la prolongada, afectuosa y erudita defensa de María Cecilia O’Byrne tanto de la figura como de las ideas de Le Corbusier para Bogotá. Mi preocupación, sin embargo, no se refiere a la muy lúcida exposición de una ideología urbanística determinada con la cual se puede o no estar de acuerdo o encontrarla detestable o inaceptable o irrealista, etc. Reitero mi cita favorita de Bárbara Tuchman: La historia no es lo que quisiéramos que hubiera ocurrido sino lo que ocurrió.
La historia de Bogotá en los siglos XX y lo que va del XXI es el desastre que conocemos bien. La teoría de María Cecilia es la de que, si se hubiera aplicado a conciencia y sin la intervención de políticos y dueños del territorio (¡casi nada!) el Plan de Corbu hubiera determinado un destino urbanístico bastante mejor que la colección de fracasos y estupideces actualmente en curso. Hay razones para creer que eso hubiera sido así. Y también para pensar que cualquier otro «kit» de iniciativas planificadoras también habría dado, en mayor o menor medida, mejores resultados que el caos actual, incluyendo el Plan Bateman, los ejercicios de estilo de Brunner y algo de Wiener y Sert. Pero… la nostalgia analítica por el Plan Director sigue siendo lo que los corbusianistas hubieran querido que fuera la historia y no lo que realmente vino a ocurrir. Eso sí, volver a mirar, así sea muy por encima, la colección de Planes de Ordenamiento Territorial para Bogotá no da nostalgia de lo que pudo haber sido. Puede, por el contrario, crear problemas psíquicos en quien se someta a esa experiencia.
Razón le sobra a María Cecilia O’Byrne cuando dice que la devastación del centro de Bogotá ha sido más extensa y mucho peor de lo que Corbu proponía. La evidencia urbana la respalda. Y que entre el salvajismo urbano actual y la metódica y cruel selección corbusiana de tal cual iglesia colonial y cirugía como de medicina legal para la Plaza de Bolívar, esto último es claramente preferible. Es decir, que la devastación en orden y con cuidado es mejor que la destrucción «a lo bestia». Pero otra vez, lastimosamente, el sueño corbusiano no ocurrió, no podía ocurrir y ya no hay muchas posibilidades de que algo parecido pueda ocurrir. Es decir, la colonia y Corbu, en lo que se refiere al centro (que no la periferia) de Bogotá pertenecen desde hace rato a un pasado que es romántico para lo primero y polémico para lo más reciente. En vista del iconoescandaloso Bacatá Down Town, del aeropuerto «que nos merecemos lo bogotanos» y otras muchas maravillas más, incluyendo la oleada de centros comerciales, la invasión del espacio público, los lamentables edificios verdes, los «inteligentes», etc., ciertamente es bueno, para la salud mental, volver a mirar ese bello guión de sueños e ilusiones, a ratos serios y a ratos un tanto charlatanes, que fueron los planes Director y Regulador. Esto semeja la recomendación para enfermos terminales de leer poesía inglesa del siglo XVIII y escuchar a Mozart mientras se acaricia un gato. Así, se concluye, resulta más llevadera la llegada del momento final. Volver a mirar el orden que pudo haber sido es mejor que ojear el caos que sigue siendo, ciertamente.
Otra cosa es que algunos de nosotros hayamos perdido, por el camino, la fe fanática en Le Corbusier, aunque sin negarle su lugar en la historia contemporánea. Hasta en la más rechinante arquitectura nazi o los momentos más grises de las urbes del mundo más allá de la antigua Cortina de Hierro hay algo rescatable y ante todo, algo que, supuestamente, valdría la pena volver a mirar. Como escribió James Thurber, el humorista norteamericano, cuando le dijeron que en la selva amazónica existían arañas de medio metro de ancho y largo: quisiera mirar un bicho así… ¡y luego mirar rápidamente en dirección opuesta!
Y una nota sobre mi nota de los «pataleos» de los bogotanos, según Le Corbusier pero en cita y traducción
catalana: no es que la versión del Arq. Quetglas no me guste sino que la considero inexacta e infiel al sentido francés del término «patauger». Sigo creyendo que el fuerte de los traductores catalanes no son sus versiones de textos de otros idiomas al castellano, es decir, al lenguaje del país vecino.